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El imaginario del conquistador español (página 2)

Enviado por enrique viloria vera


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Producto de estos condicionantes raciales, de estas características psicológicas, surgen entonces los Conquistadores Españoles de América que, nuevamente en opinión de Blanco Fombona, "fueron hombres muy maravillosos, muy de España y muy del Siglo XVI (…) Estudiemos al conquistador. Conociendo la psicología de su raza, comprenderemos con sólo verlo definirse por la acción, qué nexos psicológicos lo unen con el país de donde procede. Sepamos a que clase social pertenecía, cuál era su instrucción qué ideas religiosas le preocupaban, en qué grado fue codicioso, religioso, heroico, individualista, dinámico, cruel. Observemos sus oscuras nociones del Derecho, sus querellas ante la Majestad real, su nulidad como administrador, y el fin que tuvo aquella generación de gerifaltes. Descubramos la trascendencia civilizadora de su acción." (Blanco Fombona, 1981: 93 y 94).

En nuestro caso, vamos más bien a centrarnos en la evolución e influencia de determinados actores institucionales en la Edad Media (la Iglesia Católica, el Imperio Romano – Germánico, El Islam, la Inquisición, la Monarquía Española), y en algunos otros relevantes elementos de corte religioso, literario y mítico (la herejía, la devoción católica, la aventura, el afán de fama y lucro, los mitos americanos, que contribuyeron a la creación del imaginario del conquistador español), sin enfatizar tanto en las dimensiones raciales, de origen social o psicológicas del conquistador español, ampliamente estudiadas por Blanco Fombona; todo ello para situarnos en el medieval e intrincado imaginario de ese español que llegó anheloso, evangelizador y por equivocación a América con algo más que sus caballos, cañones y arcabuces a bordo de una carabela.

I.   La propagación y defensa de la fe católica

                                                "Vete a las Indias, Lope de Aguirre. Nuestra España es un

                                                pueblo elegido por Dios para preservar los bastiones de su

                                                doctrina, para batallar sin tregua contra la herejía y el

                                                paganismo. Más de siete siglos, desde Pelayo hasta

                                                Fernando, nos hartamos de combatir con armas y con puños

                                                y con dientes para librar al león ibérico de la coyunda

                                                musulmana, para arrojar de nuestro suelo a su Alá falso y a

                                                sus califas embusteros."

                                                                                                                        Miguel Otero Silva

La España Medieval fue sin duda alguna la sobresaliente en la defensa de la Cristiandad, o más propiamente, de la fe católica.

Guillermo Morón, nuestro historiador venezolano por antonomasia, señala que hay: "mucha diferencia entre eso de ser cristiano, católico y religioso. Las tres palabras se mezclan tanto – en la conciencia europea, naturalmente – que muchas veces se manejan con demasiada familiaridad y equívoco. En las ciudades y aldeas por lo general, donde pasé mi infancia, ser religioso es ser católico a rajatablas o como dicen en España desde Menéndez Pelayo "a machamartillo". Los aldeanos son religiosos porque rezan sus oraciones a las horas prescritas por la costumbre, y  más aún, cada vez que el temor de un peligro se viene encima; pero esos aldeanos no suelen cumplir los preceptos católicos que les han sido enseñados por el cura de la aldea. En las ciudades se puede ser católico sin ser religioso, es decir, contribuyendo al sostenimiento del clero, y sin rezar mucho y sin creer demasiado. En España todo es uno: católico y religioso es una sola función. A veces una sola necesidad de sobrevivir: hay que ser católico y aparentar que se es…" (Morón Guillermo, 2007: 341).   

Esta defensa a ultranza de la catolicidad en la península y en toda Europa, la trasladaron los conquistadores españoles a Iberoamérica. En este sentido, coincidimos totalmente con la aseveración de que "el catolicismo es factor principalísimo en la creación y españolización de América. Fue elemento civilizador. Es imposible prescindir no ya de considerar ese factor, sino su influencia decisiva al estudiar los Estados modernos que han salido de las ruinas del antiguo imperio hispano-católico. Muy grande fue la acción militar de España en América, pero quizá no fue superior a su obra religiosa." (Blanco Fombona, 1981: 83)

En este capitulo vamos a estudiar, de manera general la evolución de la institución eclesiástica católica y, más específicamente, otros factores vinculados con su consolidación institucional que influyeron en la defensa y propagación de la fe católica como uno de los grandes objetivos del proceso de conquista y colonización de Hispanoamérica llevado a cabo por los españoles del Siglo XVI.

1.       La Iglesia Católica: elemento cohesionador de la Europa medieval

La historia de la Iglesia Católica es un ir de menos a más. De sus modestos orígenes en oscuras y escondidas catacumbas pasó, inmortal y vencedora, a residir en el esplendor de los más emblemáticos palacios renacentistas en franca competencia con emperadores,  príncipes y exarcas, para asegurar la vigencia de la Cultura y de la Civilización Occidental. En efecto, "en los siglos XI y XII, cuando empieza a reconstituirse socialmente Europa Occidental., el nuevo proceso se inspira en motivos religiosos, derivados de la sociedad espiritual: La Lucha de las Investiduras y la supremacía internacional del papado reformado fueron los signos visibles de la victoria del poder espiritual sobre los elementos feudales y bárbaros de la sociedad europea: En todas partes la gente tomó conciencia de que eran ciudadanos de la gran comunidad religiosa de la cristiandad: Y esta ciudadanía espiritual fue el cimiento de la nueva sociedad." (Dawson, 1995:197)

Recordemos algunos de los momentos y episodios más significativos por los que atravesó, en su lento evolucionar la Iglesia Católica desde sus más modestos inicios, para convertirse en una de las instituciones sine qua non de la civilización occidental y otorgarle al papado un poder terrenal sólo comparable al de los más altísimos emperadores.

A.                                                            Los orígenes

Fruto del peregrinaje para difundir la Palabra del Señor, el apóstol Pedro fue investido como Jefe de la Iglesia de Roma, y sus restos sagrados se encuentran enterrados en dicha ciudad, al decir por igual de la historia y la leyenda. Los primeros gobernantes de la Iglesia Católica de Roma fueron hombres de buen actuar, caracterizados por sus dotes humanitarias y solidarias, aunque ciertamente no disponían de ningún poder relevante y efectivo. La autoridad de Pedro, el hombre y luego el santo, y de los que lo sucedieron en el gobierno de la Iglesia fue básicamente consultiva, asesora de la figura que los primeros cristianos escogieron para que, con el carácter de obispo, los representara ante la comunidad civil y política.

En efecto, según lo señalan algunos estudiosos de este período temprano de la Cristiandad: "La extraordinaria rapidez con que el Verbo de Cristo se difundió en el mundo conocido no confirió a la Iglesia de Roma derecho alguno al predominio. Al contrario, la comunidad cristiana de Roma, constreñida por las circunstancias a vivir la fe más que administrarla y elaborarla, parece menos importante en el sentido temporal que las Iglesia de Asia y de África. Los romanos de ningún modo reivindicaron su supremacía en la dirección del mundo cristiano." (Vene, 1985:10)

B.                                                            El Edicto de Milán y el Concilio de Nicea

Tres largos siglos de persecuciones imperiales, mitigadas por una u otra influencia cortesana o imperial, sufren los cristianos romanos hasta la llegada del sagaz y oportunista emperador Constantino, quien, tocado por el milagroso resplandor de una cruz en el cielo, logró vencer a su rival Majencio, y en acción de gracias a Dios promulgó el celebre Edicto de Milán, mediante el cual se concedía a todos los súbditos del imperio la libertad de adorar al Supremo Hacedor o al Dios que quisieran. Sin embargo, Constantino, empeñado en combatir la herejía y someter el poder creciente de la Iglesia, se colocó como árbitro de las distintas iglesias o religiones, reservándose para sí el titulo de pontifex maximus, es decir, el de sumo sacerdote pagano.

