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Santa Teresa de Lisieux (página 4)


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Afirma, pero descubre en seguida la mano de Dios:

"sin duda Dios no quiere que piense (en la muerte) como ante de estar enferma. En ese momento, este pensamiento me era necesario y muy provechoso, bien lo sentía yo. Pero hoy es lo contrario; Dios quiere que me abandone como un niñito pequeño que no se inquieta de lo que harán con él". (De. 15-6-97).

Así, cuando el deseo constante de toda su vida sólo le es objeto de combate, el contrate le hace considerar esta última lucha como una "gran gracia" del Amor Misericordioso quien se la ha enviado con la fuerza necesaria; si antes se hubiera desalentado, ahora, en cambio, es preciso que aprenda en su carne y en su espíritu que, sin la gracia, ella no vale más que el común de los hombres, que está hecha de la misma pasta.

En medio de sus tinieblas, Teresa aprende que en verdad hay hombres sin fe, experimenta su terrible dificultad y se solidariza con ellos.

"Pero Señor, tu hija ha comprendido tu divina luz, te pide perdón por sus hermanos, acepta comer el pan de dolor durante todo el tiempo que quieras, y no quiere dejar esta mesa llena de amargura en que comen los pobres pecadores, antes del día por Ti señalado… pero también puedo decirte en su nombre, en nombre de sus hermanos: "Ten piedad de nosotros, Señor, porque somos pobres pecadores!… (Lc. 18,13) Oh! Señor, despídenos justificados… que todos aquellos que no son alumbrados por la luminosa antorcha de la fe, la vean por fin brillar… Oh! Jesús, si es preciso que la mesa manchada por ellos sea purificada por un alma que te ama, bien quiero comer sola el pan de la prueba hasta que te plazca introducirme en tu luminoso Reino.. la única gracia que te pido es la de jamás ofenderte!" (C.6r)

Su reacción admirable interrumpe espontánea la narración y nos presenta la generosidad desinteresada de una "pobre" que, sabiéndose justa por la gracia de Dios, se siente profundamente hermana del pecador e implora misericordia incluyéndose en esta categoría porque no confía ni en su deseo de "dar gusto a Jesús en todo". Se sabe frágil; por llena de amor, llega a considerarse

"feliz de no gozar este hermoso cielo en la tierra para que El lo abra por toda la eternidad a los pobres incrédulos" (C.7r).

No basta a Teresa la valoración práctica de su sufrimiento, su espíritu escrutador trata de penetrar su significado profundo a la luz de la Revelación Bíblica. Si en 1887 "comprendió mejor que nunca", por experiencia, el "dolor de la Santísima Virgen" buscando a Jesús perdido en Jerusalén (A.51r), ante la noche de su fe exclama:

"Ahora comprende el misterio del Templo" (P.54)

La meditación sobre María ilumina su camino. Si Jesús quiso que su madre sufriera en fe la angustia de esa oscuridad, es porque el amor encuentra su felicidad perfecta entregándolo todo en el sufrimiento. Este don más puro que encuentra su expresión en el despojo total, es participación al Perfecto Amor de la Madre Dolorosa.

Pero María la conduce al Hijo Crucificado y Teresa se ahonda en la contemplación de la Pasión bajo esta luz. Lee en las "Reflexiones de la Imitación" que en el Huerto de los Olivos Jesús gozaba las delicias de la Trinidad sufriendo no menos cruelmente, también ella posee la felicidad perfecta en medio de las tinieblas de su agonía:

"Es un misterio pero, se lo aseguro, comprendo algo por lo que experimento en mí misma" (DE. 6-7-97).

La gracia de este doloroso abandono de Dios la asemeja, pues, y la asimila a Cristo y a su Madre.

B.- Más allá del deseo

El cielo no era el único deseo de Teresa. Ella misma nos narra con lirismo exquisito cómo, después de haber vivido "deseando", hay un momento en el cual se siente más que nunca "martirizada" por la vehemencia de sus deseos; quiere ser misionera, apóstol, sacerdote, profeta, doctor, guerrero, mártir con todos los géneros de martirio y eso en todas partes del mundo, desde la Creación hasta la Parusía:

"Jesús, Jesús, si quisiera escribir todos mis deseos, me sería preciso tomar tu libro de vida, donde se cuentan las acciones de todos los santos y estas acciones yo quisiera haberlas hecho por Tí… Oh Jesús mío! ¿Qué vas a responder a todas mis locuras?… ¿Hay un alma más pequeña que la mía?… sin embargo, a causa de mi misma debilidad, te has complacido, Señor, en colmar mis pequeños deseos infantiles, y quieres ahora colmar otros deseos más grandes que el universo" (B.3r).

En efecto, el Señor le satisface plenamente al descubrirle la clave de su vocación en el Amor que es todo, abarca todos los tiempos y lugares, porque es eterno:

"En el corazón de la Iglesia, mi Madre, seré el Amor … así seré todo … así mi sueño será realidad!! … (B.3v).

Y la santa así colmada, cuando precisa su doctrina, puede afirmar con mayor fuerza:

"Dios no da jamás deseos que no pueda realizar" (L.197).

