Nos quedamos estáticos. ¿Es que acaso mi hermana tenía alguna deuda con la ley? Un rayo mental me permitió dilucidar que si ella se drogaba, tal vez la buscaran por posesión o tráfico de estupefacientes… además de que… su oficio estaba lleno de peligros.
Me moví con torpeza para extraer de mi bolsa la manoseada carta y se la extendí a la mujer. Ella la analizó cuidadosamente.
-Es su letra -murmuró-. Espérenme un momento. Entró al apartamento y cerró la puerta.
-¿Sabes una cosa? -me confió Lisbeth-, tengo la sensación de que esta vez estamos muy cerca de tu hermana
Asentí.
La joven volvió a aparecer después de un rato, mirándonos con un gesto que denotaba mezcla de temor y esperanza.
-Pasen, por favor.
Caminamos cautelosamente detrás de ella.
El lugar era oscuro aunque limpio y bien distribuido. Una ventana central al fondo de la estancia hubiera podido proporcionar la luz suficiente, pero las cortinas estaban casi cerradas. Sólo pasaban los rayos del sol por el centro, marcando un haz que se dispersaba de manera piramidal, con el vértice en el cristal y la base hacia nosotros.
Me sentí sumamente inquieto. Podía percibir que Alma estaba ahí.
-¿Gustan tomar asiento?
-No. Es decir… Gracias. Después.
Repentinamente, una figura humana se movió desde la parte oscura de la cortina hacia la abertura que permitía el resplandor.
Se trataba de un cuerpo delgado que bloqueó el paso de los rayos solares y a cuya silueta, a contraluz, los dorados haces le dibujaron un aura perimétrica.
-¿Alma?
No contestó.
Se hallaba de pie ligeramente encogida y retorciéndose los dedos.
Avancé decidido.
A cada paso, la visión se iba aclarando y cuando estuve frente a ella me quedé frío por el espantoso cambio que descubrí en su rostro.
Era mi hermana, pero no lo era.
Estaba viva, pero no lo estaba.
Su aspecto avejentado me asustó. Traté de disimular el pasmo y esbocé una sonrisa artificial.
-Zahid… -murmuró.
-Cómo has cambiado… -le dije.
-No te imaginas cómo.
Inicié el ademán de levantar las manos para abrazarla, pero me detuvo poniendo las suyas sobre mis antebrazos.
Lucía una cabellera teñida, quemada por el excesivo uso de productos químicos, surcos visibles en el entrecejo, rostro pálido, ojeras grandes y profundas. Estaba vestida con ropa de cama, aunque evidentemente se había peinado y maquillado de forma apresurada minutos antes.
-A… apenas recibí tu… carta -expliqué tartajeando-, viajamos para buscarte. No pusiste domicilio. En el hospital nos informaron…
Se agachó con pesadumbre.
-De modo que ya lo sabes.
Volví a alzar una mano para ponerla cariñosamente sobre su hombro. Mi cerebro no acababa de acostumbrarse a la idea de verla así.
-Todos hemos sufrido, Alma. Hemos enfrentado problemas serios, pero nos hemos repuesto. ¿Por qué tú…?
Interrumpí la pregunta. Ignoraba cómo hablarle, qué decirle. No podía cometer el error de hacerla sentir agredida.
-¿Por qué, yo qué? -respondió altanera y evadió el contacto físico dando unos pasos.
Lisbeth estaba en el centro del recinto. Ambas mujeres se encontraron frente a frente.
-Te presento a mi esposa -le dije siguiéndola-, nos casamos hace cuatro meses. Te busqué para que nos acompañaras a la boda, pero nadie sabía de ti.
Sonrió con tristeza. Terminó de llegar al sillón de la modesta sala y se dejó caer.
La amiga se adelantó para indicar que debía marcharse.
-Se quedan en su casa. Alma, nos vemos al rato.
Mi hermana dijo adiós con la mano y suspiró.
-Vaya, vaya.. -comentó-. Zahid el triunfador… después de, ¿cuántos años?
Su pregunta era a la vez nostálgico y acusadora.
Me acerqué para ponerme en cuclillas frente a ella.
