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Historia de la Cultura Cubana (1838-1878) (Parte 5)

Enviado por Ramón Guerra Díaz


  1. Las ciencias, su desarrollo continuado
  2. Bibliografía general

Esta quinta y última parte hace referencia al capítulo del desarrollo científico técnico de la isla en este período que significó un cambio sustancial en la sociedad dada las fuertes inversiones para desarrollar la industria azucarera y el ferrocarril, aunque seguía siendo la esclavitud la base económica y el lastre mayor para el desarrollo social del país. Incluimos también la bibliografía de todo el capítulo.

Las ciencias, su desarrollo continuado

Un país en plena expansión económica y cultural necesitaba desarrollar las ciencias y la tecnología para afianzar su desarrollo, en el caso de Cuba el desarrollo económico tuvo su base en la superexplotación de la mano de obra esclava, barata y fácil de traer en este período, que si bien rindió grandes dividendos a los dueños de ingenios, plantaciones o del comercio de productos tropicales y esclavos, se convirtió en un freno para la introducción de nuevas tecnologías para mejor la productividad de la industria azucarera y de otros renglones sostenidos por el trabajo del esclavo africano.

Pese a ello se produce un notable avance en la introducción y desarrollo de las ciencias y la tecnología, sobresaliendo un pequeño grupo de individualidades en diversas ramas del saber científico. Posiblemente el más notable de ellos en este período fue Felipe Poey (1799-1891), eminente naturalista de amplia cultura enciclopédica. Desde muy joven se dedica a los estudios de las ciencias naturales, supeditando su carrera de abogado a esta pasión por las ciencias. Es este el período de sus mayores logros científicos con la presentación de su libros, "Historia Natural de la Isla de Cuba" (1851-1856) en dos tomos profusamente ilustrados y de muy buena acogida en los ámbitos científicos del país y de Europa. También de este período son sus investigaciones sobre nuevas especies cubanas de peces encontradas en Cuba, ampliando y rectificando las observaciones hechas por especialistas europeos sobre esas especies, "Revista de los tipos Cirverianos y Valencennianos" (1865). Sus estudios ictiológicos lo llevaron a reunir una rica colección que el naturalista francés Cuvier elogió e incluyó algunas especies por él descubierta en su obra, "Historia de los peces".

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Su obra cumbre fue "Ictiología Cubana", en cuatro tomos y diez atlas con ilustraciones que no fueron publicado íntegramente hasta después de su muerte. Estos estudios eran el resultado de más de cincuenta años de estudios de los peces del archipiélago cubano y fue muy bien recibida por la comunidad científica internacional de su tiempo, recibiendo por ella la Cruz de Caballero de León Neerlandés en Holanda, y homenajeado por las Academias de Ciencias de Londres, Nueva York y Filadelfia.

Investigó en las ciencias antropológicas anticipándose a otros en la afirmación de la existencia de un hombre fósil, antes de que la prehistoria fuera reconocida como ciencia y a Darwin y su teoría de las especies, al establecer la teoría de que "lo continuo es el transformismo", principio en el que se basa la evolución de las especies.

Poey fue el primer presidente de la Sociedad Antropológica de Cuba creada en 1877 a instancia de su homóloga española, fundó su propia revista, "Boletín de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba" y dirigió sus estudios fundamentales a la cuestión racial en la isla, aunque se ocupó de otros temas.

A propósito de las teorías darwinistas de los orígenes evolutivos del hombre ya conocidas en los círculos científicos de La Habana, en 1879 se produjo en el Liceo de Guanabacoa un publicitado debate acerca de las teorías del inglés. En él participaron los intelectuales cubanos, José Antonio Cortina, Esteban Borrero, Antonio Mestre y Enrique José Varona.

Otros investigadores criollos y extranjeros radicados en la isla, hicieron significativos aportes al conocimiento científico sobre el país: Manuel Fernández de Castro (1822-1895) publicó una amplia bibliografía sobre geología y paleontología, siendo su más notable tesis la unión del territorio insular con el continente en tiempos geológicos, basados en ciertos hallazgos paleontológicos realizados por él; Sebastián Alfredo Morales (1823-1900), publico en el periódico matancero "Aurora" un valioso trabajo que tituló "Flora Cubana" (1858).

