29. El tema principal del adventismo es el de guardar la ley, especialmente la ley del sábado. Ahora, en el Nuevo Testamento encontramos que cincuenta veces se hace mención de predicar el Evangelio, diecisiete veces de predicar la Palabra, veintitrés veces de predicar a Cristo y ocho veces de predicar el reino. Ni una vez se habla de predicar la ley o el sábado. ¿Cómo lo explican?
Pablo se propuso saber de Jesucristo crucificado (1 Cor. 2:2). Sin embargo, cualquiera puede ver que él no sólo habla de Cristo en sus cartas. Él trata diversos temas de sumo interés, como la administración de la iglesia, las profecías, el avance de la obra misionera, la persecución, las obras de asistencia social, la salud, y otros. En rigor, en todos los temas que tocaron los apóstoles, reluce el nombre de Cristo como "la esperanza de gloria" (Col. 1:27). Como puede leerse en cualquiera carta del NT, ningún tema que Dios ha revelado fue menospreciado como tema secundario. Precisamente el pecado, o transgresión de la ley, representó una constante preocupación entre los cristianos del primer siglo. La razón de esto es obvia: no puede alcanzarse la salvación si hay pecado.
En cada caso, Pablo se esmeró por enderezar lo que él veía torcido en relación con la verdad. Corrigió falsas doctrinas, amonestó contra el pecado y elevó los corazones hacia la patria celestial, mostrando que es Cristo el medio para alcanzar la vida eterna (Fil. 3:14).
Puesto que el sábado semanal no representó un problema doctrinal en la comunidad cristiana, no hay correcciones que hacer en ese sentido. Al contrario, vemos en los evangelios y en el libro de los Hechos que los cristianos observaban el séptimo día conforme al mandamiento. Hoy en día, en cambio, la ley divina es objeto de ataques al igual que en el pasado, pero esta vez se hace hincapié en violar el cuarto mandamiento. Puesto que no puede haber salvación en desobediencia, el tema del sábado se ha convertido en un punto álgido. Unos citan los mandamientos como regla a seguir; otros cuestionan la observancia de los mandamientos. ¿A quién debemos creer? La Biblia establece: "Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos 5:29).
¿Acaso es ajeno a la palabra de Dios, o al evangelio eterno, o al reino de Dios enseñar a obedecer su ley? Al contrario, el evangelio eterno predica: "Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora del juicio ha llegado, y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas" (Apoc. 14:7). Y el mandamiento del sábado explica: "Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó".
Sí, el evangelio eterno está íntimamente ligado a la obediencia a Dios. De hecho, Pablo asegura que la ley es buena y sirve como testimonio contra los transgresores y desobedientes (1 Tim. 1:9-11). Obsérvese cómo Pablo presenta la ley como parte fundamental del "glorioso evangelio del Dios bienaventurado, que a mí me ha sido encomendado" (vers. 11). Y aunque en este pasaje no se mencionan ni la idolatría ni la observancia del sábado, está claro que Pablo no los excluye del concepto de obediencia.
Efesios 5:1-11 enseña claramente que los cristianos no pueden ser hijos de luz en desobediencia. Pretender que el evangelio eterno implica no acatar la obediencia a Dios, es blasfemia. Para Santiago, pretender tener fe y no respaldar esa fe con obras, es no tener fe. "Está muerta", pues quien tiene fe, debe actuar en consecuencia (Sant. 2:20-26). No basta creer (Sant. 2:19).
La pregunta Nº 29 sugiere que basta con predicar a Cristo y nada más. Pero Cristo dice: "No todo el que me dice: «¡Señor, Señor!», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mat. 7:21). Y David nos dice: "Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad; tu ley la llevo dentro de mí" (Sal. 40:8, NVI).
Pablo establece una gran diferencia entre los hombres pecadores y los cristianos convertidos:
Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos vivíamos también todos nosotros en otro tiempo, andando en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos; y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos). Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús (Ef. 2:1-7).
A los filipenses les indica: "Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no solamente cuando estoy presente, sino mucho más ahora que estoy ausente, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Fil. 2:12, 13). Y a Tito le resume en qué consiste el evangelio: "Él se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie" (Tito 2:14, 15).
Juan también enseña que "todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado" (1 Juan 3:7-10). Sí, el evangelio permitió sacar a los hombres de la desobediencia, habiendo hecho Dios provisión para rescatar al hombre perdido. Que alguien diga que el evangelio no implica la obediencia a la ley de Dios no es extraño, si se toma en cuenta que la Biblia profetizó que tal clase de cristianos existirían en los últimos tiempos:
También debes saber que en los últimos días vendrán tiempos peligrosos. Habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanidosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin templanza, crueles, enemigos de lo bueno, traidores, impetuosos, engreídos, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella. A esos, evítalos (2 Tim. 3:1-5).
De manera que el argumento de que la obediencia es un tema secundario, luce como una nueva treta para disminuir la necesidad de observar la ley de Dios. Pero se engañan ellos, y engañan a los que enseñan, al pensar que podrán entrar en el reino de Dios con sólo llamar a Cristo su "Salvador", omitiendo la responsabilidad que él les pone como hombres redimidos. En realidad, pretender que el cristiano está libre de pecar porque Cristo lo perdonó es blasfemia, y es tomar la sangre de Cristo por inmunda.
Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la Ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisotee al Hijo de Dios, y tenga por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado y ofenda al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: "Mía es la venganza, yo daré el pago" –dice el Señor–. Y otra vez: "El Señor juzgará a su pueblo". ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (Heb. 10:26-31).
Como se ve, el tema de la obediencia es de trascendental importancia para el cristiano, a pesar de que los enemigos de la ley de Dios intenten disminuirlo.
30. En el Nuevo Testamento se encuentra la palabra sábado unas sesenta veces. [El escrito se basa en la traducción Reina-Valera de 1909, la que se emplea corrientemente en las congregaciones adventistas]. Ustedes admiten que en todos los casos menos uno se hace referencia al día sábado. Sin embargo, en este solo caso, Colosenses 2:16, donde la palabra es la misma en los textos en griego, quieren hacernos entender que tiene otro sentido. ¿Por qué? ¿No será que los versículos 2:16,17 echan por tierra sus argumentos en cuanto a que los cristianos deben guardar la ley?
Nuevamente se contradicen nuestros interpeladores al decir ahora que hay un solo significado para "sábado", cuando en la primera pregunta de este cuestionario de hecho declaran que hay varios sábados, incluyendo los años sabáticos mencionados en Levítico 25:1-22, y por eso quieren que los adventistas guarden esos otros "sábados". Puesto que, tal como ellos mismos confiesan, no sólo era "sábado" el séptimo día de la semana, sino también otros días del año, según Levítico 23, y hasta años completos, el significado de la palabra "sábado" en un texto habrá de entenderse según el contexto.
Nótese que Pablo recomienda que "nadie os juzgue en comida o en bebida…", como queriendo decir que el cristiano puede comer y beber cualquier cosa, y ése es el sentido que generalmente les da la cristiandad a estas palabras. Sin embargo, en Hechos 15:19, 20 se prohíbe a los cristianos comer sangre y animales ahogados. ¿Debe o no debe un cristiano apartarse de sangre y de ahogado, a pesar de lo que dice Colosenses 2? Si debe, entonces lo que Pablo escribe a los colosenses ha de tener un significado diferente del de un consejo alimentario, o de lo contrario estaríamos ante una insalvable contradicción.
La clave para entender el asunto está en las palabras que siguen: "…o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados. Todo esto es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo" (Col. 2:16, 17). ¿Qué comidas y bebidas estaban relacionadas con el sacrifico de Cristo? En el AT se prescribe el consumo de ciertos alimentos durante las fiestas anuales, en tanto prohíben otros (Éx. 12:8, 9; Lev. 23:6, 13-15). Estas fiestas estaban ligadas a sacrificios que prefiguraban la muerte de Cristo y, por tanto, eran "sombra de los bienes venideros" (Heb. 10:1), y son esas comidas y bebidas las que refiere Pablo. Habiendo muerto Cristo –nuestro pan de vida (Juan 6:51) y nuestra Pascua (1 Cor. 5:7)–, todo rito de comidas relacionado con la salvación queda inutilizado. Por eso es que Pablo vuelve a describir aquel ceremonial como "símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto, ya que consiste solo de comidas y bebidas, de diversas purificaciones y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas" (Heb. 9:9, 10).
