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Cibercultura y traducción: la sinergia del caos (página 2)


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Este trabajo se inscribe en el Proyecto DIGALTT (del inglés Digital Genre Analysis for Language Teaching and Translation o Análisis de Géneros Digitales aplicado a la Enseñanza de Lenguas y de la Traducción), creado con un enfoque interdisciplinar en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en el seno del grupo de investigación "Traducción, Lenguas y Cultura en la sociedad del conocimiento", y formado por lingüistas, traductores e informáticos, que comparten su interés por el estudio de la evolución de la comunicación digital en el contexto cibercultural.

El traductor de documentos digitales es un observador y analista privilegiado de los mecanismos de expansión de la cibercultura; pero también un agente importante del proceso, que no está ajeno a las influencias directas del original; de su criterio depende, en cierta medida, la influencia indirecta que pueda ejercer el texto en el destinatario final. Así, nos interesa la cibercultura como entidad palpable que constituye nuestra materia de trabajo, con coordenadas propias y relativas, definidas también por el fenómeno de hibridación que se produce con la cultura local o "identitaria" con la que se articula forzosamente.

La cibercultura en contexto

Entre metáforas sugerentes de navegación por autopistas informáticas y portales que abren paso a las redes del universo ilimitado del ciberespacio, hasta la venta de vino sin botellas (1) (REGAZZONI, 2000), la cibercultura tal y como la conocemos hoy, es fiel reflejo del proceso de globalización.

Desde su aparición en los años sesenta, y hasta comienzos de los noventa, la cibercultura fue patrimonio de unos pocos "visionarios" que participaban activamente de las subculturas marginales (SILVER, 2003; MILLARCH, 1998), modelos característicos de un determinado grupo dentro de la sociedad, y se oponían de forma manifiesta al sistema, como la ciencia ficción del ciberpunk o la de los hackers (DERY, 1994; 1996), muchos de los cuales trabajan en la actualidad como expertos en seguridad informática de grandes compañías. Este último ejemplo sirve para ilustrar hasta qué punto los intereses económicos que subyacen hoy a la maquinaria de la red de redes han hecho que la cibercultura esté promovida por el propio sistema, como concepto propiciador de la extensión del uso del ordenador, y, de ese modo, de otros elementos clave para la economía mundial, como el comercio electrónico (LOVINK, 1999; MACEK, 2004).

De entre todas las definiciones que se han dado del término, frente a las más instrumentales que, siguiendo la tradición de McLuhan (MCLUHAN y ZINGRONE, 1998), hacen hincapié en el medio (CONTRERAS MEDINA, 1996), destaca la aparente simplicidad de la formulada por el filósofo francés Pierre Lévy: "cibercultura es el conjunto de técnicas, de maneras de hacer, de maneras de ser, de valores, de representaciones que están relacionadas con la extensión del ciberespacio" (LÉVY, 1997a). A pesar de que su visión pueda ser tachada de demasiado optimista y alejada de la realidad en comparación con otras más recientes (ver MACEK, 2004), supone, a nuestro modo de ver, una conceptualización harto incitadora a la reflexión: la cibercultura es fractal, un sistema de sistemas caracterizado por el caos que supone la ausencia de punto de referencia central (LÉVY,1997a;1997b).

En la idea del caos encontramos una de las imágenes que mejor casan con nuestro objeto de estudio; no en vano, alude al dios más antiguo de la mitología griega que personificaba la infinidad y el espacio que precedían a la creación del cosmos; del mismo modo, intuimos que de la cibercultura podría surgir una nueva forma universal como aún no la conocemos. Pero el caos se refiere también a un sistema dinámico, cuyos flujos no suceden al azar, sino según una forma críptica de orden y cuyo comportamiento a largo plazo resulta impredecible.

Al analizar las aportaciones que se engloban en la esfera de investigación de la cibercultura contemporánea, uno de los primeros factores que llaman la atención es la interdisciplinariedad que las caracteriza. Por ejemplo, si consideramos los contenidos de los cursos catalogados por el Resource Center for Cyberculture Studies (2) , la variedad de disciplinas y facetas implicadas resulta, como poco, sorprendente: análisis de la retórica, la textualidad y el alfabetismo digitales abordado desde la Lingüística; descripciones de herramientas de aprendizaje en general y de ayuda al desarrollo infantil, desde la Pedagogía; incursiones en la ética y regulación de Internet desde el campo del derecho; caracterización del comercio electrónico y de las transacciones económicas digitales desde la Mercadotecnia y los estudios empresariales; estudio de la naturaleza de las comunidades virtuales desde la Antropología; evaluación del impacto de Internet en los medios de comunicación de masas desde el Periodismo; redefinición del autoconcepto de identidad y de la dinámica del intercambio social desde la Psicología; consideración de las distintas "tribus" que pueblan el ciberespacio desde la Etnografía; etc.

En general, se ha tratado de evaluar el impacto de los cambios que ha conllevado la generalización del uso del medio digital sobre los fenómenos sociales. A pesar de la aparente desmembración de enfoques que contribuyen a forjar esta visión fragmentada, no podemos más que constatar la aparición de una dimensión conceptual (GALINDO CÁCERES, 2001) común que viene dada por el hecho de que la cibercultura constituye un constructo de estudio existente y en pleno desarrollo; sin embargo, para algunos esto no es suficiente, y queda aún por demostrar si este constructo corresponde a una realidad o se trata simplemente de una invención. En defensa de la realidad de nuestro objeto de estudio, cabe citar las razones argumentadas en la valiosa aportación de FAURA I HOMEDES (2000), que lo asemejan a cualquier otra cultura del planeta: es compartida y transmitida de generación a generación, posee naturaleza simbólica y valores distintivos e ideología propios (3) y afecta a la organización de la vida humana.

Afirmar la existencia de la cibercultura es admitir la preponderancia de la hibridación cultural en la era de la globalización, aunque a algunos pueda resultar paradójico. Según Maalouf, es característico de todo ser humano poseer una identidad compuesta, forjada por múltiples pertenencias, pero vivida como un todo; somos depositarios de dos herencias, una "vertical", propia de los antepasados y de la religión, y otra "horizontal", producto de nuestra época (MAALOUF, 2001: 111). En la misma línea, cabe mencionar la distinción asimilable que establece LÉVY (1997a; 2000) para abordar la articulación que se establece entre culturas "identitarias" (4) y lignées o afiliaciones por afinidad (5) , sentimientos de pertenencia que no se excluyen sino que se complementan.

Son entonces estas afiliaciones por afinidad, propias de las comunidades virtuales, las que caracterizan el medio digital, como si se tratase de una inteligencia colectiva (ya sea de carácter religioso, científico, artístico, filosófico, etc.) que se extiende en el tiempo y nace generalmente de una simbiosis con una cultura local o por el contacto entre varias, para reproducirse volviéndose a inventar y atravesando diferentes culturas (Lévy 2000: 147). De ello se puede deducir que se trata de un objeto potencialmente transcultural, y, por ende, universal.

Coincidimos asimismo con Lévy en que la cibercultura no substituye a lo anterior, ni lo asimila, ni lo imita, sino que se articula con las formas culturales tradicionales (LÉVY, 1997a) propias del segundo entorno (ECHEVERRÍA, 1999). La consolidación progresiva de la cibercultura no tiene por qué ser sinónimo de empobrecimiento cultural. Muy al contrario, el ciberespacio constituye un entorno ideal para potenciar la humanidad de seres que tienden a formar una única sociedad, diversa y variada (LEARY, 1996; WARSCHAUER, 2000); no se impone una visión, a pesar de la colonización del ciberespacio por los intereses comerciales, se tiende a respetar las variedades lingüísticas y culturales, ya que se ha comprobado que ello contribuye precisamente a la consecución de mejores resultados económicos. El criterio de exclusión será el nivel de acceso a las nuevas formas tecnológicas y quizá también el dominio de su funcionamiento, ya no el idioma o la nacionalidad.

No podemos, sin embargo, obviar, la contrapartida de esta nueva realidad; no sólo la aparición de una nueva forma de exclusión, la que sufren los agentes sociales que no tienen acceso a las redes, sino también la manifestación de cierto "sentimiento de pérdida de control, de aceleración de nuestras vidas, de hallarnos inmersos en una carrera sin fin en pos de una meta desconocida" (CASTELLS, 2001: 306), factores que, por otra parte, suelen acompañar a todo cambio social profundo. Litan y Niskanen (1998) identifican algunos de los fenómenos que provocan inquietud en ciertos sectores de la población: las posibles repercusiones negativas de la difusión masiva de contenidos ilícitos e ilegales en Internet, la sobrecarga de información, el declive de las ciudades como centros neurálgicos de la actividad económica y social, los nuevos obstáculos que supone la digitalización de la economía para la recaudación de impuestos por parte de los gobiernos, el aumento del desempleo, etc.

Si la globalización entraña dos realidades opuestas, la universalización y la uniformidad, una positiva y otra negativa, nunca habían estado a nuestro alcance tantas herramientas para conservar y difundir los componentes de la cultura propia presentes en nuestra identidad, al tiempo que se forja "un componente nuevo, llamado a cobrar cada vez más importancia en el próximo siglo, en el próximo milenio: el sentimiento de pertenecer también a la aventura humana" (MAALOUF, 2001: 174).

Así, si las culturas locales están en proceso de desterritorialización, promovido por la consolidación de una inteligencia colectiva mundial o, en palabras de Castells (2001: 16), "el desarrollo de una forma organizativa superior de la actividad humana", que crea un universo de signos, objetos y relaciones más y más variado, esto no implica en absoluto la desaparición del concepto de identidad, sino más bien su reformulación: la humanidad tendrá que encontrar una identidad más profunda y universal que la ofrecida por la cultura en la que hemos nacido o incluso por otras tradiciones alternativas (LÉVY, 2000: 46).

Más que traducción: la aventura del traductor de textos digitales

Los traductores, al atravesar los significantes de las palabras para asir su sentido y volcarlo en otro idioma, de hecho vierten el contenido de una cultura en otra. Este proceso resulta más patente cuando los sistemas culturales se asocian fácilmente con unas fronteras nacionales; son las llamadas culturas "identitarias" en las que se fragua el desarrollo humano. Durante el proceso, el mensaje se impregna de matices determinados por los factores contextuales: entre otros, la situación comunicativa, la finalidad de la traducción y las características de los agentes de la comunicación. Estos factores, finamente percibidos por el traductor profesional, quien los tiene en cuenta a la hora de realizar la traslación del texto, muchas veces no resultan tan evidentes al traductor improvisado.

El traductor lleva a cabo la transformación cultural del texto y debe reflexionar sobre las condiciones y los límites de dicha transformación. Una vez traducido, el texto funciona como un original que "contamina" o "enriquece" el polisistema cultural de llegada. La traducción cataliza los contactos entre sistemas culturales y afecta a las identidades de los principales agentes del acto comunicativo. El contacto que se establece entre dos culturas es dinámico en cada caso, el grado de acercamiento es variable en función de los receptores y la finalidad del texto traducido. En palabras de Bravo Utrera (2004:195):

"La traducción remodela identidades e influye en la evolución de la identidad cultural en tanto fenómeno evolutivo y dinámico, susceptible a la inclusión, asimilación y transformación creativa de nuevos elementos. Identidad, cultura y traducción cruzan y abren caminos"

En el ámbito de la traducción de textos digitales, el concepto de globalización, es decir, el paso de una empresa del mercado local al mundial, que implica desarrollar, traducir y distribuir sus productos en mercados extranjeros, comprende otras dos realidades: la internacionalización y la localización.

Por internacionalización entendemos el diseño de un producto que sea tan "neutro" cultural y técnicamente como sea posible y que, por lo tanto, se pueda trasladar con facilidad a una o varias culturas específicas. La localización es la adaptación de un producto (sitio web, aplicación informática o equipo físico) para satisfacer los requisitos idiomáticos, culturales y de otro tipo aplicables a un entorno o mercado de destino específico (LISA, 1999). Esta última constituye el sector del mercado de la traducción que mayor crecimiento ha experimentado en los últimos años (alrededor de un 30%). En este caso, el proceso de traducción pura es sólo una parte de cada proyecto, en el que se deben realizar a menudo también labores de programación, conversión entre diferentes formatos de información, gestión de herramientas de traducción asistida por ordenador, maquetación, etc.

La historia de la localización fluye de forma paralela a la de Internet y la cibercultura (Esselink, 2003). A principios de los ochenta con la difusión de los primeros programas informáticos se identifica la necesidad, que es cubierta con traductores autónomos, pequeñas agencias especializadas en un idioma y departamentos internos de integración vertical. Poco a poco, la especialización de las tareas implicadas y el carácter puntual con que suele requerirse este servicio, contribuyeron a que el mercado evolucionara hacia la subcontratación total; a finales de los noventa se produce la consolidación del sector y la fusión de las grandes multinacionales.

Debemos tener en cuenta que las unidades de trabajo del localizador no son los diferentes idiomas, sino las culturas locales (del inglés locale), propias de grupos de usuarios que comparten una serie de características (idioma, cultura, moneda, etc.) y cuya delimitación suele coincidir con fronteras políticas, aunque no siempre (O’CONNER, 1998).

No se trata simplemente de traducir de un idioma a otro, sino de una variedad propia de un área geográfica a otra; para ilustrar este punto consideremos que existen al menos tres versiones en inglés para la "papelera" del sistema operativo de Macintosh: la versión australiana rubbish, la británica wastebasket y la norteamericana trash (APPLE COMPUTER, 1992). Otro ejemplo que da fe de la importancia de la adaptación cultural como argumento de venta en diferentes mercados se puede apreciar en la enciclopedia electrónica Encarta de Microsoft, en cuya versión italiana acredita a Guglielmo Marconi como el inventor del teléfono en vez de a Alexander Bell, quien figura como tal en la versión destinada al mercado norteamericano (MURRAY, 2000).

Gracias a la internacionalización de los sitios web, programas informáticos y demás formas textuales digitales en su momento de producción, se reducen el tiempo y los recursos precisos para el proceso de localización, lo que facilita su rápida introducción en el mercado. En este estadio, cuanto más insípido y "acultural" resulta el texto, más fácil será su posterior adaptación a las culturas locales. Evitar estereotipos étnicos y símbolos religiosos, evitar jergas y humor, alusiones explícitas a los roles sociales de hombres y mujeres, prever los diferentes formatos de entrada de información propios de cada cultura (por ejemplo, las direcciones postales, el número de cifras que tiene un número de teléfono y la moneda).

De este modo se produce un fenómeno de recreación cultural, pero también la integración "calculada" de la cibercultura con la cultura identitaria, cuyo principal motor son los fines lucrativos comerciales. Es necesario, a partir de un texto intencionadamente neutro, crear otro equifuncional que se integre perfectamente en un marco cultural híbrido determinado. En la figura 2 encontramos un sencillo ejemplo para comprender la naturaleza del proceso. A menudo, sobre todo en cuanto a programas informáticos y sitios web comerciales, la intención es que el usuario-receptor pierda de vista el hecho de que está interactuando con una versión traducida del texto digital. Sin embargo, no hay que olvidar que la localización no quita que los documentos digitales sigan sirviendo de trampolín para la difusión de valores y costumbres norteamericanas (ver figura 3).

Figura 2: Logotipos especialmente diseñados por Google.com para celebrar fiestas de propias de diferentes culturas locales, en una estrategia de acercamiento y localización cultural. De izquierda a derecha y de arriba abajo: Fiesta Nacional francesa (14 de julio), conmemoración de la creación de la República de Corea (15 de agosto de 1948), Celebración del año nuevo año chino (22 de enero) y Fiesta Nacional alemana (3 de octubre).

La interfaz gráfica de usuario, tanto de sitios web como de programas informáticos, la ayuda en línea, las guías rápidas de utilización, se encuentran entre los documentos digitales de mayor demanda traductora del mercado, y, como hemos visto, consisten en una combinación de soluciones comunes para todos los destinatarios del planeta y otras únicas, específicamente diseñadas para las características de un grupo de usuarios concreto. Entre los elementos comunes a todos estos documentos susceptibles de adaptación cultural destacan (ver MARCUS, 2003): las metáforas, de las cuáles la más extendida es la del "escritorio"; los modelos mentales, que representan la organización general de la interfaz (tanto de la información, como de las funciones, y las personas involucradas en su manejo); la navegación, o desplazamientos posibles a través de menús de diálogo, paneles de control, etc.; los mecanismos de interacción y la apariencia verbal, visual, acústica y táctil.

Figura 3: Logotipos especialmente diseñados por Google.com para celebrar fiestas de origen anglosajón propias de la cultura norteamericana. De izquierda a derecha y de arriba a abajo, Halloween (uno de noviembre), Día de Acción de Gracias (último jueves del mes de noviembre), Fiesta Nacional norteamericana (4 de julio), Festividad de San Patricio, patrono de Irlanda (17 de marzo).