Mención aparte para el naturalista alemán Johanes Chistoper Gundlach (1810-1896) a quien la ciencias cubanas le deben la recolección y estudios de más de 500 especies de aves cubanas, creando el más completo catálogo ornitológico de Cuba, pero también se ocupó del estudios de los reptiles, insectos y moluscos del archipiélago cubano, publicando sus trabajos en numerosas revista científicas del mundo.

Otro extranjero, el norteamericano Charles Wright (1811-1885) hizo posible un mejor conocimiento de la flora cubana a través de varias expediciones científicas realizadas en la isla a partir de 1856, reuniendo un amplio número de plantas autóctonas no conocidas ni clasificadas por las ciencias botánicas.

El criollo José Blaín (1808-1877) creó en su finca "El Retiro", Pinar del Río, una verdadera estación experimental para estudiar plantas autóctonas de Cuba de valor económico. Sus estudios y experimentos fueron aprovechados por investigadores como Poey, Morelet, Wright y Sauvalle, entre otros.

Otros naturalistas extranjeros que investigaron la naturaleza de la isla en este período fueron, el estadounidense Edgard D. Cope y el español Juan Lampeye, ambos estudiosos de la flora y la fauna.

A partir de estos estudios botánicos, en 1869 comienza a editarse en los "Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana" una revisión de los catálogos de plantas cubanas publicados por el botánico alemán A. Grisebach (1866), incluyendo descripción de especies nuevas, aparecidos en artículos escritos por el botánico cubano Francisco Adolfo Sauvalle y Chanceaulme (1807-1879) hasta 1872 y posteriormente recogido en un libro en 1873. Esta obra es considerada la monografía sistemática más importante de la flora cubana publicada en el siglo XIX.

Dos destacados biólogos criollos fueron Antonio Mestre (1834-1887) y Joaquín Lebredo (1833-1889). Mestre introductor de las ideas de Comté y Lebredo investigador de la química biológica. En ambos casos pioneros de estos estudios en nuestros país.

Los estudios meteorológicos ocupan un lugar importante en las investigaciones científicas de Cuba, dada la incidencia que sobre nuestro archipiélago tienen los ciclones tropicales que afectan con mucha frecuencia y regularidad las costas del país, causando múltiples daños económicos y humanos. Fue el sabio español Ramón de la Sagra el primero en instalar un observatorio meteorológico en la Quinta de los Molinos del Rey entre los años 1825 a 1831, recogiendo importantes datos sobre la atmósfera de la isla. Por este mismo caminos Desiderio Herrera (1792-1856) publica su, "Memoria de los huracanes de la isla de Cuba" (1847) libro muy apreciado por los datos científicos que recopila.

Quien verdaderamente asienta las bases de estos estudios en Cuba es con sus estudios sobre los huracanes, que incluye descripciones, trayectorias, estadísticas y estudios superiores de la atmósfera. Fue el primero en considerar la "Banda Atmosférica Ecuatorial" como la zona ciclónica. Señala la existencia de corrientes verticales en la atmósfera y observó los cambios de las corrientes superiores mediante el estudio de las nubes para pronosticar acerca de los organismos ciclónicos. Todas estas investigaciones fueron recopiladas y publicadas tanto en Cuba como en otros países.

Poey creó en 1856 un Observatorio Físico-Meteorológico en su propia casa auspiciado por la Junta de Fomento en el cual trabajó incansablemente en sus estudios hasta su salida para Francia. Es de destacar que sus investigaciones sirvieron de referencia para la enseñanza sobre los estudios de los ciclones en las marinas de España, Francia y los Estados Unidos.

Los padres jesuitas crearon en 1857 un observatorio, en principio de carácter docente, pero que fue ganando prestigio a lo largo de este período. Su primer director lo fue el padre Antonio Cabré, hasta 1870 en que asume la dirección del mismo el padre Benito Viñes, meteorólogo español quien hizo importantes contribuciones al conocimiento de los huracanes, creando una incipiente red de observación meteorológica y vinculando el observatorio con la red internacional ya existente.