-Hermana, hemos venido por ti. Tienes que salir de aquí, queremos ayudarte.
Me miró unos instantes y a esa distancia caí en la cuenta de que su visión era difusa y que me veía sin verme.
-¿Te sientes bien?
Se echó para atrás y cerró los ojos.
-Dormí mal.
Entonces detecté un tono irregular en su voz.
Me senté a su lado y ya no traté de tocarla.
-Lisbeth es directora del mejor centro de ayuda para mujeres -le dije-, si vienes con nosotros, te aseguro que las cosas cambiarán.
-Nadie quiere que las cosas cambien -susurró sin abrir los ojos.
-No es eso lo que dice tu carta.
-Me arrepentí de haberla escrito.
-No digas eso. Sólo déjanos ayudarte -puse mi mano sobre la de ella y volvió nuevamente a reaccionar. La juzgué mal al creerla débil y al haber sospechado su mente omnibulada. Me empujó con gran fuerza y se puso de pie para pararse frente a mí con una actitud de verdadero desamor.
-Tu creciste, Zahid, tuviste más fuerza, más coraje, más deseos. Yo, en cambio, envejecí, no tenía cimientos emocionales, viví en un hogar deshecho con una madre amargada, con un padre enfermo y con un tío -sonrió- muy especial… Estoy decepcionada de los hombres, harta del amor, indigestada de tanta suciedad.
Caminó furiosa. Lisbeth se acercó tratando de calmarla.
-Yo te entiendo, Alma. Puedes estar segura. Si nos dejas ayudarte te prometo que…
-No… -se enfrentó a mi esposa-, todos los que han prometido algo, me han utilizado, han mentido, han jugado conmigo. Además, ¿qué derecho te autoriza a venir a enseñarme nada? ¿Con quién crees que estás hablando?
-Si no confías -la interrumpió mi esposa subiendo el volumen de voz-, te ahogarás sola…
-¿Confiar? ¡No hay una persona honesta! Toda la gente siempre esconde, detrás de lo que hace, sus mezquinos intereses personales… Ya no soy fácil de engatusar. Váyanse. Nadie los necesita ya…
Por un momento dudamos al escuchar su vehemente conclusión.
-Alma -le dije acercándome, con una pena que se estaba convirtiendo en angustia-, ¿tampoco puedes confiar en mí…?
Quizá recordó la desesperada sinceridad de su carta escrita en un momento en el que "todavía pensaba con lucidez', tal vez evocó nuestro miedo infantil ante los estropicios paternos, quizá rememoró nuestra alianza secreta en ese cuarto de hospital en el que ella me cuidaba y yo me enfurecía por la injusticia que no acababa de asimilar, quizá simplemente me reconoció, porque bajó la guardia.
-En ti, Zahid, sí quisiera confiar… pero… -se interrumpió-. Todos han querido sólo mi cuerpo… -balbuceó-. Desde que era muy niña fue así. Cuando las cosas más terribles e inexplicables pasaban a mi alrededor, Ro me abrazaba y me acariciaba con ternura. Yo era pequeña… No sabía de qué se trataba, pero estaba tan asustada y tan necesitada de amor… -hizo una pausa para respirar y continuó-: al entrar al bachillerato me di cuenta de todo el mal que me habían hecho; comencé a pasear con un muchacho y cuando éste me tocó, bajé la guardia. No pude decir que no… De hecho era bastante tímida, pero en ese aspecto sabía muchas cosas… Me dejé hacer… Acepté, lo que mi compañero quiso… Con el paso del tiempo, todos los hombres me buscaban… Aprendí a manejarlos con estrategias que ninguna chica de mi edad sabía usar. Fui agresiva. Lastimé a muchos. Tenía un gran rencor dentro de mí. Un hombre mayor se dio cuenta de mi degradación. Prometió ayudarme si me iba con él. Me explotó. Se burló de mí. Cuando se hartó, me dejó en la calle. No me sentí digna de regresar con mis padres ni de ir a buscarte, Zahid… Tú eras "el ejemplo a seguir". ¿Cómo iba a explicarte mi ruina? Además, no tenía fuerzas para moverme… Sabía que en cualquier lugar al que fuera alguien querría usarme. En la calle encontré otros caminos.
