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Volar sobre el pantano (página 5)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Mi desgracia se divulgó a los cuatro vientos. Cada familiar y amigo se enteró del problema. La prensa fue dura y amarillista. Publicaron titulares como: '¿Desquite o desamor?', 'Las mujeres toman revancha', "Joven ultrajada demanda al violador y decide tener a su hijo'. Este último encabezado se acompañó de una serie de disquisiciones en las que se ponía en tela de juicio mi versión. "Si lo que la joven relata fuera verdad, no toleraría dar a luz un vástago de uno de los corruptores. Nos enteramos de buena fuente de que ella era su novia y tenía una vida sexual activa con él, de modo que posiblemente la demanda sea producto más de un desamor que de un ultraje. "

De no haber tenido el apoyo del grupo de mujeres, no hubiera soportado tantas invectivas. Sobre todo porque había algo de cierto en ellas.

El juicio, como me lo advirtieron, fue largo y penoso.

Después de una de las sesiones más desgastantes, Martín me alcanzó y me amenazó con una rabia ingente:

-Eres una prostituta. Ya verás lo que le va a pasar a tu bebé. Siempre será el punto débil que te unirá a mí…

Salí de la audiencia y lloré. La maestra de psicología estaba a mi lado.

-¡Qué duro! -le dije-, con todo lo que pasa cada vez me convenzo más de que Martín es un hombre desequilibrado. Seguramente tarde o temprano volverá con arranques de violencia a reclamar su paternidad o a tratar de vengarse de mí, usando al niño.

-Muy pronto estará en la cárcel

-Pero algún día saldrá… Además, ¿cómo se lo explicaré a mi hijo cuando crezca?

La maestra se quedó pensativa y después de un rato me dijo:

-Debes moverte y buscar todos los elementos para decidir qué hacer. las soluciones no llegan a tocarle la puerta a nadie, hay que salir a buscarlas.

-¿Qué propones?

-Un buen amigo trabaja al frente de un albergue de niños. Me gustaría que platicaras con él.

-¡Ni lo pienses! Estás loca si crees que sería capaz de abandonar a mi hijo en un lugar así.

-No se trata de eso…

-¿Entonces?

-Sólo acompáñame.

Como dije anteriormente, mi mente estaba abierta a aprender, así que al día siguiente fui con mi maestra de psicología al albergue.

El amigo resultó un médico muy amable. Acompañado de dos trabajadoras sociales me mostró las instalaciones de un inmueble que parecía entre escuela y hotel de quinta categoría. Los dormitorios colectivos eran austeros, las viejas camitas individuales se apretujaban unas con otras. Los baños estaban maltrechos y sucios. Decenas de niños nos seguían. Para ellos cada visita era toda una fiesta. Noté algo raro y pregunté:

-¿Tienen bebés?

-Pocos. Ellos son adoptados con facilidad.

-¿Los niños mayores se rechazan?

-En cierta forma, pero la situación es peor. Están aquí en custodia pero no pueden darse en adopción porque los verdaderos padres vienen a firmar periódicamente para no perder sus derechos. Algunos niños crecen y se escapan, otros van de visita a su casa de vez en cuando y regresan golpeados, drogados o violados…

Llegamos a las oficinas y, antes de entrar, una niñita de escasos cinco años se paró delante de mí y me ofreció un listón sucio como regalo. Se me partió el alma y la abracé. Salió corriendo llena de alegría.

-¿Ella tampoco puede ser adoptada? -pregunté.

-No. Su situación legal se lo impide. La madre se niega a ceder su potestad. Son niños a los que se les ha quitado la opción de tener un hogar –el hombre caminó hacia el archivo y lo señaló-. Por otro lado, hay muchas parejas con estabilidad económica, madurez emocional y espiritual que no pueden tener hijos; serían excelentes padres, han estado en espera de un bebé desde hace meses o años, pero cuando les hablas de adopción a las madres biológicas se ofenden. La mayoría de las personas -varones incluso- son tan posesivas y egoístas que prefieren ver a su hijo muerto que con otra familia.

-¿No le parece una exageración?

-Amiga, ¿olvidas que, legal o no, el aborto es la opción preferida? Se matan millones de niños al año con esta práctica. Los padres se sienten dueños de sus hijos, los perjudican, asfixian, les impiden crecer, los prefieren en la miseria mental y material que prosperando y siendo independientes. El amor obsesivo y consentidor es el primer enemigo del progreso.

-Yo estoy embarazada -confesé-, y muy confundida…

-Lo sé, ya me han explicado tu caso; eres una madre sola de diecisiete años. Si decides abortar, estarás evadiéndote de un hecho cobardemente, buscando salidas fáciles sin importar que con ello perjudiques definitivamente a otra persona.

-Yo no pienso hacer eso -me defendí de inmediato-, siento al bebé crecer en mi interior. No podría matarlo por más que su padre fuera malvado. Existen muchas personas con progenitores viciosos o conflictivos, pero el tener un padre así no nos quita a nadie el derecho de vivir.

-Muy bien; eliminando eso, te quedan pocas opciones: si tomas la postura de sacar adelante a tu hijo sola, será un sacrificio muy loable, pero no podrás evitar sentir el aguijón de recuerdos amargos al verlo y, por tu edad, seguramente los abuelos terminarán interviniendo a tal grado en la educación del pequeño que les delegarás gran parte del compromiso. La última alternativa… -se detuvo; yo no quería oírlo pero era evidente- es darlo en adopción. Eso te exigiría mucho mayor dolor y sacrificio que las otras dos, sobre todo porque no lo harías por zafarte del problema, sino por la conciencia de que el niño va a crecer en un lugar estable con padre, madre, primos, tíos, que va a estar bien, con gente que lo adora y lo necesita mucho, que en suma va a hallarse mucho mejor que a tu lado.

La opción me parecía lógica, pero mi corazón se rebelaba con vehemencia.

-¡Conozco muchas madres que han podido educar a sus hijos sin padre y eso es mucho más meritorio!

-De acuerdo. La maternidad convierte a las mujeres en seres grandes, excelsos, pero no todas triunfan en ese aspecto. Tú puedes ser la mártir que se arroja al ruedo sola haciendo mal papel para ella y para el niño o puedes atreverse a amarlo entendiendo al amor como la capacidad y la buena disposición para que los seres queridos sean felices aunque sea lejos… Pensar así, es saber amar, no vivir un egoísmo disfrazado de romanticismo rosado.

Una de las trabajadoras sociales habló apoyando al médico.

-Será como decirle a tu hijo: Te quiero tanto que soy capaz de hacer cualquier cosa por ti, incluso dejar de verte para siempre si eso es lo que más te conviene.

El recinto se volvió una pintura congelada. Todos me miraban en silencio. Agaché la cara. Después de unos minutos objeté:

-Un niño adoptivo tarde o temprano se entera y le reprocha a su verdadera madre que lo haya dado en adopción.

-Tal vez, pero es un trauma mínimo que se supera pues para entonces ya tiene formación y cimientos.

-¿Entonces lo mejor para todas las madres solteras es dar a su hijo en adopción?

-No. Cada caso es distinto y debe analizarse por separado. Para el tuyo, en especial, creo que es lo más conveniente.

-Usted habla así porque es hombre.

-Los hombres somos fríos, las mujeres emotivas. Ambos sexos debemos buscar un punto medio. La vida se entiende mejor cuando el hombre se hace más sensible y la mujer más reflexiva.

Mi maestra me abrazó y susurró como si estuviésemos solas:

-Nos encontramos aquí únicamente para oír opiniones. La decisión la tomarás con toda calma cuando tengas todos los elementos. ¿Quieres entrevistarte con mujeres que abortaron para que te digan lo que sienten después de haberlo hecho?

-No, gracias. Me lo imagino.

-¿Entonces con mujeres que han enfrentado solas el problema o que le dieron a los abuelos la paternidad, fingiendo toda la vida ser la hermana mayor del pequeño…?

Me quedé con la vista perdida y algunas lágrimas se escaparon de mis ojos.

-Eso debe de ser dolorosísimo -reflexioné-. No poder abrazar al niño, no poder decirle: "hijo, te amo", tener que verlo crecer como un hermano alejado de la guía y autoridad que le corresponde… Gracias, profesora, pero no lloro porque me sienta presionada o porque me falten datos, lloro porque creo haber tomado ya una decisión y sólo de pensar en ella se me parte el corazón.

El médico aprovechó para concluir:

-Si tu hijo estuviese condenado a una enfermedad terrible y la única forma de salvarlo fuese que tú tomaras una medicina muy amarga, ¿lo harías?

Asentí.

Una medicina para salvarlo a él. Nunca lo había visto así.

-¿Qué tengo que hacer?

-No te sientas presionada.

-No lo estoy -insistí-, ¿cuál es el siguiente paso?

El director del centro le pidió a una de sus trabajadoras sociales algo que no pude entender. La señorita salió de la oficina y volvió a entrar en unos minutos trayendo consigo una voluminosa carpeta. El médico la revisó rápidamente y me la extendió:

-Son copias de todos los informes recopilados respecto a padres que desean adoptar un bebé recién nacido. Revísalos. Si estás bien segura, elige una pareja con la religión, costumbres, edad, profesión, pasatiempos, actividad profesional y carácter que mejor te parezca. Tienes treinta y tantas opciones. Todas son excelentes. En la carpeta no vas a encontrar domicilios ni nombres completos pues el proceso es anónimo y confidencial: ellos no te conocerán a ti ni tú a ellos. La adopción se hará a través de la agencia y después, aunque te arrepientas, no podrás localizar a tu hijo jamás.