En cuanto a la astronomía es de destacar la publicación de dos manuscritos de autores cubanos, "Nueva teoría de la gravitación" (1872) de Carlos Juan Finlay y "Unidad del Universo" (1874) de Camilo Cuyás, trabajos de divulgación científica que muestran las inquietudes por los estudios científicos en la isla.

Después de 35 años de ingentes esfuerzos las autoridades metropolitanas autorizan la creación de la Real Academia de Ciencias Médicas, Física y Naturales de La Habana (19 de mayo de 1861) presidida por el médico Nicolás Gutiérrez Fernández y como secretario Ramón Zambrana. Forman la Academia 20 académicos de medicina, 5 de farmacia y 5 en ciencias naturales. Entre los miembros fundadores figuran Felipe Poey Aloy, Juan Bruno Zayas, Joaquín Lebredo, Félix Giralt, Antonio Francisco Zayas, Antonio Mestre, Joaquín Muñoz y Álvaro Reynoso, entre otros.

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La Academia tenía por objetivo estimular los estudios científicos en la isla, bajo sus auspicios se publicaron en la revista "Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana" a partir de 1864 y dirigida por Antonio Mestre, en el que aparecían los trabajos más relevantes discutidos y aprobado en la Academia; se crea una biblioteca y un Museo de Ciencias Naturales dirigido por Felipe Poey

Este museo tuvo gran valor científico, enriquecido por las colecciones del Hervario de Plantas Cubanas donado por Francisco Sauvalle[1]la Colección de Malacología de Especies Cubanas donadas por el sabio Rafael Arango y Molina en 1877[2]y otras muchas colecciones cedidas por los hombres de ciencia de la isla.

En cuanto a las investigaciones químicas sobresale la labor del profesor José Luis Casaseca y Silván (1800-1869), quien fue un impulsor del desarrollo científico de la isla desarrollando investigaciones químicas, primero en la Cátedra de Química de la Junta de Fomento, que funcionó, entre 1837 y 1842 y luego desde la Cátedra de Aplicación de la Física y la Química a la Industria y la Agricultura, en la que estaban matriculados hombres que trabajan en el campo sin una gran preparación escolar, razón por el que fracasó dicho intento, pese al carácter práctico y libre de la enseñanza, clausurándose el curso en 1848. Fue nombrado director del Instituto de Investigaciones Químicas de La Habana creado en 1848 y maestro de química en diversas escuelas habaneras. En el Instituto realizó trabajos relacionados con la química azucarera dejando un sinnúmero de trabajos y aplicaciones prácticas recogidas en sus "Memorias" que constituyeron material de consulta para los productores de azúcar.

El Instituto de Investigaciones Químicas fue el proyecto más importante de las ciencias aplicadas auspiciado por la Junta de Fomento y la Sociedad patriótica. El objetivo era de que se dedicara al análisis de los productos agrícolas y naturales de Cuba, así como la aplicación práctica de la química a la industria azucarera, la agricultura, la industria en general, la medicina y la higiene. Desarrolló una importante labor investigativa a pesar del poco apoyo oficial que recibía por lo cual tuvo que ser cerrado en 1869, tras los esfuerzos de Álvaro Reynoso, su segundo director desde 1858, quien invirtió de su propio dinero en la misma y donó a la institución su biblioteca privada.

Álvaro Reynoso y Valdés (1829-1888) es el investigador más importante del país sobre el tema de la caña de azúcar, hizo importantes aportes de altos valores científicos y económicos. Centró sus investigaciones en el estudio de las variedades de caña de azúcar, su resistencia a las plagas, rendimientos, etc. Estudios que permitió hacer intensivo el cultivo de la caña de azúcar y el aumento de su productividad. En 1864 viaja a Francia con el propósito de probar una nueva tecnología para la obtención de azúcar por enfriamiento del jugo de la caña,[3] viaje costeado por un grupo de hacendados criollos interesados en el tema, igual se ocupó de otros proyectos para la fabricación de azúcar, casi todos no realizado por su alto costo o por el poco interés de una industria que basaba su trabajo en la mano de obra esclava.