Quise contestar, pero sólo logré articular un par de sonidos guturales y me quedé callado.
-Agradezco tu gesto de venir, pero es inútil -sentenció-, dos hermanos de la misma familia pueden tener diferentes dones y destinos. Yo fui la torcida, tú el virtuoso… Dejémoslo así.
El problema no era preguntarle si deseaba o no ser ayudada. Ella estaba convencida de su destino nefasto, creía firmemente en un sino involuntario que la había emponzoñado y contra el cual era inútil luchar. El reto consistía en hacerla ver que ella tenía los elementos necesarios para salir, que estaba ahí porque así lo había querido, que su extravío, por el que sentía cierto orgullo, era en realidad una opción que ella había elegido.
-Desde que me fui a la Universidad -recordé-, te enviaba libros cada mes. Te escribía respecto a la necesidad de llenarte de ideas nuevas y positivas. ¿Leíste el material?
-Soy de poca lectura.
-¿Eso significa que no leíste nada?
-Comencé a hacerlo, pero lo dejé.
-En tres ocasiones te llevé a un grupo de Al-Anón. Me acompañaste y prometiste que seguirías asistiendo. ¿Lo hiciste?.
-Zahid, ¿qué quieres demostrar? Yo tenía muchos problemas, no podía cumplir con sistemas rígidos…
–Mentira. Después del careo hablé muchas veces contigo. Me preguntabas en son de burla si iba a darte otro sermón. Eras cínica. No culpes a nadie. Estás aquí porque quieres.
Alma se encaró conmigo en pie de lucha. No estaba dispuesta a sentirse responsable. Defendería su postura de ser "víctima del destino'.
-A mi lado ocurrían cosas terribles -acusó-. Yo quería salir, pero la gente me empujaba hacia abajo cada vez más. Además, carezco de tu talento y de tu carácter. No todos nacemos con las mismas capacidades. Las obras maestras están hechas por seres especiales. Los demás, los ordinarios, tenemos que conformarnos con mover de un lado a otro la basura.
-¡Basta! ¡No vuelvas a repetir eso! ¡Tienes el talento y la capacidad que quieres tener! Los seres ordinarios lo son porque se desesperan. Tienen flojera de pagar el precio. Quieren llegar a la cima en un año. Ven al triunfador y lo minimizan. Dicen: "si ese infeliz lo logró, yo también lo haré fácilmente", pero no se dan cuenta de que ese infeliz ha trabajado día y noche, se ha entregado, ha dado la vida por sus anhelos. El perezoso, arrogante, altivo, hace una labor mediocre y luego se siente frustrado cuando no consigue lo que juzgó tan fácil. Olgazanes para sembrar, Alma. Eso es todo. Es más fácil ir hacia abajo que batir las alas entumidas y volar. Todos seríamos capaces de realizar obras similares a las de Da Vinci, Miguel Ángel o Einstein, si estuviésemos dispuestos apagar el precio que ellos pagaron. Tú no quisiste pagar ningún precio. Así de fácil. Fuiste apática. Tuviste a tu alcance las armas, pero ni siquiera hiciste el menor intento por tomarlas y luchar… Las ideas te hacen libre o esclava. De ideas positivas te sostienes para salir del fango como si fueran ramales de un árbol que se inclinan hacia ti.
Alma me miraba con una mueca de incredulidad y miedo. ¿Su hermano, lejos de compadecerla, le estaba señalando los errores sin piedad?
-Zahid, eres injusto. Tuviste cáncer, hallaste la medicina exacta para curarte y no la compartiste con tu hermana que también estaba enferma. Sólo le dijiste: Lee libros y si tienes suerte hallarás la fórmula secreta.
-Discúlpame, Alma -contesté de inmediato-, para nuestra enfermedad no existía una receta mágica. La medicina era cambiar de actitud, lograr una nueva mentalidad, un incremento en la energía de autoestima, y eso es un proceso a base de mucho esfuerzo PER-SO-NAL. Si no te esforzaste es asunto tuyo. Tuviste la medicina, pero no te la tomaste porque implicaba trabajo… Viste frente a ti un salvavidas y no quisiste nadar hacia él.
