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La Unción de los enfermos y pastoral de la salud (página 3)


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Para la recepción lícita  y fructuosa de la Unción de los enfermos, aparte de los cuatro requisitos enumerados, se requiere también el arrepentimiento, al menos con contrición sobrenatural imperfecta, de sus pecados. En razón de esto, "no se dé la Unción  de los enfermos a quienes persisten obstinadamente en un pecado grave manifiesto" (C.D.C. 1107), sea cual fuere su especie.

            La Unción de los enfermos puede reiterarse siempre que el enfermo, habiendo convalecido, recaiga en enfermedad grave. También si, persistiendo la enfermedad, el peligro se agravare (Cf. C.D.C. 1004, § 2). Compete a la prudencia pastoral el determinar cuándo es conveniente repetir el sacramento. Lo cual debe hacerse sin ansiedades, pero también sin una excesiva preocupación por multiplicar las celebraciones.

            Es obligación de los pastores de almas, es decir, de quienes tienen la cura pastoral ordinaria, así como de los parientes de los enfermos, procurar "que sea reconfortado en tiempo oportuno con este sacramento" (Cf. C.D.C. 1001).

La unión de la Unción de los enfermos con otros sacramentos. Puesto que el enfermo puede querer recibir también otros auxilios de la Iglesia, el nuevo rito prevé una celebración continua de tres sacramentos. El orden allí establecido, de conformidad con criterios teológicos, es el siguiente:

a) Penitencia, como preparación para la recepción de los otros dos sacramentos;

b) Unción de los enfermos, que proporciona una ayuda especifica para el estado del enfermo;

c) Eucaristía, como viático, preparando de esta manera el ultimo viaje. Cuando, empero, el tiempo urge, se debe anteponer el viático a la Unción, dado que la necesidad de la Eucaristía, en el momento supremo de la vida, es anterior y superior a la de la Unción.

La celebración comunitaria de la Unción de los enfermos. Todo sacramento posee una dimensión comunitaria., En el caso de la Unción de los enfermos, la Iglesia entera ora por ello y recibe las gracias de su asociación a la Pasión de Cristo. La estructura del rito completo de la Unción es bastante significativa a este respecto, pues incluye un rito penitencial: liturgia de la Palabra, oración universal, liturgia del sacramento, unción y bendición. Se llega incluso a prever la posibilidad de conferir la unción durante la misa, con concurso de fieles, mas aún, el Código recoge la prescripción que se encontraba ya en e! rito reformado: "En celebración común de la Unción de los enfermos para varios enfermos al mismo tiempo, que estén debidamente preparados y rectamente dispuestos, puede hacerse de acuerdo con las prescripciones del obispo diocesano" (Cf. C.D.C. 1002).

            Puede hacerse esto en santuarios a donde acuden enfermos, pero también puede cumplirse en las parroquias. De esta manera, la  unción de los enfermos dejaría de ser considerada como un rito que se debe administrar furtivamente, con el propósito de ocultar la inminencia de la muerte. Las celebraciones comunitarias solemnes podrían mas fácilmente estimular a aquellos que se encuentran gravemente enfermos o debilitados por la vejez, a consagrar su estado al bien de todos, vinculándose a los padecimientos de Cristo.

La enfermedad es un momento crítico en la vida de todo individuo. El dolor, a veces, llega a debilitar la mente y viene entonces la desconfianza en uno mismo, en los demás y, ¿por qué no decirlo?, la desconfianza en Dios. Fue en uno de estos momentos críticos cuando Job dijo: "¿Por qué al salir del vientre no morí y no perecí al salir de las entrañas?" (Jb. 3,11). El enfermo llega a sentirse una  "carga" para su familia; por eso debe ser ayudado por la comunidad por medio del sacramento de la unción de los enfermos. Jesús se hace presente junto a la cama del enfermo para fortalecerlo, para consolarlo, para curarlo.

CAPÍTULO 4

4-EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS EN SU DIMENSIÓN PASTORAL

            En la actualidad vemos que la sociedad está inmersa en un narcisismo, de tinte pragmático, utilitarista y materialista, salpicada de un positivismo relativista, que recuerda la inutilidad de lo humano, la dejadez de lo trascendente, "matando a Dios". Una sociedad sin referente moral, donde su marco ético es la vigencia social y la fragilidad de sus relaciones.

            Esta realidad también se refleja dentro de la Iglesia, en donde muchos cristianos adoptan las mismas posturas de quienes no lo son, marginando lo frágil e improductivo, sin tener en cuenta que para Dios lo débil, los que sufren, los que lloran son bienaventurados, "macarioi".

            Lo anteriormente dicho es una constante histórica, que la humanidad ha experimentado a lo lardo de su edad. La República de Platón llevaba ya a cabo una "depuración" social, eliminando al más débil. Esta postura fue repitiéndose también unos siglos después con los espartanos para desembocar en las ideologías colectivistas donde en individuo concreto ya no cuenta. El final de esta triste historia, su "guinda", la "negra corona" y su fúnebre aureola, es la Segunda Guerra Mundial, con el holocausto judío, y el genocidio en manos de la cultura aria.

            Por todo esto, la misma Iglesia en todos sus niveles debe sentirse provocada e interpelada por estos fenómenos, marcados por la injusticia y el olvido humano, social y eclesial, que reclama una imperiosa y urgente respuesta, dando una praxis más eficaz de la pastoral sacramental, "entre las cuales" una de las más destacadas es la celebración del sacramento de Unción de los enfermos y su actualización pastoral.

            Llega el momento de establecer un parangón entre la experiencia histórica de la Iglesia, todas sus reflexiones y posturas con la praxis que ella mismo lleva al frente. Esto no pretende llevarnos a actitudes negativas ni contrarias a la Iglesia, sino que pretende llevarnos a descubrir la situación y la identidad profunda de este sacramento.

            Así llegamos al objeto de la pastoral de la unción de los enfermos. Su finalidad primigenia y última es que los enfermos puedan vivir evangélicamente la situación patológica en la que se encuentran y que la comunidad eclesial demuestre en la práctica su solidaridad para con sus miembros sufrientes.

            Teleológicamente en el contexto actual, la pastoral exige que la enfermedad sea reconocida como constituyente de la existencia humana, que en algún momento de su vida está llamado a vivir. La enfermedad no es una accidental y esporádica circunstancia humana, tampoco un casual fenómeno individual. Sino que siguiendo sus coordenadas básicas encontramos que es algo profundamente existencial y abarcante. En términos heideggerianos, la enfermedad y el dolor se presentan como existenciales porque confrontan al hombre con su fragilidad y limitación e incluso hace que se plantee la vida en interrogativo,  haciéndolo reconocer su contingencia. Por ello la Iglesia debe saber cómo, con quién, cuándo y dónde cumplir el mandato divino de nuestro Señor Jesucristo.