-Qué terrible… -susurré tomando el expediente.

Mi dolor era profundo, pero mi amor era más.

Le comuniqué a mis padres la decisión. En otro contexto ellos tal vez la hubiesen cuestionado, pero dadas las circunstancias, me abrazaron muy fuerte y me brindaron su apoyo. No les gustaba pero reconocieron que era lo mejor. Juntos revisamos los expedientes. Papá hizo cuadros comparativos. Estudiamos con detalle cada testimonio. Fueron varias semanas de trabajo y meditación.

Cuando enviamos a la agencia de adopciones el nombre de la pareja elegida, sentí que había dado el paso más difícil de mi existencia.

El médico habló a mi casa y me dijo cuán feliz estaba el matrimonio que había seleccionado. Media hora después, volvió a llamarme para preguntarme algunos datos y me informó que la pareja seguía llorando de alegría.

Saber que el bebé era deseado de esa forma me dio cierta paz, pero al acercarse la fecha del parto, mis emociones se fueron tornando sombrías. Por momentos me arrepentía y quería echar marcha atrás; era como ir en el vagón de la montaña rusa dirigiéndome hacia arriba para tomar la primera pendiente y darme cuenta demasiado tarde de que deseaba bajarme.

En esos meses crecí mucho. Me hice mujer, aprendí a confiar en el Poder Superior del que hablaban los doce pasos del grupo…

El parto fue natural. Sufrí los terribles dolores que tal vez se hicieron más grandes por estar acompañados de una gran tristeza. Cuando el alumbramiento terminó, oí llorar al niño y dije:

-Déjenme verlo.

-Lo sentimos -contestó una voz-, pero no puede ser. El reglamento de adopción lo prohíbe.

-Necesito despedirme de él -lloré-, por favor.

-No es posible, lo sentimos.

Escuché que se alejaban.

-¡Alto! -grité-. No se vayan. La adopción es una medicina amarga para salvarlo a él. Yo me la voy a tomar. Se lo prometo, sólo déjenme despedir. Es lo único que pido.

Hubo silencio en la sala. Los médicos sabían que no debían arriesgarse a infringir las reglas, pero tampoco podían negarme lo que les solicitaba.

-Sólo un minuto… -me dijeron.

Pusieron sobre mi pecho un bebé varón.

Lo abracé llorando, lo acaricié, lo llené de besos. Hablé con él, le expliqué lo que iba a pasar. Se calló, como si me entendiera. Mis lágrimas le mojaban el rostro. Le dije que lo amaba y que por eso, sólo por eso, permitía que se alejara de mí.

Sé que la bendición de una madre acompaña a su hijo siempre y que es profecía de Gracia. Bendije a mi bebé con todas mis fuerzas… Cuando el médico se acercó para quitármelo, cerré los ojos y pensé que se lo entregaba a Dios. Supe que Él lo tomaba en sus brazos y me prometía cuidarlo y estar a su lado siempre.

Sin esa convicción absoluta quizá, años después, hubiera enloquecido buscando al hijo que di… He sufrido mucho de todas formas pero sin desesperación, investida de paz al saber que fue lo mejor para él. He entendido, con esa experiencia durísima, que nadie puede destruir a un ser humano, que por mucho que haya sufrido es un ser único, extraordinario, que vale mucho y que la tragedia vivida sólo lo lleva al crecimiento. Cuanto más incongruente parezca a los ojos humanos el dolor, más fuerza vivificante hay detrás de él, más trascendencia, más respaldo de un bien mayor. Muchos que sufren no lo comprenden, pero tampoco deben desesperarse tratando de hacerlo. La confianza espiritual mueve montañas.

Aceptar su pasado, su familia, su físico y conceptualizarse como un ser humano amado por el Creador, con grandes valores y con una misión que cumplir… fue tal vez… lo que le faltó a Alma…

Tomé a Lisbeth de la mano y la apreté con fuerza.

-Gracias -le dije limpiándome las lágrimas con el brazo libre.

-Zahid, dime una cosa -me preguntó-. Cuando hablamos por teléfono al hospital San Juan, no nos quisieron dar ninguna información. Tú, enojado, exigiste que te dijeran el tipo de hospital. Te pusiste pálido, cuando contestaron, pero no me aclaraste de qué se trataba… ¿Adónde vamos? ¿Desde dónde te escribió tu hermana? ¿Por qué te pide en su carta: 'Si no puedes venir a verme, por favor, no le digas a nadie dónde estoy?

Me agaché sin responder su pregunta. Lisbeth trató de adivinar.

-Se trata de un hospital psiquiátrico, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

-¿Entonces?

Un escalofrío recorrió mi espalda al decirlo.

-Es una clínica para farmacodependientes.

Llegamos a nuestro destino y bajamos del taxi inmediatamente. Le di al conductor el boleto que pagué en el aeropuerto y caminé preocupado hacia la entrada del sanatorio. De repente recordé las palabras de Lisbeth antes de emprender el viaje:

Zahid, acabo de descubrir algo que tampoco te va a gustar… Tu hermana escribió esta carta hace un mes. Ella no le puso fecha, pero el matasellos lo dice.

Me volví sobre mis pasos y grité para detener al coche, que ya se iba. Lo alcancé un poco sofocado.

-Venimos buscando a una persona que estaba hospitalizada -expliqué-, pero es muy posible que ya no se encuentre aquí y tengamos que ir a otro lugar. ¿Usted podría esperar y llevarnos en caso necesario?

-Por supuesto -contestó el chofer sin poder ocultar la alegría de cobrar algún servicio extra a esas horas.

Echó en reversa su automóvil y lo estacionó.

Cuando entré al sanatorio, mi esposa ya estaba hablando con una monja que parecía ser la encargada de la recepción.

-Nos urge mucho saber de Alma Duarte -le explicaba-. Es paciente de ustedes. Recibimos una carta de ella e hicimos un viaje muy largo para venir a verla.

-Duarte, dijo, ¿verdad?

Asentimos mientras abría el archivo y buscaba detenidamente. Después de un rato, que me pareció eterno, se irguió y comentó cerrando el cajón:

-No hay ningún expediente con ese nombre, ¿están seguros de que estuvo en este hospital?

-Estamos seguros.

-¿No habrá algún error?

Me impacienté. Extraje mi cartera y busqué la tarjeta arrugada en la que anoté la dirección que me habían dado por teléfono y la arrojé sobre la barra.

-Hablé ayer, como a las seis de la tarde, pregunté por mi hermana y me dijeron que la conocían, pero que no podían darme datos telefónicamente. Por eso estamos aquí.

-¿Con quién hablaron?

-Señorita, lo ignoro, pero puedo decirle que no fue una persona cortés. Espero que usted sea diferente.

-Alma Duarte, ¿verdad?

-Sí.

La monja caminó hacia un privado y se metió en él. Después de unos minutos salió acompañada de una mujer rolliza vestida de blanco. Ambas se veían un poco turbadas.

-¿Ustedes son familiares de Alma?

-Sí -casi grité-. Es mi hermana.

-¿Qué saben de ella? -preguntó.

-¿Qué tenemos que saber? Vivía con mis padres hace varios años, pero decidió independizarse, eso es todo.

La mujer obesa me miró como esperando que le dijera más.

-Efectivamente es una paciente nuestra… Pero… Es un caso especial.

-¿Especial?

-Sí. ¿No está usted enterado de lo que ha pasado con ella en los últimos, años?

Negué con la cabeza sintiendo el fantasma de una maligna premonición.

-Pues, dadas las circunstancias -concluyó la enfermera con gesto de celadora-, yo no puedo darle información de esta paciente. Deberán esperar a la psicóloga social. Si le llamo en este momento tardará un par de horas en llegar.

-¡Pero cómo se atreve…!

Casi me subí al mostrador preso de una ira incontrolable. Las dos mujeres, asustadas, se hicieron para atrás.

14

El rascacielos

Lisbeth y yo nos hallábamos en la austera recepción del hospital, recargados el uno en el otro, esperando que llegara la psicóloga social.

Pude haber arrancado a las enfermeras las noticias que me ocultaban, pero se encerraron en la oficina y no salieron sino hasta haber calculado que mis ánimos se habían tranquilizado.

"Además -racionalicé-, es una hora muy impropia para visitar a Alma, dondequiera que esté."

El taxista entró furioso a preguntar si se iban o no a requerir sus servicios. Me puse de pie para disculparme y extraje un billete de la cartera que le extendí como pago por su espera. El hombre me lo arrebató y se retiró sin dar las gracias.

Volví a sentarme junto a mi esposa y cerré los ojos tratando de calmarme. Pensé en muchos temas buscando distracción: la próxima ceremonia inaugural de mi empresa, lo extraño del viaje que habíamos realizado, la forma en que Lisbeth y yo nos reencontramos.

Sin querer, mis pensamientos se detuvieron ahí.

Ella tenía treinta y dos años; yo treinta y tres.

