El camino que nos conduce infaliblemente a la paz, la alegría y la felicidad (página 6)
Enviado por JORGE EDGARDO OPORTUS ROMERO
El texto se refiere, no tanto a que Dios oirá de vez en cuando la oración de Sus siervos, pues eso hará, aun cuando Sus siervos anden extraviados de Él, o cuando Él oculta Su rostro de ellos; pero el poder en la oración expresado aquí, es un poder continuo y absoluto con Dios; de tal manera que, para citar las palabras del texto, "Cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos". 1. Obediencia Infantil: Para esta oración hay ciertos prerrequisitos y elementos esenciales de los cuales tendremos que hablar ahora, y el primero es: obediencia infantil: "Cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus Mandamientos". Si estamos desprovistos de obediencia, el Señor podría decirnos lo que le dijo a Su pueblo Israel: "Mas vosotros me habéis dejado, y habéis servido a dioses ajenos; por tanto, yo no os libraré más. Andad y clamad a los dioses que os habéis elegido". Cualquier padre les dirá que si él concediera la petición de un hijo desobediente, estaría estimulando la rebelión en la familia, y se tornaría imposible que pudiera gobernar su propia casa. Es a menudo pertinente que el padre le diga: "hijo mío, no escuchaste lo que te acabo de decir, y por eso, no puedo escuchar lo que tú me dices" No se trata de que el padre no le ame, sino que debido al amor a su hijo, y por causa de ese amor, se siente obligado a mostrar su disgusto denegando la petición de su vástago descarriado. Dios actúa con nosotros como deberíamos actuar con nuestros hijos contumaces, y si ve que vamos a caer en pecado y a transgredir, como parte de Su amable disciplina paternal nos dice: "Cuando clames a Mí, no daré cabida a tu petición; cuando Me supliques, no te oiré; no te destruiré, serás salvo, tendrás el pan de vida, y el agua de vida, pero no recibirás nada más: los festines de mi reino te serán denegados, y no poseerás ninguna otra cosa incluyendo el predominio especial de tu oración". El Salmo ochenta y uno nos revela que el Señor trata con Su propio pueblo así: "¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos hubiera andado Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, y vuelto mi mano contra sus adversaries les sustentaría Dios con lo mejor del trigo, y con miel de la peña les saciaría." Vamos, si al hijo desobediente de Dios se le pusiera en sus manos la promesa: "Todo lo que pidiereis en oración lo recibiréis", con seguridad pediría algo que lo apoyara en su rebelión. Pediría una provisión para sus propias lascivias y ayudas para su rebelión. Esto no puede ser tolerado nunca. ¿Acaso Dios favorecería nuestras corrupciones? ¿Acaso alimentaría las llamas de la pasión carnal? Un corazón obstinado tiene ansias de una mayor libertad para poder ser más obstinado; un espíritu altivo anhela una elevación mayor para poder ser todavía más arrogante; un espíritu holgazán pide una mayor quietud para poder ser más indolente; y un espíritu dominante pide más poder para gozar de mayores oportunidades para la opresión. Según es el hombre, así serán sus peticiones: un espíritu rebelde ofrece oraciones orgullosas y obstinadas. ¿Acaso Dios oirá tales oraciones? No puede ser. Nos dará lo que pidamos si guardamos Sus mandamientos, pero si nos tornamos desobedientes y rechazamos Su gobierno, Él también rechazará nuestras oraciones, y dirá: "Si anduviereis conmigo en oposición, yo también andaré con ustedes en oposición: con los difíciles de soportar, yo me mostraré difícil de soportar". Felices seremos si por la gracia divina podemos decir con David: "Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Señor". Esta no sería nunca una perfecta obediencia, pero sería al menos inocencia del amor al pecado y de la rebelión voluntaria contra Dios.
2. Reverencia Infantil: Junto a esto, hay otro elemento esencial para la oración victoriosa, es decir, reverencia infantil. Adviertan la siguiente frase: recibimos lo que pedimos, "Porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él." Cuando los niños han recibido un mandamiento de su padre, no se les permite que cuestionen su validez o sabiduría; la obediencia termina donde comienza el cuestionamiento. El concepto que un hijo tiene de su deber no debe convertirse en la medida del derecho de mandar del padre: los buenos hijos dicen: "nuestro padre nos ha ordenado que hagamos tal y tal cosa, y por eso la haremos, pues siempre nos deleita agradarle". La razón más poderosa para la acción de un hijo es la persuasión que le agradará a sus padres; Precisamente lo mismo nos sucede con Dios, que es el Padre perfecto, y por tanto, sin temor a equivocarnos, hacer siempre lo que le agrada es nuestra norma, mientras que lo que le desagrada, es lo que hacemos indebido.
Supongan que cualquiera de nosotros fuera obstinado y dijera: "no haré lo que agrada a Dios, sino que haré lo que me agrada". Observen, entonces, cuál sería la naturaleza de nuestras oraciones: nuestras oraciones podrían resumirse en esta petición: "hágase mi voluntad". ¿Acaso podríamos esperar que Dios consintiera eso? ¿Acaso seremos señores no solamente de la heredad de Dios sino señores del propio Dios? ¿Querrían que el Todopoderoso renunciara al trono para colocar allí a un altivo mortal? Si tuvieran a un hijo en su casa que no tuviera ningún respeto de ningún tipo por su padre, pero que dijera: "quiero hacer en todo lo que se me venga en gana"; si viniera a pedirles algo, ¿le concederían lo que pide? ¿Acaso le permitirían que les dictara su conducta, y se olvidaran de la honra que debe guardarles? ¿Dirían ustedes: "sí, mi querido hijo, yo reconozco tu importancia y serás el señor de la casa, y obtendrás todo lo que pidas?" ¿Qué clase de casa sería esa? Me temo que hay algunos hogares que son así, pues hay padres insensatos que permiten que sus hijos se conviertan en sus señores y de esta manera se fabrican una vara para sus propias espaldas: pero la casa de Dios no tiene este ordenamiento: Él (Dios) no escuchará a los hijos obstinados, pero sí los oirá en Su enojo, y les responderá con ira. Recuerden cómo escuchó la petición que hizo Israel pidiendo carne, y cuando la carne estaba todavía en sus bocas se convirtió en una maldición para ellos. Muchas personas son disciplinadas cuando obtienen sus propios deseos, así como los rebeldes son llenados con sus propios artificios.
Debemos tener una reverencia a Dios semejante a la de un niño, de tal forma que sintamos: "Señor, si lo que yo te pido no te agrada, tampoco me agradaría a mí. Pongo en Tus manos mis deseos para que Tú los corrijas: tacha cada petición que yo ofrezca y que no sea correcta, y, Señor, agrega cualquier cosa que yo hubiera omitido, aunque no la hubiera deseado aun si hubiera podido recordarla. Buen Señor, si yo debí haberla deseado, óyeme como si la hubiese deseado. 'No sea como yo quiero, sino como tú'." Ahora, yo creo que pueden ver que es este espíritu sumiso lo que es esencial para el predominio continuo de la oración ante Dios; lo inverso es un impedimento seguro para la eficacia de la súplica. Tienen que fijar su mirada en agradarle en todo lo que hagan y en todo lo que pidan, pues de lo contrario Él no los mirará con favor. 3. Una confianza Infantil: En tercer lugar, el texto sugiere la necesidad de una confianza infantil: "Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo." En todas partes de la Escritura se habla de la fe en Dios como de algo necesario para una oración exitosa. Debemos creer que hay un Dios, y que es galardonador de los que le buscan, pues de lo contrario no habríamos orado del todo; en proporción a nuestra fe será el éxito de nuestra oración. Una regla vigente del reino es, "Conforme a vuestra fe os sea hecho". Recuerden cómo habla el Espíritu Santo por boca del apóstol Santiago: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor." El texto habla de fe en el nombre de Su Hijo Jesucristo, que entiendo que significa fe en Su carácter manifiesto, fe en Su Evangelio, fe en la verdad concerniente a Su sustitución y salvación. O puede significar fe en la autoridad de Cristo, de tal forma que cuando argumento con Dios diciendo: "hazlo en el nombre de Jesús", quiero decir, "haz por mí lo que habrías hecho por Jesús, pues estoy autorizado por Él a usar Su nombre; haz por mí lo que habrías hecho por Él". El que puede orar con fe en el nombre no puede fallar, pues el Señor Jesús ha dicho: "Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo hare!". Pero tiene que haber fe, y si no hay fe, no podemos esperar ser escuchados. ¿Acaso no ven que es así? Vayamos nuevamente a nuestros símiles de familia. Supongan que un hijo de la casa no cree en la palabra de su padre, y está diciendo constantemente que tiene su mente llena de dudas en relación a la veracidad de su padre; supongan que en verdad les dice a sus hermanos y hermanas que su fe en su padre es muy débil. Menciona ese triste hecho y no le da vergüenza decir tal cosa, y más bien siente que deberían tenerle lástima, como si se tratase de una debilidad que no puede evitar. De alguna manera u otra no cree que su padre diga la verdad, y declara que aunque procura creer en la promesa de su padre, no puede hacerlo. Yo pienso que un padre del que se desconfía tan ruinmente, no tendría mucha prisa de conceder las peticiones de su hijo; más bien, es muy probable que las peticiones del desconfiado hijo no puedan ser cumplidas, aun si su padre estuviera anuente a hacerlo, pues equivaldría a galardonar su propia incredulidad, y constituiría una deshonra para su padre. Por ejemplo, supongan que a este hijo se le metiera en la cabeza dudar que su padre fuera a proveer para su alimentación diaria; podría entonces venir a su padre y decirle: padre, dame suficiente dinero para que me dure por los siguientes diez años, pues para entonces ya seré un hombre, y seré capaz de mantenerme a mí mismo. Dame dinero para calmar mis temores, pues tengo gran ansiedad. El padre le respondería: hijo mío, ¿por qué habría de hacer eso? Y recibe por respuesta: lamento mucho decirlo, padre querido, pero no puedo confiar en ti; mi fe en ti y en tu amor es tan débil, que temo que uno de estos días vas a dejar que me muera de hambre, y por eso me gustaría contar con algo seguro en el banco.
