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Seminario de Informática y sociedad. El cuerpo y la técnica moderna (página 2)


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Cuando nos portábamos mal…

Antes de la modernidad todo era concebido como vida y lo inexplicable era la muerte. Incluso, la muerte era negada, pues se pensaba que era ni más ni menos que el pasaje a otra vida. "El <alma> bañaba el todo de la realidad y se encontraba a si misma en todo lugar. No se había descubierto la mera materia, es decir, realmente inanimada, <muerta>." Se trataba de una concepción panvitalista del mundo donde la vida es la regla y no la excepción.

El individualismo era inexistente en la época medieval. En ese entonces, "El hombre no se distingue de la trama comunitaria en la que está inserto (…)." El hombre estaba en comunidad con el mundo y los seres que lo rodeaban. Es mérito de Mijail Bajtín haber resaltado el carácter de indistinción que fomentaba el carnaval medieval, en el cual todas las jerarquías caducaban, las groserías eran la regla, las distinciones eran abolidas y todo el mundo formaba parte de dicha festividad. Todos los cuerpos carnavalescos eran iguales. "El hombre, inseparable de su arraigo físico, es percibido como concluido dentro de las fuerzas que rigen el mundo." La fiesta oficial consagraba la desigualdad, las jerarquías y la exhibición de insignias. En el carnaval los individuos eran "liberados de las formas corrientes de etiqueta y las reglas de conducta." Nobert Elías reconoce el desarrollo de la individualidad como parte inseparable de un entramado de interrelaciones de interdependencias, de las relaciones modeladas entre las personas.

…Y ahora que nos portamos bien

En tiempos anteriores al proceso civilizatorio las personas comían con las manos, no tenían pudor de sus funciones corporales más básicas. A partir de la Reforma a las diferencias económicas (de estructura o base) de la edad media, se les agregaron las diferencias de superestructura. El comer con cubiertos, cubrir partes del cuerpo y hablar correctamente, pasaron a ser valores sociales, formas de distinción superestructurales por medio de las cuales las clases altas se diferenciaban de las bajas. Elías trabaja sobre esta separación, a la que llama proceso de civilización. El cuerpo de las clases altas, a partir del siglo XVI empieza a ser educado, modelado y corregido. Aparecen los buenos modales, las buenas maneras, la buena educación; y sus contrapartidas: la grosería, la asquerosidad y la falta de delicadeza. En pocas palabras: la fealdad de las clases bajas. Del cuerpo grotesco y carnavalesco (con protuberancias, con orificios, sudoroso y festivo) se ha diferenciado un nuevo cuerpo, civilizado, limpito y pudoroso. "Todas aquellas particularidades que atribuimos a la civilización (…), son testimonios de una cierta estructura de las relaciones humanas, de la sociedad, de un cierto modo de organizar los comportamientos humanos."

El proceso civilizatorio es una forma de regulación de los comportamientos y la sensibilidad, regulación que no obedece a un plan concebido previamente. Que el proceso de civilización se mueve en determinada dirección, es indudable, pero nadie ha trazado el recorrido a seguir en ningún mapa. Ya en su Tratado de las Pasiones del Alma, Descartes sostiene que para llegar al conocimiento de las pasiones, Descartes dice que hay que saber diferenciar el cuerpo del alma. Una de las primeras cosas que observa es que los pensamientos pertenecen al alma, y no al cuerpo. Los hombres deben tener una voluntad fuerte para vencer a sus pasiones, utilizando juicios firmes y sabiendo distinguir entre el bien y el mal. Es el predominio de la razón sobre la pasión. El proceso civilizatorio es un proceso de regulación de los impulsos, las emociones y los afectos.

