La Unción de los enfermos y pastoral de la salud (página 2)
Enviado por Juan Carlos caceres balbuena
Este trabajo, sin querer incurrir en un análisis crítico de la objetividad de las apreciaciones globales, y mucho menos una profundización exhaustiva de la bibliografía existente; quiere sólo presentar al sacramento de la Unción de los enfermos y la pastoral de la salud en su aspecto antropológico, bíblico, magisterial y pastoral en representación de los más connotados autores, sutilmente salpicado de las aportaciones personales del inspirador de esta tesis.
Este trabajo pretende responder a ¿que es el sacramento de la unción de los enfermos? ¿Cuál fue su origen? ¿Cuál es la interpretación antigua y actual? y ¿cuál será la mejor pastoral que responderá a las necesidades de los creyentes hoy?
El objeto de nuestro estudio "es un sacramento que la Iglesia celebra en la situación de enfermedad "grave" y subrayo lo grave porque "poco a poco la unción se extremizó", "in extremis" y se dejó para los moribundos o personas que se encontraban "in artículo mortis" a partir del siglo XI. El autor Dionisio Borobio cita como el autor más importante a Santo Tomás de Aquino y en cuanto al nombre del sacramento también utiliza "extrema Unction", "ultimun remedium" y se destina a los que están "in statu exeuntium" [1]
"El sacramento de la unción de los enfermos está coordinado a su manera con el sacramento de la penitencia, al igual que la confirmación con el bautismo"[2] y no subordinado al sacramento de la penitencia como nosotros trataremos de demostrar.
El Sacramento Unción de Enfermos presenta "dos vertiente": la antropológica-teológica que se centrará en la situación de enfermedad y su sentido desde las fuentes de la revelación (Escritura, Tradición) e histórico dogmático y la praxis pastoral atendiendo a las diversas situaciones
El método de exposición que pretendemos seguir será resaltar la aportación de lo dado histórico y por sobre todo revalorizar este sacramento ya que es la fuerza de la esperanza, el signo del amor, y la fortaleza de la fe. No sólo los fieles son responsables de que la enfermedad, el dolor y la muerte se silencie, rodeando de silencio a los moribundos. Sino que todo esto forma parte de la totalidad de su ser, de su vivir y su creer. También los pastores han venido a marginar en gran parte a los enfermos y a los sacramentos. "La comunión, la unción, el viático no se dan porque no se piden, pero no se piden porque tampoco se ofrecen"[3].
PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
La unción de los enfermos es uno de los siete sacramentos que presenta la Iglesia. Sin embargo, es el sacramento más olvidado. Obviamente eso trae consigo el desconocimiento que da lugar a varias interpretaciones, que en algunos casos son falsas, basamentadas en la religiosidad popular y no así en la doctrina de la Iglesia. Evidentemente el mundo secular ha avanzado y se ha dejado más la vivencia religiosa, la vida superficial de tantos cristianos le lleva a una simple participación en los actos litúrgicos y cada vez más son menos los que tienen interés en profundizar los sacramentos a través de la lectura y participación en los cursos de formación que ofrecen las parroquias.
Los fieles católicos se han caracterizado por la falta de formación bíblica y teológica, en este sentido se tiene que reconocer que las sectas están "sobre" nosotros. La realidad de nuestra comunidad cristiana católica, en su formación bíblica y teológica, en sí misma es un grito que clama conocimiento y la acción inmediata de la jerarquía de la Iglesia para buscar medios de paliar esta triste realidad.
Algunos creen que el Sacramento de la Unción de los Enfermos es el último en orden al proceso del desarrollo vital del cristiano, por tal motivo que muchos se niegan a recibir este sacramento por temor a una partida definitiva al otro mundo, cuando que en realidad el efecto es lo contrario, es decir, es un sacramento de sanación. Nuestra gente, por la misma creencia, siempre espera que el enfermo esté en el último momento de su vida para llamarle al sacerdote, sin embargo, el sacramento de unción de los enfermos puede ser impartido mucho antes de que esté en esa situación.
CAPÍTULO 1
1-FUNDAMENTO ANTROPOLÓGICO DE LA ENFERMEDAD
1.1-Presencia de la enfermedad en la vida humana
Todo sacramento se sitúa en momentos importantes de la vida de un cristiano; no nace de una serie de abstracciones extrañas a la realidad, o de resultados lógicos, matemáticos o estadísticos fabricados, sino que echa sus raíces en las necesidades y aspiraciones humanas más profundas: "Cada sacramento tiene lugar vital"[4] en cada historia personal. Como decía Flores Gonzalo[5], de ahí que el sacramento de la Unción de los enfermos estriba sobre la realidad humana de la enfermedad corporal, y con ella, todo lo que limita y aflige la existencia del hombre sobre la tierra.
"La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.[6]"
Así vemos que la enfermedad no debe ser reducidamente comprendida sólo como un estado fisiológico, como una alteración más o menos grave de la salud física o psíquica; sino que debe ser entendida también como alteración en lo moral o espiritual, en lo familiar, religioso o social. Tal circunstancia puede conducir al hombre a adoptar ciertas posturas frente a la enfermedad: una recibiéndola como situación normal sin trascendencia, simplemente profana y orientada hacia la angustia, la ausencia de sentido, la desesperación e incluso la rebelión contra Dios. Otra en cambio, dirigida hacia un discernimiento existencial de lo esencial, de lo eterno frente a lo efímero, considerando la enfermedad como algo profundamente sagrado y que con mucha frecuencia empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a él.
Nuestra experiencia cotidiana nos hace entrever, por lo tanto que ningún hombre escapa de un modo u otro, en cualquier etapa de su vida, de la enfermedad. Es algo connatural al ser humano, una prueba dramática con la que tarde o temprano se encuentra y que siempre a él le ha sido difícil asimilar y asumir todo lo que ella supone, haciéndolo sentir indefenso por presentarse como un fenómeno por encima de su voluntad.
También se constata la disminución natural de la resistencia y capacidad de raciocinio y autocontrol que provoca la enfermedad en la persona y que la deja expuesta a los desórdenes del pecado. Por ende el sacramento de los enfermos es como una fuerza contra la debilidad corporal y la desarmonía físico-psíquico-espiritual y no tanto un ungüento o bálsamo al pecado o fragilidad espiritual.
La unción de los enfermos debe ser empleada en caso de "enfermedad grave" y en vista a la curación integral de la persona (Santiago 5, 13-16). El verdadero sujeto de la unción son los "enfermos". El sacramento de la unción de los enfermos tiene la finalidad de ayudar al enfermo y a sus "próximos" o allegados a entrar en contacto con su mundo interior y a descubrir en la enfermedad y en la misma muerte un don y una esperanza que vienen de Dios.
Entendiéndola de la última forma podemos decir que este sacramento no puede prescindir de una perspectiva escatológica, ya que está situada entre la salud terrena y la salvación eterna; entre la vida y la muerte.
1.2-El hombre frente a la enfermedad
Agudizando la reflexión puede llegar a decirse que en nuestra realidad concreta no existe la enfermedad, sino que siempre nos encontramos con un enfermo (particular y concreto) que vive en un contexto histórico bien definido, en un cuadro socio cultural específico. Nunca un enfermo puede vivir su enfermedad separada de la sociedad que se ocupa de él, el mundo y la cultura que lo rodea, los medios e instrumentos con que quiere curarlo. Es una verdad constatable que "todo hombre se halla constantemente en disposición de enfermar: todo hombre, de un modo u otro en cualquier etapa de su vida llega a padecer enfermedad"[7].
1.2.1-Comparación del cuadro sociocultural de ayer y de hoy
1.2.1.1-Cuadro sociocultural de ayer[8]
Podemos notar que el ambiente sociocultural del ayer es caracterizado por un diagnóstico más subjetivo que objetivo. Los rudimentarios medios son de tinte más empírico, mágico y misterioso entremezclados con las artes de los "curanderos" que aún siguen hoy en nuestro medio.
La enfermedad grave suele ser breve, siendo definitiva la evolución o hacia la salud o hacia la muerte. Tampoco se constata la existencia de centros sanitarios estatales, pero sí algunas entidades de beneficencia de tinte eclesial, que acoge y cuida. Sin embargo, el enfermo se encuentra desprotegido de leyes y previsión social; por más que posea el cuidado doméstico, la presencia de amigos y el calor familiar. Así también la relación médico-paciente es de naturaleza humano-familiar y la terapéutica adquiría un sentido pleno.
La búsqueda de sentido y razón suficiente son también elementos constitutivos de la conciencia de un enfermo. Respecto a este tema encontramos a Dionisio Borobio citando a Pequignot, que dice:
"Con frecuencia el enfermo busca encontrar no sólo la causa, sino también el causante posible de su enfermedad (pecado, enemigos, fuerzas y espíritus malignos.) Ni sólo su diagnóstico médico, sino también su sentido y finalidad".[9]
Lo característico de este cuadro sociocultural era principalmente el alto índice de mortandad por la falta de previsión, guerras, enfermedades contagiosas, pestes, etc. La medicina se encontraba en estado incipiente.