¿Quién entre ustedes que es padre escucharía la petición de un hijo, si le pidiera algo así? Ustedes se sentirían agraviados si pensamientos tan deshonrosos para ustedes atravesaran la mente de alguno de sus hijos queridos; pero, no le darían nada, y no querrían darle nada.
Permítanme, entonces, aplicar la parábola a ustedes mismos. ¿Han ofrecido alguna vez peticiones que eran de la misma naturaleza? Han sido incapaces de confiar en que Dios les dé su pan de cada día, y por tanto han estado ansiando eso que ustedes llaman "alguna provisión para el futuro". Necesitan un abastecedor más confiable que la providencia, una seguridad mayor que la promesa de Dios. Son incapaces de confiar en la palabra de su Padre celestial.
¡Algunos pueden confiar en el Sultán de Turquía, o de algún presidente de algún país determinado, pero no en el Dios de toda la tierra! De mil maneras insultamos al Señor cuando imaginamos que "las cosas que se ven" son más sustanciales que la omnipotencia invisible. Le pedimos a Dios que nos dé de inmediato lo que no requerimos al presente, y tal vez no necesitaremos nunca; La razón para tales deseos puede ser encontrada en una desconfianza para con Él, que nos lleva a imaginar que requerimos de grandes provisiones para asegurar nuestra existencia.
Amigos, ¿Acaso esperan que el Señor ayude e instigue su necedad? ¿Acaso Dios favorecerá tu desconfianza? ¿Les dará montones de oro corruptible y de plata que hurtan los ladrones y baúles de vestidos que servirán de alimento a la polilla? ¿Quisieran que el Señor actuara como si admitiera la validez de sus sospechas y reconociera Su infidelidad? ¡Dios no lo quiera! Por tanto, no esperen ser escuchados cuando su oración sea sugerida por un corazón incrédulo: "Encomienda al Señor tu camino, y confía en él; y él hará." 4. Amor Infantil: El siguiente elemento esencial para un éxito continuado en la oración es un amor infantil: "Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado." Lo mismo que se dice de Dios, "Dios es amor", se puede decir del cristianismo: el cristianismo es amor. Si cada uno de nosotros fuera una encarnación del amor, habríamos alcanzado la semejanza completa con Cristo. Debemos abundar en amor a Dios, amor a Cristo, amor a la iglesia, amor a los pecadores, y amor a los hombres en todas partes. Cuando un hombre no tiene amor a Dios, está en la condición de un hijo que no siente amor por su padre. ¿Acaso prometerá su padre cumplir absolutamente todos los deseos de un corazón desamorado y carente de amor filial? O si un hijo no tiene amor por sus hermanos y hermanas, ¿le confiaría el padre una promesa absoluta diciéndole: "Pedid y se os dará"? Vamos, el hijo desamorado empobrecería a la familia entera por sus exigencias egoístas; sin importarle todo el resto de las personas de la casa, sólo se cuidaría de entregarse a sus propias pasiones. Su petición antes de mucho tiempo sería: "Padre, dame toda la herencia"; o "Padre, gobierna el hogar según mi conveniencia, y haz que todos mis hermanos se sometan a mis deseos". Envanecido por su apariencia personal, como Absalón, que estaba orgulloso de su cabello, pronto querría apoderarse del reino. Pocas personas, como José, pueden vestir la túnica de diversos colores sin convertirse en tiranos de la casa.
¿Quién permitiría que un hijo pródigo se largara con todas las posesiones?
¿Quién sería tan necio como para instalar en el sitio de honor a un hermano dominante y codicioso, por encima de sus hermanos? Por esto pueden ustedes ver que no se le puede confiar el poder de la oración al egoísmo. A los espíritus desamorados, que no aman a Dios ni a los hombres, no se les pueden confiar las grandes, amplias e ilimitadas promesas. Debemos amar a Dios para que nos escuche, y debemos amar a nuestro prójimo; pues, cuando amamos a Dios, no oramos por nada que deshonre a Dios, y no deseamos ver que se nos otorgue nada que no fuera también una bendición para nuestros hermanos. Nuestros corazones latirán sinceramente para Dios y para Sus criaturas, y no estaremos arropados en nosotros mismos. Deben deshacerse del egoísmo antes de que Dios les confíe la llaves del cielo; pero cuando el ego esté muerto, entonces Él les habilitará para que abran la cerradura de los tesoros, y, como príncipes, tendrán poder con Dios y prevalecerán. 5. Costumbres Infantiles: Además de esto, debemos tener también costumbres infantiles. Lean el siguiente versículo: "El que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él". Uno de los modos de ser infantiles es amar tu hogar. El buen niño cuyas peticiones siempre son oídas por su padre, no ama tanto ningún otro lugar como la vieja casa donde viven sus padres. Ahora, se dice que el que ama y guarda los mandamientos de Dios permanece en Él; ha convertido al Señor en su lugar de habitación, y mora en santa familiaridad con Dios. En él se cumplen las palabras de nuestro Señor: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." La fe y el amor, como dos alas querúbicas, han transportado al corazón del creyente por encima del mundo, y lo han depositado cerca del trono de Dios. Se ha vuelto semejante a Dios, y ahora sus oraciones son de tal naturaleza que Dios las responde; pero mientras no sea conformado de esta manera a la mente divina, tiene que haber algún límite a la potencia de sus súplicas. Permanecer en Dios es necesario para el poder con Dios. Supongan que alguno de ustedes tiene un hijo, que dijera: "padre, no me gusta mi hogar, tú no me importas; y no voy a soportar las restricciones de las reglas familiares; voy a vivir con extraños, pero fíjate, padre, que voy a venir a ti cada semana, y te voy a pedir muchas cosas; y esperaré que tú me concedas lo que te pida". Vamos, si ustedes son capaces en lo más mínimo de ser cabezas de familia, dirían: "hijo mío, ¿cómo te atreves a hablarme de esa manera? Si eres tan obstinado como para abandonar mi casa, ¿esperarías que yo cumpla tus órdenes? Si tú me desairas completamente, ¿esperarías que yo te apoye en tu cruel malignidad y perversa insubordinación? No, hijo mío; si no permaneces conmigo y no me reconoces como un padre, no te puedo prometer nada." Y lo mismo sucede con Dios. Si permanecemos con Él y tenemos comunión con Él, nos dará todas las cosas. Si le amamos como debe ser amado, y confiamos en Él como debemos hacerlo, entonces oirá nuestras peticiones; pero si no lo hacemos, no es razonable que esperemos que nos oiga. Sería una afrenta para el carácter divino si Él cumpliera los deseos perversos y satisficiera los caprichos malvados. "Deléitate asimismo en el Señor, y él te concederá las peticiones de tu corazón", pero si no te deleitas en Dios, y Él no es tu morada, no te responderá. Podrá darte pan de aflicción y agua de aflicción, y hacerte amarga la vida, pero ciertamente no te concederá lo que tu corazón desea.
6. Espíritu Infantil: Algo más: Pareciera por el texto que debemos tener un espíritu infantil, pues "Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado." ¿Qué es esto sino el Espíritu de adopción, el Espíritu que gobierna en todo a los hijos de Dios? Los obstinados que piensan y sienten y actúan de manera diferente a Dios, no deben esperar que Dios se conforme a su manera de pensar y de sentir y de actuar. Los egoístas que son movidos por el espíritu de la altivez, los holgazanes que son motivados por el amor al ocio, no pueden esperar que Dios les conceda lo que quieran. Si el Espíritu Santo gobierna en nosotros, subordinará nuestra naturaleza a Su propia influencia, y entonces las oraciones que brotan de nuestros corazones renovados estarán de conformidad con la voluntad de Dios, y tales oraciones serán naturalmente escuchadas. Ningún padre pensaría en escuchar a un hijo obstinado, a un hijo que dijera: "yo sé que mi padre no desea que tenga esto, pero de todas maneras lo tender". Vamos, como hombre adulto no querrías ser doblegado por un mozalbete presuntuoso. ¿Nos concederá Dios aquello que pedimos cuando es contrario a Su santa mente? No puede ser así: tal posibilidad no es concebible. Que haya en nosotros el mismo pensamiento que hubo en Cristo Jesús, y entonces seremos capaces de decir: "Yo sabía que siempre me oyes." II. EL PODER DE ESTOS ELEMENTOS ESENCIALES. Si están en nosotros y en abundancia, nuestras oraciones no pueden ser estériles o sin provecho. 1. El Primero Elemento Escencial es tener Fe en Dios. No hay duda de que Dios oirá nuestra oración. Si podemos alegar en fe el nombre y la sangre de Jesús, debemos obtener respuestas de paz. Pero mil objeciones son sugeridas. Supongan que estas oraciones tengan que ver con las leyes de la naturaleza, entonces los científicos estarían en contra nuestra.
