El camino que nos conduce infaliblemente a la paz, la alegría y la felicidad (página 7)
Enviado por JORGE EDGARDO OPORTUS ROMERO
Quienes persiguen las novedades de este siglo engreído, buscan quitar a su Señor de Su lugar, para que algún filósofo o doctrina mundana esotérica pueda ocupar Su trono. Parecen decir: "¡Hazte atrás, tú Galileo! Tú estabas bien para las edades del oscurantismo, pero nosotros necesitamos una luz más deslumbrante para estos tiempos más brillantes." Estoy convencido queno necesitamos un mejor evangelio que ese que el mismo Dios ha proclamado en la persona de Su Hijo Jesucristo.
Estos discípulos a quienes nuestro Señor habló, no necesitaron otro predicador mejor: no podían imaginar a alguien mejor. "¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!" Qué poder y autoridad había en Él, y qué unción del Santo estaba sobre Él. Esos apóstoles, no podrían haber tenido un mejor predicador; y sin embargo, a pesar de eso, debido a que el Espíritu Santo no había sido dado plenamente, y no estaba habitando en ellos, habían aprendido realmente poco. Ustedes ven que el Señor Jesucristo dice de Sí mismo, "Os he dicho estas cosas." No dice que se las había enseñado. Todo lo que Jesús había hecho, si Lo vemos simplemente como un predicador, era hablar y decir; pero no podía enseñarle al corazón aparte del Espíritu Santo. ¡Cuánta distancia había entre Cristo en la tierra y Sus discípulos! En Su condescendencia Él se acercó a ellos; sin embargo, siempre se percibe una diferencia entre el sabio Maestro y los sencillos discípulos. Ahora el Espíritu Santo suprime esa distancia al habitar en nosotros. Los apóstoles más instruidos no pudieron entender a su Señor cuando Él únicamente les hablaba. A menudo los discípulos se iban con las palabras que Él había expresado, y reflexionaban sobre su letra, sin entender del todo su significado espiritual. Constantemente estaban olvidando lo que el Señor les había dicho, y actuaban de una manera opuesta a Su precepto y a Su ejemplo. Externamente, todo les era provisto, los ministerios externos del orden más noble les eran concedidos; pero ellos necesitaban algo dentro de ellos; un maestro interno y eficaz, alguien poderoso y secreto que les hiciera recordar las cosas. Además, ellos requerían tener gozo en lo que ya conocían y recordaban; ellos necesitaban al Espíritu Santo para que les extrajera la miel de la consolación del panal de la doctrina.
El Señor les había enseñado todo tipo de verdades consoladoras, y sin embargo Él tenía que decirles, "No se turbe vuestro corazón." Él les había dado los mejores argumentos para que tuvieran valor, pero sin embargo ellos tenían temor. Ellos requerían de alguien que les ayudara, alguien que les hiciera entender la verdad, recordar la verdad, y gozar la verdad; y esto es lo que tú y yo necesitamos cada hora; pues podemos escuchar al sacerdote o predicador más edificante y quedarnos sin ser edificados, si únicamente miramos sus palabras. Podemos escuchar la mejor doctrina y sin embargo ser incapaces de recibirla y sentir su poder. La verdad, sin el Espíritu de Dios, no aprovecha al alma. Aun si entiendes, puedes olvidar. ¿Por qué olvidamos? ¿No es acaso en gran manera por la ignorancia y la necesidad de entendimiento? Cuando un niño no entiende su lección, pronto la olvida. Quien no obtiene una visión clara de la verdad, tendrá problemas para recordarla. No podemos guardar en la memoria, fácilmente, eso que no hemos captado con firmeza con nuestra mente. Además, olvidamos las cosas celestiales porque estamos muy ocupados con las cosas terrenales: nuestros cuidados, nuestros placeres, nuestros empeños, a menudo mandan al rincón a las cosas de Dios, y aun las pisotean con furia desentendida.
Olvidamos nuestros prospectos eternos porque nos dedicamos a pensar en nuestros intereses inmediatos. Nuestras circunstancias nos impelen a pensar en objetos rastreros, pero necesitamos la ayuda divina para permanecer en comunión con los asuntos elevados. Necesitamos que alguien nos recuerde estas cosas, y que nos eleve a una región superior de la mente y del corazón. Algunas veces olvidamos las palabras de nuestro Señor, y somos aturdidos por muchas aflicciones. Un problema sigue a otro: pasamos de la oscuridad a una oscuridad más profunda en nuestra experiencia, y estamos tan preocupados que olvidamos. Cuando más necesitamos la promesa, estamos más inclinados a olvidarla. Hay buenos escalones sólidos a lo largo de todo el Pantano de la Desconfianza; pero cuando un hombre atraviesa ese horrible lugar, a menudo se encuentra tan apurado y desorientado que no puede ver los escalones, sino que más bien se resbala en el lodo profundo donde no hay un lugar firme en el que poner los pies. Cuando no requerimos la promesa, la admiramos; pero cuán a menudo es olvidada cuando nos podría prestar el máximo servicio. Necesitamos a alguien que nos esté recordando, un apuntador, un amigo fuera de nuestra vista que nos sugiera la palabra adecuada, pues de lo contrario nos equivocamos y tropezamos, y no hacemos lo que nos corresponde de manera correcta. Es la obra del Espíritu Santo refrescar nuestras memorias. Algunas veces nuestra memoria falla, porque no estamos particularmente ansiosos de activarla. Pero si estamos bajo la guía del Espíritu de Dios, Él nos recordará el deber en el momento oportuno, y daremos nuestro fruto en su estación. Es extremadamente fácil ser sabio después de la insensatez, y tener calma una vez que ha pasado el peligro. Encontramos la luz cuando ya ha transcurrido la noche. Clamamos. A menudo reaccionamos cuando ya es tarde. Cerramos la puerta con candado después que se han robado el caballo.
Nuestro deber, nuestra tarea es: Paciencia en la tribulación, valor en el peligro, santidad en la vida, y esperanza en la muerte. Fallamos en hacerlo debido a que esa naturaleza depravada que hay en nosotros, nos conduce a olvidar lo que deberíamos recordar en el momento preciso. El oficio del Espíritu Santo es poner frente a nosotros las palabras de Cristo, en el orden y en el momento precisos. ¿Acaso no necesitamos esto?
III. EL PRIVILEGIO DEL VERDADERO CREYENTE. Es un privilegio del verdadero discípulo, poseer un tutor privado, el Espíritu Santo, que nos recuerda todas las cosas, y que es nuestro Consolador.
Jesús dice, "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas." Cristo nos dio nuestro libro de texto, completo e infalible; pero por causa de nuestra torpeza, necesitamos más. Un joven se ha ido a la universidad: tiene con él todos los libros requeridos, y en ellos encontrará todo lo que necesita para aprender; de la misma manera el Señor Jesús nos ha dado en Sus palabras todo lo que necesitamos saber. Pero el padre de ese joven desea que él se convierta en un hombre instruido, y por tanto contrata a un tutor privado, quien le va a explicar el contenido de los libros. Con la ayuda de su tutor, el libro le sirve al joven mucho más que antes. Si algún pasaje es difícil, el tutor se lo explica; el tutor orienta al joven en cuanto a la manera de leer sus libros de texto, y así puede beneficiarse plenamente de ellos. Espiritualmente este es el oficio del Espíritu Santo: Él nos proporciona la llave con la que se puede abrir el misterio que de otra manera estaría fuera de nuestro alcance. Él nos enseña realmente. Enseñarles es una cosa muy diferente a hablarles. Una persona puede hablarle a un grupo de jóvenes, sin enseñarles nada. Si yo ansío instruir a un hermano sobre algún punto, no le hablo simplemente, sino que recorro el tema cuidadosamente, resalto cada punto con claridad, repito mis enseñanzas deliberadamente, y las ilustro apropiadamente. El Espíritu de Dios, cuando saca del grupo a un hijo de Dios para hablarle en privado a su corazón, recorre la verdad con él hasta que le queda muy clara y felizmente entendida. Necesitamos que la verdad sea abierta al entendimiento, que sea grabada en el corazón, que se pueda captar realmente, que sea aplicada a la mente, impresa en los afectos, y que sea amada por el alma. Una cosa es oír la Palabra, y otra cosa muy diferente es aprender la Palabra: una cosa es que la Palabra sea dicha y otra cosa muy diferente es que sea enseñada. El Espíritu enseña a los santos, ya sea de una sola vez o por grados, toda la verdad de Cristo. Ustedes no aprenderán nunca algunas partes de ese todo, a menos que sea en el lecho de enfermos, o cuando atraviesan una profunda depresión de espíritu, o en el luto y en la adversidad; mientras que otras verdades únicamente serán aprendidas en la cumbre de las brillantes montañas de la seguridad y comunión con Dios. La provincia del Espíritu es escribir con fuego la verdad en el alma, grabarla sobre el corazón renovado, y dar a la mente seguridad y certeza en relación a lo que sabe. Ningún conocimiento es tan seguro como el que el Espíritu Santo comunica a nuestro espíritu. Un hombre que es enseñado por Dios sabe, y no puede ser llevado a cuestionar lo que sabe. Quienes están familiarizados con las realidades espirituales desafían cualquier negación: ellos enfrentan su conciencia íntima contra diez mil escepticismos; si no pueden convencer a otros, ellos mismos sí están convencidos. El Espíritu de Dios debe enseñarnos de una manera secreta, personal, incuestionable y eficaz. Debemos ser conducidos a sentir el poder de la verdad por medio de una inoculación espiritual, de tal forma que penetre en nuestra vida misma, y se convierta en parte y porción de nosotros.