En Colosenses 2:20, 21 queda aclarado que, además de las indicaciones rituales establecidas por la ley, los judaizantes de Colosas habían agregado otras restricciones a las fiestas. "No tomes en tus manos, no pruebes, no toques" (NVI).
Como hemos visto, sí hay cosas que los cristianos no deben comer (Hec. 15:20). Por esta razón, en Colosenses 2:16 Pablo no se está refriendo a lo que Dios ha indicado al respecto, sino a "mandamientos y doctrinas de hombres" (Col. 2:22) que los judíos habían inventado.
¿Cuáles son, entonces, los "sábados" referidos en Col 2:16? Al igual que ocurre con las "comidas" y las "bebidas", los "sábados" aquí mencionados son precisamente aquellos que se introdujeron como ritos que prefiguraban la inmolación de Cristo. Estos reposos coincidían con la Pascua, la fiesta de los panes sin levadura, la fiesta de las Semanas, la fiesta de las Trompetas, el Día de la Expiación y la fiesta de los Tabernáculos. Como puede apreciarse de la lectura de Levítico 23, estos sábados no coincidían con el séptimo día de la semana, sino con "el primer día" (vers. 7, 24, 35,39) u "octavo día" (vers. 36, 39), y hasta con el "décimo día" (vers. 27). De modo que son estos los "sábados" aludidos como sombras de Cristo, y no el séptimo día, que es memorial de la Creación (Éx. 20:8-11).
Como el sábado semanal fue instituido en el Edén, no es una sombra del sacrifico de Jesús. Por tanto, Colosenses 2:16 no desvirtúa el cuarto mandamiento, ni las restricciones en cuanto a alimentación.
Thomas Watson, teólogo y comentarista anglicano, publicó hacia 1692 una obra intitulada A Body of Practical Divinity, en la que incluye una esmerada apología del decálogo. En esta obra explica que "el mandamiento de guardar el Sábado no fue abrogado con la ley ceremonial, pues es puramente moral, y la observancia de éste debe continuar hasta el fin del mundo".
Matthew Henry nos aclara a qué ley se refiere Pablo en Colosenses 2:16:
Debe entenderse la ley ceremonial, el manuscrito de ordenanzas, las instituciones o la ley de mandamientos referida a ordenanzas (Ef. 2:15), que fue un yugo para los Judíos y un muro de división para los Gentiles. El Señor Jesús la quitó, clavándolo en la cruz; es decir, anuló su obligación, para que todos pudieran ver y estar satisfechos de que ya no era obligatoria. Cuando la sustancia vino, las sombras se fueron. Fue abolida (2 Co 3.13), y lo que decae y se envejece está listo para desaparecer, Heb 8:13).
Charles Hodge, tras analizar pasajes como Rom. 14:5 y Col. 2:16, responde a los que se oponen a la vigencia del sábado: "Estos [pasajes] no se refieren al Sábado semanal, que fue observado desde la creación, y que los Apóstoles mismos introdujeron y perpetuaron en la Iglesia Cristiana". Así que fue la doctrina protestante la que enseñó que el sábado semanal no quedaba abrogado por las cartas de Pablo.
31. ¿Saben ustedes que en Gálatas 3:23-25 se dice que la ley fue nuestro ayo [mentor] para llevarnos a Cristo, pero que, venida la fe, ya no estamos bajo ayo? Por tanto, ya no estamos bajo la ley.
¿Qué significa estar bajo la ley? ¿Se referirá la frase "los que están bajo la ley" a los que guardan los mandamientos de Dios? Si fuera así, todos los santos estarían perdidos, porque son precisamente los santos los que guardan los mandamientos de Dios (Apoc. 12:17). Como puede verse, "estar bajo la ley" y "guardar los mandamientos" son dos cosas distintas. Afortunadamente, Pablo ilustra lo que significa "estar bajo la ley" en Romanos 7 con la alegoría de la mujer casada. Él explica:
¿Acaso ignoráis, hermanos (hablo con los que conocen de leyes), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que este vive? La mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras este vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley que la unía a su marido. Así que, si en vida del marido se une a otro hombre, será llamada adúltera; pero si su marido muere, es libre de esa ley, de tal manera que si se une a otro marido, no será adúltera (Rom. 7:1-3).
Según esta alegoría, una mujer casada vive comprometida con su marido en tanto éste viva. Si su esposo muere, la mujer queda libre de las obligaciones que tenía como esposa. Obsérvese que lo que queda destruido con la muerte del esposo es el matrimonio y no la ley. La mujer queda "libre de la ley", en el sentido de que ninguna responsabilidad tiene ya como si aún estuviese casada, pero eso no significa que la ley haya quedado destruida, pues la ley sigue vigente y así, si ella decide casarse de nuevo, la ley seguirá rigiendo su nueva unión.
De la misma manera el ser humano, habiendo pecado, tenía una deuda con la ley. Debía morir (Rom. 5:12). Sin embargo, Cristo se ofreció para morir por nosotros saldando así nuestra deuda como pecadores (Heb. 9:23). Una vez que se lleva a efecto su muerte vicaria, la demanda de la ley queda satisfecha como si nosotros hubiésemos muerto, y Dios nos otorga la vida eterna (Rom. 6:23). Pablo lo explica así:
Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Mientras vivíamos en la carne, las pasiones pecaminosas, estimuladas por la Ley, obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte. Pero ahora estamos libres de la Ley, por haber muerto para aquella a la que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Rom. 7:3-5).
El hombre queda libre de la ley porque su deuda fue saldada por la sangre de Cristo, y no porque la ley haya sido anulada. Puesto que Cristo pagó nuestra deuda, el cristiano no está bajo condenación sino bajo la gracia.
Si Cristo hubiera eliminado la ley, nadie podría hoy ser inculpado de pecado, pues "donde no hay Ley, no se inculpa de pecado" (Rom. 5:13). Y si nadie fuera pecador, entonces no se necesitaría un Salvador. Así, el antinominanismo rebaja a Cristo de su posición de Salvador de los hombres (1 Tim. 1:15).
Por el contrario, el hecho de que haya pecadores, y de que haya Salvador, es la mejor evidencia de que la ley divina sigue vigente. En la doctrina de Pablo el perdón obtenido por la gracia divina no autoriza al hombre a pecar. Obsérvese cómo lo explica Pablo:
¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado (Rom. 6:1-6).
Así, el hombre arrepentido y nacido de nuevo es perdonado porque Cristo pagó su pecado, pero esto no lo autoriza a seguir practicando el pecado, como si la gracia de Dios fuera susceptible de abuso (1 Juan 3:8, 9). En otras palabras, para Pablo el hombre perdonado ha de vivir de acuerdo con la voluntad divina, y no en contra de ella.
Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus apetitos; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. El pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia. ¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera! (Rom. 6:12-15).
De manera que no hay excusa para quien, habiendo sido objeto de la gracia divina, pretenda no tener que obedecer la ley de Dios pues, al desobedecer, pierde esa posición de gracia.
Vayamos ahora a Gálatas 3:23, 24. Dice que la ley fue nuestro guía para llevarnos a Cristo, pero que una vez que ha venido Cristo, ya no estamos bajo el guía. ¿A cuál ley se refiere? Indudablemente a la que viene mencionando: la ley que fue "añadida" (vers. 19). Es decir, a la ley ceremonial.
¿De qué manera la ley ceremonial nos llevó a Cristo? Al presentar un sistema ritual de sacrificios, la ley ceremonial esbozó durante siglos una lección sobre la futura obra expiatoria del Mesías. En este sentido, todo pecado cometido ameritaba un sacrificio vicario, que simbolizaba a Cristo (Heb. 9:13, 14). Tal como lo expone Adam Clarke: "Así la ley no nos enseña el conocimiento vivo y salvador; sino que, por sus ritos y ceremonias, y especialmente por sus sacrificios, nos dirigió a Cristo, para que pudriéramos ser justificados por fe". Y como lo describe también Matthew Henry: "…les imponía una variedad de sacrificios, etc., los cuales, aunque ni podían quitarles los pecados, eran típicos de Cristo, y del gran sacrificio que él iba a ofrecer para su expiación, así los dirigía (aunque en una manera más oscura) a él como su único consuelo y refugio. Y así fue su ayo…".