1.2.1.2-Cuadro sociocultural actual
Continua diciendo Borobio[10], fijando una línea de tiempo, se percibe a partir del siglo XVII un cambio en la medicina, principalmente a partir de 1940, donde se desarrolla nuevas técnicas y prácticas quirúrgicas, generalizando el cuidado en los hospitales y el surgimiento de las especializaciones. Pero este progreso también trae consigo facetas negativas, como por ejemplo: exiliados en centros hospitalarios, sometidos a mil controles y máquinas, representados sólo por números y fichas ya no por nombres. Alejados de su ambiente familiar y metidos en un mundo extraño. Solos muchas veces con su dolor y sedientos de humanidad; a pesar de todos los avances de la medicina y de la técnica.
"Los progresos de una medicina científica y tecnificada llevan a considerar la muerte como un problema que hay que resolver, más que como una vivencia humana. Estamos ya muy lejos de aquellas civilizaciones en las que los individuos sentían acercarse a la muerte, podían predecir su llegada y la esperaban en compañía de sus parientes. Las técnicas médicas hacen difícil predecir el momento mismo de la defunción. El moribundo se ve practicamente devuelto a la vida por unos cuantos días y hasta semanas. "estos abandonos fallidos de la existencia no dejan de tener su repercusión tanto en el entorno familiar como en la persona enfermaဦ"[11]
En esta sociedad tan racional como la nuestra la muerte es difícil de aceptar, como diría Luis González Carvajal, parafraseando a Marx:
"Marx ha prometido para el futuro una sociedad comunista donde habrá sido superada la alienaciónဦ La futura humanidad feliz no dejará de temer a la muerte cuando ésta recuerde "et in Arcadia ego", o sea, "yo, la muerte, también estoy en Arcadia". La muerte vendrá a ser el convidado de piedra de la sociedad sin conflictos de Marxဦ Ernest Bloch intenta resolver el problema con la famosa tesis de la extraterritorialidad de Epicuro: la muerte no tiene por qué preocupar al hombre, pues mientras éste sea, ella no será, y cuando ella sea, aquél no seráဦCamus en su obra el mito de Sísifo escribe: la muerte exalta la injusticia. Ella es el abuso supremo".[12]
Tampoco puede negarse que en estos últimos tiempos la medicina ha luchado desesperadamente contra la enfermedad, pero este enfrentamiento titánico y contra el "molino de viento" ha resultado muchas veces "inútil e inhumano".
"Esas personas agonizantes, conectadas a un montón de instrumentos que recuerdan un laboratorio, son todos un símbolo: el símbolo de una sociedad que tiende a tratar de controlarlo todo por medio de la tecnologíaဦ Se tiene la sensación de que nuestra sociedad no sabe afrontar la muerte y, consiguientemente encuentra mil maneras de camuflarla"[13]
Actualmente todos los diagnósticos apuntan a criterios objetivos y el mundo relacional entre médico y paciente se vuelve profesionalizado y sin mucha familiaridad y sentimientos humanos.
"La medicina ha salido del campo de la privatización y la beneficencia y se ha socializado y estatalizadoဦ Siendo miles de personas las que trabajan en esta área y miles de millones los que el Estado dedica a la sanidadဦLa perspectiva de evolución en el futuro, los descubrimientos biogenéticos, el dominio y descubrimiento de nuevas enfermedades, la preocupación central por el tema de salud. Son sobrecogedoras"[14]
1.3-El cristiano frente a la enfermedad
No toda persona es cristiana, pero sí todo cristiano es persona, por lo tanto se encuentra también ante la enfermedad y el sufrimiento, "en una situación límite", una amenaza también para el cristiano ya que repercute en toda su vida corporal y psíquica.
Para el hombre de fe, el sufrimiento y la enfermedad cobran un rico y nuevo significado, adquieren una nueva dimensión al ser asociados a los sufrimientos de Cristo, símbolo de la humanidad, vencedor del pecado y de la muerte.
"El cristiano no exalta ni el dolor, ni la enfermedad, ni la muerte, pero debe integrarlos en su existencia y su vida como elemento integrante de la totalidad edificante de su ser, su vivir y su creer."[15]
La postura del hombre ante la enfermedad no debe ser absoluta, sino relativa y ambivalente. Pues, no lleva a la aniquilación de la persona más que el deseo y la ansiedad de la debilidad corporal que conlleva, por esto debe asumir como algo que no puede controlar o domesticar.
"La enfermedad es una prueba dramática con la que tarde o temprano se ve enfrentado todo individuo, cuando se ve afectado por ella es un cristiano, la Iglesia le propone un sacramento capaz de conferir un sentido evangélico a esta dolorosa modalidad de la existencia: la unción de los enfermos"[16]
El cristiano frente a la enfermedad no sólo se preocupa de su recuperación, sino que también se ocupa de enfrentarse a la misma, considerándola como una tarea que hace crecer interiormente, como una tarea espiritual. Pero también no debe negarse en absoluto que la enfermedad cuestiona e interroga al cristiano acerca de las dimensiones fundamentales de su vida, tanto relacional como espiritual:
"¿Me he atribuido un exceso de tareas o responsabilidades?¿he trabajado demasiado?¿he aguantado demasiado?¿he hecho caso omiso a los avisos de mi cuerpo y de mi alma?¿qué me quiere decir la enfermedad?¿qué tendría que cambiar?¿qué debería cambiar en mi estilo de vida?¿qué es lo realmente importante en mi vida?¿tendría que ir más despacio, vivir con más atención y tranquilidad?¿qué importancia tienen en mi vida los amigos, la familia?¿los he descuidado?¿cómo quisiera tratarlos en el limitado tiempo que me queda?. La enfermedad es una oportunidad para repensar mi vida y cambiar mi jerarquía de valoresဦ ¿Qué significa la vida cuando queda limitada, herida? ¿En qué consiste el sentido de mi vida? ¿Qué me quiere decir Dios con mi enfermedad? ¿En qué pongo mi confianza?"[17]
CAPÍTULO 2
2-FUNDAMENTO BÍBLICO DEL SACRAMENTO UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
2.1-Los enfermos en el Antiguo Testamento (A.T.)
2.1.1-Diferentes usos del aceite en el A.T.
Fijando nuestra atención en H. Schlier, citado por Miguel Nicolau[18], encontramos que en Dt. 32, 13 y Os. 2,8 el aceite de oliva es producto de la flora palestinense, característico del clima y terreno mediterráneo. Servía como cosmético para el ornato y cuidado personal (Eclo. 9,8; Rut. 3,3; Est. 2,12).
En Egipto las prácticas funerarias utilizaban óleo en función de una resurrección de los muertos y en la gnosis de los mandeos el alma de los difuntos se provee de "óleo puro" como protección para el camino del cielo.
"La unción tiene un sentido profundo en la Biblia. Para los hebreos, el óleo penetra en el cuerpo y da vigor, agilidad, belleza. Es símbolo de alegría, signo de bendición y de amistad"[19]. Los salmos mencionan la alegría proveniente de la unción corporal, "perfumas mi cabeza" (Cf. 22,5) costumbre de la hospitalidad oriental. "Amas la justicia y odias la iniquidad, por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de fiesta". (Cf. Sal 44,8); "aceite nuevo derramas sobre mí" (Cf. Sal 92,11).
Bien sabido es que, la unción del aceite era uno de los ritos más destacados en el Antiguo Testamento. El término Mesías o "Mashiáh", de significación ungido, se aplicó al que iba reunir la triple unción de rey, profeta, sacerdote y que vino a ser como el nombre del ungido por antonomasia, del futuro salvador de Israel. (1Sam. 2,10; 9,16; 10,1).
Consta también por los libros del Antiguo Testamento, que los reyes eran ungidos: 1Sal. 9, 16; 10,1. El rey era el ungido de YHWH: 2Sam. 1,14.21. También los profetas eran ungidos. Así Elías ungió a Eliseo como profeta (2Re. 19,16).
Los sacerdotes eran ungidos. Moisés derramó la unción sobre la cabeza de Aarón y fue consagrado con este rito (Ex. 29,7). El óleo de la santa unción estaba sobre él y sobre sus hijos (Lev. 8,30; 8,10; 10,7; 21,10).
2.1.1.1-Uso del aceite en la enfermedad
En 2Sam. 14, 2 apreciamos que no ungirse con aceite era señal de duelo y de tristeza: "Da muestras de duelo, vístete de luto y no te perfumes". Ungirse, en cambio, era, en algunos casos, el término de la penitencia: "David se levantó del suelo, se lavó, se ungió y se cambió de vestido" (2Sam. 12, 20).
Es importante tener en cuenta que el aceite, además de envolver en sí la idea de fuerza y de adorno eufórico, se empleaba también como medicina. Aquellas heridas que no han sido curadas ni aliviadas con aceite eran señales de la ira de Dios hacia el castigado: "De la planta del pie a la cabeza no hay en él parte sana: golpes, magulladuras, heridas frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandadas con aceite" (Is. 1,6). También se hablaba de un "ungirse por placer"[20] para encontrarse bien.