Lisbeth había sido postulada para recibir un premio por su labor realizada como directora del "Centro de Protección para la Mujer". Era una psicóloga con posgrados relacionados con la motivación de la conducta humana. Yo formaba parte del comité que otorgaba los galardones. Estaba sentado en la mesa de honor cuando el maestro de ceremonias llamó a Lisbeth. El público aplaudió. Una espigada mujer de aspecto elegante subió a recibir su premio al estrado. Apenas se acercó, tuve la certeza de haberla visto antes, de saber quién era. Incluso, aunque mi mente perezosa y torpe tardó en acordarse, mi corazón reaccionó de inmediato, saltó y empezó a latir cual si se hallase frente a la mujer en la que había soñado por años aguardando pacientemente la hora de volverla a ver: ¿Es ella? Cuestionaba mi intelectualidad incrédula. No. No puede ser… Ha pasado tanto tiempo… Personalmente le di el diploma y la felicité con un apretón de mano. Luego pasó al atril para dar un breve discurso de agradecimiento. Su forma de inclinarse frente al micrófono, su forma de mirar a la audiencia con ternura y autoridad, su voz pausada y clara, su sinceridad y su magnetismo, no me dejaron duda. Había sido mucho tiempo de pensar en aquella joven del testimonio, de fantasear con lo que le diría si volvía a verla… Mis manos temblaban al contemplarla.

El público le aplaudió. Lisbeth descendió del estrado y yo me puse de pie, disculpándome, para bajar por el otro lado del escenario discretamente.

El congreso de "valores" estaba tocando a su fin. Yo era director de la Asociación Nacional de Empresarios Jóvenes y se me había delegado el discurso de clausura. Sólo tenía tres o cuatro minutos. Le pedí a una edecán que llamara a la recién galardonada.

-¿Te acuerdas de mí? -le pregunté sin muchos rodeos en cuanto llegó acompañada por la auxiliar.

-No -contestó con el ceño ligeramente fruncido.

-Tú fuiste burlada y deshonrada por un hombre.

Enrojeció de inmediato y me miró atemorizada.

-Te vi al frente de un grupo dando un testimonio de amor a la vida. Me impactaste. Hablaste del pájaro que vivía resignado en un árbol podrido en medio del pantano comiendo gusanos, sucio por el pestilente lodo, hasta que cierto día un gran ventarrón destruyó su guarida y él se vio forzado a emprender el vuelo llegando finalmente a un bosque fértil. La figura de un pájaro volando sobre el pantano me ha motivado durante muchos años a salir de mi propia ciénaga.

Lisbeth hizo un esfuerzo por recordar. Me estudió con la mirada.

-En aquel entonces -la ayudé-, no tenía esta prótesis ocular… Yo era un joven tímido… Leyendo y subrayando un libro a la entrada del grupo de autoayuda.

Me observó unos segundos más sin poder articular palabra.

-Dios mío -susurró asintiendo al fin-. Qué pequeño es el mundo.

El presentador anunció la conferencia de clausura.

-Tengo que decir unas palabras -me disculpé-; por favor, no te vayas. Hay muchas cosas que quiero platicarte.

Subí al estrado y comencé la charla comentando que estaba muy contento, ese día en especial, porque acababa de reencontrar a una mujer que muchos años antes me motivó, sin saberlo, a alcanzar mis más altas metas.

Pueden lograr sus anhelos, sobre todo si luchan por amor. Amor a Dios, a ustedes mismos, a la vida que tienen, a la pareja que tal vez no conocen.

Pensando en aquella pareja, un día me decidí a luchar inexorablemente. Ella merecía mi mayor esfuerzo y yo debía crecer para poderle dar lo mejor, en su momento.

Una noche me acosté preguntándome cuál sería la clave para triunfar.

Entonces soñé que la vida era un enorme rascacielos al que debíamos subir.

Los seres humanos iniciábamos en uno u otro piso nuestro ascenso según el nivel socioeconómico en el que nacíamos, pero aun los más privilegiados se hallaban en estratos bajos pues el rascacielos era infinitamente alto.

En cada piso había dos zonas perfectamente diferenciadas:

PRIMERA. LA ESTANCIA DE DISTRACCIONES. Una enorme estancia, llena de amigos, camas, televisores, fiestas y juegos, en la que podías pasártela extraordinariamente bien durante años enteros.

SEGUNDA. EL TÚNEL DE ELEVADORES: Un largo y amplio pasillo lleno de talleres y mesas de estudio en el que podías adquirir conocimientos y experiencias.

A este enorme corredor se le denominaba 'túnel de elevadores porque sus paredes estaban llenas de elevadores cerrados. Cuando se abría la puerta de uno, muchas personas saltaban y corrían hacia ella. Rápidamente se hacía una fila. El operador entonces formulaba una pregunta a la persona que había llegado primero. Si no sabía la respuesta correcta se le descartaba, se le hacía la pregunta a la persona que seguía en la fila y así se continuaba hasta hallar a la que tenía los conocimientos requeridos; a ésta se le dejaba subir y se le transportaba a un piso superior, mientras tanto, la puerta del elevador volvía a cerrarse frente a la mirada triste de todos los rechazadosAlgunos, decepcionados, se iban a la estancia de distracciones, otros se quedaban en el túnel para volver a intentarlo.

Había quienes se la pasaban caminando, buscando que los elevadores se abrieran, pero sin trabajar ni estudiar, de modo que jamás subían porque no tenían los conocimientos exigidos.

Otros, por el contrario, se la pasaban muy entretenidos laborando y no se ponían de pie cuando el elevador se abría. Éstos, aunque tenían los conocimientos, eran demasiado timoratos para ser elegidos.

La persona que lograba subir, en el nuevo piso se encontraba con que la estancia de distracciones era más atractiva aún que en los pisos inferiores. De la misma forma el túnel de elevadores tenía talleres y mesas de estudio de mucha mayor dificultad, por eso, cuanto más alto era el piso, había menos candidatos a subir cada vez que se, abría un elevador.

Un detalle interesante llamó mi atención: los que se quedaban abajo difamaban y se burlaban cobardemente de los que subían muy alto. Siempre les decían que habían tenido buena suerte. Y en mi sueño supe que si la suerte era poseer los conocimientos necesarios y al mismo tiempo tener la agilidad para ponerse frente a la puerta que se abre, efectivamente los grandes hombres tenían mucha suerte.

Hice una pausa para observar a la audiencia.

Con agrado comprobé que Lisbeth me escuchaba de pie en el sitio en el que la había dejado. Entonces me sentí emocionado y continué mi discurso con mayor fuerza y exaltación:

Si tienes un familiar rico, no te creas con derecho a pedirle que te dé dinero. No lo tildes de tacaño, avaro, mezquino, miserable o egoísta si se niega a ayudarte. Tal vez tiene lo que tiene porque ha perdido menos tiempo que tú en la estancia de distracciones, porque mientras tú te la pasas haciendo planes sin mover un infame dedo, él se ha esmerado por prepararse en el túnel de elevadores y ha estado pendiente de las puertas que se abren. Eso es todo.

Puedes subir hasta donde quieras. Sólo los arcaicos de mente piden limosna; sólo ellos son inútiles, aunque tengan veinte años de edad… Pero tú eres joven mentalmenteTú puedes lograr tus sueños.

Es bueno pedirle a Dios lo que deseas. Está bien hablar con Él y confiarle tus anhelos, pero hoy te reto a que en vez de decirle a diario: 'Dios mío, ayúdame en el negocio, la entrevista o el examen que voy a realizar'. Le digas: 'Señor, lo que tengo que hacer, lo haré lo mejor que pueda, pondré mi mayor cuidado y entusiasmo. Obsérvame en la entrevista o en el examen. Te brindo mi mejor esfuerzo este día y dejo en tus manos el resultado…

Eso es ser responsable.

Cuentan de un hombre que olvidó su bicicleta en el mercado. Al día siguiente, desanimado, seguro de que alguien se la habría llevado, regresó a buscarla. Se llenó de alegría al encontrarla exactamente en el mismo lugar en que la había dejado. Cuando iba de regreso a su casa pasó junto a un templo, se detuvo para darle gracias a Dios por haber cuidado su bicicleta toda la noche y cuando salió del templo, su bicicleta ya no estaba

Amigo, amiga. Dios no cuida bicicletas. Él te da advertencias para que hagas tu parteTienes inteligencia, voluntad, conciencia, cuerpo; todos los elementos para triunfar, si no logras tus anhelos es que no pagaste el precio. Punto. No hay másNo le des más vueltas, no pongas más excusasComienza a hacer lo que te corresponde hoy mismo. Te reto a que tu mejor esfuerzo se convierta en tu mejor plegaria

No lo olvides. Para subir el rascacielos se requieren dos elementos básicos. PREPARACIÓN Y SENTIDO DE URGENCIA.

Moverse, estar atento a las puertas que se abren, saber que tu tiempo es importante, que no puedes dejar pasar este día sin haberlo aprovechado cabalmente. Porque hay gente a la que no le corre la vida, que parece tener aceite en las venas, que está en su trabajo y se la pasa viendo cómo se mueven las manecillas del reloj y contando los segundos que faltan para salir. ¡Parásitos!, ¡estorbos!, ¡críticos que envidian el éxito de otros!, ¡mediocres que hablan mal de los de arriba!, ¡resentidos que no soportan que otro triunfe, y menos si vive cerca, si es de su misma ciudad o país, si es de su misma edad o más joven…! Pero entiéndelo… Para subir sólo requieres de dos elementos: SENTIDO DE URGENCIA Y PREPARACIÓN. ¡Paga el precio de ser alguien…! ¡Muévete en el corredor de elevadores!