¿Cómo? Yo no sé de ninguna oración digna de ser dicha que no entre en contacto con alguna ley natural o de otro tipo, y sin embargo creo que las oraciones son escuchadas. Se dice que Dios no cambiará las leyes de la naturaleza por nosotros, y yo replico: ¡Quién dijo que lo haría! El Señor tiene formas de responder a nuestras oraciones, independientemente de obrar milagros o suspender las leyes. Él solía responder la oración por medio de milagros, pero, esa parece una forma más burda de lograr Su propósito; es como detener una gran máquina por un resultado pequeño, pero Él sabe cómo lograr Sus fines y oír nuestras oraciones por medios secretos que desconozco. Nosotros creemos que las oraciones de los cristianos son una parte de la maquinaria de la providencia, dientes de la grandiosa rueda del destino, y cuando Dios guía a Sus hijos a orar, ya ha puesto en movimiento una rueda que tiene que producir el resultado solicitado, y las oraciones ofrecidas se están moviendo y son parte de esa rueda. Si sólo hay fe en Dios, Dios tiene que oír la oración, o dejaría de existir, y cesaría de ser veraz. El versículo anterior al texto dice: "Si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él".
La confianza infantil nos conduce a rezar como nadie más podría hacerlo. Hace que el hombre rece por cosas grandes que nunca habría pedido, si no hubiese aprendido esta confianza; y lo lleva rezar por pequeñas cosas que muchas personas tienen miedo de pedir, porque todavía no han sentido para con Dios, la confianza de los niños. A menudo he pensado que se requiere mayor confianza en Dios para pedirle algo pequeño que para pedirle cosas grandes. Nos imaginamos que nuestras cosas grandes son un poco más dignas de la consideración de Dios, aunque en verdad son muy pequeñas para Él; y luego nos imaginamos que nuestras cositas son tan irrelevantes que sería casi un insulto traerlas delante de Él; por el contrario, deberíamos saber que lo que es muy grande para un hijo podría ser muy poca cosa para su padre, y sin embargo, el padre no mide esa cosa desde su propia perspectiva, sino desde la perspectiva del hijo.
Un niñito lloraba amargamente: Su madre lo llamó y le preguntó qué le dolía. Era una astilla clavada en su dedo. Bien, eso era algo sin mayor importancia, y no necesitaste llamar a tres cirujanos para que extrajeran la astilla, ni sonar la alarma en la prensa pública. Traes una aguja y pronto está resuelto. Oh, pero qué cosa tan grande fue para el pequeño sufriente, mientras estaba parado allí con ojos llenos de lágrimas de angustia. Era un gran motivo de preocupación para él. Ahora, ¿acaso se le ocurrió a ese niño que su dolor era algo demasiado pequeño para que su madre lo ayudara? Para nada; ¿para qué son los padres y las madres sino para atender las pequeñas necesidades de sus hijitos? Y Dios nuestro Padre es un buen padre, Él se compadece de nosotros como los padres se compadecen de sus hijos, y condesciende con nosotros. Él cuenta el número de las estrellas, y a todas ellas llama por sus nombres, y también sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas. El mismo Dios que enciende al sol, ha dicho: "No apagaré el pábilo que humeare". Si ustedes tuvieran confianza en Dios traerían delante de Él sus cosas grandes y sus cositas, y nunca defraudará su confianza, pues Él ha dicho que la confianza en Él no será avergonzada ni afrentada, por todos los siglos. La fe tendrá éxito. 2. El Segundo Elemento Escencial es el Amor. El amor tendrá éxito también, pues ya hemos visto que el hombre que ama en el sentido cristiano, está en armonía con Dios. Si limitan su amor a su propia familia, no deberían esperar que Dios les responda, pues no tomará en cuenta las oraciones reducidas a ese círculo. Si un hombre ama su pequeño yo propio, y espera que la cosecha de trigo de todas las demás personas se pierda para que su producto alcance un mayor precio, ciertamente no puede esperar que el Señor esté de acuerdo con ese egoísmo malvado. Si un hombre tiene suficiente corazón para abrazar a todas las demás criaturas de Dios con su afecto, mientras sigue orando especialmente por la familia de la fe, sus oraciones serán acordes con la mente Divina. Su amor y la bondad de Dios corren lado a lado. Aunque el amor de Dios es como un potente río caudaloso, y el suyo es como un arroyuelo semiseco, ambos corren en la misma dirección, y llegarán al mismo destino. Dios oye siempre las oraciones de un hombre amoroso, porque esas oraciones son las sombras de Sus propios decretos.
3. El Tercer Elemento Escencial es la Obediencia: Es el hombre a quien Dios oye, porque su corazón obediente le conduce a orar humildemente, y con sumisión, pues siente que su más elevado deseo es que la voluntad del Señor sea hecha. Por esta razón, el hombre de obediente corazón reza como un oráculo; sus oraciones son profecías. ¿Acaso no es uno con Dios? ¿Acaso no desea y pide exactamente lo que Dios quiere? ¿Cómo podría no dar en el blanco una flecha disparada por tal arco? Si tu alma está sintonizada con el alma de Dios, desearás los propios deseos de Dios. La dificultad radica en que no nos mantenemos en una relación con Dios; pero si lo hiciéramos, entonces tocaríamos la misma nota que toca Dios; y aunque la Suya sonaría como trueno, y la nuestra como un susurro, sin embargo habría una perfecta concordancia: la nota tocada por la oración en la tierra, coincidiría con la nota emitida por los decretos del cielo. 4. Un Cuarto Elemento Escencial es Vivir en Comunión con Dios: La persona tendrá con seguridad éxito en la oración, porque, si permanece en Dios, y Dios en él, deseará lo que Dios desea. El creyente que está en comunión con el Señor, desea el bien del hombre, y lo mismo hace Dios; desea la gloria de Cristo, y lo mismo desea Dios; desea la prosperidad de la iglesia, y lo mismo desea Dios; desea ser él mismo un modelo de santidad, y Dios también lo desea. Si ese hombre tuviera en cualquier momento un deseo que no es conforme a la voluntad de Dios, subsana ese defecto por la vía de la oración, que siempre tiene este agregado al final: Señor, si he pedido algo en esta oración que no sea acorde con tu mente, te suplico que no me oigas; y si algún deseo que te haya expresado, aunque sea el deseo que arde en mi pecho por encima de todos los demás deseos, es uno que no es recto a Tus ojos, no me tomes en cuenta, pero en tu infinito amor y compasión, haz algo mejor por Tu siervo de lo que Tu siervo sabe pedir. Ahora, cuando una oración es expresada así, ¿cómo podría fallar? El Señor mira por las ventanas del cielo y ve esa oración que se dirige a Él, justo como Noé vio a la paloma que regresaba al arca, y extiende Su mano a esa oración, y como Noé introdujo la paloma al arca, así el Señor acerca esa oración y la recibe en Su propio pecho, y le dice: "tú saliste de mi pecho, y te doy la bienvenida de regreso a Mí: mi Espíritu te inspiró y por tanto te voy a responder". 5. Un Quinto Elemento Escencial es que, como cristianos debemos estar siendo llenados constantemente del Espíritu Santo: "Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado." Así, ¿quién conoce las cosas de Dios sino el Espíritu de Dios? Y si el Espíritu de Dios permanece en nosotros, entonces nos hace saber cuál es la mente de Dios; hace intercesión en los santos de acuerdo a la voluntad de Dios. Algunas consideraciones finales: 1. ¿Contamos con los elementos esenciales para el éxito? ¿Creemos en el nombre de Jesucristo? 2. ¿Estamos llenos de amor hacia Dios y hacia nuestro prójimo? El doble mandamiento es que creamos en el nombre de Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros.
3. ¿Nos amamos los unos a los otros? ¿Caminamos en amor? No hay ninguno de nosotros que sea perfecto en eso. ¿Hemos hecho cosas desamoradas, hemos pensado cosas desamoradas, hemos dicho cosas desamoradas, hemos prestado atención a la murmuración desamorada, no hemos extendido una mano amorosa cuando debimos prestar ayuda, y más bien hemos empujado con nuestra mano sin amor al hombre que estaba cayendo?. Si en la iglesia de Dios hay una falta de amor, no podemos esperar que la oración sea oída, pues Dios dirá: "Me piden prosperidad. ¿Para qué? ¡Para agregar más personas a una comunidad que no tiene amor para consigo misma! Me piden conversiones. ¡Cómo!, ¿para traer más personas para que se unan a una comunidad que no tiene amor?" ¿Esperan que Dios salve a pecadores que ustedes no aman, y que convierta almas que a ustedes no les preocupan en lo más mínimo? Nuestro amor debe acompañar a la almas a Cristo, pues, bajo la influencia del Espíritu Santo, el gran instrumento para la conquista del mundo es el amor. La espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, es el arma principal, y le sigue el comportamiento amoroso y la conversación generosa de los cristianos hacia sus semejantes. ¿Cuánto amor tenemos? O, ¿qué tan poco amor tenemos?