2.1.1.2-El uso del aceite y los enfermos
Variadas son las recetas o maneras existentes en Israel de aplicar el aceite con el fin de curar enfermos. Se empleaba el aceite para curar diferentes dolencias de la piel, de la cabeza, heridas, etc. Otro uso era el de utilizar el aceite en procedimientos mágicos y exorcismos. En la creencia popular es sabido que la enfermedad estaba muy relacionada con el pecado. Asimismo, la unción podía comunicar fuerza y energía sobrenatural.
La visita a los enfermos se recomienda en los salmos. "Es feliz el que entiende sobre el necesitado y el pobre. El Señor le llevará su auxilio cuando esté en el lecho de su dolor" (Sal. 40, 4). Así también afirma que en la enfermedad se debe juntar la oración: "Hijo mío, no te impacientes con un enfermo, sino que ruega a Dios para que él se cure" (Eclo. 38,9).
2.2-La visión que la Biblia tiene de la salud
El contexto Bíblico es el marco situacional que todo creyente debe analizar. La Sagrada Escritura es el marco de confrontación con la misión que la Iglesia asume para con los enfermos. La Iglesia se nutre y crea su normatividad sobre todo a luz de los evangelios y es necesario que se confronte permanentemente, sólo así se conjugará, lo ideal, las realizaciones y por supuesto la vital interpretación. "La salud es el bienestar somático y psíquico, la paz consigo mismo, con los demás y con Dios"[21].
En nuestra revisión bibliográfica encontramos un texto muy apropiado acerca del tema que desarrolla Carlos Mester[22] y es el autor del cual hemos sintetizado estas ideas. Partiendo de dicho material encontramos que la salud tiene que ver con la vida. Por eso está envuelta del mismo respeto cuasi-sagrado con el que el pueblo de la Biblia cubría el origen de la propia vida (Sal.138, 13-16; Job. 10, 8-12; Sab. 7,1-6).
La convicción más profunda de la fe del pueblo de la Biblia es que por la liberación de Egipto, Dios adquirió un título de propiedad sobre ellos (Ex. 19, 4-6). Dios es el Señor del pueblo, el autor de la vida. Todo está en sus manos, también la salud. Es YHWH, el Dios del Pueblo, quien decide sobre la vida y la muerte y él manda la salud y la enfermedad (Dt. 32,39); (1Salm. 2,6; 2Re. 5,7).De esto resulta una actitud de entrega de la vida en las manos de Dios que no debe interpretarse sin más como fatalista. Para la salud, tanto mental como corporal, puede ser de gran importancia.
No conviene olvidar que la palabra salud viene de salus. "SALUD" es una palabra latina que significa, al mismo tiempo, salud y salvación. Incluye alma y cuerpo, espíritu y materia; no separa las cosas. Por eso, cuando la Biblia habla de salvación (salus) conviene recordar el origen bien material de esta palabra, a saber, la salud. La palabra hebrea para indicar la salud viene de la raíz shalam que significa "estar entero". De ahí proviene la palabra shalom, esto es, paz.
Como hoy, los proverbios populares de la Biblia encaran la salud como la cosa más importante que se puede imaginar: "No existe riqueza mayor que un cuerpo sano, ni mayor satisfacción que la alegría del corazón" (Eclo. 30,16) "La salud y una buena constitución valen más que todo el oro; un cuerpo vigoroso es mejor que una enorme fortuna" (Eclo. 30,15).
2.3-Enfermedad y curación en la literatura bíblica
La enfermedad y la salud en la Biblia no son casos clínicos, sino aspectos de la vida que originan muchos interrogantes y que atañen profundamente a cada persona y a la conciencia humana universal.
La defensa de la salud conforma un tercio de las leyes en la Biblia, como también varias informaciones acerca de la enfermedad y la salud.
"Están también en otros géneros de su literatura, en la historia y en la profecía, en la sabiduría y en la lírica, testigo de la voz del enfermo y del curador"[23]
Estableciendo un análisis acerca de la riqueza y exactitud lingüística en la descripción de la enfermedad, encontramos que Israel no ha desarrollado una terminología técnica. Sólo hay una vaga e imprecisa referencia en lo concerniente a las enfermedades. De ahí el motivo por el cual el nombre de las enfermedades son bastante primitivos, poco variados y muy genéricos. Dicha falta de conocimiento impidió el progreso de la medicina en tiempos del pueblo de la Biblia y dificultó saber cuáles son exactamente las enfermedades indicadas por las designaciones onomásticas muy amplias y a veces inexactas.
Algunas enfermedades de ese contexto histórico también la podemos encontrar en nuestros días, como ser: malaria, tifus, disentería y la tuberculosis (Lev. 26, 16; Cr. 21,15). 1Sam. alude a males circulatorios como angina de pecho, apoplejía, parálisis y la gota. La lepra también es bien citada en este contexto, así como otras enfermedades. (Lev. 13,3; Job. 2,7; Dt. 28,34; 2Re. 1,2; 4,19; Sir. 12,1.5).
Encontramos enfermedades que no pueden ser distinguidas fácilmente por ser agrupadas en categorías afecciosas similares, como por ejemplo la sarna, considerada como una dolencia cutánea de naturaleza parecida a la lepra.
En el léxico bíblico la palabra curar (rafá) no era muy utilizada, se la empleaba más bien en sentido figurado y en el ámbito religioso (Jr. 6.14; 8,22; Is. 1,6). "Curar" era la expresión empleada para designar el tratamiento que se daba a los enfermos (2Re. 20,7; 5,10; 1Re. 17; 21; 2Re. 8,29; Sb. 7; 20). "La curación afirma el triunfo del bien y la esperanza de la vida plena y perfecta" [24]
Los textos bíblicos transparentan la manera en que pasaba el pueblo de Israel de unos niveles a otros en lo referente a la salud de una persona y cómo armonizaban sus múltiples niveles.
"El estado de salud tenía sus ojos transparencia, poseía connotaciones de juicio denunciador o hacía gustar la plenitud de la vida anhelada (Ex. 23,25; Sal. 39,11 y ss; 38, 4; 91,10 y ss)[25]
Por lo tanto, si la salud es uno de los tesoros más apreciados, diremos por consiguiente que la enfermedad es el peor de todos los males. Eclo. 30,17 nos dice que es mejor morir que vivir con una larga enfermedad.
Podemos apreciar en 2Cr. 26, 16-20; 1Sam. 5,6 la negación de la enfermedad como castigo de Dios por el pecado. Así también como Lev. 26,25; Dt. 28,21-22.27-29 son dolencias producidas a causa de la desobediencia de los mandamientos de la Ley de Dios. Pero sabiendo que no pueda considerarse simplemente como una consecuencia del pecado (Jn 9,2-3), aquellos y otros textos nos hacen entrever que en la conciencia del pueblo de Israel existe una estrecha y real ligazón entre la culpa humana y la falta de salud, entre el estado físico de cada individuo y el estado moral del mismo. La enfermedad guarda alguna relación con él.
La suma de todos estos episodios nos dan a entender que para el pueblo de Israel la adquisición de la salud sólo era asequible si en primer lugar fuese colocada la oración Ej.,:2Sam. 12,15-23; Sal. 6; 38 (37); 41 (40); 88 (87).
Sabiendo que la salud y el perdón de los pecados llegan al hombre sólo por la benevolencia de Dios y a través de la oración, podemos percibir que ambos (salud y perdón) parecen dos lados de la misma moneda: ambos vienen de Dios (Sal. 32 (31), 1-5). Son la observancia de la Ley de Dios y la moderación (Eclo. 31,20) las que permiten la permanencia en la salud (y no tanto la curación de las enfermedades) Se trata, por tanto, de medicinas preventivas y no tanto de medicinas curativas.
La medicina es más bien de carácter casero y popular y los médicos (Eclo. 38, 1-15) no tenían una importancia muy relevante, ya que YHWH era el médico por excelencia. Los profetas también parecen reforzar la idea de que la oración es el mejor remedio y de que la enfermedad forma parte de la salud como la muerte forma parte de la vida.
2.4-Paso de la fotografía a los rayos X
Carlos Mesters[26] nos habla de todo aquello que hace relación con el problema específico de la salud del pueblo. Los profetas del A.T., no aparecen como hombres que denuncian la falta de salud. Por grande que haya sido su experiencia de Dios y su visión crítica de la sociedad y de la religión, en materia de salud y enfermedad, eran hijos de su tiempo y de su cultura. Ocasionalmente sólo algunos profetas, imbuidos por el espíritu de oración, anunciaban un futuro sin enfermedad, a ser llevado a cabo por el poder de Dios.
La pregunta que queda es esta: ¿Entonces, el A.T. y particularmente los profetas no tienen nada que decir sobre el llamado profético que nos viene de la falta de salud de nuestro pueblo? La respuesta es doble. En primer lugar, la Biblia no es una receta médica para indicar medicinas para nuestras enfermedades. La medicina evolucionó; nuestras costumbres y tradiciones son diferentes.