Invierte en tu menteAprende, prepárateTú no vales lo que valen las facturas de tus bienes materiales, vales lo que tienes en la cabezaAumenta tu capital mental y lo demás vendrá soloúnicamente lo que guardas en la mollera te llevará firmemente hacia tus anhelos

Hace poco escuché a una señora que se condolía de su ayudante doméstica diciendo:

-La pobrecita es analfabeta, no sabe leer

Después supe que entre ella y su ayudante doméstica no había mucha diferencia, pues su ayudante no sabía leer y la señora sabía, pero no lo hacía, de modo que eran equivalentes. Una NO tenía la habilidad, otra la tenía, pero no la practicaba… Eso se llama ser un 'analfabeto con credenciales'.

Entiéndelo de una vezJamás subirás el rascacielos sin pagar el precio de llenar tu cerebro de conceptos y experiencias, de buscar puertas abiertas con valor y decisión . Así de simple. Ya no hay lugar en los pisos superiores para los que se evaden en fiestas, viéndo la televisión obsesivamente, hablando horas por teléfono, saliendo a perder el tiempo, buscando distracciones de cualquier tipo, viendo película tras película, descansando y durmiendo

Un consejo más: ORGANIZATENo actúes como muñeco de cuerda. La buena puntería de tu sentido de urgencia es básica para lograr los resultados deseados. No gastes energía en asuntos vanos. Pon en orden tus prioridades. Hay personas que pasan horas moviéndose de un lado a otro, pero nada de lo que hacen es verdaderamente valioso. Creen que cuanto más ocupados están, más importantes sony con frecuencia se quejan por sentirse agotados y nerviosos, pero lo que más produce tensión, es saber que hemos estado aplazando nuestros proyectos importantes por ocuparnos en asuntos vanos; hay dos tipos de seres: cazadores de pulgas y cazadores de elefantes. Si pierdes el tiempo en mil detalles sin importancia acabarás exhausto y sólo tendrás pequeñas e insignificantes pulgas en tu bolsa. Si por el contrario te concentras en los asuntos de trascendencia, tal vez trabajarás igual, pero atraparás paquidermos. Lo que importa no es qué tan ocupado estás, sino cuánto, de lo que realmente importa, estás haciendo

¡Haz las cosas! ¡Deja de suspirar y hacerte el mártir! ¡Si no triunfas, es porque no te da la gana! No pongas otra excusa, pues no la hay. SAL AL CAMPO DE BATALLAHazte oír, hazte valer… Trabajad y haceos publicidad. 'Si no crees en ti, nadie lo hará, si no levantas la mano por temor a la crítica, podrás morirte y nadie te echará de menos. ¡Lucha! ¡Hasta un poeta luchador es mejor que un poeta aislado! El hombre que se dice intelectual o espiritual y se retira permanentemente, en realidad es un holgazán. Cuando estés muerto, podrás retirarte con los espíritus, cuanto te apetezca. Hoy, en tu país, en tu empresa, en tu familia, se necesitan CONOCIMIENTOS Y ACCIÓN. La desidia es sinónimo de cobardía. Enfrentarse al mundo con agallas es la única forma de llegar primero al elevador y hacer historia. ¡Nunca alcanzarás tus metas sentado en la estancia de distracciones, comiendo palomitas, viendo una película y quejándote de tu mala suerte … !

Cuando terminé el discurso estaba sudando, despeinado, agitado. Caminé detrás de la cortina para dirigirme a los camerinos laterales.

Me hallaba tomando un poco de agua y limpiándome la frente cuando apareció Lisbeth.

La puerta estaba abierta y ella entró sin tocar para pararse delante de mí, en silencio. Se veía nerviosa, y excepcionalmente bella… No supe qué hacer ni qué decir.

Los amores que tienen mayores posibilidades de perdurar NO se fraguan en los momentos de inmadurez. Ambos habíamos aprendido SOLOS a pagar el precio de subir el rascacielos. ¡Después de quince años nos reencontrábamos!

Ninguno atinaba a decir palabra. Fue uno de los instantes más bellos de mi vida.

-Lo que comenté al principio -articulé al fin-, referente a la mujer que me motivó a superarme aún sin conocerla… Se refería a ti.

-Así lo entendí. Sólo vine a darte las gracias.

Entonces me atreví a dar un paso hacia ella. Puse una mano sobre su brazo y en un gesto cariñoso le dije que la admiraba y la respetaba mucho y que, si aceptaba, me gustaría invitarla a cenar.

Me sobresalté cuando la puerta del sanatorio se abrió.

-¿Te quedaste dormido? -preguntó Lisbeth.

-No. Sólo recordaba con los ojos cerrados.

Una mujer alta con una abundante cabellera teñida de color zanahoria entró a la recepción, nos saludó cortésmente y siguió de largo hacia las oficinas.

Abrigamos la esperanza de que se tratara de la psicóloga social que estábamos esperando. No nos equivocamos.

Después de unos minutos, salió la monja para invitarnos a pasar.

El cuarto era extremadamente pequeño. Sólo había un viejo escritorio metálico y dos sillas forradas de plástico. Tomamos asiento frente a la extravagante mujer que se había puesto una bata blanca. La recepcionista abandonó el lugar y cerró la puerta. O era una madrugada muy cálida o yo estaba verdaderamente exacerbado, porque sentí que me sofocaba.

-¿Son familiares de Alma Duarte?

-Es mi hermana.

La mujer hojeó el expediente que estaba frente a ella. Su actitud era desconcertante.

-Me llamaron para que viniera a hablar con ustedes. Son las tres de la mañana. Comprenderán que hay pocas emergencias para una psicóloga social.

Lisbeth y yo guardamos silencio esperando que la mujer se dejara de ambages.

-¿Qué fue lo último que supo de su hermana?

Me impacienté.

-Que se fue de la casa cuando tenía diecisiete años para vivir en unión libre con un sujeto que le triplicaba la edad, que ese sujeto era un déspota autoritario, que yo le escribía cada mes y nunca me contestaba, que le envié cientos de libros y casetes, que es una mujer muy hermosa, pero tiene algunos… traumas- ¿Quiere más?

-¿Y por qué vinieron a buscarla aquí?

Extraje de mi bolsillo una carta y se la extendí. Ella la desdobló y la leyó con rapidez. Después la dejó sobre su mesa lentamente y comenzó a hablar escogiendo cuidadosamente sus palabras.

-En efecto. Alma estuvo internada en este hospital hace más de un mes. La trajeron inconsciente por una sobredosis.

-Ella, ¿vive?

El tiempo que la mujer tardó en contestarme fueron los segundos más largos que recuerdo.

-Es heroinómana…

Asentí lentamente sintiendo el impacto de la noticia, aunque ya esperaba oír algo así. Sin embargo, tenía que haber más. No era lógico que en un hospital de ese tipo hicieran tanto protocolo para darnos una información que, de entrada, era evidente.

-Pero, ¿está bien? -preguntó Lisbeth.

-Cuando llevaba más de la mitad del tratamiento se escapó.

-Y usted, ¿sabe dónde está?

Agachó la vista como si se tratara de algo muy triste.

-Me temo que sí.

Volvió a tomar la carta entre sus manos.

-La he visitado un par de veces, pero no quiere oírme… Señor Duarte, ¿ya se dio cuenta de la profundidad que tiene la carta que ella le escribió?

Me sentía como un niño reprendido por su madre… La mujer parecía tratar de decirnos algo que supuestamente ya debíamos saber.

-Aquí dice: 'Zahid, he perdido, igual que tú, algo irrecuperable¿sabes? Hubiera querido no ser, mujer, no ser tan débil, no haberme encerrado en mi angustia… No haber nacido

Me puse de pie con una mano en la cabeza y levanté la voz exacerbado.

-Señora, por favor, ¿puede dejar de dar rodeos y hablar claro? ¿Dónde está mi hermana?

La mujer tomó un papel de recados y anotó un domicilio. Después me lo extendió. Lo leí, pero no me dio ninguna pista.

-Aquí pueden encontrarla.

-¿Qué es esto?

-La dirección de su departamento.

Abrí la puerta del diminuto cuarto dispuesto a largarme de ahí. Eso era todo lo que necesitaba. Jalé del brazo a Lisbeth para que se apresurara a salir conmigo. La psicóloga me detuvo.

-Le recomiendo que no vaya en este momento. Son las tres de la mañana y…

-¿Y qué…? -grité con los ojos inyectados de sangre-. Hábleme claro de una vez. Mi hermana es una mujer adulta, si tiene otro amante, ¿Por que lo hace tan complicado?

-No, señor Duarte -Y entonces, arrastrando las letras me lo dijo-: Es prostituta.

15

¿Por qué me excluyeron?

Una cascada de agua helada se vertió sobre mí.

Di un paso hacia adelante y me desplomé en la silla sintiendo que la sangre se me paralizaba en las venas.

-En este hospital tratamos de ayudarla-explicó la mujer-, pero las cosas se complicaron.

Tomó un lapicero de la mesa y comenzó a darle vueltas muy despacio.

-Está inmersa en circunstancias de las que no es fácil salir… Después del diagnóstico cayó en una terrible depresión. Sigue inyectándose droga. Necesita ayuda. Urgente. Hicieron muy bien en venir. La familia puede auxiliar en estos casos, pero cuando hablé con ella al respecto me aseguró no tener familiares.

Por primera vez en mucho tiempo sentí que me resquebrajaba.