El resultado de su labor científica alcanzó una repercusión internacional con la difusión de sus investigaciones recogidas en el libro "Ensayo sobre cultivo de la caña" (1862) publicado primero en Cuba y reproducido en otras partes del mundo. En 1865 se tradujo al holandés y en 1868 al portugués dado el interés de los plantadores en la isla de Java, en aquel entonces colonia de Holanda y de Brasil, uno de los principales productores de azúcar del mundo, a partir de estos conocimientos en ambos países se introdujeron con éxito varias de las recomendaciones de Reynoso, que por el contrario encontraron resistencia entre los plantadores esclavistas criollos en Cuba. En 1871 se imprime una edición en México.

Era un sistema integral de medidas para elevar la producción de azúcar, que el sistema esclavista no pudo sacarle provecho, por la desestimulación que significaba todo cambio para la mano de obra esclava. El basamento de estas propuestas está en proponer el cultivo intensivo de la caña de azúcar y sostener que la verdadera fábrica de azúcar está en el campo, siendo allí donde había que introducir las mejoras. ¿Podría algún esclavo estar de acuerdo con estas novedosas propuestas que en nada le beneficiaban?

Álvaro Reynoso incursionó además en las investigaciones químicas con aplicación en la medicina y en otros sectores productivos y de la vida. Estos trabajos están recogidos en sus libros, "Estudio progresivo sobre varias materias científicas, agrícolas e industriales" (1852) y "La alimentación inorgánica del hombre y los animales"

Otros estudios importantes sobre la producción de azúcar fueron realizados por Manuel Vargas Machuca (1834-1886) quien sobresalió en el estudio de los alcoholes y radicales orgánicos, sus resultados los publico en su libro "Memorias".

Joaquín de Ayestarán Diego se dedicó también a los estudios azucareros publicando sus resultados en dos obras, "Elaboración científica de la caña" y "El cultivo racional de la caña". Otra obra muy consultada en este período fue, "Informe a la Real Junta de Fomento", del especialista azucarero español Wenceslao Villa-Urrutia.

En otras ramas agrícolas también se realizan investigaciones y se publican obras, como fueron, "Tratado del cultivo del café perfeccionado" de José María Fernández; sobre la explotación ganadera investigan Juan Ortega y Manuel Montes; la apicultura cuenta con dos estudiosos, José Ramón Simoni, "Apuntes para la apicultura cubana"(1865) y Pedro Auber, botánico francés, que hace estudios sobre la cera y los publica en, "Cartilla Cerícola" (1842); el escritor español Miguel Rodríguez Ferrer publicó una monografía, "El tabaco habanero"(1851), que recoge muchos datos históricos y del cultivo de la hoja.

El estudio de suelos en Cuba se inicia en el siglo XVIII con las investigaciones de Antonio Morejón Gato, pero en este período con el boom azucarero de la isla estos estudios cobran importancia con las investigaciones de Casaseca y Reynoso sobre la fertilidad de los suelos del país. Ramón de la Sagra también realiza estudio con 17 tipos de suelos cubanos, como resultado de la aplicación de las técnicas más avanzadas del momento; en 1864, Manuel Fernández de Castro termina su trabajo, "Sobre la formación de la tierra colorada que constituye gran parte de los terrenos de la isla de Cuba", considerado el primer estudio sobre el origen de los suelos cubanos.

Las ciencias médicas tradicionalmente ocupan un lugar avanzado en el desarrollo científico del país, siendo muchos los médicos que aportaron sus experiencias al desarrollo de la salud en la isla. Las enfermedades infecciosas tropicales fueron una preocupación prioritaria entre los estudiosos, de ellas la fiebre amarilla, que era un flagelo para los habitantes del país, fue tema de investigación de los médicos, de ellos se publicaron en este período, "Método preservativo del vómito negro" del doctor José Andrés Piedra y "Memorias" de Rafael Blanco obra en la que da a conocer sus observaciones sobre la enfermedad. A los estudios del cólera dedica sus "Memorias", Agustín Abreu, a la misma enfermedad se dedican otros dos trabajos: "Consejos, reglas, de higiene, toxicología y remedios" (1850) de José María Carbonell y "Tratado" (1865) de P.S. Casas, entre otros trabajos. Rafael Cortés y Juan Vilaró estudiaron la fiebre tifoidea; la tuberculosis eras investigada por Antonio Bruzón y Bernardo Figueroa y las enfermedades venéreas por los doctores, Pedro Martínez Felipe Deu y Serapio Arteaga.