En segundo lugar, no conviene quedarse parado en las fotografías que acentúan las diferencias. Conviene tomar radiografías para ver más de cerca los huesos que sustentan aquella visión tan diferente de salud y enfermedad.
Ahora bien, la radiografía muestra que los huesos de antes son muy semejantes a los que hoy sustentan el trabajo pastoral en defensa de la salud del pueblo en nuestras comunidades. Vamos a anotar cinco semejanzas:
1-Consejos de las personas dentro de las costumbres populares.
2-Preservar la vida y la salud evitando enfermedades.
3-Pobreza y enfermedad: señal de rompimiento del plan de Dios (alianza).
4-Enfermedad es castigo de Dios en la persona y en la sociedad.
5-Causas económicas, políticas, sociales y religiosas.
Las cinco semejanzas están unidas entre sí, revelan la preocupación del pueblo de la Biblia de la defensa de la vida contra la enfermedad y el desorden:
1-Los consejos sobre la salud de los libros sapienciales están casi todos en la línea de la medicina preventiva. Son consejos populares que recogen y refuerzan las tradiciones y las costumbres del pueblo en defensa de la vida y de la salud y enseñan remedios caseros muy simples, accesibles al pueblo.
2-La medicina preventiva (preservar la vida y la salud y evitar las enfermedades) está ligada explícitamente a la observancia de la ley de Dios (Ex. 15,26; 23, 25-26; Dt. 28, 21-22-27-29). La ley de Dios es muy concreta. Trae prescripciones sobre alimentación, sobre higiene personal y social (Dt. 23,13-14). Habla de la prohibición de comer carne de cerdo, reglamentación de la matanza de los animales, del cuidado de las mujeres después del parto, de la actitud a tomarse en relación con las enfermedades de la piel, de las prescripciones para el hombre que tuvo "flujo seminal" y para la mujer que tuvo "flujo de sangre", etc. (Lev. 11-15). Por más atrasadas y discriminatorias que puedan ser hoy estas prescripciones, al comienzo eran medios imperfectos para defender el bien mayor de la vida y de la salud del pueblo.
En cierto modo representan una primera tentativa de organización de la salud pública ¡Y no era solo esto! La Biblia pone la observancia de estas prescripciones como condición para que el pueblo pudiese presentarse puro ante Dios (Lev. 11, 44-45; 14, 19-20). En otras palabras, la organización del pueblo en defensa de la vida y de la salud era, y continua siendo una obligación no sólo para con el pueblo en sí, sino también para con el propio Dios. Más tarde, en el Nuevo Testamento (N.T.), los escribas y los fariseos usaron la "ley de la pureza legal" contra la salud del pueblo. Como veremos, Jesús criticará este abuso.
3-Los profetas del A.T. no tenían una preocupación especial para con los enfermos, pero tenían una gran preocupación para con los "pobres", los huérfanos, las viudas y los extranjeros" ¿Cómo se explica esto? La aparición de estos grupos de personas empobrecidas y marginadas dentro de la sociedad era una señal evidente de que se había roto la alianza y de que la ley de Dios no estaba siendo observada. En el A.T., los enfermos no llegaron a ser un problema especial que fuese signo de ruptura de la alianza de tal suerte que exigiese una denuncia profética. En tiempos de Jesús sin embargo, el problema de la salud del pueblo toma ya otro aspecto. Como veremos, la ruptura de la alianza, la trasgresión de la ley de Dios y, por consiguiente, la mala organización de la sociedad era una de las causas que más contribuían a la falta de salud del pueblo. Por eso "los enfermos" se convierten en un problema para ser denunciado. Son signo de la ruptura de la alianza y trasgresión de la ley de Dios. Entran en la preocupación profética de Jesús. En el N.T., forma parte de la acción profética preocuparse de los enfermos y del combate a las enfermedades.
4-La enfermedad revela una ruptura con la ley de Dios. Por ellos, la enfermedad es vista como castigo de Dios. Lo que está tras esta intuición de fe tan importante en el A.T., es lo siguiente: cuando no se observa el orden de las cosas, se acaba creando una situación en la que proliferan la enfermedad y la muerte. La situación actual de nuestro país es una confirmación de esta visión del A.T.
5-La forma cómo el libro de Job describe la situación del pueblo pobre, herido y moribundo (Jb. 24,1-12) muestra claramente que, para él, la situación de falta de salud tiene causas económicas, sociales, políticas y religiosas. Además, se ve la salud no sólo como un bien personal e individual, sino también, y sobre todo, como un bien del pueblo que depende de la organización justa del mismo.
2.5-La acción de los profetas y la salud del pueblo en el A.T.
El pueblo de Israel, por una concepción religiosa y cuasi-mágica buscaba al profeta para que rezara por sus enfermos y así obtener la curación. Elías reza por el hijo de la viuda de Sarepta (1Re. 17,17-24); Eliseo reza por el hijo de la mujer de Sunam (2Re. 4, 8-37); Es conocido como alguien que supo mejorar las aguas de una ciudad hasta tal punto que devolvió la fecundidad de sus habitantes (2Re. 2,19-22) y como alguien que curaba la lepra a través de Baños (Naamán, el sirio, 2Re. 5, 1-14); Is intercede por el rey Esequías que está enfermo (Is. 38, 1-6); Un profeta anónimo de Judá intercede por la mano seca del rey Jeroboam (1Re. 13,6).
Pero éste tocaba el problema de la salud del pueblo solamente cuanto estaba ligado al equilibrio de la justicia, de la fraternidad y del compartir exigido por la observancia de la alianza. O sea, la defensa de la salud del pueblo no era un problema específico que preocupaba al profeta. Y por ello el A.T. no ofrece muchas pistas sobre la dimensión profética del trabajo en favor de la salud del pueblo. Pero expondremos algunos puntos importantes.
"La mayor preocupación de los profetas está en la línea de la medicina preventiva, pues defienden la vida y la alianza y denuncian claramente las causas de la marginación y del empobrecimiento del pueblo.
El trabajo en favor de los enfermos está más en la línea de la solidaridad. Pero la solidaridad no puede estar desvinculada de la estructura y de la conciencia. (O sea el trabajo en los hospitales no puede ser separado del trabajo preventivo en las comunidades y del trabajo de evangelización y de la denuncia de los errores de la sociedad).
Compromiso con la salud del pueblo y con Dios son como los dos lados de la misma medalla. O sea, tenemos que "re-aprender" de los profetas la "re-ligión", esto es, aprender de ellos cómo "re-ligar" nuevamente la observancia de las leyes de salud con nuestro compromiso de fe con Dios y con los hermanos. No es una línea moralizante, individualista y alienante, sino en una línea muy realista y evangélica que identifica amor a Dios con amor al prójimo."[27]
2.6-Origen del sacramento de los enfermos en el Nuevo Testamento (N.T.)
No es de impresionar la existencia de puntos congruentes del A.T. con el N.T. ya que en ambos el pueblo sigue opinando que el origen de las enfermedades son malos espíritus o demonios (Mc. 1,23; Lc. 13,11.16; Mt. 9,32; 12,22; 17,14-18). Así como también se sigue pensando que la enfermedad es un castigo de Dios por los pecados (Jn. 9,2). La búsqueda de la curación muchas veces se hace en forma mágica: "Basta que toque el vestido para quedar curada" (Mc. 5,28).
Pero lo que cambia sustancialmente con relación al A.T., es la presencia masiva y constante de los enfermos en la vida y en la actividad de Jesús. Parece que, los enfermos, olvidados y marginados hasta aquel momento, son traídos a la luz del día por la actividad profética de Jesús.
Lo que cambia es el lugar que los enfermos ocupan en la actividad de Jesús. Ocupan el mismo lugar que los "huérfanos", las "viudas", los "pobres" y los "extranjeros" ocupaban en la acción de los profetas del A.T. Por eso, junto con los otros marginados, los enfermos están en el centro de la actividad y de la misión tanto de Jesús -personificación misma del enfermo: Mt. 25, 36; Mt. 8, 16, 17; Luc. 4, 18; Mc. 1, 32-34- como de los apóstoles (Mt. 10, 1.8; Luc. 9,1).
