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La vivienda… ¿último reducto de la identidad?

Enviado por Pere Cañamero


Partes: 1, 2

  1. A modo de prólogo
  2. Historias al uso (o las dos caras de una misma moneda)
  3. El espacio íntimo
  4. El otro
  5. Bibliografía consultada
  6. Epílogo

¿Te marchas, Ben? No._ Yo tampoco. ¿Sabes?, creo que hay dos tipos de gente en el mundo: los que se van y los que se quedan. ¿No te parece?

_No. Yo creo que hay dos tipos de personas: los que van a algún sitio y los que no van a ninguna parte. Eso sí es cierto. _No estoy de acuerdo, Ben.

_Por que tú no sabes de lo que estoy hablando. Soy un ciudadano

de ninguna parte. A veces, echo de menos mi hogar…

Benjamin Rumson, del film "La leyenda de la ciudad sin nombre",

1969, Paramount Pictures, USA.

1. A modo de prólogo.

Uno de los ejes que, como termómetro fiel, ha medido el pulso real de lo que a continuación pretendo exponer, ha sido la prensa escrita. Dejando aparte su tendencia, parcialidad y deontología, cualquier ciudadano de a pie, inquieto por el devenir de los acontecimientos, ha podido ser ilustrado en una fenomenología que el ser humano, en una época calificada por algunos postulados de sobremoderna (1), aquella que se inspira en la individualidad más personalista, la heterogeneidad cultural, con muestras de vidas y modos diversos, con multiplicidad de densidades y movilidad personal y que distancia cada vez más al gobierno del ciudadano, no estaba acostumbrado a calibrar o valorar. Ello ha sido coincidente, por suerte, con el transcurso y desarrollo de este postgrado que, dicho sea de paso, ha contado con una nutrida representación de diversidad manifiesta.

Alguno de estos autores ha determinado que algunas sociedades están ciertamente hartas, satisfechas y la única reivindicación que resta es el propio exhibicionismo. Estamos ante una nueva época donde, progresivamente, van desapareciendo aquellos valores tradicionales que nos identificaron de modo racional al principio del mundo contemporáneo; tiempo, se diría, de inspiración "divina" de corte hedonista y estéticamente pulsionada, una sociedad supercomunicada que, paradójicamente, segrega y margina; una nueva espiritualidad que quiere secularizar sutilmente y que crece en todos los ámbitos y sectores de los territorios; creencias, existen muchas, pero fe, poca.

¿Vuelve a dominar la confusión, el miedo? Voy a más, ¿quién lo impulsa?¿Estamos ante una nueva Edad Media, como apostaba Julio Valdeón, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid? (El Mundo, 19 de agosto del 2003). Estableciendo un paralelismo histórico, parece que haya un resurgir, a mi entender, de aquella contrareforma en la Edad Moderna… Se constata un cierto aburrimiento, tedio, sino atroz, si pausible, que determina otras formas, conflictos y armonías.

Occidente, o los paises del norte me atrevería a decir, pues se suceden ejemplos de modo constante y demuestran una polarización cada vez más acusada, se han convertido en el paraíso relativo para muchos y atrae multitudes, por las causas que sean, principalmente por obra y gracia del capitalismo más exacerbado. El trasiego de ciudadanos, mal llamada e/in-migración que nos escandaliza, es, en definitiva, el mejor ejemplo para comprender la propia evolución de la humanidad, las sociedades (Joseba Achotegui, Centre Passatge, BCN, "Migraciones del siglo XXI", mayo del 2006), y comporta nuevas liturgias, nuevas costumbres, nuevos modos de actuación que hay que comprender y discernir para conocer.

¿Qué busca, en realidad, aquella? ¿Reafirmar o confirmar? ¿El rechazo o la aceptación? ¿Del yo o del otro? ¿Todos juntos o separados, por murallas o por leyes? ¿Nos queremos o nos necesitamos? ¿Convivencia, complacencia, connivencia o conveniencia?

Otros datos han tenido una base académica e ilustrada, como se podrá observar a lo largo del presente escrito, pero siempre dando protagonismo a la identidad como denominación realista, el alter ego de la persona, composición tangible, y/o la vivienda, co-protagonista y, a la vez, escenario, en este teatro ciertamente inanimado, personificación del poderío alcanzado, alternando su orden, si se quiere, pero siendo elementos básicos desde la noche de los tiempos, que se superponen, relacionan, se imbrican, dentro del ámbito social, cada vez más amplio, laxo y complejo, a la vez, del mundo en que vivimos.