4. ¿Estamos haciendo lo que es agradable delante de Dios? No podemos esperar respuestas a la oración si no lo estamos haciendo. Háganse todos la pregunta: ¿Has estado haciendo últimamente lo que te gustaría que viera Jesucristo? ¿Está tu casa ordenada de tal manera que agrade a Dios? Supón que Jesucristo visitara tu casa esta semana, inesperadamente y sin ninguna invitación: ¿qué pensaría de lo que habría de ver? A menos que los miembros de la iglesia hagan lo que es agradable a Sus ojos, trancan la puerta para que no entre el crecimiento; impiden que las oraciones de la iglesia tengan éxito. ¿Quién desea ser el hombre que entorpezca el camino del crecimiento de la iglesia de Dios debido a la inconsistencia de su conducta? ¿Quién será culpable de algo así? Hay algunos que aunque profesan ser seguidores de Cristo, son tan inconsistentes que no son amigos sino enemigos de la cruz de Cristo. 5. ¿Permanecemos en Dios? El texto dice que si guardamos Sus mandamientos, Dios permanece en nosotros y nosotros en Él. ¿Es así? ¿Durante el día, pensamos en Dios? ¿En nuestro negocio permanecemos todavía en Dios? Un cristiano no es alguien que corra a Dios en la mañana, y otra vez por la noche sino que debemos permanecer en Dios, y vivir en Él, desde la salida del sol hasta el ocaso, haciéndolo el objeto de nuestra meditación, y caminando como delante de Él, sintiendo siempre: Tú eres Dios que ve. 6. ¿Nos mueve a actuar el Espíritu de Dios, o se trata de otro espíritu? ¿Esperamos en Dios, diciendo: Señor, que tu Espíritu me diga qué decir en este caso, y qué hacer; gobierna mi juicio, subyuga mis pasiones, mantén abatidos mis bajos impulsos, y que Tu Espíritu me guíe. Señor, sé para mí mejor que yo mismo; sé alma y vida para mí, y en el triple reino de mi espíritu, alma y cuerpo, buen Señor, sé Tú supremo Señor, para que en cada provincia de mi naturaleza Tu ley pueda ser erigida, y Tu voluntad obedecida. La multitud de toda clase de gentes debe estar con nosotros para probarnos, pues el Señor ha dicho: "Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siege", y si intentamos erradicar la cizaña también estaríamos arrancando el trigo. Sin embargo, de cualquier forma, pidamos al Señor que fortalezca al trigo más que la cizaña. Una de dos cosas siempre sucede en una iglesia. Una es que el trigo ahogue a la cizaña o que la cizaña ahogue al trigo. Que Dios conceda gracia a Sus siervos para que sean lo suficientemente fuertes para vencer al mal que les rodea, y, habiendo hecho todo, que sean para la alabanza de la gloria de Su gracia, que también nos ha hecho aceptos en el Amado. Que el Señor en esta gran tarea de vivir en el mundo sin ser parte del mundo nos bendiga con la presencia del Espíritu Santo para ser mas que vencedores en Su Nombre y esté con nosotros para siempre. Amén y Amén.
CAPÍTULO XII
"Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho." Juan 14: 26 Simeón llamó a Jesús 'la consolación de Israel' y en verdad lo fue. Antes de Su aparición real, Su nombre era el 'Lucero de la Mañana' que ilumina la oscuridad y profetiza la llegada del alba. A Él miraban con la misma esperanza que alienta al centinela nocturno, cuando desde la almena del castillo divisa la más hermosa de las estrellas y la aclama como pregonera de la mañana.
Cuando estaba en la tierra, fue la consolación de quienes gozaron del privilegio de ser Sus compañeros. Podemos imaginar cuán prestamente acudían a Cristo los discípulos para comentarle sus aflicciones, y cuán dulcemente les hablaba y disipaba sus temores con aquella inigualable entonación de Su voz. Como hijos, ellos le consideraban como un Padre; a Él presentaban toda carencia, todo gemido, toda angustia y toda agonía, y Él, cual sabio médico, tenía un bálsamo para cada herida; Él dispensaba prontamente un potente remedio para mitigar todas sus tribulaciones.
¡Oh, debe haber sido muy dulce vivir con Cristo! En verdad las aflicciones entonces no eran sino gozos enmascarados, porque proporcionaban la oportunidad de acudir a Jesús para alcanzar su alivio. ¡Oh, que hubiéramos podido posar nuestras cabezas sobre el pecho de Jesús, y que nuestro nacimiento hubiera sido en aquella feliz época que nos habría permitido escuchar Su amable voz, y contemplar Su tierna mirada, cuando decía: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados"! Pero ahora se acercaba la hora de su muerte. Grandes profecías iban a ver su cumplimiento, y grandes propósitos iban a ser cumplidos, y por ello, Jesús debía partir. Era menester que sufriera, para que se convirtiera en la propiciación por nuestros pecados. Era menester que dormitara durante un tiempo en el polvo, para que pudiera perfumar la cámara del sepulcro a fin de que: "Ya no fuera más un osario que cerque Las reliquias de la perdida inocencia." Era menester que tuviera una resurrección, para que nosotros, que un día seremos los muertos en Cristo, resucitemos primero, y nos plantemos sobre la tierra en cuerpos gloriosos. Y era menester que ascendiera a lo alto para llevar cautiva la cautividad, para encadenar a los demonios del infierno, para atarlos a las ruedas Su carruaje y arrastrarlos cuesta arriba a la colina del alto cielo, para hacerles vivir una segunda derrota que será infligida por Su diestra cuando los arroje desde los pináculos del cielo hasta las más hondas profundidades de abajo. "Os conviene que yo me vaya", -dijo Jesús- "porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros." Jesús debe partir. Lloren ustedes que son Sus discípulos. Jesús ha de irse. Lamenten ustedes, pobres criaturas, que han de quedarse sin un Consolador. Pero escuchen cuán tiernamente habla Jesús: "No os dejaré huérfanos." "Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre." Él no dejaría solas en el desierto a esas pobres ovejas escasas; Él no desampararía a Sus hijos dejándolos huérfanos. No obstante que tenía una poderosa misión que en verdad le ocupaba alma y vida; no obstante que tenía tanto que llevar a cabo, que habríamos podido pensar que incluso Su gigantesco intelecto estaría sobrecargado; no obstante que tenía tanto que sufrir, que podríamos suponer que Su alma entera estaba concentrada en el pensamiento de los sufrimientos que tenía que soportar, sin embargo, no fue así; antes de irse proporcionó reconfortantes palabras de consuelo; como el buen samaritano, derramó aceite y vino; y vemos qué es lo que prometió: "Les enviaré otro Consolador; uno que será justo lo que Yo he sido, e incluso será algo más: les consolará en sus angustias, disipará sus dudas, les reconfortará en sus aflicciones, y estará como mi vicario en la tierra, para hacer lo que Yo habría hecho, de haberme quedado con ustedes." Antes de que les escriba acerca del Espíritu Santo como el Consolador, debo hacer algunas observaciones acerca de las diferentes traducciones de la palabra "Consolador". La traducción de la Biblia de Reims, que fue adoptada por la Iglesia Católica Romana, ha optado por dejar esa palabra en el idioma original, y la ofrece como "Paráclito". "Mas el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". Esta es la palabra griega original, que significa otras cosas además de Consolador. Algunas veces quiere decir monitor o instructor: "Les enviaré otro monitor, otro maestro". Frecuentemente significa: "Abogado"; pero el significado más común de la palabra es el que tenemos aquí: "Les enviaré otro Consolador". Sin embargo, no podemos pasar por alto esas otras dos interpretaciones, sin decir algo sobre ellas.
"Les enviaré otro maestro". Jesucristo fue el maestro oficial de Sus santos mientras estuvo en la tierra. A nadie llamaron Rabí excepto a Cristo. No se sentaron a los pies de ningún hombre para aprender sus doctrinas, sino que las recibieron directas de labios de Aquel de quien se dijo: "¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!" Nadie aprende rectamente algo, si no es enseñado por el Espíritu. Podrían aprender la elección, y podrían conocerla de tal manera que fueran condenados por ello, si no fueran enseñados por el Espíritu Santo.
Nadie puede conocer a Jesucristo a menos que sea enseñado por Dios. Él es el Maestro; no importa lo que este o ese hombre digan. No se dejen llevar por la astucia de los hombres, ni por el ardid de las palabras; la autoridad es el Espíritu Santo, que descansa en los corazones de Sus hijos.
La otra traducción es abogado. ¿Han pensado alguna vez cómo puede decirse que el Espíritu Santo sea un abogado? Ustedes saben cómo Jesucristo es llamado Admirable, Consejero, Dios fuerte; pero ¿por qué puede decirse que el Espíritu Santo es un abogado? Yo supongo que es por esto: Él es un abogado en la tierra para argumentar en contra de los enemigos de la cruz. ¿Por qué Pablo pudo argumentar con tanta eficacia ante Félix y Agripa? ¿Por qué los apóstoles permanecieron impertérritos delante de los magistrados, y pudieron confesar a su Señor? ¿Por qué ha sucedido que, en todos los tiempos, los santos de Dios se volvieran intrépidos como leones, y sus frentes fueran más firmes que el bronce, sus corazones más rígidos que el acero, y sus palabras como el lenguaje de Dios? Vamos, es simplemente por esta razón: no era el hombre quien argumentaba, sino Dios el Espíritu Santo era quien argumentaba por su medio.
¿Quién le dio a ese sacerdote un comportamiento tan bendito y un asunto tan excelente? ¿De dónde provino su destreza? ¿Acaso la obtuvo en la universidad?