Al Edicto de Milán que consagró una tutelada libertad de cultos favorable a la perseguida Iglesia, siguió la celebración, en al año 325, del Concilio de Nicea, convocado por el propio Constantino para combatir el arrianismo, es decir, las tesis de Arrio, un sacerdote egipcio de Alejandría, que sostenía que el Verbo de Dios no es Dios; por consiguiente, no puede ser eterno ni divino, El Hijo no es consustancial con el Padre, y por lo tanto, no está hecho de la misma sustancia. A esta primera cita universal de la Cristiandad concurrieron todos los obispos del mundo, arrianos y no, y el Concilio de Nicea reconoció como verdad la consustancialidad del Padre con el Hijo, consagrando así la primera versión del Credo cristiano.

Como un hecho simbólico de particular relevancia, los historiadores resaltan que los delegados en Nicea del entonces Papa Silvestre, obtuvieron el derecho de firmar en prioridad los decretos del Concilio Ecuménico, sellando la autoridad de la Iglesia de Roma sobre todas las demás.

Recuerdan los analistas de este período eclesial que: "El emperador Constantino renunció a ser pontifex maximus de los paganos y abrió camino a la persecución de éstos. La religión cristiana se convirtió en la religión del Estado. Se donó al papa la Domus Luterana, donde se erigió la primera basílica cristiana, y allí se instaló la catedral del obispo de Roma (…) Pese a todos esos reconocimientos y donaciones materiales, aún no puede hablarse exactamente de poder temporal del papado." (Vene, 1985:23)       

C. La caída del Imperio Romano: el inicio del poder terreno de la Iglesia

En su ya clásico libro La Edad Media, José Luís Romero, refiriéndose a la caída del Imperio Romano de Occidente como el inicio del Medioevo, afirma que: "Una tradición muy arraigada coloca en el Siglo V el comienzo de la Edad Media. Como todas las censuras que se introducen en el curso de la vida histórica, adolece ésta de inconvenientes graves pues el proceso que provoca la decisiva mutación destinada a trasformar de raíz la fisonomía de la Europa Occidental comienza mucho antes y se prolonga después, y resulta arbitrario y falso fijarlo con excesiva precisión en el tiempo." (Romero, 2001: 9)

Como corolario de esta afirmación, el historiador sostiene entonces que "parece justificado el criterio de entrar a la Edad Media no por la puerta falsa de la supuesta catástrofe producida por las invasiones, sino por los múltiples senderos que conducen a ella desde el Bajo Imperio. El bajo imperio corresponde a la época que sigue a la larga y profunda crisis del Siglo II, en la que tanto la estructura como las tradiciones esenciales de la romanidad sufren una aguda y decisiva convulsión. Si el siglo II había marcado el punto más alto del esplendor romano, con los Antoninos, el gobierno de Cómodo (180 – 192) precipitó el desencadenamiento de todas las fuerzas que socavaban el edificio imperial" (Romero, 2001:10)

Y al momento de desplomarse el poder imperial de Roma, para inauguración o no de la Edad Media, según se entienda, ahí se encontraba, empero, humilde y sin mayores pretensiones de poder terreno, la Iglesia Católica, en la figura del Obispo de Roma, para iniciar el accidentado e intenso poder del papado, porque como bien lo anota Dawson: "El obispo cristiano fue, de hecho, una figura de gran relieve en la vida social de ese tiempo. Su posición era algo enteramente nuevo, de lo cual no existen precedentes en la antigua religión de la ciudad – Estado o en los sacerdocios de las religiones históricas orientales. El obispo no solamente gozaba de gran prestigio religioso como jefe de la Iglesia cristiana, sino que también era el líder del pueblo en asuntos sociales; llegaba a desempeñar las funciones de un tribuno popular cuyo deber era defender a los pobres y oprimidos y vigilar que los fuertes no abusaran de su poder. él estuvo solo entre el pueblo y la opresión de la burocracia; no temía oponerse a una ley injusta o excomulgar a algún gobernante opresor." (Dawson, 1997:183)

La historia de la civilización occidental registra como punto de partida de la secularización de la Iglesia, la histórica escena en que el papa León I se adelanta inerme al encuentro con el sanguinario Atila, el despiadado rey de los hunos, al momento en que éste se disponía a asaltar a Roma, ciudad indefensa de un imperio en profunda agonía institucional. La valentía y el arrojo del Papa Católico se superpusieron a la impotencia y a la duda del aterrado emperador romano Valentiniano III. La iniciativa de León I condujo al retiro del bárbaro rey huno a Hungría,  a la salvación de los cristianos romanos y a lo que quedaba del menguado imperio, así como a la iniciación del creciente poder de los papas en la historia de la civilización occidental.

Sin embargo, esta no fue la única iniciativa salvífica emprendida por el Papa León I, tres años después de su encuentro con Atila, el alto prelado, ya consumada la invasión del imperio por las tribus bárbaras, volvió a salir de Roma para parlamentar con Gensérico, rey de los vándalos. En esta ocasión, la victoria fue parcial pero no menos relevante: Roma fue saqueada, los romanos conservaron su vida.

La Iglesia comenzó a hacer valedera su condición de católica, es decir, de universal. Las crecientes conversiones religiosas al cristianismo por los disímiles reyes bárbaros no se hicieron esperar; los siglos V, VI y VII asistieron al enrolamiento de las nuevas autoridades terrenales al credo católico, y a la progresiva supeditación de los nuevos gobernantes, muchos de ellos arrianos, a la autoridad del Papa, quien, paulatinamente, fue erigiéndose en un verdadero primus Inter pares.

Dawson nos ayuda a entender mejor esta realidad de las relaciones entre Iglesia y Estado en la Edad Media: "Es imposible entender la historia de la Iglesia medieval, ni sus relaciones con el Estado y la vida social en general, si las proyectamos en las condiciones del mundo de hoy. La iglesia era una sociedad mucho más universal y con mayor cobertura que el Estado medieval (…) En el mundo moderno se tiende a considerar a la Iglesia como una sociedad esencialmente voluntaria, de membresía y funciones limitadas, en tanto que el Estado es un hecho fundamental que domina cada aspecto de la vida social y deja poco espacio para alguna actividad independiente (…)  El hombre medieval, al hacer la distinción entre Iglesia y Estado, no pensaba en dos sociedades perfectas e independientes, sino más bien en dos diferentes autoridades y jerarquías que administraban los asuntos espirituales y temporales de una misma comunidad cristiana." (Dawson, 1997: 232 y 233).

D.  El patrimonio de San Pedro: la consolidación del poder temporal de la Iglesia

Fruto de la conversión de algunos de los reyes bárbaros a la fe católica, en especial la del lombardo Liutprando; producto de la aspiración de limar las viejas rivalidades entre Occidente y Oriente, es decir, entre Roma Y Bizancio, que tomaron la forma de cruzada moral y material para eliminar las imágenes religiosas, las estatuas, los símbolos cristianos, los cuadros (iconoclastia), el influyente y habilidoso Papa Gregorio II obtiene, en política alianza con Bizancio, que el rey Liutprando – quien intentaba hacer de Italia una monarquía lombardo – católica nada al gusto del Pontífice – le done al papado la ciudad de Sutri.

Con la donación de Sutri, a la que más tarde también se sumarían nuevas villas conquistadas por los lombardos a los bizantinos: Orte, Bomarzo, Biera y Amelia, se originó el denominado Patrimonio de San Pedro que le dio asidero territorial al poder temporal de los papas.

Doce años más tarde, consolidada ya la alianza del Papado ahora con los reyes francos en contra de lombardos y bizantinos, Pipino amplió el Patrimonio de San Pedro mediante la entrega al Papa Esteban II del poder temporal  sobre el exarcado de Rávena en el centro de Italia (Las Marcas y Romaña). De esta forma, mediante la alianza entre Esteban II y Pipino el Breve, es decir, entre el papado y los reyes francos, el Estado pontificio pasó a ser en toda la plenitud del término, de hecho y de derecho, una potencia terrenal.

Como bien lo ratifican los historiadores del Poder Papal: "La alianza entre el Estado pontificio y los francos parecía ser la única solución que garantizaría la paz a Italia. Por otra parte, Carlomagno consideraba que su imperio sería imperfecto sin la consagración por el Sumo Pontífice. Así pues, la noche de Navidad del año 800, en un marco que impresionaría a la humanidad durante los siglos venideros, Carlomagno y su hijo asistieron a la misa solemne en San Pedro. Y aquí, aparentemente en forma sorpresiva, pero en realidad tras una larga y minuciosa preparación, el papa León XIII descendió del altar y colocó, en nombre de Dios, sobre la cabeza de Carlos, la corona de oro de emperador, y simultáneamente otorgó al hijo de éste el titulo de rey de Italia. En las bóvedas de San Pedro resonó el saludo del pueblo romano al Emperador: "A Carlos Augusto, coronado por Dios, grande y pacífico emperador de los romanos, vida y victoria." (Vene, 1985: 34 y 35)

E.                  La Lucha de la Investiduras

Articulados y en vigencia los dos poderes centrales de la Edad Media, el Papado y el Imperio Carolingio, y su sucesor el Romanogermánico, comienza un largo conflicto entre esas dos potencias medievales por ver quien supedita a la otra que sólo alcanza formal resolución con la firma del Concordato de Worms en 1122.

Dawson al analizar la condición político -  religiosa inmanente del Imperio carolingio sostiene en esta esclarecedora cita, que el mismo fue "la más acabada expresión política de las tendencias unitarias y universalistas (…) fue considerado por Carlomagno y sus sucesores y consejeros eclesiásticos no solamente como el Estado imperial franco, ni como una reencarnación del Imperio romano en Occidente, sino como el órgano y el brazo político de la Iglesia católica. En palabras de la carta de Carlomagno al papa León III, el emperador es `el representante de Dios y quien debe tener el deber de proteger y gobernar a todos los miembros de Dios". él es el señor y padre, rey y sacerdote, conductor y guía de todos los cristianos. Esta concepción unitaria de la sociedad cristiana tendía naturalmente, bajo la influencia de un fuerte emperador, a resultar en una especie de cesaro papismo (…) De este modo, el concepto carolingio o unitario de las relaciones entre Iglesia y Estado tendía al mismo tiempo hacia la secularización de la primera y la clericalización del segundo. Los obispos y abades se convirtieron en grandes magnates seculares que administraban la justicia en sus propios tribunales y conducían sus propios soldados al combate, y al mismo tiempo la Iglesia quedó implicada en el desarrollo feudal de la sociedad, de tal suerte que los oficios y beneficios eclesiásticos eran negociados en la misma forma que los feudos civiles y eran utilizados por los príncipes para regalar a sus parientes y partidarios." (Dawson, 1997:235 y 236).

Fruto de esta concepción carolingia del poder, durante muchos años la administración papal estuvo férreamente vigilada, en un claro ejemplo de control concomitante, por un representante directo y permanente del Emperador.

La historia de la Iglesia medieval está asociada a la serie de intentos e iniciativas que tomó el papado con el fin de emanciparse del poder imperial. Muerto el enérgico Carlomagno, venido a menos el poder de sus sucesores, fragmentado el Imperio Germánico, la Iglesia Católica emprende vigorosas iniciativas autonómicas que se ven coronadas en la llamada Lucha de las Investiduras.

El influyente Gregorio VII redacta, en 1075, las proposiciones conocidas como Dictatus Papae que tenían como objetivo fundamental restituir la pérdida disciplina canónica y establecer un marco de relaciones entre el poder del papa y el de los príncipes. Gregorio VII comprendió, paradójicamente, que "la crisis de espiritualidad de la Iglesia estaba inextricablemente unida a su crisis de poder. Ya en ese momento la Iglesia no podía renunciar al poder: el mismo pueblo pontificio solicitaba a la Iglesia y a su jefe que actuaran sobre la tierra como lo hubiese hecho un buen emperador, si hubiese existido. Una vez aceptada la vía del poder temporal, la degradación se originaba en el torpe cruce de intereses entre las familias influyentes, los señorones, los seudo reinantes y los pastores de almas." (Vene, 1985: 37).    

En consecuencia, el Papa reformador Gregorio VII, desde el punto de vista espiritual, proclamó el celibato de los eclesiásticos y prohibió expresamente la llamada simoníapecado derivado del intento de Simón el Mago para comprarle a  San Pedro el don de conferir el Espíritu Santo – consistente en el comercio de las rentas eclesiásticas, de las propiedades de la Iglesia y de los estipendios que corresponden a los detentores de cargos eclesiásticos.

Desde el punto de vista temporal, Gregorio VII imbuido de una muy justificada concepción monárquica centralista, dispuso que el papa, en su carácter de dirigente supremo de la Iglesia católica, es decir, universal, podía utilizar insignias imperiales, deponer emperadores, puesto que éstos por recibir el poder como dignatarios de Dos son dignatarios de la Iglesia, y exonerar también a los súbditos católicos del juramento de lealtad a gobernantes injustos.

Idas y venidas en cortes y catedrales, alzamientos imperiales, excomuniones papales, esta situación de conflicto entre el Papado y el Sacro Imperio romanogermánico duró, formalmente, hasta la firma del Concordato de Worms, en el que ambos poderes llegaron a un acuerdo basado en la distinción entre investidura temporal, es decir, bienes seculares cedidos en feudo, e investidura canónica, es decir, dignidades canónicas.

Como efecto de esta separación de las investiduras, los soberanos renunciaron a su investidura con anillo y báculo, y en Germania, la elección canónica tendría lugar en presencia del rey o de un delegado suyo.

Fruto de este acuerdo que pondría formal término a la Lucha de las Investiduras, los estudiosos del período medieval  reconocen que la Iglesia católica perdió poder temporal aunque acrecentó grandemente su autoridad y ascendencia sobre la civilización cristiana y occidental, que luego de singulares y profundas confrontaciones y transformaciones ocurridas a lo largo de cuatro largos siglos – como la Reforma de Lutero y el cambio cultural que acompañó al Renacimiento Italiano, – consolidó en el Concilio de Trento, el de la Contrarreforma, que tanto influiría en la vida de Europa hasta nuestros días.

En lo concerniente a la catolicidad en España, Blanco Fombona apunta que: "es comprensible que en España se exaltase el sentimiento religioso más que en parte alguna de Europa. A ello contribuían causas externas o sociales y causas internas o psicológicas. Entre las primeras, la lucha persistente contra el infiel, detentador del territorio nacional, al servir  la religión como instrumento político y vínculo entre las diversas regiones de España (…) Entre las causas internas o psicológicas pueden indicarse como primordiales el inminente dogmatismo del espíritu español y su carencia de sentido critico." (Blanco Fombona, 1981: 31)

Como corolario de esa admisión, exaltación y defensa de la fe católica por parte de los españoles, y en especial, de los conquistadores hispanos que vinieron a América, el mismo autor concluye: "Así, pues, el catolicismo es factor principalísimo en la creación y españolización de América. Fue elemento civilizador (…) Muy grande fue la acción militar de España en América, pero quizá no fue superior a su obra religiosa." (Blanco Fombona, 1981, 33)

El Islam: enemigo secular de la naciente España

No es posible entender el fanatismo católico del español de los tiempos de la conquista de América sin tener presente su aversión a los moros dominadores, la lucha ancestral para reconquistar del dominio de los califas musulmanes el territorio usurpado que luego, sumado a otros reinos, vendría a ser la base de una España unificada bajo un solo trono y una misma fe. Un romance anónimo de 1492, Viv" El Gran Don Fernando, lo narra magistralmente:

"Viv" el gran Re Don Fernando

Con la Reyna Don Isabella,

Viva Spagna et la Castella,

Pien de gloria triumphando.

 

La cita mahomectana,

Potentísima Granata,

Da la falsa fe pagana

E disolta e liberata.

 

Per virtut" e manu armata

Del Fernando e Isabella,

Viva Spagna et la Castella,

Pien de gloria triumphando." 

 

Recordemos que España se ve sometida a una larga dominación árabe de más de siete siglos que se inicia, en 711, con el desembarco del general beréber Tarik ibn Ziyad en Gibraltar y culmina en 1491 – un año antes del descubrimiento de América – con la reconquista total de España, mediante la capitulación del califa Boabdil y la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos. Precisan los historiadores que "tras unas capitulaciones secretas, por las que Boabdil conservaba sus bienes, se firmaron otras públicas, que garantizaban a los granadinos la seguridad de sus bienes y haciendas, así como el respeto a su religión y leyes, con el solo establecimiento de un gobernador cristiano. Las tropas castellanas entraban al fin en Granada el 2 de enero de 1492 (…) El reino de Granada quedaba, pues, anexionado, a Castilla, y se dio término al dominio musulmán en la Península que se había prolongado durante cerca de ocho siglos." (Historia Universal de Planeta. Tomo V, 2001: 143 y 144)

A.      Orígenes y principios religiosos del Islam

Como bien lo expresa un estudioso del Islam: "El hecho del Islam no es en manera alguna ajena a la civilización occidental (…) El Islam no es sólo un hecho generador y sustentador de una de las culturas más sobresalientes, sino que se impone asimismo como hecho actual, y seguramente de los más destacados y vigentes." (Martínez Montávez, 1981, p.4)

Teniendo en cuenta las precedentes aseveraciones, vamos a precisar algunos de los aspectos básicos de este movimiento civilizatorio que, más allá de lo religioso, tuvo y continúa teniendo profundas repercusiones en el mundo occidental y cristiano.

De acuerdo con los historiadores del Islam, el término proviene " de Salam o Aslama, que significa `salvación". Los cristianos han derivado de él el términoIslamismo, y los judíos lo han convertido en Ismailismo, utilizándolo como reproche, pues hace alusión al origen de los árabes como descendientes de Ismael. De la palabra Islam los árabes derivaron los términos Moslem o Muslim." (Irving, 1986, p. 212)

Hacia inicios del Siglo VII, La Meca – antiguo centro de peregrinación religiosa, en cuyo templo se encontraba la Ka" ba, la piedra negra  – adquirió además una preeminencia comercial en virtud de su ubicación estratégica para el control tanto de las caravanas que, en la llamada Ruta de la Seda, marchaban a lo largo de la península arábiga hacia el norte y hacia el sur, como de los suministros que, llegados por mar desde Abisinia y la India, eran transportados por tierra hacia los países mediterráneos.

En este ambiente de riqueza económica y de pujante individualismo que se tradujo en un menosprecio por los tradicionales lazos de la familia y del clan, tan propios de la cultura árabe, nace, en el año 570 en el seno de la tribu coraichita, Mahoma, quien era huérfano de padre y madre y "podía considerársele, por tanto, como uno de los miembros `débiles", o relativamente desvalidos y faltos de protección de La Meca. En su juventud fue pobre y sin influencias. Sin embargo, halló empleo con una viuda rica llamada Khadija (…) A los veinticinco años Mahoma se casó con dicha viuda, abriéndose para él nuevas posibilidades de ocio y reflexión. Durante los quince años siguientes debió dedicar largos períodos  a la meditación sobre el desdichado estado de la sociedad de La Meca, hasta acumular una experiencia que, a los cuarenta años, le llevó a sentirse llamado a la condición de profeta." (Ling, 1972:16)

La reacción por parte de los ricos comerciantes y boyantes caravaneros a las predicaciones de Mahoma en La Meca no se hizo esperar, y el profeta, en el 622, año de la hégira, inicio de la cronología musulmana, tuvo que huir con sus seguidores a Medina, estableciendo allí la umma, la nueva comunidad del Islam. En Medina, Mahoma reconcilia en su persona una doble condición: la de Profeta y la de Jefe de Estado.

A su triunfante retorno a La Meca, Mahoma liquida la idolatría animista, asegurando los tradicionales principios de la fe y de la práctica religiosa islámica recogidos en el Corán, el libro sagrado, y en la sunna:

Principios de fe:

1. Dios: Los ortodoxos musulmanes creen firmemente en la unidad de Dios, creador de todas las cosas, que, en su omnipotencia, lo gobierna todo.

2. Los ángeles: Son los servidores y mensajeros de Dios, cuyo jefe es Gabriel.

3. Los profetas: Son muchos los reconocidos por el Islam, especialmente estos siete profetas: Adán, Seth, Enoch, Abraham, Moisés, David y Jesús.

4. Los libros sagrados: Son aquellos contentivos de las palabras de los profetas, culminan con el Corán.

5. La doctrina y la predestinación: Establecida por Dios, quien prescribe el bien y el mal.

6. La doctrina del último día: El día del juicio final.

7. La doctrina de la resurrección corporal de todos los hombres en el último día.

Principios de práctica religiosa:

1. La profesión de fe o shabada: Consiste en la invocación de Dios: "no hay más Dios que Alá Y Mahoma su profeta" en la forma resumida de que "no hay más Dios que Alá Creador, Único, Verdadero, y que Mahoma es su Profeta y Mensajero ante la Humanidad." 

2. La oración: Formulada cinco veces al día.

3. El ayuno: Supone abstenerse de comer, beber, fumar y realizar actos sexuales, durante los treinta días del mes del Ramadán, desde el alba hasta la puesta del sol.

4. La limosna obligatoria que no excluye la voluntaria; la limosna es una forma primaria de repartición de la riqueza, puede darse a los propios musulmanes o a seguidores de otros credos. 

5. La peregrinación a La Meca: Ha de hacerse dos meses después del Ramadán, una vez de por vida a la Ciudad Santa y la Mezquita.

B.      La evolución del Islam

El islamismo es una religión misionera que pauta la predicación y la persuasión, y desaprueba la coacción como medio para la conversión de los infieles, "motivo por el cual la historia de la expansión del Islam tiene realmente mucho más de historia misional que de historia de violencia o de persecuciones" (Arnold, 1913: 23), aunque no las excluye, añadiríamos nosotros. En este acápite vamos a precisar, muy brevemente, la expansión e influencia del Islam durante cerca de un milenio.

·     El Califato heroico de Medina

 Mahoma, el profeta y gobernante, luego de su entrada triunfante a la Meca regresó a Medina "donde continuó infatigablemente la obra propagandística, profundizó la definición de su doctrina y se ocupó de la organización de la comunidad de los fieles (…) Concentró su esfuerzo para eliminar el particularismo tribal y aproximar mutuamente a los beduinos y los sedentarios, en nombre de la unidad de  la nación, y sobre todo de la religión." (Planeta, Historia Universal. Tomo 3; 74)

La muerte de Mahoma en el 632 d.C. supuso una grave crisis para el Islam y para la gobernabilidad de la teocracia que el Profeta había instaurado en Medina. De acuerdo con los estudiosos de este período del Islam: "Se suele afirmar que ello fue debido al hecho de que el profeta no tenía ningún hijo vivo al momento de su muerte, y a que dejó sin establecer quién habría de sucederle en la comunidad, y, en consecuencia, al mando del ejército. Pero surgió la crisis en el sentido de que no existía nadie con las mismas dotes carismáticas que él, lo cual resultaba incluso más peligroso para el futuro del Islam." (Ling, 1972; 29)

En esta caótica situación, el asunto del mando se resolvió a favor de Abu Bakar; en su carácter de sucesor del Profeta fue reconocido como Califa, título con el que había de ser distinguido, por más de seis siglos, el líder de la comunidad islámica. Posteriormente, el Califato fue ejercido por Umar y por Uthmar, quienes ya menos preocupados por la unificación de Arabia, alcanzada por Bakar, se propusieron entender la extensión del territorio islámico -  Dar – al – Islam – mediante la incorporación de vastos y ricos territorios correspondientes a Siria, Egipto y Mesopotamia, consagrando la expansión espiritual del Islam, mediante la utilización de las armas, para hacer posible la guerra santa, la jihad islámica, es decir,  el esfuerzo en el camino de Dios.

A la muerte de Uthmar, el Califato de Medina le fue encomendado a Omán, familiar de Mahoma – primo y yerno según los cronistas – un discreto y poco calificado miembro de la tribu omanita que, en la práctica, entregó la conducción del gobierno a su yerno Alí y a los miembros más religiosos de la comunidad, quienes querían regresar a los viejos tiempos del Profeta. Inevitable, la crisis entre el carácter mundano y religioso del Califato de Omán, y la de sus ortodoxos seguidores, estalló, Omán fue asesinado y se procedió a nombrar a Alí como su sucesor en Medina. Sin embargo, Mu"awiya, hermano de Omán, a la sazón Gobernador de Damasco, se opuso a esta designación, y luego de un lustro de cruentos enfrentamientos, luego del asesinato de Alí, en Irak, se consolidó como el Líder indiscutible del Estado Islámico, que trasladó ahora su sede a Damasco, en el territorio de los omeyas.

Además de esta escisión política y de este cambo de asiento geográfico del califato, el asesinato del Califa Ali introdujo, en el mundo islámico, la ya tradicional separación entre sunitas y chiitas, entre suníes y chiíes: los primeros, los sunitas, consideraban que la sucesión de Mahoma debía hacerse tomando en cuenta las capacidades personales del califa, en abierta contradicción con los segundos, los chiitas, quienes sostenían la necesidad de que el líder del Estado islámico mantuviese lazos de sangre con el Profeta.  

·     El Califato de los Omeyas

Con el advenimiento de los omeyas a la conducción del Estado Islámico se pone fin a la denominada Edad Heroica de Medina. Los historiadores señalan que durante el período de los omeyas u oméyades: "el área dominada por los árabes se amplió aun más, si bien en proporción mucho menor que durante los treinta años anteriores dando vida a un imperio de dimensiones mundiales, con dirigentes administrativos y militares árabes." (Planeta, Historia Universal, Tomo 3; 89)

Es durante el control del Califato por parte de los omeyas que se realiza la invasión y posterior conquista de España. José Luís Romero se refiere a esta situación en los siguientes términos: "La conquista de España por los musulmanes puso en contacto directo dos civilizaciones (…) Hasta 750, España constituyó un emirato bajo la dependencia del califa de Damasco, y la antigua capital Toledo, fue reemplazada por Córdoba, más próxima al África del norte (…) Al promediar el Siglo VII estalló en el mundo musulmán el conflicto entre oméyades y los partidarios de Abul Abas, que consiguió imponerse en 750; pero un príncipe oméyade, Abderramán, el único que había conseguido escapar de la matanza ordenada por el sanguinario vencedor, huyó hacia España y asumió el gobierno del emirato proclamándose independiente y legítimo heredero del poder." (Romero, 2001; 40)

Sobre la influencia de los musulmanes en la futura España, Carlos Fuentes precisa: "La España Musulmana inventó el álgebra, sí como el concepto del cero. Los numerales árabes reemplazaron el sistema romano, el papel fue introducido en Europa, así como el algodón, el arroz, la caña de azúcar y la palmera. Y si Córdoba asimiló la filosofía griega, el derecho romano y el arte de Bizancio y de Persia, exigió también respeto para las teologías del judaísmo y de la cristiandad, así como para sus portadores, quienes eran considerados, junto con el Islam, "los pueblos del libro" (…) Durante los años de la supremacía cordobesa, ganó ímpetu la idea de que el pluralismo de las culturas no está en conflicto con el concepto de un solo Dios. Pues en esta nueva región de España del sur, llamada Al Andalus por los musulmanes – nuestra Andalucía -, donde los tres grandes monoteísmos del mundo mediterráneo, las religiones de Moisés, Jesucristo y Mahoma, iniciaron su vieja, a menudo fructífera y normalmente conflictiva, interrelación." (Fuentes, 1997:78)

·     El Califato Abásida:

Como consecuencia de las diferencias religiosas y políticas el Califato omeya sito en Damasco fue perdiendo ascendencia y credibilidad sobre sus súbditos opositores, quienes, hacia 750, se unieron alrededor de la figura de Abbas, y trasladaron la capital del Estado islámico a Bagdad para gobernar el mundo musulmán desde 750 hasta 1258.

El Califato de Bagdad, en la época de su mayor apogeo, a comienzos del Siglo XIX, constituyó la cúspide de una comunidad cosmopolita que se extendió desde el Océano Atlántico al Índico, heterogénea en su composición y permanentemente  amenazada por fuerzas centrífugas, unificadas, sin embargo, en una creencia común.

·     El Imperio Otomano:

De nuevo las diferencias tribales, y las severas críticas al relajamiento de las prácticas religiosas y el hedonismo imperante en el califato Abásida, producen otra fractura en el mundo islámico que lleva a la constitución del Imperio Otomano. Martínez Montávez apunta que este imperio "fue la gran aportación de los turcos – esos nómadas seculares, desde su lejano y legendario país de Turán – al Islam. Tras enfrentarse a Tamerlán y con la posterior conquista de Constantinopla (1453) comienza desde el grupo anatolio su gran expansión. Por primera vez, el Islam se sentará en la Europa balcánica, y amenazará seriamente a otras zonas eslavas y centrales, compitiendo seriamente con otras potencias – entre ellas España – por el dominio del Mediterráneo." (Martínez Montávez, 1981: 32)

España libra dos intensas guerras contra el mundo musulmán: primero contra los moros para reconquistar su territorio y construir su identidad nacional, y luego, otra de menos aliento y más trascendencia para la Cristiandad que culmina con el control del Mediterráneo, arrancado a los turcos de Ali Baja en la célebre batalla naval de Lepanto. En palabras de Blanco Fombona. "La fe española en el siglo XV realiza milagros de paciente esfuerzo y corona con la toma de Granada, la reconquista se embriaga de triunfo y en el siglo XVI es una amenaza para Europa. Es agresiva, brillante contra la Protesta Germánica, contra el turco; conquista la América y produce espíritus abrazados en amor de Dios, por el estilo de San Ignacio y San Fernando."(Blanco Fombona, 1981, 37)

2.       El poder de las Órdenes Religiosas

La orden religiosa supone que una comunidad humana, de varones o hembras o mixta, se organice alrededor del hecho religioso, aislada, en sus orígenes, del mundo civil, y en la mayoría de los casos ubicada en lugares remotos y desérticos. El término monaquismo o monacal proviene del griego monachós, es decir, solitario.

El mundo cristiano registra, a partir del Siglo VI, el nacimiento de las órdenes religiosas, es decir, de grupos humanos organizados bajo la influencia de una personalidad relevante. Estas comunidades se ordenaban de acuerdo con una Regla, un código de conducta que contenía los principios fundamentales de actuación de sus miembros u ordenados.

Los historiógrafos coinciden en aceptar que: "La vida monástica siendo puramente oriental en sus orígenes, se adaptó perfectamente a las necesidades de la sociedad occidental y al espíritu de la tradición latina, y fue precisamente el biógrafo de san Benito, el gran papa San Gregorio, el primero que enlistó a los monjes al servicio de la iglesia universal encomendándoles la misión a los anglosajones, lo cual marcó una nueva era en la historia de la Iglesia Occidental." (Dawson, 1997: 216)

Es así que la Iglesia medieval ve reproducirse y crecer abadías, conventos, retiros, claustros, monasterios "que fueron centros de cultura y civilización e iluminaron con su presencia los oscuros siglos de la Edad Media. En los monasterios se estudia y se conserva la historia y la literatura antiguas, se redactan crónicas y se procede a la copia de textos. Junto a estas actividades intelectuales los monjes se dedicaban a la agricultura, la ganadería, la viticultura (…) Muchos decenios después, en el siglo XIII (…) los monasterios tradicionales perdieron importancia, mientras se afirmaban las órdenes mendicantes, así llamadas por cuanto pertenecían a ellas los que hacían voto de pobreza y vivían de limosnas. Francisco de Asís y Domingo de Guzmán fueron los principales artífices de esta transformación: franciscanos y dominicos dejaron sus pobres conventos y se mezclaron con la gente común, con los pobres, los sufrientes, los que vivían miserablemente en la ciudad o el campo, y predicaron la fraternidad, la humildad y el amor." (Vene, 1985, 26)

Órdenes religiosas más destacadas

Orden

Nombre oficial

Acrónimo

Sobrenombre

Orden de San Agustín

Ordo Sancti Augustini

O.S.A.

Agustinos

Orden de San Benito

Ordo Sancti Benedicti

O.S.B.

Benedictinos

Orden del Císter

Ordo Cisterciensis

O.Cist.

Cistercienses

Orden de la Trapa

Ordo Cisterciensium Strictioris Observantiae

O.C.S.O.

Trapenses

Orden de San Bruno

Ordo Cartusiensis

O.Cart.

Cartujos

Orden Católica Romana de Canónigos Regulares de Premontre

Ordo Praemonstratensis

O.Praem.

Mostenses, Premonstratenses, Canónigos blancos o Norbertinos

Orden de Predicadores

Ordo Praedicatorum

O.P.

Dominicos

Orden de Frailes Menores

Ordo Fratrum Minorum

O.F.M.