En cuanto a la patología se destaca un médico francés de relevante carrera en Cuba, el Doctor Julio Le Riverend (1793-1864) quien tiene una abundante bibliografía acerca de sus experiencias e investigaciones: "Lecciones orales de Fisiología Médica" (1843), "Manual de Higiene Privada" (1846), "Tratado de Patología General" (1848), "Diccionario de reactivos químicos, toxicología y medicina legal" (1848) y "Patología General de la Isla de Cuba" (1958)

Nicolás Gutiérrez y Hernández es el cirujano que actualiza la especialidad en Cuba, tras su regreso a La Habana luego de una estancia de entrenamiento en Francia ofreció un curso teórico sobre grandes operaciones quirúrgicas en 1839 y en 1842 realiza una serie de ellas (talla hipogástrica, litotricia, extracción de pólipo uterino, tenotomía, etc.)[4]. Otro mérito de este eminente criollo fue la introducción en Cuba del estetoscopio, inventado por Laennec en Francia y hoy instrumento imprescindible para la medicina.[5]

La cirugía tuvo en el doctor Vicente Antonio de Castro y Bermúdez (1809-1869) un importante investigador, introductor del éter sulfúrico como anestesia, cinco meses después de su uso en Boston, Estados Unidos (1847), pionero en la ligadura de la arteria iliaca externa (1842) y de la artería subclavia derecha (1848). Nicolás Gutiérrez introduce en 1848 el cloroformo como anestesia quirúrgica, tres meses después de su empleo en Edimburgo, Escocia. Otros especialistas en este campo fueron Manuel M. Carrera, Manuel Tagle, Pablo Valencia, Miguel Pons y Emilio Núñez, entre otros.

En Frenología[6]se escribieron interesantes monografías, "Manual" (1847) y "Lecciones de Frenología" (1849), ambas de Sabino Losada; también incursionaron en el tema los doctores Francisco M. Ruíz, José de Loma Osorio y Mariano Cubí Soler.

La homeopatía se estudió y aplicó por los médicos Juan J. Hevia, autor de "Clínica homeopático de la fiebre amarilla" (1857) y Miguel Bellido y Santiago Savage, que tradujeron y aplicaron resultados científicos en esta especialidad.

En oftalmología sobresalen, José González Morrillas, quien dio a conocer "Monografía oftalmológica" (1848) y "Historia de nuestros estudios oftalmológicos" (1855). Otro destacado oftalmólogo fue Federico Hortsman, primer profesor de la especialidad en la Universidad de La Habana (1862)

Se distinguen como clínicos los doctores Luis M. Cowley, Raimundo de Castro, Felipe Rodríguez, Rafael A. Cowley, Joaquín Lebredo, Domingo Rosains, Rafael Argilagos, Juan Jiménez Henri Dumont y Antonio Oliva.

Joaquín F. de Allende publicó en 1866 sus "Apuntes para el estudio de las aguas minero-medicinales de la Isla de Cuba", en la que expone la abundancia y calidad de las fuentes de aguas medicinales en la isla.

En 1840 aparece la revista "Repertorio Médico Habanero", la primera de carácter especializado en medicina existente en Cuba, fundada y dirigida por el Dr. Cirujano Nicolás José Gutiérrez y Hernández, hasta 1843 circuló bajo este nombre en que aparece como "Boletín Científico" hasta su desaparición en 1845. En 1875 aparece la revista "Crónica Médico Quirúrgica de La Habana" dirigida por el destacado oftalmólogo Juan Santos Fernández y Hernández, publicación que alcanzó reconocimiento internacional.

Las ciencias técnicas tuvieron en este período de auge económico para la isla al ingeniero Francisco de Albear y Lara (1816-1887), como el más sobresaliente, dominó la geología, la hidráulica, la dinámica y la física. Su mayor obra ingeniera fue el diseño y construcción de acueducto de La Habana, que lleva su nombre, obra premiada en la Exposición Universal de París en 1889 y cuya construcción comenzó a ejecutarse en 1866.