2.6.1-Jesús ante el enfermo y la enfermedad
El dolor, las flaquezas físicas y morales, inclusive la muerte, no se encuentran fuera de la perspectiva del Evangelio, de la enseñanza y de la conducta de Jesús y de sus apóstoles. En Mt. 4,24 encontramos numerosas curaciones de dolientes de toda clase, pero urge precisar que estas curaciones no se reducen a un profesionalismo médico (característico de nuestra época), ni son prueba de la sabiduría o habilidad humana de Jesús; sino, son la manifestación de su condición de enviado de Dios como Salvador de los hombres[28] y signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo (Lc. 7, 16). "El sacramento de los enfermos es un signo de la presencia y salvación que Cristo ofrece a los que sufren, como un don del Espíritu, por medio de la comunidad"[29]
"El Siervo es la figura del A.T. que mejor explica el sufrimiento, la enfermedad y el dolor (Cf. Is. 53) manifestando su valor redentivo. El sufrimiento no es absurdo, tiene sentido. Porque sufre cargando con los pecados de los demás y por el bien de los demás. Porqué el dolor se convierte así en oblación y servicio."[30]
Por su lado Davanzo[31], dice que Jesús no se siente ajeno al dolor, la enfermedad y la muerte, al contrario, siente compasión, y se identifica con los enfermos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt. 25,36); y hace suyas las miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt. 8,17; Is. 53,4). Esta actitud no es movida sólo por pena y compasión y mucho menos como una limosna divina; sino por compromiso serio (Lc. 4, 18) y llamada a la conversión. Cristo no ha venido a nosotros para darnos una panacea mágica, contra todos los males, ni tampoco por ello la unción debe ser entendida como una medicina eficaz y eficiente en el mismo nivel de los medicamentos.
Jesús cura apelando a la fe del enfermo. Es decir, que Jesús siempre apela a la participación del propio enfermo a través de la fe. Es ella la que permite transformar la enfermedad en instrumento que libera, reintegra y trae alegría. Así como la cruz es una señal de muerte; pero por la resurrección se transformó en señal de vida.
Para entender la dinámica de su actuar es preciso analizar más de cerca cómo se da esta relación entre Jesús – enfermo. La justicia en sentido bíblico, y como la ha comprendido perfectamente Jesús, es la que nos dará a entender esta dinámica. La "justicia" – para la Biblia y para Jesús – es aquella "correcta respuesta a una exigencia de relación". En esta exigencia de relación el enfermo debe creer que es posible curarse y su participación es activa, ya que la misma curación revela la fe de la persona: "Que se haga según tu fe" (Mt. 9, 29) O también "Vete en paz, tu fe te ha salvado" (Mt. 5, 34). La falta de fe, en cambio, impide la realización de algún milagro (Mc. 6, 5-6).
Tomando como ejemplo a Bartimeo, vemos que este ciego pide a Jesús que le sane de su ceguera; y, Jesús dando una respuesta adecuada a una exigencia de relación, le devuelve la vista; Así también Jesús pidiendo al ciego que creyera, el ciego se volvió creyente.
Por otro lado vemos que la profecía del Siervo sufriente, libre de cualquier interpretación fatalista, fue claramente realizada en Jesús según nos constata Mt. 12, 15-21. Juan, en la misma línea de Mateo dice también: "Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1, 29 e Is. 53, 7, 12).
No se puede por último olvidar que:
"La raíz última de la actitud de Jesús para con los enfermos está en el Padre. El Padre, que es invisible, se hace visible exactamente en la curación de los enfermos, que hace Jesús. Es en la curación, en el cuidado a los enfermos donde el rostro invisible del Padre llega al propio enfermo. La presencia de Dios se hace concreta para el enfermo en la actitud de Jesús que lo acoge, lo cuida y lo cura. Aquí está también la raíz última de todo el trabajo con los enfermos: revelarles el rostro del Padre y descubrirles, en esta relación de amor, la raíz mayor de su vida humana."[32]
2.6.2-Alusión explícita del rito de Unción de enfermos
6.2.1-El rito de la Unción en Mc. 6,13; 16,18
En un contexto de misión y de predicación en orden a la penitencia y de expulsión de demonios, Encontramos en Mc. 6,13, que los Apóstoles ungían a muchos enfermos. No se trata de una mera práctica medicinal o curativa, sin relación con lo religioso. Es más bien un rito que se relaciona con lo religioso y en concreto con la metanoia o penitencia.
"Eran múltiples y diversas las actividades que se desarrollaban en las Iglesias Apostólica y que han quedado registradas en los documentos neotestamentarios. Pero, entre ellas se encuentran, de una manera dispersas vestigios más o menos desarrollado, según los casos, de las celebraciones cultuales que actualmente se agrupan con el nombre de sacramentos".[33]
En un pequeño sondeo bibliográfico encontramos a Nicolau[34] citando a M. J. Lagrange, diciéndonos que Marcos es el único evangelista que menciona unciones de óleo practicadas por los Apóstoles durante la vida misma de Jesús.
Los apóstoles actuaban no tanto como médicos cuanto como taumaturgos, inspirados por el Espíritu de Dios, porque obtenían la curación de muchos enfermos. Por ello "Marcos pone esta acción terapéutica de los Apóstoles en relación con un envío a misionar hecho por Jesús (Cf. Mc. 6,7; Mt. 10, 1-8; Lc. 9,1-2)."[35]
Es incomprensible que los apóstoles practiquen este rito de la curación si no es porque el Maestro les ha dado un mandato "impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien", Mc. 16,18b. El magisterio Eclesiástico ha visto en esta práctica de los Apóstoles una insinuación del rito que después Santiago recomendará y promulgará.
2.6.2.2-El rito de la Unción en Santiago 13,15
El rito descrito por Santiago en su carta presenta los caracteres de un verdadero sacramento[36]. Nicolau[37] afirma que esta exhortación a quien va dirigida la carta es a alguien que pertenezca a la comunidad cristiana. Se supone que es cristiano. Es un enfermo que no padece meramente de una debilidad o asthenia (significa enfermedad de importancia) y que él mismo haga llamar a los presbíteros en forma voluntaria para someterse a este rito.
Los presbíteros de la Iglesia a que hace alusión la Carta de Santiago, son un grado propio de los colaboradores de los Apóstoles mencionados en diferentes libros del Nuevo Testamento. (Hch. 8,11; 11,29 y ss; 14, 23; 15,2; Tto. 1,5; 1 Tim. 5,17-19; etc.) No se refiere a individuos carismáticos que tuvieran el don de las curaciones, sino de llamar a quienes tienen cargo y misión oficial y jerárquica en la Iglesia. El término se usó desde el tiempo de los Apóstoles, para designar al sacerdote consagrado por el obispo como jefe de la comunidad.
"Los presbíteros no son cristianos con un carisma de curación, como existían en las primeras comunidades cristianas (Cf. 1Co. 12,7,28,30) sino miembros de la jerarquía."[38]
En los primeros siete siglos del cristianismo, la Unción de los enfermos no era exclusiva del sacerdote, podía hacerla cualquier bautizado[39], ¿Pero quienes eran estos bautizados? Siguiendo la línea de pensamiento de Orteman podemos afirmar que se trataba de un grupo peculiar de miembros de la comunidad: los ancianos. Se podría equiparar aquí ancianos con presbíteros por tener una función específica o responsabilidad en la comunidad y remitiéndonos a que estos ejercen la función de continuadores del ministerio de Cristo.
"Se trata de los "ancianos", que tenía en la comunidad cristiana una función colegial de dirección o gobierno, en parte similar a la que ejercían "zequenim" en las comunidades judías"[40]
Pero es la oración de fe de los presbíteros no del enfermo, la que designa el rito sacramental basado en la fe. La oración de los presbíteros es una suplicación ante Dios a favor del enfermo,[41] y que constituye la parte esencial de su intervención. El enfermo recibe de este modo la mejor ayuda que puede prestarle la Iglesia.
"El texto de la carta de Santiago sobre la unción de enfermos es extraordinariamente rico y expresivo por lo que se refiere a indicar que los presbíteros o responsables de la comunidad cristiana tienen una función en relación con los enfermos; la importancia de esta función se desprende del hecho de que el enfermo puede esperar de ella la "salvación", la "recuperación" y el "perdón de los pecados".[42]
Y esta alusión al perdón de los pecados, hecha en la Carta de Santiago, contribuyó a que sobre todo en Oriente, la unción de los enfermos se vinculara inmediatamente a la institución de la penitencia. Esto resulta claro en el testimonio más antiguo que cita el pasaje de Santiago en Orígenes[43]. Así, la unción llevada a cabo por los presbíteros de la comunidad con la imposición de mano y el uso del aceite en el nombre del Señor, hizo que la unción con el aceite penetrara "definitivamente" en el sacramento de la penitencia; sin querer con esto descartar que en la práctica se deba hablar de un sacramento propiamente dicho.
"Paralelamente a esto tanto en Oriente como en Occidente, y en Occidente para siempre, se conservó el sacramento de la unción de los enfermos conforme al texto de Santiago"[44]
Concluyendo este apartado notamos que la eficacia de la intervención de los presbíteros no es atribuida a la unción con óleo en sí misma, sino a la oración de la fe que acompaña o sigue a la unción. El efecto saludable de la acción de los presbíteros, sin excluir la salud física, consiste más que nada en la fuerza dada por el Señor para que asuma espiritualmente el sufrimiento. La finalidad fundamental de este sacramento es la salvación ofrecida por Cristo, que no es meramente "espiritual". Dios ofrece la salvación a la persona en su realidad humana concreta, considerando todas las exigencias que experimenta y las dificultades que sufre. Este fin primario es común a todos los sacramentos.