Se nos ha prometido que el Consolador nos enseñará todas las cosas; esto es, todas las cosas que Jesús dijo e hizo. ¿Hemos experimentado este privilegio de tan grande alcance? Hay una gran variedad en el conocimiento de Cristo. Nadie debe pensar que ya ha agotado ese conocimiento. Además, hay una proporción en las palabras de Cristo, y necesitamos conocer todo lo que nuestro Señor ha proclamado. Jesús no enseña únicamente doctrina sino también cosas prácticas. Él enseña la práctica de manera maravillosa. Nuestro Señor no enseña solamente doctrina o práctica sin experiencia, sino que hace una mezcla perfecta para nuestra edificación. Ríndanse al Espíritu de Dios, y Él les enseñará todas las cosas: un poco de aquí, y un poco de allá, aquí un poco de lo que deben saber, allí un poco de lo que deben sentir, y luego un poco de lo que deben hacer.
Recuerden que, especialmente en la parte de lo que deben hacer, el Espíritu de Dios debe ser su maestro. El Espíritu de Dios, con maravillosa condescendencia, nos pone a practicar un poco de paciencia. El Espíritu Santo nos hace practicar la marcha celestial hasta que guardemos el paso con nuestro Señor, y los hombres reconozcan que hemos estado con Jesús, y que hemos aprendido de Él.
Mis amigos, debemos guardar las palabras de su Señor, sin ir más allá; pero lograr esto requerirá de la enseñanza privada del Espíritu Santo, y no deben quedarse satisfechos a menos que Él los despierte cada mañana, y abra sus oídos para que oigan lo que tiene que decir, haciendo que sus corazones y sus conciencias entiendan las cosas que los hacen sabios para salvación. Necesitamos que nuestras memorias sean fortalecidas. Qué memorias tan pobres tenemos en cuanto a las cosas divinas. Como ya lo he dicho, nosotros recordamos cuando ya es demasiado. Si nos ponemos bajo la enseñanza del Espíritu de Dios, Él fortalecerá espiritualmente nuestra memoria. Él trae a menudo la verdad a nuestras mentes. Así actúa el Espíritu de Dios. Seguramente habían oído anteriormente esta verdad, pero nunca la habían "visto. Ahora el Espíritu se las recuerda con singular vivacidad y fuerza.
Él refresca la mente con recuerdos vívos. Él refresca el corazón con gratitud que funde. Yo he conocido tiempos en los que mi recuerdo del amor de Cristo me ha llevado a sentarme y llorar de puro gozo. Oh, qué gratitud brota del corazón cuando el Espíritu Santo trae a la memoria todo lo que Cristo hizo, y lo oímos decir desde Su cruz: "Yo hice todo esto por ti, ¿qué has hecho tú por mí?" La obra del Espíritu Santo es refrescar la memoria del corazón así como la memoria de la mente. A menudo Él refresca la memoria de la conciencia, lo cual no es una operación muy agradable. He estado haciendo durante años cosas malas sin saber que eran malas. He estado descuidando un deber manifiesto, durante mucho tiempo, pero súbitamente, ese deber ha sido traído a mi recuerdo como una de las cosas que Jesús me dijo. Bendigo al Espíritu Santo por santificarme así al darme una norma más elevada de santidad, y hacerme más cuidadoso acerca de cosas que antes tomaba con ligereza y escasa atención. Esta es una parte de la obra del Espíritu Santo de Dios, recordarnos todas las cosas que Él nos ha dicho.
Estoy seguro que el Espíritu de Dios, a menudo nos bendice trayendo cosas a la memoria de nuestra esperanza. Quizá esta es una forma rara de decirlo; pues, ¿cómo puede la esperanza tener una memoria? Pero yo quiero decir esto, que parece que la esperanza olvida que el Señor ha dicho: "No te desampararé, ni te dejaré." La esperanza parece olvidar que: "Hay una tierra de puro deleite, Donde reinan santos inmortales." Y algunas veces el Espíritu de Dios trae ante nuestras mentes toda esa gloriosa revelación del mundo venidero. ¿Nunca han sentido que la gloria ya ha comenzado aquí? ¿No les ha parecido que las puertas que son perlas estaban, no abiertas a medias, sino completamente abiertas, y no han caminado en espíritu por esas calles de oro puro, llevando la corona para arrojarla a los pies de su Salvador? Entonces ustedes se han dicho: "puedo soportar este dolor, puedo resistir estas depresiones y estas inconveniencias, pues sé que hay preparada para mí una corona de vida que no se corrompe nunca." Así nos recuerda el Espíritu de Dios todas las cosas. Ruego que el Espíritu de Dios venga sobre ustedes y les recuerde todas las cosas que Cristo ha dicho. Habrá una combinación de recuerdos soleados y recuerdos dolorosos; pero serán benditos recuerdos, todos ellos.
Yo encuentro que mi memoria natural es menos poderosa ahora de lo que fue en los días de mi juventud. He conocido a algunos ancianos cuyos recuerdos se han vuelto tristemente débiles. Algunos no reconocían a sus hijos. Pero nunca he conocido a ningún santo anciano que haya olvidado el nombre del Salvador, o que haya dejado de recordar Su amor. Algunas veces el Espíritu Santo da tal testimonio en el corazón que la memoria es muy fuerte acerca de las cosas divinas, aun cuando pueda fallar en otras cosas espirituales. Así que, mi querido viejo amigo, tú de quien se burlan algunas veces los jóvenes porque tu memoria se ha vuelto como un viejo cedazo que permite el paso de todo; no dejará pasar al Señor, tú siempre sentirás la música de Su nombre. Nunca olvidarás a tu Bienamado aunque llegues a ser tan viejo como Matusalén. Aunque no quede ningún otro nombre en la memoria, guardará el registro de ese nombre. El amor de Cristo no está colocado sobre nosotros como una guirnalda que cuelga de un árbol, sino que está grabado en nosotros, y así como cuando el árbol crece, las letras se van grabando con mayor profundidad y crecen en tamaño cada día.
El Espíritu Santo, que es la vida de los creyentes, escribe cada vez más claramente sobre esa vida, el glorioso y bendito nombre de Jesús. Yo deseo que cualquiera que no conozca a Cristo, clame para que el Espíritu de Dios le enseñe a Cristo. Si anhelan ser salvados, recen para que por medio de Su Espíritu, el Señor Jesucristo los traiga a los lazos del pacto, por causa de Su amor. Amén.
CAPÍTULO XIV
LA EXCELENCIA SUPERLATIVA DEL ESPÍRITU SANTO
"Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré." Juan 16:7 Los santos de Dios pueden estimar sus pérdidas como ganancias mayores con toda razón. Las adversidades de los creyentes ayudan a su prosperidad en gran manera. Aunque nosotros sabemos ésto, sin embargo, por la debilidad de la carne, temblamos ante las aflicciones que enriquecen el alma, y tememos contemplar los negros barcos que nos traen esos cargamentos de oro como tesoro. Cuando el Espíritu Santo santifica el horno, el fuego refina nuestro oro y consume nuestra escoria; sin embargo, al torpe mineral de nuestra naturaleza le desagradan los carbones ardientes, prefiriendo permanecer enterrado en las oscuras minas de la tierra. Nosotros actuamos como los niños necios que lloran porque se les ordena que tomen la medicina que sanará sus enfermedades.
Sin embargo, nuestro Salvador lleno de gracia nos ama demasiado sabiamente como para evitarnos el problema en razón de nuestros temores infantiles; Él ve anticipadamente el bien que nos proporcionarán nuestras aflicciones, y por tanto nos sume en ellas motivado por Su sabiduría y verdadero afecto. Para estos primeros apóstoles era un problema muy grave perder a su maestro y amigo. La tristeza invadía sus corazones al pensar que Él partía, pero sin embargo Su partida les proporcionaría la grandísima bendición del Espíritu Santo. Por esta razón, ni sus súplicas ni sus lágrimas podían impedir la temida separación. Cristo no iba a gratificar sus deseos a cuenta de un costo muy grande como era la retención del Espíritu. A pesar que los apóstoles se dolían tanto con esa prueba tan severa, Jesús no permanecería con ellos, porque Su partida era conveniente en grado sumo. Nosotros debemos esperar ser objeto de esa misma disciplina amorosa. Vamos a perder condiciones felices y gozos selectos cuando Jesús sabe que la pérdida nos beneficiará más que el gozo.
Dios ha dado dos grandes dones a Su pueblo: primero, nos dio a Su Hijo; segundo, nos dio a Su Espíritu. Después que nos hubo dado a Su Hijo para que se encarnara, para que obrara justicia y ofreciera una expiación por nosotros, ese regalo fue entregado completo, y no quedó nada pendiente a ese respecto. "Consumado es," proclamó la plenitud de la expiación, y Su resurrección mostró la perfección de la justificación. No era necesario que Cristo permaneciera más tiempo en la tierra pues Su obra aquí estaba terminada para siempre.