¿Acaso la aprendió en el seminario? ¡Ah, no!; la aprendió del Dios de Jacob; la aprendió del Espíritu Santo, pues el Espíritu Santo es el grandioso consejero que nos enseña cómo abogar su causa rectamente. La Universidad y el Seminario son centros de estudios y en donde, con la ayuda del Espíritu Santo, se logra estudiar, entender y comprender la verdad, la Palabra de Dios.
Pero, además de esto, el Espíritu Santo es el abogado en los corazones de los hombres. ¡Ah!, he conocido hombres que rechazan una doctrina hasta que el Espíritu Santo comienza a iluminarlos. Nosotros, que somos los abogados de la verdad, somos frecuentemente unos muy pobres argumentadores; estropeamos nuestra causa por culpa de las palabras que usamos; pero es una misericordia que el alegato esté en la mano de un argumentador especial, que abogará exitosamente y vencerá la oposición del pecador. ¿Acaso se enteraron jamás que alguna vez fallara?
Mis amigos y amigas, me dirijo a sus almas: ¿no les convenció Dios de pecado en tiempos pasados? ¿No vino el Espíritu Santo y les demostró que ustedes eran culpables, aunque ningún sacerdote hubiere podido sacarlos jamás de su justicia propia? ¿No abogó la justicia de Cristo? ¿No llegó para decirles que sus obras eran como trapo de inmundicia? Y cuando ya casi habían decidido no escuchar Su voz, ¿no trajo consigo el tambor del infierno haciéndolo sonar junto a sus oídos, y pidiéndoles que miraran a través de la perspectiva de años futuros para ver el trono establecido, y los libros abiertos, y la espada blandida, y el infierno ardiendo, y los diablos aullando, y los condenados chillando por siempre? ¿Y no los convenció de esa manera del juicio venidero? Él es un poderoso abogado cuando argumenta en el alma acerca de pecado, de justicia y del juicio venidero.
¡Bendito abogado, argumenta en mi corazón, argumenta con mi conciencia! Cuando peque, infunde valor a mi conciencia para que me lo diga; cuando yerre, haz hablar a la conciencia de inmediato; y cuando me aparte y me vaya por caminos torcidos, entonces aboga la causa de la justicia, y ordéname que me quede en confusión, conociendo mi culpabilidad a los ojos de Dios.
Pero hay todavía otro sentido en el que el Espíritu Santo intercede, y es que aboga nuestra causa con Jesucristo, con gemidos indecibles. ¡Oh alma mía, tú estás a punto de estallar dentro de mí! Oh corazón mío, tú estás henchido de dolor; la marea ardiente de mi emoción está muy cerca de desbordar los canales de mis venas. Anhelo hablar, pero el propio deseo encadena mi lengua. Deseo rezar, pero el fervor de mi sentimiento reprime mi lenguaje. Hay un gemido interior que no puede ser expresado. ¿Saben quién puede expresar ese gemido, quién puede entenderlo, y quién puede ponerlo en un lenguaje celestial y enunciarlo en la lengua del cielo, para que Cristo lo oiga? ¡Oh, sí!, es Dios el Espíritu Santo; él aboga nuestra causa con Cristo, y luego Cristo la aboga con Su Padre. Él es el abogado que intercede por nosotros con gemidos indecibles.
Habiendo explicado así el oficio del Espíritu como maestro y como abogado, llegamos ahora a la traducción de el Consolador; y aquí tendré tres divisiones. En primer lugar, el consolador; en segundo lugar, el consuelo; y en tercer lugar, el consolado.
I. Primero tenemos al CONSOLADOR. Permítanme darles algunos de los atributos de Su consuelo, para que entiendan cuán convenientemente adaptado es para nuestro caso. Dios, el Espíritu Santo, es un Consolador muy amoroso. Me encuentro turbado y necesito consolación. Algún transeúnte se entera de mi aflicción, y entra, se sienta y trata de animarme; me dice palabras reconfortantes; pero él no me ama, es un extraño que no me conoce del todo, y sólo ha entrado para probar su habilidad; ¿y cuál es el resultado? Sus palabras se resbalan sobre mí como el aceite en una losa de mármol; son como la lluvia que golpetea sobre la roca; no interrumpen mi dolor, que permanece inconmovible como el diamante, ya que él no siente amor por mí. Pero si alguien que me amara encarecidamente como a su propia vida viniera y argumentara conmigo, entonces sus palabras se convierten en música en verdad; saben a miel; él conoce la contraseña que abre las puertas de mi corazón, y mi oído está atento a cada palabra; capto la entonación de cada sílaba al sonar, pues es como la armonía de las arpas del cielo.
¡Oh!, hay una voz enamorada que habla un lenguaje que le es propio, un idioma y un acento que nadie podría imitar; la sabiduría no podría imitarlo; la oratoria no podría alcanzarlo. El amor es el único que puede alcanzar al corazón doliente; el amor es el único pañuelo que puede enjugar las lágrimas del hombre doliente. ¿Y no es el Espíritu Santo un amoroso Consolador? ¿Sabes, oh santo, cuánto te ama el Espíritu Santo? ¿Puedes medir el amor del Espíritu? ¿Conoces cuán grande es el afecto de Su alma por ti? Anda, mide al cielo con tu palmo; anda, pesa los montes con balanza; anda, toma el agua del océano, y cuenta cada gota; anda, cuenta la arena sobre la vasta playa del mar; y cuando hubieres cumplido esto, podrías decir cuánto te ama. Él te ha amado por largo tiempo; te ha amado considerablemente, te amó siempre; y todavía te amará. En verdad, Él es la persona que ha de consolarte, porque te ama. Entonces, dale entrada a tu corazón para que te consuele en tu calamidad. Pero, además, Él es un Consolador fiel. El amor algunas veces resulta ser infiel. "¡Oh, más dañino que el colmillo de una serpiente" es un amigo infiel!
¡Oh, mucho más amargo que la hiel de la amargura es tener un amigo que me dé la espalda en mi zozobra! ¡Oh, ay de ayes es experimentar que uno que me ama en mi prosperidad me abandone en el tenebroso día de mi tribulación! Es triste verdaderamente: pero el Espíritu de Dios no es así. Él ama sempiternamente, y ama hasta el fin: Él es un Consolador fiel. Tienes problemas. Hace muy poco descubriste que Él era un Consolador dulce y amoroso; te proporcionó alivio cuando otros no fueron sino cisternas rotas; Él te albergó en Su seno, y te llevó en Sus brazos. ¿Por qué motivo desconfías de Él ahora? ¡Desecha tus temores, pues Él es un Consolador fiel!
Él te visitará en tu lecho de enfermo, y se sentará junto a ti para proporcionarte la consolación. Cuando estés angustiado y de las mayores que puedas concebir; cuando un abismo llama a otro El Espíritu Santo será fiel a Su promesa.
¡Ah!, pero yo he pecado podrás decir. El pecado no puede apartarte de Su amor; Él aún te ama.
No pienses, oh pobre hijo abatido de Dios, que debido a que las cicatrices de tus viejos pecados han desfigurado tu belleza, te ama menos por causa de esa imperfección. ¡Oh, no! Él te amó aun cuando tuvo un conocimiento anticipado de tu pecado; Él te amó sabiendo cuál sería el agregado de tu maldad; y no te ama menos ahora. Acércate a Él con todo el valor de la fe; dile que le has contristado, y Él olvidará tu descarrío y te recibirá de nuevo; los besos de Su amor serán dispensados sobre ti, y te tomará en los brazos de Su gracia. Él es fiel: confía en Él; Él no te engañará nunca; confía en Él: nunca te abandonará. Además, Él es un Consolador infatigable. Algunas veces yo he tratado de consolar a ciertas personas que son probadas. Tú te enfrentas ocasionalmente con el caso de una persona nerviosa. Le preguntas: ¿qué te aqueja?; esa persona te responde, y tú procuras quitar el problema, si fuera posible, pero mientras estás preparando tu artillería para demoler el problema, descubres que ha cambiado su morada y está ocupando una posición muy diferente. Tú cambias tu argumento y comienzas de nuevo; pero he aquí, se ha movido otra vez, y tú estás azorado. Te sientes como Hércules cuando cortaba las cabezas de la Hidra, que siempre volvían a crecer, y renuncias a tu tarea con desesperación. Te encuentras con personas a quienes es imposible consolar, que más bien le recuerdan a uno al hombre que se encadenó a sí mismo con grilletes y se deshizo de la llave de tal forma que nadie podía liberarlo.
El Espíritu Santo nunca se descorazona con quienes desea consolar. Él intenta consolarnos y nosotros eludimos el dulce cordial; Él nos da un dulce brebaje para curarnos, y nosotros no queremos tomarlo; Él nos da una portentosa poción para alejar todos nuestros problemas, y nosotros la hacemos a un lado. Aun así, Él nos persigue; y aunque nosotros decimos que no queremos ser consolados, Él afirma que lo seremos, y cuando dice algo, lo cumple. Él no se desalentará por todos nuestros pecados, ni por todas nuestras murmuraciones.