Con la concepción dualista del hombre, en la cual el cuerpo y el alma son separados y entendidos como diferentes, nació el individuo. El individuo es autónomo, separado del mundo que lo rodea. Su piel es la frontera con los otros, barrera insalvable, incapaz de comunicar con plena exactitud su sentir y pensar. El individuo surge "con el debilitamiento de los lazos entre los sujetos", alrededor del siglo XVI. Pero esto no significa que las personas desde cierto momento histórico elijan dejar de tratar con otros, o que se vayan a vivir a aislados cada una a un monte diferente. Lo cierto es que el individuo puede sentirse solo, pero está inmerso en una masa humana. Dice Elías, "Los planes y las acciones, los movimientos emocionales de los hombres aislados se entrecruzan de modo continuo en las relaciones de amistad o enemistad. Esta configuración fundamental (…) puede ocasionar cambios y configuraciones que nadie ha planeado o creado." En el proceso civilizatorio se da un estrechamiento, una mayor densidad de las interrelaciones entre las personas, se da una mayor interdependencia. El individuo está rodeado de otros individuos con las cuales trata, a los cuales influencia y percibe, pero que en su mayoría no conoce y es imposible que conozca. Es el gran entramado de relaciones, donde muchas personas no se conocen y sin embargo afectan la vida de los otros mutuamente.

El estudio del proceso de la civilización ha de tener en cuenta las interrelaciones entre las diferentes clases, y no a un individuo o una clase, aislados del resto de la sociedad. Es en la mezcolanza de este proceso que "Los contrastes de comportamiento entre los grupos superiores e inferiores disminuyen con la expansión de la civilización, al tiempo que aumentan las variaciones o las matices del comportamiento civilizado." Esto es lo que lleva a Elías a analizar la relación entre la burguesía y la aristocracia cortesana, dueña esta última de los buenos modales, cuya función llegó a ser únicamente la de distinguirse. Según este autor, la aristocracia cortesana es el modelo de comportamiento al que aspiraba la burguesía. Aún así, ha de tenerse en cuenta que la aspiración de la burguesía no era ser como la aristocracia, pues trabajos sobre la revolución francesa como el de Albert Soboul han hecho hincapié en que la burguesía reconocía que la aristocracia era una pésima administradora de bienes y no era funcional a la economía. Lo que si puede tenerse en cuenta es que los patrones de comportamiento, de regulación gestual y corporal de la aristocracia, fueron parte de un ideal de la burguesía. El ideal aristocrático fue el Super Yo de la burguesía, según Elías.

Este esquema Freudiano le permite al autor además explicar las variaciones en las relaciones entre las dos clases: Por un lado la aristocracia impone como modelo sus comportamientos y valores. Pero por otro lado, y dado que el entramado de interrelaciones ha llegado a hacerse más denso y extenso, la burguesía imita los comportamientos aristocráticos, y comienza a atenuarse la distinción instaurada desde arriba. Este movimiento de acercamiento por parte de la burguesía ascendente provoca que la aristocracia deba cambiar sus patrones de comportamiento, a fin de renovar la distinción. Se trata de un verdadero esquema para explicar las fluctuaciones entre las clases. De todas formas, Elías se encarga de advertir que no son las clases aristocráticas las que producen el proceso de civilización, pues esto sería equivalente a admitir a pasividad asimiladora de las clases inferiores y la adopción de un modelo de comunicación verticalista, donde el mensaje va unidireccionalmente de arriba hacia abajo. Elías habla de un proceso de lucha en sentido gramsciano. Se trata de un campo de disputa, donde las diferentes prácticas e identidades se rozan unas con otras y se da la hegemonía de un grupo sobre otro.

El concepto de Super Yo, tomado de la teoría psicoanalítica, es entendido por Elías como un concepto histórico, ya que las relaciones entre las clases y del individuo con el mundo varían a lo largo del tiempo. Además, la instancia del Super Yo es una instancia internalizada en el sujeto. Es necesario tener en cuenta que para Elías el proceso civilizatorio es una selección de modos y comportamientos que los sujetos interiorizan.

Las ciudades: masas de individuos solitarios

Las ciudades son veloces, dinámicas, enormes, fugaces y a la vez permanentes. Concentran grandes cantidades de población, personas que a conciencia y muchas veces sin saberlo influyen sobre la vida de otras personas. Elías explicaba que en el proceso civilizatorio las interrelaciones entre los individuos se hacia más bastas. En la ciudad hay grandes redes interdependientes de relaciones humanas. Como relata Lewis Mumford, el individuo que habita estas ciudades es el individuo moderno, dueño de su propio destino, potente, manipulador y creador. "El individuo moderno es, por encima de todo, un ser humano móvil", dice Richard Sennet. El cuerpo quieto en las calles de la ciudad molesta, obstruye, congestiona. Las calles, las vías de ferrocarril, las líneas de subterráneos, son todos sistemas circulatorios. Los individuos están siempre "de paso" en las calles de la ciudad. El ideal de la ciudad moderna es como un cuerpo ajustado a los ideales de la salud, la limpieza y la buena circulación. La ciudad tiene pulmones, tiene arterias y un corazón. La ciudad esta viva y se mueve. La circulación de bienes, mercancías, de capitales y de personas es salud económica. Lo importante es que las acciones de las personas estén coordinadas y la red de interrelaciones siga funcionando y fluyendo.

Explica Georg Simmel que el entendimiento es la fuerza interior que se adapta más fácilmente. Es gracias al entendimiento y no a la sensibilidad y los sentimientos que el hombre se ve posibilitado de habitar en las grandes ciudades. "Todas las relaciones anímicas entre las personas se fundamentan en su individualidad, mientras que las relaciones conforme al entendimiento calculan a los hombres como con números (…)." La relación entre los hombres se vuelve desapasionada, lejana y fría. Los sentimientos son circunscriptos a las esferas más personales; a los allegados, a la familia y los amigos. La vida de la ciudad es precisa, coordinada, calculada, numeral, puntual, exacta y medible. En estas circunstancias, el individuo desarrolla una indolencia, una falta de sensibilidad consecuencia de la cantidad de estímulos que le llueven, lo atropellan y se le tiran encima todo el tiempo. Se genera un embotamiento de los sentidos: las diferencias entre las diferentes cosas que nos rodean no sean percibidas, sino que "la significación y el valor de las cosas, y con ello, las cosas mismas, son sentidas como nulas."

Las calles de la ciudad no están hechas para que sus habitantes paseen. El continuo movimiento de las calles requiere que los individuos no presten atención a su entorno. Se trata de un verdadero embotamiento de los sentidos, pues el individuo debe aislarse de los ruidos que lo rodean, de las personas que van de un lado al otro, del contacto con extraños. Ezequiel Martínez Estrada observa, "el tacto de la ciudad es percibido con los pies. La mano es inútil para palpar la ciudad. (…) Es durísima". Y líneas más abajo la califica de aisladora. La ciudad, sostiene el autor, se percibe más con la vista que con el tacto. La vista es permite percibir a distancia, en cambio el tacto es el contacto más intimo, contacto abolido en la urbe. Si uno va caminando por la calle o en el colectivo y roza su cuerpo con algún desconocido, automáticamente saldrá un "perdón, lo siento". Pero, ¿qué es lo que hay que perdonar? ¿Qué es tan terrible para obligar a un extraño a disculparse a otro extraño? El choque de cuerpos en la ciudad, siquiera el más mínimo roce, es una violación tremenda de la privacidad, una invasión descarada que debe ser retractada de inmediato. Las leyes de la proxémica urbana establecen esferas individuales que deben ser infranqueables para los extraños. Como explica Simmel, la actitud entre los urbanitas está caracterizada por la desconfianza, por una aversión silenciosa. Sigmund Freud, en el Malestar de la Cultura explicó que el hecho de que el otro me sea desconocido, es la razón principal para desconfiar de él, pues no sé que daño puede hacerme.

El automóvil, veloz, obediente y costoso, es el compañero del urbanita. El auto permite desplazarse rápidamente por las calles y con un mínimo de movimientos: los pies presionan los pedales, las manos se mueven en círculo, acompañando los movimientos automáticos del volante. El auto no es conducido, sino que éste es el conductor real, que lleva al individuo a su lugar de destino. El viajante urbano es sobre todo un ser aislado que se distancia del mundo que lo rodea. "El viajero, como el espectador de televisión, experimenta el mundo en términos narcóticos." Andar por la ciudad, según Martínez Estrada, es más una traslación que un viaje. Los "paisajes" urbanos no están disponibles para que el urbanita los aprecie. Este debe limitarse a pasar por allí. El subte es el corolario del viaje urbano: No hay paisaje apreciable posible. Se trata de un túnel oscuro, sucio y de aire pesado. Nada te rodea: Las ventanas muestran el vacío, lo negro. Lo importante del viaje en subte es la rapidez, conseguida en total detrimento del mundo exterior. El subte es el ataúd móvil del cual "resucitamos" al final del viaje.

Otro fenómeno de la ciudad: el apilamiento. Si los sistemas circulatorios se expanden horizontalmente para que los cuerpos viajen de un punto de la ciudad a otro, la situación de los cuerpos fijados en el espacio es diferente: Se los apila. En oficinas, lugares de trabajo, edificios de vivienda. Los cuerpos son apilados uno encima del otro: el del sexto piso está arriba de quien vive en el quinto, pero tiene arriba al del séptimo. Es ésa la distribución espacial de la ciudad: horizontalmente concebida para la circulación; verticalmente concebida para el cuerpo fijado.

La libertad del producto y la esclavitud del productor

Dice Mumford que fue determinante para las ciudades industriales el paso del artesanado a la producción fabril en gran escala. La ciudad industrial es la ciudad del ferrocarril y la fábrica. La industrialización logró que las personas se concentraran en grandes centros urbanos, cuyo imperativo es la velocidad y la productividad. Primero se dieron las grandes concentraciones de gente y luego se volvió necesario hacer que las ciudades fueran habitables. Los requerimientos mínimos de sanidad, limpieza, luz y otros servicios llegaron mucho después que los habitantes de las grandes ciudades. Las instituciones características de la ciudad estuvieron ausentes largo tiempo, pues la no existencia de regulaciones era el ideal del liberalismo económico. Siendo necesario que las mercancías circulen en la gran ciudad, "hubo alguna regulación política conciente del crecimiento y el desarrollo de las ciudades durante el período paleotécnico (…) en armonía con los postulados del utilitarismo." Si bien el culto a la limpieza ya rondaba entre las clases acomodadas, las clases bajas se vieron privadas de las facilidades sanitarias hasta pasada la mitad del siglo XIX.

Así como la ciudad está en constante movimiento, en la fábrica Benjamín Coriat observa el fenómeno inverso: se requiere que el cuerpo se quede quieto. La cinta transportadora hace que los productos pasen frente al obrero, mientras este se queda en un mismo sitio durante horas. El tiempo productivo se maximiza, en detrimento del tiempo muerto.

Analicemos esta última figura: el tiempo muerto. Es el tiempo entendido como improductivo, el tiempo desperdiciado, que es gasto, en términos de Georges Bataille. Es el tiempo que el obrero puede tomarse para descansar, para "respirar". Es el tiempo en que la cinta para y las mercancías se quedan estáticas. Es decir, se califica de tiempo muerto al respiro que se le da al ser vivo, o sea al trabajador. El tiempo vivo de la fábrica es el tiempo de la mercancía en movimiento y de la automatización máxima de la persona. Vemos ahora que la figura invierte los términos: se trata de la vida del objeto y la muerte del sujeto.