Ahora es el tiempo para el segundo don, la venida del Espíritu Santo. Éste no podía ser otorgado antes que Cristo hubiese ascendido, pues este escogidísimo favor estaba reservado para adornar con el más elevado honor la ascensión triunfante del grandioso Redentor. "Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres." Esta fue, según nos informa Pedro, la grandiosa promesa que Jesús recibió de Su Padre. "Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís." Para que Su entrada triunfal en el cielo pudiera ser sellada con insigne gloria, los dones de Espíritu de Dios no podían ser esparcidos entre los hijos de los hombres hasta que el Señor hubiera subido con voz de mando, con sonido de trompeta. Al haberse otorgado el primer don, se volvió necesario que Aquél cuya persona y obra constituyen esa bendición que no tiene precio, se tuviera que retirar para tener el poder para distribuir el segundo beneficio por cuyo único medio el primer don se vuelve de algún servicio para nosotros. Cristo crucificado no tiene ningún valor práctico para nosotros sin la obra del Espíritu Santo; y la expiación que Jesús realizó no puede salvar nunca ni una sola alma, a menos que el bendito Espíritu de Dios la aplique al corazón y a la conciencia. Jesús no es visto nunca mientras el Espíritu Santo no abra el ojo: el agua del pozo de la vida no es recibida nunca mientras el Espíritu Santo no la haya sacado de las profundidades. Como medicina que no es usada porque carece de una prescripción médica; así es Jesús el Salvador, hasta que el Espíritu nos enseña a conocerlo, y aplica Su sangre a nuestras almas.
I. LA PRESENCIA CORPORAL DE CRISTO DEBE HABER SIDO SUMAMENTE PRECIOSA. Únicamente quienes aman a Cristo pueden decir cuán preciosa es. El amor desea estar siempre con el objeto amado y su ausencia causa dolor. El significado pleno de la expresión: "El dolor ha invadido su corazón," lo conocen únicamente quienes anticipan una dolorosa separación de esa clase. Jesús se había convertido en el gozo de sus ojos, en el sol de sus días, en la estrella de sus noches: como la esposa, al regresar del campo, ellos se apoyaban sobre su amado. Eran como niños pequeñitos, y ahora que su Dios y Señor se iba, ellos se quedaban como huérfanos.
Hacían bien en sentir mucha tristeza de corazón. Hay tanto amor, hay tanto dolor, cuando el objeto del amor se va. ¿Acaso algunos de nosotros no hemos estado esperando por años la venida de Cristo? Hemos alzado nuestros ojos en la mañana y hemos dicho: "Tal vez Él vendrá hoy," y cuando el día ha concluído, hemos continuado nuestra espera en nuestras horas de insomnio, y nuestras esperanzas han sido renovadas cuando sale el sol otra vez. Nosotros Lo esperamos con mucho anhelo de acuerdo a Su promesa; y como hombres que aguardan a su Señor, estamos con nuestros lomos ceñidos esperando Su aparición. Estamos esperando y nos apresuramos al día del Señor. Esta es la radiante esperanza que levanta el ánimo de los cristianos, la esperanza que el Salvador descenderá para reinar entre Su pueblo gloriosamente. Supongan que Él se apareciera súbitamente ahora; imagínense cómo le aplaudiríamos. Vamos, el que fuere cojo, ante el gozo de Su advenimiento, saltaría como una liebre, y hasta el sordo podría cantar lleno de alegría. ¡La presencia del Señor! ¡Qué felicidad! ¡Ven pronto! ¡Ven pronto, Señor Jesús! Debe ser realmente algo precioso gozar de la presencia corporal de Cristo.
Piensen en la gran ventaja que sería en la instrucción de Su pueblo. Ningún misterio podría confundirnos si lo refiriéramos todo a Él. Las disputas de la Iglesia cristiana pronto llegarían a su fin, pues Él nos diría más allá de toda contienda el significado de Su Palabra. No habría a partir de ese momento ningún desaliento para la Iglesia en su obra de fe o en su trabajo de amor, pues la presencia de Cristo sería el fin de todas las dificultades y la conquista segura de todos los enemigos. No tendríamos que dolernos, como lo hacemos ahora, de nuestro olvido de Jesús, pues podríamos verlo; y una mirada a Él nos proporcionaría una buena provisión de gozo, de tal forma que como el profeta de Horeb, podríamos aguantar cuarenta días con la fuerza de ese alimento.
Sería un experiencia deliciosa saber que Cristo está en algún lugar de la tierra, pues entonces Él asumiría la supervisión personal de Su Iglesia universal. Él podría advertirnos de los apóstatas; podría rechazar a los hipócritas; consolaría a los débiles de mente, y reprendería a los que yerran. Cuán deleitable sería verlo caminar por en medio de los candeleros de oro, sosteniendo a las estrellas con Su diestra. Entonces las iglesias no necesitarían ser subdivididas ni fracturadas por causa de perversas pasiones. Cristo crearía la unidad. El cisma dejaría de existir y la herejía sería desarraigada. La presencia de Jesús, cuyo rostro es como el sol brillando en su cenit, haría madurar todos los frutos de nuestro jardín, consumiría todas las malas hierbas y daría vida a todas las plantas. La espada de dos filos en Su boca destruiría a Sus enemigos, y Sus ojos de fuego avivarían las santas pasiones de Sus amigos.
Pero quisiera comentar algo sobre este punto, porque en él la imaginación se ejercita a sí misma a costa del buen juicio. Yo me pregunto si el deleite que nos ha provocado en este momento el pensamiento que Cristo estuviera aquí en Su presencia corporal, no tendrá en sí levadura de carnalidad. Yo me pregunto si la Iglesia está ya preparada para gozar de la presencia corporal de su Salvador, sin caer en error al conocerlo según la carne. Puede ser que se necesiten siglos de educación antes que la Iglesia esté preparada para ver otra vez a su Salvador en la carne, sobre la tierra, porque yo veo en mí mismo (y yo supongo que sucede lo mismo con ustedes) que mucho del deleite que yo espero que me vendrá de la compañía de Cristo, es conforme a lo que ven los ojos y al juicio de la mente; y la vista siempre es la marca y el símbolo de la carne.
II. LA PRESENCIA DEL CONSOLADOR, COMO LA TENEMOS EN LA TIERRA, ES MUCHO MEJOR QUE LA PRESENCIA CORPORAL DE CRISTO. Nos hemos imaginado que la presencia corporal de Cristo nos traería mucha bendición y nos conferiría innumerables beneficios; pero de acuerdo a nuestro texto, la presencia del Espíritu Santo que obra en la Iglesia es más conveniente para ella. Pienso que esto les quedará muy claro, si lo consideran por un momento: que la presencia corporal de Cristo en la tierra, independientemente de cuán buena pueda ser para la Iglesia, implicaría muchos inconvenientes en nuestra presente condición, inconvenientes que son evitados por Su presencia a través del Espíritu Santo.
Cristo, siendo verdaderamente hombre, en cuanto a Su humanidad debería habitar en un cierto lugar, y para poder ir a Cristo sería necesario que nosotros viajáramos a Su lugar de residencia. Conciban a todos los hombres forzados a viajar desde los confines de la tierra para visitar al Señor Jesucristo que habitaría en el Monte Sión, o en la ciudad de Jerusalén. Qué viaje tan largo sería ese para quienes viven en los últimos rincones del mundo. Indudablemente ellos se embarcarían con gozo en ese viaje, y como la paz sería universal, y la pobreza estaría erradicada, los hombres no tendrían ninguna restricción para hacer un viaje así; todos podrían realizarlo; sin embargo, como no todos vivirían allí donde podrían ver a Cristo cada mañana, tendrían que contentarse con darle una mirada de vez en cuando. En cambio, vean, hermanos míos, el Espíritu Santo, el vicario de Cristo, habita en todas partes; y si nosotros queremos acudir al Espíritu Santo, no necesitamos movernos ni siquiera una pulgada; lo podemos encontrar en el armario o podemos hablar con Él en las calles. Jesucristo, según la carne, no podría estar presente en esta congregación y a la vez estar en la iglesia vecina, y mucho menos estar presente en los Estados Unidos, o en Australia, o en Europa, o en África al mismo tiempo; pero el Espíritu Santo está en todas partes, y por medio de ese Espíritu Santo, Cristo guarda Su promesa: "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." Él no podría guardar esa promesa de acuerdo a la carne, o al menos, somos bastante incapaces de concebirlo haciendo eso; pero a través del Espíritu Santo, gozamos dulcemente de Su presencia, y esperamos hacerlo hasta el fin del mundo. Piénsenlo bien, el acceso a Cristo, si estuviera aquí en Su personalidad corporal, no sería muy fácil para todos los creyentes. El día sólo tiene veinticuatro horas, y si nuestro Señor no durmiera nunca, si, como hombre, viviera todavía, y, como los santos arriba, no descansara ni de día ni de noche, a pesar de eso, sólo hay veinticuatro horas; y ¿qué serían veinticuatro horas para la supervisión de una Iglesia que nosotros confiamos que cubrirá toda la tierra? ¿Cómo podrían dos mil cien millones de creyentes recibir consuelo personal inmediato de Sus labios o las sonrisas de Su rostro? (2014) ¿Qué podría hacer un hombre mediante su presencia personal, aun si ese hombre fuera la Deidad encarnada? ¿Qué podría hacer en un día para consuelo de todos éstos? Vamos, no podríamos esperar que cada uno de nosotros lo vería cada día; no, escasamente podríamos esperar tener nuestro turno una vez cada no se cuántos años.
Pero, amados, ahora nosotros podemos ver a Jesús cada hora y cada momento de cada hora. Las veces que ustedes doblen su rodilla, Su Espíritu, que lo representa, puede tener comunión con ustedes y bendecirlos. No importa que sea a la medianoche que suba su clamor, o bajo la hoguera del ardiente mediodía, allí está el Espíritu esperando para derramar Su gracia, y los suspiros y los clamores de ustedes ascienden hasta Cristo en el cielo, y regresan con respuestas de paz. Tal vez a ustedes no se les ocurrieron estas dificultades al pensar de entrada en este tema; pero si reflexionan por un momento, verán que la presencia del Espíritu, evitando esa dificultad, da a cada santo un acceso a Cristo en todo momento; no sólo a unos cuantos favoritos, sino a cada creyente, el Espíritu Santo es accesible, y así todo el cuerpo de los fieles puede gozar de una comunión presente y perpetua con Cristo.