Los resultados de una interesante investigación del psicólogo social Hofstede, quien entrevistó a cientos de empleados de IBM en 53 países (ver Marcus, 2003), han tenido cierta repercusión como punto de partida del análisis cultural previo al proceso de localización. Este autor propone cinco dimensiones que servirían de coordenadas culturales: distancia de poder o hasta qué punto los miembros más débiles esperan y aceptan la distribución desigual de poder en el seno de una cultura; colectivismo frente a individualismo; masculinidad frene a feminidad; evitación de la incertidumbre y orientación hacia la planificación y acción a largo o a corto plazo. Sin embargo, la complejidad de los factores que conforman la cultura hace que estos resultados hayan sido tomados con cautela, e, incluso, sometidos a dura crítica por parte de otros académicos (ver GOODERHAN y NORDHAUG, 2001) en cuanto al diseño de la investigación se refiere, por estar basados en el estudio de un microuniverso poblacional que no siempre reúne las mismas características que el del resto de una nación.

Al tener en cuenta esta variedad de factores, resulta fácil de entender que la adaptación y traducción de este tipo de elementos no se pueda realizar meramente en el nivel simbólico de la cultura. YEO (2003) establece cuatro capas culturales que a menudo se ven implicadas en este tipo de traducción y que van desde los símbolos, o nivel más externo, al de los valores, el más profundo, pasando por héroes y rituales. Según el autor, las prácticas culturales trascenderían todas las capas. De este modo, por ejemplo, no es raro que en ocasiones la localización implique modificar incluso la funcionalidad del programa, es decir, las posibilidades adicionales de interacción que permite el medio al usuario, lo que puede estar provocado por diferencias de valores entre la cultura en la que surgió el producto y la de destino en que se pretende comercializar. A menudo, la funcionalidad forma parte de esas características inherentes al producto más que a una cultura específica, por lo que se trata del elemento que menos modificaciones experimenta durante el proceso previo de internacionalización. Baste un ejemplo ya clásico citado por Nielsen (1990) y Yeo (2003): LYRE, un sistema hipertextual francés para la enseñanza de la poesía, que permite a los alumnos analizar un poema desde diferentes puntos de vista y en el que el profesor puede añadir nuevos puntos de vista al sistema, pero no los alumnos. El diseño del programa no sólo es aceptable en los países de la Europa septentrional, sino que el añadir la opción de que el alumno inserte su punto de vista sería visto como una forma más o menos velada de quitar autoridad al profesor. Sin embargo, a la hora de su localización para ser utilizado en Dinamarca, país de influencia escandinava, se impone añadir la posibilidad de que el profesor active la opción que permite a los alumnos añadir nuevos puntos de vista, ya que de no hacerlo, ello iría en contra de la independencia y la capacidad de descubrimiento altamente valoradas en el contexto educativo por la cultura local.

En otras ocasiones, dado el origen anglosajón de la tecnología y la ideología de los productos ciberculturales que son objeto de traducción, si el documento por traducir no ha sido previamente internacionalizado, será necesario distinguir los rasgos de la cultura norteamericana que están presentes (y habría que adaptar al español) de los propios de la cibercultura. Pero estas características no siempre se manifiestan de forma tan explícita como en el ejemplo que presentábamos en la figura 3 y se requiere cierta fineza de detección de rasgos culturales. Si consideramos la captura de pantalla de la página principal de un sitio comercial de equipamiento informático norteamericano, puede ser que, a priori, nada nos llame particularmente la atención (ver figura 4).

Figura 4: Captura de pantalla de la página principal del sitio web comercial de la empresa Apache Digital Corporation en septiembre de 2004.

Tanto el modelo mental propuesto, como las posibilidades de navegación resultan conocidas. El diseño de la página se adapta a las expectativas del usuario generadas por su experiencia previa de interacción en sitios web similares. Sin embargo, si examinamos más atentamente la figura, encontraremos el siguiente párrafo en la parte inferior bajo el epígrafe coporate statement, en el que las palabras que aparecen en negrita corresponden a enlaces hipertextuales:

"Our mission is to be an industry leader, providing quality solutions for the most demanding computing needs and outstanding customer service. Striving to conduct business in accordance with the teachings of the Lord Jesus Christ, we wish to Bless people and share the gospel at every opportunity. We operate daily in the strength that God provides. Because he loves us, God promises to give us success in daily life when we seek to please him."