Cuán sabio Consolador es el Espíritu Santo. Job tenía consoladores, y pienso que dijo la verdad cuando afirmó: "Consoladores molestos sois todos vosotros". Pero me atrevo a decir que ellos se consideraban sabios; y cuando el joven Eliú se levantó para hablar, ellos pensaron que rebosaba todo un mundo de impudencia. ¿Acaso no eran ellos "Venerables, dignos y muy poderosos señores"? ¿Acaso no comprendían su dolor y su aflicción? Si ellos no podían consolarle, ¿quién podría hacerlo? Pero ellos no descubrieron la causa. Ellos pensaron que no era realmente un hijo de Dios, y que más bien creía tener justicia propia, y por ello le dieron el medicamento equivocado. Es una situación terrible cuando el doctor diagnostica equivocadamente la enfermedad y da una prescripción errónea, y así, tal vez, mata al paciente.
Algunas veces, cuando vamos y visitamos a la gente, confundimos su enfermedad: queremos aliviarlos sobre este punto, cuando no requieren ese tipo de alivio en absoluto, y sería mucho mejor que se les dejase solos, que arruinados por causa de tales consoladores molestos como somos nosotros.
Pero, ¡cuán sabio es el Espíritu Santo! Él toma al alma, la pone sobre la mesa, y ejecuta la disección en un instante; encuentra la raíz del asunto, revisa dónde está el mal, y luego aplica el bisturí donde haya algo que deba ser extraído, o pone un emplasto donde esté la llaga; y nunca se equivoca. ¡cuán sabio es el Espíritu Santo! Me aparto de todo consolador me aparto y renuncio a todos ellos, pues Tú eres el único que proporciona la más sabia consolación.
Luego, observen cuán seguro Consolador es el Espíritu Santo. Fíjense en esto: no todo consuelo es seguro. El diablo vendrá a veces a las almas de los hombres como un falso consolador, y le dirá al alma: "¿qué necesidad hay de hacer todo este ruido acerca del arrepentimiento? Tú no eres peor que otras personas", e intentará hacer creer al alma que lo que hace no es pecado o no es tan malo. Así engaña a muchos mediante un falso consuelo.
El áspid de Cleopatra fue transportado en una canasta de flores; y la ruina de los hombres acecha con frecuencia en palabras dulces y hermosas. Mas el consuelo del Espíritu Santo es seguro, y pueden confiar en él. Si Él dice la palabra, contiene una realidad; si Él ofrece la copa de la consolación, puedes tomarla hasta el fondo, pues no hay sedimentos en sus profundidades, ni nada que intoxique o arruine, y todo es seguro.
Además, el Espíritu Santo es Consolador activo: Él no consuela con palabras, sino con hechos. El Espíritu Santo da, Él intercede con Jesús. Él nos da promesas, nos da gracia y así nos consuela. Observen además que Él es siempre un Consolador exitoso; no intenta aquello que no pueda cumplir.
Para concluir, Él es un Consolador siempre presente, de tal manera que no tienes que enviar por Él. Tu Dios está siempre cerca de ti, y cuando necesitas consuelo en tu angustia, he aquí, cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón; Él es una ayuda siempre presente en el tiempo de la aflicción. II. El segundo punto es el CONSUELO. Ahora hay algunas personas que comenten un grave error acerca de la influencia del Espíritu Santo. Un hombre insensato que tenía la fantasía de predicar en una iglesia, visitó al sacerdote y le aseguró solemnemente que el Espíritu Santo le había sido revelado que había de predicar en su iglesia. "Muy bien", -dijo el sacerdote- "supongo que no debo dudar de tu aseveración, pero como no me ha sido revelado que debo dejarte predicar, has de proseguir tu camino hasta que me sea revelado." He oído decir a muchas personas fanáticas que el Espíritu Santo les reveló estas cosas y aquellas cosas. Ahora, eso es en sentido general, es un disparate. El Espíritu Santo no revela nada nuevo ahora. Él nos recuerda las cosas antiguas. "Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". El canon de la revelación está cerrado; no hay nada más que deba agregarse. Dios no da una revelación fresca, sino que remacha la antigua. Cuando ha sido olvidada, y puesta en la polvorienta cámara de nuestra memoria, Él saca y limpia el cuadro, mas no pinta uno nuevo. No hay nuevas doctrinas, sino que las antiguas son frecuentemente revividas. Afirmo que no es por medio de una nueva revelación que el Espíritu consuela. Él lo hace diciéndonos repetidamente las cosas antiguas; Él trae una lámpara nueva para revelar los tesoros escondidos en la Escritura; abre los recios baúles en los que había permanecido por largo tiempo la verdad, y apunta hacia cámaras secretas llenas de riquezas indecibles; pero no acuña cosas nuevas pues nos basta con lo que hay. ¡Creyente!, hay para ti lo suficiente en la Biblia para que vivas de ello para siempre. Si llegaras a vivir hasta que Cristo venga a la tierra, no habría necesidad de añadir una sola palabra; si tuvieras que descender tan profundo como David comentó que lo hizo, hasta el seno del Seol, aun así habría lo suficiente en la Biblia para consolarte sin necesidad de una frase suplementaria. Mas Cristo dice: "Tomará de lo mío, y os lo hará saber". Ahora, permítanme decirles qué es lo que el Espíritu nos dice.
· Él susurra al corazón: Santo, ten ánimo; hay Uno que murió por ti; mira al Calvario; contempla Sus heridas; advierte el torrente que brota de Su costado; allí está tu comprador, y tú estás seguro. Él te ama con un amor eterno, y esta disciplina es ejercida para tu bien; cada golpe está obrando tu curación; por el moretón de la herida, tu alma es mejorada. "Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo." No dudes de Su gracia por causa de tu tribulación, sino que has de creer que Él te ama tanto en los tiempos de tribulaciones como de felicidad.
· Además, dice: "¿Qué es todo tu sufrimiento comparado con el sufrimiento de tu Señor? ¿O cuál es toda tu turbación cuando es pesada en la balanza de las agonías de Jesús?" ¡Y especialmente en algunas ocasiones el Espíritu Santo quita el velo del cielo, y permite que el alma contemple la gloria del mundo superior! Entonces es cuando el santo puede decir: ¡Oh, Tú eres un Consolador para mí! "No importa que lluevan ansiedades como fiero diluvio, Y que caigan tormentas de aflicción; Que tan sólo llegue a salvo al hogar, Mi Dios, mi cielo, mi todo".
III. Y ahora, en tercer lugar, ¡quiénes son las personas CONSOLADAS! Hay dos grupos de personas: algunos que son los consolados, y otros, que son los desconsolados, algunos que han recibido la consolación del Espíritu Santo, y algunos que no la han recibido. Ahora es necesario saber quiénes son el tamo y quienes son el trigo. Que Dios nos conceda que algunos que conforman el tamo sean transformados ya en Su trigo.
Ustedes podrían preguntarse: ¿cómo podría saber si soy un receptor del consuelo del Espíritu Santo? Pueden saberlo mediante una regla. Si han recibido una bendición de Dios, recibirán también todas las otras bendiciones. Permítanme que me explique. Si yo pudiera venir aquí como un subastador, y vendiera el evangelio en lotes, lo vendería todo. Si yo pudiera decir: aquí está la justificación a través de la sangre de Cristo, libre, regalada, de gratis, muchos dirían: yo quiero tener la justificación: dámela; deseo ser justificado, deseo ser perdonado. Supongan que yo tomara la santificación, la renuncia a todo pecado, un cambio integral de corazón muchos dirían: yo no quiero eso; a mí me gustaría ir al cielo, pero no quiero esa santidad; me gustaría ser salvo al final, pero todavía me gustaría gozar de la la vida mundana. No, si recibes una bendición, las recibirás todas. Dios no dividirá nunca el Evangelio. No dará justificación a ese hombre, y santificación a aquel otro; perdón a uno y santidad al otro. No, todo va junto. A quienes llama, justifica; a quienes justifica, a esos santifica; a quienes santifica, a esos también glorifica. Cuando se enferman, mandan a llamar al clérigo. ¡Ah!, todos ustedes quieren que su sacerdote llegue entonces y les dé palabras consoladoras. Pero si fuera un hombre honesto, no les daría a ciertos enfermos ni una partícula de consolación. No comenzaría derramando aceite cuando el bisturí podría cumplir una mejor función. Lo instaría a que sienta sus pecados antes de solicitar la ayuda espiritual en el lecho de enfermo. Debería sondear su alma y hacerle sentir que está perdido antes de darle la bendición o el sacramento que espera. Para muchos es la ruina que se les diga: "basta que creas en Cristo y que confieses tus pecados, y eso es todo lo que tienes que hacer". Si, en lugar de morir, se recuperaran, se levantarían mas orgullosos que antes de caer enfermos.
He oído acerca de un sacerdote que guardaba un registro de dos mil personas de quienes se supuso que se encontraban en sus lechos de muerte, pero se recuperaron, y a quienes habría registrado como personas convertidas si hubiesen muerto, y ¿cuántos, de ese total de dos mil, creen ustedes que vivieron una vida cristiana posteriormente? ¡Ni siquiera dos! Positivamente sólo pudo encontrar a uno del que se comprobó después que vivía en el temor de Dios.