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Para la economía de la isla de Cuba ninguna novedad técnica fue tan importante como la introducción del "Camino de Hierro", el ferrocarril, por lo que significó para la solución de la transportación de la caña de azúcar al ingenio y del azúcar a los puertos.

"En la zona de Occidente el ferrocarril fue un fenómeno relativamente azucarero y por eso la primera línea se tiende directamente al corazón productor de La Habana: San Julián de Güines. El primer tramo se inauguró el 19 de noviembre de 1837 (Habana-Bejucal) y un año después llega a su destino. Su entrada en Güines significó en el primer año una disminución del 70 % en los crecidos costos de transporte."[7]

La isla se convertía en el primer territorio español en tener ferrocarril, aún antes que en la península, y séptimo en el mundo, convirtiéndose en la más importante invención técnica introducida en la economía de la isla. En menos de veinte años las líneas de ferrocarril llegaron a todas las zonas azucareras del occidente de Cuba, desde Guanajay a Colón se extendía como una laboriosa araña la red ferroviaria que resolvió el problema de la transportación de la materia prima y del producto final a sus puertos de embarque. En este período el ferrocarril llegó a los puertos de La Habana, Cárdenas, Matanzas, Batabanó y otras importantes poblaciones, contribuyendo con su marcha a la integración nacional de todo el país. A finales del período el ferrocarril se tiende de Camagüey a Nuevitas; del Cobre a Punta de Sal, en Santiago de Cuba y de Santa Catalina a Puerto Guayabo, en Guantánamo. El ferrocarril es el "(…) primer elemento de la revolución industrial que transforma completamente las condiciones cubanas de producción"[8]

En el tendido de las líneas participaron ingenieros norteamericanos e ingleses junto a una mano de obra que incluía a obreros europeos, contratados en los Estados Unidos, chinos culíes, sometido a un régimen de semi-esclavitud y esclavos negros que fomentaron con su sudor y su sangre las ganancias de sus amos.

En este mismo período se introdujo el telégrafo, como una necesidad imperiosa de la industria azucarera. Los mayores ingenios azucareros tienen telégrafo Morse desde 1854, mientras las principales poblaciones de la Isla adquieren este servicio en la década del 60 del siglo XIX.[9]

"Para esa época Cuba ha alcanzado su unidad física y por el bajo pueblo hay un creciente proceso de integración (…) El azúcar ha unido a Cuba."[10]

Rafael Carrera fue otro sobresaliente ingeniero criollo, destacándose en el tendido de ferrocarriles y dejando sus experiencias en sus "Memorias". También vinculados al tendido de la red ferroviaria en Cuba están los ingenieros Joaquín Santos Suárez, José Fernández de Castro y Alejo H. Lanier.

Una curiosidad científica del momento fue el ensayo del arado de vapor probado en 1863 en las tierras matanceras de la familia Aldama. El equipo procedía de los Estados Unidos y demostró su efectividad, pero no pasó de ser un curioso antecedente de la mecanización agrícola, ya que no tuvo arraigo en aquellos momentos donde la mano de obra esclava dominaba en la economía de la isla.

Se reinician los estudios de las ciencias exactas en la Universidad en La Habana en 1861, iniciados en 1787 pero suspendidos poco tiempo después por falta de alumnos. Los estudios de Matemática son los primeros en reanudarse en esta universidad con los estudios de Algebra Superior, Geometría y Trigonometría. En el Seminario San Carlos, también en La Habana, se había creado la cátedra de Matemática en 1813 y se mantuvo hasta 1842.

En este período se hacen las primeras exploraciones arqueológicas en Cuba llevadas a cabo por el español Manuel Rodríguez Ferrer en 1847 y posterior, publicando sus experiencias de campo en su libro "Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba" (1889). Otras exploraciones se producen en 1850 y 1853 organizadas por Francisco Rodríguez Jiménez y Andrés Poey y publicados posteriormente por el segundo en revistas especializadas de los Estados Unidos.