Debemos considerar además que la presencia de Cristo en la carne, sobre la tierra, por cualquier otro propósito diferente al de terminar la presente dispensación, implicaría otra dificultad. Por supuesto, cada palabra que Cristo hubiera hablado desde el tiempo de los apóstoles hasta ahora, habría sido inspirada; y siendo inspirada habría sido una lástima que cayera en la tierra. Por tanto, escribas sumamente ocupados estarían anotando siempre las palabras de Cristo; y, hermanos míos, si en el corto curso de tres años nuestro Salvador se las arregló para hacer y decir tanto que uno de los Evangelistas nos informa que si se hubiera escrito todo, el mundo mismo no habría podido albergar los libros que se habrían escrito, yo les pido que se imaginen qué tremenda cantidad de literatura habría adquirido la Iglesia cristiana si hubiera preservado las palabras de Cristo a través de estos dos mil 14 años.
Con toda certeza no habríamos tenido la Palabra de Dios en la forma simple y compacta de una Biblia de bolsillo. Más bien habría consistido en innumerables volúmenes de dichos y hechos del Señor Jesucristo. Únicamente el estudioso, no, ni siquiera el estudioso habría podido leer todas las enseñanzas del Señor, y el pobre y el ignorante estarían siempre en una terrible desventaja.
Pero ahora tenemos un libro que está terminado dentro de un alcance más bien reducido, y al que no se le debe agregar ni una sola línea; el canon de la revelación está sellado para siempre, y el hombre más pobre del mundo que crea en Cristo, que acuda con un alma humilde a ese libro, y que mire a Jesucristo que está presente por medio de Su Espíritu aunque no según la carne, en poco tiempo puede comprender las doctrinas de la gracia, y entender con todos los santos cuáles son las alturas y las profundidades, y comprender el amor de Cristo que excede a todo conocimiento.
Por tanto, debido a la inconveniencia, aunque la presencia corporal de Cristo pueda ser muy preciosa, es infinitamente mejor para el bien de la Iglesia que, hasta el día de Su gloria, Cristo esté presente por Su Espíritu, y no en la carne.
Además, hermanos míos, si Jesucristo estuviera todavía presente con Su Iglesia en la carne, la vida de fe no tendría el mismo espacio que tiene ahora para poder ser desplegada. Mientras hayan más cosas visibles para el ojo, habrá menos espacio para la fe: entre menos visibilidad, mayor manifestación de fe.
Entre más crece la fe, menos necesita de ayudas externas; y cuando la fe muestra su verdadero carácter, y está divorciada claramente del sentido y de la vista, entonces no necesita absolutamente nada en donde descansar, excepto en el poder invisible de Dios; ha aprendido a colgarse del mismo lugar de donde cuelga el mundo, es decir, de ningún soporte visible; de la misma forma que el arco eterno de ese cielo azul se despliega en lo alto sin ningún apoyo, así la fe descansa sobre los pilares invisibles de la verdad y de la fidelidad de Dios, y no necesita nada que la cimente o la apuntale.
La presencia de Cristo aquí, en carne corporal, y el conocimiento de Él de acuerdo a la carne, equivaldría a llevar a los santos de regreso a una vida de vista, y en alguna medida dañaría la simplicidad de la confianza desnuda. Ustedes recordarán que el apóstol Pablo dice: "De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne;" y agrega, "y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así." Será un día feliz para nosotros cuando la fe goce de la realización plena de sus esperanzas en la triunfante venida de su Señor; pero únicamente su ausencia puede entrenarla y educarla al punto necesario de refinamiento espiritual.
Ahora que Cristo se ha ido toda la lucha es entre espíritu y espíritu; entre Dios el Espíritu Santo y Satanás; entre la verdad y el error; entre la entrega de los creyentes y el apasionamiento de los incrédulos. Ahora la batalla es equilibrada. No tenemos milagros de nuestro lado; no los necesitamos, nos basta con el Espíritu Santo; no ordenamos fuego del cielo; ningún terremoto sacude la tierra bajo los pies de nuestros enemigos; Coré no es tragado; Datán no baja vivo al abismo. Nuestros enemigos poseen fuerza física y nosotros no la solicitamos.
¿Por qué? Porque por la acción divina nosotros podemos conquistar al error sin ella. En el nombre del Santo de Israel, en cuya causa nos hemos alistado; por Su poder somos suficientes sin necesidad de milagros, o señales, o maravillas. Si Cristo todavía estuviera aquí haciendo milagros, la batalla no sería tan espiritual como lo es ahora; pero la ausencia corporal del Salvador la convierte en un conflicto del espíritu del orden más noble y sublime.
Además, queridos amigos, el Espíritu Santo es más valioso para la Iglesia en su presente estado militante que lo que pudiera ser la presencia corporal de Cristo, pues Cristo debe estar aquí en una de dos maneras: Él debe estar aquí ya sea sufriendo, o sin sufrir. Si Cristo estuviera aquí sufriendo, entonces ¿cómo podríamos concluir que Su expiación ha sido consumada? ¿No es mucho mejor para nuestra fe que nuestro bendito Señor, habiendo hecho expiación por el pecado de una vez por todas, esté sentado a la diestra del Padre? ¿No es mucho mejor, pregunto yo, que verlo todavía batallando y sufriendo aquí abajo? "¡Oh! pero," dirá alguno, "¡tal vez no sufriría!" Entonces te pido que no desees tenerlo aquí hasta que nuestra guerra haya terminado, pues ver a un Cristo que no sufre en medio de Su pueblo sufriente; ver Su rostro calmo y tranquilo cuando tu rostro y el mío están arrugados de dolor; verlo sonriendo cuando nosotros estamos llorando, esto sería intolerable: no, eso no podría ser. Si Él fuera un Cristo sufriente ante nuestros ojos, entonces sospecharíamos que Él no ha completado Su trabajo; y, por otro lado, si Él fuera un Cristo que no sufre, entonces parecería como si Él no fuera un Sumo Sacerdote fiel hecho a semejanza de Sus hermanos. Estas dos dificultades nos conducen de regreso a un estado de agradecimiento hacia Dios porque no tenemos que responder a ese dilema, sino que el Espíritu de Dios, que es Cristo presente en la tierra, nos allana estas dificultades y nos proporciona toda la ventaja que podríamos esperar de la presencia de Cristo incrementada diez veces.
Solamente una observación adicional, que la presencia personal de Cristo, por mucho que la tengamos muy en alto, no produjo muy grandes resultados en Sus discípulos hasta que el Espíritu fue derramado de lo alto. Cristo era su Maestro; ¿cuánto aprendieron ellos? Bueno, allí tenemos a Felipe; Cristo tiene que decirle: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?" Ellos estaban confundidos con preguntas que ahora pueden ser respondidas por niños; al final de su curso de entrenamiento de tres años con Cristo, no habían alcanzado sino un limitado progreso. Cristo no era únicamente su Maestro, sino también su Consolador; sin embargo, con cuánta frecuencia Cristo no pudo consolarlos por causa de su incredulidad.
La intención de Cristo era nutrir las gracias de Sus discípulos, ¿pero dónde estaban esas gracias? Aquí tenemos a Pedro; él ni siquiera tiene la gracia del valor ni de la consistencia, sino que niega al Señor mientras el resto de ellos lo abandonan y huyen. Ni siquiera el Espíritu de Cristo había sido infundido en ellos. Su celo no había sido moderado por el amor, pues querían que el fuego del cielo consumiera a sus adversarios, y Pedro sacó una espada para cortar la oreja del siervo del Sumo Sacerdote. Ellos conocían escasamente las verdades que su Señor les había enseñado, y estaban muy lejos de absorber Su Espíritu celestial.
Inclusive sus dones eran muy débiles. Es cierto que una vez hicieron milagros, y predicaron, pero ¿con qué éxito lo hicieron? ¿Acaso han escuchado alguna vez que Pedro ganó tres mil pecadores por medio de un sermón? No fue sino hasta después que el Espíritu Santo vino. ¿Descubren que alguno de ellos es capaz de edificar a otros y construir la Iglesia de Cristo? No, el ministerio de nuestro Señor Jesucristo, considerado únicamente en relación a sus frutos inmediatos, no fue comparable a los ministerios que se dieron después que descendió el Espíritu. "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron." Su grandiosa obra como Redentor fue un triunfo completo de principio a fin; pero como Maestro, puesto que el Espíritu de Dios estaba únicamente sobre Él, y no sobre el pueblo, Sus palabras fueron rechazadas, Sus súplicas fueron despreciadas, Sus advertencias no fueron escuchadas por la gran multitud de personas. La poderosa bendición vino cuando se cumplieron las palabras de Joel. "Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días." Esa era la bendición, y una bendición tan rica y tan rara que ciertamente era conveniente que Jesucristo se fuera para que el Espíritu Santo descendiera.
III. LA PRESENCIA DEL CONSOLADOR ES SUPERLATIVAMENTE VALIOSA. Hemos llegado hasta aquí que admitimos que la presencia de Cristo es preciosa, pero la presencia del Espíritu Santo se muestra muy claramente como de mayor valor práctico para la Iglesia de Dios que la presencia corporal de Jesucristo.