¿No es horrible que cuando los hombres y las mujeres están a punto de morir, clamen: "Consuelo, Consuelo, piedad", y que de esto concluyan sus amigos que son hijos de Dios, mientras que, después de todo, no tienen derecho a consuelo, sino que son intrusos en los terrenos cercados del bendito Dios? ¡Oh Dios, que a estas personas les sea impedido obtener el consuelo cuando no tengan derecho a él! ¿Han recibido ustedes otras bendiciones? ¿Han tenido convicción de pecado? ¿Han sentido alguna vez su culpa delante de Dios? ¿Han sido humilladas sus almas a los pies de Jesús? Y, ¿han sido conducidos a mirar únicamente al Calvario en busca de refugio? Si no fuera así, no tienen derecho a la consolación. No tomen un solo átomo de ella. El Espíritu es un Convencedor antes de ser un Consolador. Debemos tener las otras operaciones del Espíritu Santo antes de que podamos derivar algo de consuelo. Conclusión del capítulo: Ustedes ahora, ¿qué saben acerca del Consolador, el Paráclito? Deja que esta solemne pregunta estremezca por entero tu alma: ¿qué saben acerca del Espíritu Santo? Si no conocen al Consolador, les diré a quien conocerán: conocerán al Juez. Si no conocen al Espíritu Santo en la tierra, conocerán al Condenador en el mundo venidero, que clamará: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno." Si fuéramos a vivir aquí para siempre, podrían desestimar el Evangelio; si tuvieran una escritura de arrendamiento sobre sus vidas, podrían despreciar al Consolador. Pero señores, vamos a morir. Desde la última vez que se reunieron en su iglesia, probablemente algunos se han marchado a su hogar permanente; y antes de que nos reunamos otra vez en este santuario, algunos que me leen estarán entre los glorificados de arriba, o entre los condenados de abajo. ¿Cuál de los dos caminos será? Dejen que su alma responda. Si esta noche cayeran muertos en sus lechos, ¿adónde irían? ¿Al cielo o al infierno? ¡Ah, no se engañen a ustedes mismos; dejen que la conciencia haga su trabajo perfecto; y si a los ojos de Dios, se ven obligados a decir: tiemblo y tengo miedo de que mi porción caiga con los incrédulos, lean la Palabra que dice: "El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado." Recuerda que, el creer y tener fe significa poner en práctica la Palabra de Dios. Si no actúas en tu vida de acuerdo a las Sagradas Escrituras, es porque simplemente no crees, no tienes fe y por ende, serás condenado. Fatigado pecador, diabólico pecador, tú que eres el desecho del diablo, réprobo, libertino, ramera, ladrón, ratero, calumniador, maldiciente, maldicidor, adúltero, fornicario, beodo, perjuro, quebrantador del día de reposo: ¡escucha! Te hablo a ti al igual que a todos los demás. No exento a nadie. "Todo aquel que crea en el nombre de Jesucristo será salvo." El pecado no es una barrera: tu culpa no es obstáculo. Todo aquel -aunque fuera tan negro como Satanás, aunque fuera tan inmundo como un diablo- todo aquel que crea, recibirá el perdón de todo pecado, todos sus crímenes serán borrados, y toda su iniquidad será eliminada; será salvo en el Señor Jesucristo, y estará en el cielo a salvo y seguro. Para el logro de tan ansiada meta, pidamos al Padre para que en su misericordia nos envíe Su Santo Espíritu para que actúe en nosotros como un Tutor Privado. Ese es el Evangelio glorioso. ¡Que Dios lo aplique a sus corazones y les dé fe en Jesús!
CAPÍTULO XIII
"El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es el que me ama. El que me ama a mí será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él. Judas, no el Iscariote, le preguntó: Señor, ¿por qué hablas de mostrarte a nosotros y no al mundo? Jesús le respondió: Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho." Juán 14: 21-26 A lo largo de este capítulo tres veces bendito, los hombres desempeñan un papel muy triste. Cuando hablan, ya sea Felipe, o Judas, o Tomás, cada uno despliega su propia ignorancia, o hacen preguntas torpes o piden cosas inapropiadas. Y sin embargo, hermanos, estos hombres apostólicos no eran de ninguna manera personas inferiores; sino, más bien, tan superiores, que nosotros nos hundimos en la insignificancia en comparación con ellos. Jesús los hizo heraldos de Su Evangelio, arquitectos de Su iglesia; y si ellos exhibieron tal ignorancia aun cuando el Señor Jesucristo mismo les había hablado personalmente, no debe sorprendernos que seamos propensos a errar, ni tampoco debemos desesperar si descubrimos que somos débiles y lentos. Si esos Padres de la Iglesia necesitaban tanto ser enseñados por el Espíritu Santo, ¿cuánto más no lo necesitaremos nosotros? Si ellos no podían recibir nada que no les fuera dado por el Espíritu de Dios, ¿cómo podemos esperar nosotros ser sabios aparte de Sus instrucciones? Nuestra posición debe ser sentarnos con María a los pies del Maestro, y encorvarnos ante el Señor, bajo el humilde sentido de nuestra insensatez.
El versículo veintiseis, vemos a toda la Trinidad trabajando en el creyente: "el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre." Aquí tenemos al Espíritu Santo, al Padre y al Hijo, uniendo Sus energías sagradas para la iluminación de los elegidos. Cada divina Persona busca que las otras Personas sean plenamente conocidas: el Hijo hablando lo que oye del Padre, y el Espíritu tomando las cosas del Hijo y revelándolas a nosotros: toda la Trinidad produciendo en nosotros así el querer como el hacer, por Su buena voluntad.
Lo que somos, es de escasa importancia en comparación con lo que Él es, quien obra todas nuestras obras en nosotros. Qué importa que no seamos otra cosa que barro; el grandioso Alfarero sabe cómo moldearnos para alabanza Suya. Lo que el barro es no tiene importancia, sino lo que alfarero puede hacer con ese barro. No nos desanimemos a causa de lo que somos por naturaleza, sino que debemos regocijarnos al recordar la sabiduría y el poder de Dios, que ha comenzado una buena obra en nosotros y no cesará hasta haber perfeccionado Su diseño. Por lo cual, consuélense unos a otros con estos pensamientos. Humíllense, y estén dispuestos a ser enseñados más y más; y tengan esperanza, pues serán enseñados. Confiesen su propia ignorancia, pero confíen en el poder del Señor para enseñarles. Tengan la certeza de que aun para ustedes hay un noble destino; Dios se revelará a Sí mismo a ustedes y en ustedes; y ustedes conocerán, no sólo en ustedes mismos, sino que también la darán a conocer a los principados y potestades en los lugares celestiales, la multiforme sabiduría de Dios. Me parece que hay aquí tres cosas que son dignas de nuestra paciente observación: una es, la prueba del verdadero creyente, "El que no me ama, no guarda mis palabras;" una segunda es, la necesidad de un verdadero creyente: necesita ser enseñado por el Espíritu Santo, y necesita que su memoria sea refrescada por el mismo Espíritu lleno de gracia: "os recordará todo lo que yo os he dicho." El mejor discípulo necesita ayuda en su entendimiento y en su memoria. En tercer lugar, pensemos en el privilegio de un verdadero creyente: "Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho." I. LA PRUEBA DE UN VERDADERO CREYENTE: Que cada uno de nosotros consienta en ser probado. Que cada hombre se ponga en la balanza, para conocer su peso; pues el Señor pondera el corazón. Quien nunca se juzga a sí mismo, perecerá en el juicio del último gran día.
En este pasaje, y en otras partes de la Escritura, los hombres son divididos en dos clases, y no se menciona ni una sola palabra de una clase neutral o intermedia. "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama;" y el versículo veinticuatro dice negativamente, "El que no me ama, no guarda mis palabras." Evidentemente hay dos clases de personas en cualquier parte del mundo que sea visitada por el Evangelio: el que ama a Cristo y el que no Lo ama. Si oyes una vez el Evangelio no puedes nunca ser indiferente a él; tienes que ser, ya sea su amigo o su enemigo, su discípulo o su oponente. Si el Señor Jesucristo cruza la órbita de tu vida una vez, no puedes ser neutral nunca más a partir de ese momento; debes rechazarlo o recibirlo; creer en Él o hacerlo un mentiroso.
El Evangelio debe ser para ti que lo oyes, ya sea olor de vida para vida, o de muerte para muerte. Serás juzgado por este Evangelio y te llevará donde no hay condenación para quienes están en Cristo Jesús, o te dejará allí donde ya estás condenado, porque no has creído en el Hijo de Dios. Por tanto, no esperes vivir y morir como si no existiera Cristo. No intentes decir: "Él no es nada para mí." Aunque pases junto a la cruz y rehúses mirar a Cristo, el Crucificado te mira y proyecta Su sombra en tu camino. Su sangre será sobre ti, ya sea para clamar contra ti, como asesino del Hijo de Dios, o para ser tu limpieza de todo pecado. En cuanto a la persona de tu Señor, es evidente que sólo hay dos posibilidades: o lo amas o no lo amas; ¿Cuál es tu condición en esta hora?¿eres amante del Señor Jesús, o eres enemigo de Él?
La prueba es el amor de Cristo y, la flor que brota de la semilla de la fe es amor, y la fe no es verdadera fe, a menos que obre por amor, y así purifica el corazón.
Observen que el amor es personal: "El que no me ama." Él no habla aquí de amor a la doctrina, sino de amor a Él; "el que me ama." Hay un Cristo personal y debe ser amado por cada uno de nosotros individualmente. Si verdaderamente eres Su discípulo y partícipe de Su salvación, tú Lo amas. Te das cuenta que es una persona que vive, como tú mismo vives, o como tu mejor amigo viven; y tu corazón, de hecho y en verdad, está ligado a Él. ¿Acaso no es algo horrible que algún corazón rehúse amar a Jesús? De todos los seres, el más digno de ser amado es Jesús. Es monstruoso no amar a Alguien que es tan amable.