            Conseguir hablar de la enfermedad con serenidad. Asumir juntos, enfermos y allegados todo lo que atañe la prueba de la enfermedad y consiguientes derivaciones. Descubrir la nueva libertad que pueden vivir, en especial el perdón y la reconciliación y abordar con la mayor paz posible todo los proyectos que en una existencia escapa a causa de la muerte, son desafíos y tareas que la comunidad eclesial debe realizar para que así la práctica sacramental sea profundamente renovada.

        "Lo importante no es dar unas respuestas globales, metafísicas o religiosas a la enfermedad: este tipo de respuesta no satisfará nunca completamente la necesidad de una respuesta racional y tranquilizadora. Nuestra misión no es mostrar con docta seguridad a los cristianos lo que es ideológicamente la enfermedad, sino hacerles ver que la fe, la caridad y la esperanza ha de ser vividas en el seno mismo de las dificultades suscitadas por lo patológico y en función de ellas".[72]

            En este mundo secularizado la enfermedad puede ser motivo y momento oportuno de una nueva relación con Dios. El hombre enfermo puede llegar a tener una experiencia nueva e irrepetible de Dios, por su cercanía e incondicionalidad. Esto lo lleva a comprender que sólo Dios es el absoluto y cuán relativo es el hombre, y de ahí que se siente ayudado a recomponer su escala de valores: dinero, éxito, salud, cuerpo, poder que la cultura hedonista sobresalta, van siendo desplazados para que Dios venga a ocupar el puesto que hace tiempo se le había negado.

    4.1-Los responsables de la misión

            Incurriríamos en un reduccionismo si pensáramos que los sujetos de esta misión fueran sólo y exclusivamente los ministros ordenados. La Iglesia entera es responsable de esta misión y que todos sus miembros han de prologar el ministerio de Cristo.

            Por razón de su ministerio, los obispos, presbíteros y diáconos deben manifestar su preferencia por los enfermos; sin embargo la obligación de atenderlos compete a todos y cada uno de los componentes de la comunidad eclesial. De una forma específica esta obligación recae sobre los familiares del enfermo y especialmente por aquellos que tienen el encargo de su cuidado como son los médicos, enfermeros, religiosas, etc.[73].

        "En este sentido, todos los bautizados sujetos de la acción eclesial y actores responsables de las formas de acción de la Iglesia. Todos están llamados, aunque no exactamente del mismo modo, al servicio de la Iglesia, al servicio de la palabra y de la fe, a la realización del sacramento y de la liturgia, así como a la diaconía de la caridad"[74].

            Pero también encontramos con los datos aprehendidos de nuestra realidad y en coincidencia con lo expresado por Claude Orteman en donde afirma que hay demasiados pastores que no esperan de la jerarquía o de sus colegas más experimentados otra cosa que recetas "práctico-prácticas" que le dispensen de una reflexión personal de administrar el sacramento y sobre el sentido de la unción. Los pastores han venido a marginar en gran parte a los enfermos y al sacramento de los enfermos.

            El hacerse cargo de los enfermos es una tarea situada en el corazón mismo del Evangelio (cf. Mt. 4,23-25; 10, 7-8 y 11, 4-6) que incumbe principalmente a los pastores pero debe ser también firme labor de todos aquellos que gozan de buena salud.

 "Si la Iglesia no se ocupase de los enfermos, no sería la Iglesia de Jesús, pues le faltaría una de sus notas esenciales. Todos los miembros de la Iglesia participan de esta misión, si bien cada uno ha de realizarla en función del carisma recibido y del ministerio que la Iglesia le ha encomendado, pero siempre en corresponsabilidad con todos los demás, para así hacer transparente el verdadero ser de la Iglesia"[75].

    4.2-La pastoral de la salud en la pastoral parroquial

            La unción de los enfermos cobra una especial significación en las actividades pastorales de una parroquia. Ella es la porción concreta que el Señor ha asignado en la misión de la Iglesia al párroco. "La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio" (Cf. C.D.C.515, §1).

            El Evangelio narra el caso de un pobre enfermo junto a una piscina. Jesús llega y aquel individuo le dice: "No tengo quién me empuje cuando se mueven estas aguas". Este individuo, rodeado de tanta gente, sin tener a nadie que lo empuje hacia las aguas, representa la soledad del enfermo que empieza a dudar de todo y de todos, que tiene desconfianza de sí mismo y de los demás, y que necesita precisamente ser "empujado", en esos momentos tan críticos de su vida, hacía las aguas del sacramento de la unción de los enfermos.

            "Si alguno está enfermo နnos manda Santiagoန llame a los presbíteros de la Iglesia para que lo unjan con aceite, y la oración de fe salvará al enfermo y, si hubiere cometido pecados, le serán perdonados". Es una "orden" terminante: aquí no valen sentimentalismos o vanos prejuicios; no se puede fallar al enfermo en esos momentos, tal vez, contados de su vida.

            Siendo como es, la parroquia supone ciertas condiciones. Sus miembros están evangelizados y mentalizados de una manera concreta y particular, obedeciendo las circunstancias espacio-temporales, culturales, económicas y sociales en las que está inserta. Por ello, en la medida de lo posible la preocupación y la atención a los enfermos debe ser un tema transversal en todo momento de la vida comunitaria.

            Esta finalidad se patentiza en la predicación, oración, catequesis, información, celebraciones, jornadas diversas, planes pastorales, testimonios y ayudas. Encomendando dichos servicios "a miembros responsables de la comunidad", que asumen en grupo la tarea pastoral de enfermos y son verdaderos animadores de la misma.

            De capital importancia, por ello, es la formación de grupo o grupos de cristianos comprometidos a los cuales les corresponde el censo parroquial y la cuantificación de los enfermos, con sus correspondientes situaciones y necesidades, dando continua información al párroco y a toda la comunidad. Esto dará la pauta para la elaboración de un proyecto de acción en un tiempo determinado, buscando la solución de los diversos problemas y realizar el permanente encuentro con los enfermos, preparándolos suficientemente para la visita de un sacerdote con la adecuada predisposición para el sacramento.

            Para llevar a feliz término este proyecto se precisa de cristianos cualitativamente preparados. Pero ¿están los fieles suficientemente bien preparados para asumir esta difícil tarea? ¿Está en el centro de interés de los párrocos la continua preocupación y atención de los enfermos? ¿Poseen los fieles formación e información suficiente respecto a este sacramento? ¿Qué hacer con los matrimonios de hecho y aquellos casados vueltos a casar que no están en condiciones de recibir este sacramento pero que representan una franja importante de fieles dentro de la parroquia y a los cuales no se puede soslayar? "Porque a quien se le prohíbe los demás sacramentos, no se le concede de modo alguno usar de éste sólo", ¿Qué hacer entonces?

    4.3-La pastoral de la salud en los centros hospitalarios

            Los hospitales son otra realidad concreta de la que no podemos estar ajenos. Es hoy el lugar más emblemático de lo humano. Lugar de encuentro con la humanidad, en esa desembocadura confluye todo lo serio de la vida, "el peso de lo real" con sus contradicciones.