-Pero Ro se aprovechó de mi inocencia. Yo no sabía lo que me estaba haciendo. Creía que era normal. Cuando me enteré del daño que me produjo, me sentí frustrada, envilecida.
-Es la segunda vez que dices ese disparate. Entiende: nadie te hizo ningún daño, a menos que así lo creas -las palabras de Lisbeth se me vinieron a la mente y las repetí-: Lo que anima la vida no es un acontecimiento sino la interpretación que se le da. Es cuestión de ideas. Lo que para una cultura es normal, para otra puede ser una vileza. Si tú dices 'es el fin' lo es. Si, por el contrario, dices: 'La verdadera Yo está intacta, me niego a tomar el veneno de la ofensa', entonces no tienes porqué hundirte… No trato de hacerte sentir culpable, sólo quiero que reacciones. Incluso jamás dije ni diré que perdí un ojo por defenderte, mas, ya que lo mencionas en tu carta, no te equivocaste al suponer que daría mi vista completa por ti. Lo haría, Alma. Daría no sólo mi vista, sino mi vida entera para salvar la tuya, si así fuera necesario, pero con una sola condición: que tú desearas salvarte… Sin ese deseo, sin esa decisión firme y total de tu parte, hermanita, no cuentes conmigo. Síguete pudriendo si así lo quieres…
Alma permaneció quieta. Muda…
En la sala se percibían fuertes vibraciones de conflicto. Había amor, pero también rencor… Había razones, pero también desafuero. Había oscuridad, pero también haces luminosos que le daban al ambiente un velo de ambigüedad y lucha.
Lisbeth se acercó a mi hermana y la abrazó por la espalda.
Para mi sorpresa, Alma esta vez no se opuso. Comenzó a sollozar cual si ante el contacto de la espontánea amiga hubiese sentido al fin el peso de sus yerros.
Mi esposa la condujo hasta el sillón, se sentaron y comenzó a hablarle cariñosamente:
-Sólo la ayuda de un Poder Superior -le dijo- pudo sacarme a mí de donde estaba, lo mismo que a tu padre y a Zahid… Tú fuiste testigo.
Alma asintió ligeramente.
-No importa mucho adónde vayas -continuó Lisbeth-, no importa mucho lo que tengas, pues lo que realmente importa es QUIEN está a tu lado. Y si Dios está a tu lado, no hay crisis que te haga daño… La tribulación es crecimiento, y el triunfo, para su gloria… Saldrás adelante y serás invencible. Aprende que no debes depositar todo tu amor y toda tu confianza en los seres humanos. Las personas flaqueamos y fallamos. Entiende que sólo cuando le entregas tu vida, tus pertenencias, tu sufrimiento y tu amor total al Señor, hallarás una misión que le dé sentido a tu existencia…
-Mi vida ya no puede tener sentido… Aunque quiera.
-¡Claro que puede! Es cuestión de decisión, de abandono, de entrega. Yo le di un hijo a Dios. ¿Sabes lo que es eso? El lo recibió en sus manos y me brindó la paz de saber que lo cuidaba, de la misma forma, tu vida, maltrecha o no, buena o no, ponla frente al Señor y dile: 'es tuya'. Permite que llene tu jarra vacía, tu espíritu atribulado, que limpie tu mente, que llene de amor tu corazón. El árbol podrido en que te refugiabas fue tragado por el pantano, caíste al fango y has permanecido en él durante años. Sacúdete el pestilente lodo, ten el coraje, la fuerza y la fe para mover tus alas anquilosadas, hasta que logres elevar el vuelo rumbo al bosque fértil que te está esperando…
Alma levantó la cara y nos miró. En sus ojos ya no había enojo, sólo una gran pena matizada con agradecimiento.
-Yo he dañado mi cuerpo… -articuló-. Sus palabras me dan gran consuelo, estoy dispuesta a intentarlo. Se lo juro… pero… Zahid, dime una cosa, ¿qué fue lo que te informaron en el hospital?
-Lo de la heroína y lo de la prostitución.
Me miró a la cara como esperando que dijera más. Al ver que no continuaba, la negrura de un pensamiento atroz ensombreció su mirada. Agachó la cabeza llena de una profunda tristeza repentina.
Es bueno que no hayan sabido toda la historia… porque… yo… necesitaba oír lo que me han dicho y tal vez se hubieran detenido…
-¿Toda la historia? ¿A qué te refieres, Alma?
-Hay algo que ignoran.
-Dios mío…
-Hace unos meses caí en shock por una sobredosis.
-Eso lo sabemos.
-Cuando me llevaron al hospital San Juan, me hicieron todo tipo de análisis…
Un escalofrío de terror me electrizó el cuerpo. Recordé las palabras de la psicóloga., 'Tratamos de ayudarla. Las cosas se complicaron. Después del diagnóstico cayó en una terrible depresión".
¿Después del diagnóstico?
Cerré los ojos esperando que no se tratara de aquello que era lógico; aquello que era un efecto natural de muchas de sus causas. Por desgracia me equivoqué.
Sin más vueltas me lo dijo:
-Tengo SIDA…
Epílogo
Tuvimos que atacar por partes el problema.
El primer paso a seguir fue el proceso de desintoxicación, para el cual mi hermana ingresó nuevamente en el hospital San Juan.
Presenciar el síndrome de abstinencia de un heroinómano no es plato de gusto para nadie. Alma sufrió diarreas agudas, vómitos, fiebres, alucinaciones, falta de apetito y de sueño. Más de una vez, por los ataques de desesperación en los que perdía toda capacidad de razonamiento y se volvía agresiva, tuvieron que amarrarla.
Mi esposa, tal como me lo ofreció, se hizo cargo de apoyarla física, moral, espiritualmente. Mis padres también ayudaron y estuvieron pendientes del proceso.
Debo confesar que mi vida no ha vuelto a ser igual desde que la encontramos.
He comprendido, no con poco pesar, que llegar a subir el rascacielos, hacerse de títulos, riquezas y prestigio pierde su valor si no podemos compartirlo después con los seres que más amamos.
Lisbeth hizo todo lo humanamente posible por ayudarla. Me dolió mucho ver la desesperación de mi esposa. Pensé que quizá recordaba a Martín, el padre de su hijo de quien, después de que salió de la cárcel, no volvió a saber nada y que también se drogaba…
Han sido tiempos de golpes duros.
Y es que todos hemos sido transformados de alguna forma.
¡Quién iba a pensar que a unos días de la apertura de mi empresa principal yo me hallaría envuelto en un conflicto emocional tan enorme!
No pude contravenir las entusiastas expectativas de mis colaboradores, así que, aunque mi estado de ánimo no era el ideal, asistí a la ceremonia de inauguración.
Fue un discurso espontáneo, pues iba sin prepararme. No recuerdo lo que dije. A decir verdad, mientras hablaba no pensaba en mis empleados sino en Alma… Indirectamente le decía que la mente siempre puede salir del pozo, que el espíritu es capaz de echar fuera la enfermedad del cuerpo, que no importando el tiempo que le quedara de vida, tenía que levantarse y dar su mejor esfuerzo.
En mi empresa nunca supieron cuál fue la verdadera motivación del discurso, pero a la gente le gustó, al grado de que alguien, mientras yo hablaba, logró escribir un pequeño fragmento que después enmarcaron y colgaron en la recepción de las oficinas principales.
Hay un dicho deportivo que versa: 'Si no duele, no hace bien '.
Sólo pueden ganar competencias importantes los atletas, estudiantes, profesionistas, empresarios y jefes de familia que lo entienden.
En la pugna, todos los contendientes comienzan a sufrir al alcanzar el borde de la fatiga. Es una frontera clara en la que muchos abandonan la carrera, convencidos de que han llegado a su límite.
Pero quienes no desertan en la línea del dolor, quienes hacen un esfuerzo consciente por aceptar el padecimiento que otros evaden, de pronto rompen el velo y entran en un terreno nuevo que se llama SEGUNDO AIRE.
En el SEGUNDO AIRE, la energía regresa en mayores cantidades, los pulmones respiran mejor, el sistema cardiovascular trabaja con más eficiencia, el cerebro agudiza sus sentidos.
Sólo en el SEGUNDO AIRE se gana.
Sólo en este terreno se hacen los grandes inventos.
Sólo aquí se realizan las obras que trascienden y las empresas que dejan huella.
Ésta es una empresa del SEGUNDO AIRE.
Los que trabajamos en ella sabemos insistir y resistir.
Sabemos que dando más de lo que debemos dar recibiremos más de lo que esperamos recibir.
Sabemos que nuestros resultados son superior es porque están dados después de la fatiga, porque no fueron fáciles ni gratuitos, porque ocupamos este puesto después de haber hecho un esfuerzo extra en la vereda.
Nuestro amor por lo bien hecho es lo que nos une.
Nuestro celo por lograr y conservar un liderazgo que no tiene precio.
Nuestra complicidad por haber llegado juntos a la línea de sufrimiento y haberla traspasado para permanecer unidos en el SEGUNDO AIRE, donde ya no se sufre, donde todo son resultados…
Nuestra convicción de que AL APLICAR ESTE MENSAJE Y DIFUNDIRLO estamos asociados en uno de los más grandes e importantes proyectos de la historia.
Para mi hermana fue un sacrificio enorme dejar la droga.
Luchó contra ese monstruo por más de seis meses. Verla debatirse y consumirse fue como presenciar las enormes fuerzas del mal manifestándose antes de ser destruidas.
Yo me quedé a velar cuidándola día y noche.
Una mañana, me dijo que deseaba reponerse y hacer un decoroso papel en la recta final de su vida, pero no sabía cómo.
-Tengo el virus del SIDA en mi cuerpo -me dijo-, pero aún no se me ha manifestado. Ayúdame, Zahid. Sé que Lisbeth salió adelante de problemas similares, sé que ella tuvo la fuerza de voluntad que me faltó a mi. También tu caso es interesante. Necesito que me expliques con detalle cómo hallaste los troncos de salvación. O no -corrigió-, mejor escríbelo. Así podré repasarlo, estudiarlo, memorizarlo…
-Yo no soy escritor.
-Todo está en la mente -me dijo sonriendo-, si no quieres serlo, no lo eres…
-Pero no me gustaría que otros pudieran leer nuestras vidas íntimas.
-¡Al contrario! ¿Tú sabes lo que pueden ayudar? ¿De qué sirve guardar el secreto? Existen muchas personas que, como me ocurrió a mí, no tienen el coraje de asirse a una rama para salir del pantano… Yo he comprendido que tengo el deber de reponerme de la mejor forma posible, pero tú debes escribir ese libro… Por favor. Mirarme a la cara y prométemelo…
La confusión de emociones me hizo muy difícil redactar estas páginas, bien que lo hice en cumplimiento de promesas… Alma salió del hospital veinte kilos abajo de su peso.
El día que fue dada de alta oramos juntos.
Ella perdonó a Ro y pidió a Dios por él, aunque nunca lo volvimos a ver.
Fue muy conmovedor oír eso.
Mi padre realizó una fiesta en su honor para recibirla, aunque con pocos y selectos invitados.
Alma hizo lo que debió hacer quince años atrás: comenzó a leer, a escuchar conferencias, a asistir a grupos… Me consta que este libro lo leyó al menos cinco veces, lo subrayó e hizo algunos diagramas resumiendo lo que a su juicio era más importante.
A ella se le exigió un precio muy alto por la droga, pero aceptó pagarlo, dejó de culpar a los demás, trabajó muy duro, a brazo partido por salir adelante y halló en su vida un segundo aire.
Mi hermana, hasta la fecha en la que escribo este epílogo, está viva, pero espiritualmente murió para volver a nacer. Actualmente viaja por todo el mundo como parte activa de un grupo que organiza eventos para prevención del SIDA.
Con ella comprobé una verdad que me hacía falta comprender con toda su contundente fuerza: Nunca es tarde.
No importa lo que se haya vivido, no importan los errores que se hayan cometido, no importa las oportunidades que se hayan dejado pasar, no importa la edad, siempre estamos a tiempo para decir hasta aquí, para oír el llamado que tenemos de buscar la perfección, para sacudirnos en el cielo y volar muy alto y muy lejos del pantano…
Autor:
Mario Eduardo Cuc Ical
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