Pero ¿cómo considera estos deseos? Lo dice con claridad a su hermana María quien, deslumbrada ante el fervor ardiente del Manuscrito B, siente una cierta pena de no alcanzar a su ahijada y , calificando sus deseos de "obras", le pide saber si ella también puede llegar a amar así. Al día siguiente viene la respuesta neta, calificada por Madre Inés de Jesús como "documento fundamental de su doctrina, verdadera "carta magna" de su espiritualidad". Quien no ha leído y comprendido esta defensa santamente angustiada de la pobreza espiritual de las almas pequeñas, no puede hacerse una idea exacta de la importancia que le atribuía Santa Teresa. Notamos algunos de sus gritos emocionantes que asemejan a los de una madre defendiendo a su niño.

"¿Cómo puede preguntarme si le es posible amar a Dios como yo lo amo?… si hubiera entendido la historia de mi pajarito, no me haría esta pregunta. Mis deseos de martirio no son nada, no son ellos los que me dan la confianza ilimitada que siento en mi corazón. Son, a decir verdad, las riquezas espirituales que hacen injustos (Lc. 16,11) cuando uno se apoya-descansa en ellos con complacencia y se cree que son algo grande" (L.197).

La santa protesta contra toda búsqueda de apoyo propio, contra toda pretensión a un título que nos dé derechos ante Dios, pues "El quiere darnos gratuitamente su Cielo" con la sola condición de que reconozcamos nuestra nada radical, si queremos algo que cubra nuestra miseria salimos del plan misericordioso de Dios, revistiendo nuestra desnudez dejamos de lado la verdad y nos volvemos injustos.

La confianza para ser válida ha de basarse sólo en el Señor, no en los deseos propios. Estos, a decir verdad, son sólo

"un consuelo que Jesús concede a veces a las almas débiles como la mía (y estas almas son numerosas), pero cuando no da este consuelo es una gracia de privilegio. Recuerde esas palabras del Padre Pichon: "los mártires han sufrido con gozo y el Rey de los mártires ha sufrido con tristeza". Si, Jesús dijo "Padre mío, aleja de mí este cáliz" (Mt. 26,39; Mc. 14,36; Lc. 22,42)" (L.197).

El privilegio, pues, la verdadera gracia, está en no sentir tanto fervor, "puesto que cuando se ama una cosa la pena desaparece". Ampliamente lo había meditado Teresa en los comienzos de su vida religiosa:

"Qué gracia cuando por la mañana no sentimos ningún valor, ninguna fuerza para practicar la virtud!" (L.65).

Por eso reprocha a su madrina un segundo error:

"Si desea sentir alegría, tener atractivo por el sufrimiento, lo que busca es su propio consuelo" (L. 197).

El respeto y la amabilidad del contexto no disminuyen la fuerza de la frase, en pluma de quien hace guerra encarnecida a los más sutiles apegos sensibles.

Tan segura está la santa de esta doctrina, consecuencia de su fe en el Amor Misericordiosos, que puede afirmar con decisión:

"no es eso, en absoluto, lo que complace a Dios en mi pequeña alma. Lo que le complace, es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su Misericordia. He aquí mi único tesoro, querida madrina, ¿Por qué este tesoro no ha de ser suyo?" (L.197).

Sus deseos, sus ardores y entusiasmo sólo le sirven para captar mejor su debilidad que necesita consuelos; le son inútiles; y hasta le pueden ser peligrosos. ¿Qué hacer entonces de ellos?.

La palabra revelada la orienta luminosa; "Emplead las riquezas que hacen injustos, en haceros amigos que os reciban en los tabernáculos eternos" (Lc. 16,9), y Teresa,

"Hija de luz, comprendí que mis deseos de ser todo, de abrazar todas las vocaciones, eran riquezas que bien podían hacerme injusta; entonces me serví de ellos para hacerme amigos… recordando la oración de Eliseo a su Padre Elías cuando osó pedirle SU DOBLE AMOR (4 Reyes 2,9), me presenté ante los Ángeles y Santos y les dije. "Soy la más pequeña de las criaturas, conozco mi debilidad y mi miseria, pero sé también cuanto gustan hacer el bien los corazones nobles y generosos, os suplico, pues, Bienaventurados habitantes del Cielo, os suplico de ADOPTARME POR HIJA" (B. 4r).

Teresa, pues, los acepta pero no se complace en ellos, al contrario, suplica a Jesús el hacerlos desaparecer, si son temerarios. Y puede continuar con más audacia en la explicación de su doctrina:

"Para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil se es, sin deseos ni virtudes se es más propio a las operaciones de este Amor que todo lo consume y transforma. El solo deseo de ser víctima basta, pero es necesario permanecer siempre pobre y sin fuerzas, y he aquí lo difícil porque "el verdadero pobre de espíritu ¿dónde encontrarlo? Es preciso buscarlo muy lejos", es decir en la bajeza, en la nada. Ah! Permanezcamos muy lejos de todo lo que brilla, amemos no sentir nada, amemos nuestra pequeñez, entonces seremos pobres de espíritu y Jesús vendrá a buscarnos por más lejos que estemos, nos transformará en llamas de amor…" (L. 197).