José María de la Torre publica su "Geografía Física, Política, Estadística y Comparada de la Isla de Cuba" (1854) en el que aparecen sus estudios sobre los primitivos habitantes de Cuba; Fernando Valdés publica sus "Apuntes para la historia de Cuba Primitiva" (1859). La revista estadounidense "The Century" publica en 1860 los trabajos de E.G. Squier, los de Tranquilino Sandalio de Noda y el de Felipe Poey, "Cráneos del Caribe" en 1865

El propio Felipe Poey publica en tres tomos, "Repertorio Físico Natural de la Isla de Cuba" (1868), con la colaboración científica de Manuel Presa, Sebastián A. Morales, Rafael Arango, Joaquín Barnet, Juan Gundlach, F. Sauvalle y Chevrolet. En 1872 el mismo autor da a conocer el primer tratado de mineralogía escrito en Cuba.

Las Ciencias Sociales tienen su figura más destacada en el polígrafo criollo Antonio Bachiller y Morales (1812-1889) hombre enciclopédico que incursionó en el estudio de las poblaciones originarias de la isla con su estudio, "Cuba primitiva" (1838) en el que hace un análisis comparativo entre la etnografía, el lenguaje y las tradiciones de los primitivos habitantes de la isla. Sus "Apuntes para la historia de las letras y la instrucción en la Isla de Cuba" (1859-1861), en una bien documentada monografía sobre la literatura y la educación en Cuba, en la que incluye un catálogo bibliográfico de publicaciones y libros. Otros trabajos monográficos suyos fueron, "Historia del azúcar" y "Antropología de la Isla de Cuba", entre otros.

Su dedicación científica en la recopilación bibliográfica y la preparación de monografías sobre temas de Cuba lo hacen una figura imprescindible en el estudio de la cultura y la sociedad criolla, es por ello que se le considera el padre de la bibliografía cubana.

La historiografía criolla tiene en Pedro José Guiteras (1814-1890) a su más importante autor del período, con sus obras "Historia de la conquista de La Habana por los ingleses" (1836) y "Historia de la Isla de Cuba" (1865-66), que compila la historia del país, principalmente del occidente, desde la llegada de los españoles hasta el Gobierno de Tacón, esta obra sobresale por el buen uso de las fuentes y su objetividad de enfoque, considerada por esto la más completa escrita en la etapa colonial de Cuba.

José Antonio Saco desde el exilio continúa sus indagaciones sobre temas de Cuba y su contemporaneidad, la más destacada de sus obra de este período es una monografía sobre la historia de la esclavitud, dadas a conocer en parís entre 1875 y 1877 bajo el título de, "Historia de la esclavitud desde los tiempos remotos hasta nuestro días", publicada en tres tomos. Es una obra con muchos datos, sin un método científico, una notable falta de objetividad, pero escrito con amenidad y lujo narrativo. Sobre este mismo tema de la esclavitud editó dos libros más, "Historia de la esclavitud de la raza africana en el Nuevo Mundo y en especial de los países Américo-hispánicos"(1879) y "Historia de la esclavitud de los indios en el Nuevo Mundo (1883), esta última completada y publicada por Vidal Morales póstumamente.

Otros libros sobre la historia de Cuba de este período fueron:"Isla de Cuba pintoresca, histórica, política, literaria, mercantil e industrial" (1841) de José María Ardueza; "Memoria Histórica de la villa de Santa Clara" (1858) de Manuel Dionisio González; "Lecciones sobre historia de Cuba" (1859) de Pedro Sancilia, obra de exaltación patriótica, pero escasos méritos históricos; "Filosofía en La Habana" (1862) de José Manuel Mestre; "Los que fuimos y los que somos" o "La Habana Antigua y Moderna" de José María de la Torre., obra muy elogiada por la cantidad de datos sobre la vida y costumbres de la época.

El interés por el país atrae a otros estudiosos extranjeros de larga estancia en Cuba y que publicaron luego sus obras en el extranjero, fueron los casos de, Ramón de la Sagra y su "Historia Física, Política y Natural de la Isla de Cuba", publicada en París en 1844, la más extensa monografía escrita sobre Cuba hasta esos momentos. Jacobo de la Pezuela (1811-1882) da a conocer en 1842 su "Ensayo Histórico de la Isla de Cuba" y posteriormente "Historia de Cuba", calificada por su objetividad y calidad de las fuentes, como un inapreciable material informativo. En 1863 Pezuela completa su obra sobre Cuba al dar a conocer, "Diccionario Histórico, Geográfico y Estadístico de la Isla de Cuba" (1863), completando su visión sobre la isla, mirada bien documentada pero que no deja de ser colonialista y parcializada al pasar por alto determinados problemas y minimizar otros.