El taylorismo significo un paso adelante en el disciplinamiento de los obreros, al destruir el monopolio que estos últimos tenían sobre el conocimiento y el control de los modos operatorios industriales. Las formas de producción fueron fragmentadas, llevando la división del trabajo al límite de que el trabajador tuviera que realizar una simple y única operación constantemente. De esta forma, el control de la producción y sus tiempos pasaba a manos de los patrones. El taylorismo significó la entrada masiva a la fábrica de obreros no especializados.

Los movimientos corporales de la producción taylorista requieren de un cuerpo muy disciplinado, educado para llevar acabo las acciones adecuadas, las posiciones pertinentes. Es un cuerpo sometido en todos sus movimientos; un cuerpo dócil. Los movimientos corporales meticulosamente estudiados son enseñados a los trabajadores. Luego la dirección de la fábrica se ocupa de vigilar que las nuevas pautas de producción sean llevadas acabo de la manera pertinente. Así, la producción aumenta, junto con el rendimiento y la economía. El filósofo Michel Foucault advierte: "La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia)." La disciplina es un control minucioso, microscópico y detallista que trabaja sobre el cuerpo-máquina cartesiano. Es la regulación de dicha máquina, la determinación precisa de sus movimientos y gestos. No se trata de ningún aparato o institución, sino de un poder que se ejerce, de una microfísica del poder. La disciplina ordena los cuerpos sometiéndolos a espacios "que establecen la fijación y permiten la circulación; recortan los segmentos individuales e instauran relaciones operatorias; marcan lugares e indican valores; garantizan la obediencia de los individuos pero también una mejor economía del tiempo y de los gestos."

Si bien la sociedad contemporánea no es disciplinaria, en una nota periodística del diario Clarín se puede ver como siguen teniendo vigencia algunas de las explicaciones de Foucault. La nota se titula "El dolor de espalda, un mal que afecta el rendimiento laboral" y fue publicada el 21 de junio de 2004 (ver anexo, pág. 11). En el encabezado aparece la leyenda "el año pasado se perdieron 400.000 días de trabajo". Lo que inmediatamente la nota resalta es que se han perdido jornadas laborales, que se ha producido menos. El cuerpo debe estar sano para que pueda trabajar más. Salud es producción. El breve artículo de la página siguiente es sube la apuesta: Para prevenir el dolor de espalda la persona debe: "Levantarse de la cama girando de costado, apoyándose en los brazos con las manos. Se debe mantener la espalda recta". "Levantar objetos flexionando las caderas y rodillas. Los objetos deben ir pegados al cuerpo." Se trata de un autentico instructivo de gesticulación el corporal. Para colmo, la infografía presenta las posiciones incorrectas y correctas en código binario (si/no), cuyo corolario hubiera sido la presentación de las posturas correctas en verde y las incorrectas en rojo. También, el artículo menciona que hay países donde mediante cirugía se extrae el disco vertebral y se coloca un dispositivo artificial. La máquina debe otorgar al cuerpo la resistencia que no tiene para realizar los trabajos de la vida.

El delirio de sentirse observado

Los dispositivos de la disciplina se extendieron durante los siglos XVII y XVIII, dando lugar a lo que Foucault bautizó como la sociedad disciplinaria. El panóptico de Bentham es tomado para explicar el control disciplinario. Dicha construcción arquitectónica permitía vigilar a los reclusos de una manera asimétrica: el vigilante no podía ser visto por el vigilado. El vigilado sabe que se lo vigila, pero no sabe cuando precisamente su observador le clava los ojos. Es un poder visible pero inverificable. El vigilado sabe que se lo puede observar en cualquier momento sin que él sepa precisamente cuando. Las sociedades disciplinarias llegan incluso hasta el siglo XX, pero Gilles Deleuze observa que luego de la Segunda Guerra Mundial comienzan a abrirse paso las sociedades de control.