La pobreza teresiana está, ante todo, en función del amor, no tanto de nuestro pequeño amor personal sino del Amor divino cuya propiedad es abajarse; por eso hemos de alejarnos de toda grandeza. Lo que cuenta no es nuestro deseo sino el deseo de Dios, en el que hemos de creer.

"Es la confianza y nada más que la confianza, lo que ha de conducirnos al Amor".

Puede concluir la santa.

Pobreza radical que rechaza toda obra brillante, más aún, que se despoja de las realizadas para abrirse a Dios y recibirlo todo gratuitamente; entonces, considerando su vida como una miseria, podrá exclamar segura:

"Que contenta estoy de irme pronto al cielo, pero cuando pienso en esta palabra de Dios: "Vendré pronto y traigo conmigo mi recompensa para dar a cada uno según sus obras" (Apoc. 22,12), me digo que estará cohibido conmigo, porque no tengo obras! No podrá pues, darme según mis obras… pues bien me dará según sus propias obras!" (DE. 15-5-97).

C.- El Perfecto Abandono

Esa confianza audaz que incluye y exige el despojo radical, tiene para Teresa su nombre propio de abandono.

"Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a la Hoguera Divina, éste camino es el abandono del niñito que se duerme sin temor en los brazos de su padre" (B. 1r).

Esta actitud espiritual descubierta en 1888, asimilada con fuerza desde 1893, llega en 1897 a su perfección; la progresión constante de su vida en esta línea culmina en su lecho de muerte:

"Esta palabra "aunque Dios me mate, esperaría todavía en El" (Job. 13,15), me ha encantado desde mi infancia. Pero he tardado mucho tiempo antes de establecerme en ese grado de abandono. Ahora lo estoy, El señor me ha tomado en sus brazos y me ha puesto ahí" (DE. 7-7-97).

Hemos visto cómo en 1895 Teresa aspira a la gloria del cielo únicamente para cumplir el designio amoroso de Dios, después de habérsela propuesto desde muy niña. Luego su amor experimenta la necesidad de ir más lejos renunciando a la misma gloria personal:

"El corazón del niñito no reclama las riquezas y la gloria (aún la gloria del Cielo)… Comprende que la gloria pertenece de derecho a su Hermanos, los Ángeles y los Santos… su gloria propia será el reflejo de aquella que brota de la frente de su Madre" (B. 4r).

La carmelita que deseaba ser olvidada, contada por nada, pero vista por Jesús, llega ahora a decir, en locura de amor que quisiera poder darle gusto sin que siquiera El sepa de donde proviene, para que no sea obligado a recompensarle. Hasta puede confiar:

"Si el Señor me hiciera esta propuesta: "si mueres ahora tendrás gran gloria, si mueres a los ochenta años tu gloria será mucho menor pero me dará mucho más gusto", entonces no vacilaría en responder. Dios mío, quiero morir a los ochenta años porque no busco mi gloria, sino sólo tu gusto" (S.2422).

Por Jesús ha abandonado todo en un despojo total. El desprendimiento teresiano no tiene más límite que las mismas posibilidades de la criatura. Incluye naturalmente la muerte sin ninguna apelación a ciertísimas respuestas divinas. El propósito de Teresa no es hacer en su alma un vacío tan perfecto que pueda ser toda ocupada por Dios. Es de darse tan completamente a Jesús que no subsista en ella ninguno de sus dones que no sea materia de sacrificio. Cuando en mayo de 1897 una carmelita de París le pide una poesía sobre el desprendimiento, Sor Teresa expresa con agrado sus más íntimas aspiraciones:

"Esta rosa deshojada es la fiel imagen

Divino Niño,

Del corazón que quiere sin compartirse por Ti inmolarse

A cada instante

Señor, sobre los altares, más de una fresca rosa

Gusta brillar;

Se da a ti, pero yo sueño otra cosa;

Deshojarme…

(…)

A la rosa deshojada se la olvida se la echa

Al soplo del viento…

La rosa, deshojándose, sin buscarse se da

Para no ser más

Como ella, con felicidad, a Ti me abandono,

Pequeño Jesús!

(..)

Jesús, por tu amor he prodigado mi vida,

Mi provenir;

A los ojos de los mortales, rosa para siempre marchita

Debo morir!

Por ti debo morir, Jesús, bondad suprema,

Oh! Qué felicidad!

Quiero deshojándome probarte que te amo

Con todo mi corazón" (P. 51)

Y cuando la religiosa destinataria nota la falta de un último verso explicando que a su muerte Dios recogería esos pétalos para rehacer una rosa brillante para la eternidad, Teresa rehúsa pues sólo quiere desaparecer.

Pero esto es el "abandonar todo" previo al perfecto "abandonarse" de la santa, que incluye el "abandono" por parte de Dios, en especial por su prueba contra la fe y el desconcertante prologarse de su enfermedad.

"Ved, mi peregrinación parece no poderse terminar. Lejos de quejarme, me alegro que Dios me permita todavía sufrir por su amor. Qué suave es abandonarse entre sus brazos, sin temores ni deseos!" (L.263).

Esta actitud no fue comprendida por sus hermanas; en efecto, las intervenciones de Madre Inés parecen inclinadas a hacerle reconocer que desea la muerte y la santa constantemente responde:

"No deseo más el morir que el vivir, dejo al Señor el escoger por mí" (De. 27-5; 10-6; 14-7, etc).

La extraordinaria nitidez de Teresa nos permite descubrir algunos pasos en este progreso, aún en los días cruciales de su enfermedad. El 9 de junio, segundo aniversario de su ofrenda meditando sobre la Misericordia del Señor, interpreta a esa luz su prueba contra la fe que purifica sus deseos y puede concluir:

"Me parece que ahora nada me impide el morir, porque ya no tengo grandes deseos sino sólo el de amar hasta morir de amor" (C.7v).

En efecto es así porque los "grandes deseos" de trabajar por la gloria de Dios que, en la página siguiente afirma tener (C.8v), el de hacer el bien en la tierra después de su muerte (De. 17-7-97) y los "deseítos" que ingenuamente confía a María Santísima (De. 4-6-97) sólo subsisten en el abandono perfecto a la voluntad divina, al Dios siempre mayor.

Ese día

"veía claramente, de lejos, el faro que me anunciaba la puerta del cielo" (De. 15-6-97).

Y confiada se comparaba a un niñito que espera a sus papás para ser introducido en el tren, pero aunque no vengan y el tren parta está seguro de no perderlos todos (De. 9-6-97).

Al día siguiente parece que recibe una gracia pues siente la necesidad de escribirle a su Priora agradeciéndole sus cuidados y en especial una novena de misas que

"hace un gran bien a mi alma; al principio de la novena, le decía, Madre, que era preciso que la Santísima Virgen me curara o me llevara al Cielo, porque hallaba muy triste para usted y la comunidad al tener la carga de una joven religiosa enferma; ahora quiero estar enferma toda mi vida si esto da gusto al Señor y aún consiento en que mi vida sea muy larga; la única gracia que deseo es que sea rota por el Amor"(C.8r).

Y lo fue; después de haber aspirado toda su vida por alcanzar la montaña más alta del Amor, conducida por Jesús crucificado a quien se conforma en desnudez y dolor oscuro, llega a morir de Amor, en medio de atroz agonía repite segura:

"No, no me arrepiento de haberme entregado al Amor" (DE.30-9-97).

Y expira como Cristo, en despojo total, abandonada entre las manos del Padre, en el supremo testimonio:

"Oh! Le amo! … Dios mío, te amo!!!… (De 30-9-97).

después de haber dejado su testamento, vacía de sí, sin ningún apoyo, bien consciente de que "todo es gracia" (De. 5-6-95).

Capítulo V

La Doctrina

"Para que el amor sea plenamente satisfecho, es preciso que se abaje, que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esta nada" (B.3v).

edu.red

A.- El Amor que se abaja y desciende

1.- La Divina Misericordia

Teresa, guiada por el Espíritu Santo, comprendió que en nuestra vida espiritual personal todo depende de lo que sabemos y creemos de Dios; de ahí deriva la actitud del hombre, a partir de esto se estructura su camino de retorno al Padre. En su doctrina es evidente un orden bien definido entre los conceptos y las realidades que estos expresen; la intuición profunda del Corazón misericordioso de Dios domina e ilumina lo demás; su búsqueda de la pobreza, el amor de su pequeñez, su abandono confiado y audaz, sólo son inteligibles a esta luz.

Hemos visto el origen de esta intuición clave en el descubrimiento de la conducta del Señor respecto a los pequeños. El conocer esta ternura abrió las puertas a su investigación sobre la paternidad de Dios (L.27) llevándola a su culmen con la revelación del 9 de junio de 1895. Ante la tensión aguda existente ente sus deseos infinitos y el sentimiento de su incapacidad radical, Teresa busca ansiosa la vía de salida, pero no sueña con la magnitud del hallazgo que Dios se complace en descubrirle, superando infinitamente sus expectativas (C3r). quería un "medio" a su alcance para conquistar la santidad y se encuentra frente al misterio desconcertante de un Dios origen, término y artífice de toda santidad, cuya propiedad es inclinarse El mismo hasta la nada para hacerla suya, consumirla y transformarla en Sí; en una palabra, Dios se le entrega gratuitamente.

Pero el Señor no actúa de improviso y hemos visto al mismo tiempo cómo ese momento se había ido preparando desde los primeros años de su vida. El punto de partida, pues, fue una vivencia, la constatación de su nada y la conciencia de ser amada con predilección. Al reflexionar sobre esto la santa, con su perfecta lucidez, capta el sentido, el misterio de su vida, de toda vida humana y de la comunicación de la Divina Bondad en su desbordar hacia las criaturas.