Una noticia aparecida en los diarios (El País, El Mundo, El Periódico de C., lunes, 3 de julio de 2006), martillea desde mediados del mes anterior a la opinión pública, y salpica, asimismo, a otros medios audiovisuales y radiados, utilizando el mediatismo necesario para la consecución del objetivo: la reclamación por parte de un sector de la población joven del derecho a una vivienda digna. ¿Qué quieren decirnos la unión de estos dos términos (más un tercero, pues la propia Constitución Española determina también el calificativo de "adecuada") así nombrados "publicitariamente", enfatizados, quizás, de modo exagerado?. Si profundizamos un poco y separamos ambos significados principales veremos que no se corresponde la realidad con la queja, ya institucionalizada, y legítima, por otra parte. Su dignidad,… ¿se menoscaba sin un objeto de valor como es el techo que les protege? ; la protesta, a mi entender, deriva hacia una hipocresía, provocada por la ambición al poseer el verdadero objeto de deseo y darle continuidad a la costumbre: el habitáculo donde, se supone, crecerá y prosperará su integridad, su personalidad más exclusiva. ¿Es un ritual de paso? ¿Rito iniciático? ¿Es la cumbre del narcisismo en la comunidad que habitamos? ¿Es una cortina de humo que esconde una nueva pobreza?

¿Quién no tenga casa no se identificará con sus semejantes? ¿Se le excluirá de esta sociedad, cambiante y veloz? Como los lakotas de las comunidades indígenas americanas del siglo XIX en sus mejores tiempos: hay que disponer de un caballo para crecer en el camino.

Mal que nos pese, la noticia que inundó, y nunca mejor dicho, los diarios sobre el tsunami de Indonesia a finales del año 2004 devolvió al ser humano al lugar que le corresponde. Fue una sacudida de impacto, no exenta de folclore anecdótico _ ¡qué ironía; era periodo de vacaciones para el europeo! _, bajo mi punto de vista. Vidas y bienes, sin embargo, desaparecieron por causas ajenas a la voluntad del hombre, pues la naturaleza se deja sentir en los momentos que considera oportunos y los hechos sucedidos constataron la fragilidad que forma parte de las vivencias de aquél en el entorno más inmediato. También ocurrió en Centroamérica con el huracán Mitch y el Katrina, sin ir más lejos, sin olvidarnos de las rissagas de la isla balear de Menorca, recientemente.

La aparición en los medios de comunicación de todo el mundo sobre el desastre en la isla de Java nos dio la medida adecuada a las necesidades básicas que nos planteamos en nuestro recorrido vital, urbano o rural. Se puede decir que la lejanía no restó importancia al fenómeno. Desde esas fechas hasta las ultimas repercusiones noticiables con relación a la vulnerabilidad que representa el asalto, la invasión, a ese chalet, casa adosada, paradigma del status social alcanzado, ha hecho de la polémica sobre la tenencia de la propiedad una constante en el lenguaje cotidiano, con todas sus repercusiones, tanto a favor como en contra. ¿Es una necesidad, derecho lícito, alcanzable, bunquerizado? ¿Cabe la posibilidad de favorecer el equilibrio territorial y humano, uniendo sectores poblacionales, enlazando coexistencias o individualizar los logros para fomentar la presunción y la diferencia, creando distancias? La casa se ha convertido en un templo único, una manifestación del yo; es nuestro santuario, tenga la fórmula que tenga, sea de alquiler, propia, de madera, choceada o ladrillo. ¿Miedo a la intemperie?. Señores Platón, Cervantes, Saramago, sus cuevas, ¿siguen vigentes? Dónde está la realidad y dónde la ficción.

Pero no estamos solos. Mejor dicho, hemos dejado de estarlo.

Los cientificismos que rodean la demografía crean las tendencias, y sus lecturas deben ser tenidas muy en cuenta, en medio de un todo con multitud de ideas, proclamas, reuniones, actos institucionales, declaración de intenciones, decálogos, sobre la significación de la vivienda en el territorio físico dentro del espacio público humanizado. La importancia de ello, provoca, a mi juicio, una reflexión seria, que intentará relacionar la persona con su refugio, la morada ideal. La política también juega en este sentido: la desconsideración de unos derechos, utilizados ya como moneda de cambio, que son propios y que fundamentan la ciudadanía, ha puesto de relieve la desunión entre los representantes de aquella con los verdaderos intereses que se esconden detrás del entramado, digamos, "unificante", de la sociedad y sus valores monetarios.

No quiero olvidar, por supuesto, a los que quedan todavía y que fueron héroes en su momento y contexto. Más bien diría, todavía son. Ubicados mayoritariamente en las grandes ciudades, expresión máxima de la vida colectiva, en barrios que albergaron un primer éxodo territorial en los años del pre-desarrollismo español, hacinados, unos, bien situados, otros, han soportado las diferentes transformaciones o cambios que las políticas municipalistas les han derivado, siendo ejemplos encorajinados que forman parte de la representación, real y originaria, que nos hizo crecer para poder mejor comprender el futuro que viene; de aquellos que se mantienen como muestra de lo que fue y no hemos, a mi juicio, sabido asumir para atender lo que ya comienza a existir con cierta intensidad, si cabe, como espectro colorista del medio urbano en que vivimos.