Franciscanos

Tercera Orden Regular de San Francisco

Ordo Sancti Francisci

O.S.F.

Franciscanos

Segunda orden de San Francisco

Ordo Sanctae Clarae

O.S.Cl.

Clarisas

Orden de San Jerónimo

Ordo Sancti Hieronymi

O.S.H.

Jerónimos

Sagrada Orden de los Mínimos

Ordo Minimorum

O.M.

Mínimos

Orden de los Hermanos Menores Capuchinos

Ordo Fratrum Minorum Capuccinorum

O.F.M.Cap.

Capuchinos

Orden del Carmelo

Ordo fratrum Beatissimæ Virginis Mariæ de Monte Carmelo

O.Carm.

Carmelitas

Compañía de Jesús

Societatis Jesu

S.J.

Jesuitas

Compañía de María

Societas Mariae

S.M.

Marianistas

Congregación de la Misión

Congregatio Missionis

C.M.

Paúles

Hijos del Inmaculado Corazón de María

Cordis Mariae Filius

C.M.F.

Claretianos

Orden de las Escuelas Pías

Ordo Scholarum Piarum

S.Ch.P.

Escolapios

Orden de la Merced

Orde de Mercede

O.deM.

Mercedarios

Orden Hospitalaria de San Juan de Dios

Ordo Hospitalarius Sancti Joannis de Deo

O.H.

Hermanos de San Juan de Dios

Clérigos Regulares

Ordo Clericorum Regularium

C.R.

Teatinos

Fuente: Wikipedia. La Enciclopedia Libre

En lo concerniente a la España medieval, a lo que el conquistador español incluyó en su imaginario en forma de Orden inequívoca, de Regla fundamental, Blanco Fombona recuerda  a las congregaciones religiosas no estrictamente militares sino con vocación de soldados de Cristo, a las que tendríamos que sumar las órdenes militares propiamente dichas que en opinión de Carlos Fuentes: "surgieron para conciliar los propósitos sagrados con una clerecía militante. Las tres grandes órdenes militares creadas durante la Cruzada contra los moros fueron las de Calatrava, Santiago y  Alcántara. Lograron formar un ejército terrestre, que los reyes financiaron, estableciendo de esta manera la base para el ejército regular de una España unificada bajo los monarcas católicos." (Fuentes, 1997: 86)

·     "Santo Domingo de Guzmán, castellano viejo (1170 – 1221), es uno de estos santos inquietos, viajeros, batalladores, predicadores, fundadores de Órdenes católico – militares y enérgico destructor de herejías. En 1204 acompaña al obispo de Osma en una misión a Francia. Al viajar por el Mediodía francés observa los progresos de la herejía albigense y resuelve quedarse allí para combatirla. Durante un año o poco más predica, exhorta, convence, opera milagros. En 1206 resuelve crear una sociedad de mujeres y luego otra de hombres para practicar la enseñanza de menores (…)

·     San Francisco de Javier, es otro de los santos españoles, hombres de fe y de acción (…) Nace este santo navarro cerca de Pamplona en 1506. Siente el ansia de proselitismo y sale a conquistar el mundo, en la medida hercúlea de sus fuerzas, para el catolicismo (…)

·     San Ignacio de Loyola  – el anti – Lutero – (…) Soldado del Rey, se convierte en Soldado de Cristo, y funda la formidable milicia de Jesús, la famosa Compañía de rígida regla." (Blanco Fombona, 1981: 12 y 13)

Todos ellos sin olvidar a San Jerónimo y sus acólitos que tanta influencia tuvieron en la España de los Austria, de los Habsburgos del Siglo XVI, y muy especialmente sobre Felipe II y su padre Carlos I, tal como la intentamos ilustrar en nuestro poema Engranajes dedicado a Carlos V, el último Rey de reyes:

"En Yuste

entre jerónimos

sin lanzas cortas

alabardas o ballestas

los relojes deshechos

por la historia             

                      recompones

 

Paradoja de palacios

                           en olvido

el hombre de las premuras

                 el sin pausas

en un monasterio intemporal

                            lentamente

                      de nuevo construye

solo     experto    resignado

        paso a paso

el inclemente futuro

                             de los hombres" 

De ellos y de tantos otros místicos católicos españoles, Blanco Fombona afirma que "no es fácil que ningún santo español se confunda con los santos de otra raza: el santo español no será, por lo común, manso, humilde, bueno (…) será un santo heroico, enérgico, batallador, dinámico, gente de acción." (Blanco Fombona, 1985: 12)

Sin embargo, la militante pasión católica española no parece haber estado tan combatiente y evidente en los primeros tiempos evangelizadores americanos, según los análisis de los entendidos: "Son muy pocos los datos que  se poseen acerca de la labor evangelizadora de los monjes en América. Ya aludimos anteriormente a la petición que Cristóbal Colón le hizo en 1502 al Papa a fin de que le acompañaran, en su cuarto viaje al Nuevo Mundo, seis benedictinos, cartujos, jerónimos, franciscanos o religiosos de otras órdenes mendicantes, pero el viaje lo tuvo que emprender en abril de ese mismo año sin más eclesiásticos que los clérigos Juan Domínguez, Juan de Caicedo y Juan de Castuela. También se poseen ocho reales cédulas el las que Carlos V pidió en 1532 al Capítulo General de los jerónimos, a su prior general y al prior del monasterio vallisoletano de Santa María del Prado que enviarse diez monjes de su orden para evangelizar América. Incluso, el general de los benedictinos vallisoletanos, Isidro Arias, le decía al rey Carlos III en 1767 que sus monjes `fueron los primeros que pasaron a sellar en ellas (en las Américas) con su sangre, la doctrina de la fe católica.´ A pesar de ello, sólo hay constancia de que se dirigieran con ese fin al Nuevo Mundo el ermitaño San Jerónimo, Ramón Pané, en 1493, cuatro jerónimos en 1535, otros seis jerónimos en 1539 y dos cartujos en 1558." (Borges, 1992; 259 y 260)

En lo relativo a Venezuela, Guillermo Morón apunta que: "antes de noviembre de 1514 ya se encontraban en las costas de Cumaná los misioneros franciscanos y hacia 1515 y posiblemente desde 1514 también los misioneros dominicos, en una especie de labor mancomunada para evangelizar a los indígenas de la zona (…) Sólo a partir de 1575 puede hablarse de misiones orgánicas, capacitadas para la acción y con resultados prácticos. Es el comienzo de la gran era pobladora y civilizadora de los franciscanos en Venezuela (…) Así como los franciscanos comienzan la labor a fines del Siglo XVII los capuchinos poblarán el Oriente del país en una obra de gran penetración." (Morón, 2007:72 y 73). 

3.                   El fanatismo de Las Cruzadas

De acuerdo con los historiadores de este período de la Cristiandad, Las Cruzadas obedecieron a dos motivaciones diferentes: la primera, de carácter netamente espiritual, dio respuesta a la intima necesidad de trascendencia de un conglomerado humano que se lanzó ciegamente a conquistar la Tierra Santa, la segunda, de orden económico, se basó en la urgencia de la Iglesia Católica de incrementar y consolidar su menguado patrimonio. Combinadas ambas motivaciones, Jerusalén, la ciudad santa de las tres religiones monoteístas, se convirtió en estos tiempos medievales en el preciado trofeo tanto de los humildes como de los poderosos católicos occidentales.

   En este sentido, resulta conveniente citar in extenso las reflexiones de uno de los estudiosos del tema cruzado: "La carestía, el hambre, las epidemias, la penuria que

   aflige a las clases populares, sumado todo ello a la falta de cultura, hacen de la masa global de la población europea un terreno fértil donde la exaltación religiosa sembrará la simiente de esperanza que conduce al hombre medieval al fanatismo o a la locura: los predicadores y la concepción trascendental y última de la existencia, azuzada por la imagen de un más allá siempre inmediato, y terrorífico para una humanidad desasistida y la mayoría de las veces depauperada, es el mecanismo que libera el resorte psicológico por el que las masas adoptan soluciones drásticas y en ocasiones suicidas (cruzada popular de Pedro el Ermitaño, cruzada de los Niños) ante sus conflictos de identidad colectivos, generados la mayoría de las veces por el ansia que provoca una vida de pobreza, opresión y enfermedad, en continuo impulso hacia la muerte, y una perspectiva escatológica basada en una visión del más allá nada alentadora, asentada en la idea de culpa y expiación, una óptica dualista y radical que deja al hombre medieval pocas posibilidades de salvación última y lo aboca casi irremisiblemente a las penas del infierno. En este contexto, la santa cruzada, emprendida en nombre de Dios, para salvación de naciones y de almas es una solución, a corto plazo."  (Díaz Celaya, 1996:12)

En este contexto espiritual y económico, el Papa Urbano II, en 1095, predica la Primera Cruzada con  el objetivo de conquistar territorios, someter al infiel y terminar con las luchas intestinas entre los caballeros católicos, quienes ahora marchan aguerridos y unánimes bajo el lema papal Dios lo quiere.