CAPÍTULO 3
3-FUNDAMENTO HISTÓRICO-DOGMÁTICO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS
3.1-La enfermedad y la salud según el magisterio eclesial
A modo de proemio en este apartado no es difícil adivinar que también el Magisterio Eclesial de todos los tiempos tuvo que afrontarse con la realidad humana de la enfermedad. Pero este afrontamiento no se dio por una simple solidaridad eclesial hacia el enfermo, sino que echa sus profundas raíces en la actitud misma de Jesús ante los enfermos y es la primigenia fuente de inspiración de toda la reflexión teológica y acción pastoral de la Iglesia a lo largo de los siglos.
Es menester informar que la Iglesia primitiva (en época de la persecución) no podría realizar una pública atención sanitaria y mucho menos una institución hospitalaria, por encontrarse en situación de ilegalidad. "Sus intereses y preocupaciones eran muy diversos del nuestro. Afirmar primero su identidad y la fidelidad al compromiso con Cristo, hasta el martirio, eran los dos polos de su dinamismo"[45] Por esto se colige que la atención se realizaba de modo particular y sin facetas de mucha publicación. Sólo a partir del siglo III, con la presencia de San Lorenzo, archidiácono de la Iglesia de Roma, aparece un hospital con asistencia a los enfermos de la comunidad.
"Se da una fundamental unidad de ritos caracterizada por la simplicidad y sobriedad de los mismos, al mismo tiempo que se concede en los formularios una gran libertad a la improvisación y espontaneidad del celebrante. Sin embargo, se inicia una primera tendencia a la unidad de ritos y de fórmulas"[46]
Una antigua expresión de la patrística afirmaba: "Nonam qua Eclesia sin epíscopo" y por ello el Obispo era el primer responsable de la atención de los pobres y enfermos en cada comunidad. Empero, éste no se encontraba sólo en tal servicio, sino que poseía la ayuda constante de los diáconos, que más adelante serán reemplazados por las vírgenes cristianas.
"Santificado por la bendición del Obispo durante la Eucaristía, el óleo recibe el poder de producir los efectos esperados de la curación. Es utilizado bien como bebida, bien en forma de aplicaciones externas. Los efectos que se esperan de él son de orden corporal: sanitatem et confortationem"[47]
Sin embargo, no debe pensarse que todas las responsabilidades que atañe el cuidado de los enfermos recaían sólo y exclusivamente en el obispo y sus colaboradores cercanos, sino que el cuidado de los enfermos era plenamente entendido como una "misión" de toda la comunidad y todas las comunidades. Todos los cristianos debían de responsabilizarse personalmente de los pobres y enfermos.
Todo esto no nos debe llevar a pensar que en los primeros tiempos de la Iglesia ya se procedía a la celebración de la unción de enfermos. La bendición y consagración de óleo era la práctica más difundida. Pero no así la unción propiamente dicha debido a que el texto de Santiago que hemos tomado anteriormente poseía escasa influencia por carecer aún de canonicidad.
Pueden enumerarse algunos motivos por los cuales la unción de enfermos poseía escasos testimonios en la Iglesia primitiva. Primeramente debe tenerse en cuenta que los Santos Padres no exponían la doctrina de manera sistemática como actualmente la exponemos; sólo lo hacían en predicaciones ocasionales. Otro motivo se debe a que la unción de enfermos era considerado sólo como un rito completivo de la penitencia. Pero sin confundirlo.
Tampoco en la didaché, en La Traditio apostólica de Hipólito de Roma, en San Atanasio, en San Juan Crisóstomo, en San Cirilo, por citar algunos, encontramos una clara definición de si ese rito practicado es propiamente un sacramento de la unción de los enfermos o es meramente un sacramental.
Decía Nicolau[48], así mismo notamos la ausencia de comentarios exegéticos y pastorales respecto al texto de Santiago. Sólo a partir del siglo V en la Iglesia griega encontramos, con Víctor de Antioquía, "escritor oscuro", algunos comentarios a los evangelios de Mt y Mc. Víctor inspirándose en la praxis de ungir de los Apóstoles, según Mc 6, 13 y relacionándola con el consejo de Santiago, reconoce ya así al sacramento de la Unción de los enfermos con materia y forma.
En cambio, en la Iglesia de Oriente encontramos a San Ireneo quien parece aludir someramente en su obra Hadversus haereses al sacramento de la unción de los enfermos. Además, conoce la imposición de manos como medio de curación[49]. Otro autor significativo que Nicolau menciona es Orígenes en el que consta abiertamente la existencia y uso del rito de unción para los enfermos. Notamos cómo Orígenes recomienda la imposición de las manos en lugar de "oren sobre él" (sobre el enfermo); es decir, que los presbíteros le impongan las manos. "No será rara esa manera de nombrar la unción de los enfermos como una imposición de manos sobre los enfermos"[50].
3.1.1-Pastoral de la salud en la Patrística
Sabiendo que el óleo fue utilizado en diversas facetas de la vida cotidiana en pueblos precristianos y paganos, se hace imperioso mencionar cómo la Iglesia fue relacionando el óleo con la gracia de Jesucristo y su correspondiente vínculo con el tema de la salud.
3.1.1.1-En la Iglesia de Occidente
La unción de reyes, sacerdotes y profetas, como también la salud en la tradición eclesial, sólo era posible a través de la bendición del óleo que fue primeramente formulada por la Tradición Apostólica de Hipólito de Roma. Así también, y por citar algunos bendicionales, entre otros podemos destacar el rito ambrosiano e hispano-mozárabe.
Una fórmula bendicional que ha llegado en parte hasta nuestros días, reza de la siguiente manera:
"Envía (Emitte), Señor, desde el cielo tu Espíritu Santo Paráclito sobre esta jugocidad de aceite, que para vigorizar el cuerpo te has dignado producir del verde árbol, a fin de que, enriquecido con tu bendición, se convierta para todo el que se unja con él, lo guste o lo toque, en protección del cuerpo, de la mente y del espíritu; (este aceite con el que ungiste a sacerdotes, reyes, profetas y mártires, sea, Señor, unción tuya perfecta, bendecida por ti a favor nuestro permanente en nuestras entrañas, en nombre de nuestro Señor Jesucristo."[51]
3.1.1.2-En la Iglesia de Oriente:
Serapión, obispo de Thmuis, insiste en los efectos de la salud somático-pneumático por la que se trata de conseguir "la salud perfecta":
"Te invocamos a ti, que tienes todo poder y fuerza, Salvador de todos los hombres, Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y te rogamos que envíes la fuerza sanante desde los cielos del Unigénito sobre este aceite, para que aquellos que son ungidos con estas tus criaturas o que participan de ellas les sirva para expulsar toda debilidad y toda enfermedad, para remedio contra todo demonio, para echar todo espíritu inmundo, para apartar todo espíritu malo, para extirpar toda fiebre y frío y toda debilidad, para gracia buena y remisión de los pecados, para remedio de vida y salud, para salud e integridad del alma, cuerpo y espíritu en orden a conseguir una salud perfecta"[52]
Sin la intención de una exposición exhaustiva acerca de unción en la Iglesia, tanto de Oriente como de Occidente, notamos primeramente que no existía una distinción en el uso entre el óleo de los enfermos y el óleo usado para la crismación. Así también la Iglesia latina reserva esta bendición sólo al obispo. Sin embargo en las iglesias orientales, es el presbítero quien bendice el óleo y unge al enfermo.
Es importante destacar que el rito de la unción de los enfermos tiene dos pilares: la oración litúrgica a favor del enfermo (forma) y el uso del óleo bendecido o consagrado (materia). Por eso puede decirse que ambas tradiciones no son contrapuestas, sino que se complementan y es menester nuestro destacar su importancia: "la virtud de la unción está en el óleo bendecido por la Iglesia".[53]
3.1.2-El sacramento de la unción, propuesto claramente como tal
Son varios los testimonios que aceptaban y practicaban como rito sacramental la unción de los enfermos. "El primer testimonio que menciona que menciona en forma clara y explícita con respecto al sacramento de la unción para los fieles que están enfermos, con aceite consagrado por un obispo, fue el Papa Inocencio I. Es en respuesta a un Decencio, obispo eugubino, alrededor del año 416[54]. La respuesta-instrucción fue admitida en diversas colecciones canónicas demostrando con ello que su uso era extendido por toda la Iglesia romana, galicana, hispana y africana.
3.2-La unción de los enfermos según el Concilio de Trento
En este apartado no por haber dedicado poca atención al tema que nos atañe, el Concilio de Trento dio poca importancia al sacramento. Es evidente que el centro de interés de este concilio no estaba puesto específicamente con respecto al sacramento de la unción de los enfermos. Inclusive comparando con el sacramento de la penitencia. Pero gracias al concilio de Trento se afirma su reiterabilidad, su institución por Cristo, y por sobre todo a más de ser "insinuado por Marcos y promulgado por el Apóstol Santiago" nos ofrece el efecto, es decir, la gracia del Espíritu Santo. El teólogo italiano del S. XII, Pedro de Lombardo incluyó el rito entre los siete sacramento; Esta lista fue declarada oficial por el concilio de Trento (1545-1563)[55]
"Trento se ocupó ya de la unción en la sesión VII, marzo de 1547, al tratar de los sacramentos "in genere" e incluir la unción en el septenario"[56]. Pero es en la sesión 14 de 1551, cuando se trató la unción de los enfermos conjuntamente con la penitencia, entendiéndola como: "consumativum poenitenciae et totius vitae christianae", consumación de la penitencia. (D 907 – DS 1694 – NR 696). Unción y reconciliación ad morten acabarán por ser asimiladas, la unción pasará a ser sustitutivo de la penitencia o acabará siendo un elemento consumativo de ella.