            Con la institucionalización del cuidado de la salud emergen nuevos desafíos para la Iglesia. Los centros hospitalarios se convirtieron no sólo en puntos de atención, sino que también son una desafiante encrucijada, en las que se encuentran cara a cara el deseo de vivir y la muerte definitivamente inevitable; el sano y el enfermo; el moribundo y el que estrena la vida; el herido y el curador; la desesperanza ante un diagnóstico infausto y la esperanza de recobrar la salud y la solidaridad que dignifica y cura, y la deshumanización que degrada[76] y produce el olvido.

            Por consiguiente, la Iglesia, así como en la parroquia, debe buscar la cristificación de todos los que componen dicho estamento. Es decir, que los centros de sanidad, tanto públicos como privados, deben crear ambientes de acogida fraterna y solidaria, no convirtiéndolos en lugares fríos en las que sólo se cumplen "profesional" y "mecánicamente" la profesión sanitaria. Los hospitales deben ser también un lugar en donde el cristiano se encuentre con Cristo Señor.

            Juntamente con la profesionalización del servicio médico ha ido viniendo consigo un trato despersonalizado del enfermo, siendo a veces reducido a material de pruebas y ensayos químicos, olvidados y arrinconados en piezas frías y sin humanidad, sometidos a mil controles y máquinas. La profesionalización trajo consigo inestimables conquistas en el ámbito de la salud, pero también a lo largo de los años se ha ido olvidando la categoría de servicio. La "profesión" fue sustituyendo lentamente a la "vocación". Lo ideal sería encontrar verdaderas vocaciones de servicios sanitarios, empapadas de profesionalidad y formación cristiana conveniente.

            De ahí la imperiosa necesidad de formar a todo el personal responsable, coordinando grupos de acción pastoral, personalizando la ayuda a los enfermos, humanizando las relaciones con el personal y cristianizar las actitudes y acciones de todos sus miembros a través del anuncio explícito del Evangelio.

            Empero, hay que también reconocer que esta pastoral también tiene numerosas dificultades, entre las cuales encontramos la secularización, miedos, complejos y principalmente los contratestimonios que impiden o debilitan la acción pastoral. Sin embargo, entre estas dificultades también existen buenas posibilidades, las cuales abren nuevas esperanzas a la acción pastoral. Ejemplo concreto de esto es: la necesidad de buena ayuda y comunicación personal, apertura y entrega de los demás, servicio incansable de algunos cristianos.

            Los centros hospitalarios hoy en día, abarrotados y superpoblados de personas, en su mayoría cristianos, deben ser objeto de atención y cuidado de todos los pastores, ya que deben animar, promover y dirigir la pastoral.

            Por último y sin olvidar que esta edificante tarea no debe ser llevada a cabo de forma solitariamente aislada, es preciso fomentar el trabajo colectivo de las parroquias entre sí. Cabeza visible de esta labor son los obispos, con la colaboración de los cura párrocos.

    4.4-La pastoral de la salud y la visita a los enfermos

            Otro elemento constitutivo de la pastoral de la salud es la visita a los enfermos. Pero cuando se habla de enfermos no hay que pensar sólo en los otros, también nosotros podemos enfermamos; pueden sucedernos también tantas cosas; por eso mismo hay que estar preparados para pedir a tiempo la unción de los enfermos. Habrá un momento en que nos sentiremos como caídos a la vera del camino, olvidados e incluso inscriptos en la lista de los marginados, y, con humildad, debemos reconocer la necesidad de que los buenos samaritanos vayan a ungirnos con aceite.

            Esta acción debe llevarse a cabo, no con la intención de amortiguar la conciencia familiar del enfermo o alimentar el pensamiento mítico-mágico del mismo. No debe ser una visita protocolaria o de último momento, sino una acción permanente de la comunidad en solicitud por los enfermos.

            Por ello podemos preguntarnos ¿cuándo y cómo se da una buena visita? Los elementos que nos dan la repuesta son sencillos, sólo hace falta buena predisposición y actitud de servicio. Cuando se intenta todo lo necesario para aliviar el espíritu y el cuerpo de los que sufren; cuando se conforta, se anima y se atiende las reales necesidades físicas, materiales, psicológicas de los que sufren; ahí se halla propiamente dicho: "Una verdadera visita en el Señor a los enfermos". Por ello todos los fieles deben atender a los enfermos dando respuesta concreta a sus necesidades de manera fraternal (Cf. RUE 35).

            Como dice Borobio[77], de ahí entonces que la visita a los enfermos puede definirse como continuación y realización de la misión que Cristo ha encomendado a su Iglesia; ofreciendo a los que sufren una palabra de consuelo y esperanza, gesto de ofrenda por los demás. Por ello la visita a los enfermos es aquel preludio sacramental de la misma celebración de los sacramentos y un compromiso para un cumplimiento más sincero y auténtico de la misión con los enfermos.

            Una experiencia que cabe destacar es aquella vivida luego del siniestro en el supermercado Ycuá Bolaños el uno de agosto de dos mil cuatro; donde la desesperación y la tristeza amalgamadas algunas veces con la rabia, otras con la fe, puede hacernos entrever la sed y el ansia del pueblo paraguayo de encontrar en la visita de los pastores, la misma presencia viva de Cristo que se compadece del dolor y la enfermedad. Esta sed y ansia se traduce en las profundas reverencias y agradecimientos hacia los pastores.

    4.5-La pastoral de la salud y la comunión de los enfermos

            El sacramento de la Unción de los enfermos no es un sacramento alejado, aislado y absolutamente independiente de los demás sacramentos. Sin querer con ello negar la autonomía y eficacia de aquél. Lo que se plantea en la práctica pastoral de la Iglesia es una cuestión de orden y prioridad en relación con los sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía. Vale la pena, por lo tanto, acotar que el sacramento de la penitencia precede tanto a la unción como a la comunión y en peligro de muerte puede llevarse a cabo de forma genérica.

            La comunión en cambio, según la costumbre más antigua de la Iglesia, es el auxilio principal y más continuado que se ha ofrecido al enfermo (Cf. RUE 63, 64). Corresponde por lo tanto decir – en la misma línea de pensamiento de Gonzalo Flórez – que el sacramento específico para el momento en que el enfermo se enfrenta en trance de  muerte, no es la unción, sino el santo viático. El viático es un derecho y un deber de todo bautizado en uso de razón y es un momento que la Iglesia considera propicio para que el cristiano renueve la fe bautismal[78].

            Para la realidad concreta de la enfermedad corporal la Iglesia da una respuesta solidaria y de esperanza. Esta respuesta es un sacramento, la unción de los enfermos. Ante una realidad concreta, un sacramento concreto. Pero esta respuesta eclesial no debe ser entendida de manera excluyente y solitaria. Un sacramento tiene pleno sentido en el contexto de los demás sacramentos. De ahí que la Eucaristía, no siendo un sacramento específico de la enfermedad, pero siendo el sacramento por excelencia de la vida cristiana, también  lo es para los momentos en que la enfermedad llega.

La Iglesia, ya acostumbrada a hacer partícipes a los enfermos de la Eucaristía a través de la reserva de las especies, sigue siempre firme en esta opción. La comunidad tiene obligación de dar y el enfermo tiene el derecho de recibirla[79].

            De esto nace la imperiosa necesidad de que los pastores se preocupen y "esmeren en facilitar al máximo el acceso de los enfermos y ancianos a la Eucaristía". Pero por desgracia hoy ha venido a marginarse en gran parte este ministerio, unas veces por desidia, falta de tiempo, o por reparos sacramentales de los sacerdote; otras por miedo, complejo, despreocupación y olvido de los enfermos. Sin embargo, la comunión a los enfermos tiene pleno sentido y valor, y debería ocupar un lugar importante en esta pastoral.

    4.6-Revitalización y valorización de la pastoral de la salud y la unción de los enfermos

            En más de una ocasión ya se ha dicho que este sacramento fue tristemente relegado a segundo plano y tenido como pariente pobre de la familia sacramental. En más de una ocasión hemos podido notar que esta marginación es bipolar. Por una parte no apetece a los sacerdotes darlo, ni les gusta a los fieles recibirlo.

            Se pueden colegir varios motivos: por la confianza extrema en los medios y técnicas sanitarios vigentes en la actualidad; olvido de lo religioso y sobre-exaltación de lo científico. Marginación de lo sacramental y conciencia popular equívocamente mágica. Desplazamiento de la escatología en la vida cristiana y cambio de imagen y función del sacerdote en la situación de enfermedad, etc.

            Ante esta situación no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Urge dar inicio a una tarea de verdadera revalorización  de este sacramento, devolviéndolo así su sentido y lugar primigenios, buscando los medios necesarios y correctos para tal fin.

Las posibles soluciones a estos inconvenientes nos da Dionisio Borobio. Entre tantas se puede: concienciar y catequizar a la comunidad cristiana sobre el sentido y la importancia de la pastoral y los sacramentos de enfermos; situar esta pastoral y sacramentos en el mundo cultural de enfermedad-salud de nuestros días; ayudar y asumir el elemento trágico de la vida, el dolor, la enfermedad  y la muerte, como aspectos integrantes de la condición integral humana; destacar los centros de sentido de esta tarea, en relación con el ministerio liberador de Cristo y solidaridad de la Iglesia-comunidad y suscitar y mantener carismas, servicios y ministerio laicales que se responsabilicen de forma evangélica de las personas enfermas. El sacramento hay que saber proponerlo, prepararlo y celebrarlo para que manifieste toda su eficacia salvífica.

    4.7-La pastoral de la salud y los sujetos de la unción

            Estableciendo un rápido recorrido histórico podemos apreciar que a lo largo de los años los "sujetos" de la unción sufrieron diferentes interpretaciones. Primigeniamente y en base al texto de Santiago podemos afirmar que los primeros sujetos de la unción fueron los "enfermos graves", pero pasado el tiempo llegó a tenerse a los "moribundos" como tales. éstos a su vez fueron reemplazados por los "en peligro de muerte". El circuito sólo acaba con el establecimiento del nuevo ritual en el que tiene como sujeto de nuevo a los "enfermos".

            En base a este recorrido histórico podemos llegar a formularnos algunas preguntas que vienen al caso. Primeramente podríamos preguntarnos ¿en qué consiste una enfermedad grave? La respuesta viene inmediatamente a nosotros diciéndonos que esta categorización de la enfermedad puede definirse como todo cambio profundo que produce en la vida psíquica-física y espiritual del enfermo, cambios que conllevan a una seria perturbación de su actividad normal y de su relación habitual con los demás y con Dios[80].

            Algo del cual también puede llegar a reflexionarse es acerca de la casuística dentro del ejercicio y administración del sacramento de la unción de los enfermos. Con la vuelta a las fuentes, el Concilio Vaticano II recobró el verdadero sentido de este sacramento, administrándolo a personas en caso de enfermedad grave. Pero es también necesario indagarnos acerca de otros posibles sujetos.

            Dionisio Borobio[81] nos cita los posibles sujetos de la unción: los enfermos cuya enfermedad se considera grave; los enfermos que van a ser operados, con tal de que una enfermedad grave sea la causa de la intervención quirúrgica; los ancianos cuya fuerza se debilitan seriamente, aun cuando no padezcan de enfermedad grave; también los niños enfermos de gravedad y los comatosos de los que se presume, que si hubieran tenido lucidez, pedirían, como creyentes que son, dicho sacramento.

            Orteman[82], en cambio, niega rotundamente que los moribundos puedan recibir el sacramento de la unción e incluso sugiere que "las instrucciones del nuevo ritualဦrechacen netamente la administración de la unción de los enfermos a los que se hallen ya en coma". En este caso si la muerte es inminente lo que hay que proponer es la penitencia y el viático. Con mayor motivo habrá de negarse la administración del sacramento a personas que hayan muerto ya, sin posibilidad de reanimación, concluye diciendo y es con el fin de evitar ser considerado un rito mágico para acallar las conciencias de sus allegados.

            Nicolaú[83]está en la misma línea que Ortemann ya que los destinatarios son los enfermos que están en grave enfermedad. Es decir, aquella que en la muerte es probable, aunque no ciertamente, no es lo mismo estar en peligro de muerte, o que ella sea cierta e inminente. Resta saber el momento en que se puede y se debe administrar. Algo que  cae de maduro, que en ningún caso se debe administrar a un muerto.

            Auer[84]con respecto al sujeto afirma que "es todo cristiano enfermo bautizado" sin aportar nada nuevo y habla de situaciones en lo que normalmente precisa del estado consciente y agrega que el sacramento se concibe como un complemento del sacramento de la penitencia. Lo que añade es lo referente a personas que se encuentra en proximidad de ajusticiamiento, nunca lo recibió, ni puede recibirlo, ya que está sano y la Iglesia ha puesto otros medios para superar su condición de condenado a muerte.

            El C.D.C. con respecto al sujeto de la unción dice expresamente que se puede administrar la unción de los enfermos al fiel que, habiendo llegado al uso de la razón comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez" (Cf. C.D.C. 1004 § 1). Esto deja entrever un amplio criterio de interpretación, no estableciendo una rígida pauta para la administración del sacramento debido a las dificultades que se presentan a la hora de dictaminar el diagnóstico final.

            Cabe por último destacar los motivos de esta confrontación. La razón principal de la misma es el basto horizonte de interpretación que surge en estos casos. De ahí las diversas posturas de los autores con respecto al tema. Pero creemos que por razones pastorales antropológicas optamos por la administración del sacramento en "estado de conciencia".

    4.8-Tendencias pastorales actuales en la renovación sacramental[85]

            Existe hoy un especial interés pastoral por renovar tanto la educación de la fe en los sacramentos como su práctica. Pero esta insistencia tiene diferentes matices y dimensiones que son convenientes conocer, a fin de situar la originalidad de nuestra hipótesis y saber relacionarla críticamente con otros planteamientos con los que no debe confundirse o a los que no habría que reducirla.

            En la renovación litúrgica a partir del Vaticano II ha adquirido gran importancia la renovación pastoral de la liturgia, a la que se han dedicado grandes esfuerzos con éxito desigual.

            Las dimensiones en las que más se ha insistido y trabajado han sido, como indica L. Maldonado: la recuperación de la palabra en la práctica de los sacramentos, la introducción de las lenguas vernáculas y la aceptación de un sentido secular de la liturgia o relación entre la liturgia y la vida secular del hombre actual.

            -Hacia una liturgia evangelizadora y misionera. En muchos ambientes no han cuajado esos esfuerzos o sus frutos no han sido los esperados. Se ha descubierto la necesidad de evangelizar, bien de manera previa a la sacramentalización, bien haciendo de los sacramentos mediaciones de evangelización y estableciendo una relación intrínseca, necesaria entre sacramentos y catequesis. En el reciente Congreso sobre la parroquia evangelizadora (Madrid, nov. 1988) se entendían los sacramentos en esta perspectiva.

-La participación del pueblo en la liturgia. La meta de la pastoral litúrgica reside en lograr que el pueblo participe, como indica C. Floristán. Para ello es necesaria una adaptación sociocultural de la liturgia en un proceso pedagógico-catequético, de forma que sea una auténtica praxis de los creyentes.

            Probablemente sea éste el esfuerzo pastoral más asumido en la base parroquial, donde se intenta por todos los medios conseguir un acercamiento a la práctica sacramental; no para volver a las prácticas masivas, sino para dar auténtico sentido a lo que significa la participación en los sacramentos. En esta línea causó gran impacto el libro de J. M. Castillo Símbolos de libertad. Teología de los sacramentos. El reciente esfuerzo de la obra colectiva dirigida por D. Borobio tiene, entre otros, este objetivo pastoral.

            –Los sacramentos en las luchas liberadoras. Esta tendencia pastoral irrumpe con fuerza desde la orientación y la praxis de la teología de la liberación. Desde la perspectiva de la historia de la salvación, la Iglesia es signo o sacramento de liberación del hombre y de la historia y debe ser denuncia y anuncio proféticos de la fraternidad, de la justicia y de la liberación en su acción pastoral, y sobre todo en la práctica de los sacramentos, sobre todo de la eucaristía.

            –La valoración de la religiosidad popular. En un primer momento posconciliar y a raíz de un cierto elitismo cristiano, la expresión popular de la fe es menospreciada y se tiende a superarla como si fuera tan sólo un reducto de sacralización no válido para los tiempos actuales secularizados. Pero posteriormente, y con la valoración y descubrimiento del sentido antropológico cultural de la religiosidad popular, nace una pastoral de esta religiosidad en la que los sacramentos adquieren un nuevo relieve y potenciación.

    4.9-Planteamientos teológicos sobre los sacramentos y la sacramentalidad

            La teología moderna ha afrontado con interés y amplitud el tema de los sacramentos aportando diferentes y variadas orientaciones, que han constituido una base importante para la renovación sacramental. Sintetizamos las líneas que creemos más significativas e influyentes, desde las que se desarrolla un fructífero concepto de sacramentalidad cristiana. 

-El sacramento como misterio: O. Casel. Los estudios e investigaciones de este monje benedictino influyeron notablemente en el establecimiento y orientación de las bases teológicas del movimiento litúrgico. Dentro de su concepción, los sacramentos son ante todo misterios del culto cristiano, por los que se representa y actualiza el misterio pascual de Cristo: "Una acción ritual de la obra salvífíca de Cristo que presencializa, bajo el velo de los signos, la obra divina de la redención". O. Casel supera la concepción escolástica, más preocupada por la definición y naturaleza de cada sacramento, para centrarlo en su más auténtico núcleo.

-El sacramento como encuentro: E. Schillebeeckx. A la luz de la categoría personalista del encuentro y dentro de la línea tomista, Schillebeeckx ofrece una comprensión más subjetivista de los sacramentos, entendiéndolos como apertura, comunicación, libertad, entrega y personalización: "Cristo es sacramento del encuentro con Dios y todos los sacramentos son también órganos del encuentro con Dios". Los sacramentos no pueden concebirse como cosas que se dan, sino como relación que se establece, relación gratuita y libre por parte de Dios y del hombre; por eso son encuentro con Cristo glorificado.

-El sacramento como palabra: K. Rahner. Esta palabra no debe entenderse sólo ni principalmente como enseñanza o didajé, sino como dabar, que es proclamación en la que acaece lo proclamado; palabra, por tanto, creadora y eficaz. La palabra plena o protopalabra sacramental es Cristo, y la Iglesia es la presencia permanente de esa protopalabra definitiva que aquélla pronuncia en cada sacramento de manera simbólica.

-El sacramento como expresión simbólica: P. Tillich. El carácter sacramental, dentro del reino de Dios, lo poseen todas las cosas y sucesos, ya que siempre trasparece en ellos la última densidad del ser. El sacramento es el brillar de lo eterno en el ahora, en una realidad finita, en determinados lugares y tiempos. Por tanto, sacramentalizar es liberar algo o a alguien de su desconexión, alienación o incomunicación respecto a su profundidad; es hacer transparente la realidad. Cristo, por consiguiente, es el proto sacramento en el que se manifiesta y realiza con plenitud esa densidad del ser,

-Sacramento y culto como expresión de la auténtica existencia humana: R. Panikkar. Esta teoría parte de la importancia del culto como cuestión última y fundamental, ya que la liberación del ser se realiza por el acto cultual que le revela, descubre y reconoce. En este sentido la secularización no es negativa, sino la nueva toma de conciencia de que culto es la vida plenamente real, porque es la verdadera expresión del misterio de la existencia; es la integración de todas las dimensiones de la vida en un movimiento de ir siempre más allá. En los símbolos sacramentales o cultuales se expresan las raíces de nuestra existencia, y así el sacramento es la expresión de la persona creyente en un contexto secular.

-El sacramento como celebración y fiesta: R. Guardini, H. Cox, J. Moltmann. Estos autores recalcan sobre todo el aspecto celebrativo, en cuanto que significa festejar, dotado por tanto de un profundo carácter festivo. El rito sacramental es ante todo anunciador y celebrativo de lo festivo, de lo alegre, de la libertad y de la promesa realizada, del gesto gratuito.

-El sacramento como liberación y compromiso: G. Gutiérrez, L. Boff, J. M. Castillo. El sacramento, en frase de Gutiérrez, es la revelación eficaz de la llamada a la comunión con Dios y a la unidad de todo el género humano. La Iglesia, como sacramento visible de toda unidad salvífica, se relaciona con el mundo de manera dinámica y temporal. Por eso la Iglesia y cada sacramento son signos de liberación del hombre y de la historia. En este sentido la Iglesia no es un fin en sí misma, sino que su función es significar realizando el reino de Dios. De esta manera los sacramentos son signos de libertad.

            La renovación sacramental impulsada por el Vaticano II, las tendencias pastorales actuales en la renovación de los sacramentos y la reflexión teológica que hemos sintetizado afirman y apoyan la viabilidad de nuestra hipótesis de trabajo, que intenta ser una respuesta pastoral orientadora a la actual y compleja problemática que plantean los sacramentos en nuestra sociedad y en nuestro pueblo y en especial la unción de los enfermos.

    4.10. Retos pastorales

            Es de imperiosa necesidad otorgar una respuesta adecuada a todas las circunstancias y realidades que emergen de nuestra actualidad. De ahí que toda realidad tiene sus retos, que brotan del mismo corazón de las circunstancias y exigen una respuesta adecuada. Abad Ibáñez[86] nos citan algunos principales desafíos. El más importante es, quizás, el descubrimiento de que la enfermedad se vive en un contexto nuevo, dado que ya no es la familia su hábitat sino los centros hospitalarios, públicos y privados, con todo lo que ello comporta: sensación percibida por el enfermo de estar "desplazado" y sin el cariño familiar precisamente cuando más necesidad tiene de él, dificultad "añadida" para que la familia y la comunidad parroquial le dispensen el trato adecuado, dificultad de celebrar el rito en un marco tantas veces inadecuado, cambio de los protagonistas de la pastoral; el capellán y los profesionales sanitarios, en lugar del párroco y la comunidad parroquial, etc.

            El ambiente materialista y secularizado de las sociedades hace cada vez más difícil la vivencia cristiana de la enfermedad, al ser considerada como una desgracia, un mal y un castigo del que hay que huir a toda costa y el enfermo una "carga".

            Finalmente, la pastoral debe seguir insistiendo en que la Unción no es un sacramento para los moribundos, menos aún para los ya carentes de sentidos, y que es toda la Iglesia la que está implicada en el cuidado de los enfermos, aunque será la familia, el círculo de amistades y las fraternidades de enfermos quienes aseguren en la práctica dicho cuidado.

    4.11. Acción pastoral con los enfermos.

            La recepción tempestiva del sacramento supone una catequesis previa, formal o informal, sobre la naturaleza y efectos de la Unción, que, por una parte, remueva los posibles temores del enfermo, fruto de una deformación o ignorancia del sacramento, y, por otra, le haga amable y deseable. La idea fundamental de esta catequesis es que la Unción no es el sacramento para prepararse a bien morir, sino el sacramento que conforta y ayuda a vivir santamente la circunstancia de la enfermedad y, superada ésta, si tal es la voluntad de Dios, reincorporarse a la vida ordinaria. En el supuesto de que la enfermedad sea irreversible y anuncie la muerte cierta y próxima, la catequesis versará sobre los aspectos penitenciales y escatológicos de la Unción, sin olvidar los de alivio y confortación.

            La recepción consciente conlleva, por una parte, la preparación del enfermo para que reciba el sacramento en estado de gracia santificante. La experiencia confirma que la enfermedad es un momento privilegiado para volver la casa del Padre tras muchos años de ausencia y un kairós que transforma a las personas con una fuerza y eficacia especiales. Conlleva también la preparación cuidadosa de la celebración del sacramento, la cual es imposible sin una catequesis, al menos elemental, sobre el sentido global de la celebración y el particular de los ritos principales: la imposición de manos, la oración de acción de gracias sobre el óleo bendecido y la unción.

            La recepción fructuosa tiene lugar cuando el enfermo participa activa y piadosamente en la celebración, de acuerdo con su edad, formación y sensibilidad espiritual. Tal participación será tanto más intensa cuanto mejor se adapten los ritos a la situación concreta del enfermo. En cualquier caso, es imposible sin una preparación, aunque sea elemental, del enfermo. La pastoral ha de tener en cuenta cuál es su situación concreta, con el fin de establecer si la Unción ha de ser comunitaria o individual, en el contexto de la celebración eucarística o fuera de él, en casa del enfermo, en el hospital o en la Iglesia, celebrada por un solo presbítero o concelebrada por varios, unida a la Penitencia y al Viático (rito continuo) o separada de ellos.

            Ahora bien, aunque la pastoral de la Unción tenga como objetivo fundamental la recepción fructuosa del sacramento, no se reduce ni agota en ella. Al contrario, la Unción, es sólo un momento puntual, si bien el culminante, que supone un "antes" y un "después", los cuales condicionan en no pequeña medida el fruto de la misma Unción. De esa visita nacerá o crecerá el aprecio mutuo y la amistad, el conocimiento de la situación real del enfermo en las dimensiones somáticas, humanas, familiares, religiosas y cristianas, y las acciones humanas y cristianas -sacramentales y no sacramentales- que deben realizarse.

            Si la enfermedad es larga y la visita al enfermo frecuente y cuidada, la experiencia atestigua que los efectos suelen ser muy positivos, tanto para el enfermo como para quienes le visitan, incluidos los sacerdotes. ésta es, entre otras, la razón por la que los pastores y los fieles deben dedicar un espacio generoso de su tiempo al cuidado de los enfermos.

CONCLUSIÓN

Al llegar a estas páginas quisiera primeramente acotar que mi intención primaria y primera fue presentar un apretado resumen de mucho de lo concerniente al sacramento de la unción de los enfermos. Realizar un detenido paseo por las avenidas de la historia de la Iglesia y principalmente sobre los recovecos de la unción de los enfermos, hizo que pudiera presentar en las páginas precedentes una panorámica antropológica, bíblica, dogmática y pastoral del sacramento investigado.

            En este recorrido se pudo apreciar los datos y elementos esenciales que entretejen al sacramento de los enfermos. Así como también se expuso los principios que inspiran la doctrina y la práctica de la Iglesia.

            Por más que existan muchos sufrimientos fuera del contexto de la enfermedad, desde siempre el enfermo es el signo más visible de las limitaciones humanas y del dolor. Y es aquí donde reside un foco de atención importante de actividad de la Iglesia. Esta actividad no es sólo una exigencia social, o solidaridad comunal, sino que es un imperativo categórico de la caridad de Cristo ("vete haz tú lo mismo"; "estuve enfermo y me visitasteis") y un compromiso inesquivable e inseparable de la evangelización, concerniente a todos.

            Entendiéndola de esta manera vemos entonces que el trabajo en pro de la salud y el cuidado de los enfermos es un espacio privilegiado donde toda la comunidad eclesial ha de aprender a evangelizar. Esto hace posible la vuelta a la dimensión  saludable y terapéutica del Evangelio y es signo inopacable de nuestra identidad como cristianos.

            Lo importante, sin lugar a dudas, es creer en las posibilidades y en la dinámica de este compromiso tan edificante; conjugándolo con nuestra realidad histórica concreta. Es bien sabido que la enfermedad está por ahí y que tarde o temprano – a pesar de los "seguros" – alcanzará a su presa. Ella es un hecho, una ley biológica, una realidad fáctica e innegable, o en sentido poético, una quimera insaciable. No obstante, Dios, por medio de su Hijo Jesucristo, imprime sentido y valor a esta angustia humana, copándola de valor espiritual, haciéndola medio de salvación para el enfermo y para el mundo.

            Todo creyente sabe perfectamente que Jesucristo visitó y sanó a los enfermos y que además los ama en su enfermedad. Por ello el sacramento de la unción de los enfermos es una invitación a superar su enfermedad en comunión con Cristo y considerarla como una oportunidad de penetrar en el misterio de la persona humana en presencia de Dios. Es en la Unción donde se hace patente que toda enfermedad es una tarea espiritual, cuyo afectado no sólo necesita atención médica y psicológica, sino también acompañamiento espiritual para que su dolencia pueda ser aceptada y transformada.

            En base a este acompañamiento espiritual, urge precisar la categoría del mismo; es decir, que no sólo basta el acompañamiento sino que debe adherírsele un importante adjetivo: un "buen" acompañamiento. Para ello todos los cristianos, pero principalmente los pastores (nosotros) debemos extirpar de nuestra mente y corazón todo prejuicio, rechazo o indiferencia hacia estos hermanos nuestros más necesitados de compasión y ternura. Es ésta también la enfermedad de la cual debemos librarnos los pastores. Para lograr lo dicho, cada pastor deberá tratar de crear unas actitudes que hagan posible que el enfermo y allegados encuentren en nuestro propio testimonio la aceptación cristiana de todo lo que conlleva la enfermedad.

            Ante el hombre de hoy – astronauta de un universo sin valores, entregado al pragmatismo y a otros tópicos, materialista y empíricamente incrédulo – en el que el recalcitrante racionalismo no le permite fijar la vista en los valores trascendentes, nosotros con una actitud de delicadeza, apertura, caridad, solidaridad y amor fraterno debemos ser los adalides. Nuestra humildad y silencio dicen mucho más que las palabras ensayadas por otros.

            Este desafío pastoral debe también abarcar, no sólo a pastores, sino también al campo de las ciencias médicas con la finalidad de que la persona humana siempre sea valorada más que cualquier progreso técnico o descubrimiento médico. El desarrollo de la técnica médica no nos debe hacer olvidar jamás que Dios es el único Señor y dueño de la vida; que somos mortales, pero que también estamos llamados a una vida perdurable.

            La enfermedad es el momento justo en donde la gracia de Cristo puede hacerse presente, posibilitándonos entrever que Dios domina todas las fuerzas de la naturaleza y que la vida del hombre trasciende en el proyecto divino la realidad terrena[87]. El enfermo así puede ofrecerse como:

"ဦun sacrificio vivo, santo y agradable a Dios: éste es el culto espiritual que deben ofrecer.  Y  no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto." (Rm. 12,1-2)

            Y los sanos deben:

"No te retraigas ante los que lloran

y aflígete con los afligidos.

No tardes en visitar a los enfermos

que haciendo estas obras te harás querer.

En todas estas acciones ten presente tu fin,

y así jamás cometerás pecado." (Eclo. 7,34-36)

BIBLIOGRAFÍA GENERAL

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  • VALLA, Héctor J., Mensaje Cristiano, desarrollo doctrinal de la fe para adultos, Ed. Didascalia, Rosario, 1993.

 

AGRADECIMIENTOS

     A Dios Padre y a Jesucristo el gran "Médico" de los pobres, huérfanos, y viudas, y por hacer de mí un servidor y sacerdote de todo ellos.

 

     A mi hermano en Cristo Jesús y Francisco: Aristóteles Fernández, por su incansable e invalorable ayuda en realizar este trabajo.

 

     En especial al Padre Fermín Castellano, por darme el impulso y la fe de creer en mí mismo para salir adelante en esta obra de investigación.

 

     A mis familiares, amigos, y al grupo "renacer en Cristo" por las motivaciones y apoyo constantes. ETERNA GRATITUD.

 

 

 

 

 

Autor:

Juan Carlos Cáceres Balbuena

Paraguay, 2006

UNIVERSIDAD CATÓLICA

"Nuestra Señora de la Asunción"

INSTITUTO SUPERIOR DE TEOLOGÍA

ASESOR:   Pbro. Lic. FERMÍN CASTELLANO

ASUNCIÓN  -   PARAGUAY

2005

[1]-Cf. BOROBIO, Dionisio, La Celebración en la Iglesia, Tomo II Salamanca, 1994, p 655 – 743.

[2]-AUER, Johan. Los sacramentos de la Iglesia. Tomo VII, Barcelona, 1989, p 237.

[3]-BOROBIO,  Dionisio, La celebración en la Iglesia, Tomo II, Op. Cit., p.  659.

[4]-Catecismo de la Iglesia Católica (C.I.C.), Buenos Aires, 1992, N° 1211.

[5] Cf. FLORES, Gonzalo, Penitencia y Unción de los enfermos, Madrid, 1993, p. 317.

[6]-Catecismo de La Iglesia Católica, Op. Cit., N° 1500.

[7]-ABAD PASCUAL, Juan José, Derecho del enfermo, Bogotá, 1982, p. 39.

[8]-Cf. BOROBIO, Dionisio, La celebración en la Iglesia, Tomo II, Op. Cit., p. 657.

[9]-Ibidem, p. 657.

[10] -Cf. Ibidem, p. 271.

[11]-FOUREZ, Gérard, Sacramentos y vida del hombre, Santander, 1983, pp. 177-178.

[12]-GONZÁLEZ-CARVAJAL SANTABÁRBARA, Luis, Esta es nuestra fe, Santander, 1989,  pp. 64-65.

[13]-FOUREZ, Gérard, Sacramentos y vida del hombre, Op. Cit.,  p. 178.

[14]-BOROBIO, Dionisio, Op. Cit. p. 658.

[15]-Ibidem, p. 659.

[16]-ORTEMANN, Claude, El Sacramento de los enfermos, Madrid, 1972, p. 9.

[17]-GRUN, Anselm, La Unción de los enfermos, Consuelo y ternura, Madrid, 2002, p. 36.

[18]-Cf. NICOLAU, Miguel, La unción de los enfermos, Madrid, 1975, pp. 5-8.

[19]-DAVANZO, Guido, El sufrimiento, dimensión teológica y pastoral, Bogotá, 1987, p. 94.

[20]-NICOLAU, Miguel, La unción de los enfermos, Op. Cit., p. 7.

[21]-Cf. MATÉ RICO, Antonio, La pastoral de la Salud, Madrid, 1996, p. 16.

[22]-Cf. MESTERS, Carlos, Los profetas y la salud del pueblo, Quito, 1989, pp. 7-19.

[23]-MATÉ RICO, Antonio, Pastoral de salud, Op. Cit., p. 11.

[24]-Ibidem, p. 14.

[25]-Idem., p. 14.

[26]-Cf. MESTERS, Carlos. Los profetas y la salud del pueblo, Op. Cit., p. 19.

[27]-Ibidem, pp. 40-41.