Podemos concluir esto por los efectos que se vieron el día de Pentecostés. En el día de Pentecostés sonó la alarma celestial. El poderoso torbellino continúa su viaje hasta que alcanza el lugar elegido. Llena el lugar donde ellos permanecen sentados. Aquí encontramos un presagio de lo que el Espíritu de Dios será para la Iglesia. Vendrá misteriosamente sobre la Iglesia de acuerdo a la voluntad soberana de Dios; pero cuando venga, será para purgar la atmósfera moral, y para avivar el pulso de todos los que tienen respiración espiritual.
Esta es ciertamente una bendición, un beneficio que la Iglesia necesita grandemente. Yo quisiera que ustedes y yo pudiéramos respirar este viento, y recibir su influencia que da vigor, para que podamos ser convertidos en campeones de Dios y de Su verdad. Oh, que pudiera llevarse nuestras nieblas de duda y las nubes de error. Ven, viento sagrado, el mundo te necesita; la tierra entera requiere de Ti. Las exhalaciones malolientes que proliferan en esta calma mortal desaparecerían si Tus rayos divinos iluminaran al mundo y conmovieran la atmósfera moral. Ven, Espíritu Santo, ven, no podemos hacer nada sin Ti; pero si tenemos Tu viento, nosotros desplegamos nuestras velas, y aceleramos nuestro curso hacia la gloria.
Además, el Espíritu vino como fuego. Una lluvia de fuego acompañaba al recio viento que soplaba. ¡Qué bendición es esto para la Iglesia! La Iglesia necesita fuego para dar celo y energía a todos sus miembros. Teniendo este fuego, la Iglesia arde en su camino al éxito. El mundo la enfrenta con fuego hecho con gavillas de leña, pero ella confronta al mundo con el fuego de espíritus encendidos y almas que arden con el amor de Jesucristo. Ella no confía en el ingenio, ni en la elocuencia, ni en la sabiduría de sus predicadores, sino en el fuego divino que los cubre de energía. Sabe que los hombres son irresistibles cuando están llenos del consagrado entusiasmo enviado por Dios. Por lo tanto ella confía en esto, y su petición es: "¡Ven, fuego santo, habita en nuestros sacerdotes, pastores y maestros! ¡Descansa sobre cada uno de nosotros!" Este fuego es una bendición que Cristo no nos trajo en persona, pero que ahora da a la Iglesia a través de Su Espíritu.
Y luego de esa lluvia de fuego descendieron unas lenguas. Esto, también, es el privilegio de la Iglesia. Cuando el Señor dio a los apóstoles diversas lenguas, es como si les hubiera dado las llaves de varios reinos. "Vayan," les dijo, "Judea no es mi único dominio, vayan y abran las puertas de cada imperio, aquí están las llaves, ustedes pueden hablar cualquier idioma." Queridos amigos, aunque no podamos hablar con cada individuo en su propio idioma, sin embargo, tenemos las llaves de todo el mundo sujetadas a nuestro cinturón si tenemos al Espíritu de Dios con nosotros. Ustedes tienen las llaves que abren los corazones humanos si el Espíritu de Dios habla por medio de ustedes.
Hay una eficacia en el Evangelio que es poco imaginada por quienes se refieren a él como locura de hombres, cuando el Espíritu está con nosotros. Yo estoy persuadido que los resultados que han seguido al ministerio durante nuestra vida son triviales e insignificantes, comparados con lo que serían si el Espíritu de Dios estuviera trabajando con más poder en medio de nosotros. No hay ninguna razón en la naturaleza del Evangelio o en el poder del Espíritu por la cual no se convierta una congregación entera al escuchar la Palabra de Dios. No hay ninguna razón en la naturaleza de Dios por la cual no pueda permitir que una docena de sacerdotes, no pudieran ser el instrumento para la conversión de cada elegido hijo de Adán a un conocimiento de la verdad. El Espíritu de Dios es perfectamente irresistible cuando extiende todo Su poder. Su potencia es tan divinamente omnipotente que al instante que sale la obra es completada. El grandioso evento profético, vemos, ocurrió en el día de Pentescostés. El éxito alcanzado fue únicamente el correspondiente a los primeros frutos; Pentecostés no es la cosecha. Hemos estado acostumbrados a ver a Pentecostés como un despliegue grande y maravilloso del poder divino, que no podrá ser igualado en los tiempos modernos. Hermanos, va a ser superado. No veo a Pentecostés como el fin de la cosecha, con los graneros llenos de gavillas, no, sino como una ofrenda de la primera gavilla ante el altar de Dios. Ustedes deben esperar mayores cosas, recen pidiendo mayores cosas, anhelen mayores cosas.
He aquí nuestro mundo, sumido en una impasible ignorancia del Evangelio y que la única cosa que necesita es el Espíritu de Dios. No digan que necesitamos dinero; lo tendremos cuando el Espíritu toque los corazones de los hombres. No digan que necesitamos edificios, iglesias, construcciones; todo esto puede servir de ayuda, pero la principal necesidad de la Iglesia es el Espíritu, y hombres en los que el Espíritu pueda ser derramado. Si antes de morir yo pudiera decir únicamente una oración, sería esta: "Señor, envía a Tu Iglesia hombres llenos del Espíritu Santo, y de fuego." Denle a cualquier denominación hombres así, y su progreso será poderoso: quiten esos hombres, envíenles graduados universitarios, de gran refinamiento y profundo conocimiento, pero con poco fuego y con poca gracia y muy pronto esa denominación irá en declive. Dejen que venga el Espíritu, y el sacerdote podrá ser rústico, simple, rudo, sin modales, pero estando el Espíritu sobre él, ninguno de sus adversarios prevalecerá; su palabra tendrá el poder de sacudir las puertas del infierno. Amados hermanos, ¿acaso no dije algo bueno cuando afirmé que el Espíritu de Dios es de superlativa importancia para la Iglesia, y que el día de Pentecostés parece decirnos precisamente eso?
Recuerden que sin el Espíritu Santo nada bueno pudo venir o vendrá jamás a cualquiera de sus corazones: ningún suspiro de penitencia, ningún clamor de fe, ninguna mirada de amor, ninguna lágrima de santa tristeza. El corazón de ustedes no podría palpitar nunca con vida divina, excepto por medio del Espíritu; ustedes son incapaces del menor grado de emoción espiritual, ya no se diga de acción espiritual, aparte del Espíritu Santo. Ustedes yacen muertos, viviendo únicamente para el mal pero absolutamente muertos para Dios, hasta que el Espíritu Santo venga y los levante de la tumba. ¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie. Todo debe venir de Cristo, y Cristo no le da nada a los hombres excepto a través del Espíritu de toda gracia. Valoren, entonces, al Espíritu, como el conducto de todo bien que viene a ustedes.
Y además, nada bueno puede salir de ustedes aparte del Espíritu. Aunque esté en ustedes, sin embargo yace dormido excepto que Dios produzca en ustedes así el querer como el hacer, por Su buena voluntad. ¿Deseas predicar? ¿Cómo puedes hacerlo a menos que el Espíritu Santo toque tu lengua? ¿Deseas rezar? ¡Ay! Qué trabajo tan débil es, a menos que el Espíritu haga la intercesión por ustedes. ¿Quieren vencer al pecado? ¿Quieren ser santos? ¿Anhelan imitar a su Señor? ¿Desean elevarse a las alturas superlativas de la espiritualidad? ¿Quieren ser hechos como los ángeles de Dios, llenos de celo y ardor por la causa del Señor? "No pueden sin el Espíritu: Porque separados de mí nada podéis hacer." ¡Oh, pámpano, tú no puedes dar fruto sin la savia! ¡Oh hijo de Dios, tú no tienes vida en ti mismo aparte de la vida que Dios te da a través de Su Espíritu! ¿No tengo razón, entonces, cuando dije que el Espíritu Santo es superlativamente precioso, de tal forma que aun la presencia de Cristo según la carne no es comparable a Su presencia en gloria y poder?
Si estas cosas son así, veamos, los que somos creyentes en Cristo, al misterioso Espíritu con profundo temor y reverencia. Lo debemos reverenciar de tal manera de no contristarlo o provocarlo a ira por nuestro pecado. No lo apaguemos en ninguno de Sus menores movimientos en nuestra alma; nutramos cada sugerencia, y estemos listos a obedecer cada cada uno de Sus dictados. Si el Espíritu Santo es en verdad tan poderoso, no hagamos nada sin Él; no comencemos ningún proyecto, ni llevemos a cabo ninguna empresa ni concluyamos ninguna transacción, sin haber implorado Su bendición. Démosle el debido homenaje de sentir nuestra entera debilidad aparte de Él, y luego depender únicamente de Él, siendo esta nuestra oración: Abre Tú mi corazón, y todo mi ser a Tu venida, y sosténme con Tu espíritu libre cuando haya recibido ese espíritu dentro de mí. Ustedes que son inconversos, permítanme implorarles que en cualquier cosa que hagan, nunca desprecien al Espíritu de Dios. Recuerden que hay un honor especial asignado a Él en la Escritura: "Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada, ni en este siglo ni en el venidero." Recuerden, "A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado." Este es el pecado que es para muerte, del cual aun el tierno Juan dice: "por el cual yo no digo que se pida." Por tanto, tiemblen en Su presencia, quítense el calzado de sus pies, pues cuando Su nombre es mencionado, el lugar en que ustedes están, tierra santa es. El Espíritu debe ser tratado con reverencia.