A partir de la segunda frase, el contenido se aparta del modelo mental que cabe esperar por parte del usuario. La separación entre religión y actividad económica (en especial dada la tecnicidad del producto) es mucho mayor en nuestro país que en Estados Unidos, donde la profesión de fe tiñe más a menudo otros ámbitos de la vida social. Los enlaces hipertextuales conducen a otras páginas alojadas en el mismo servidor corporativo y que contienen fragmentos de las sagradas escrituras y oraciones. Se trata de un aspecto que debería ser adaptado tras pasar por el fino tamiz del localizador.

Además de conocer su propia cultural local, el especialista en traducción digital debe haber pasado por un proceso de inmersión cibercultural. A diferencia de la enculturación general, que generalmente se internaliza de forma progresiva mediante la socialización, la segunda se produce de una manera más o menos abrupta dependiendo de múltiples factores, entre ellos, la edad, los conocimientos previos, el tiempo de exposición, etc.

A pesar de lo que llegó a propugnar cierta visión pesimista de las Tecnologías de la Información y de las Comunicaciones (TIC) en expansión durante los primeros años de la red, la identidad cultural de una persona nunca se desvanece cuando entra en Internet (Campos García, 2002). Los procesos de enculturación local e inmersión cibercultural no son totalmente independientes entre sí. Emerge un nuevo nivel, interacción de los dos anteriores, que es necesario tener en mente: la hibridación de la identidad cultural de los receptores del texto meta, una combinación diferente frente a la del emisor.

Conclusiones

El traductor es más que un testigo de excepción de la evolución de la cibercultura, sistema heterogéneo pero estable, en tanto en cuanto se mantiene a lo largo del tiempo aún cuando se caracterice por un continuo flujo de influencias mutuas. También es un agente activo que trabaja con los sentidos linguoculturales encerrados más allá de la palabra electrónica; por ende, participa así en la sinergia cultural que se produce entre polisistemas locales y, por afiliación, a modo de catalizador de las interacciones.

La cibercultura y la traducción se estimulan mutuamente. La primera plantea retos cada vez más audaces a la segunda, mediante la generación de sistemas, signos, valores y normas en parte inéditos y en parte transferidos al ciberespacio. La segunda controla (o tiene, por momentos, la ilusión de hacerlo) las válvulas de escape entre los diferentes polisistemas que conforman la cibercultura, abriendo y cerrando, ampliando y estrechando como si de vasos comunicantes se tratara.

Al mismo tiempo, ambas realidades se amplifican entre sí, al cobrar sus efectos mayor fuerza, volumen e importancia. El resultado de la interacción del proceso de la traducción con el de consolidación de la cibercultura produce nuevos productos, cuyo valor añadido contribuye a la universalización del valor semiótico de la cibercultura como fenómeno que trasciende lo mediático. De ahí el interés de fomentar la realización de estudios interdisciplinares que relacionen ambos conceptos, que no podrán más que arrojar luz sobre el devenir de nuestra sociedad del conocimiento.

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Notas

· [1] – Metáfora acuñada por John Perry Barlow, que se refiere a que lo que se puede patentar no es una idea sino la capacidad de volcarla en la realidad. Hasta ahora el valor estaba en la trasmisión (materializada en un libro, disco o cualquier otro soporte) y no en el pensamiento trasmitido, según esta metáfora, lo que se protegía era la botella y no el vino (ver REGAZZONI, 2000).

· [2] – Institución sin ánimo de lucro que desde 1996 apoya la investigación, enseñanza y desarrollo de la cibercultura, al favorecer el establecimiento de una comunidad virtual de académicos, estudiantes y demás agentes interesados.

· [3] – Si bien fueron adoptados en los albores de la cibercultura de entre los que predominaban en Estados Unidos (y, en particular entre la bohemia cultural de San Francisco), no sólo han sido incorporados, sino en cierta manera, enriquecidos, por la nueva forma cultural.

· [4] – Término adaptado de Lévy (1997a; 2000) y que utilizaremos a partir de ahora para referirnos a aquellas culturas forjadas en el segundo entorno y que están suscritas, por lo general, a determinadas zonas geográficas del planeta.

· [5] – También llamadas «afinidades electivas» (véase Maldonado, 1998: 23).

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Alicia Bolaños Medina; María Jesús Rodríguez Medina; Lydia Bolaños Medina; Luis Javier Losada García

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