Pero, una vez venido Cristo, cesan los ritos y las ceremonias que lo prefiguraban. Así que, si un cristiano persistía en practicar tales ritos, estaba negando a Cristo. Esto es lo que denuncia Pablo a los gálatas: "Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a cumplir toda la Ley. De Cristo os desligasteis, los que por la Ley os justificáis; de la gracia habéis caído" (Gál. 5:3, 4).
En otras palabras, quien estuviera observando la ley ceremonial para obtener por sus propios medios el perdón de sus pecados, estaba negando al Salvador. Y sin Salvador, no hay salvación. Nótese que es la ley ceremonial, la de los ritos y sacrificios, lo que Pablo cuestiona. Pablo no se refiere allí a los Diez Mandamientos. Es la ley ceremonial la que, prescribiendo la circuncisión, las fiestas anuales, las comidas y bebidas especiales, nos llevó a Cristo como Salvador. A él apuntaban todos los ritos, todos los sacrificios y todo el sistema sacerdotal israelita. Si nuestro guía nos había llevado hasta nuestro Maestro, ¿cómo íbamos a pretender ignorar al Maestro para quedarnos con el guía?
Muy al contrario, Pablo ratifica a los gálatas la vigencia de la ley moral, cuando les dice: "porque toda la Ley en esta sola palabra se cumple: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os destruyáis unos a otros" (Gál. 5:14, 15). Así Pablo, al citar la ley que se resume en el amor, es decir, los Diez Mandamientos (Rom. 13:9), los está validando para los cristianos, y por eso los exhorta a cumplirla.
32. Hay una advertencia en el Nuevo Testamento contra el pecado mencionado en cada uno de los diez mandamientos, menos el cuarto. En cambio, no se hace mención en todo el Nuevo Testamento del deber de guardar el sábado. Fíjense, por favor, en las citas de las Sagradas Escrituras que presentamos a continuación, citando en cada caso el capítulo de Éxodo con su pasaje correspondiente en el Nuevo Testamento: 20:3 No tener dioses ajenos; Hechos 14:15. 20:4,5 No hacerse imágenes; 1 Juan 5:21. 20:7 No tomar el nombre de Dios en vano; Santiago 5:12. 20:8 Guardar el sábado; ¡No hay! 20:12 Honrar a los padres; Efesios 6:1,2. 20:13 No matar; Romanos 13:9. 20:14 No adulterar; Romanos 13:9, 1 Corintios 6:9. 20:15 No hurtar; Romanos 13:9, Efesios 4:28. 20:16 No mentir; Colosenses 3:9. 20:17 No codiciar; Efesios 5:3. Ahora, si es pecado no guardar el sábado de los judíos, ¿cómo es posible que no se advierta de ello en todo el Nuevo Testamento, especialmente cuando figuran en el Nuevo Testamento los otros mandamientos de la lista de diez?
De nuevo vuelven a enredarse nuestros interpeladores con sus propias contradicciones, porque habiendo insistido antes en que la ley estaba abolida y clavada en la cruz, ahora salen con que en realidad la ley sigue vigente, exceptuando el sábado, porque no se le menciona como a los otros. Tal vez si se estudiara la doctrina bíblica con el verdadero deseo de aprenderla tal y como aparece escrita se habrían evitado más de una de las incongruencias en que aquí han caído. Por ahora, sus muchas y muy variadas excusas para no guardar el sábado sólo revelan el interés de su parte por no someter su voluntad a la voluntad de Dios. Su claro objetivo, pues, es no obedecer el mandamiento del sábado, a como dé lugar y cueste lo que cueste, aunque para ello tengan que torcer las Escrituras y reinventar la historia, sin importar que ellos mismos se vean enredados en sus propias trampas.
Tras habernos insistido varias veces que los Diez Mandamientos estaban abolidos, cosa que la Biblia no dice, ahora dicen que en realidad sí están vigentes con excepción del cuarto. Obsérvese cómo lo aseguran en la pregunta Nº 17 de este cuestionario: El apóstol Pablo describe la ley como un ministerio de muerte en letras grabadas en piedra. (2 Corintios 3:1-18 Éxodo 20:1-17;31:18; 32:15,16;34:1-28). Nos dice que había de perecer.(2 Corintios 3:7-11). ¿Puede el adventismo decirnos quién la hizo volver?
Creo que les toca a ellos responder esa pregunta, porque si la ley fue clavada en la cruz, ¿cómo es que en el Nuevo Testamento se nos advierte obedecerla? ¿Quién hizo volver la ley que ellos habían asegurado que pereció? Porque si pereció, ¿cómo es que ahora hay que cumplirla? Peor aún, ¿cómo es que de estos Diez Mandamientos, nueve resucitaron y uno quedó muerto? Al contrario, el hecho de que se haya descubierto que estos mandamientos siguen vigentes, quiere decir que no fueron abolidos, y que todo fue una argucia de nuestros refractarios para invalidar el sábado.
¿Pretenden que Dios clavó los Diez Mandamientos en la cruz, sólo para después desclavar nueve de ellos, y dejar clavado sólo el sábado? ¿Acaso hay una parte en los Diez Mandamientos que era pasajera y otra que es permanente? Pero si una parte es permanente, ¿cómo es que fue clavada en la cruz? Cuando vemos que los Diez Mandamientos son citados en el NT, sólo puede concluirse que están vigentes, y en consecuencia, Dios no pudo clavarlos en la cruz. Además, si Dios clavó los Diez Mandamientos en la cruz, ¿cómo es que nueve siguen vigentes?
Cuando los discípulos fueron acusados de violar el sábado, ¿no hubiera sido momento ideal para que Jesús enseñara que el sábado habría de perecer, tal como lo dijo acerca del templo, y acerca de Jerusalén, o que al menos lo sugiriera? (Mat. 24:1,2; Luc. 19:44). Pero, al contrario, él ratificó que nada se eliminaría de los mandamientos (Mat. 5:17-19).
Juan Calvino explica con respecto al sábado que "no hay otro mandamiento de observancia que el Todopoderoso imponga más estrictamente". Es por esta imposición continua y reiterada que Adam Clarke considera que no hay ninguna necesidad de que en el Nuevo Testamento se repita la orden de guardar el sábado:
Como este mandamiento no ha sido particularmente mencionado en el Nuevo Testamento como un precepto moral que atañe a todos, algunos han inferido presuntuosamente que no hay Sábado bajo la dispensación Cristiana. La verdad es que el Sábado es considerado un tipo: todos los tipos son de pleno cumplimiento hasta que la cosa significada los reemplace; pero la cosa significada por el Sábado es aquel reposo en gloria que queda para el pueblo de Dios, por lo tanto la obligación moral del Sábado debe continuar hasta que el tiempo sea absorbido por la eternidad.
Para ser precisos, un mandamiento divino está vigente desde el momento en que se promulga, y no se necesita ninguna reedición, y no hay que suponer que, porque no se repita la orden, haya quedado invalidado.
En esto coincide Charles Hodge, quien apunta:
Una objeción se saca de la ausencia de una orden expresa. No se necesitaba tal orden. El Nuevo Testamento no tiene decálogo. Ese código, habiendo sido anunciado una vez, y nunca repetido, permanece en su fuerza. No hallamos palabras como "No tendrás otros dioses delante de mí", o "No te harás imagen". Pablo dice, "Yo no conocería la codicia si la ley no dijera: No codiciarás" (Rom. 7:7.) la ley que dice "No codiciarás" es el decálogo. Pablo no está repromulgando el mandamiento, él simplemente toma por hecho que el decálogo es ahora y siempre la ley de Dios.
Por otro lado, Santiago vuelve a citar los Diez Mandamientos y señala que, si uno los guarda todos pero ofende en un solo punto, se hace culpable de todos (Sant. 2:10-12). Aunque Santiago no cita todos los Diez Mandamientos, está claro que, al citar dos de ellos no hace sino validarlos todos.
Por eso ellos no pueden, a pesar de que citan nueve de los diez mandamientos, probar que el cuarto haya sido abolido.