[28]-Cf. FLÓREZ, Gonzalo, Penitencia y unción de los enfermos, Op. Cit., p. 318.

[29]-DAVANZO, Guido, El sufrimiento, dimensión teológica y pastoral, Op. Cit., p. 90.

[30]-BOROBIO, Dionisio, Sacramentos en Comunidad, Op. Cit., p.272.

[31] Cf. DAVANZO, Guido, Sacramentos, dimensión teológica y pastoral, Op,. Cit., 96.

[32]-MESTERS, Carlos, Los profetas y la salud del pueblo, Op. Cit., pp. 63-64.

[33]-GONZÀLEZ DORADO, Antonio, Los sacramentos del Evangelio, Bogotá, 1988, p. 36.

[34]-Cf.NICOLAU, Miguel, La Unción de los Enfermos, Op. Cit., pp. 9-10.

[35]-ORTEMANN, Claude, El Sacramento de los enfermos, Op.Cit. p. 13.

[36]-Ibidem., p. 19.

[37]-Cf. NICOLAU, Miguel, La Unción de los Enfermos, Op. Cit., pp. 10-11.

[38]-ORTEMANN, Claude, El Sacramento de los enfermos, Op. Cit., p. 15.

[39]-Cf. DAVANZO, Guido, El sufrimiento, dimensión teológica y pastoral, Op. Cit., p. 104.

[40]-FLOREZ, Gonzalo, Penitencia y unción de los enfermos, Op. Cit.,  p. 322. 

[41]-Cf. ORTEMANN, Claude, El Sacramento de los enfermos, Op. Cit., p. 15.

[42]-Ibidem., p. 332, sin embargo, fueron el Concilio de Florencia (1439), y luego el Concilio de Trento los que refrendaron categóricamente que el sacerdote es el ministro exclusivo del sacramento de la Unción de los enfermos. Para mayor información confrontar Davanzo p. 105.

[43]-Cf. AUER, Johann. Los sacramentos de la Iglesia, Tomo VII, Op. Cit., pp. 240-241.

[44]-Idem., pp. 240-241.

[45]-GONZÁLEZ DORADO, Antonio, Los sacramentos del Evangelios, Op. Cit.,  p. 51.

[46]-MARTÍNEZ SACRISTRÁN, Gregorio, Los sacramentos de la Nueva Alianza. Madrid, 1989, p. 22.

[47]-ORTEMANN, Claude, El Sacramento de los enfermos, Op. Cit., p. 22.

[48] Cf. NICOLAU, Miguel, La Unción de los enfermos, Op. Cit., p. 36.

[49]-Ibidem, pp. 24-25.

[50]-Ibidem, p.26.

[51]-FLÓREZ, Gonzalo, Penitencia y unción de los enfermos,  Op. Cit., p. 325.

[52]-NICOLAU, Miguel, La Unción de los enfermos, Op. Cit., p 30.

[53]-FLÓREZ, Gonzalo, Penitencia y unción de los enfermos, Op. Cit.,  p. 331.

[54]-Cf. NICOLAU, Miguel, La unción de los enfermos, Op. Cit., pp. 44 y ss.

[55]-Cf. Biblioteca de Consulta Microsoft Encarta 2005.

[56]-Cf. BOROBIO, Dionisio, La celebración en la Iglesia, Op. Cit., p.671.

[57] Cf. BRAVO, José Luis, Sacramentos, Madrid, 1997, p. 165.

[58]- Para la adquisición de más informaciones respecto al tema, puede consultarse De captivitate babylonica Ecclesiae, Tomo 6, pp. 497-573; Así también Borobio, p. 672.

[59]-FLÓREZ, Gonzalo, Penitencia y unción de los enfermos, OP. Cit., p. 336.

[60]-Cf. BOROBIO, Dionisio, La celebración en la Iglesia, II, Op. Cit.,  pp. 673-674.

[61]-DE LETEER, Prudent. Unción de los enfermos, Sacramentum Mundi, Tomo VI, p. 771.

[62]-BOROBIO, Nicolás, La celebración en la Iglesia, Tomo II, Op. Cit.,  p. 668.

[63]-Cf. FLÓREZ, Gonzalo. Penitencia y unción de los enfermos, Op. Cit., p. 313

[64] AUER, Johann. Los sacramentos de la Iglesia. Tomo VII, Op. Cit., p. 243.

[65]-Cf. ABAD IBAÑEZ, José Antonio, Unción de los enfermos, en Diccionario de Pastoral y evangelización, p. 1056.

[66]-Cf. NICOLAU, Miguel. La Unción de los enfermos. Op. Cit., p. 171.

[67]Cf. ABAD IBAÑEZ, José Antonio, Unción de los enfermos, Op.Cit., p. 1059.

[68]-Cf. DE LETEER, Prudent, Unción de los enfermos en  Sacramentum Mundi, Tomo VI, Op. Cit., p. 769.

[69]- Para mayor información puede confrontarse: Constitución apostólica sobre el sacramento de la unción de los enfermos, Nº 19 de las Nociones generales, Buenos Aires, 1974, p. 21.

[70]-AUER, Johann. Los sacramentos de la Iglesia, Tomo VII, Op.Cit., p. 255.

[71]-Cf. DEL CAMPO GUILLARTE, Manuel, Director, Mensaje cristiano,   Madrid, 1995, pp. 76 y ss.

[72]-ORTEMANN, Claude, El Sacramento de los enfermos, Op.Cit. p. 127.

[73]-Para más información se puede recurrir al prenotando de la edición castellana del Ritual de la unción y de la pastoral de enfermos, Buenos Aires, 1974, (RUE).

[74]-MATé RICO, Antonio, Pastoral de la Salud, Op. Cit., p. 68.

[75]-Idem., p. 68.

[76]-Idem., p. 97.

[77] Cf. BOROBIO, Dionisio, La Celebración en la Iglesia, Tomo II, Op. Cit., p. 728.

[78]-Cf. FLÓREZ, Gonzalo, Penitencia y unción de los enfermos, Op. Cit.,  pp. 350-351.

[79]-Idem, p. 728.

[80]-Idem., p. 733

[81]-Cf. BOROBIO, Dionisio, La celebración en la Iglesia, Tomo II,  Op. Cit., p. 734.

[82]-Cf. ORTEMAN, Claude, El Sacramento de los enfermos, Op. Cit.,  pp. 132-133.

[83]-Cf. NICOLAU, Miguel, La unción de los enfermos, Op.Cit., p. 145.

[84]-Cf. AUER, Johann, Los sacramentos de la Iglesia, Tomo VII, Op. Cit., pp. 255-256.

[85]-Cf. PLACER UGARTE, Felix. Signos de los tiempos, signos sacramentales, Madrid, 1991, pp. 29-34.

[86]-Cf. ABAD IBAÑEZ, José Antonio, Unción de los enfermos, Op. Cit., p. 1063.

[87]-Cf. FLÓREZ, Gonzalo, Penitencia y unción de enfermos, Op. Cit., p. 369

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