La mayoría de los hombres creemos que las mujeres de la casa tienen insensibles e inútiles cuerpos de porcelana. Por eso, nunca hablamos de sexo con ellas y a veces la decepción se convierte en cólera cuando nos enteramos, no siempre con circunstancias gratas, que la hermanita menor o la hija también practica su sexualidad. Eso me ocurrió cuando Alma se fue con aquel tipo. Hoy la estocada llegaba más profunda. Yo había logrado un buen nivel económico. Siempre hice todo lo que estuvo a mi alcance por apoyar a mi hermana. ¿Vendía su cuerpo para comer? ¿Y por qué no aceptó la ayuda que tan insistentemente le ofrecí? ¿Acaso no lo hacía por dinero sino por una total y absoluta degradación? ¿Practicaba el oficio más viejo del mundo para poder drogarse?

¿O la droga vino después? ¿Y por qué me escribía para que le tendiera una mano cuando estaba tan hundida? ¿Por qué no reaccionó antes?

Me tapé el rostro con ambas manos.

Lisbeth me abrazó por la espalda y quiso darme esperanzas, pero mi dolor le dolía tanto también que, no podía hablar.

Después de un tiempo indefinible, nos pusimos de pie con cierta torpeza cual si recién hubiésemos sufrido un accidente. En cierta forma así era. El vehículo en el que viajaba alma se había ido a un acantilado y estaba tratando de salir de los restos, incrédulo tanto de lo que me había ocurrido, cuanto de estar vivo aún.

La psicóloga nos preguntó si podía acompañarnos a ver a mi hermana.

-No -le respondí. No es necesario… Ella debe enfrentarse al hecho de que sí tiene familiares. Tal vez necesite decirme cosas muy serias y no quiero que haya testigos cuando eso ocurra.

Salimos a la recepción del hospital y le, pedí a la monja que me hiciera el favor de llamar a un taxi. Obedeció de inmediato sin preguntar nada. Era una persona respetuosa del dolor ajeno y se había dado cuenta, sólo con mirarnos, de que ya estábamos enterados de lo que ella no pudo o no quiso decirnos.

El coche llegó casi inmediatamente.

Le dimos la dirección al conductor y éste se dirigió al lugar sin hacer más comentarios.

Durante el trayecto, Lisbeth se limitó a apretarme la mano. Yo iba encerrado en mis elucubraciones, tratando de desenredar la telaraña.

Llegamos al departamento de Alma y me sorprendí al descubrir una zona elegante, de amplias avenidas y restaurantes lujosos.

Miré el reloj. iban a dar las cuatro de la mañana.

Moví la cabeza confundido:

-Tal vez, como dijo la psicóloga, no sea conveniente irrumpir en su intimidad a esta hora.

El taxista había girado todo su cuerpo para observarnos.

-¿Los llevo a otro lugar?

-Sí -contesté-, al hotel más cercano -me dirigí a Lisbeth-, podemos descabezar el sueño un par de horas antes de comenzar la jornada. Presiento que va a ser un día difícil.

-De acuerdo -aprobó confortada al verme más tranquilo.

-A cinco cuadras -comentó el conductor- hay un hotel. Es cercano pero inadecuado para turistas.

-Adelante -aprobé-. Cualquier lugar es bueno para dormir un rato.

-Con la condición de que esté limpio -objetó Lisbeth.

-Lo está. Es bueno y caro.

Fuimos directamente al sitio y bajamos del taxi.

Nos dimos cuenta de que efectivamente el hotel era lujoso, pero diseñado especialmente para el continuo tránsito de parejas furtivas. Una idea dolorosa cruzó por mi mente. Seguro mi hermana no usaba su departamento privado para "trabajar"; agucé la vista temeroso, pensando que podía estar por ahí.

-Qué curioso -me comentó Lisbeth como tratando de trivializar el momento-, ¿ya te diste cuenta del número de coches que hay en este lugar?

-Sí -contesté siguiendo un poco su juego de disimular la profunda pena que nos llevaba hasta allí-. Un amigo empresario me platicaba que los hoteles turísticos tienen serios problemas para mantenerse en la línea de rentabilidad, pero los "de paso" se hallan, por lo común, con cien por ciento de ocupación.

-¿Y eso qué indica?

-La cantidad tan estratosférica de infidelidades que hay. Las parejas de jóvenes no pueden pagar el dinero que cuesta venir a un lugar de éstos continuamente, así que quienes lo frecuentan son, en su mayoría, personas adultas. Los adultos en su generalidad están casados y un hombre casado, por lo común, no trae a su esposa a un hotel de paso… Te apuesto que, a nuestro alrededor, la mayoría de los cuartos se encuentran ocupados por parejas que están engañando a sus cónyuges.

Entramos al vestíbulo y pedimos un cuarto. El joven del mostrador tuvo problemas para hallar una habitación libre. Finalmente, después de cambiar de opinión dos veces nos dio la llave e indicó el camino. Ni siquiera nos preguntó si llevábamos equipaje. Era obvio no.

Llegamos a la habitación y entramos.

Efectivamente era un sitio limpio y agradable. Parecía un nido de amor, aunque había algo de artificial en el ambiente.

Me senté en la cama y me descalcé. Lisbeth se sentó junto a mí. La abracé y no pude contener el pesar otra vez. Esto era demasiado increíble para creerse, demasiado ininteligible para entenderse. La miré entre nubes.

-¿Por qué?

Se encogió de hombros. En silencio me decía: "No sé por qué ocurrió esto, créeme, lo ignoro, tampoco sé lo que vamos a hacer, pero estoy a tu lado, llora conmigo, si así lo quieres'.

Me reincorporé un poco y tomé el teléfono con decisión.

-¿A quién le vas a hablar? -preguntó.

-A mis padres. Viven cerca de aquí. Aunque Alma no quiera que nadie sepa dónde está, ellos tienen derecho…

-Calma. Relájate… Yo haré la llamada. Al rato. Ahora descansa…

Me quitó el aparato telefónico y me empujó cariñosamente hacia atrás. Abracé su cálido cuerpo y, sin saber cómo ni cuándo, me quedé profundamente dormido.

No soñé nada. El físico estaba tan exhausto y la mente tan impresionada que literalmente me fui a otro mundo por cuatro horas.

En mi letargo escuché a lo lejos el agua de la regadera cayendo.

Cuando desperté, me costó unos segundos ubicarme en la realidad y recordar la penosa situación. Al inverso que otras veces, abandonar el sueño plácido me llevó a la pesadilla de mi vigilia. Eran pasadas las ocho de la mañana y Lisbeth se estaba terminando de duchar.

Apenas salió del baño me informó que había telefoneado a mis padres y que no debían de tardar en llegar.

Me acicalé el cabello y acomodé mi camisa arrugada. En efecto, Lisbeth estaba terminando de arreglarse cuando tocaron la puerta.

Abrí vibrando por una repentina agitación.

Mi madre, un poco más rolliza de lo que estaba cuatro meses antes, en mi boda, me miraba. Detrás de ella papá.

-Pasen.

-Gracias. Nos habló tu esposa.

-Sí. Pasen.

Los recién llegados saludaron con un beso a su hija política y se volvieron hacia mí, visiblemente preocupados.

-¿Es verdad que han hallado a Alma? ¿Cómo está?

-Hoy se pondrán al tanto de asuntos muy tristes -comenté lentamente.

-¿Qué ocurre?

-Algo grave.

Mamá fue la primera en sospechar.

-¿Cayó en el alcoholismo?

-¿por qué lo preguntas? ¿Tú sabes algo respecto a sus… vicios?

-No. Es decir… ¿qué vicios?

-Hicimos este apremiante viaje porque Alma me escribió desde un hospital.

-¿Tuvo un accidente?

-En cierta forma. Los adictos a la heroína nunca pueden saber si la dosis que se inyectan es correcta…

-Alma se…

-Sí -confirmé-. Además es prostituta.

Mi padre estuvo a punto de caerse. Mamá, por el contrario, abrió mucho los ojos y se abalanzó hacia mí, histérica, golpeándome con los puños.

-¡Estás mintiendo! ¡Mentiroso! ¡Lo dices por vengarte de nosotros! ¡Es mentira! ¿Verdad? Di que es mentira…

Sin dejar de golpearme, aunque cada vez con menos fuerza, se fue yendo al suelo lentamente. La detuve. La conduje hasta la cama para que se sentara y me separé. No me conmoví por su escena. Me era imposible definir hasta qué punto era legítima.

-Voy a hacerles una pregunta y quiero que me digan la verdad -miré a papá con mi ojo sano seguro de que le bastaría para darse cuenta de mi ofuscación-. ¿Qué rayos ocurrió con ella antes de que se fugara con aquel hombre?

Por unos segundos ninguno de los dos se atrevió a hablar.

Mamá seguía sollozando.

Sin mirarlo comentó:

-Tendremos que decírselo.

Lisbeth estaba de pie junto a la pared sin lograr asimilar cuanto estaba presenciando. El aire se volvió difícil de retener por los pulmones. En la estancia cayó la sombra de un asunto que ellos a todas luces conocían y que posiblemente habían tratado de olvidar.

-¿Te has quedado mudo, papá?

-No -contestó gangoseando-. Al enterarnos… decidimos mudarnos de casa.

-¿Al enterarse de qué?

Traté de hilvanar los datos. Ellos abandonaron el edificio cuando yo estaba en el último grado de la carrera. ¿Qué pudo ocurrir en ese tiempo lo suficientemente grave, tanto para hacerlos cambiarse de residencia, cuanto para mantenerlo en absoluto secreto?

-Cuando yo era alcohólico activo -comenzó papá-, te fracturaste el brazo porque te empujé por la escalera… -se detuvo para buscar la mejor forma de decirlo-. Alma tenía nueve años y tú quince. Mientras mamá te llevaba al sanatorio, Ro bajó de su piso, me ayudó a entrar en la casa y me recostó. Alma estaba llorando desconsolada. Al quedarme dormido, Ro la llevó a la sala para explicarle que no debía tener miedo, que él la cuidaría y la protegería siempre.

¿De qué me hablaba? Me llevé las dos manos a la cara tratando de comprender lo que había detrás de sus palabras.

-¿Alguna vez has sentido que eres un inútil?

-¿Por qué me preguntas eso?

-No séPero así me siento a veces. Tonta, sin ganas de vivir El mundo es una porquería Yo paso mucho tiempo sola Sólo mi tío Ro me comprende Sólo estoy deprimida.

¿Había dicho: Sólo mi tío Ro?

Una espada afilada me atravesó el cerebro al empezar a comprender…

Tu dolor fue conocido por todos y eso te ayudó a curarte, el mío en cambio fue secreto y me ha ido matando lentamente, con los años

Dios mío, no era posible…

La piel se me erizó estremecida y sentí que mi espíritu se partía en dos…

-Alma le tenía mucho miedo a Ro -dijo mi madre al fin-, pero a la vez se sentía halagada de que la considerara alguien especial. No fue sino hasta muy entrada la adolescencia cuando supo que lo que él hacía con ella se llamaba incesto…

Sentí la parálisis de un terror electrizante. ¿Había escuchado bien?

Como un enfermo cardiaco que ha hecho más ejercicio de la cuenta, me recargué en la pared, oprimiéndome el pecho con la mano sintiendo que me desfallecía.

-Tú estabas en la universidad -tomó las riendas papá-, un día ella llegó ebria a la casa. Me asusté sólo de pensar que caería en la misma trampa de la que yo estaba terminando de salir. La reprendí muy severamente. Entonces me dijo que ya se había alcoholizado antes con su tío. La sacudí para que terminara de explicármelo todo. Tuvo que estar embriagada para revelarnos lo que mi hermano le hacía… El impacto y la culpabilidad fueron tan severos para mí, que comencé a tomar nuevamente. Recaí de forma terrible. Me volví mucho más dependiente de la botella que antes. Estuve a punto de morirme…

Mi madre había dejado de llorar y estaba sentada en la cama con la vista perdida. Parecía que su mente se había extraviado en el ayer y hubiese perdido la capacidad para valorar las consecuencias de lo que estaba recordando.

Mi padre reinició su arenga en voz baja y atonal:

-Alma nos confesó que Ro parecía tener un olfato especial para adivinar el momento en que podía encontrarla disponible. Ponía el seguro interior, le enseñaba todo tipo de besos y abrazos, la tocaba por debajo de la ropa y la obligaba… a sobarle "su parte". A veces a ella le daba asco y lloraba, pero él le decía que no quería hacerle daño, que estaba muy triste y muy solo desde que enviudó y que, de verdad, ella era la persona más importante en su vida. Cuando nosotros llegábamos de improviso, desaparecía subiendo la escalera de caracol.

-Un momento -la interrumpí sintiendo que la sangre me hervía en las venas-. ¿Ro le hacía eso a una niña de nueve años?

No contestaron. La respuesta era afirmativa.

-Mamá -le reclamé-, ¿qué hiciste tú? ¿No la ayudaste? Movió la cabeza saltándose en un llanto terrible nuevamente.

-Nadie sospechaba lo que estaba pasando. Tu hermana era muy callada.

-¡Pero ella ayudaba a Ro a acomodar las cajas de películas en el videoclub todas las noches! Tú se lo pediste en reciprocidad a todo lo que ese cerdo supuestamente nos apoyaba. ¿Por qué no fuiste más maliciosa? ¡Era sólo una niña!

No hubo respuesta.

Tiempo después supe que detrás del mostrador, mientras Alma acomodaba las cajas, él la manoseaba; que una noche trató de penetrarla pero no lo logró, la lastimó. la hizo sangrar y le dijo que era algo natural y que debía aprender a ser mujer. Insistió en que su madre hacía lo mismo con su esposo y que todos los hombres y mujeres lo hacían… El cuerpo de Alma se cerró a toda posible entrada y el degenerado se resignó a eyacular obligando a la niña a acariciarlo y a besarlo.

Mi madre lloraba con gran aflicción. No podía o no quería hablar. Yo estaba preso de un coraje ingente, indescriptible, más terrible del que haya sentido nunca en mi vida.

-Ustedes se cambiaron de casa cuando Alma tenía diecisiete años -calculé-. ¿Por qué nunca me dijeron…?

-No queríamos preocuparte -aclaró papá-. Estabas terminando con honores tu licenciatura y deseabas iniciar un postgrado.

-iPero cómo…! -grité dando un fuerte golpe sobre la cómoda-. ¿Qué derecho tenían a ocultarme lo que pasaba en mi familia?

-No creímos que lo tomarías así.

Comencé a llorar de rabia, de tristeza. Me sentía humillado por haber sido excluido.

¡Cuántas cosas pueden ocurrir cerca de nosotros sin que nos demos cuenta! Los padres suelen ser los últimos en enterarse de los problemas sexuales de sus hijos, los engañados los últimos en saber de la aventura de su cónyuge, los hermanos los últimos en saber sus angustias mutuas…

Lisbeth, pasmada, yerta, miraba al suelo. Seguramente había escuchado muchos testimonios parecidos, pero éste, por la forma en que nos afectaba personalmente, la dejaba gélida. Yo tenía apretados los puños con tal fuerza que mis nudillos se habían puesto blancos. Recordaba la mirada de mi hermanita en el hospital cuidándome. Siempre tan solícita y dulce… En aquel entonces, no pude imaginar que esa niña inocente había vivido más que yo, conocía la maldad del mundo más intrínsecamente y estaba atorada en una frustración más lacerante que la mía.

-Papá -reclamé furioso-. Rehabilitarse de una enfermedad como la tuya implica un crecimiento espiritual muy grande, implica rodearse de gente muy positiva. ¿Por qué no le transmitiste a tu hija todo lo que sabías?

-No hubo tiempo, ¿entiendes? Tiempo fue el problema… Cuando ella nos reveló todo, yo tuve la recaída. Volví al hospital de desintoxicación. Estuve en tratamiento por varios meses. Al reponerme, nos mudamos de casa y comencé a tratar de ayudarla, pero ella estaba muy endurecida y a las pocas semanas se fue con aquel fulano…

-Y yo -bisbisó mi madre al fin con voz entrecortado la consolé, intenté llevarla con un psicólogo, pero no aceptaba nada de mí. Me odiaba.

-¿Qué le hicieron a Ro?

-En cuanto nos enteramos, subí a reclamarle -comentó papá-, nos peleamos a golpes. Tu abuela presenció la escena.

Parece que nunca se recuperó de eso. Desde entonces se le declaró la diabetes.

-¡Pobrecita! -me burlé-. ¿Qué más hicieron?

-Era un familiar, no lo podíamos meter a la cárcel. La salud de tu abuela estaba de por medio. Nos alejamos de él. Eso fue todo.

-No lo puedo creer…

-Cariño -interrumpió Lisbeth acercándose-. Se nos hace tarde. Debemos ir a ver a Alma.

16

Abuso a menores

Depositamos la llave en el buzón del hotel y salimos a la calle sin hablar.

Papá había estacionado su coche enfrente.

Lisbeth y yo nos subimos al asiento trasero. Estuve a punto de sentarme sobre una enorme Biblia llena de anotaciones.

-Qué sorpresa -le dije a mi padre-. ¿Lees este Libro?

-Preparo un discurso. El domingo en la iglesia me toca hablar un poco.

Cierta emoción de avenencia me invadió. Algo bueno tenía que haberle ocurrido a mi padre en tanto tiempo, pero de pronto sospeché una irregularidad en el asunto y comenté:

-¿Eres un pintor de monstruos?

-No te burles.

-Claro que no. Tú sabes que soy profundamente creyente, pero cuando conozco a alguien que es incapaz de convertir en hechos sus conceptos teológicos creo que es un pintor de monstruos.

-¿Pintor de…?

-Sí. El que pinta perros, caballos o gatos tiene que ser un profesional, porque todos saben cómo son esos animales, pero el que pinta monstruos puede dibujar espantajos a su libre antojo y siempre le saldrán bien.

Me observó sin entender. Continué motivado por un fuego que no había terminado de sofocarse:

-Tomar la Biblia y levantarla diciendo "a Dios no le agrada tu actitud', 'Dios se va enojar por lo que piensas', 'DIOS está triste','Dios me dijo que hicieras aquello', es pintar monstruos. Sabes que no fallarás porque nadie ha visto a Dios, pero te envistes de una falsa autoridad para hablar en su nombre, hablar ficticiamente, escondido detrás de tu trinchera. HABLAR, ¿me explico? Porque HACER las cosas es distinto, es como pintar rostros humanos. Todos podrían saber si te equivocaste.

-Discúlpame, pero no te entiendo.

-No importa. Nunca nos hemos entendido.

Llegamos al departamento de Alma.

Tocamos a la puerta y aguardamos.

Nadie nos abrió.