Pareciera ser que Trento subyugaba el sacramento de la unción al de la penitencia, "aun cuando sea un sacramento autónomo, "verdadero" y propio, instituido por Cristo" (D 908, 926 – DS 1695; 1716; NR 697, 700).
Referente a los puntos mencionados Bravo[57] dice, frente a la interpretación reformista del siglo XVI que negaba la sacramentalidad de la unción de enfermos, excusándose en la falta de institución expresa por parte de Cristo en la Sagrada Escritura e incluso negando la canonicidad del texto de Santiago; el Concilio de Trento, siguiendo la Tradición de la Iglesia en la interpretación del texto de Santiago, viene a definir expresamente la sacramentalidad de la unción de enfermos en contra de la opinión reformista.
La problemática giraba en torno a la afirmación de Lutero, ya que ponía en duda la autenticidad de la carta de Santiago[58] fundamentándose en que dicho texto fue sólo una carta incorporada tardíamente al canon bíblico.
"Trento afirma solemnemente que la extrema unción es un sacramento instituido por Cristo, insinuado por Marcos y promulgado por el Apóstol Santiago, y señala el efecto o res del sacramento: una gracia del Espíritu Santo, con que el enfermo se purifica de sus pecados, aumenta su confianza en la misericordia divina, puede obtener la salud corporal si conviene a su salvación encuentra fuerza para llevar la carga de su enfermedad y resiste las tentaciones del enemigo."[59]
De esto se colige las características del Concilio de Trento[60]
1-Evita los extremos medievales
2-Prescinde de opiniones
3-Se muestra más abierto y positivo tanto en expresiones como en contenido.
La inspiración que ha dejado el Concilio de Trento a los teólogos latinos llega hasta nuestros días, en donde las discusiones, a partir de allí hasta la segunda guerra mundial, se centraron más bien en aspectos superfluos. Como fueron: Validez del sacramento, número de unciones, validez de la unción administrada por un diácono, edad para recibir y reiterabilidad.
3.3-La unción de enfermos en el Concilio Vaticano II
Al sacramento de la unción de los enfermos siempre le ha tocado el papel de "cenicienta", "pariente pobre" o "furgón de cola" por ocupar el último lugar en los tratados de sacramentos y lastimosamente ubicada en una subcategoría en la práctica pastoral de la Iglesia, tanto a lo que se refiere a su importancia objetiva como al carácter celebrativo.
Hasta tiempos bien recientes (1955), el nombre más usual era el de extremaunción, dando a entender con ello que se trataba de un sacramento para los que iban a morir. A partir de la reforma carolingia del s. IX la unción de los enfermos se destinó para el enfermo en peligro de muerte. "El nombre de extremaunción procede de esta época"[61]. "Esta situación se generaliza a partir del s. XI. La espiritualización y penitencialización del sacramento, unidas a la preocupación medieval por el "ars bene moriendi", explican el extremo. El sujeto pasa a ser de simple enfermo, a enfermo grave, y a moribundo". [62]
A lo largo de la historia, hasta antes del Concilio Vaticano II, también se ha visto al sacramento de la unción de los enfermos como una sombra opacada del sacramento de la penitencia ya que no es infrecuente que el tratado de la unción de los enfermos vaya unido al del sacramento de la penitencia y el viático de enfermo.[63] Se llegó incluso a la "penitencialización del sacramento de la unción".
Cuando se inició el Concilio Vaticano II la praxis pastoral seguía como en los siglos precedentes. Los teólogos, principalmente la escuela alemana, consideraban aún al sacramento de unción de enfermos como "último sacramento"; como "exeuntium" (de los que salen de este mundo); como sacramento del final de vida. Dicho sacramento era administrado a personas que a veces no estaban en condiciones de pedirlo o de rechazarlo (moribundos). Esto explica el por qué de la práctica pastoral en situaciones a veces de extrema gravedad de las que sólo milagrosamente, "mágicamente", puede esperarse la curación corporal. No es de negarse por ello que el pueblo cristiano acabó dándose prácticamente una identificación entre este sacramento y la muerte; y que naturalmente eso trajo consigo una resistencia y poca simpatía de la feligresía en general tratando de retrasar lo más posiblemente su recepción.
"Ya Simón de Tesalónica (ဠ1430) reprochaba a la Iglesia Occidental el haber hecho del sacramento de los enfermos un "sacramento de muerte", falseando su sentido"[64]
En la generalidad de los casos se hacía llamar a los sacerdotes cuando el enfermo estaba inconciente e incluso cuando ya acababa de morir.[65] Sobre la unción de los enfermos ha hablado el Vaticano II en la Constitución de sagrada liturgia (n.73-75) y en la Lumen Gentium (n. 11).[66]
Por ello el Vaticano II "exigió" llamarlo expresamente la Unción de los enfermos y no extrema unción (SC 74). Esta postura ya tenía sus claros precendentes en el Concilio de Florencia (DS I324s.) y, sobre todo, en el Concilio de Trento (DS 1696) aunque quedó un poco oscurecida en la práctica eclesial.
"La dimensión antropológica de la Unción lleva a situar el sacramento en un contexto de acompañamiento, apoyo y alivio del enfermo considerado en su totalidad. También esta perspectiva ayudará a superar la mentalidad de quienes ven en la Unción "el anuncio de una muerte ya cercana" en lugar de un remedio, a veces incluso sanitario, para los dolores del enfermo."[67]
El Concilio Vaticano II trajo consigo una profunda renovación litúrgica y devolvió el sentido real al sacramento de la unción de enfermos. Citamos: el carácter social, y eclesial, "aunque realizado frecuentemente en domicilio particular y con asistencia de muy pocos fieles, no deja de participar del carácter eclesial y social de todos los sacramentos". Amén de la finalidad didáctica y psicológica.
El Concilio Vaticano II intentó recuperar todas las dimensiones de la Unción de los enfermos. "En él, el sacramento de la unción recibió un nuevo acento en cuanto se ha resaltado allí tanto la dimensión eclesiológica como la realización personal de ese sacramento"[68]. Por eso declaró: "Por la sagrada Unción de los enfermos y por la oración de los presbíteros, toda la Iglesia recomienda los enfermos al Señor, que padeció y fue glorificado, para que los salve y reanime (Cf. St. 5, 14-16) y ante todo los exhorta a unirse de corazón a la pasión y muerte de Cristo (Cf. Rm. 8, 17; Col. 1, 24; 2 Tm. 2, 11-12; 1Pe. 4, 13) para el bien del Pueblo de Dios" (S.C. Nº 73). Por ello mismo, el Concilio ordenó que "se adapte a las circunstancias el numero de las unciones, y que se revisen las oraciones que integran el rito de la Unción de los enfermos, de tal modo que correspondan a las condiciones distintas de los enfermos que reciben el sacramento" (id. Nº 74).
Es menester resaltar que hasta antes del Concilio Vaticano II se destacaba únicamente uno de los efectos de la Unción de los enfermos: su aspecto penitencial. La nueva forma que vino a posteriori del Vaticano II tiene su inspiración en las palabras de la Carta de Santiago y en el Concilio de Trento, y es mucho más rica en su significado. Consiste en las siguientes palabras, conforme a la traducción oficialmente aprobada:
''Por esta santa Unción y por su infinita misericordia, te auxilie el Señor con la gracia del Espíritu Santo (R/Amén)".
"Para que, libre ya de tus pecados, le salve por su bondad y alivie tus sufrimientos. (R/Amén)".
Este texto pone de relieve que la gracia conferida por el sacramento de la Unción de los enfermos es obra del Espíritu Santo y que la santa Unción constituye un remedio tanto para el alma como para el cuerpo. En la medida de lo posible, la primera parte debe recitarse mientras se hace la Unción en la frente, y la segunda, mientras se ungen las manos.
Acogiendo las aspiraciones del Concilio, la Constitución apostólica de Pablo VI, "Sacram unctionem infirmorum", del 30 de noviembre de 1972 (AAS 65, 1973, pp. 5-9). definió los puntos fundamentales de la reforma del rito. Fruto de dicha reforma es el nuevo "Rito de la Unción de los enfermos y su asistencia pastoral", promulgado por decreto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, del 7 de diciembre de 1972.
Así también la doctrina cristiana acerca del sufrimiento y la enfermedad aparece ampliamente expuesta en la Exhortación apostólica de Juan Pablo II, "Salvifici doloris", del 11 de febrero de 1984, como fruto y resultado de esta renovación eclesial.