Amigos, nosotros sabemos que como un cuerpo de hombres que buscan adherirse estrechamente a la Escritura y practicar las ordenanzas y sostener las doctrinas según las recibimos del propio Señor, no somos sino pobres y despreciados; y cuando miramos a los grandes de la tierra, los vemos del lado de lo falso y no de lo verdadero. ¿Dónde están los reyes y los nobles? ¿Dónde están los príncipes, y dónde están los hombres poderosos? ¿Acaso no están en contra del Señor de los Ejércitos? ¿Dónde está el oro? ¿Dónde está la plata? ¿Dónde está la arquitectura? ¿Dónde está la sabiduría? ¿Dónde está la elocuencia? ¿No han hecho un bando en contra del Señor de los Ejércitos? ¡Entonces qué! ¿Vamos a desalentarnos? Nuestros padres no se desalentaron. Ellos dieron su testimonio en el cepo y en la prisión, pero no tenían temor en cuanto a la buena y vieja causa; aprendieron a pudrirse en calabozos, pero no conocieron la cobardía. Sufrieron y dieron testimonio que no se desalentaron. ¿Por qué? Porque sabían que el Espíritu de Dios es poderoso y prevalecerá. Es mejor tener una iglesia pequeña formada por hombres pobres pero con el Espíritu de Dios con ellos pues, allí donde está el Espíritu de Dios hay libertad y poder. Entonces, tengan valor, sólo tenemos que buscar eso que Dios ha prometido dar, y podemos hacer maravillas. Él dará el Espíritu Santo a quienes lo pidan. Despierten, miembros de esta iglesia, y recen con sinceridad; y todos los creyentes del mundo, clamen en voz alta a Dios para que Su brazo desnudo pueda ser visto. Despierten, hijos de Dios, pues ustedes conocen el poder de la oración. No le permitan ningún descanso al ángel del pacto hasta que hable la palabra, y el Espíritu obre poderosamente entre los hijos de los hombres. La oración es un trabajo adaptado por cada uno de nosotros que estamos en Cristo. Quizá no podamos predicar la Palabra ni enseñarla pero, podemos rezar; y nuestra oración privada, quedará registrada en el cielo; esos clamores silenciosos y sinceros de nosotros traerán una bendición. En un retiro había algunos hermanos que repetían en un volumen de voz que casi no podía ser escuchado: "¡Hazlo Señor! ¡Hazlo! ¡Concédelo! ¡Escúchanos!" Me agrada ese tipo de oración en los retiros de oración; no me interesan los gritos de algunos de nuestros hermanos, aunque si quieren gritar, que lo hagan.
Estoy persuadido que únicamente necesitamos más oración, y no habría ningún límite para la bendición; pueden evangelizar Suecia, pueden evangelizar Europa, pueden volver cristiano al mundo entero, si sólo supieran cómo rezar. La oración puede obtener cualquier cosa de Dios, la oración lo puede obtener todo: Dios no le niega nada al hombre que sabe cómo pedir; el Señor nunca cierra Sus graneros sino hasta que tú cierras la boca; Dios no detendrá Su brazo mientras no detengas tu lengua. Reza en voz alta y no te detengas; no le des descanso hasta que envíe Su Espíritu otra vez para agitar las aguas y actuar en este mundo de tinieblas para traer luz y vida. Recen de día y de noche ustedes, elegidos de Dios, pues Él los vindicará con rapidez. Ustedes que no tienen el Espíritu, recen por Él. ¡Que el Señor los impulse a rezar! Que el Espíritu les dé fe; recuerden que el Espíritu Santo les dice que confíen en Cristo. Si honran al Espíritu Santo, confíen en Cristo. El hombre que confía en Cristo es regenerado. Ustedes deben arrepentirse, deben ser santos, porque el hombre que confía en Cristo se arrepentirá y será hecho santo; los embriones del arrepentimiento y de la santidad ya están en él. Confía en Cristo; el Espíritu Santo manda que confíes en Él. Que Él te conduzca a confiar en Cristo, y Él tendrá la gloria, por siempre. Amén. CAPÍTULO XV
"Que el Dios de toda esperanza los colme de gozo y paz en el camino de la fe y haga crecer en ustedes la esperanza por el poder del Espíritu Santo" Rom 15:13 El Poder es una prerrogativa exclusiva y especial de Dios y sólo de Dios. Esta prerrogativa exclusiva de Dios se encuentra en cada una de las tres Personas de la gloriosa Trinidad. El Padre tiene poder, pues por Su palabra fueron hechos los cielos y todo lo que contienen. Por Su fuerza todas las cosas se mantienen y por Él cumplen con su destino. El Hijo tiene poder pues, como Su Padre, Él es el Creador de todas las cosas, y "sin él no fue hecho nada de lo que ha sido hecho." Y "en él todas las cosas subsisten." Y el Espíritu Santo tiene poder.
Escribiré acerca del poder del Espíritu Santo. Consideraremos el poder del Espíritu santo de tres maneras en este día. Primero, las manifestaciones externas y visibles de ese poder. Segundo, sus manifestaciones internas y espirituales. Y tercero, las obras futuras y esperadas, derivadas de ese poder. Confío que de esta manera el poder del Espíritu se hará presente en tu alma.
I. El poder del Espíritu en SUS MANIFESTACIONES EXTERNAS Y VISIBLES. El poder del Espíritu no ha estado inactivo, ha estado trabajando. Mucho ha sido hecho ya por el Espíritu de Dios; más de lo que pudiera haber sido logrado por ningún ser excepto el Infinito, Eterno, Todopoderoso Yahvé de quien el Espíritu Santo es una Persona. Hay cuatro clases de obras que son los signos externos y manifiestos del poder del Espíritu: las obras de creación, las obras de resurrección, las obras de testimonio y las obras de gracia. De cada una de estas obras hablaré brevemente.
1) Primero, el Espíritu ha manifestado la omnipotencia de Su poder en las obras de creación. Aunque no se menciona frecuentemente en la Escritura, la creación es atribuida algunas veces al Espíritu Santo, así como también al Padre y al Hijo. Se nos dice que la creación de los cielos es la obra del Espíritu de Dios. Esto lo verán de inmediato en las sagradas Escrituras, en Job 26:13: "Su espíritu adornó los cielos; Su mano creó la serpiente tortuosa." Se dice que todas las estrellas del cielo fueron colocadas en lo alto por el Espíritu y una constelación llamada "serpiente tortuosa" es señalada especialmente como el trabajo de Sus manos. Él desata las ligaduras de Orión; Él ata con cadenas las dulces influencias de las Pléyades y guía a la Osa Mayor junto con sus hijos. Los cielos fueron adornados por Sus manos y Él formó a la serpiente tortuosa con Su poder. Y así también muestra Su poder en esos actos continuos de creación que todavía se realizan en el mundo, como crear al ser humano y a los animales, su nacimiento y su generación. Estos actos también se le atribuyen al Espíritu Santo.
Si ven el Salmo 104, en los versículos 29 y 30, leerán, "Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados; y renuevas la faz de la tierra." Así ven ustedes que la creación de todo hombre es la obra del Espíritu, y la creación de toda vida y de toda carne también. La existencia de este mundo se debe atribuir al poder del Espíritu, así como también el primer adorno de los cielos o la forma de la serpiente tortuosa. Y si ven en el primer capítulo del Génesis, allí notarán particularmente explicada esa peculiar obra de poder que fue llevada a cabo por el Espíritu Santo en el universo. Ustedes descubrirán entonces cuál fue Su trabajo especial. En el versículo segundo del primer capítulo de Génesis, leemos; "Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas." No sabemos cuán remoto pueda ser el período de la creación de nuestra tierra: ciertamente muchos millones de años antes del tiempo de Adán. Nuestro planeta ha pasado por varias etapas de existencia y diferentes clases de criaturas han vivido en su superficie, todas ellas creadas por Dios. Pero antes de que llegara la era en la que el ser humano sería su habitante principal y monarca, el Creador entregó el mundo a la confusión. Permitió que los fuegos internos estallaran y fundió toda la materia sólida de manera que toda clase de sustancias estaban mezcladas en una vasta masa de desorden. La única descripción que se podría dar al mundo de entonces es que era una caótica masa de materia.
Cómo debió ser, no podrían ustedes adivinarlo o definirlo. La tierra estaba enteramente desordenada y vacía. Las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Llegó el Espíritu y extendiendo sus anchas alas, ordenó a las tinieblas que se dispersaran y cuando voló Él sobre la tierra, todas las diferentes porciones de materia se colocaron en sus lugares y ya no fue "desordenada y vacía".
Se volvió redonda como sus planetas hermanos y se puso en movimiento. Si hubiéramos visto esa tierra en toda su confusión, habríamos dicho:
"¿Quién puede hacer un mundo de todo esto?" La respuesta habría sido:
"El poder del Espíritu lo puede hacer. Con sólo extender sus alas como de paloma, Él puede hacer que todas las cosas se junten. Por ello habrá orden en donde no había nada sino confusión." Y este no es todo el poder del Espíritu. Hubo una instancia de creación en particular en la que el Espíritu Santo estuvo más especialmente ocupado, a saber, la formación del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo.
Aunque nuestro Señor Jesucristo nació de una mujer y fue hecho a semejanza de la carne pecadora, el poder que lo engendró estuvo enteramente en Dios el Espíritu Santo, como lo expresan las Escrituras, "El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra." Él fue concebido por el Espíritu Santo, como dice el Credo de los Apóstoles. "Por lo cual también el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios." La estructura corporal del Señor Jesucristo fue una obra maestra realizada por el Espíritu Santo. Esa estructura, en toda su belleza y perfección, fue modelada por el. En Su libro estaban diseñados todos sus miembros cuando todavía no habían sido creados. Él Lo modeló y Lo formó.
2) Una segunda manifestación del poder del Espíritu Santo se encuentra en la resurrección del Señor Jesucristo. Si alguna vez han estudiado este tema, pueden haberse sentido desconcertados al descubrir que, algunas veces, la resurrección de Cristo es atribuida a Él mismo. Por Su propio poder y Divinidad resucitó. Él no podía haber sido detenido por los lazos de la muerte, sino que como entregó voluntariamente Su vida, tenía el poder de retomarla. En otra parte de la Escritura encontramos que la resurrección es atribuida a Dios el Padre: "Le levantó de los muertos." "Exaltado por la diestra de Dios." Y así otros muchos pasajes similares. Pero, también se dice en la Escritura que Jesucristo fue levantado de entre los muertos por el Espíritu Santo. Ahora bien, todas esas cosas son ciertas. Él resucitó por el Padre, porque el Padre dijo: "suelten al prisionero, déjenlo ir. La justicia ha sido satisfecha. Mi Ley ya no requiere más satisfacción, la venganza ha recibido lo que le correspondía, déjenlo ir." Aquí dio Él un mensaje oficial que liberó a Jesús de la tumba. Fue levantado por Su propia majestad y poder, porque Él tenía el derecho de salir y así lo sintió Él mismo y por ello "rompió las ataduras de la muerte, Él ya no podía ser retenido por ellas." Pero fue levantado por el Espíritu Su cuerpo mortal. Se levantó de nuevo después de haber permanecido en su tumba por tres días y noches y, si quieren pruebas de esto abre tu Biblia en: 1 Pedro 3:18, "Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu." Y se puede encontrar otra prueba en Rom, 8:11 "Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros." Entonces la resurrección de Cristo fue efectuada por obra del Espíritu. Si hubieran podido entrar, como lo hicieron los ángeles, en la tumba de Jesús y ver su cuerpo, lo habrían encontrado frío como cualquier cadáver. Si hubieran levantado Su mano, se habría desplomado a un lado. Si hubieran podido mirar sus ojos, los habrían visto vidriosos. Y allí se ve la lanzada mortal que debió acabar con su vida. ¿Puede vivir ese cuerpo? ¿Puede levantarse? Sí. ¡Y puede ser un ejemplo del poder del Espíritu! Porque cuando el poder del Espíritu llegó a Él, "Se levantó en la majestad de Su divinidad, brillante y resplandeciente, que asombró a los vigilantes de manera que huyeron. Sí, se levantó para no morir más, sino para vivir para siempre, Rey de reyes y Príncipe de los reyes de la tierra." 3) La tercera de las obras del Espíritu Santo que han demostrado Su poder de manera maravillosa, son las obras de testimonio. Con ello quiero decir las obras que atestiguan. Cuando Jesucristo fue bautizado en el río Jordán, el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma de paloma y lo proclamó el Hijo Amado de Dios. Eso es lo que yo llamo una obra de testimonio. Y cuando después levantó al muerto, cuando sanó al leproso, cuando les habló a las enfermedades y éstas huyeron rápidamente, cuando salieron precipitadamente por millares los demonios de los que estaban poseídos, todo eso se hizo por el poder del Espíritu. El Espíritu habitaba en Jesús sin medida y por ese poder se obraron todos esos milagros. Estas fueron obras de testimonio.
Y cuando Jesús se fue, recordarán ese magistral testimonio del Espíritu, que regresó como un poderoso viento estruendoso entre los Apóstoles y se les aparecieron lenguas repartidas como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos y fueron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según como el Espíritu les daba que hablasen. Y cómo también ellos hicieron milagros; cómo predicaban; cómo Pedro resucitó a Dorcas; cómo Pablo sopló la vida en Eutico; cómo se hicieron grandes milagros por los apóstoles así como los había hecho su Señor, de manera que se vieron grandes "señales y prodigios, llevados a cabo por el poder del Espíritu de Dios, y muchos creyeron." Después de eso ¿quién dudará del poder del Espíritu Santo? ¡Ah!, esos miembros de sectas que niegan la existencia del Espíritu Santo y Su absoluta personalidad, ¿qué van hacer cuando los atrapemos mostrándoles las obras de creación, de resurrección y de testimonio? Ellos están contradiciendo a la Escritura. Pero observen: es una piedra sobre la que si algún hombre cae, saldrá lastimado; pero si cae sobre él como lo hará si se resiste, lo triturará hasta convertirlo en polvo. El Espíritu Santo tiene un poder omnipotente. Sí, tiene el poder de Dios porque Él es Dios.
4) Además, si queremos otro signo externo y visible del poder del Espíritu, podemos mirar a las obras de gracia. Vean una ciudad donde un adivino tiene el poder que él mismo ha proclamado como una gran persona. Un cierto Felipe entra y predica la Palabra de Dios y en seguida Simón el Mago pierde su poder y él mismo busca para sí el poder del Espíritu, imaginando que puede comprarse con dinero.
Vean, en tiempos modernos, un país en donde los habitantes viven en miserables tiendas hechas de paja, y se alimentan de reptiles y de otras criaturas semejantes; obsérvenlos cómo se inclinan ante sus ídolos y cómo adoran a sus falsos dioses y cómo están tan hundidos en la superstición y tan degradados, que se llegó a debatir si tenían alma o no.
Evangelizados, arrojan a un lado sus ídolos, y odian y aborrecen sus costumbres anteriores; construyen casas en donde habitan; se visten y ahora tienen una mente recta. Rompen el arco y parten la lanza en pedazos; la gente incivilizada se torna civilizada; el salvaje se vuelve educado; el que no sabía nada comienza a leer las Escrituras. De esta manera por boca de aquellos que fueron salvajes, Dios atestigua el poder de Su poderoso Espíritu.
En mi ciudad, hay casas donde el padre es un borracho, un hombre que vive en una condición desesperada; véanlo en su locura, y preferirían encontrarse con un tigre sin cadenas que con un hombre así. Da la impresión de que él podría partir a un hombre en pedazos si este llegara a ofenderlo. Observen a su esposa. Ella también tiene su voluntad, y cuando él la maltrata, ella le opone resistencia; se han visto muchas peleas en esa casa, y a menudo el ruido que generan molesta a todo el vecindario. En cuanto a los pobres niños, véanlos en sus del cómo participant de esa desgracia y además son pobres pequeños ignorantes de la palabra de Dios.
¿Ignorantes dije? Están siendo instruidos y muy bien instruidos en la escuela del demonio y están creciendo para ser herederos de la condenación. Pero alguien a quien Dios ha bendecido por su Espíritu es guiado a esa casa.
Pero cuando empiezan a conocer y sentir las obras del Espíritu Santo, las lágrimas corren por sus mejillas como nunca las habían visto antes.
Tiembla y se estremece; el hombre fuerte se inclina; el hombre poderoso tiembla y esas rodillas que nunca temblaron, comienzan a tambalearse.
Ese corazón que nunca se acobardó, ahora empieza a temblar ante el poder del Espíritu.
Esta persona ahora observa cómo sus rodillas se doblan mientras sus labios pronuncian la oración de un niño, pero aunque es la oración de un niño, es la oración de un hijo de Dios. Su carácter le cambia. ¡Observen el cambio en su casa! Su mujer se vuelve una señora decente, esos niños son el crédito de la casa y, a su debido tiempo, crecen como ramas de olivo alrededor de su mesa. Si pasaran por ese hogar, no escucharían ruidos ni peleas, sino cánticos de Sion.
Véanlo, no más orgías de borracho; ha vaciado su última copa y ahora, renunciando a lo anterior, viene a Dios y es Su siervo. Ahora ya no escucharán a la media noche el grito de las bacanales, pero si se oyera un ruido, sería el sonido de un solemne himno de alabanza a Dios. Y, entonces, ¿acaso no existe algo así como el poder del Espíritu? ¡Sí! Y estos seres deben haberlo experimentado y visto.
Dejen que se predique el Evangelio y que sea derramado el Espíritu y verán que tiene un poder tal como para cambiar la conciencia, para mejorar la conducta, para levantar al degradado, para castigar y reprimir la maldad de la raza, y ustedes deben sentirse afortunado en eso. Digo: nada hay como el poder del Espíritu. Tan solo déjenlo entrar y seguramente todo puede lograrse.
II. Ahora, el segundo punto: EL PODER INTERIOR Y ESPIRITUAL DEL ESPÍRITU SANTO. Lo que ya he mencionado, puede ser visto. De lo que estoy a punto de hablar debe ser sentido y ninguna persona etenderá verdaderamente lo que escribo a menos que lo sienta. Lo visible, aun el infiel debe confesarlo; lo visible, el más grande blasfemo no puede negarlo, habla la verdad; pero de este poder interior alguien se reirá con entusiasmo y otro dirá que no es sino la invención de nuestras fantasías febriles. Sin embargo, tenemos una palabra de testimonio más segura que todo lo que ellos puedan decir. Sabemos que es la verdad y no tenemos miedo de hablar del poder interno espiritual del Espíritu Santo. Observemos algunas cosas en las que el poder interior y espiritual del Espíritu Santo se puede ver muy grandemente y alabarlo.