33. El sábado es parte de la ley; por lo tanto, ponerse bajo el sábado es ponerse bajo la ley. Pero Gálatas 3:10 dice que todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición. ¿Cómo puede uno desearse tanto la maldición de Dios?
Se equivoca quien crea que estar "bajo la ley" significa obedecer los mandamientos de Dios. A nuestros interrogadores les conviene entenderlo así para interpretar que, al no estar bajo la ley, no hay que obedecerla.
Sin embargo, tanto Gálatas como el resto de la Biblia muestran que no es la ley el problema, sino el pecado, es decir, la transgresión de esa ley. Gálatas 3:13 dice que "Cristo nos redimió de la maldición de la ley", es decir, nos rescató de la pena que nos correspondía como pecadores. ¿Cuál es el papel de la ley en el plan de salvación? La ley sirve para mostrar al pecador su condición pecaminosa (Rom. 3:20; 7:7). Santiago compara la ley como un espejo donde el hombre puede ver su inmundicia espiritual (Sant. 1:23-25). Ernest Reisinger, otro respetado teólogo bautista, explica al respecto:
Los mandamientos se vuelven como un espejo por el que podemos ver las manchas de suciedad en nuestro rostro, pero no nos lavamos la cara con el espejo. Asimismo, los mandamientos no nos hacen limpios; nos muestran que necesitamos limpiarnos y nos urgen a buscar la limpieza. Nuestro Salvador es el único que puede cambiarnos.
Albert Barnes explica la función de la ley moral así:
La ley moral –la ley de Dios– muestra a los hombres el pecado y el peligro, y así los lleva al Salvador. Los condena, y así los prepara para dar la bienvenida a la oferta de perdón por medio del Redentor. Todavía hace esto. Toda la economía de los Judíos fue diseñada para hacer esto; y bajo la predicación del evangelio esto todavía se hace. Los hombres ven que están condenados; son convencidos por la ley de que no pueden salvarse a sí mismos, y así son llevados al Redentor. El efecto del evangelio predicado es mostrar a los hombres sus pecados, y así estar preparados para abrazar la oferta de perdón. De allí la importancia de predicar la ley todavía.
Pablo explica que, como el hombre es pecador, la ley lo acusó de pecado y lo condenó a muerte: "porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató" (Rom. 7:8-11). Es el pecado el que mata, no la ley. Pero la ley sirve para señalar el pecado. Esto puso al hombre en un callejón sin salida, pues siendo pecador, debía morir para siempre. Pero Dios, en su infinito amor por el ser humano, proveyó la salida para otorgarle al hombre vida eterna, "porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom. 6:23).
Este es un cuadro muy diferente del que nos presentan los autores del cuestionario. Dicen ellos que Dios eliminó su ley y todo resuelto. Pero si así fuera, ¿cómo es que hoy sigue habiendo pecados, es decir, "transgresiones de la ley"? Dicen que desear obedecer los mandamientos es estar bajo maldición, pero, al contrario, la Biblia dice que "son malditos cuantos se desvían de tus mandamientos" (Sal 119:21).
34. Dice Gálatas 5:4 que "vacíos son de Cristo" los que vuelven a ponerse bajo la ley después de ser salvos por gracia, y que ellos "han caído de la gracia."
La cita que se ofrece en este ítem en realidad no tiene nada que ver con el tema que nos ocupa. Pablo no está refiriéndose allí a la observancia de los Diez Mandamientos, sino a las leyes ceremoniales. Él dice muy claro: "Ciertamente, yo, Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a cumplir toda la Ley. De Cristo os desligasteis, los que por la Ley os justificáis; de la gracia habéis caído" (Gál. 5:2-4).
Como puede verse, el problema no era que los Gálatas querían guardar los Diez Mandamientos, sino que querían practicar la ley ceremonial como medio para alcanzar la salvación (vers. 2). Si Cristo ya había hecho propiciación por el pecado, ¿qué sentido tenía guardar la ley ceremonial para el perdón de las transgresiones? Además de la circuncisión, los gálatas estaban guardando las fiestas anuales. Pablo les reprocha duramente: "Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. Temo que mi trabajo en vuestro medio haya sido en vano" (Gál. 4:10, 11). En otras palabras, el problema era que habían vuelto a los ritos que simbolizaban a Cristo, como si el sacrificio de Cristo fuese insuficiente para cubrir todos nuestros pecados. Pablo los exhorta: "Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros, porque toda la Ley en esta sola palabra se cumple: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os destruyáis unos a otros" (Gál. 5:13-18). Así, Pablo reivindica a los gálatas el valor de la ley. Nótese que se trata de la misma ley que en Romanos 13 él resume en "Amarás a tu prójimo como a ti mismo", es decir, los Diez Mandamientos.
Los antinomianistas pretenden que la ley fue eliminada por el evangelio, pero J. L. Berkhof los corrige:
Es igualmente contrario a la Escritura decir que no hay ley en el Nuevo Testamento, o que la ley no se aplica en la dispensación del Nuevo Testamento. Jesús enseñó la vigencia de la ley, Mat. 5:17-19. Pablo dice que Dios proveyó que los requerimientos de la ley se cumplieran en nuestras vidas, Rom. 8:4, y sostuvo que sus lectores eran responsables por la guarda de la ley, Rom. 13:9. Santiago asegura a sus lectores que aquel que ha transgredido un solo punto de la ley –y aquí menciona él algunos de ellos–, es un transgresor de la ley, Sgo. 2:8-11. Y Juan define el pecado como "ilegitimidad", y dice que en esto consiste el amor de Dios, en que guardemos sus mandamientos, I Juan 3:4; 5:3.
¿Es ésta acaso una declaración herética de Berkhof? ¿No está esa enseñanza más bien de acuerdo con el evangelio de Cristo, y goza del apoyo de la alta crítica de orden protestante? ¿No dijo Berkhof que su Teología Sistemática gozaba de la "aceptación del público", del "testimonio favorable de los críticos" y que era el texto de teología en "muchos seminarios teológicos y escuelas bíblicas", no solo en los Estados Unidos, sino en el extranjero? Si, pues, lo que enseña Berkhof está de acuerdo con la fe protestante ortodoxa, ¿cómo es que el adventismo es denigrado y reprochado por enseñar lo mismo acerca de la ley?
La fe adventista del séptimo día jamás ha enseñado que la justificación se obtiene por obras, ni que la salvación depende de la ley. Pero sí enseña, de acuerdo con lo que demuestra la Escritura, que la gracia no nos autoriza a desobedecer la ley y que, al contrario, quienes renieguen su responsabilidad ante la ley son "convictos por la Ley como transgresores" (Sant. 2:9). Que esta advertencia a la humanidad es responsabilidad del pueblo de Dios, se desprende por las palabras de Pablo, quien enseña que los que se oponen a la ley se oponen a la "sana doctrina", y que la ley es parte del "glorioso evangelio del Dios bienaventurado, que a mí me ha sido encomendado" (1 Tim. 1:8-11).
W. F. Grant combate la idea de que la gracia sea contraria a la ley de Dios:
Está claro que la redención, al traer el alma a Dios, ponga su trono dentro de ella, y la obediencia es la única libertad. Está claro también, que hay una "justicia de la ley" que la ley misma no da poder para cumplir, pero que "es cumplida en nosotros que andamos no según la carne, sino según el espíritu" (Rom. 8:4). Lo que es simplemente dispensacional es pasajero, pero no aquello que es la expresión del carácter de Dios y requerido por él. Nada de eso puede ser pasajero.
Al contrario, son los antinomianistas quienes, al negar la ley, rechazan la gracia de Cristo. ¿De qué manera? Porque nadie se sabría pecador si no hubiera ley (Rom. 3:31; 7:7), y la ley "intervino para que aumentara la transgresión. Pero allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom. 5:20, NVI). En otras palabras, la ley señala el camino de la gracia, al mostrar al hombre que es transgresor y por lo tanto no puede salvarse a sí mismo. La ley le muestra al hombre su pecaminosidad (Rom. 3:20), y la necesidad que tiene de un Salvador. En consecuencia, no hay gracia si no hay pecado, y no hay pecado si no hay ley. Negar la ley, es negar la trasgresión, y es negar la gracia.