En sus primeros años en el Carmelo, Teresa se encuentra un Dios desconcertante, como Job, que no explica pero que exige fe y disponibilidad. Dios se le revela en el sufrimiento como ausencia-presencia, muy cercano, fundamento de su existencia, silencioso pero dando alimento seguro en su dureza. El sufrimiento no tiene "respuesta" en Dios; es pregunta amorosa del Señor que más bien exige respuesta de amor.

Luego descubre que lo propio del Amor es abajarse a lo menos humano, que su delicia es perdonar ¿por eso existe el mal en el mundo? Parece que Dios nos encierra a todos en el pecado para poder ejercer su Misericordia (Rm. 11,32). Más la fe, ante su prueba renuncia a poseer a Dios, es más bien poseída por Dios, se vuelve extremadamente libre, y me atrevería a decir que Dios deja de ser para ella el objeto de su búsqueda y se convierte en el verdadero "sujeto" de su propia vida.

Desde dentro, por medio de sus progresivas experiencias personales pensadas a la luz de la Escritura, el Espíritu Santo le ha ido enseñando su teología, verdadero reflexión sobre su praxis (1)

2.- Justicia y Misericordia

La sana base recibida en su educación familiar no permitió al ambiente de su Carmelo sofocar el germen de la doctrina que Teresa tenía misión de recordar a la Iglesia. El entonces tan difundido error de perspectiva, falseando la pureza de la revelación por su alejamiento del Evangelio se centraba en una concepción de Dios-vengador, principio de

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  • (1) GUSTAVO GUTIERREZ, "Teología de la Liberación" p. 26-41 y lo que dice ella misma en A-83v: "comprendo y sé por experiencia "Que el Reino de Dios está dentro de nosotros" (Lc. 17, 21) Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas; El, el Doctor de doctores enseña sin ruido de palabras… yo no lo he oído hablar nunca, pero siento que El está en mí, en cada instante. El me guía y me inspira lo que debo decir o hacer".

terror y de prácticas rigoristas concebidas casi como la esencia de la perfección cristiana.

Ahora bien, la joven maestra de novicias, tomándose el cuidado de buscar la verdad relevada en su misma fuente, capta lo esencial de la Buena Nueva que trajo el Verbo de Dios al encarnarse y orienta su vida en consecuencia, declarando incomprensible el que algunos puedan tener miedo de un Dios cuyo único deseo es prodigar amor y bondad (2).

La humilde carmelita dulcifica su oposición a la corriente severa, afirmando comprender que todas las almas no pueden ser iguales y que la grandeza de Dios requiere ser contemplada a través de sus distintas perfecciones, honradas a su vez por diversas familias espirituales (A. 83v).

Pero estas diferencias sólo pueden estar en nuestros ojos, en Dios resplandece la Unidad. Teresa lo sabe muy bien. No puede haber contradicción entre sus atributos y por más perspectivas diversas que tengamos a su respecto, la esencia de Dios brilla igualmente idéntica en su amor. Sí,

"A mí me ha dado su Misericordia Infinita, y es a través de ella que contemplo y adoro las otras perfecciones divinas!… entonces todas se me manifiestan radiantes de Amor; la misma Justicia (y quizá más aún que cualquier otra) me parece revestida de Amor". (A. 83v).

Por eso espera tanto de la Justicia del Señor, como de su Misericordia, y

"Esa Justicia que asusta a tantas almas, es el motivo de mi gozo y de mi confianza" (L. 226).

Este concepto teresiano de Justicia divina y sus relaciones con la Misericordia es clave. Como por instinto natural, se acerca a la noción paulina y veterotestamentaria de la Justicia Salvífica de Dios que los exégetas modernos ponen en el relieve que merece:

"Porque es justo, El es "compasivo y lleno de dulzura, lento en

castigar y abundante en misericordia. Porque conoce nuestra fragilidad, se acuerda que no somos más que polvo. Como es tierno un padre para con sus hijos, así el Señor se compadece de nosotros" (Salmo 102,8,14,13)" (L.225)

Para ella la Justicia de Dios está en tener en cuenta nuestra miseria y "reconocer las intenciones rectas" para premiarlas,

"no sólo en ejercitar la severidad para castigar a los culpables" (L. 226).

Distingue, pues, un doble aspecto como los autores sagrados; si en El hay cólera contra el pecado es porque va contra el hombre pecador, más resalta la fidelidad a sus promesas de amor para quien las quiere recibir, para con el pecador que a El recurre.

La Santa no duda siquiera sobre la superioridad de la Misericordia, puesto que el descargue de su Justicia sólo se extiende sobre la tierra, mientas su Misericordia se eleva hasta los cielos (Salmo 35-A.84r).

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  • (2) L.226 y la dedicatoria de la última imagen que pintó: "No puedo temer a un Dios que se ha hecho por mi tan pequeño.. lo amo!… porque El no es más que Amor y Misericordia!" (l.266).

3.- Perspectiva y misión teresiana.

Conviene aquí precisar qué entiende Teresa por Misericordia. Sin duda no tiene solamente el sentido de compasión ante una desgracia que induce a remediarla, sino el más amplio de don gratuito ante una debilidad cualquiera, por eso habla tanto de la Misericordia que previene, perdona, se prodiga en gracias.