Años después de la prédica pontificia de Urbano II, en 1099, el poderoso ejército compuesto de nobles francos y de otros nobles europeos, toma, el 15 de julio, la Ciudad Santa, para crear el Reino Latino de Jerusalén, que quedó bajo la autoridad de los francos Bouillon y los Lusigan. En 1187, durante la Tercera Cruzada, Jerusalén es reconquistada por los musulmanes bajo el mando de Saladino, para frustración y desilusión de una aturdida Cristiandad.

Ocho largas, costosas y multitudinarias Cruzadas animaron el fervor católico desde 1095 hasta 1268; en ellas participaron los más considerables y encumbrados representantes laicos y religiosos de la Cristiandad Occidental: la primera, en 1095, patrocinada por Urbano II y comandada por Guillermo Bouillon, toma Jerusalén y se crea el Reino Latino de Jerusalén; la segunda, en 1114, encabezada por Eugenio III, Luis VII de Francia y Corononado III de Alemania; la tercera, en 1187, conducida por Federico Barbarroja, Felipe Augusto y Ricardo Corazón de León, los musulmanes reconquistan Jerusalén; la cuarta, en 1202, promovida por Inocencio III, se dirige a Constantinopla y crea el Imperio Latino de Constantinopla; la quinta, en 1215, comandada por Andrés de Hungría y Juan de Brienne; la sexta, en 1223, encabezada por Honorio III, Federico II Hobenstaufen, se produce la cesión de Jerusalén; la séptima, en 1248, liderada por Luis IX de Francia, el Santo y la octava, en 1248, también bajo la dirección de San Luis, quien fallece en Túnez. Sin embargo, los estudiosos del tema consideran esta sistematización un tanto arbitraria ya que excluye muchas otras expediciones importantes, entre ellas las de los siglos XIV y XV. En realidad, al decir de algunos historiadores, las Cruzadas continuaron hasta fines del siglo XVII, e incluyen otros eventos bélicos relevantes para la Cristiandad, y hablan así de  la Cruzada de Lepanto que ocurrió en 1571, la de Hungría en 1664, y la Cruzada del duque de Borgoña a Candía, en 1669.

Culminada la última de Las Cruzadas, la octava en los términos convencionales, "puede decirse que se abre una nueva era después de ellas, pues las aspiraciones y los ideales de vida de la cristiandad occidental experimentaron una profunda transformación. El lujo, el amor a la vida y el goce terreno se relacionó con el desarrollo de las industrias y comercios que se notó en las ciudades del Mediterráneo." (Romero, 2001: 78) 

Mientras estas permanentes escaramuzas religiosas y económicas ocurrían en los distantes y emotivos predios de Tierra Santa: "en la Península Ibérica, los monarcas portugueses, castellanos y catalano – aragoneses quedaban exonerados de la participación en las expediciones a Tierra  Santa por considerar los Papas que la liberación que habían emprendido en la península de la hegemonía musulmana respondía a los mismos ideales de consolidación y defensa de la cristiandad. " (Díaz Celaya, 1996, 15)

Con el descubrimiento de América el conquistador español traslada la cruzada de la península a los nuevos territorios y gentes descubiertos. En efecto, "la conquista de América por España tiene algo de cruzada; fue la última cruzada (…) Como todos los guerreros de España eran entonces hombres religiosos, cada conquistador era, en consecuencia, un campeón de la fe." (Blanco Bombona, 1981: 111) 

4.       La desafiante herejía

Según la Iglesia Católica la herejía es la oposición voluntaria a Dios depositada en Pedro, los Apóstoles y sus sucesores, su práctica reiterada conduce a la excomunión inmediata, es decir, a la separación de los sacramentos de la Iglesia. De acuerdo con  Isaac J. Pardo: "El cristianismo logró sobrevivir a repetidas y sangrientas persecuciones, pero lo más sorprendente es que lograse sobrevivir a las herejías."

En efecto, a lo largo de la historia de la Cristiandad surgieron importantes movimientos heréticos que cuestionaban elementos básicos de la doctrina cristiana y negaban otros o proponían visiones que buscaban integrar al Cristianismo inicial con otras religiones. La  historia de las herejías es un largo y enrevesado laberinto que excede nuestro análisis, sin embargo, antes de analizar con más detalle aquellas más cercanas a nuestro conquistador español del Siglo XVI, los albigenses y la Reforma de Lutero, veamos algunos de los movimientos heréticos de mayor significación a lo largo de la historia del Cristianismo.

·   Gnosticismo: Su nombre viene del griego gnosis (conocimiento), propio de los siglos iniciales de la Cristiandad preconizaba la existencia de un tipo de conocimiento especial que se le revela al hombre para su salvación de una manera personal y mística. Los gnósticos predicaban un dualismo según el cual identificaban el mal con la materia, la carne o las pasiones, y el bien con una sustancia pneumática o espíritu.

·   Docetismo: Negaba la humanidad verdadera del Verbo encarnado, sostenía que la encarnación del Verbo era una mera apariencia, un simple parecer humano de Cristo. Su nombre proviene también del término griego dokein, parecer.

·   Mandeismo: De proveniencia aramea, manda (conocimiento) , sostenía que el alma humana se halla cautiva del cuerpo y del universo material, y que su salvación sólo puede obtenerse mediante el conocimiento revelado, una vida ética estricta y la observancia de determinados ritos.

·   Maniqueísmo: Fundada en Persia por un sacerdote llamado Mani. A semejanza de los gnósticos y mandeos eran dualistas, sustentaban que había una lucha eterna entre dos principios opuestos e irreductibles: el bien y el mal, que estaban indisolublemente asociados a la luz (Ormuz) y a las tinieblas (Ahrimán). Para liberar el espíritu del hombre era necesario practicar un proceso severo de ascetismo a fin de liberar la luz atrapada en su cuerpo.

·   Monarquianismo: Predicó que en Dios no hay tres personas sino una sola. Se dividieron en dos grupos: los modalistas y los adopcionistas según la manera como explicaban el poder divino de Cristo y su relación con Dios.

·   Ebionismo: Herejía de los primeros tiempos eclesiales, también llamados "nazarenos" sostenían las necesidades de practicar la pobreza evangélica. Afirmaban que Cristo no era Dios sino un simple mortal.

·   Arrianismo: Ya nos hemos referido a la misma, sustentada por Arrio sostenía que Jesucristo no era Dios, sino que había sido enviado por Dios como un punto de apoyo para la ejecución de su plan en la Tierra, negaba la eternidad del Verbo y, en consecuencia, la divinidad de Cristo.

·   Nestorianismo: Predicaba la existencia de dos personas separadas en Cristo encarnado: una divina, el Hijo de Dios; y otra humana, el hijo de María, ambas unidas con una voluntad común. Nestorio, su fundador, sostenía que, en consecuencia, María no podía ser Theototokos, la madre de Dios, sino Cristhothokos,  la  madre de Cristo.

·   Monofismo: Sostenía, a diferencia de la anterior, que había una sola naturaleza en la persona de Cristo: la divina.

Sin embargo, los estudiosos de la herejía coinciden en señalar la singular importancia que en la historia del cristianismo tuvieron los albigenses y Lutero y su Reforma.

·                     Los albigenses:

Son muchos los libros y diversas reflexiones que los historiadores de la  herejía (Pardo, Vene, Ortiz, Eusebio, Belperrone, Niel y tantos otros) le han dedicado a  los albigenses o cátaros, este movimiento herético que durante los siglos XII y XIII se extendió vivazmente por el sur y el centro de Francia, desde Albi, ciudad de la cual tomó su nombre.