35. Se nos enseña en Romanos 7:4 que el creyente en Cristo está muerto a la ley, pero la teoría adventista representa a sus creyentes como del todo vivos a la ley. He ahí una grave contradicción con la Palabra de Dios.
¿Qué significa estar muerto a la ley? Pablo lo expone de manera clara. Indudablemente, todos los hombres pecaron, pues violaron la ley de Dios. Si la ley de Dios no estuviera vigente, no habría hoy pecadores, no habiendo ninguna ley que transgredir. Pero Dios hizo provisión por el pecado, por medio de la sangre de su Hijo. Puesto que yo, pecador, acepto a Jesús como Salvador, la pena de muerte que la ley imponía sobre mí es quitada, habiéndola llevado Cristo en la cruz. Al morir él en mi lugar, la paga del pecado queda saldada, y yo recibo la vida eterna gratuitamente. Por eso es que Pablo dice a sus hermanos "hermanos míos, habéis muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo" (Rom. 7:4), no queriendo decir que ya no tenían que obedecer, sino que estaban libres de toda deuda.
Obsérvense las palabras clarificadoras que ha dicho Pablo unos renglones antes: "¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera! ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina que os transmitieron; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia" (Rom. 6:15-18).
Nótese que Pablo no está autorizando a los cristianos a desobedecer la ley. Antes bien, los exhorta a ser hijos de obediencia, porque a los desobedientes les aguarda un fin de muerte (vers. 21). En cambio, los que han sido libertados del pecado, proceden a la santificación. Apropiadamente, los santos son descritos en la Biblia como "los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo" (Apoc. 12:17).
Como se ve, son nuestros interpeladores quienes contradicen las Escrituras, al pretender que los cristianos están desobligados de obedecer.
36. Los diez mandamientos "en letras grabadas en piedra", son un ministerio de muerte, según lo expresa 2 Corintios 3:7. Este ministerio de muerte había de perecer, 3:11. Pero, ¿no es cierto que los señores del adventismo, al citar los mandamientos, casi siempre dejan afuera estas palabras de introducción? Este texto demuestra que los mandamientos fueron dados solamente a Israel (por mucho que nos manifiestan a nosotros la santidad de Dios), y dejan entrever que la teoría adventista está errada.
Léase la respuesta a la pregunta Nº 17.
37. Han notado que los diez mandamientos comienzan con Yo soy Jehová tu Dios que te saqué de tierra de Egipto, de casa de servidumbre? De nuevo estamos frente a una manifestación de que se trata de ordenanzas dadas específicamente a Israel.
38. Los diez mandamientos se repiten en Deuteronomio capítulo 5, y allí se encuentran las siguientes palabras: Acuérdate que fuisteis siervo en Egipto, y que Jehová tu Dios te sacó de allá …; por lo cual Jehová tu Dios te ha mandado que guardes el día de reposo, 5:15. De nuevo vemos claramente que la ordenanza del sábado fue dada a un pueblo que había salido de Egipto. Esto no cuadra con la teoría adventista.
Efectivamente, en estos dos ítems se hace referencia al antiguo pacto establecido con el Israel natural. Sin embargo, el nuevo pacto, hecho con todo aquel que cree, incluye que, en lugar de tablas de piedra, la ley estará escrita en el corazón (Jer. 31:31-33). Ya no en tablas de piedra, sino en la carne del corazón. Pablo reitera la vigencia de la ley en el nuevo pacto, cuando explica a Jeremías: "con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
El Espíritu Santo nos atestigua lo mismo, porque después de haber dicho: «Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré», añade: «Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones», pues donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por el pecado" (Heb. 10:14-17).
Como puede verse, esta promesa se aplica a la congregación cristiana, no a los judíos. ¿Dice en alguna parte que en el nuevo pacto la ley sería quitada? No, antes bien, aún cuando las tablas de piedra ya no están con nosotros, la ley de Dios está escrita en nuestros corazones, y el cristiano recibe poder de lo alto para poner por obra los mandamientos de Dios (Sal. 51:10).
Se menciona la esclavitud en Egipto como prueba de que la ley fue sólo para los judíos, como si la esclavitud al pecado no fuera igualmente objeto de liberación divina. Pablo enseña a los gentiles: "¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina que os transmitieron; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia" (Rom. 6:16-18). Pablo, además, nos advierte que "si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará" (Rom. 11:21). Dios no ha cambiado, ni tampoco ha cambiado su ley. Si el cristiano de hoy pretende serle infiel a su palabra como lo fue el Israel natural, sencillamente Dios lo desechará como desechó a Israel.
39. Los adscritos al adventismo enseñan que hay dos leyes: (i) los diez mandamientos, que ellos llaman la ley de Dios, y (ii) la ley ceremonial, que ellos llaman la ley de Moisés. ¿Pueden darnos, por favor, un solo capítulo y un versículo (en el Antiguo Testamento o en el Nuevo) donde se hace tal distinción?
Gálatas 3:19: "Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa, y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador". Como puede apreciarse, este pasaje aclara que existen dos leyes diferentes: una que fue transgredida (la ley de Dios), y otra que fue añadida a causa de esas transgresiones (la ley ceremonial). No puede entenderse que sea la misma ley la que se añadió y la que se transgredió, pues entonces la declaración de Pablo perdería todo sentido.
La distinción entre la ley moral y la ley ceremonial no es ningún invento de "los adscritos al adventismo", sino de los "adscritos al protestantismo", pues fue la teología protestante la que concluyó, desde sus inicios y antes de que existiera un solo adventista, que la doctrina bíblica presenta una clara diferencia entre una ley eterna y otra ley transitoria.
Martín Lutero, padre de la reforma protestante, asegura una clara diferencia entre las "disposiciones referentes a ceremonias o «ley ceremonial»", y "la ley que rige el comportamiento moral o «ley moral»", es decir, "el santísimo Decálogo, los Diez Mandamientos eternos de Dios".
Juan Calvino, al explicar la ley abolida que Pablo refiere en Efesios 2:14 y Colosenses 2:13, expone: "No puede haber duda de que él trata allí de las ceremonias, cuando habla del muro de división que separaba a Judíos y Gentiles", y aclara que en ese pasaje "la razón asignada por el Apóstol no se aplica a la Ley Moral, sino a las observancias ceremoniales solamente".
La Segunda Confesión Helvética (1566) define lo que entiende por la "Ley de Moisés": "La dividimos en razón de la perspicuidad en la ley moral, comprendida en las dos tablas de la ley o el Decálogo (Éxodo 20; Deuteronomio 5); la ley ceremonial, relativa a la adoración y los ritos sagrados; y la judicial, relativa a la política y la economía".
La diferencia entre la moral y la ceremonial la expresa de esta manera: "la ley es útil para mostrarnos todas las virtudes y los vicios, y para regular la vida de la nueva obediencia. Cristo no vino para destruir, sino para cumplir (Mat 5:17). Por lo tanto condenamos el Antinomianismo antiguo y moderno". En cambio, "la ley ceremonial de los Judíos fue un ayo y guardián para llevarlos a Cristo, el verdadero Libertador, quien la abrogó para que los creyentes no estuvieran más bajo la ley, sino bajo el evangelio de libertad".
La Geneva Bible Translation Notes (1575), al comentar Éxodo 25:2, establece que Dios, "después de la ley moral y judicial, les da la ley ceremonial, para que nada quedara a la invención del hombre", advirtiendo que "la ley moral es una ley perpetua de la justicia de Dios", y que en cambio en Hebreos 7:18, donde se declara abolida la ley por su debilidad e ineficiencia, se refiere exclusivamente a la ley ceremonial. Así, varios de los más conspicuos eruditos del protestantismo del siglo XVI (Miles Coverdale, Juan Foxe, Thomas Sampson, Christopher Goodman, Anthony Gilby, William Whittingham, y William Cole) quienes fueron los encargados de redactar los comentarios de esa edición, ya tenían clara la diferencia entre la ley ritual y la ley moral.
La Confesión de Westminster (1646), contempla en su capítulo XIX que Dios dio a Adán una ley, "comúnmente llamada moral… con la que lo limitó a él y a toda su posteridad a la obediencia personal, entera, exacta y perpetua". Para que no queden dudas sobre a cuál ley se refiere, nos aclara: "Esta ley, después de la caída, continuó siendo una perfecta regla de justicia; y así, fue entregada por Dios en el monte Sinaí en diez mandamientos, escritos en dos tablas; los primero cuatro mandamientos conteniendo nuestro deber hacia Dios, y los otros seis nuestro deber hacia el hombre".