En las sociedades disciplinarias, el sujeto pasa de un lugar cerrado a otro. Su lenguaje es analógico. Cada espacio cerrado es un molde que tiene sus leyes propias. Ejemplos de estos espacios son la escuela, el hospital y la fábrica, entre otros. Cada vez que uno ingresa a un nuevo espacio cerrado, la cuenta vuelve a cero. En las sociedades de control, en cambio el lenguaje es numérico y los controles son modulaciones. En este nuevo tipo de sociedades nunca se termina nada, todo es continuo. Así, "la empresa reemplaza a la fábrica, y la empresa es un alma, un gas." Su lenguaje es el código numérico, con el cual operan computadoras.

La información ha adquirido un valor muy alto en la sociedad contemporánea. Bancos informáticos de datos se venden a las empresas, existen los códigos de cuenta de las tarjetas de crédito, las contraseñas de los correos electrónicos. La computación e internet han hacho posible el desarrollo de softwares de control, denominados "robots": pequeños programas que los diferentes sitios instalan en los ordenadores de los usuarios y recolectan información sobre sus gustos, sus quehaceres e intereses. Las bases de datos de empresas han dado lugar a que de forma jurídica se reconozca el derecho de Habeas Data, por medio del cual toda persona puede solicitar la exhibición de registros (públicos o privados) en los cuales se hallan incluidos sus datos personales y, de ser necesario, requerir su rectificación.

Lecturas: Kafka y la bisagra; Burgess y la alternativa

Deleuze menciona que Franz Kafka planteó la bisagra entre la sociedad disciplinaria y la sociedad de control cuando escribió El proceso. Son "Las formas jurídicas más temibles: el sobreseimiento aparente de las sociedades disciplinarias (entre dos encierros), la moratoria ilimitada de las sociedades de control (una variación continua), (…)." En efecto, Josef K. es procesado por una razón que jamás llegará a conocer. Sus intentos de dialogar con el poder que lo juzga son vanos: recurre a la ayuda del pintor, de un abogado e incluso visita el lugar donde se le concedió el primer y único interrogatorio. El poder está en todas partes, lo observa todo el tiempo, pero K. jamás logra verlo en concreto. Sólo puede sacar conjeturas sobre la naturaleza de las personas que lo juzgan. El lugar donde pudo verle la cara al juez de instrucción se encuentra en un barrio lleno de edificios uniformes, altos y grises poblados por gente pobre. El poder no le indicó jamás como guiarse en el edificio, por lo cual Josef K. busca es ese mundo extrañó de escaleras y gente desconocida. El poder es un submundo que no se revela ni se explica: simplemente está allí. "(…) La omnipotente y amenazadora autoridad paterna habrá sido, en la estrategia de la ficción, transferida hacia las alturas inaccesibles de la Ley última, esa que, sin necesidad de enunciar una culpa concreta tipificada en los códigos, será siempre implacable en la aplicación del castigo." El poder sabe más de K que él de sí mismo, pues le oculta de que se lo acusa. Finalmente, el acusado se rendirá frente a un poder inverificable que lo matará: "<¡Como a un perro!>, dijo; era como si la vergüenza hubiese de sobrevivirle."

Es interesante abordar otra ficción al respecto: La naranja mecánica, escrita en 1962 por Anthony Burgess. Dice el autor: "(…) El ser humano está dotado de libre albedrío, y puede elegir entre el bien y el mal. Si sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, no será más que una naranja mecánica, lo que quiere decir que en apariencia será un hermoso organismo con color y zumo, pero de hecho no será más que un juguete mecánico al que Dios o el Diablo (o el todo poderoso Estado, ya que está sustituyéndolos a los dos) le darán cuerda."