Finalmente, el nuevo Código de Derecho Canónico declara que, por la Unción de los enfermos, "la Iglesia encomienda a los fieles gravemente enfermos al Señor doliente y glorificado, para que los alivie y salve" (can. 998).
De lo hasta ahora expuesto, se deducen las tres finalidades del sacramento de la Unción de los enfermos:
a) Que el paciente, uniéndose libremente a la Pasión de Cristo, participe también de su Resurrección, contribuyendo de esta manera al bien de todo el Pueblo de Dios;
b) Que sea salvado de sus pecados y reciba la fuerza del Espíritu Santo para luchar contra las tentaciones -en especial la del desánimo- que en la enfermedad, a causa del debilitamiento de las fuerzas humanas, puede presentarse con mayor violencia;
c) Que, al recuperar la salud corporal, pueda reincorporarse a sus tareas normales y a la convivencia en la comunión eclesial.
3.4-El ministro del sacramento de la Unción de los enfermos.
La Unción sólo es válida cuando es llevada a cabo por el sacerdote y sólo él, como lo expresa claramente el Código de Derecho Canónico, (C.D.C. 1003 § 1):
"Todo sacerdote, y sólo él, administra validamente la unción de los enfermos".
No se debe olvidar que "sacerdote" en el derecho canónico, significa tanto el presbítero como el obispo. Sin embargo en los diversos sacerdotes, constituye un deber y un derecho especiales de administrar este sacramento de quienes tienen cura pastoral ordinaria de los fieles enfermos, como son los párrocos, los capellanes de casas religiosas, de institutos laicales o de otras instituciones piadosas, los superiores de los institutos religiosos clericales, etc. Los demás sacerdotes confieren siempre válidamente la Unción de los enfermos y también lícitamente actúan cuando "por una causa razonable administran este sacramento, con el consentimiento al menos presunto del sacerdote al que antes se hace referencia" (can. 1003, § 2). No obstante, dada la responsabilidad particular que incumbe a quienes tienen cura ordinaria de almas, los demás sacerdotes que, de acuerdo con lo que ha sido indicado, vayan a administrar la Unción de los enfermos, deben enterarlos del hecho.
Cuando varios sacerdotes están presentes en la celebración, pueden distribuirse entre sí las diversas partes del rito (liturgia de la palabra, invocaciones, etc.). Pero, en conformidad con lo expuesto cuando nos referimos a los sacramentos en general, es necesario que aquel que realiza la unción sea el mismo que pronuncia la fórmula[69].
"La administración de la unción de los enfermos por un laico o la autounción no puede ser sacramento, sino sólo sacramental" (cf. D 910, 929 – DS 1697, 1719)[70]
3.5-El símbolo y su significado
Para el desarrollo de este tópico seguimos el espíritu del texto del Instituto Internacional de Teología a Distancia[71]. En una apretada síntesis encontramos que: El Antiguo Testamento nos testifica el uso del aceite como bálsamo para las heridas. Isaías dice: «Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas pútridas, ni curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite» (Is. 1, 6). El aceite significa en este caso alivio a la enfermedad.
También el Nuevo Testamento nos habla de este uso del aceite. En la parábola del buen samaritano, éste «vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino» (Lc. 10, 34). Los apóstoles «ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban» (Mc. 6, 13).
La unción de los enfermos quiere expresar, por parte de quien la recibe, que su fe está viva hasta el punto de entender la circunstancia dolorosa de la enfermedad o de la muerte como algo que no contradice al amor de Dios por sus hijos. El ungido manifiesta que Dios tiene el sentido del dolor humano y que su fe en Jesús es capaz de soportar esta purificación con los mismos sentimientos que el maestro lo hizo: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc. 22, 42).
Por otra parte, la unción es un acto de la comunidad cristiana que quiere prolongar los gestos de Jesús solidario con los enfermos, con la finalidad de garantizarles el amor liberador de Dios y la solidaridad de la comunidad cristiana en esta circunstancia dolorosa.
Se trata de reanimar la fe, aliviar el dolor en la medida de lo posible y alegrar al enfermo con una compañía cariñosa. A través de todo ello, Dios actúa, recibe y apoya esta fe. También en este caso el aceite simboliza el Espíritu de Jesús necesario para enfrentarse a un acontecimiento concreto: la enfermedad o la muerte.
Para la recepción válida de la Unción de los enfermos, se requiere que el sujeto sea bautizado, haya llegado al uso de razón, tenga la debida intención "comience a estar en peligro por enfermedad o vejez" (Cf. C.D.C. 1004, § 1). Expliquemos cada uno de estos requisitos:
Persona bautizada. Todos los sacramentos suponen ya en el sujeto la inserción en Cristo, la cual será fortalecida o restaurada por la acción sacramental. Los sacramentos son, en efecto, medios para alimentar esta vida que fluye de Cristo-Cabeza hacia sus miembros.
Para la licitud de la Unción se exige, como norma general, que el fiel que va a ser ungido, sea miembro de la Iglesia católica. Sin embargo, en los tratados de los sacramentos en general, hay casos en los cuales (urgencias) es licito administrar este sacramento a cristianos pertenecientes a otra Iglesia o comunidad eclesial.
Persona que haya llegado al uso de razón. La tradición de la Iglesia reconoció siempre, en la Unción de los enfermos, un cierto carácter penitencial, hasta el punto de que el perdón de los pecados fue resaltado como el efecto más propio e inmediato de este sacramento. Actualmente, conforme hemos dicho, se destaca más el efecto de lograr que el enfermo, confortado por la virtud del Espíritu Santo, se asocie libremente a la Pasión de Cristo; en esta forma, recibe también una ayuda especial para resistir las tentaciones del demonio, en un momento en el que la naturaleza experimenta un debilitamiento. Ahora bien, las personas que no han llegado al uso de razón, no son capaces ni del arrepentimiento propio de un acto penitencial, ni del ofrecimiento consciente de sus dolores o de su vida, y ni siquiera de ser tentadas para cometer pecados. Por esto, la Iglesia no les administra el sacramento de la Unción de los enfermos. Este sacramento puede constituir igualmente un alivio para el cuerpo. Por ello mismo, creemos que la disciplina actual de la Iglesia puede modificarse, en el sentido de poder también administrar la Unción de los enfermos a los niños que no han llegado aún al uso de la razón. Sin embargo, esto en el momento actual es apenas un deseo, pues la actual legislación es suficientemente clara, como acabamos de exponerlo.
En relación con los dementes, es evidente que, si nunca han llegado al uso de razón, se equiparan completamente a los niños. Pero si alguna vez fueron capaces de raciocinar y querer libremente, deben ser ungidos, al menos condicionalmente. En caso de duda, adminístrese el sacramento (Cf. C.D.C. 1005).
Persona que tenga la intención debida. Como sucede con todos los sacramentos que han de ser recibidos por quienes son capaces de un acto propio de voluntad, también la Unción de los enfermos exige, al menos, la intención habitual implícita. Esta intención se halla, normalmente, implicada en el deseo de vivir cristianamente, o en el hecho de pedir asistencia espiritual, en el momento de la muerte. Sin embargo, es evidente que el rechazo formal de los auxilios de la Iglesia excluye la intención mínima necesaria.
Cuando el enfermo ha perdido el conocimiento y se abrigan dudas positivas acerca de su intención, a causa de algunos hechos objetivos, la Unción debe administrarse condicionalmente, pero no debe ser omitida (Cf.C.D.C. 1005,1006).
Persona que comience a encontrarse en peligro de muerte por enfermedad o vejez. El sacramento de la Unción de los enfermos no es primordialmente, un sacramento de moribundos. Para auxiliar a quienes se preparan a emprender el viaje supremo, la Iglesia posee otro sacramento: la Eucaristía administrada como viático, prenda de la resurrección (Cf. Jn. 6, 54). El C.D.C. 1104, § 1, ateniéndose a lo dicho por la Constitución conciliar "Sacrosanctum concilium", al hablar de comenzar a estar en peligro (de muerte). No se trata, por tanto, del llamado "articulus mortis", es decir, de los instantes que preceden inmediatamente a la muerte, sino de cualquier estado de salud que demande cuidados, poniendo en riesgo la vida, por más que tal riesgo pueda preverse como algo lejano. La constitución apostólica de Pablo VI "Sacram unctione infirmorum", del 30 de noviembre de 1972 y el nuevo "Rito de la Unción de los Enfermos" emplean una fórmula un poco distinta, ya que hablan sencillamente de los "periculose aegrotantes", fórmula, por lo demás, procedente del ritual de 1614. "En la duda sobre si… sufre una enfermedad grave… adminístresele este sacramento " (Cf. C.D.C. 1005). Por otra parte, el diagnóstico del médico ofrece el más seguro indicio acerca de la gravedad o no de la enfermedad, o del debilitamiento de las fuerzas por razón de la vejez. La Unción de los enfermos puede conferirse antes de una intervención quirúrgica necesaria, que implica riesgo de vida, aunque el estado pre-operatorio no inspire cuidados.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |