(1) Delich, F.; "Después del diluvio, la clase obrera" en Rouquié, Alain (comp), Argentina hoy. México, Siglo XXI, 1982.
(2) Ídem. "Desmovilización social, reestructuración de la clase obrera y cambio sindical", en Waldman, Peter y Garzón Valdés, Néstor (comp.), El poder militar en la Argentina, 1976-1982, Bs. As., Editorial Galena, 1983, p. 101-115.
(3) Delich, F. Op. Cit.
(4) Palomino, H.; "Los cambios en el mundo del trabajo y los dilemas sindicales", en Suriano, Juan (comp), Nueva Historia Argentina, Dictadura y democracia, 1976-2001, Tomo 10, Sudamericana, Buenos Aires, 2005, p.376-442.
(5) Ceballos, E.; Historia Política del movimiento obrero argentino, Editorial del Mar Dulce, Buenos Aires, 1985.
El desempleo, postulan Novaro y Palermo(6), era visto con preocupación por el régimen militar, pues le atribuían un potencial efecto catalítico para la agitación social y la actividad subversiva. Gracias a esta creencia absurda, perder el empleo fue el único factor que no creo especiales motivos de temor, inseguridad o incertidumbre en los trabajadores, según los autores, y que puede dejar una puerta abierta para futuras investigaciones ligadas al imaginario que indicaba la "bonanza" en materia laboral del período. Esta apreciación, desde luego, no puede ser aplicada a victimas de represión que perdieron su trabajo por "ausencia injustificada", ni a los despidos. Contrariamente, Alfredo Masón(7) recalca la "adaptación ideológica" que el trabajador aspirante a ingresar a una fábrica debía atravesar, razón de más para pensar que ese temor al que refieren Novaro y Palermo no podría quedar ajeno a ningún sujeto, de ninguna manera.
Volviendo a Delich, allí se observa ya el inmovilismo que plantea el autor, dado que, a pesar de una alta tasa de ocupación con una caída salarial, los reclamos por la pérdida de poder adquisitivo no se dieron. Esta movilización que la clase trabajadora exhibió hasta 1976 cesó fuertemente, según Delich, debido a la represión, la militarización de las fábricas, por los despidos y la clausura de los convenios colectivos, esta última una modalidad base desde 1943 y que daba a la demanda obrera un sentido de unificación muy particular. Notoriamente, la política económica de Martínez de Hoz fue antiobrera y antisindicalista, generando la heterogeneización obrera(8), como también advierte Arturo Fernández(9). Esta descomposición suscitó unos sindicatos retirados a las reivindicaciones corporales, circunscritos por límites políticos y en presencia de un movimiento que va variando sus esquemas de acción. Además, la disgregación del sector obrero es ampliada con los ataques a la dirección sindical, sobre todo con la Ley de Asociaciones Profesionales y la de Asociaciones Gremiales de Trabajadores. El cuadro, plantea Delich, conforma una avanzada conservadora que afecta al trabajador en tanto actor corporativo, social, económico-político, un ataque que en un primer momento tendía a encuadrar al movimiento sin mayores cambios, pero que culminó por despolitizarlo, subordinarlo aún más al Estado, restándole autonomía y capacidad de conducción efectiva entre sus dirigentes.
Así, para Delich, la clase obrera cayó en una situación de inmovilismo y de mutación. De inmovilismo, ya que no hubo acción sindical significativa como sí ocurriera en el medio siglo anterior, y de mutación, en cuanto al momento de movilizarse las formas obreras tomaron distancia del pasado. Francisco Delich sella la desmovilización del movimiento obrero por todo el periodo, en un sustancial alejamiento con el activismo de los años previos al golpe de 1976.
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(6) Novaro, M. y Palermo, V.; La Dictadura Militar 1976-1983. Del golpe de Estado a la restauración democrática, Buenos Aires, Paidós, 2003.
(7) Masón, A.; Sindicalismo y dictadura, una historia poco contada, 1976-1983, Biblos, Buenos Aires,2008, p. 113.
(8) Para ampliar este tema, léase Villarreal, J.; "Los hilos sociales del poder", en A.A.V.V., Crisis de la dictadura argentina, Siglo XXI, Buenos Aires, 1985.
(9) Fernández, A.; Las prácticas sociopolíticas del sindicalismo, 1955-1985, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1988.
No obstante, la historiografía de la etapa dictatorial arrojó algunas observaciones que fueron descomponiendo la visión holista de Delich, en ellas el todo empieza a ser considerado a partir del tratamiento de sus partes, ya sea desde la propia periodización, ya sea desde la postura asumida por cada pieza al interior de lo que monolíticamente Delich señala, tan sólo analizando la participación de las cúpulas, como el "sindicalismo argentino".
En ese sentido, otros trabajos marcan la desmovilización y el repliegue del movimiento obrero durante la última dictadura militar. Así como la perspectiva de Delich se apoya en la falta de coordinación en el ámbito nacional del accionar obrero a todo lo largo del Proceso, el interregno 1976-1979 es el indicado, con base en la misma explicación causal, para sostener la idea de "inmovilismo" en autores como Álvaro Abós(10). Éste, plantea un "período bajo" del accionar obrero, caracterizado por el inmovilismo de la clase hasta 1979. El aletargamiento obrero, de acuerdo a la interpretación de Abós, se cierra con el primer llamado a huelga general convocada por la Comisión de los 25(11), momento en que la demanda obrera queda conjugada en las más importantes dirigencias del sindicalismo. Sin embargo, el carácter inorgánico de los conflictos y reclamos obreros hasta 1979, caracterización que podemos encontrar en Ricardo Falcón(12), tienen un peso importante para estos autores al momento de definir el papel que jugó el movimiento obrero frente al régimen militar.
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(10) Abós, A.; Las organizaciones sindicales y el poder militar, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1984.
(11) La "Comisión de los 25" fue una agrupación de sindicatos que desafiaron la dictadura militar instaurada en Argentina en 1976. Conformada a fines de 1977 por los sindicatos de taxistas, obreros navales, camioneros, mineros, cerveceros, entre otros, incluyó entre sus reivindicaciones la liberación de dirigentes y delegados presos, la restauración de la legislación laboral y sindical, al tiempo que luchaba contra la política económica de la dictadura y por el regreso de la democracia. Convocó el primer paro general contra la dictadura, el 27 de abril de 1979, más allá de que en sus inicios tuvo acercamientos pronunciados con el régimen. Fue uno de los principales afluentes que derivarían en la conformación de la CGT Brasil, y de sus filas salió el secretario general de esta, Saúl Ubaldini que militaba en el sindicato de cerveceros. Esta organización, con múltiples divisiones a su interior, como todo el resto del sindicalismo, fue una de las fracciones más representativas de la disputa sindicalista por las formas de proceder ante la dictadura, como sucediera con su rival "dialoguista" la Comisión Nacional del Trabajo.
(12) Falcón, R.; "La resistencia obrera a la dictadura militar (una reescritura de un texto contemporáneo a los acontecimientos)" en Quiroga, Hugo y Tcach, César (comps.), A veinte años del golpe. Con memoria democrática, Buenos Aires, Homo Sapiens Ediciones, 1996.
Por su parte, Palomino destaca el inmovilismo para defender al gobierno constitucional derrocado, que los obreros ya no consideraban "propio" o que al menos no valía la pena defender ante los peligros de represión que ya se revelaban. Pese al inmovilismo, hubo una fuerte represión; la cual, sin embargo, siquiera sumada a la legislación laboral regresiva, fueron suficientes para acallar por completo la protesta obrera y sindical dirigida en principio al reclamo salarial ante la galopante inflación de 1976. La respuesta fue radical, y ella no sólo alcanzó a representantes sindicales de izquierda, como el caso de René Salamanca, sino también a referentes de la burocracia sindical, como Oscar Smith, representativo de Luz y Fuerza. De este modo, para 1977, el mensaje era no alentar conflictos laborales. No obstante, la presión por el aumento salarial nunca cesó, al menos hasta 1978, y la movilidad laboral misma, en situación de pleno empleo, ya resultaba un aumento salarial para un trabajador que se movía de empleo en empleo. Incluso el empresario buscaba salirse del control de salarios que buscaba el gobierno para tratar de mantener en su plantel a los más calificados.
Entre otros potables cuestionamientos a los puntos de vista más arriba reseñadas, se puede asegurar que un estudio de la resistencia obrera a la última dictadura militar que reduzca la gradación de análisis nos permitiría en un principio relativizar la idea de desmovilización. La propuesta pasaría por proponer un estudio no sólo de las estructuras componentes de la organización obrera, sean la CGT, los varios sindicatos, la dirigencia a nivel nacional y provincial, o los gremios, sino también del "sujeto" trabajador. Para ello, diversos autores proponen un examen de la constitución de un espacio público de los trabajadores, de sus particulares aparatos de acción, distando así de categorías universalizables, y, al mismo tiempo, recuperando el proceso por el que se transforma el obrero en un actor colectivo.
Respecto al sujeto, León Bieber(13) no niega que el movimiento obrero haya sufrido el avance dictatorial, pero sale al encuentro de la idea que trae Delich con la inmovilidad profunda. Si bien aparece innegable que la dictadura logró un control del movimiento obrero, más a partir de la intervención de los sindicatos de punta que le permitió desde allí conformar una pata gremial dispuesta al "colaboracionismo", aunque para Bieber este control fue apenas endeble. La Comisión Nacional del Trabajo(14), fue ese exponente de dispositivo sindical colaborativo con el régimen, antagónica de la referida Comisión de los 25. El movimiento sindical ganó en fuerza desde 1979, y el factor determinante para tal evolución es que la economía política del gobierno había llevado a importantes sectores de la renta privada y a los principales partidos políticos a un reto cada vez más resuelto con el gobierno de facto. Sería en esta coyuntura, piensa Bieber, un rotundo error subestimar la importancia política del movimiento laboral, como lo hace Delich. No obstante, Bieber no ubica al trabajador y el sindicato como actores de primera línea en la política desde 1976, como si lo hará Pablo Pozzi(15) más tarde. En definitiva, Bieber se opone a antinomias tan tajantes como las de Delich.
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(13) Bieber, L.; "El movimiento obrero argentino a partir de 1976. Observaciones al trabajo de Francisco Delich", en Waldman, Peter y Garzón Valdés, Néstor (comp.), El poder militar en la Argentina, 1976-1982, Bs. As., Editorial Galena, 1983.
(14) Nacida en 1978, a partir de la Comisión asesora de intervención de la Confederación General del Trabajo.
(15) Pozzi, P., (2008); Oposición obrera a la dictadura. Buenos Aires, Contrapunto. (versión original 1988) Para una lectura introductoria al libro, leer Pozzi, P., (2001); "Combatiendo al general", en Revista Puentes, Año I, Nº 4, julio 2001, p. 30-44.
Ya sin ánimos de matizar, sino de rebatir las opiniones de Delich, otros autores subrayan la oposición y la resistencia obrera a la pasada dictadura militar analizando los conflictos obreros que tienen lugar en las fábricas, ya sean organizados por delegados, comisiones internas o por los mismos obreros. Aquí, las especificidades de las luchas obreras en el periodo suenan fuerte, aún más que las diferencias temporales que pudieran manifestar Abós o Bieber con el "inmovilismo" propuesto por Delich.
Con el aporte de Pablo Pozzi, dos interpretaciones, mayormente antagónicas, se posicionan como líneas ineludibles para el tratamiento del modo en que el trabajador y sus organizaciones obraron frente a la dictadura. Tomando algunos planteos de Tim Mason, marxista británico, Pozzi resulta el punto de partida para muchos analistas, en especial para aquellos que se oponen a la línea inaugurada por Francisco Delich, con lo que su pensamiento ha dado un enfoque global como para modular una corriente de investigación sobre el movimiento obrero en dictadura que, según el caso, ha ceñido su estudio en diferentes asuntos.
Si bien Pozzi admite que las disputas laborales, medidas de fuerza y huelgas fueron defensivas y de carácter reivindicativo desde la perspectiva económica, al evitar la resolución de la crisis orgánica y transformarse en un obstáculo para el proyecto autoritario, las mismas tuvieron un penetrante significado político. El autor destaca la oposición obrera hacia el PRN, situándola como fundamento detonante de su fracaso programático y de su fin, y le proporciona ese rótulo de "oposición" en un intento de despegarla por su naturaleza de la llamada "resistencia peronista" de la que él mismo fue partícipe en su momento. La presencia de la oposición obrera al proyecto dictatorial para Pozzi es innegable si se realiza un estudio del espacio 1976-1983 desde abajo. Esta mirada más al llano permite identificar el decidido accionar de la clase obrera argentina en los propios lugares de trabajo desde sus bases, las cuales, a pesar de sufrir los duros embates de la represión militar, consiguieron sobrevivir en la "ilegalidad", y proteger a las comisiones internas de fabrica y sus delegados, los auténticos protagonistas de la obstrucción obrera a la dictadura. La resistencia constante del sector al plan económico del Proceso compuso entonces una plataforma tangible para el quebrantamiento y posterior caída del régimen militar, impulsando a los demás sectores desde un absoluto protagonismo. En virtud de ello, el argumento esencial de Pablo Pozzi es que "la resistencia fue una de las causas del deterioro de la dictadura, puesto que impidió el consenso que precisaba Martínez de Hoz…"(16)
El rol central asignado a la clase obrera en la oposición a la dictadura es quizás una de las mayores aportaciones de este escrito, en el cual Pozzi asevera que los conflictos obreros constituyeron un proceso sumatorio de fuerza y de incubación de un proyecto social concreto, que frustraron la conformación y el alineamiento de un grupo de poder político económico capaz de robustecer el proyecto militar. Asimismo, con un fuerte componente de conciencia asignada a la clase obrera, el autor postula que la misma comprende los cambios que han acontecido y cultiva nuevas formas de organizar su lucha tratando de no desguarecerse ante la represión y en este devenir acumula experiencia y fuerzas como para lograr defender sus conquistas cardinales. Finalmente las luchas de la clase obrera traban la imposición de la nueva hegemonía que se ha querido elaborar, con la dictadura como herramienta política, desde las fracciones más concentradas del capital. Al respecto, Ernesto Ceballos presenta un nuevo giro a este tema y plantea que en verdad el ataque gestado en tiempos del Proceso fue dirigido al Peronismo como ideología dominante entre la clase obrera, en pos de descabezar y vaciar de sentido un discurso fuertemente arraigado contrario a las intenciones de las transnacionales por disciplinar esta mano de obra tercermundista en una nueva modalidad del capitalismo. Entonces, es interesante dejar abierta la propuesta de desarrollo de la lucha obrera del período como de defensa de las conquistas logradas en el período anterior que hace Pozzi, para derivaciones tales como la de Ceballos.
Tanto en Pozzi, como en Santiago Senén González(17), pueden observarse leyes que tendían a descomponer el estado de las cosas para el trabajador. Parte de este recorrido también es seguido por Novaro y Palermo, quienes después de referir al drástico cambio que sufrieron las condiciones en los ámbitos laborales, observan las formas de resistencia y defensa que hicieron insostenible la disciplina siempre que no fuese acompañada de la represión directa y continua muy elevada en las propias empresas, algo que para el régimen, sin apoyo empresario, estaba, plantean los autores, fuera de sus posibilidades(18).
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(16) Ibíd., p 87.
(17) Senén González, S., (1984); Diez años de sindicalismo argentino, Buenos Aires, Corregidor.
(18) Para profundizar en la relación empresarios-dictadura, léase Basualdo, Victoria. "Complicidad patronal-militar en la última dictadura argentina: los casos de Acindar, Astarsa, Dálmine Siderca, Ford, Ledesma y Mercedes Benz". Revista Engranajes de la Federación de Trabajadores de la Industria y Afines (FETIA), Nº 5 (edición especial), marzo 2006. También en línea en www.riehr.com.ar.
Revelan Novaro y Palermo que, más allá del marcado retroceso en la capacidad organizativa y movilización sindical, las resistencias gremiales se manifestaron casi ininterrumpidamente en dispersa, pero tenaz, actividad que puso límites a la política gubernamental y la iniciativa empresaria.
Ni la resistencia "desde abajo" en ámbitos laborales, ni la de los propios dirigentes apuntó a lograr una articulación más amplia, quizás por temor a los costos represivos. En el marco de este movimiento molecular de resistencia, surgieron figuras nuevas para el sindicalismo argentino, como los "delegados provisorios". También aparecieron otras formas novedosas de acción desconocidas en época de "normalidad" sindical, las cuales son ponderadas por diferentes autores. Al igual que Pozzi, Arturo Fernández y Ricardo Falcón coinciden en señalar a las comisiones internas de fábrica y sus delegados como los protagonistas de la resistencia obrera a las medidas empresariales y estatales tendientes tanto a flexibilizar el uso de la fuerza laboral como a acentuar su eficiencia productiva.
Arturo Fernández(19) descarta la idea de una "pasividad obrera", pronunciando que, desde el comienzo mismo del Proceso, el deterioro del escenario salarial y laboral, generó demandas precisas que retaron de manera precoz, y con ribetes de espontaneidad, la severidad de la represión. Estas prácticas del sindicalismo raso se diferenciaron del proceder de los dirigentes, los cuales, como sucediera también en décadas anteriores, entablaran reyertas internas y negociaciones con los gobiernos militares. Para Fernández(20), el sindicalismo llega a 1974 con signos de agotamiento, contrario a lo que postula Delich, para quien, recordamos, el período previo al golpe fue el de mayor fortaleza para el sindicalismo. Este colapso estaba relacionado con la crisis capitalista que apuró las condiciones para el surgimiento del golpe, y se habría manifestado a todas luces mientras la devastadora ofensiva antisindical ejercida por la dictadura, frente a la cual "el sindicalismo de base resistió perdurable y hasta heroicamente (…); contra esa asombrosa solidaridad clasista se estrelló hasta el terrorismo de Estado"(21). Esa situación de desplome redundaría en el descreimiento hacia la dirigencia "moderada" y la falta de comunicación de las bases con las mismas, ayudada por la eliminación de los cuadros intermedios y de bases de ideologías clasistas y de "nueva izquierda". Empero, según Fernández, ambos, dirigencia y bases, expresaron la naturaleza paradójica del sindicalismo, al complementarse y coexistir como parte del sistema capitalista y, paralelamente, congregar intereses opuestos al mismo. Por su parte, Héctor Tanzi(22) agrega en su breve recorrido histórico sobre los lazos socio políticos del movimiento obrero argentino que, como parte integral de la estructura económica y política del sistema social, tanto obreros como dirigentes están obligados a actuar prudentemente para asegurar las libertades públicas y las garantías individuales. Este punto parece abonar la idea de que el sindicalismo unitario y vertical de los últimos meses de gobierno de Isabel Perón presionó constantemente los salarios por encima de los niveles de productividad obrera, haciendo su parte en la escalada inflacionaria y de tensión política del ciclo.
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(19) Fernández, A.; Las prácticas sociales del sindicalismo, 1976-1982, CEAL, Buenos Aires, 1985.
(20) Vid nota 9.
(21) Fernández, A. Op. Cit. 87.
(22) Tanzi, H.; "Modernas investigaciones sobre el movimiento obrero argentino", en Revista Historia, Buenos Aires, Año V, Nº 17, marzo-mayo 1985, p. 50-61.
En otro trabajo, Fernández y Bialakowsky(23), periodizan la actitud sindical frente al régimen autoritario en tres etapas. La primera, signada por la desmovilización de la corriente obrera, ante lo que fuera el objetivo del gobierno militar de desarticular la movilización popular. En pos de él, durante el Proceso de Reorganización Nacional se atacó a la organización sindical desde tres líneas de acción, que incluyeron la intervención de la CGT, tanto como de las federaciones y sindicatos asociados; la represión y la legislación regresiva; y con el proyecto de apenas tolerar un sindicalismo "apolítico" y reducido a meras actividades reivindicativas, cuya expresión fue la ley sindical de 1979. Esta primera etapa sería seguida por las de negociación-oposición y la de la transición democrática marcada por el sendero a la unificación definitiva del sindicalismo. Ese primer momento de desmovilización, amplia Fernández, fue saltado ante la impotencia de la dirigencia para contrarrestar la acción represiva estatal, pero en el que las bases sindicales y los dirigentes intermedios lograron una reacción contra ofensiva que procuró revertir los proyectos autoritarios y renovó, en diferentes formas y medidas, la propia estructura sindical. El autor enfatiza la perdurable resistencia de base a las ofensivas antisindicales como uno de los límites del programa autoritario desplegado en la Argentina, a pesar de ser los primeros en la lista del ataque del régimen, que trató de subordinar a la dirigencia "legal" superviviente durante el Proceso.
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(23) Bialakowsky, A. y Fernández, A., (1983); "Sindicatos y autoritarismo", en Revista del Centro de Investigación y Acción Social, Año XXXII, Nº 326, setiembre 1983, Buenos Aires, p. 55 – 63.
En concordancia con Fernández, Ricardo Falcón trabajó, desde el exilio, en la recopilación de una larga serie de conflictos obreros, mayormente industriales, contabilizados por la prensa diaria bonaerense, el INDEC y publicaciones clandestinas sindicalistas y de izquierda, que lo llevan a la ultimar que la resistencia fue un fenómeno dominantemente molecular y defensivo que alcanzaría su cenit en 1981. Más allá de su dispersión, la resistencia manifestó una gran capacidad de adaptación para preservar lo que se razonaban, por derecho, las conquistas obtenidas por el movimiento obrero, la aparición de los "delegados provisorios" o representantes elegidos de hecho es un ejemplo de ello. Todo ante la impericia dirigencial para proponer un eje colectivo de conflicto, peor aún, en momentos en que el "descabezado" movimiento restaba al obrero
de interlocutores válidos, algo que revelaría para Falcón cierta cara azarosa en la disposición a una huelga general no declarada. Estas características permiten a Ricardo Falcón diferenciar entre luchas orgánicas e inorgánicas, es decir, con cierto alcance organizativo y sin presunta ligazón sindical, respectivamente. En lo tocante, aclara el autor, que el hecho de que algunas de estas luchas fueran inorgánicas no denotaría espontaneidad, en verdad estas disputas contaron con preparativos preliminares de agitadores que no participaban de cargo sindical alguno. Es así que ciertos conflictos en las fábricas carecían de organización sindical, a lo que Falcón señala como novedad del periodo el accionar de "delegados provisorios", elegidos al margen de los procedimientos legales, quienes sumados a las comisiones sindicales clandestinas, debieron encaminar las demandas laborales cortoplacistas. Por esto hubo durante los años de la dictadura por parte de los trabajadores un "proceso ininterrumpido de construcción-reconstrucción de la organización sindical por lugar de trabajo"(24), que se empeñó en reivindicaciones centrales, sobre todo referentes a la obtención de mejoras salariales, quedando más atrás los reclamos por las condiciones laborales, el desempleo, la represión patronal y estatal, y la defensa de los logros sindicales.
Con el perfil que Pozzi le aporta a la cuestión, y con antelación a Falcón, Rafael Bitrán y Alejandro Schneider(25) estudiaron la perduración del activismo político y sindical en fábricas metalúrgicas y automotrices de la zona norte del Gran Buenos Aires, más específicamente en las plantas de Ford y Del Carlo(26). Los autores muestran que la supuesta inmovilidad se licua al achicar los objetivos de estudio y poner atención suficiente en las formas inéditas que asumió la resistencia frente a la dura represión militar. De esta manera, observando el día a día fabril, comprimido por la violencia general que caracteriza su cotidianeidad, pueden Bitrán y Schneider postular la existencia de un proyecto obrero antihegemónico, atravesado por una persistente conciencia de clase brotada todavía en tiempos previos a la aparición del Peronismo.
Seguidamente, haciendo una lectura conjunta de lo que la producción historiográfica ha venido realizando, Daniel Dicósimo(27) aporta un vistazo más reciente sobre los sucesos que comprenden al movimiento obrero en el lapso del autoritarismo militar.
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(24) Falcón, R. Op. Cit. 34.
(25) Bitrán, R. y Schneider, A.; "Dinámica social y clase trabajadora durante la dictadura militar de 1976-1983. Estudio de la zona norte del Gran Buenos Aires en particular de las fábricas Del Carlo y Ford Motors" en Rodríguez, L. M. y otros, Nuevas tendencias en el sindicalismo: Argentina y Brasil, Buenos Aires, Biblos, 1992.
(26) Para otros análisis de la vida cotidiana en las fábricas, léase: Lobato, Mirta; "La vida en las fábricas", Prometeo-Entrepasados, Buenos Aires, 2001.
(27) Dicósimo, D.; "Dirigentes Sindicales, racionalización y conflictos durante la última dictadura militar", en Revista Entrepasados, Año XV, Nº 29, Buenos Aires, 2007.
Esta vez, Dicósimo agudiza en la naturaleza de los conflictos laborales, mostrándose renuente a aceptar que la mayoría de ellos expresaran una oposición política de parte de los trabajadores a la dictadura, puesto que las herramientas para ese tipo de acción ya no estaban, argumenta el autor, a la mano del obrero dentro de las fábricas.
Durante el primer semestre del nuevo régimen político, el comportamiento de los trabajadores osciló entre la pasividad ante la caída del peronismo y la obediencia a las directivas disciplinarias. Sin embargo, el deterioro que sufrieron los salarios reales, la caída del empleo y el aumento de la carga y el ritmo de trabajo motivaron la reaparición de los reclamos obreros en la industria, que se expresaron a través de petitorios a las empresas y de conflictos colectivos, y que tuvieron un alcance limitado a establecimientos aislados, locales o regionales, al menos hasta el paro general de 1979.
En todo caso, el activismo político, germen de la politización de los trabajadores jóvenes, había sido desactivado antes del golpe de estado o había retirado a sus portadores de las plantas, quienes, sí lograron perdurar al interior de las unidades productivas, no consiguieron por entonces tender al activismo anterior. Esta insuficiencia hizo que para los trabajadores la única representación de rechazo al disciplinamiento industrial fuese la resistencia económica. Así, lo que interesa al autor es marcar que la reacción obrera distó de ser un cuestionamiento al proyecto del Proceso, en una oposición de carácter político que impugnaba su objetivo último de cambiar profundamente la sociedad y el Estado, por tanto que excedía de una serie de acciones que buscaron defender los intereses económicos dañados de los trabajadores, por ejemplo por la caída del salario industrial, la prolongación de la jornada laboral y otras medidas tomadas por el gobierno autoritario. La única licencia que nos da Dicósimo para hablar de resistencia política la encuentra no como oposición al alterado régimen político, sino a la propia potestad patronal de organizar el trabajo en la fábrica. Con todo, del análisis comparativo realizado en la Metalúrgica Tandil y Loma Negra surge que, en el ámbito de sus lugares de trabajo, los obreros industriales priorizaron la defensa de sus intereses económicos por sobre la oposición al régimen autoritario, contrariamente a la interpretación de Pablo Pozzi que asociaba conflictos laborales con acción y acumulación política.
Quien si parece devolver el factor político en el reclamo obrero es Alfredo Masón, autor para el cual sólo la gente despolitizada podía no entender que este enfrentamiento era de esa naturaleza. Por el contrario, para el obrero, sí politizado, la cuestión no pasaba solamente por los reclamos económicos. De hecho, para Masón el trasfondo era más que político, casi cultural, en tanto el Peronismo no era una ideología para el obrero, si no una cultura, una cultura que repugnaba a la clase media. En cuanto al inmovilismo, Masón señala que hay movimientos ofensivos y defensivos, a los que el PRN responde, y por ello no habría la posibilidad de determinar tal cosa. Es más, dice Masón que los trabajadores nunca renunciaron a la protesta, y para ilustrar esta afirmación presenta conflictos reprimidos en fábricas, hospitales, edificios, entre otros.
Por otro lado, como ya mencionan Novaro y Palermo, hubo una relación entre el régimen y el empresariado marcada por la mutua necesidad en la asistencia para la incrementar disciplina y la productividad. En este punto, plantea Dicósimo que el ausentismo alteraba el rendimiento productivo desde 1974, pero los empresarios no tenían el poder capaz de enderezar el problema, en tanto su autoridad era disputada por el sindicalismo clasista y de liberación en los establecimientos y núcleos industriales. Cuando este sector se convirtió en blanco del estado, en 1975, bajo la imputación de una maniobra contra la industria pesada, la necesidad de disciplinamiento trascendió las fábricas y se proyectó a toda la sociedad. Así, empresarios y militares convinieron en 1976 en endurecer la disciplina en la sociedad en general y en el lugar de trabajo en particular. En este sentido, el barrido de agitadores sindicales y la imposición del miedo en las fábricas, donde el ejército llegó a instalar centros clandestinos de detención y desaparición de personas, facilitaron la aplicación de medidas correctivas. No obstante ello, la recuperación de su "poder de dirección" fue aprovechada por los empresarios para realizar cambios más profundos en la organización del trabajo, revirtiendo avances recientes de los trabajadores o removiendo obstáculos más antiguos y resistentes a la intensificación del mismo. Por ello, mientras que la fórmula dictatorial encargaba la vigilancia empresarial porque, de lo contrario, sus resortes no podrían calar tan hondo en las fábricas, la patronal precisaba de este control armado, más no sea como exhibición de fuerza meramente efectista, para acometer en la remoción del sindicalismo combativo que había ganado terreno durante la proscripción peronista.