Como los maniqueos, los albigenses establecían un dualismo entre el mal y el bien, entre el espíritu y la materia, originándose uno en otro respectivamente. No creían en Cristo como Dios encarnado, como Hijo del Padre, sino lo concebían como un ángel, reducían a mera alegoría su muerte y resurrección. Denunciaban vivamente la corrupción que ocurría en el seno de la Iglesia Católica. Los más fanáticos practicaban una ascesis extremadamente rigurosa, planteando incluso la muerte por inanición y el llamado suicidio de liberación.

De acuerdo con la Enciclopedia Católica, los albigenses o cátaros se dividían en dos clases: Los "perfectos" (perfecti) y los meros "creyentes" (credentes). Los "perfectos" eran los que se habían sometido al rito de iniciación (consolamentum), pocos en número, eran los únicos obligados a la observancia de la rígida ley moral descrita. El único lazo que ligaba a los "creyentes" al albigenismo era la promesa de recibir el consolamentum antes de la muerte, eran numerosos, podían casarse, hacer la guerra y generalmente cumplían los diez mandamientos. La jerarquía consistía en obispos y diáconos. La existencia de una Papa albigense no es universalmente admitida. Los obispos eran elegidos de entre los "perfectos". El consolamentum, o ceremonia de iniciación, era una especie de bautismo espiritual, análogo en rito y equivalente en significado a varios de los sacramentos católicos (Bautismo, Penitencia, Orden).

En vista del poder creciente del movimiento albigense, de su capacidad para reclutar y sumar adeptos, el Papado reaccionó fuertemente frente a esta versión descarnada y amenazadora del catolicismo. El Papa Inocencio III conjugó acciones espirituales, políticas y militares para destruir el creciente poder de Albi. A estos fines dirigió contra los albigenses una cruzada comandada por Simón de Montfort, que se vio coronada, luego de las matanzas de los condados de Provenza y de Tolosa con la muerte en la hoguera de doscientos albigenses en el sitio de Montségur. Como bien lo confirma Vene: "desapareció así la herejía, porque desaparecieron los albigenses mismos, que fueron eliminados aunque estuviesen inermes o se tratara de mujeres y niños."

·                     La Reforma de Martín Lutero:

Tan importante es la figura de Martín Lutero para la Iglesia Medieval y para lo que luego conoceremos como Alemania que este largo párrafo de Hanns Lilje ilustrará su descomunal importancia: "la originalidad e irrepetibilidad del fenómeno histórico representado por Martín Lutero es fácilmente inteligible para cualquiera que hable, lea o escriba alemán, ya que, prescindiendo de su particular adscripción religiosa, está recogiendo, de alguna manera, su herencia espiritual. Parece una exageración considerar a Lutero padre de la moderna lengua literaria alemana, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que el alemán (…) es impensable al margen de Lutero. Resulta hipotético pensar que Alemania hubiera podido conseguir una lengua literaria de común – el alemán luterano de la traducción de la Biblia – de no haber surgido Lutero; es decir, un lenguaje que pudiera ser comprendido en la alta, baja y media Alemania." (Lilje, 1986:13 y 14)

Martín Lutero lideró  un  movimiento reformador de la Iglesia Católica que buscaba fortalecer el valor de las Sagradas Escrituras, corregir los defectos del movimiento religioso vigente (su apego al dinero y a lo material, la simonía, entre otras prácticas) así como iniciar un camino de mayor pureza y plenitud religiosas en el seno del catolicismo.

Durante treinta años, Lutero y sus aliados, pudieron mantener vivo el movimiento reformador a lo largo de la guerra de los Treinta  Años, y obtener un gran arraigo y una ascendencia sin igual en Alemania, Países Bajos y Francia.

Luego de un atribulado y frustrante viaje a Roma, donde se percató de los abusos y defectos de la Curia Romana, de la desvalorización de la mayor parte de los sacramentos y la proliferación de santos milagreros y vírgenes intocadas, Lutero regresa a Wittemberg para doctorase en  Sagrada Escritura. Uno de los pasajes de San Pablo impacta su espíritu atormentado. "Seréis salvados por la gracia y por la fe", es decir, que la justificación ante Dios se comprobaba por medio de una imputación de los méritos de Cristo, las buenas obras de los hombres no sirven para nada, sólo nos justifica la fe en Cristo, es decir, que "Lutero por un lado concebía la fe como un don de la gracia divina extrínseco a las personas, pero eficaz, y por otro, la sentía como una experiencia personal inmediata." (Lilje, 1986:82) 

El 31 de Octubre de 1517, fruto de sus recurrentes protestas mandó a fijar en las puertas de la catedral de Wittemberg 95 tesis en latín que marcaron el inicio de la Reforma Protestante, es decir, de los que protestan.

 De esta forma, lo que se inicio como un reclamo personal contra los abusos y excesos de la Curia Romana fue tomando cuerpo para que, luego de innumerables condenas y bulas papales en su contra a las que Lutero de negó a responder, el clérigo publicó sus escritos radicales que sirvieron de base doctrinal para la nueva Iglesia Reformada, consumándose uno de los mayores cismas y una de las más importantes crisis que la Iglesia Católica haya tenido que enfrentar en su larga vida institucional.

Precisan los historiadores de la Iglesia Católica que" la Reforma Protestante se agregó al nacionalismo inglés y este acoplamiento marcó la última victoria del Estado sobre la Iglesia, en la lucha de las investiduras: se trataba de un triunfo parcial y geográficamente delimitado. Con el advenimiento del protestantismo y la secesión de la Iglesia inglesa, donde el rey es papa, se produjo la abolición de toda una serie de cultos administrados por la Iglesia de Roma (como el de la Virgen, de los santos, etc.). No fue sino en el siglo XX que también la Iglesia católica efectuó una suerte de depuración de santos, dando así en parte la razón al protestantismo y al anglicismo, religiones mucho más severas que el catolicismo romano para reconocer la divinidad o santidad que no estaba prevista en la Biblia." (Vene, 1985: 64)

El largo y accidentado Concilio de Trento, concluido en 1563, veinte años después de su inicio, fue la respuesta a la Reforma de Lutero que es vivamente repudiada y condenada, al igual que la conducta de los Papas degenerados o electos por procesos no ortodoxos. Trento significó, en su defensa de la Cristiandad, el nacimiento de una Iglesia Católica más deslastrada de fardos conceptuales y conductas poco probas, cuyas enseñanzas duraron casi intactas hasta el Concilio Vaticano II que se propuso aggiornar a la Iglesia Católica para intentar adaptarla a los heterogéneos requerimientos de un exigente Siglo XX.

5.       El temor a la Inquisición

La Inquisición, de acuerdo con el Diccionario de Historia (1986:8), fue un tribunal de fuero privilegiado y con jurisdicción delegada de la Santa Sede y también del poder civil, para investigar, perseguir y definir los delitos (herejía, brujería, apostasía, bigamia y solicitación) contra la fe cristiana, entregando a los contumaces a la autoridad secular para que fuesen castigados de acuerdo con las leyes del Estado.

No hay una fecha exacta de la creación de la Inquisición; se han encontrado sus antecedentes en los primeros poderes otorgados a los obispos, durante la guerra albigense, para que éstos ejercieran algunas medidas de coerción sobre los herejes cataros. Los hermanos Testas en su conocido libro L" Inquisition sostienen que en vista del creciente poder de los cataros en el Sur de Francia: "un acuerdo fue firmado en París el 12 de abril de 1229 entre el  Conde de Toulouse (Raymond VII), Blanca de Castilla y el Cardenal Romain de Sant Ange, mediante el cual Raymond VII se compromete a ser fiel a su Rey, a la Iglesia y a eliminar a los cataros de su país (…) Como resultado de un Concilio de notables convocado por el Conde se estableció una legislación muy completa para perseguir y castigar a  los herejes. Este reglamento, promulgado en noviembre de 1229, es considerado la base esencial de los procedimientos seguidos por los Tribunales de la Inquisición." (Testas, 1974: 12 y 13).

Partes: 1, 2, 3, 4
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