Algunas obras de corte indagatorio en la historia fueron escritas por conocidos hombres de letra del periodo, tales como: "Velázquez y primeros historiadores de Cuba" de José Antonio Echeverría y aparecido en el periódico, "El Plantel"; "Diferentes épocas de la poesía cubana" (1854) de Ramón Zambrana; "Cantares de Cuba" (1854) de Ramón de Palma, ambas sobre la historia de la poesía en la isla de Cuba y aparecidas en la "Revista de La Habana"

El 28 de enero de 1840 se funda el Archivo General de la Real Hacienda de la Isla de Cuba antecesor del actual Archivo Nacional de Cuba, creando la simiente de la archivística nacional ejecutada hasta entonces por las instituciones privadas y las estatales de forma general.

Esteban Pichardo Tapia (1799-1879) dedicó sus estudios fundamentales a la geografía del país publicando sus resultados en "Geografía de la Isla de Cuba, caminos de la Isla, itinerario general de la Isla" (1854), en cuatro volúmenes, que incluyen abundante material cartográfico de gran valor. Su mapa es el más minucioso y amplio de la Isla publicado en el siglo XIX.

La cartografía insular recibe un fuerte impulso con la creación del Mapa de Esteban Pichardo iniciado en 1849, su objetivo era crear una Carta Geo-Hidro-Topográfica de la Isla de Cuba que terminó en 1873[11]y que sirvió de base para trabajos posteriores. En este mismo período hubo otros intentos de cartografiar a la isla como el mapa de José de la Torre, entre 1843 y 1873; el "Atlas Cubano" preparado entre 1839 y 1843 por Rafael Rodríguez, el de Francisco Cuello y también Tranquilino Sandalio de Noda.

La Sociedad Patriótica se presenta como líder en el desarrollo científico técnico del país, impulsando la introducción de nuevas tecnologías y métodos para mejorar la productividad de la economía, pero el sistema esclavista fue el freno de estos cambios tecnológicos. Para mostrar los resultados logrados por los productores criollos, la Sociedad Patriótica organizó en 1847 la primera Exposición Industrial de Cuba, en la que se exponían los avances en el sector económico. En 1853 se repite la exposición y en 1862 la Sociedad logra que los productores cubanos estén representados en la Exposición Universal de Londres.

El desarrollo económico del país había determinado una consolidación del trabajo científico no solo en el aspecto teórico, sino en el terreno práctico. Los hombres de ciencias y los emprendedores hombres de empresas, no vivían de espalda al desarrollo científico técnico del mundo, pero les era muy difícil la introducción de estos avances por la economía de base esclavista que imperaba en el país.

Bibliografía general

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  • Weiss, Joaquín E., "Techos coloniales cubanos". La Habana, 1978

 

 

Autor:

Ramón Guerra Díaz

 

[1] Tenía 5 356 ejemplares de 130 familias botánicas

[2] 6 305 ejemplares

[3] “Cronología: Hechos Históricos acaecidos con la ciencia y la tecnología en La Habana (1521-1988)”, Pedro M Pruna Goodgall: Pág. 29, La Habana/1994

[4] “Cronología: Hechos Históricos acaecidos con la ciencia y la tecnología en La Habana (1521-1988)”, Pedro M Pruna Goodgall: Pág. 28, La Habana/1994

[5] Ídem

[6] La frenología es una doctrina psicológica según la cual las facultades psíquicas están localizadas en zonas precisas del cerebro y en correspondencia con relieves del cráneo. El examen de estos permitiría reconocer el carácter y aptitudes de la persona.

[7] José Moreno Fraginal, EL Ingenio. T. I. pp. 151-152. La Habana, 1964

[8] Ídem, pág. 151

[9] Ídem, pág. 153

[10] Ídem, pág. 153

[11] Editado en La Habana en 36 hojas en escala 1: 70 000 (la primera hoja) y 1:200 000 (las restantes)