Traté de distinguir lo que había en el interior a través de la gruesa cortina mientras Lisbeth volvía a tocar. Era inútil. No había nadie. Me sentí impotente sin saber cuál era el siguiente paso. ¿Hacer guardia en ese lugar? ¿Cuánto tiempo? ¿Horas? ¿Días?

Me desesperé.

-¡Alma! -grité golpeando el cristal con la palma de la mano-. Soy Zahid. ¡Si estás ahí ábreme..!

La vecina del departamento contiguo abrió la puerta y nos miró amenazadora.

-¿Usted conoce a la persona que vive aquí? -le pregunté apenado por el escándalo.

-No me llevo con ella.

-¿Pero sabe dónde puede estar?

-No.

La vecina cerró su puerta con despecho; encrespé los puños indignado. Tuve un último arrebato y pateé la puerta del supuesto cuarto de Alma.

Nos miramos sin saber qué hacer.

-Nosotros conocemos su antiguo domicilio -dijo papá-, está un poco lejos, pero tal vez ahí sepan de ella.

-¿Y si llega aquí? -objeté.

-Zahid y yo podemos quedarnos aguardando mientras ustedes van.

Asintieron y se fueron sin despedirse. Los vimos alejarse.

Me desagradaba haberme tenido que quedar "de guardia". Para mi natural carácter hiperactivo, era todo un sacrificio permanecer quieto.

Lisbeth y yo nos abrazamos por la espalda recargados en la baranda del edificio mirando hacia abajo en un ambiente de profundísima tristeza.

-Lo que le ocurrió a tu hermana -mencionó casi en un susurro- es más común de lo que se puede pensar.

La miré cuestionarme y tratando de hallarle sentido a todo eso, me aferré a la idea de poder conversar no con mi esposa sino con la directora del Centro de Protección para la Mujer.

-Todo el mundo sabe que estas cosas ocurren -proferí-, pero, ¿a qué grado?

-Al grado de que cualquier persona puede tener en su familia a una Alma.

La atisbé con desconsuelo, abrigando la fe de que, al dialogar iba a poder disminuir un poco el peso de la losa que me prensaba. Se dio cuenta de mi avidez y comenzó a hablar muy despacio:

-A nuestro alrededor hay mies de casos de incesto diariamente. Las víctimas varían de los dos meses a los dieciocho años de edad -se detuvo para contemplarme con ternura. Le hice una seña con la cabeza para que siguiera-. De los millones de jóvenes que abandonan su casa cada año -puntualizó-, se ha comprobado que de cuarenta a sesenta por ciento lo hacen porque han sufrido abusos sexuales.

Observé la puerta del departamento cerrada.

-¿Y por qué ella no se limitó a huir? ¿Por qué no trató de hacer su vida nuevamente? ¿Por qué el problema la persiguió hasta aquí?

-Tu hermana no está en esta situación por casualidad. Se haya culminado o no un acto genital, el daño del incesto casi nunca es físico, es psicológico. Produce falta de confianza, miedos obsesivos, timidez, baja autoestima, vergüenza, sensación profunda de culpa, incapacidad para decir 'no' a las presiones sexuales posteriores, aislamiento y depresión

Tomé entre mis dedos la hoja de una planta artificial que adornaba la terraza admirando lo real que parecía. Cualquiera hubiera dicho que Alma y yo éramos amigos. Los lazos humanos son muchas veces así. Bellos por fuera, pero artificiales, muertos, de plástico, igual que las hojas de esa planta.

-Pensé que estos asuntos sólo ocurrían en películas -susurré como para mí.

-Bueno, Zahid. Tú y yo hemos visto filmes que muestran a una mujer de la calle vendiendo su cuerpo por el severo trauma que le produjo un incesto… Pero esta situación es común y antigua. Debes saber que el abuso sexual a niñas es el origen de la gran mayoría de la prostitución. En un reciente estudio estadístico se asegura que ochenta por ciento de las prostitutas sufrieron abuso sexual en su infancia, que ochenta por ciento de los violadores de menores fueron violados cuando eran niños y que la mayoría de las mujeres que han sufrido abusos en su niñez, presenta disfunciones sexuales cuando es adulta. Además, existe la pornografía infantil; revistas y películas que promueven abiertamente el incesto y el estupro.'

Me quedé mudo por un largo rato asombrado por los terribles datos que me estaba dando la fundadora del Centro de Protección para la Mujer.

-En qué mundo vivimos… -exhalé después.

-El abuso a menores es un problema serio.

-¿Pero cómo evitarlo? -pregunté.

-Para empezar, enseñándoles a los niños desde muy pequeños que su parecer es importante; que todo lo que sienten merece ser escuchado, que tienen derecho a estar en desacuerdo, a decir lo que piensan e incluso a objetar las órdenes de los adultos con razones claras. Educarlos para cuestionar y proponer; crearles un carácter abierto y sin inhibiciones. Esto puede ser difícil de manejar para los padres autoritarios, pero es la mejor forma de protegerlos.

Observé a mi esposa sin poder ocultar la angustia que me asfixiaba. Las gotas de sudor me bajaban por la frente. Extraje un pañuelo de mi bolsillo y comencé a secarme la cara.

Yo le di a Alma la obra 'Libertad interior' para que la leyera, pero de haber sabido lo que le ocurría… la hubiera sacudido, le hubiera gritado en la cara: '¡Alma, está bien si dices NO! ¡Es correcto si te quejas y manifiestas tu inconformidad! ¡Tienes derecho a no cargar con las culpas de otros, puedes cambiar de opinión, di abiertamente 'no sé' o 'no entiendo', libérate del complejo de acusado! ¡Es adecuado exigir que te expliquen las cosas! ¡Es saludable no caerle bien a todas las personas! ¡Nunca te amará nadie si no eres capaz de correr el riesgo de que algunos te aborrezcan!'

Un nudo en la garganta me hizo agacharme. Abracé a Lisbeth desconsolado.

¿Por qué no les enseñan asertividad a los niños en la escuela como les enseñan matemáticas?

Me separé un poco y pregunté a mi esposa con cierto temor:

-El instinto carnal puede ser muy traicionero. Dime una cosa: ¿Para reducir las posibilidades de incesto hay que mantener alejados a los padres de sus hijas?

Lisbeth contestó con una seguridad inmediata:

-Eso nunca. Es exactamente al contrario… Los padres que participan en la alimentación, en el cambio de pañales y en el crecimiento de forma CERCANA desde que sus hijos son bebés, tienen una mejor y más sana perspectiva de lo vulnerables que son los niños, aprenden a quererlos y no cometen nunca la atrocidad de distanciarse tanto de ellos emocionalmente como para desear acercarse físicamente de forma insana… En una ocasión escuché a un hombre confesar que vivía tan DISTANTE de su hija que simplemente la veía como una mujer pequeña y que eso le llevó a acariciarla. Se bloqueó ante la idea de que era una niña y de que además era su hija… Un padre intrínsecamente CERCANO que les enseña a sus pequeños un deporte, un arte, una ciencia, que ora con ellos, que les platica sus emociones, los escucha, los ve crecer y aprende a amarlos como son, no puede bloquearse…

Respiré descansado al oír su respuesta. Me preocupaba que los padres de hoy, ya de por sí distantes, tuvieran que mantenerse alejados de sus pequeños para evitar riesgos y era reconfortante saber que se requería exactamente lo contrario: Cercanía

-Y cuando un niño está inmerso en el problema, ¿cómo se le ayuda?

-El pequeño atrapado por un degenerado, necesita, alguien diferente en quien confiar, que lo separe a tiempo de su ofensor, que le dé apoyo legal, que le ayude a dejar el pasado caminando comprensivamente a su lado… Requiere alguien que le diga que NO TIENE LA CULPA, que su ofensor es un desequilibrado que también necesita ayuda, que le enseñe a comprender, a perdonar, a ver hacia adelante; requiere de alguien que no pierda el control ni exagere diciendo que le han echado a perder la vida, alguien que lo trate como una persona normal, que lo ayude a sentirse aceptado, que le enseñe a jugar, a ser niño de nuevo y, de ser posible, que le muestre la posibilidad de identificarse con una nueva y diferente paternidad.

-Es todo un sistema… -comenté entristecido.

-Tal vez Alma todavía esté a tiempo de recibir alguna ayuda -comentó-, será muy difícil, Zahid, pero quiero decirte una cosa -levantó la vista para observarme con unos ojos decididamente sinceros-. Por ti, por mí, por nuestro pasado… Porque de algo debe servirnos la experiencia, si me lo permites y logramos encontrarla pronto, yo me convertiré en ese alguien que ella necesita.

Tuve deseos de besarla, agradecido por la esperanza que me dejaba sentir, pero no lo hice. Estaba demasiado confundido aún.

Repentinamente el tío Ro se me vino a la mente. Si no hubiera sido por ese desgraciado hijo de Satanás…

Di dos pasos hacia atrás disponiéndome a retirarme.

-¿Adónde vas?

-No te muevas de aquí. Vengo en media hora.

Cuando estuve frente al viejo edificio lo analicé cuidadosamente antes de entrar. El negocio de películas había cerrado y ahora se rentaba el local a un pequeño restaurante.

Miré la escalera forrada con baldosas de estilo antiguo; en sus bordes me golpeé cuando rodé por ellas la tarde en que mi padre me empujó. Subí lentamente respirando los aromas del recuerdo cual si las paredes sin pintar abrigaran entre sus partículas vibraciones intensas de sufrimiento. Pasé de largo frente a la puerta del piso que fue mi casa, la puerta que había sido forzada por los atracadores que me sacaron el ojo, la puerta que una noche abrí para hallar el bacanal de mi padre con sus amigos semidesnudos, la puerta que había sido cerrada por dentro cuando mi tío abusaba de Alma.