Si no amamos al Señor Jesús, es porque el Espíritu de toda gracia no nos ha dado a conocer a Cristo ni nos ha dado a confiar en Él; pues si conociéramos a Jesús y confiáramos en Él, nuestro corazón estaría casado con Él. El Cristo en quien confiamos debe ser el Cristo a quien amamos.
Júzguense ustedes mismos, entonces: ¿aman a Jesús suprema y verdaderamente? Él dice: "el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí." Él reclama el primer lugar en los corazones de Su pueblo. Él es un Salvador que lo acapara todo, que nunca estará satisfecho hasta que haya monopolizado todos nuestros afectos y se haya llevado nuestros corazones para que habiten con Él junto al tesoro arriba.
Que sea entonces un asunto de una verificación personal con cada uno de ustedes. Escuchen a su Señor resucitado que dice: "¿me amas?" No a Simón únicamente, sino a ti, Juan, y a ti, María, Él les pregunta: "¿me amas?" Él está aquí hoy, como estuvo una vez junto al lago de Galilea, y hace esta pregunta amorosa a cada uno de Sus discípulos: "¿me amas?" ¿Es objeto de tu intensa consideración Su adorable persona? ¿Puedes caer a Sus pies diciendo, "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. ¿Qué quieres que yo haga?" Jesús nos dice: "El que no me ama, no guarda mis palabras." Por lo tanto, yo puedo saber si yo amo al Señor Jesucristo contestando esta otra pregunta: ¿Guardo Sus palabras? ¿Qué significa ésto? Significa, primero, ¿tenemos nosotros un respeto reverente hacia todas las enseñanzas del Señor Jesucristo? ¿Las recibimos y adoptamos como nuestra norma de doctrina y nuestra regla de vida? Recuerden que, en efecto, todo lo que está en el Antiguo Testamento así como en el Nuevo, debe ser considerado como las palabras de Cristo; pues Él dice que no vino para abrogar la ley sino para cumplirla. El cielo y la tierra pasarán, pero ni una tilde de la ley fallará. Todo el registro de la inspiración es refrendado por Cristo, y puede decirse que son Sus palabras. Ahora, ¿aceptas estas sagradas Escrituras como tu guía infalible? Recuerda, las palabras de Jesús son las palabras del Padre. Jesús dice: "la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió." Guardar Sus palabras quiere decir, almacenarlas cuidadosamente en la memoria. Guardar estas palabras debe significar ponerlas en el corazón. La Virgen bendita guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón, y así lo hace cada cristiano. "En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti." Es algo bendito cuando no nos contentamos con oír la Palabra de Dios el día domingo, sino que también escuchamos sus ecos cada día de la semana. Constantemente rumiamos esa Palabra por medio de la meditación, y así somos alimentados. Nos deleitamos al conocer el significado de la Palabra, guardándola continuamente en nuestras mentes. Mantenemos el objeto celestial mucho tiempo ante la placa sensitiva de nuestra mente hasta que es perfectamente fotografiada, y nosotros mismos somos transformados por ella de gloria en gloria en la misma imagen del Señor. Si no reverenciamos la Palabra, y la almacenamos como el más selecto de los tesoros, no tendremos pruebas que amamos a Cristo. Además de ésto, guardar los dichos de Cristo debe significar que, habiéndolos aprendido y retenido en la memoria, los guardamos además en la mente por medio de una contemplación frecuente. Hay un gran fracaso en este respecto, me temo, entre muchas personas que profesan; pero quienes aman fervientemente a Jesús, y son santificados para Su servicio, se deleitan al involucrarse mucho en la meditación de las palabras de Jesús. Nuestros cuidados terrenales son nuestra carga, pero nuestros pensamientos celestiales son nuestro descanso.
La meditación espiritual nos ofrece perspectivas de la verdad eterna y sustancial. Cuando camino por mi casa y me gozo en las comodidades de mi hogar, me digo: "Esto es mío por poco tiempo. Dios ha prolongado mi vida aquí, pero en cualquier momento estas cosas visibles se pueden perder, y estaré allí donde las cosas son reales, aunque por lo pronto sean invisibles." Todo lo que tiene que ver con este mundo es una sombra vana; pero en cuanto al mundo venidero, aquél que tiene posesiones allí posee verdaderas riquezas. ¿No deberían volar nuestros pensamientos tras eso, que es lo principal? ¿No deberíamos dar lo mejor de nuestra consideración a lo que es lo mejor? ¿La mayor parte de nuestro tiempo a lo que no es del tiempo, sino de la eternidad? Yo estoy seguro que quien ama a Jesús, se deleita pensando en las exquisitas palabras que salieron de Sus labios. Nos sentamos bajo Su sombra, pues Él es para nosotros el árbol de la vida, y ni una sola hoja Suya se secará, ni el menor de Sus dichos caerá a tierra. No tengo ninguna duda que el principal significado de guardar las palabras de Cristo se encuentra en la obediencia a Él. Queridos amigos, no quiero decir nada que sea severo, pero sin embargo les haré una pregunta que debería alarmar a muchas personas que profesan. ¿Alguna vez pasaron todo un día, desde la mañana hasta la noche, haciendo clara y resueltamente lo que honra a Cristo? No me refiero a que hayan dejado de trabajar. Tampoco me refiero a que se hayan apartado de su familia. Esa extraña conducta no honraría a Jesús, sino que sería todo lo contrario. Pero, ¿han pensado y actuado, día tras día, como si Jesús fuera su Señor y ustedes Sus siervos? ¿Es habitual que digan, "voy a hacer únicamente aquello que Cristo haría si estuviera en mi lugar? Su ejemplo será mi ley. No seré gobernado por la esperanza de ventajas personales o comodidades egoístas; pero para mí la regla suprema será, ¿qué haría Jesús? ¿Qué querría Jesús que yo hiciera?" Me temo que personas que profesan ser Católicas se imaginan que sostener un credo sano, y asistir los domingos a misa, y realizar de vez en cuando algunos fines caritativos, es de lo que trata toda la religión. Pero se equivocan totalmente si juzgan tales asuntos como los elementos más importantes de la piedad. El asunto más importante es amar a Cristo de tal manera que vivamos para Él, y Lo honremos obedeciéndole. No podemos servir a Cristo siguiendo nuestros caprichos. El que sigue sus propios antojos es un vagabundo; únicamente quien obedece a Jesús es Su seguidor. Al hacer lo que Jesús nos ordena, al recibir Su Espíritu, al ver las cosas de la manera que Él las ve, al actuar en relación a los hombres y en relación a Dios de la manera que Él actúa, podemos dar testimonio ante los hombres acerca de cuán glorioso Salvador tenemos. Debemos exhibir en nuestras vidas el dulce fruto del Espíritu Santo de tal manera que los hombres se llenen de admiración hacia nuestro Señor. Que Dios nos ayude a lograr esto; pues si no guardamos las palabras de nuestro Señor viviendo santamente, no tenemos ninguna prueba que amamos a Cristo; y si no lo amamos, entonces no somos Sus discípulos. ¿Es el Señor Jesús reverenciado por ustedes como su maestro? ¿Se inclinan ante la autoridad de Su Palabra? ¿Recurren a la Biblia y dicen de ella?: "Este el juez que pone fin a la contienda, Donde el talento y la razón fallan." ¿Han sometido su intelecto a Su enseñanza? Los librepensadores de la época presente se imaginan que pueden creer lo que quieran, y pensar lo que les plazca. Pero no es así. Ellos actúan de conformidad a eso y afirman lo siguiente: "Nuestras mentes son propias, Dios no gobernará nunca sobre nosotros." Pero esto no es propio de un santo. Nosotros somos tan responsables de nuestras creencias como de nuestros actos. No estaremos nunca en total subordinación a nuestro Señor, hasta tanto no nos entreguemos devota y reverentemente a Su instrucción, llamándolo Maestro y Señor, ¡porque lo es!
Amigos, ¿entregan ustedes todas sus vidas a Jesús? ¿Aspiran a la obediencia perfecta? ¿Se arrepienten de sus fallas? ¿Claman a Él diariamente: "Señor mío, moldeáme de conformidad a Tu voluntad, pues llevar Tu imagen es mi ambición. Quisiera vivir conforme a Tu vida, y ser Tu representante en la tierra, así como Tú eres mi representante en el cielo. ¡Oh, que yo pudiera decir de Tu Padre y mi Padre, 'yo hago siempre lo que le agrada!'" II. LAS NECESIDADES DE UN VERDADERO CREYENTE. El creyente, aunque ame a su Señor, es verdaderamente, sin embargo, una persona sumamente necesitada y tristemente llena de carencias.
He leído acerca de una madre que le decía a su hijo, palabras de verdad y de cordura. Su hijo, ávido y lleno de esperanza tenía la tentación de correr tras ciertas novedades de doctrina (esótéricas, metafísicas, de Nueva Era ) y de práctica, y ella le dijo, "Lo que hemos oído de nuestro sacerdotes es suficiente para mí, pues está de acuerdo con la Escritura. Tu padre y tu madre han vivido en este Evangelio, y les ha ayudado a través de miles de problemas, hasta este día; y tus amados abuelos vivieron en la misma verdad, y murieron en ella triunfantemente; por tanto, aférrate a ella. La hemos probado y comprobado, por tanto, no te apartes de ella." Esa era una plática de sentido común.
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