Con estas consideraciones, quedan planteadas las posiciones más representativas respecto de los procederes del movimiento sindical durante el Proceso, Sin embargo, entendemos que estos comportamientos no pueden ser separados de lo que eran tradicionalmente las prácticas del sindicalismo al establecer relaciones con el estado. Esas expresiones convivieron durante el período 1976-1983, y a ellas dirigiremos las próximas páginas.
Dualismo sindical. Estrategia u orientación espontánea
Con Francisco Delich podemos abrir el debate respecto a las disposiciones de fondo que guiaron las actitudes del sindicalismo ante el gobierno de facto. Para el autor, el inmovilismo no puede entenderse sin la represión, pero tampoco "sin el diálogo difícil pero no interrumpido con las Fuerzas Armadas" (28). Siquiera la baja en el salario
real, condición del capitalismo que se intenta instaurar, en tiempos de empleo abundante, clara estrategia para el control de la protesta social, fue motivo para la movilización, esto, según Delich, se debió a la falta de otras dos condiciones; por una parte, la presencia de instrumentos sindicales idóneos, y, por el otro lado, de un espacio político permisivo. Al contrario, con los sindicatos intervenidos y el espacio democrático clausurado, las organizaciones se debaten forzosamente entre la reivindicación corporativa, la metamorfosis de sus bases y las restricciones políticas. No obstante, se registra un permanente diálogo entre las Fuerzas Armadas, el Estado y la dirigencia sindical, la cual históricamente define su perfil desde y para el Estado. Así, la relación sindicato-clase queda fuertemente condicionada por la relación sindicato-Estado, más todavía a partir de la convergencia que se da entre 1943 y 1946, y que generó múltiples alianzas y antagonismos entre ambas corporaciones. Mientras que los sindicatos se muestran dubitativos, inmóviles, sea por la represión o por la expectativa por hallar los nuevos caminos con este interlocutor, el sector militar entiende la importancia de un encuadramiento que le permita contener la movilización autónoma y debilitada para evitar la presencia política institucional sindicalista significativa, algo que condujo a la Ley de Asociaciones Profesionales de 1979. Precisamente, muestra Delich que las relaciones con las Fuerzas Armadas generaron divisiones internas que profundizaron aún más el inmovilismo sindical que describiésemos al principio de este trabajo.
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(28) Delich, F. Op. Cit. 110.
Dicho dialoguismo es aceptado por Pozzi, pero, como en el caso de la pasividad obrera proclamada por Delich, este autor va a poner el acento en la existencia de tendencias opositoras al régimen autoritario. En ese sentido, Pozzi advierte sobre lo engañosos que pueden resultar algunos discursos, muchas veces impregnados de determinada carga teórica en cuanto a lo que significa el movimiento obrero. Por ello, el autor manifiesta su extrañeza en tanto distintos analistas del fenómeno supusieran que la dictadura había caído por simple incapacidad para instalar un modelo, o que todos, recalca Pozzi, presumieran que décadas de experiencia colectiva clasista pudieran desaparecer tan de repente y, por ende, de manera subterránea, que la clase obrera en conjunto había colaborado con la dictadura. Contrariamente, Pozzi plantea que la mencionada oposición era un accionar clasista colectivo, materializado para la defensa de lo que eran los duros avances sobre las conquistas y la vida del trabajador por parte del Estado. Por tanto, ante esta abrasiva coyuntura para sus intereses la oposición obrera se había exteriorizado en diferentes formas; es cierto, piensa Pozzi, algunas tomaron un modelo más "dialoguista", pero también estuvieron los sectores "confrontacionistas". Por eso, no es viable hablar a partir de 1976, y durante todo el periodo, de una organización sindical realmente "confrontacionista".De hecho, plantea el autor, siempre como efectiva oposición los desacuerdos procedimentales entre ambas posiciones no eran de fondo, sino más bien hacían a la táctica adoptada por cada una frente a la política laboral y económica del régimen militar. En este punto, resulta clave para Pozzi dejar claro que las distintas divisiones sindicales, sobre todo a nivel dirigencial, respondían "no sólo a las diferencias tácticas, sino también a pugnas internas entre dirigentes de un mismo gremio, y a una política muy hábil del Ministerio de Trabajo, el cual intenta romper la unidad gremial por todos los medios como forma de debilitar el movimiento obrero organizado"(29).
Precisamente, Mario Rapoport hace énfasis es estas pautas del desenvolvimiento sindical como, en última instancia, estrategias que a lo largo del Proceso mostraron la dualidad de la corporación obrera. Por un lado, con sus necesidades tácticas, la actividad combativa de la Comisión de los 25, por el otro el dialoguismo de la Comisión Nacional del Trabajo, ambos extremos que nunca adolecieron de puntos de contacto a pesar de ser expresiones que formalizaron la división del movimiento obrero argentino entre 1977 y 1978. Es así que ninguno quedó exento de establecer relaciones con las Fuerzas Armadas. En definitiva, la estrategia que combinaba el antagonismo y la negociación era la característica tradicional del sindicalismo. Mientras que "los 25" presionaban por la reorganización de la Confederación General del Trabajo, como única central obrera, la CNT emprendía una fórmula de concertación con el gobierno militar, dando ambos sectores contados avances en la decisiva unidad sindical, como fuera la efímera marcha de la Conducción Única de Trabajadores Argentinos. Finalmente, la jornada del 30 de marzo de 1982, sin contar con el paréntesis que el nacionalismo exacerbado produjera días después tras el ingreso armado en Malvinas, sería un punto de inflexión en que el aparato represivo se mostraría ineficaz para suprimir la manifestación abierta de los reclamos.
Además, como dice Pozzi, la propia corporación militar fogoneó sectores sindicales para promover tales acercamientos, sobre todo desde la gestión del Ministro de Trabajo de Jorge Rafael Videla, Tomás Liendo, y muy a pesar del de Economía, Martínez de Hoz. Siquiera el grupo de "los 25" quedo a un lado de las negociaciones con el régimen, al menos en sus primeros pasos. Novaro y Palermo plantean que la tajante separación entre la elite sindical y las bases obreras eran un arma de doble filo para el régimen, y que podía ofrecer efectos colaterales no deseados en lo que al principio era un objetivo preciso del Proceso. Al poco tiempo, la conflictividad laboral anárquica abrió el disconformismo empresario, por tanto, hubo llamamientos patronales a "legitimar interlocutores válidos", algo que desde el Ministerio de Trabajo se expresó en un acercamiento al grupo "de los 25".
Estos tuvieron el cartel oficial de representantes legítimos del movimiento obrero, sustentado desde la invitación a conformar la comitiva argentina en la Conferencia anual de la Organización Internacional del Trabajo en 1977, tal y como muestra Álvaro Abós. La OIT fue escenario importante para dirimir cuestiones internas entre sindicalistas, y entre éstos y el régimen, dadas las condiciones represivas interiores.
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(29) Ibíd., p. 101.
Además, Arturo Fernández(30) postula que se mantuvieron las puertas abiertas a otros sectores, en especial a los líderes locales de sindicatos intervenidos, muchos de ellos sería valiosos interventores militares en las fábricas. Esta cuestión tendría sus repercusiones dentro del propio movimiento sindical, abriéndose aun más la brecha entre opositores y colaboracionistas. Es más, para el autor las divisiones eran todavía más enmarañadas, por lo que presenta cuatro tendencias con distintas vinculaciones y proyectos políticos dentro del movimiento obrero: la "participacionista", subordinada del Estado y cooperativa con el proyecto capitalista hegemónico; la "vandorista" o negociadora, eje de la ligazón estructural de la formación obrera con el Peronismo, y huérfana durante el Proceso; la "confrontacionista", rival del Vandorismo hegemónico en la CGT, resurgió durante el Proceso por la dura ofensiva antisindical implementada como la expresión de cierto anticapitalismo en la conciencia obrera; y la "combativa" o "clasista", con errores históricos que le impidieron insertarse políticamente en el país, de todas maneras fue el centro de la represión durante la dictadura.(31)
Estas relaciones entre los dirigentes sindicales y el gobierno, presentes a lo largo del período, están dentro de los condicionantes que Dicósimo encuentra para la imposibilidad de trazar una trayectoria lineal en la demanda del movimiento sindical, la cual además habría seguido el curso errático de la coacción, la economía y los intentos de centralización de la protesta impulsados desde ambas fracciones. Para este autor, retirado a observar el interior de las fábricas, las formas que asumieron las demandas del trabajador estuvieron también permeadas por las variantes de oposición y negociación. Las maneras de actuar de la acción sindical colectiva, con fines claros y una gestión representada por curtidos activistas, asomaron combinadas con súbitas iniciativas particulares y desprovistas de ideología precisa, que el autor puntualiza como "acciones tácticas antidisciplinarias" y con episodios de negociación "encubierta" que, en las empresas donde existieron relaciones sociales de tipo paternalista, fueron un instrumento para maximizar beneficios.
Justamente, Falcón, encuentra que las Fuerzas Armadas fueron también promotoras de acercamientos con quienes podían ser entronados como "genuinos representantes obreros". Por esa razón, la elección de representantes o delegados provisorios por lugar de trabajo respondió en mayor medida, de acuerdo al autor, a la necesidad de empresarios o funcionarios militares de "interlocutores válidos" con quienes dialogar en caso de conflicto laboral. Nada parecía espantar más que el diálogo en el vacío legal.
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(30) Fernández, A., Op. Cit.
(31) Fernández, A.; "Modificaciones de la naturaleza sociopolítica de los actores sindicales: hallazgos y conjeturas", en Fernández, Arturo (comp.), Sindicatos, crisis y después. Una reflexión sobre las nuevas y viejas estrategias sindicales argentinas, Buenos Aires, Ediciones Biebel, 2002.
Consecuencias para la corporación obrero sindical
Otro de los ejes que podemos problematizar, más aún por la relevancia que puede tomar esta temática en la actualidad, es el de las consecuencias para la corporación sindical una vez atravesado el tiempo del Proceso. Si con las observaciones hechas sobre la actitud obrera ante el proyecto autoritario y la tematización de los diversos enfoques del proceder del sector respecto a dicho programa tenemos lugar para pensar la coyuntura dentro de sus límites temporales propios, con este análisis de las consecuencias la evaluación parcial de los resultados podría asumir una suerte de cierre a la cuestión. Sin embargo, lejos estamos de pretender eso en este escrito, en tanto entendemos que aún queda mucho por discutir.
En el apartado que estudia los primeros pasos después del retorno a la democracia, Rapoport dice que desde los "70 "el peso relativo del sindicalismo en la sociedad comenzó a disminuir"(32). Sin dudas, las transformaciones ocurridas en el seno de la clase trabajadora habían producido cambios en el movimiento sindical, que el tiempo del Proceso ahondó.
Efectivamente, el objetivo del Proceso, plantea Fernández(33), fue heterogeneizar a los subordinados(34). De hecho, logró la estratificación obrera(35). El mismo Fernández(36) tratando de explicar la atomización de la clase obrera posterior a la crisis de 2001, recurre a las tendencias históricas dentro del sindicalismo, que aquí sólo recordaremos como las "participacionista", negociadora, "confrontacionista" y "combativa", para mostrar lo exacerbado de ese fenómeno en el año señalado. Encuentra el autor en la política económica de Martínez de Hoz un condicionamiento fuerte para una dirigencia sindical que desde ese momento, producto de la desindustrialización y la fragmentación social operada, entró en decadencia respecto a su capacidad de liderazgo. Lo cierto es que esas expresiones sindicales enumeradas, en la actualidad se encuentran en una situación de estallido, con cambios que para 2002 apenas empezaban a detectarse como conducentes a la división irrefrenable del movimiento sindical en dos partes, una tendencia "participacionista" y "negociadora", y otra "confrontacionista peronista", a las cuales debemos agregar las corrientes sindicales renovadoras. Así, el partidismo estrecho, las fracturas y la renovación en la sociedad civil ponen en riego, sin estas tendencias no se desarrollan con tiempo y un plan político democrático sólido, el esperado "fortalecimiento de las instituciones democráticas"(37) en creciente deterioro. Para el autor, la fragmentación social, puesta a rodar en el juego de las posibilidades por las políticas económicas aplicadas intermitentemente desde 1976, se ha convertido en una atomización conflictiva.
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(32) Rapoport, M.; Historia económica, política y social de la Argentina, Emecé, Buenos Aires, 2008, p. 724.
(33) Vid nota 30.
(34) Ibíd., p. 37.
(35) Ibídem, p. 40.
(36) Vid nota 31.
Por su parte, Delich(38) plantea la cuestión en términos que lo hacen analizar si la marcada mutación e inmovilidad en las prácticas obreras durante la dictadura está revestida de elementos coyunturales o estructurales. Si la inmovilidad fuese coyuntural, ante un determinado contexto que no se controla, tan solo cabría esperar un cambio en la coyuntura para el retorno a la "normalidad" de la evolución histórica dada circunstancias más propicias. Empero, ese cambio, en principio coyuntural, podría ser la manifestación de una anomalía indicadora de una transformación estructural de relevancia, y en ese caso no cabe expectativa alguna de vuelta a la "normalidad". Para Delich, escribiendo aún en tiempos de retirada del poder militar y de transición democrática, la distinción entre elementos coyunturales o estructurales es algo primordial, puesto que sólo puede darnos aproximaciones al porvenir obrero. Para esta época, es más fácil decir que en 1976 se cerró un ciclo histórico, y no que en 1976 se abrió un nuevo ciclo histórico porque ello supondría un análisis que para 1983 es complicado desplegar. El autor, no obstante, deja algunas impresiones sobre lo que sería del sindicalismo y el movimiento obrero desde entonces hacia el futuro. Por tanto, dado que el autor esboza una primera observación al plantear que la inmovilidad, incuestionable desde el prisma utilizado, puede ser una forma de acción, dadas las condiciones del momento, la cual, mantenida en el tiempo, marcaría una transformación de la estrategia obrera, es decir una mutación, no tiene más que mostrar cierto pesimismo al respecto. Finalmente, Delich sugiere un futuro poco promisorio para el retorno a la "normalidad" del accionar organizativo obrero, esto tras el silenciamiento que sufrieron las organizaciones corporativas que provocó un vacío social, de interlocutores, en el que nada podía reemplazar sus conflictos y expresiones. Delich no sabe la magnitud de los cambios, pero existieron, y con esa incertidumbre escribe. El régimen del "76 empequeñece al movimiento obrero, lo distribuye sectorialmente de un modo distinto, rompe sus ámbitos de sociabilidad y lazos de solidaridad que sostienen en un conjunto las expectativas individuales, sumado esto al paso de un Estado gestor a uno totalitario y a un cambio en el modelo de acumulación, Delich quiere enfatizar la mutación en estos planos y la necesaria reacomodación de la estrategia obrera ante ellos.
Las centrales obreras, como las empresariales, fueron disueltas y sólo al final de la coyuntura, el de la lógica de la guerra hasta 1977 y la lógica política de silencio social que prevaleció más tarde para operar los cambios socio económicos gestados, sus actividades fueron permitidas con fuertes condicionamientos.
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(37) Ibíd., p. 27.
(38) Vid nota 2.
Por su parte, Amado Heller(39) señalaba para 1987 que el movimiento sindical sufría todavía de los efectos de la derrota de 1976, otro intento de subordinación por parte del polo dominante. En cuanto a las consecuencias para el movimiento, Heller plantea, a partir de la cuantificación de los indicadores económicos que se construyeron en los primeros años del alfonsinismo, comparativamente con los de 1974, que el proceso de adecuación de la industria manufacturera a la política de transnacionalización de la economía ha arrojado como resultado modificaciones en el tipo de clase obrera argentina más allá del propio Proceso. Por tanto, podríamos concluir que el cambio en el tipo de clase obrera no es coyuntural, sino estructural, algo que Delich deja planteado pero irresuelto por la cercanía de los sucesos que describe, y que si en aquel Proceso de Reorganización Nacional el movimiento obrero no llegó a sucumbir volvería a sentir los embates neo liberales durante el menemismo.
Por su lado, Pablo Pozzi(40), en el prólogo a la última edición de su trabajo, también pone atención al largo plazo. Coincidente con su idea de una obturante oposición obrera, el autor planteaba en 1988 que la dictadura no logró resolver la crisis orgánica y de dominación que diagnosticaba, por tanto, en ese sentido, lo que perduraba en 1983 era una situación de empate. Veinte años después, Pozzi piensa que la dictadura de 1976 logró algunas transformaciones, las que fueron la base material para los cambios emprendidos por Raúl Alfonsín y rematados por Carlos Menem. En este sentido, ambos presidentes son productos de la dictadura, y si hubo alguna derrota obrera de largo plazo ésta ocurrió durante el gobierno de Carlos Menem, dado que sólo en los "90 se pudieron deshacer las conquistas logradas durante el primer peronismo y transformar la sociedad argentina. Así, cabría pensar que estas mutaciones en el accionar obrero son manifestaciones que responden a cuestiones que la "normalidad" institucional no podría superar, esto es, en términos de Delich, la clase obrera habría caído en transformaciones de carácter ya estructural y que esa llamada "normalidad" no podría remedar. Este elemento puede ser encarado a partir de la afirmación de Claudio Lozano(41), quien piensa que el Peronismo fue, desde la transición democrática, el elemento disciplinador para el movimiento obrero. Una ideología con suma recepción entre los trabajadores, al servicio de la fragmentación del movimiento.
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(39) Heller, A., (1987); "Industria manufacturera y estructura de la clase obrera", en Revista Realidad económica, Nº 76, tercer bimestre 1987, Buenos Aires, Editado por el Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE), p. 54-66.
(40) Vid nota 13.
(41) Lozano, C., (1995); "Los niveles de sindicalización", en Revista Realidad económica, Nº 133, julio-agosto 1995, Buenos Aires, Editado por el Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE), p. 5-12.
Precisamente, para Ernesto Ceballos, la Ley de Asociaciones Profesionales, número 22105, dictada el 15 de noviembre de 1979, es una versión corregida de las anteriores tentativas antiobreras, todas diametralmente opuestas a la legislación laboral peronista. Para el autor, el Proceso de Reorganización Nacional no formó parte necesariamente de una nueva división internacional del trabajo, planeada por la Comisión Trilateral, conformada por las misivas estadounidense, japonesa y europea. Esta explicación, recogida por la Multipartidaria en 1982/1983, vendría a plantear como objetivo del Proceso la destrucción de la industria nacional y la reimplantación de la economía agroexportadora. Según Ceballos, esta fórmula cae en múltiples anacronismos, soslayando que desde 1930 se han producido transformaciones sustanciales en la economía, y que el único punto de encuentro entre la Argentina de 1985 y 1930 es la drástica caída del salario real, condición imprescindible para transformar el país en periferia, en carne de las multinacionales. En verdad, dice Ceballos, el Proceso de Reorganización Nacional vino a liquidar al Peronismo por su compromiso histórico con la clase trabajadora, aunque la lucha guerrilla-represión le sirvió de fachada parar acceder al poder(42).
Agrega Ceballos que el mundo capitalista occidental ha sumido al país en el estancamiento, tiene como objetivo la devaluación del trabajo en el Tercer Mundo. Desde la crisis del petróleo, en 1973, la relación centro-periferia se ha advertido como la clave del capitalismo mundial. Por esta crisis, el capitalismo mundial ha fortalecido su tendencia a la explotación directa del trabajo periférico. Así, los países avanzados procuran un mayor aflujo de valor y plusvalía proveniente de los países no petroleros del Tercer Mundo, llevando las inversiones a la periferia, la nueva sección productiva del sistema capitalista mundial. Justamente, era la legislación peronista la que protegía al trabajador, y por tanto debe desaparecer para dar lugar a la explotación del capital transnacional. Este último ha sido la solución del capitalismo de posguerra al problema de la movilidad de la mano de obra que parecía insoluble, pero dependen del pago de salarios de mera subsistencia, y con ello de una mano de obra domesticada con una pobre organización sindical(43). Por eso el PRN viene a destruía al Peronismo, por su relación con el trabajador, y su legislación que favorece al sector. Como se dijo entonces, este requisito de la contracción del salario a nivel de subsistencia tiene otros, y uno de ellos es el debilitamiento del poder sindical a fin de permitir a las transnacionales un fácil control de la remuneración del trabajador.
Resulta que el Peronismo ha estructurado, más allá de la muerte del líder y su derrota eleccionaria en 1983, unos lineamientos sociales que resultan un gran escollo para planes y objetivos imperialistas:el sindicalismo, la legislación laboral y previsional, el régimen de convención colectiva de trabajo. Esto es una fuerte traba para el capitalismo mundial, Argentina no es un país libre de obstáculos, aquí existe el poder de los sindicatos. Estas instituciones, más allá de la represión el militante sindical, no han podido ser destruidas, aunque si momentáneamente suspendidas. Esta contribución de Ceballos daría la impresión de que la conducta del movimiento obrero es imposible de entender sin prestar atención a la ideología dominante en su interior.
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(42) Vid nota 5, p. 65.
(43) Ibíd., p. 84.
En ese sentido, Bieber viene a aportar algo en lo que extrañamente, dice el autor, Delich no ha reparado, esto es en la filiación ideológica del sindicalismo argentino con el peronismo. Para la mayoría del movimiento obrero, la doctrina peronista constituye el sustrato ideológico que determina sus demandas y acciones. Tanto los avances como los repliegues, desde 1976, están condicionados por este hecho. Es por ello que Bieber trata de señalar la importancia que este elemento tiene para poder enjuiciar los logros y limitaciones de la lucha cotidiana del trabajador y los sindicatos frente al régimen militar. Desde 1979, el movimiento obrero lucha por el retorno a posiciones intervencionistas y reguladoras del Estado, como muchos otros sectores, por esto, Bieber piensa que el futuro cercano es más previsible que lo que lo observa Delich, dado que el movimiento lucha por la misma alternativa politicoeconómica que sostiene en las últimas cuatro décadas. Para Bieber que a más largo plazo puede ser que el futuro sea difícil de determinar, pero en lo inmediato no es así. Esto se debe a que Bieber no advierte cambios en el carácter tradicional del movimiento laboral, y probablemente no lo habrá en tanto la opción política de un modelo de desarrollo como el que impuso Perón cuente con el respaldo de importantes sectores nacionales fuera del mundo del trabajo y posea viabilidad histórica, aunque resulte tan efímera como el último régimen peronista previo al golpe.