La Declaración de Fe y Orden de Saboya (1658) suscribe al pie de la letra el artículo anterior, añadiendo que:
Además de esta ley, comúnmente llamada moral, Dios se complació en dar al pueblo de Israel leyes ceremoniales, conteniendo varias ordenanzas tópicas; en parte de adoración, prefigurando a Cristo, sus gracias, sufrimientos y beneficios, y en parte dando instrucciones de deberes morales. Todas estas leyes ceremoniales designadas para el tiempo de la reforma, han sido abrogadas por Jesucristo el verdadero Mesías y único legislador, quien ha sido ordenado por el Padre para tal fin.
En contraste con la transitoriedad de estas leyes ceremoniales, la Confesión de Saboya asegura que: "La ley moral obliga a todos, tanto a las personas justificadas como a las demás, a la obediencia; y eso no sólo en relación con lo que ella contiene, sino también con respecto a la autoridad del Creador, quien la dio: Cristo nunca la disuelve en su evangelio, sino que fortalece esta obligación".
La Confesión Bautista de Fe (1689) ratifica que Dios escribió los Diez Mandamientos en el corazón de Adán:
La misma ley que al principio fue escrita en el corazón del hombre continuó siendo una regla perfecta de justicia tras la caída, y fue entregada por Dios en el Monte Sinaí, en diez mandamientos, y escrita en dos tablas, los cuatro primeros conteniendo nuestro deber con Dios, y los otros seis, nuestro deber con el hombre.
De esto se desprende que según la fe bautista original, el hombre conocía el decálogo desde la creación, y que este código siguió vigente después de la caída.
Thomas Watson expone:
"Todas estas palabras" [Éx. 19:7]. Esto es, todas las palabras de la ley moral que usualmente se llama decálogo, o los diez mandamientos. Se le llama ley moral porque es la regla de vida y conducta… La ley moral es inalterable; todavía permanece en su fuerza. Aunque las leyes ceremoniales y judiciales están abrogadas, la ley moral dada por la propia boca de Dios es de uso perpetuo en la iglesia. Fue escrita en tablas de piedra, para mostrar su perpetuidad.
John Wesley observa que la ley moral sirve para "descubrir y refrenar las transgresiones, para convencer a los hombres de su culpa, y de la necesidad de la promesa, y darles una prueba para el pecado. Y esta ley nunca pasa; pero la ley ceremonial sólo fue introducida hasta que viniera Cristo, la simiente por la que se hizo la promesa".
John Gill declara que la "ordenanza de la ley" mencionada en Números 19:2 "no es la ley moral, sino la de tipo ceremonial". Del mismo modo, para él "la palabra de Jehová" mencionada en Deu. 5:5 "no es el decálogo…, sino las otras leyes que fueron dadas después, las de tipo ceremonial y judicial". La diferencia entre la ley moral y la ceremonial la explica Gill así: "la ley ceremonial está abolida absolutamente, y la ley moral dejó de ser un pacto de obras, aunque continúa como regla para caminar y conversar".
Matthew Henry, al comentar Levítico 27:26-34, también llega a la conclusión de que no hay una sola ley: "Muchos de estos mandamientos son morales, y de perpetua obligación; otros eran ceremoniales y peculiares de la economía Judía". Por eso es que Henry declara por un lado que "la Ley ceremonial de Moisés está muerta y sepultada en la tumba de Cristo", mientras que de la ley moral dice:
La ley todavía es útil para convencernos de lo que ha pasado, y nos dirija al futuro; aunque no podemos salvarnos por ella como un pacto, todavía la tenemos, y nos sometemos a ella, como una regla en la mano del Mediador, subordinada a la ley de la gracia; así que lejos de deshacer la ley, establecemos la ley. Que consideren esto aquellos que niegan la obligación de la ley moral en los creyentes.
Adam Clarke, comentando 1 Timoteo 1:9, distingue: "Hay una ley moral así como una ley ceremonial". Al comentar Gálatas 5:13, aclara: "El Evangelio proclama la libertad con respecto a la ley ceremonial: pero todavía te obliga aun más a la ley moral. Ser libertados de la ley ceremonial es la libertad del Evangelio; pretender libertad de la ley moral es Antinomianismo".
A. R. Fausset, al definir el término veterotestamentario de la "ley" observa la siguiente diferencia: "el Decálogo dio el tono moral a todo el resto de la ley, mientras que la parte ceremonial enseñó simbólicamente la pureza, como se les pide a los verdaderos hijos del reino de Dios", y establece que "los preceptos morales son eternamente obligatorios, porque se basan en el carácter inmutable de Dios… Su preeminencia se marca por ser la primera parte revelada; no como el resto del código dado por medio de Moisés, sino por Jehová Mismo, acompañado de ángeles; escrito por el dedo de Dios, y en tablas de piedra para marcar su permanencia".
M. G. Easton define una parte de la ley como "La Ley ceremonial", la cual "prescribe bajo el Antiguo Testamento los ritos y ceremonias de adoración"; en tanto "La Ley Moral, es la voluntad de Dios revelada como conducta humana, obligatoria a todos los hombres hasta el fin del tiempo".
W. E. Vine asegura por su parte que "la ley de Moisés se puede dividir entre lo ceremonial y lo moral".
El autor congregacionalista Reuben Aarcher Torrey divide la ley en "Moral, expresada en los diez mandamientos", y "Ceremonial, relacionada con la manera de adorar a Dios". Añade además otras leyes, como las civiles, usadas para la administración de la nación de Israel.
El Nuevo Diccionario Bíblico Certeza señala que, "para Israel, las estipulaciones básicas de su pacto fueron los Diez Mandamientos, en realidad una ley moral como expresión de la voluntad de Dios; y las obligaciones pactuales detalladas adquirieron la forma de un estatuto «civil» arraigado en la ley moral de los Diez Mandamientos". Esta obra establece una diferencia fundamental entre la ley moral y la ceremonial, entendiendo por la primera los Diez Mandamientos, y la segunda el sistema de ritos y sacrificios.
Arthur Walkington Pink, por su parte, asegura:
Está claro lejos de toda duda que los Diez Mandamientos, la ley moral de Dios, fueron nítidamente distinguidos de la "ley de Moisés". La "Ley de Moisés," exceptuando la Ley moral incorporada en ella, no atañía a nadie más que a los Israelitas, o Gentiles prosélitos. Pero la ley moral de Dios, a diferencia de la Mosaica, atañe a todos los hombres.
La International Standard Bible Encyclopedia, al presentar los capítulos 17-26 de Levítico como una sección dedicada a la santidad, señala: "…ésta trata mucho con los deberes morales: Lev 19 y 20 son prácticamente una expansión del Decálogo; pero también trata más que ellos con lo ceremonial. Con respecto a ambos se establece el motivo de regla de obediencia, "Sed santos, porque yo soy santo".
Por su parte, Ernest C. Reisinger expone:
La ley moral fue escrita en el corazón de Adán en la creación… En el Monte Sinaí, Dios graciosamente dio un registro explícito de esa perfecta ley moral en la forma de los Diez Mandamientos. Estos fueron escritos por Dios mismo (Ex. 32:15, 16), a diferencia de las leyes civiles y ceremoniales que Moisés escribió bajo su dirección. Aunque dados a los hijos de Israel después de su liberación de Egipto, ellos encierran lo que se esperaba que observaran Adán y Eva. Por lo tanto, proceden de la creación y son obligatorios para todas las personas en todo tiempo y lugar. Son fijos, modelos objetivos de justicia, y así todo el mundo debería interesarse en su deber con el Dios Altísimo, el Creador y juez de toda la tierra, quien requiere una obediencia perpetua y perfecta a su voluntad.
Todos estos autores protestantes atestiguan fehacientemente que fue el protestantismo el que distinguió la ley moral –los Diez Mandamientos– de la ley ceremonial, y que históricamente el protestantismo genuino defendió la vigencia del decálogo ante las corrientes antinomianistas.