A esos modestos congéneres que no tuvieron como horizonte aquella Alemania o el centro de Europa como punto de mira cuando la España franquista exportaba, de modo cuantitativo a mi entender, trabajadores "invitados", benévolo calificativo éste. Como dato sirva que fueron unos

600.000, entre 1960 y 1973; 130.000 se quedaron en los países de acogida. (Fuente: La Vanguardia).

He querido utilizar el hecho fotográfico (2) y la etnografía como herramientas principales para describir y complementar lo que hoy todavía ubica a estas identidades que sobreviven, con sus casuísticas, particularidades y causalidades, entre nosotros y, parece, hemos dejado de lado. Ha sido breve en ambos casos, sin planteamientos preconcebidos ni esquemas básicos, pero sí con una intención de solaz esparcimiento en lo verbal que de luz a una situacionalidad que se mantiene. Aquellas que, pese al paso del tiempo, resisten y residen en reductos precarios, unos, y en franca satisfacción por lo conseguido, otros. Unas personalidades que aparecieron en un terreno, abonaron con su trabajo, ideas, moral, educación recibida ese territorio, llenando su geografía e impulsando el futuro, incierto o no, pero deseable. Quizás sin resultados cuantitativos, si se prefiere en algunos casos, pero habiendo recorrido el camino como todo ser racional que precie unos deseos de bienestar. A ellos va dedicado este trabajo. Todo ello bajo una premisa: si todavía no hemos comprendido nuestra migración, ¿cómo podemos entender a los que van llegando?

Todo ello nos debería sumergir en dos verbos consecuentes para esta circunstancia: ¿ser o estar?. ¿Es esa la cuestión?. O siendo más coherentes con lo que nos ocupará en las próximas páginas, ser o tener. El cuestionamiento shakesperiano por excelencia engloba una realidad más palpable de la que creemos. El hombre, como especie, vive una constante valoración de sí mismo, llegando a ciertos vacíos en ese razonamiento. El mayor de todos es el de ser o no ser. La identidad que tenemos como seres humanos, tanto individualmente con en colectividad, se ve atrapada dentro de otras mas, que entremezclamos, ficcionamos y exhibimos. ¿Somos lo que queremos ser o lo que esperan otros que seamos?

2. Historias al uso (o las dos caras de una misma moneda).

"La realidad no es independiente del etnógrafo que la observa, y que, por tanto, no es objetiva; por el contrario, aquella surge en una relación indisoluble con las distinciones en el lenguaje que el observador hace. La realidad que el trabajador de campo pretende describir no es una entidad ya dada para su captación, sino que es una entidad que emerge con la observación" (3).

Las historias de vida que suceden alrededor del observador, cualquiera que sea éste, pues todos somos protagonistas con nuestra interacción permanente en el espacio humano, hacen rico cualquier mensaje que surja. Si la transmisión de éste se realiza de modo llano, epidérmico, estamos ante una prueba de la propia existencia de la identidad como tal, independiente, real, indisoluble, cargada de matices, particularidades y caleidoscópicas riquezas. Ello es un valor de durabilidad infinita, cósmica, me atrevería a decir, ya que es una sucesión de otras que antecedieron a la presente constatada.

La observación antropológica siempre está contextualizada. Ser participante, directamente, invita a descender a ese espacio de suficiente aproximación como el que da la vecindad, el vecinaje, sin miramientos de ningún tipo. Dejando perjuicios, pre-juicios y asépticas sensibilidades atrás; simplemente para una mejor asimilación y comprensión. Dijo el célebre fotógrafo Robert Cappa que "si tus fotos no son suficientemente buenas, es que no estás suficientemente cerca…" ¿Qué podemos conocer si estamos lejos del objeto?. Por que la fotografía tiene, en términos generales, una relación con las ciencias sociales, y se puede dar en varios niveles o puntos de vista; a saber: como una técnica o instrumento para el registro de información, como un mecanismo para la difusión de la misma, como tema u objeto de estudio (como es lo que nos ocupa) y como una rama de la antropología: la antropología visual, suficientemente rica por sí como disciplina.

La etnografía, lejos de un enfoque academicista propio de la investigación exhaustiva formal y rigorista, ha sido aquí _era mi pretensión, al menos_ la realidad todavía viva de unos hechos explicados por el mismo historiador, que es, a su vez, el intérprete de su propia película. Es bien seguro que se ha ganado el Oscar. La teoría de B. Malinowski, y por la que él mismo se convirtió en migrado en las antípodas, en primera persona: la legitimidad legitimada. ¿Cómo vamos a negar los hechos expuestos por aquel, rescatado del anonimato? Es el sustantivo de la acción.

El manchego.-

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(1) Florencio (Almadén, Ciudad Real, 1937), maestro ebanista, jubilado, casado, dos hijos; llega a BCN en 1948, cuando tenía 16 años. Se aloja en casa de amigos y, posteriormente, en una pensión (calle Escudillers). Encuentra trabajo al momento y, poco a poco, se integra en el ritmo laboral propio de la España de la época. No ha regresado a su lugar de origen, excepto cuando se casó. Vive con su mujer y es propietario de dos viviendas, una de ellas, como segunda residencia.

"Recuerdos de niño tengo pocos. Siempre estaba en el colegio, con mis amigos y compañeros. Pasábamos mucho tiempo allá; y en la calle. Compartía el juego en el patio de los talleres de aprendizaje para los hijos de mineros. Teníamos un borrico, que utilizaba mi padre para ir a cazar. Pero no éramos una familia de campo. El resto de la familia, sí; se dedicaban a ello. Mi primo y yo compartíamos el ambiente familiar, las extensiones de terreno y la libertad que representaba. También estabamos jugando en la calle. No habitabamos la casa, como hoy, que se disfruta más. Claro que tampoco habían coches, como ahora. Yo estudiaba y trabajaba en los talleres para mecánico, de martillos eléctricos de mina; tenía 14 años, que fue donde también hice lo que carpintero, para aprovechar el tiempo. Y también estudiaba para facultativo de minas, como mi padre, pues él no bajaba a los pozos.

Mi padre dirigía tareas en los talleres. Él no quería que fuéramos mineros, la mina no le gustaba; a nadie. Veía a la gente que, trabajando en los pozos, con cuarenta años estaban listos. Si te quedabas en el pueblo tenias sólo la mina como horizonte. Ya se sabe, era una cuenca minera. Si no encontraba trabajo en Barcelona, me tenía que volver.

Mi casa era una casa normal, grande, con un patio también grande, un corral con pozo de agua; era una casa de una sola dependencia, de plantan baja y lo que aquí se llaman golfas, que era una especie de despensa. Vivíamos con mis padres y mis dos hermanos pequeños. No había agua corriente, ni fría ni caliente, como las comodidades de ahora. Íbamos a la fuente, para el agua que se bebía, a buscarla con los cántaros. En el corral, mi madre tenía algunos animales para la matanza. Mi hermano mayor, que era sargento de automóviles, estaba destinado en Barcelona. Fue el primero que arrancó y se buscó el porvenir de voluntario en el servicio militar. Por él fue que me vine; se carteaba con la familia y enviaba postales de la ciudad. Al verlas, me sentí atraído y lo deje todo. Me gustaba el mar, el puerto, ver los barcos. Pasaba muchos domingos en el antiguo paseo de Colón, mirando las gaviotas. Me lié la manta a la cabeza, escribí a mi hermano y le dije que me esperase en la estación de tren de llegada. Eran trenes llenos a rebosar de paisanos de todas las comunidades del sur de España. Barcelona estaba llena de gente de todas las provincias. Andalucía, Murcia, y Extremadura, también. Se daba la circunstancia que recogían a todos los que llegaban a la Estación de Francia y, como no había sitio, los devolvían a sus lugares de origen. En Montjuich había unos pabellones que albergaban a todos los transeúntes que no tenían o contactos o trabajo o familia.

El Borne, la ciudad vieja de Barcelona, es y por lo que ve, pues estuve por allí hace poco, sigue siendo el lugar para la acogida de todo el mundo. Yo siempre viví en la Ciudad Vieja, en Pueblo Seco, hasta que me casé, que me cambié de barrio: Les Corts y después, a Nou Barris.

Lo primero que hice en el primer paseo, fue ir a ver el paso de los barcos. La gente que entraba y subía, los atraques. Claro, en mi pueblo no había barcos. La mirada al mar siempre me ha relajado mucho.

Al principio se pasó negro, años duros, se cobraba poco y se trabajaba mucho, de 10 a 12 horas cada día, incluso los sábados. La hora era lo que te hacía subir el sueldo. Pasé dos o tres años con cartilla de racionamiento; al principio, estuve viviendo con unos paisanos. Fueron pocos días, hasta que encontré una pensión que pertenecía a un sargento de la policía, el señor Balbino. Lo tenía como un negocio más, que llevaba su mujer; seríamos unos 20 chicos. Nos salía más barato. Te daban de comer, almorzar y cenar. La pensión completa, con comedor común, salía por unas 125 pesetas. La ropa te la planchaban, si lo necesitabas.

Recuerdo que un compañero, catalán, tenía una sastrería como negocio en Ciutat Vella; si te hacías socio de él, por 25 pesetas cada semana, por ejemplo, disponías de ropa. Si te faltaban calcetines, los tenías; si eran camisetas, igual.

Si querías un traje, lo mismo. El taller estaba en el barrio del Borne. Era un fondo que aportabas, un sistema que había en aquella época, para ir surtiendo de vestuario a todo el que lo necesitaba. Todo el mundo se fiaba, había una confianza, un buen hacer, no como ahora. El representante de ese negocio, siempre tenía la precaución de ver que trabajabas en una empresa.

Me amoldé al sistema de trabajo desde el principio. Te veías un poco discriminado por no hablar el catalán. Ahora es diferente; entonces no gustaba que aprendieras el idioma. Había gente reacia a que lo hicieras. Ellos preferían que hablaras tu lengua, que te entendían. Yo quería aprender el idioma pero no había deseos por parte de los que contrataban. Como chaval que era me interesaba todo lo nuevo. Nunca me vi, sin embargo, discriminado por ese hecho. Lo he ido aprendiendo con el paso de los años; mis dos hijos lo hablan perfectamente.

También había la clásica envidia, del por qué ganaba más que otros. Me pasaba muchas horas en la empresa mientras que otros cumplían su jornada escueta y se marchaban. No es que hubiera rencillas, pero los comentarios se hacían sentir al final de mes, cuando se cobraba.

El venir a Barcelona lo tomé como una aventura. Era joven y no tenía temor por lo que sucediera. Yo tenía el respaldo de mi hermano, nos veíamos el domingo y comíamos juntos. Llegué un sábado, encontré el trabajo el domingo y el lunes ya trabajaba. Había faena, carteles por todos sitios, mucha demanda.

Siempre me he sentido tranquilo, pues tuve la suerte de encontrar trabajo al momento y me he jubilado en la misma empresa."

Sant Pol de Mar, Barcelona. 16/07/06. 17.00 horas. Se constata grabación.

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1957, calle Salvadors, Barcelona.

2006, Sant Pol de Mar, (Maresme), Barcelona.

El gallego.-

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(2)José Antonio (1940). Operario de múltiples oficios, es natural de Castelo de Frares, Becerrea, Galicia, y reside en Barcelona desde los 3. Actualmente es pensionista por incapacidad laboral. Está en situación de mobbing inmobiliario, pues su vivienda, de 38 mts.2, ha sido comprada por unos inversores del sector. Diabético, la asistencia social ha determinado que padece síndrome de Diógenes leve. Vive solo y percibe subsidios para su alimentación.

"Vine a Barcelona, se calcula, con tres años. Lo recuerdo vagamente por que me ingresaron con raquitismo en San Juan de Dios, cerca de la Diagonal, donde ahora está la Illa, ¿sabes?. En las aldeas aquellas donde vivía había muerto la madre, que era lo principal. Los otros familiares me rechazaron; hoy te vas aquí, mañana allá, y enfermé. Las gallinas de los corrales se me comían el pan de centeno, por que ellas también tenían hambre. Eran los años cuarenta. Había mucha miseria y en aquel momento no había las atenciones que hay ahora. Mi padre murió quince dias antes de nacer yo. Él y mi madre eran primos.

Según decían las normas que tenia el hospital, los niños que ingresaban tenían que tener esos años, ni menos ni más. Cuando vieron que ya me defendía un

poco, llamaron a una tía que estaba en Barcelona y le dijeron que debían sacarme del centro. Esta tía mía no vivía en su propia casa, sino de su hija y se plantearon el qué hacer conmigo: "…mira, mamá, muy bien que esté aquí tu sobrino, pero hay que darle de comer, de vestir, tiene que ir al colegio…" Era una mala época, malos tiempos, el estraperlo y todo eso. El piso donde viví, al principio, estaban en el barrio de Gracia, con otra tía; pero hubo conflictos entre familiares y pasé con éste otro familiar. Siempre me dejaron de lado.

En Barcelona había mucha gente de todas partes. La gente vivía acumulada en pensiones sin derecho a cocina, con cuatro o cinco hijos, en espacios tan pequeños como donde vivo ahora. Me pusieron en Pueblo Nuevo, en Wad Ras,

en protección de menores, que tenía un colegio, hasta que me fui a la mili, que la hice en Berga, en la montaña. Pero también me ubicaron en la Casa de la Caridad, aunque no había sitio en aquel momento. Después del servicio militar volví al mismo centro, pero en plan de empleado; en la barbería y en el lavadero del propio colegio. Por la mañana una cosa y por la tarde otra. Me fui también a una fábrica de curtidos, porque el cura, que era muy polémico, del colegio no me quería como barbero. También me puse a trabajar en una granja de gallinas ponederas, que está donde los estudios de TV2, en San … Cugat. Vivía y trabajaba en ella, con jornadas de sol a sol. Los domingos también. Les dije que no, que tenia alguna familia y quería tener algún día libre. Estuve también trabajando en una fábrica de metal de Pueblo Nuevo; pero me puse enfermo de neumonía, por que por las noches había mucha humedad.

Algunas veces he tenido cabronadas, pero no me puedo quejar. No me he casado; no lo busqué. Creo que tenido una vida feliz, no me complicado y he tenido suerte, también. Cuando acabó el trabajo de la granja me fui a ver a mi hermano, pues había ido a buscar otro trabajo, y me dijo que había hablado con la mujer, y que no, que no podía acojerme en su casa; que no podía ser, ni pagando. Cuando me lo denegó, me pregunté "… qué haces, sin comer, ni sitio donde vivir…", pues me puse de fregaplatos en la Costa Brava y solucioné estos problemas de subsistencia básica durante un tiempo. Me enteré por una señora, que estaba una portería, que si le dejaba cincuenta mil pesetas, me colocaba en esa portería. Pero me engañó. Ella todavía sigue viviendo allí, por cierto, después de veinte años. Gracias a una hermana que vive cerca de donde vivo, me enteré de que dejaban un piso vacío, que es donde estoy. Por suerte, no me han echado a la calle. Pero me pueden engañar y largarme. No me he planteado qué hacer, ni qué hacer con todo eso que tengo. Si me dieran otro piso… Pero todo lo que hay se quedará tal como está. ¿Adónde me lo llevo?

En todas los lugares donde he vivido he sido feliz. Allí en el colegio vivía en una especie de casa con torres, donde tenía mis cosas, por que yo siempre he sido muy coleccionista.

Plaza de Sant Pere, Barcelona, 3/08/2006. 14.00 horas. Se constata grabación.

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2006, calle Argenter, Barcelona.

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1948, avda. Diagonal, Barcelona.

(1) Universidad de Aquino, Bolivia. 2006. http://biblioteca.udavol.edu.bo "Sobremodernidad. Del mundo de hoy al mundo del mañana". Marc Augè. http://ddooss.org/articulos/textos

"Las Huellas de la Palabra". Román Reyes, 1998. www.ucm.es/info

(2) "Antropología visual y análisis fotográfico". Demetrio E. Brisset Martín, Universidad de Málaga. Gaceta de Antropología, nos 20, 21. Años 2004-05. "El valor de la fotografía. Antropología e imagen. Eva Martín Nieto, UCM.

Gaceta de Antropología, nº 21, 2005.

"Un franco, 14 pesetas". De Carlos Iglesias. Festival de Cine de Málaga, 2006.

"La mirada detenida". Centro de Estudios Masinos. Mas de las Matas. Teruel. 2003.

(3) Sergio Poblete. Antropólogo Social. Postulo en Biología del Conocimiento

Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de Chile). Septiembre de 1999. "La fotografía y la antropología: una historia de convergencias". Antropólogo José Gamboa Cetina. Profesor-investigador del Centro INAH

(Yucatán, México). Abril-junio del 2003.

3. El espacio íntimo.

El medio siempre ha marcado el asentamiento de las comunidades. El mundo exterior ha influenciado en el hombre desde tiempos inmemoriales y éste ha sabido aprovechar circunstancias y materiales para hacer de ese entorno algo saludable y acogedor. Un lugar donde proyectar su estima con relación a sí mismo y los demás. Por ello, la sociabilidad es un concepto único de doble dirección, respetando a Aristóteles ("somos animales sociales por naturaleza…") y la civilización, el resultante final. No tendría sentido la existencia sin aquella. Prosaica, en muchos casos. Un hogar es un proyecto que habla de uno mismo, que nos une, diferencia y enfrenta, a otros. Ejemplos los podemos encontrar por doquier: si visitamos las favelas (4) de Río de Janeiro (Brasil), la residencial Empuriabrava (Gerona, España) o el cementerio de El Cairo (Egipto), encontramos las razones que potencian esta idea.

La carencia es, puede llegar a ser, una fustración. Y en la vertiente conflictiva, generar agresividades por su falta. La necesidad de protección con respecto a esa naturaleza salvaje viene definida por el factor más insondable de todos: el miedo ("El miedo es el motor del mundo". Albert Sánchez Piñol, La Piel Fria. Edhasa, 2004) En la introducción se ha comentado la fragilidad(*) como causa sensorial que nos mueve a la obtención de los bienes que consideramos preciados, valorables, canjeables, en pos de alejarnos de esos miedos. ¿Podemos vivir sin techo, sin cobijo? Tendríamos que acudir a otros modos de entender la vida, bajo prismas de índole ideológica del pensamiento contemporáneo: el anarquismo funcionalista, el kibbuttz, la okupación, el travelling, etc. Pero igualmente, dormiríamos cubiertos, por lonas, madera o piedras. En Banda Aceh (Indonesia) o Morolica (Honduras, C.A.) saben de ello.

No podemos olvidar la arquitectura, como especialidad gremial y entendida en sentido tradicional, pues es la cuna, la fórmula mágica donde se forja la idea de convivencia, que da forma tangible a la misma, que constata que formamos parte de la "civitas". Ella da un sentido de construcción de relaciones, de interacción, de armonía social. De normalidad, también de… ¿seguridarismo?, estando ligada estrechamente a la tierra. Volvemos a la filosofía aristotélica; cada uno ocupa su lugar.