Recordemos: Un joven londinense llamado Alex dedica sus días a la delincuencia. En una oportunidad es encarcelado. Estando encerrado, se le da la opción de salir libre: lo único que tiene que hacer es someterse a la prueba del nuevo sistema Ludovico, un tratamiento a base de inyecciones y cintas fílmicas que le impedirá delinquir. Se trata de un Estado que intenta buscar una alternativa a la sociedad disciplinaria: que el individuo quede libre, pero sobredeterminado por el poder que se ha instalado físicamente en su cuerpo. El objetivo es que la persona esté intrínsecamente regulada, para que en vez permanecer en lugares cerrados se auto regule con los preceptos del poder. En la naranja mecánica, se intenta mecanizar el cuerpo al máximo. El poder genera en el individuo un mecanismo fisiológico para el respeto a una elección moral ya hecha. Se trata de una versión de la regulación conductista como la relatada por Le Breton, de verdaderos ingenieros del comportamiento." Es el intento (fallido en la novela) de constituir el modelo de cristiano perfecto. Frente a la demostración del sistema Ludovico, se alzó una voz:

– El problema de la elección moral –dijo una goloza (voz) rica y profunda, era la del champlino (sacerdote) de la cárcel-. En realidad, no tiene alternativa, ¿verdad? El interés propio, el temor al dolor físico lo llevaron a esa humillación grotesca. La insinceridad era evidente. Ya no es iun malhechor. Tampoco es una criatura capaz de la elección moral.

– Ésas son sutilezas –sonrió a medias el Doctor Brodsky -. No nos interesan los motivos, la ética superior. Sólo queremos eliminar el delito

Los genes y usted: cómo entenderse mejor a uno mismo

La vigilancia es un poder que administra la vida, que establece una disposición de las fuerzas que resulte adecuada a los diversos fines. El poder sobre la vida se desarrolló a partir del siglo XVII en dos formas: Una anatomopolítica del cuerpo humano, centrada en el cuerpo máquina, en su educación el aumento de sus fuerzas y su utilidad. La otra forma es la biopolítica de la población, que se centra en el cuerpo-especie, regulador centrado en la población, su control y su bienestar. El biopoder invade la vida, capturando a la vida en dos sentidos: el individuo y la sociedad, desde ese momento puntos de interés por parte del Estado. La biopolítica está en relación con el proyecto eugenésico, que intenta la mejorar de los hombres, el perfeccionamiento de la raza humana.

Entre los primeros eugenésicos se puede mencionar la regulación de los vínculos matrimoniales. El más infame fue el que intentaron llevar acabo los nazis el los años ’40.

El genoma es "la dotación completa de material genético en el conjunto de cromosomas de un organismo concreto." El ADN contiene la información genética con la cual nacemos, que en su mayor parte todavía nos es desconocida. Como dice Le Breton, "El individuo se vuelve su propia copia, su eterno simulacro, por medio del código genético presente en cada célula." Ya no es el cuerpo objeto, sino el cuerpo sujeto. La modificación corporal deviene en una forma de modificación del alma, de lo inmaterial. Es entendido como nuestro código genético, que se intenta desencriptar para lograr un mapa. Un mapa se caracteriza por mostrarnos precisamente dónde se encuentra algún lugar específico en relación a otros lugares. El atlas del cuerpo humano es como si fuera la foto de la tierra de lejos o el mapa de un país. El mapa genético se asemejaría a los mapas de las calles y las ciudades, mostrando mucho más en detalle nuestra composición. Los instrumentos de medición que el hombre en principio ha concebido para conocer el mundo se están proyectando en lo más profundo de su ser. El ADN puede fragmentarse y extraerse, también reproducirse artificialmente. Plegada a la manipulación genética, por lo bajo, aparece la eugenesia: pues si se trata de manipular, es (en teoría) para mejorar. Cuando se piensa en clonar, no se piensa en clonar a cualquiera. Eso es seguro.

Peter Sloterdijk sostiene que la metafísica es inadecuada para percibir la relación que tienen las personas con las cosas, ya que cae en la ontología bivalente de sujeto-objeto. Es la frase "hay información" la que pareciera cambiar las cosas. "Aquí, el concepto objetivo de espíritu objetivo se transforma en el principio de información. Este transita entre los pensamientos y las cosas, como un tercer valor, entre el polo de la reflexión y el polo de la cosa." Para Sloterdijk el hombre debe reconocer que hay un pensamiento, espíritu o reflexión en las cosas, disponible para ser recuperado. Se trata de una transferencia del principio de información al ámbito de la naturaleza, lo que obliga al hombre a cambiar su actitud frente a los objetos. Cultura y naturaleza son "estados regionales de la información y su procesamiento." El ubicar al alma de un lado y al cuerpo del otro se establece una división y una relación de dominación, según Sloterdijk son erróneas.