En ella el término expresa, más que una actitud frente a una situación especial de necesidad, el carácter mismo de Dios. Amor infinito que quiere difundirse y, como fuera de El, todo es nada, se da misericordiosamente. Es su misma "ternura" de padre, que ya desde 1891 domina el pensamiento teresiano:

"Oh Tú que supiste crear el corazón de las madres

en ti encuentro el más tierno de los padres.

mi único amor, Jesús, Verbo Eterno,

para mí tu Corazón es más que materno" (P. 36)

Y afectuosamente puede llamarlo "papá" (CS. 82).

Para conocer más a fondo este corazón, no descuida ningún medio, el ver a su padre natural (L.58), experimentar el cariñoso perdón de su madrecita (L.230), conmoverse ella misma ante una novicia que le ruega la perdone (S.2125), ser cuidada con delicadeza por la enfermera, la bondad paternal de su Obispo (a.72 – 73), son otras tantas revelaciones del Padre Celestial que vienen a vivificar aún más su meditación de la Escritura:

"¿Puede una madre olvidar a su hijo? Pues bien, aunque una madre… olvidara a su hijo. Yo no te olvidaré jamás" (Is. 49,15) (L. 191). "El Señor apacentará su rebaño, reunirá sus corderitos y los llevará en su seno" (Is. 40,11). "Como una madre acaricia a sus pequeñuelos, así Yo os consolaré, os llevaré sobre mis rodillas" (Is. 66,13-12) (B. 1r).

Si le atrae tanto la Magdalena, es justamente porque

"su corazón ha comprendido los abismos de Amor y de Misericordia del Corazón de Jesús" (L.247).

Ella también lo ha comprendido y tiene conciencia de estar destinada a recordar al mundo este carácter esencial del Corazón de Dios, porque

"La bondad el Amor Misericordioso de Jesús son muy poco conocidos" (L.261); "te aseguro que Dios es mucho mejor de cuanto lo crees" (L.191).

Su misión de hacer amar al Señor como ella lo ama empieza, pues, por hacerlo conocer como ella lo conoce. Por eso, sencillamente un día se emociona releyendo su manuscrito:

"Madre, estas páginas harán mucho bien. Se conocerá mejor la dulzura de Dios" (De. 1-8-97)

La importancia de la espiritualidad teresiana no consiste en haber reconocido simplemente la eficiencia del Amor Misericordioso de Dios, la que más o menos está implícita en toda espiritualidad, sino en el hecho de que la santa, después de haber experimentado y comprendido la eficacia de este Amor Misericordioso, ha construido sobre él todo el edificio de su doctrina espiritual, cosa absolutamente nueva en la historia de la espiritualidad cristiana.

B.- LA NADA DE LA CRIATURA

1.- Conciencia de la propia miseria

Hoy, sobre todo después de las dos guerras mundiales, hay en nuestro mundo cultural una conciencia de finitud, que contrasta con el triunfalismo que caracterizaba la época de Teresa, la burguesía deslumbrada por los avances de la ciencia y la técnica, como dan fe numerosos filósofos y artistas de entonces. Teresa, como nuestros contemporáneos de hoy, tiene una conciencia extrema de esta noche de la nada.

Hemos visto, desde niña, como nuestra santa tiene el sentimiento agudo de su fragilidad. Esta experiencia precoz se prolonga acentuándose con los años. La huérfana incapaz de retener sus lágrimas ante las contrariedades, fácilmente seducida por los halagos y cumplidos mundanos, se siente, como novicia, sin fuerzas par cargar la pesada cruz que, sin embargo, la enamora y, más aún, interpreta su mismo ingreso en el monasterio como una salvaguarda contra aquella debilidad que podía apartarla de Jesús (A.445r; L.57). Si en su niñez se consideraba desprovista de inteligencia e inhábil para los quehaceres domésticos (a.37-38), en el Carmelo también encuentra la dificultad del trabajo manual y durante cinco años sigue la vía de la humillación (a.70v).

La constatación de su imperfección y miseria, de su pequeñez e impotencia, se trasluce a cada paso en sus escritos; hasta poco ante de su muerte tiene ocasiones de palparla sensiblemente (DE. 29. 7. 97) y, sobre todo, de expresarla cada vez con mayor convicción; no es más que "una pobrecita carmelita muy imperfecta" (L213; 230) que "debería estar ya adelantada en las vías de la perfección; pero todavía está sólo en lo bajo de la escala" (L. 20), cada día descubre en ella nuevas imperfecciones (C15r). El 12 de agosto de 1897, su "disposición presente", "me siento tan miserable!", le permite recibir una gran gracia de "contrición perfecta" al sentirse "como el publicano, una gran pecadora" cuando recibe la Comunión (De. 12-8-97).

A pesar, pues, de sus inmensos esfuerzos por alcanzar la meta a que aspiran sus vehementes deseos, no consigue la perfección. Siente como "imposible" el encontrar un "alma más débil, más pequeña" que la suya (B5v).