Lo malo es cuando se plantean las edificaciones como meras cuentas corrientes, con el consiguiente abandono de aquella convivencia, del mal uso de lo anterior y la depredación, lógica, del territorio, su paisaje y del paisanaje. Ejemplos los hemos tenido recientemente en París, sin ir más lejos. Los barrios, ejemplo clave, considero que no deben ser lugares concebidos como almacén, trasteros, pues son realidades, formadas por sensibilidades independientes que, estoy seguro, avivan aquellas interacciones que permiten del espacio público y privado una sintonía, una práxis. La ciudad es el logro más importante de la humanidad, el crisol que une toda la diversidad posible en este planeta, sea Nueva York o Benarés, por citar ejemplos claros de diversidad adaptada, que dijo Averroes, de integraciones paralelas de convivencia, líneas de actuación de ida y vuelta equitativa, de velocidad uniforme, que den tiempo y sosiego para el conocimiento mutuo, formas que instrumentalicen unas pautas donde veamos al otro como uno más que enrriquece nuestra propia vida. El territorio no tiene derechos adquiridos por una legitimidad secular. Las personas, sí. Incluyendo, asimismo, la libertad para aceptarlo o no.

Pero caminamos ante una nueva casuística, que nos sigue relacionando con la história, pues, indudable e inexorablemente, ésta se repite: hay una nueva revolución social donde diversos sectores de población, y quiero aquí olvidar la palabra frontera, artificiosa, fictícea, impuesta siempre bajo intereses crematísticos y productivistas, que se extiende a lo largo del globo. Individuos conscientes de sus mínimas aspiraciones, desean llegar a un status lógico según su creencia u opinión. "La lucha de clases es el motor de la sociedad", que dijo K. Marx, en el XIX. Ello habría que tamizarlo según las políticas y coyunturas socioeconómicas actuales, pero es perfectamente aplicable; no hay nivel ni clase, hay dirección. Igualmente existe la conciencia de unos derechos por lo que luchar y aspirar. La falsa idea de la globalización es una excusa economicista que tiende a la jerarquización esclavista. Somos… ¿una inmensa fábrica?

La premisa de "echar raices" se mantiene y la casa es el sino del movimiento, quizás inicio y final de todo viaje. Salvaguarda de futuro, porosa religiosidad, símbolo, protección, asimismo, de coacción económica en lo personal, feudalizadora de territorios, cueva, tranquilo redil que permite un alto en el camino. En cualquier caso, es donde se interroga constantemente el ser, un diálogo que, gracias al confort y la tranquilidad… , ¿ nos representa?. Es alimento, palabras, afecto. Donde guardo mis cosas, que ocupan espacio, proyecciones que son parte de mi memoria. La ansiedad que padece el náufrago se solventa con la llegada a su ítaca particular. Llenamos una porción, física y etérea. Esas cosas tienen nombre; se heredan, se compran, nos ahogan, nos gustan, nos molestan. Son argumentos mentales que ficcionan una… ¿realidad?.

Actualmente, asistimos al utilitarismo más perverso. Aquel que convierte unos metros cuadrados de felicidad en rentabilidad supina, contagia vanidades y asciende cuantitativamente las mentes más ávidas. Es moneda de cambio mayoritaria que abusa del uso real para lo que ha sido creado. Se olvida la perfectividad y perceptividad del espacio en pos del economicismo bursátil. Y no se dispone de igualitarias condiciones de acceso en todos los niveles. Las perspectivas son halagüeñas para unos pocos, a los que sigue un cada vez más inmenso tren _el tren, como metáfora de la vida misma_ de aspirantes a nuevos ricos, que transmiten, por inercia, una moda alocada, sin punto final, a estas horas. Es la nueva religión, unicista, si cabe, pero que goza de una alta credibilidad y se convierte en dogma. Adeptos, afiliados, acólitos para, todos quieren ser hijos de… profesar.

Aparte de ello, convierte al individuo en un resultado más de máquina de calcular; hasta se escandalizan en China por tener que adscribirse a la tierra con la fijación que da la hipoteca, fácil fórmula de financiación descubierta hace escasos días. Aunque, si lo pensamos bien, ¿quien no tiene derecho a ello? Apunta John Zerzan (USA, 1944), padre del anarco-primitivismo, que si hubiera una visión más posibilista de la realidad, la inmensa mayoría rechazaría el valor cuantitativo de su caverna en razón de la lógica habitabilidad relacional. Aunque aquello, hoy en día, es progreso, es civilización (Norbert Elias dixit).

(4) "Ciudad de Dios", de Fernando Meirelles. 2005. De Aplaneta y Miramax.

Con Matheus Nachtergaele, Alexandre Rodrigues. 130 min. Basada en una novela de Paulo Lins.

"Casa de arena y niebla", de Ron Eldard. 2004. Con Jenifer Connelly y Ben

Kingley. Home Video Filmax. 128 min.

"Soy la ciudad", de Alexander Apóstol. Basado en los planteamientos de Le Corbusier en la ciudad de Caracas. Exposición audiovisual. Hospital de la Santa Cruz. BCN, Ciutat Vella, enero-marzo 2006.