Eché un vistazo hacia arriba.

Mi abuela había muerto cinco años atrás y Ro se volvió a casar. Extrañamente (ahora me lo explicaba), se alejó de la familia cuando mis padres se mudaron. No fue a mi boda y nunca contestó las tarjetas postales que le envié.

Llegué respirando exaltadamente. No estaba seguro de poder respetar la norma de "ir pacíficamente contra corriente" al volver a ver a Ro.

Toqué la puerta fuertemente con los nudillos, movido por una carga de adrenalina incontenible.

Me abrió su esposa a quien yo no conocía. La hice a un lado para entrar.

-Vengo a ver al hermano de mi padre… La mujer me miró con asombro y temor.

-¿Quién lo busca?

-¡Ro, viejo imbécil! -grité ignorando a la señora-. ¡Sal de tu cuarto!

El hombre apareció en pantuflas dando pequeños pasos, sin acabar de entender lo que pasaba.

Lo miré unos segundos sintiendo cómo la rabia me dominaba. Fue algo incontrolable.

-¿Por qué irrumpes de esa forma? -intentó reclamarme.

No lo dejé continuar. Me acerqué a grandes pasos y lo agarré de la solapa.

-Eres un maldito y pestilente cerdo.

-¿Pero qué te pasa?

Me volví ligeramente para hablar con la mujer que nos veía asustada.

-Señora. Este sujeto es un miserable degenerado que abusó de mi hermana durante muchos años. Comenzó a mancillarla cuando era una niña y con la excusa de estar ayudando a la familia siguió haciéndolo a escondidas… Es un puerco traicionero en quien no se puede confiar.

Ro tartamudeó intentando zafarse de mi opresión.

-Sal… sal… de aquí inmediatamente.

Mi mente ofuscada no alcanzaba a comprender lo que Lisbeth me había advertido respecto a que un abusador en realidad era una persona que necesitaba ayuda. Yo solía ayudar a mucha gente, pero al fulano que estaba frente a mí deseaba verlo hundido en los detritos.

-¿Quieres que salga de esta casa, cretino detestable? ¿De la casa que usaste como refugio para esconderte después de que abusabas de tu sobrina subiendo esas viejas escaleras de madera? ¿Cómo puedes tener la desfachatez de vivir en un lugar que debe de recordarte cada centímetro tus perversiones? iEres un corrompido vicioso decadente!

Ro se zafó para tratar de correr a su recámara pero logré pescarlo de la bata antes de que pudiera encerrarse.

Lo empujé con violencia y cuando estuvo con la espalda en la pared me preparé para asestarle un fuerte puñetazo en el rostro, zafarle la dentadura postiza y romperle algunos dientes, pero justo un segundo antes me detuve jadeando. La mente ofuscada no pensaba en las consecuencias, pero la naturaleza íntima fraguada a través de muchos años de aprender a conducirme me impedía desquitarme por mi propia mano. Desde que perdí el ojo, ante las afrentas me había limitado a poner a Dios por testigo para seguir el camino con la absoluta confianza de que mi agresor recibiría su justo escarmiento. ¡Nunca lastimé directamente a otro! ¡No le debía nada a nadie, por eso triunfé! Recordé la carta.

'Tal vez no puedas ayudarme, sé que darías tu vista completa por mí, si fuera necesario, pero no quiero ser una carga más.

No se equivocaba… Mi vista y mi vida.

Levanté al viejo Ro como pude y lo arrastré hasta el balcón mientras él le susurraba a su esposa que trajera la pistola.

Lo icé para poner su inmunda cabeza fuera de la balaustrada y obligarlo a ver el panorama que yo vi cuando mi hermana estaba siendo atacada por los asaltantes en el piso de abajo.

-¿Te gustaría sentir lo que es caer al vacío sin que nadie te tienda una mano?

Lo empujé hasta poner la mitad de su cuerpo en el aire.

-Si sabes caer, tal vez no te mates. Procura que así ocurra…

-Por favor -suplicó aterrorizado al darse cuenta de que la amenaza iba en serio.

-¡Suéltelo!

La señora estaba detrás de mí apuntándome con el arma. Aflojé la presión y Ro se aferró a la baranda para quedar a salvo del despeñamiento.

La vieja lloraba y temblaba como una colegiala a la que se le ha exigido de improviso pasar al frente a explicar la clase. Me di cuenta de que la pistola no podía estar cargada y que ella, por su apariencia convulsa y torpe, definitivamente no tenía la menor habilidad para usar armas.

Volví hasta mi tío que se había puesto en guardia, pero era torpe y pesado. Lo empujé hacia atrás. Chocó con el antepecho del balcón y se desplomó de forma teatral. Cayó con las piernas abiertas como una muñeca rota.

Si en ese instante le daba una fuerte patada en los genitales era seguro que por la posición y la cólera, al menos le reventaría un testículo, pero era una forma muy barata de cobrarme. Yo ya no era el joven impulsivo de dieciocho años que destruyó la guarida de sus opositores.

Lo contemplé tirado sin poder evitar algunas lágrimas de rabia.

Me di cuenta de que el hombre estaba maldito, que una terrible condena había caído sobre él por sus mismos actos.

-Vivirás una amargura descomunal -le dije-, morirás solo y emponzoñado no tendrás paz jamás. Es una Ley terminante y fatal: "Son normales los tropiezos pero, ¡hay de aquel adulto que haga tropezar a un niño o niña!, el castigo que le espera es tan grande que mejor le fuera que se atase al cuello una piedra de molino y se arrojase al mar". Me das lástima. Lo más grave para ti, está por venir aún.

Me di la vuelta sin decir más, dirigiéndome a la puerta para salir del departamento, me despedí de la señora quien me veía aterrada y temblequeaba con las dos manos estiradas, asiendo una pistola que apuntaba hacia abajo.

17

Volar sobre el pantano

De regreso cavilaba que, en efecto, para triunfar se requieren dos elementos básicos: preparación y sentido de urgencia. Este último punto es un hábito de decisión y agresividad que no permite a la persona ser pasiva ni encogerse de hombros ante las circunstancias. Un triunfador es, en esencia, diligente y aventurado.

Me sentí un poco confundido, pues nunca había pensado que el sentido de urgencia podía llevar a alguien a dañar a otros. Seguramente Adolfo Hitler también había tenido preparación y sentido de urgencia.

"De acuerdo", refuté, "pero no tenía valores."

Le pedí al taxista que me prestara unos minutos el lápiz que llevaba en la oreja, saqué una de mis tarjetas de presentación y escribí al reverso lo que llamaría después "La fórmula del valor humano':

VALOR HUMANO: BONDAD +CONOCIMIENTOS +ACCIONES

BONDAD + CONOCIMIENTOS (Sin acciones) = Ilusiones de sabios frustrados.

BONDAD + ACCIONES (Sin conocimientos) = Torpezas de ingenuos bienintencionados.

ACCIONES + CONOCIMIENTOS (Sin bondad) = Vilezas de líderes malvados.

Contemplé mi nueva teoría calibrando lo simple que era y la forma como proponía un modelo fehaciente para medir el valor real de las personas.

Devolví al taxista su lápiz dándole las gracias y me negué a aceptar que mi escarnio a Ro hubiera sido "vileza de líder malvado". A mí no me faltaba el tercer elemento de la fórmula. Yo era una persona buena, sólo estaba lastimado por la manera en que lastimó a Alma y, en efecto, me sentía mal por haberlo atacado, pero no arrepentido.

Encontré a Lisbeth parada en el mismo lugar en que la dejé, recargada en el barandal, mirando hacia abajo dubitativa.

-¿No ha habido nada? -Pregunté.

-No. ¿Adónde fuiste?

-A desahogar la presión que me estaba matando.

Toqué la puerta del departamento dispuesto a derribarla. No podíamos estar más tiempo ahí parados.

La mujer de enfrente volvió a salir.

-Lo siento -comenté-. ¿De verdad no puede informarnos nada respecto a la persona que vive aquí?

La vecina se dio cuenta de que no nos iríamos hasta hallar una solución.

-Lo único que sé -anunció con voz parca- es que tiene una amiga en el sexto piso. Departamento dieciocho.

Desconcertado aún por el dato inesperado comencé a agradecerle, pero ella volvió a cerrar sin esperar respuesta.

Dejamos una nota a mis padres y subimos inmediatamente las escaleras hasta llegar al lugar indicado.

Por un momento ninguno de los dos se atrevió a tocar.

Había sido demasiada angustia desde que iniciamos el viaje, demasiados descalabros en nuestros descubrimientos. No deseaba recibir el siguiente golpe.

Antes de llamar, la puerta se abrió y salió una mujer joven bien arreglada.

El sobresalto fue mutuo.

-¿Se les ofrece algo?

-Sí… no… es decir… ¿éste es el departamento dieciocho?

Nos estudió con desconfianza. En la puerta había dos grandes números: un uno y un ocho. Lisbeth salió al rescate con más aplomo.

-Disculpe nuestra aprensión, pero tenemos varias horas buscando a una joven llamada Alma Duarte. Somos sus familiares. Ella nos instó a venir. Escribió una carta urgente y ha sido muy difícil encontrarla. ¿Usted nos puede informar?

-¿Cómo sé que no son policías?

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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