El código genético, la irrupción de lo mecánico en lo subjetivo, obliga a repensar las categorías con que se concebían al mundo. Si el hombre ha desarrollado la tecnología. Ésta podría ser entendida como esencial al desarrollo del hombre y sería natural que luego de haber avanzado sobre el mundo exterior también se vuelque para dentro del ser. El hombre ya se ha cambiado a sí mismo tecnológicamente a lo largo de la historia. La manipulación genética y la clonación son para Sloterdijk sólo cuestión de tiempo. La ciencia no desea cambiar en algo muy diferente a lo que manipula, concibe a las materias en razón de su propia resistencia. Es una manipulación no dominante que ya no trabaja sobre simple materia prima. Aún así, el autor no cree que estos nuevos avances deban estar libres de sospecha, pues habrá que ver como se desenvuelven los descubrimientos y qué desigualdades surgirán con respecto al conocimiento.

Jurgen Habermas plantea la cuestión moral: ¿Cómo ha de tratarse a un ser humano creado? Si el hombre, a partir de la clonación empieza a ser producto intencional de otro hombre, ¿Cómo se afectaría la relación? Podría pensarse en una relación de esclavitud, en tanto la persona clonada se ve determinada por las decisiones de otra persona. La identidad del hombre se forma a lo largo de la historia, aunque éste tenga una base genética. El hecho de que alguien decida sobre la constitución del ADN de otra persona, no determina precisamente cómo será esa persona. "Aunque todos debemos vivir con las determinaciones, los talentos e impedimentos derivados de un determinado código genético, (…) dependerá de nuestras propias respuestas la forma cómo nos enfrentamos a estos hechos (…)." Si un hombre puede culpar a otro de sus impedimentos congénitos, ¿qué ocurre? Se trata de la relación entre producto y diseñador, en la cual si bien el producto seguirá su curso en la historia, no dejará de ser eso: un producto. Frente a la actitud antimetafísica de Sloterdijk, aparece el argumento moral: no hay necesidad de hacer todo lo que se deba hacer. Como diría Hector Schmucler, es la voluntad del no querer.

Schmucler destaca el carácter de imprevisibilidad del hombre, el azar y la falta de precisión; el "no saber que va a ocurrir" intrínseco del hombre. "La técnica provocante impone a la naturaleza la exigencia de responder de una manera calculadamente determinada." Las inseminaciones artificiales hacen prescindible el encuentro sexual entre dos personas. El niño nacido de una inseminación es el niño prótesis de la pareja que no pudo concebir naturalmente. La fuerza de trabajo de la madre deviene en fuerza de gestación, que otros alquilan. El hombre, por más ciencia y artificialidad que posea, también forma parte de la naturaleza. La manipulación genética intenta someter al hombre libre y su alteridad. Ya lo dije: es obvio que no se clonará a cualquiera.

Si algo he descubierto es que el azar debe estar siempre presente y siempre lo estará. ¿No es ese azar uno de los grandes sabores de la vida? No es posible controlarlo todo. No es deseable controlarlo todo. Frente a las personas que declaran ser dueñas del propio destino, yo pienso que me encanta no ser enteramente dueño del mío. ¿No es ese carácter impredecible lo que tanto a veces extraño? ¿No es ese accidente repentino, que se divorcia del guión de la vida diaria, lo que hace a la vida misma?

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Por:

Tomás González Canosa

UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

Facultad de Ciencias Sociales

Carrera de Ciencias de la Comunicación

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