"Si supieran qué poco segura estoy de mí misma! Nunca me apoyo sobre mis propios pensamientos; demasiado bien sé cuán débil soy" (C.15r).

Ya ha sido estudiado exhaustivamente el aporte de la comparación con los demás a su pobreza espiritual y sabemos que, si los otros al juzgarla imperfecta la ayudaron a tener conciencia de su debilidad, ésta no tiene nada que ver con un sentimiento de inferioridad respecto a las cualidades de su prójimo.

Teresa, al comprender que "hacer el bien es cosa tan imposible sin el socorro de Dios, como el hacer brillar el sol por la noche" (c.22v), se coloca para siempre en esta clase de los impotentes, de los desgraciados que tienen necesidad inmensa de una misericordia infinita. Se siente incapaz de crecerse imitando a los santos, de expresar su pensamiento y las luces que el Señor le da, de consolar a alguien, de trabajar por la salvación del mundo:

"Yo puedo hacer bien poca cosa, o mejor dicho, absolutamente nada" (L.226).

El fruto de esta experiencia negativa será la reflexión sobre su miseria. Guiada siempre la luz de la gracia y de la Escritura, mide su radical impotencia hasta verse

"tal cual es a los ojos de Dios; una pobre nadita, nada más" (C.2r), "un pobrecito ser que regresaría a la nada si tu mirada divina no le diera la vida a cada instante" (B.5v).

2.- Su aceptación pacífica y gozosa

Este oscuro cuadro lejos de desolarla la deja en serena paz porque cree, no sólo que "el Señor ve nuestra fragilidad, se acuerda de que no somos más que polvo" (Salmo 102, 14 citado en A.76r), sino que

"El está feliz de que sientas tu debilidad; es El quien imprime en tu alma los sentimientos de desconfianza en ella misma" (L.161).

como hizo con San Pedro, a quien

"bien hubiera podido decir; -pídeme la fuerza de cumplir lo que quieres. Pero no, porque, como lo destinaba a gobernar toda la Iglesia en donde hay tantos pecadores, quería que experimentase por sí mismo lo que puede el hombre sin la ayuda divina. Por eso, antes de su caída, Jesús le dijo. "Cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lc. 22, 32), es decir cuéntales la historia de tu pecado, muéstrales por tu propia experiencia la debilidad de las fuerzas humanas" (DE.7-8-97).

Desde 1890 Teresa había intuido que la paz sólo se encuentra aprendiendo la ciencia de "gloriarse de sus flaquezas" (L.109). poco antes de morir puede darse el testimonio de haberlo asimilado vitalmente:

"Más tarde el tiempo en que estoy me parecerá todavía, sin duda, lleno de imperfecciones, pero ahora ya no me asombro de nada, no me apeno viendo quien soy la debilidad misma, al contrario, es en ella que me glorío (2 Cor. 12,5) y cuento con descubrir cada día nuevas imperfecciones en mí" (C.14r).

Esta aceptación tiene el doble matiz de la paz y alegría típicamente teresianas. Ya en 1895 era una actitud que tenía raíces profundas en ella al verse siempre imperfecta y encuentra en ello su gozo (A.74r).

"¿Quién no desea poseer la virtud? Es la vía común! Pero qué poco numerosos son aquellos que aceptan caer, ser débiles, que están contentos de verse por los suelos y ser ahí sorprendidos por los demás!" (CS.22).

"Hay que esperarse siempre el caer. Usted se preocupa del futuro como si fuera usted quien tuviera que arreglarlo, comprendo entonces su ansiedad (…) Todo el mundo busca así los augurios, es la vía común, únicamente los pobres de espíritu no la buscan" (C5.30).

Ni aún bajo pretexto de celo hay que perder esta paz, es la insistencia de Teresa con sus novicias, con su misma madrecita a quien no teme el reprochárselo (De 5-7; 3-7; 23-5); también ella se siente "tentada de inquietarse por una tontería" pero lo reconoce

"Con una gran paz, sin tristeza, es tan dulce el sentirse débil y pequeña!".

Esta paz característica de su vida como "telón de fondo", encuentra, pues, su base en el pleno reconocimiento de su nada, amada porque esa pequeñez complace al Señor, aprovechada con alegría como un don del Amor. Teresa se regocija:

"todas las criaturas pueden inclinarse sobre ella, admirarla, colmarla de sus alabanzas, no sé por qué pero esto no agregaría ni una sola gota de falsa alegría a la verdadera alegría que saborea en su corazón al verse tal cual es a los ojos de Dios; una pobre nadita, nada más" (C2r).

Su pobreza es la conciencia de su estado de criatura, de su debilidad, de su inutilidad fundamental; la hace libre para poder recibirlo todo y, a su vez, entregarlo todo.

3.- La receptividad

En esta misma línea la carmelita hace otra experiencia positiva, reverso luminoso de la anterior, es una privilegiada del Señor,

"Jesús mío, quizás sea una ilusión, pero me parece que no puedes colmar de mayor amor un alma de cuanto haz colmado la mía; por eso oso pedirle "amar a los que me has dado, como me has amado a mi misma" (J. 1,23). Si un día en el cielo, descubro que las amas más que a mí, me regocijaré, reconociendo desde ahora que esas almas merecen tu amor mucho más que la mía; pero aquí abajo, no puedo concebir una mayor intensidad de amor de aquella con que te has complacido prodigarme, gratuitamente, sin ningún mérito de mi parte" (C.35r).