1) Primero, el Espíritu Santo tiene poder sobre los corazones de los hombres. Ahora bien, los corazones de los hombres son difíciles de impresionar. Si quieres interesarlos en cualquier objeto mundano, lo puedes lograr. Una palabra engañosa puede ganar el corazón de un hombre; un poco de oro puede ganar el corazón de un hombre; un poco de pueden ganar el corazón de un hombre. Pero no hay ningún sacerdote o ministro que respire que pueda ganar el corazón de un hombre por sí mismo. Puede ganar sus oídos y hacer que lo escuchen; puede ganar sus ojos y hacer que se fijen en él; puede ganar la atención, pero el corazón es muy resbaloso. Sí, el corazón es un pez que no se deja atrapar por los pescadores del Evangelio. Pueden algunas veces sacarlo casi fuera del agua pero, viscoso como una anguila, se resbala entre sus dedos, y, después de todo, no lo capturan. Muchos hombres se han imaginado que han capturado el corazón, pero luego se han desengañado. Sólo el Espíritu tiene el poder sobre el corazón del hombre. ¿Alguna vez han probado ustedes su poder en algún corazón? Si alguien pensara que un sacerdote o predicador puede convertir el alma, me gustaría saberlo. Déjenlo que lo intente. Dará su clase, tendrá los mejores libros que puedan obtenerse, tendrá las mejores reglas. Tomará al mejor muchacho de su clase y mucho me equivoco si ese muchacho no estuviere cansado en una semana. Déjenlo que pase cuatro o cinco clases intentándolo, pero luego dirá "Este muchacho es incorregible." Déjenlo intentar con otro. Y tendrá que intentar con otro y otro y otro, antes de que pueda ser capaz de convertir a uno. Pronto se dará cuenta que: "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dice el Señor de los ejércitos." ¿Puede convertir un Sacerdote, ministro, pastor o anciano? ¿Puede tocar el corazón? David dijo, "Se engrosó el corazón de ellos como sebo." Nuestra espada no puede llegar al corazón porque está recubierto de tal cantidad de grasa que es más duro que una rueda de molino. Una pieza del verdadero acero que Dios ha puesto en las manos de sus siervos ha perdido su filo al ser apuntada contra el corazón de un pecador. Nosotros no podemos llegar al alma; pero el Espíritu Santo sí puede. "Mi amado metió su mano por la ventanilla, y mi corazón se conmovió dentro de mí." Él puede dar un sentido del perdón comprado con la sangre que puede disolver a un corazón de piedra. Él puede: Hablar con esa voz que despierta a los muertos, Y que ordena levantarse al pecador, Y que hace que la conciencia culpable tema La muerte que nunca muere. Él puede hacer que se oigan los truenos del Sinaí; sí, y Él puede hacer que los dulces susurros del Calvario entren en el alma. Él tiene poder sobre el corazón del hombre. Y la prueba gloriosa de la omnipotencia del Espíritu es que Él tiene dominio sobre el corazón.
2) Pero hay una cosa más terca que el corazón: es la voluntad. "Mi Señor Obstinado," es un individuo que no puede ser fácilmente doblegado. La voluntad, especialmente en algunos hombres, es una facultad muy terca, y en cuanto a todos los hombres, si la voluntad es movida a oponerse, no hay nada que se pueda hacer con ellos. Alguien cree en el libre albedrío; muchos sueñan con el libre albedrío. ¡El Libre Albedrío! ¿Dónde se podrá encontrar? Una vez hubo libre albedrío en el Paraíso, y un terrible caos fue generado allí por el libre albedrío, porque echó a perder todo el Paraíso y arrojó a Adán fuera del huerto. Una vez hubo libre albedrío en el cielo, pero arrojó fuera al glorioso arcángel, y una tercera parte de las estrellas del cielo cayó en el abismo.
Yo no quiero tener nada que ver con el libre albedrío, pero trataré de ver si tengo libre albedrío dentro de mí. Y encuentro que lo tengo. Verdadero libre albedrío para el mal, pero muy pobre albedrío para lo que es bueno. Suficiente libre albedrío cuando peco, pero cuando quiero hacer el bien, el mal está presente en mí y cómo hacer lo que quisiera, no lo puedo descubrir. Sin embargo algunos presumen de libre albedrío. Me pregunto si aquellos que creen en él tienen algún poder mayor sobre las voluntades de las personas del que yo tengo. Yo sé que yo no tengo ninguno. Encuentro que el viejo proverbio es muy cierto: "Un hombre puede llevar un caballo al agua, pero cien hombres no pueden hacer que beba." Encuentro que yo puedo llevar a todos ustedes al agua y a muchos más de los que pueden caber en esta capilla. Pero yo no los puedo hacer beber y no creo que ni cien sacerdotes puedan hacerlos beber a ustedes.
Pero no puedo descubrir un plan para cambiar las voluntades de ustedes. No puedo persuadirlos. Y ustedes no cederán de ninguna manera. No creo que ningún hombre tenga poder sobre la voluntad de su compañero, pero el Espíritu de Dios sí lo tiene. "Los haré dispuestos en el día de mi poder." Hace que el pecador que no tiene voluntad quiera de tal manera, que vaya impetuosamente tras el Evangelio. El que era obstinado, ahora se apresura hacia la Cruz. El que se reía de Jesús, ahora se aferra a Su misericordia. Y el que no quería creer ahora es llevado a creer por el Espíritu Santo, no sólo con gusto, sino ansiosamente. Es feliz, está contento de hacerlo, se regocija con el sonido del nombre de Jesús y se deleita en correr por el camino de los mandamientos de Dios. El Espíritu Santo tiene poder sobre la voluntad. 3) Y, sin embargo, creo que hay algo que es peor que la voluntad. Podrán imaginar a qué me refiero. La voluntad es algo más difícil de doblegar que el corazón. Pero hay una cosa que sobrepasa a la voluntad en su maldad y es la imaginación. Espero que mi voluntad esté dirigida por la Gracia Divina. Pero me temo que en ocasiones mi imaginación no lo está. Aquellos que tienen mucha imaginación saben cuán difícil es de controlar. La imaginación a veces volará hacia Dios con tal poder que las alas del águila no pueden igualarla. A veces tiene tal poder que casi puede ver al Rey en su belleza y la tierra distante. A veces, mi imaginación me lleva a veces sobre las puertas de hierro, a través de ese infinito desconocido hasta las propias puertas de perlas y me permite descubrir al bendito Glorificado. Pero si es potente en un sentido también lo es en el otro. Pues también mi imaginación me ha hecho descender a los más viles escondrijos la tierra. Me ha traído pensamientos tan horribles, que a pesar de no poder evitarlos, he estado completamente aterrorizado por ellos. Estos pensamientos vendrán y cuando me siento en mi marco más santo, más devoto hacia Dios y más fervoroso en mi oración, a menudo sucede que es el preciso momento que estalla la plaga en su peor forma. Pero pienso una cosa, que puedo clamar cuando esta imaginación viene a mí. Yo sé que se dice en el Libro de Levítico que cuando se cometía un acto de maldad, si la muchacha clamaba contra él, entonces salvaba su vida. Así sucede con el cristiano; si clama hay esperanza. ¿Pueden encadenar a la imaginación? No, pero el poder del Espíritu Santo sí puede hacerlo. Lo hará y ciertamente termina haciéndolo. Lo hace aún aquí en la tierra. III. Pero la última cosa es: EL FUTURO Y LOS EFECTOS DESEADOS, porque, después de todo, aunque el Espíritu Santo ha hecho tanto, no puede decir todavía: Consumado es. Jesucristo pudo exclamar en lo que concierne a Su propia labor, "Consumado es"; pero el Espíritu Santo no puede decir eso, pues tiene todavía más que hacer. Y hasta la consumación de todas las cosas, cuando el propio Hijo llegue a ser sujeto al Padre, el Espíritu Santo no dirá: consumado es. ¿Qué es lo que tiene que hacer el Espíritu Santo?
1. Primero, tiene que perfeccionarnos en la santidad. Hay dos clases de perfección que un cristiano necesita: una es la perfección de la justificación en la persona de Jesús. Y la otra es la perfección de la santificación obrada en él por el Espíritu Santo.
Por el momento, la corrupción todavía descansa en los pechos de los regenerados. Actualmente el corazón es parcialmente impuro. Todavía tenemos lujurias e imaginaciones malvadas. Pero, oh, mi alma se regocija al saber que viene el día cuando Dios terminará el trabajo que ha iniciado y presentará mi alma, no solamente perfecta en Cristo, sino, perfecta en el Espíritu, sin mancha o defecto, o nada parecido.
¿Y es verdad que este pobre corazón depravado, llegará a ser tan santo como el de Dios? Y este pobre espíritu que a menudo exclama: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de pecado y de muerte?"; este mismo pobre espíritu, ¿será libre del pecado y de la muerte? ¿Y ya no oiré cosas malas que perturben mis oídos ni tendré pensamientos impuros que perturben mi paz? ¡Oh, feliz hora! ¡Que se apresure! Justo antes de que yo muera, se habrá terminado la santificación, pero hasta ese momento no puedo tener la perfección en mí mismo. Pero en aquel instante cuando parta mi espíritu tendrá su último bautismo en el fuego del Espíritu Santo. Será puesto en el crisol para su última prueba en el horno. Y entonces, libre de toda escoria y fino como el oro puro, será presentado a los pies de Dios sin el mínimo grado de escoria o mezcla. ¡Oh, gloriosa hora y momento bendito! Pienso que deseo morir aunque no hubiera un cielo, si tan solo pudiera tener esa última purificación y salir de la corriente del río Jordán totalmente limpio después de ser lavado. ¡Oh ser lavado, y quedar blanco, limpio, puro perfecto! Entonces, seré capaz de decir: ¡Gran Dios, soy limpio, por medio de la sangre de Jesús soy limpio, y a través de la obra del Espíritu, también soy limpio! ¿No debemos ensalzar el poder del Espíritu Santo que nos hace aptos para estar ante nuestro Padre en el cielo? 2. Otra gran obra del Espíritu Santo que no está cumplida todavía es la de traer la gloria del último día. Con el tiempo, no sé cómo, el Espíritu Santo será derramado en una forma muy diferente que en el presente.
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