Fue precisamente del protestantismo que el adventismo aprendió esta distinción entre la ley moral y la ceremonial. Fue de allí que los adventistas aprendieron a diferenciar el carácter permanente de los Diez Mandamientos del carácter transitorio de la ley ceremonial. Si el protestantismo evangélico de la actualidad se ha alejado de esta enseñanza bíblica, ello sólo significa que no retuvo la doctrina que había recibido (2 Tes. 2:15). Esto no es sino el pleno cumplimiento de la profecía: "vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias pasiones, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas". (2 Tim. 4:3, 4).
A mediados del siglo XIX, para los adventistas no había duda de que la ley de Dios era eterna y seguía vigente, tal como la más connotada erudición protestante enseñaba. Pero había un detalle: allí donde la Biblia decía "sábado" los protestantes entendían "domingo". Era un pequeño pero importantísimo detalle, ya que el cuarto mandamiento no ordena "un día de la semana será de reposo", sino "el séptimo día será reposo para Jehová tu Dios" (Reina Valera, 1909).
Fue entonces evidente que debía volverse a la palabra escrita, y guardar el día que Dios con tanto énfasis ha indicado en las Escrituras, en lugar de observar el día que impone Roma. Así que fue de la teología protestante que los adventistas aprendieron de la eternidad de la ley moral, y la vigencia del sábado de Jehová, lo cual les resultó muy fácil de comprobar con las Escrituras.
40. Vamos ahora a Nehemías 8:1-3, 8:14 y 9:3. Al hablar del único libro que se leía, aquellos pasajes lo llaman (i) la ley de Moisés, (ii) la ley de Dios, (iii) el libro de la ley, y (iv) la ley de Jehová su Dios. Se intercambian las palabras indiferentemente por tratarse de un solo libro, una sola ley.
Efectivamente, en la Biblia la palabra "ley" es relativa y puede asumir diferentes significados. Por ejemplo, cuando Jehová entregó las dos tablas con los Diez Mandamientos, las describe como "la ley y los mandamientos que he escrito para enseñarles" (Éx. 24:12). Obsérvese que lo único que Jehová escribió con su dedo fueron precisamente los Diez Mandamientos (Éx. 31:18; Deut. 5:22). Sin embargo, también se llama "ley" a las prescripciones ceremoniales, civiles, mercantiles y de salud incluidos en el Pentateuco.
Para diferenciar los Diez Mandamientos de las otras leyes, Moisés recurría a los términos "tablas del pacto" (Deut. 9:10; 10:4) y al rollo manuscrito lo llamaba "libro de la ley" (Deut. 31:24-26). Ahora, puesto que los Diez Mandamientos estaban dentro del arca del pacto (Deut. 10:4, 5), lo único que podían hacer los israelitas era leer el libro de Moisés, donde también estaban incluidos los Diez Mandamientos. Eso fue precisamente lo que hizo Esdras en Nehemías 8. El arca del pacto que contenía las tablas de la Ley se perdió durante la cautividad babilónica, pero en el "libro de la ley" podía leerse la voluntad divina.
Obsérvese que lo que leyó el escriba Esdras fue precisamente "el libro de la ley de Moisés", es decir, los rollos manuscritos de Moisés. No obstante, ¿qué fue lo que Moisés escribió? ¿Fueron palabras suyas? ¿O fueron revelación divina? En Deu. 1:1 se lee: "Estas son las palabras que habló Moisés a todo Israel". Como eran palabras que Israel oyó de Moisés, apropiadamente puede llamársele "la ley de Moisés". Sin embargo, Deu. 1:3 aclara que "Moisés habló a los hijos de Israel conforme a todas las cosas que Jehová le había mandado acerca de ellos", por lo que también a los rollos podía llamárseles "la ley de Jehová".
En modo parecido, Jeremías inicia su libro diciendo que son "Las palabras de Jeremías" (Jer. 1:1), pero en el versículo 2 Jeremías aclara que no eran palabras suyas, sino "palabra de Jehová". Cuando citamos hoy a Jeremías, solemos decir igualmente "Jeremías dice" o "Jehová dice". Y así con cualquier libro de las Escrituras. Del mismo modo, que en Nehemías se refiera a "la ley de Moisés" o a "la ley de Dios", es sólo un recurso estilístico para referir el Pentateuco.
Con fines puramente pedagógicos, debido al amplio campo semántico de la palabra "ley", hoy en día recurrimos a los conceptos de "Ley de Moisés" para referir a la ley transitoria introducida después del pecado, y "Ley de Dios" para referir a los Diez Mandamientos. Pero, ¿se hace esto de manera arbitraria y en contra de las Escrituras? No. Obsérvese esta diferencia: en tanto en la Biblia las leyes ceremoniales son igualmente llamadas "ley de Moisés" o "ley de Dios", los Diez Mandamientos nunca son llamados "ley de Moisés", y esto marca un hito fundamental que nunca debe olvidarse, y es lo que marca la pauta para diferenciar lo que hoy llamamos "la ley de Moisés" y "la ley de Dios".
CONCLUSIONES
Los argumentos presentados en las "Cuarenta preguntas para los Adventistas del Séptimo Día acerca de la ley y el sábado de Israel" no son sino las mismas objeciones de siempre, sin aportar nada nuevo. Estos argumentos, esgrimidos desde el principio por los antinomianistas contra los adventistas, ya han sido abundantemente contestados y rebatidos. El hecho de que la respuesta adventista no haya recibido una réplica, demuestra la total falta de argumentos por parte de los enemigos de la ley de Dios, por lo que se ven precisados a repetir y repetir los mismos argumentos una y otra vez, fundándose en pasajes descontextualizados, explicaciones deficientes de las cartas de Pablo, y una abierta distorsión de la historia del cristianismo.
El protestantismo histórico defendió la vigencia, eternidad e inmutabilidad de los Diez Mandamientos, y condenó el antinomianismo como una herejía peligrosa. Hoy, el protestantismo ha sido invadido por el antinomianismo y condena como herejes a quienes defienden la vigencia de la ley de Dios. ¡Ay, cómo han cambiado los tiempos!
Este rechazo del protestantismo a la ley de Dios se produce en la historia precisamente cuando aparece el movimiento adventista proclamando al mundo: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas (Apoc. 14:7). La denuncia adventista era obvia: si la ley de Dios es eterna, entonces los cristianos debían guardar también el cuarto mandamiento, "porque cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofenda en un punto, se hace culpable de todos" (Sant. 2:10).
Como no hay manera de justificar con la Biblia el cambio del día de reposo ni la abrogación de alguna parte de los Diez Mandamientos, el protestantismo no ha tenido otra alternativa que declarar nula la ley de Dios. Y al hacerlo, no reparó en las insalvables contradicciones e incongruencias en que caía, pues lo que más le importaba no era la fidelidad a la palabra de Dios, sino el disfrute de una pretendida libertad cristiana entendida como la ausencia de todo compromiso del hombre con su Creador, blandiendo para tal fin el argumento de la gracia, como si el concepto divino de la gracia implicase la abolición de la ley de Dios. Así se cumple en el protestantismo lo que escribe el profeta: "Le escribí las grandezas de mi Ley, y fueron tenidas por cosa extraña" (Os. 8:12). Sí, el protestantismo, que antes había resaltado la vigencia y perfección de la ley de Dios, hoy la considera una cosa extraña, algo propio de los judíos y de los judaizantes, y no de los cristianos, como si la Biblia no dijera que los santos son aquellos que "guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo" (Apoc. 12:17).
Lejos de cantar con el salmista: ¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación (Sal. 119:97), el protestantismo grita: "¡Qué ley ni qué ocho cuartos! ¡No tenemos que guardar la ley!" Lejos de cantar con Pablo: me deleito en la ley de Dios (Rom. 7:22), el protestantismo declara que la ley es una odiosa carga. En lugar de llamar al decálogo como lo hace Jacobo, la ley de la libertad (Sant. 2:12), el protestantismo lo llama "maldición".