Esta relación estrecha con el Peronismo, gestada ya con la irrupción de Perón en la Secretaria de Trabajo y Previsión, sería importante para entender las formas en que el sector sindical se vinculaba desde entonces con el Estado. Aparato entendido como impulsor de las medidas, y escenario privilegiado para llevar las demandas corporativas. Por eso mismo, para Novaro y Palermo, el régimen militar entendía la necesidad de aniquilar el sindicalismo radicalizado, combativo o "antiburocrático", y, además, que el sindicalismo debía ser objeto de una reestructuración desde el Estado, de arriba hacia abajo, penetrante y duradera, que alterase para siempre los rasgos básicos del mundo del trabajo, un Estado también objetivo de hondas reformulaciones. Tras el primer asalto al sindicalismo sobrevino la discusión interna sobre cómo hacer de los cambios algo perdurable, cuestión que evidenció tanto las escisiones internas entre las Fuerzas Armadas como la participación de lo sectores obreros referidos en el apartado anterior.
Entre las lecturas más fácticas, reflejadas en los datos estadísticos por otros, Falcón expone que el periodo de Martínez de Hoz se caracteriza por una violenta reestructuración en la composición de la clase obrera. Durante ese transcurso, la proporción de obreros industriales de la Población Económicamente Activa se redujo, aumentando el peso en el movimiento obrero del sector terciario, además, se incrementó el cuentapropismo, el cual no asegura movilidad social ascendente, por el contrario representa una reducción del ingreso real a mediano plazo y en el status social. Lo anterior se sumó a un aumento en los sectores subempleados marginales, y un descenso en el nivel de vida de los asalariados. De acuerdo a Cywin y Moure(44), estas tendencias reflejan un desfavorable traslado de la fuerza de trabajo de sectores más organizados y eficientes a áreas de menos productividad. Así, ya en 1979 se percibía una fuga de mano de obra a sectores independientes en crecimiento, algo que otros autores mencionan como una estrategia orientada a cumplir con el objetivo de desorganizar el movimiento obrero, y que se pueden seguir mediante el análisis de los gráficos comparativos que presenta Amado Heller a partir de los censos económicos de 1974 y 1985.
Ya a nivel organizativo, la estructura sindical del movimiento obrero sufrió la detención, desaparición, asesinato y exilio de camadas enteras de activistas, y el cercenamiento durante el periodo de la actividad sindical. En palabras de Falcón, esta interrupción de la actividad sindical fue circunstancial, con la apertura de la democracia fue una situación que pudo retrotraerse. Pero las huellas dejadas por las modificaciones estructurales que había sufrido la clase obrera durante el Proceso fueron "más profundas y duraderas". En ese camino, Alfredo Masón indica que el disciplinamiento pretendido no logró quebrar la estructura sindical, pero sí operó sobre las bases de la marginalidad en la Argentina. El saldo de este proceso fue haber alcanzado a imponer un reordenamiento social y, esto según Fernández(45), la fragmentación popular.
Con todo, se observa que las condiciones actuales del empleo, muchas con raíces en la descomposición gestada durante el Proceso, presentan grandes desafíos a las organizaciones sindicales. Por un lado, señala Osvaldo Battistini(46), se hace cada vez más dificultoso para los dirigentes obreros el reclutamiento de adherentes entre los nuevos trabajadores. No obstante, Battistini plantea como el problema mayor para las organizaciones sindicales el "cómo hacer frente a los problemas productivos y de relaciones laborales en curso y al mismo tiempo responder a los intereses cada vez más fraccionados de los asalariados"(47). Sucede que el modelo verticalista de la organización sindical fue modelo hasta promediando los "80, hasta entonces su preeminencia no enfrentaba contradicciones entre el interés sindical y el de los trabajadores, en cuanto ambas podían ver articuladas sus demandas a partir del espacio estatal. Precisamente, para Battistini ese modelo funcionaba con una estructura de empleo homogénea, hoy inexistente, así es que ese modelo sindical es obsoleto como esquema de organización y representación sindical.
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(44) Cywin, M. y Moure, JM.; "Reflexiones y propuestas frente a la crisis industrial", en Revista Realidad económica, Nº 37, octubre-diciembre 1979, Buenos Aires, Editado por el Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE), 1979, p. 91 – 112.
(45) Vid nota 9.
(46) Battistini, O.; "Transformaciones culturales en el trabajo y acción sindical. Un juego de intereses contradictorios", en Fernández, Arturo (comp.), Sindicatos, crisis y después. Una reflexión sobre las nuevas y viejas estrategias sindicales argentinas, Buenos Aires, Ediciones Biebel, 2002.
(47) Ibíd., p. 47.
Conclusión
Ha sido nuestra intención en este recorrido, irremediablemente inacabado, mostrar las diferentes interpretaciones que a lo largo de más de tres décadas han surgido de lo actuado, o no, por el movimiento obrero organizado durante la última dictadura militar.
Lo cierto es que diferentes enfoques metodológicos y presupuestos ideológicos suelen devenir en posiciones muchas veces encontradas, algo a lo que esta historia no puede escapar. Menos todavía cuando el objeto de estudio es una porción de la sociedad tan tradicional como fundamental, ayer y hoy. Precisamente, nuestra preocupación por el ayer encuentra alguna de sus motivaciones en el presente que observamos, por eso mismo es que consideramos pertinente brindar un panorama sobre lo que pensamos como consecuencias para el modelo de organización y acción sindical una vez terminada la dictadura. Ese último apartado, tiene su razón de ser en los ejes anteriormente propuestos, puesto que los procederes, en materia de la demanda y las relaciones con el Estado autoritario, podrían traernos pistas de lo hecho entonces, en pos de elaborar respuestas a las incógnitas que el ahora nos entrega el cotidiano de la organización sindical.
No es nuestra intención clausurar aquí este tema, por el contrario, la aparición de nuevos estudios "desde abajo" hacen que el arco de posibilidades se amplíe todavía más. Generando esto último una atención permanente hacia nuestro asunto. Por lo pronto, nos parece auspicioso propiciar nuevas investigaciones, entre ellas algunas mencionadas aquí. Al respecto, el estudio de los vínculos entre parte del empresariado local y la dictadura, sobre todo el compromiso de los primeros para con los métodos represivos efectuados, nos sigue pareciendo un tema interesante. Lo mismo ocurre con algunas representaciones comunes que denuncian el verticalismo de la jerarquía sindical tras el Proceso, y las enunciaciones, aún presentes entre nosotros, que narran cierta bonanza en materia laboral para el período debido a una situación de pleno empleo que supondría chances de salirse del control de los salarios suscitado por el plan autoritario de parte del trabajador y, quizás, realidades diferentes para cada rama de la actividad.
Mas no podemos dejar de alentar los intentos de desenmarañar esta peculiar historia marcada por avances y retrocesos al calor de disputas por la instauración de un tipo de sociedad, todavía actualmente en proceso.
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Autor:
Eduardo Corvala
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