(*) "…La fragilidad es un envoltorio con que el hombre se viste a lo largo del periplo de su vida. El término invita a la reflexión y es algo de lo que cualquiera no se puede desprender. Si tomamos el diccionario, la definición sitúa su significado desde la palabra frágil, es decir, algo quebradizo, perecedero y caduco. El relativo hace referencia a la calidad. Por que ese sustantivo debe tener algo que diferencie; la progresión de lo humano tiene una trayectoria llena de matices…"

Del mismo autor. Introducción a la Antropología Social y Cultural. U.B. Mayo del 2003. Estudios de Postgrado. A propósito de la obra "Lo exótico es cotidiano".

4. El otro.

El otro soy, puedo ser, yo mismo. Con todas las virtudes y defectos; con las capacidades que permiten comunicar lo que soy y tengo. Es una aspiración lógica. Deja que la legitimidad me presente al resto de la colectividad. Asistimos a lo que antes llamamos civilización, "civitas", como un orden establecido, organizado, que nos permite dar y recibir; intercambiar o negar.

Reconozco que me inspiré al conocer el personaje de Sánchez Mazas (5), en el momento en que, por causas políticas sus oponentes deciden eliminarlo de la colectividad. Su representación sucumbe en la confusión de su fusilamiento. Logra sobrevivir; el miedo le hace refugiarse en la naturaleza misma. Es lo único tangible que le queda, que mantiene su integridad intacta aunque, no obstante, negada. Por unos días, su identidad ha desaparecido. Él no existe; sólo la animalidad, cobijada entre matorrales y espesura arbórea, le protege. Perdido, logra recuperar ésta, ayudado por semejantes, aunque no de su misma ideología. Esta es la grandeza. Podremos estar de acuerdo o no con los demás, pero en el reconocimiento de la/nuestra humanidad está el principio de la compresión, la empatía, la solidaridad.

Miguel Servet, humanista del siglo XV, planteó en su azarosa vida algo que considero conclusivo, y que esclarece cualquier duda: "… mi libertad va conmigo…" Es lo que debemos aceptar. Incluso la libertad de opción que representa el rechazo de tu naturalidad más primigenia por el deseo de ser otro. Un olvido de la condición propia en favor del ser. Ello crea auténticos problemas en el ámbito de la salud pública, según expertos. Colectivos desfavorecidos pretenden alcanzar así otro nivel social. ¿Saben quien es Michael Jackson? No es el caso más elocuente, pero demuestra lo que algunas mujeres en el estado africano _siempre Africa…_ de Senegal están dispuestas a, mediante un modismo occidentalista, el alcance a otra categoría y propaga una lacra que desvirtúa la personalidad más íntima.

Estas personas, como otras muchas en según qué situaciones, quieren integrarse en una sociedad que impone unas reglas para las que no todos/as están preparados. Muchos intentan, así, purificar su cuerpo y huir de las connotaciones que la/su comunidad obliga. Ese determinismo obvia la individualidad más particular de cada uno. Uno puede no estar de acuerdo con su propia imagen y necesitar convertirse en otro. Es lícito comprender que se necesita ficcionar otra personalidad. Si uno ama lo que es, no debe rechazar lo que forma parte de yo, pues es peligroso negarse a sí mismo. Pero otros debemos ayudar a la comprensión que nos lleve a aceptar que en la riqueza de matices está la valoración de lo todo humano. Hay una cualidad que, considero, no hay que olvidar, asimismo: la memoria, con la que construimos el presente. ¿Lo deseamos?. Por que ésta también viaja, a lugares que nos relacionan con los intereses que ocupen ese presente dado. O el futuro. Y es consecuente para los que vengan; viajamos constantemente a ella, para referenciar aquél.

Debemos atender que el yo es un proceso, inacabado puntualmente; no existiremos siempre, por mucho que se empeñaran los egipcios y otras moralidades y enseñanzas posteriores, como no han permanecido otros antes, que, no obstante, han dejado su huella de la que nosotros formamos parte; somos un todo acumulado. Una suma de sentimientos, carácter. Cultura, en definitiva. Recuerdos. Memoria. Es lo que permanece. Lo que se transmite. Una multiplicidad de modos, personalidades varias y diversidad de actos y lenguajes. Quizá lo que nos preocupa sea la trascendencia, la eternización, pues somos conscientes de que siempre estaremos… ¿buscando? ;quizás, como Rumson.

Y he aquí un dato: el 3% de la población de esta esfera terráquea (Fuente: Banco Mundial) son in-e/migrantes. Debemos reconsiderar los vocablos y el término: hay un desplazamiento, un movimiento. De un lugar a otro. De ida o de vuelta. Pero no es propiedad de nadie el territorio de acogida o recepción, ni el de emisión, por mucho que unos se empeñen en urbanizar nuestra alma. En el anterior apartado hablábamos de la ciudad, como algo irremplazable, punto de encuentro cultural por excelencia y, atención, espacio para el anonimato, algo muy importante para una revolución personal que aspire a otra vida, diferente y diversa de la que ha dejado atrás. La ciudad es un modelo de lo que somos y también, de lo que nos gustaría ser, por que es múltiple, como personalidades existen en ella. De ahí el atractivo que conlleva.

Partes: 1, 2
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