No es extraño que ante esta situación, dentro del propio protestantismo surjan voces de protesta contra lo que no es sino una abierta rebelión contra la ley de Dios, al mejor estilo del apóstata Israel pre-exílico. Tal es el caso del teólogo bautista Arthur Walkington Pink (1886-1952), quien denunció la injusta y peligrosa posición de las iglesias protestantes con respecto a los mandamientos de Dios. Pink describe la situación de las iglesias así:
Tenemos poca necesidad de detenernos y ofrecer prueba de que esta es una época de ilegalidad. Casi en cada esfera de la vida presenciamos la triste realidad. En la ausencia total de una disciplina real en la mayoría de las iglesias, vemos este principio ejemplificado. Hace no más de dos generaciones, miles, decenas de miles de miembros disolutos cuyos nombres siguen ahora en las listas de membresía, hubieran sido desasociados.
Pink reconoce que las iglesias estaban atravesando por una crisis de moralidad expresada por una total indisciplina en cada esfera de la vida (familia, iglesia y sociedad). Este deterioro tiene una causa, y Pink asegura saber cuál es:
Estamos seguros de que el muy extendido desprecio actual por las leyes humanas es el crecimiento del irrespeto por la Ley Divina. Donde no hay temor de Dios, no podemos esperar que haya mucho temor del hombre. ¿Y por qué es que hay tanto irrespeto por la Ley Divina? Esto, a su vez, no es sino el efecto de una causa precedente.
¿Cómo fue que empezó en las iglesias protestantes este irrespeto por la Ley Divina y por las leyes humanas? Pink no titubea al explicarlo:
Los maestros cristianos han competido en denunciar la Ley como un "yugo de servidumbre", "una carga onerosa", "un enemigo implacable". Han declarado con sonido de trompeta que los Cristianos deberían considerar la Ley como "una cosa extraña": que fue dada a Israel, y que luego terminó en la Cruz de Cristo. Han advertido al pueblo de Dios que no tenga nada que ver con los Diez Mandamientos. Han denunciado como Cristianos "Legalistas" del pasado, a quienes, como Pablo, "sirvieron a la Ley" (Rom. 7:25). Han afirmado que la Gracia saca a la Ley fuera de la vida de los Cristianos tan absolutamente como de su salvación. Han llevado al ridículo a quienes defienden un Sábado Cristiano, y los han clasificado con los Adventistas del Séptimo Día. Habiendo sembrado vientos, ¿es acaso extraño que ahora cosechen tempestades?
Pink presenció con sus propios ojos el deterioro gradual de las iglesias, y no le resultó difícil resolver la incógnita de la ecuación. Él testifica: "Hubo un tiempo cuando no era fácil encontrar a un Cristiano que ignorara este tema; un tiempo cuando la primera cosa llevada a la memoria de los hijos de los padres Cristianos eran los Diez Mandamientos. Pero, ay, hoy es bien distinto". La responsabilidad del desbarajuste moral la coloca Pink sobre los hombros de los "maestros cristianos". En esto insiste él: "Y porque muchos líderes Cristianos públicamente han repudiado la Ley Divina, Dios nos ha visitado con una ola de desorden en nuestras iglesias, hogares y vida social".
De lo que hasta ahora nos ha descrito Pink, podemos resumir los siguientes puntos:
- El caos moral se inició en las iglesias, prosiguió en los hogares, y de allí se extendió a toda la sociedad.
- Esta crisis moral no afecta solamente a una denominación en particular, sino a "la mayoría de las iglesias".
- El deterioro se inició, según él mismo afirma, "dos generaciones" atrás, coincidiendo precisamente con la aparición de la proclamación mundial de la ley de Dios por parte del movimiento adventista del séptimo día.
- Fueron los pastores y líderes religiosos los responsables de propagar la nulidad de la ley divina, como respuesta a la predicación de los adventistas del séptimo día, y para no parecerse a ellos, lo que finalmente culminó en el caos familiar y social de los últimos tiempos.
Pero ésta no es la opinión aislada y subjetiva de un solo hombre, sino la triste realidad del mundo protestante. Ernest Reisinger observa para finales del siglo XX la misma situación que había percibido A. W. Pink a principios de siglo, y llega a la misma conclusión que él:
La iglesia profesante es grandemente culpable por este declive. La teología moderna se ha salido del patrón de justicia que se halla en el Decálogo. Pero igualmente serio es lo que algunas iglesias evangélicas le han hecho a la ley de Dios. Ellas han enfatizado el amor de Dios a expensas de su santidad y no le han mostrado a los incrédulos su odio al pecado ni a los creyentes su demanda de justicia. El resultado es que los pecados de la sociedad también se hallan en muchas iglesias.
La actitud de estos pastores contra la ley de Dios fue anunciada por el profeta: "Los que tenían la ley no me conocieron; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha" (Jer. 2:8). Sí, los protestantes habían tenido la ley de Dios en su doctrina, y habían combatido el antinomianismo, tal como lo demuestran los documentos y tratados protestantes de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, pero al final prefirieron anularla, cuando consideraron que su libertad se veía amenazada por ella. El resultado de esto fue que los pastores dejaron de cumplir con el deber que les había sido encomendado: "Porque los pastores se infatuaron, y no buscaron a Jehová; por tanto, no prosperaron, y todo su ganado se esparció" (Jer. 10:21).
Al promover doctrinas que van contra la enseñanza bíblica, ¿qué oportunidades tiene el hombre de hallar la verdad? Muy pocas, si consideramos que a aquellos que rechazan la verdad, "Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia" (2 Tes. 2:10-12). Por eso, A. W. Pink y Ernest Reisinger han arado en el mar. Las iglesias, en lugar de reaccionar favorablemente a la admonición divina, han persistido en su rebelión contra Dios.
Hoy, la situación no es diferente a la del siglo pasado. Recientemente, un grupo de líderes religiosos, tanto protestantes como católicos y judíos, comenzó a promover la celebración anual del "Día de los Diez Mandamientos", en virtud de que consideran necesaria la restitución de la ley de Dios para enfrentar el caos social en que vive la humanidad. Estos líderes asientan en una Proclama las motivaciones que los llevaron a tomar esta iniciativa. En diche Proclama leemos:
Nosotros, quienes servimos como un consejo de líderes, estamos encargados de utilizar nuestra pasión unida para proveer propósito y dirección para revertir la enorme corriente de inmoralidad que continúa desbordándose en los Estados Unidos de América y en todos los continentes del mundo. Esta voz unificada culminará anualmente con el Día de los Diez Mandamientos y servirá como una plataforma global y espiritual llamando a una conciencia renovada de moralidad basada en los Diez Mandamientos. Esta plataforma responderá al llamado hecho desde la creación como una verdadera expresión de amor, armonía y reconciliación entre las naciones, diversidades étnicas y de géneros a través de la educación y la rededicación a la norma moral dada por nuestro Amoroso Creador.
Sí, para estos líderes de la cristiandad el Decálogo no fue entregado por primera vez en Sinaí, sino desde la creación. Además, está claro que para ellos es el olvido de la ley de Dios lo que ha producido la ola de inmoralidad que sacude a la humanidad, y es el retorno a esa ley olvidada por la cristiandad lo que según ellos podrá subsanar la situación mundial.
Lamentablemente, no se vislumbra ningún éxito en esta empresa. Cristo predijo esta ola de inmoralidad hace unos dos mil años: "Muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo" (Mat. 24:11-13). Pablo también advirtió:
También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella" (2 Tim. 3:1-5).
Sí, se predijo la ola de inmoralidad que hoy azota a nuestra sociedad. No una ola de inmoralidad fuera de la religión, sino dentro de ella: "tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella". Esta ola de inmoralidad irá aumentando hasta el fin de los tiempos, y será detenida sólo por la espada del Rey de Reyes y Señor de Señores que vendrá en las nubes a exigir cuentas a cada hombre y mujer.
Es por eso que nuestra oración debe cantar con el salmista: Tiempo es de actuar, oh Jehová, porque han invalidado tu ley (Sal 119:126). Amén. ¡Ven, Señor Jesús!
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DATOS DEL AUTOR: Giovanni Cabrera giovannicabrer[arroba]yahoo.com Lugar de Nacimiento: Maracaibo, Estado Zulia (Venezuela) Títulos obtenidos: Licenciado en Historia (La Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela, 1999) Magíster Scientiarum en Historia (La Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela, 2004) Estudios actuales: Doctorado en Ciencias Humanas (La Universidad del Zulia)
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