Son tantas las gracias que no vacila en revelarlas, si hubiera encerrado en sí misma algo de lo que hubiera acontecido, a sus ojos hubiera pecado contra el amor, porque eran dones del Padre al mundo. Así puede expresarlo ante una espiga, "imagen de su alma",

"Dios me ha cargado de gracias para mi y para el bien de los otros… Ah" quiero siempre inclinarme bajo la abundancia de los dones celestes" (DE.4-8-97).

Teresa tiene conciencia de ser santa, se presenta como modelo; puede asegurar que no ha negado nada al Señor desde la edad de tres años. Su misión es alabar a Dios ante la Iglesia entera con su entera existencia; y como esta confesión no puede ser una confesión de sus pecados, puesto que Dios la ha preservado de pecar, ha de resultar forzosamente una confesión de la gracia de Dios en ella. Descubrirse a sí misma es para Teresa un gesto de indigencia. Este esplendor de perfección sólo le sirve para aumentar la convicción de su miseria personal:

"Yo no veo mi belleza, yo sólo veo las gracias que he recibido de Dios. Se equivocan siempre, ¿No saben, pues, que yo no soy más que un pequeño hueso?" (DE. 10-8-97).

"Un solo pensamiento de orgullo entretenido voluntariamente como por ejemplo; he adquirido tal virtud, estoy cierta de poderla practicar", sería para ella una infidelidad que pagaría con una turbación espantosa, sin poder ya aceptar la muerte porque el sólo pensarlo "sería apoyarme sobre mis propias fuerzas" (De. 7-8-97) "que no son más que flaqueza" (L.247), más aún, seria una rapiña, el renegar de aquella pobreza espiritual que, sola, la hace acepta y agradable al Señor. Es un punto capital y no cesa de insistir cuando le piden precise lo que entiende por "permanecer niño pequeño ante Dios", esa actitud básica de su mensaje y doctrina:

"Es reconocer su nada, espéralo todo de Dios (..) ser pequeño es también no atribuirse a sí mismo las virtudes que se practican creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone este tesoro de la virtud en la mano de su niñito, para que de él se sirva cuando tiene necesidad; pero es siempre el tesoro del Señor" (DE.6-8-97).

Todo lo bueno que hay dentro de ella, pues, viene del Señor; si alaban su paciencia.

"no he tenido hasta ahora un solo minuto de paciencia, no es la mía! Se equivocan siempre!" (DE. 18-8-97).

Su reflexión lúcida la lleva a esta certeza, ella no puede apropiarse de ninguna virtud por más que la practique.

"Me ha dicho que quiere imitarme, pero, ¿No sabe usted pues, aún, que soy muy pobre? Es Dios quien me va dando poco a poco lo que me es necesario para practicar la virtud" (CS.63).

Por asombroso que parezca, pocas horas antes de morir, la santa puede asegurar:

"si, me parece que nunca he buscado nada fuera de la verdad… si, he comprendido la humildad de corazón" (DE-30-9-97).

¿Qué humildad es esta osa afirmar su propio vigor? La de una hija de Dios que ha llegado a no ser más que una transparencia de la gracia, que ha tocado el fondo de su miseria y sabe que por sí misma nada es; pero al mismo tiempo ve que

"Soy rica de todos los tesoros divinos y justamente por eso me humillo más" (DE.12-8-97).

Porque "vivir de amor es guardar en sí mismo un gran tesoro, en un vaso mortal" (P.17).

"Me parece que si una florecilla pudiera hablar, diría sencillamente lo que Dios ha hecho por ella, sin tratar de esconder sus beneficios. Bajo pretexto de una falsa humildad no diría que es desagradable y sin perfume, que el sol le ha robado su brillo y que las tormentas han quebrado su tallo, cuando reconociera en ella misma todo lo contrario. La flor que va a contar su historia se regocija de tener que publicar las solicitudes del todo gratuitas de Jesús, reconocer que en ella nada era capaz de atraer sus miradas divinas y que sólo su Misericordia ha hecho todo lo que en ella hay de bien" (A.3v).

Verdaderamente de todo aprovecha para humillarse y reconocer su nada: cuando la desprecian lo encuentra justo pues merece que la traten sin consideración, cuando se encuentra sin valor ante el sufrimiento reconoce la prueba palpable de su pequeñez y debilidad; cuando siente el deseo de sufrir todo género de heroico martirio, se apresura a considerarlo como una gracia de consuelo que el Señor proporciona a un alma débil e imperfecta como la suya; cuando se ve objeto de singulares privilegios es sólo para cantar la gratuidad de la Misericordia Divina que en ella se prodiga porque la encuentra pequeña y desprovista de todo encanto.

"Si, soy demasiado pequeña para tener ahora vanidad, soy demasiado pequeña también para componer bellas frases con el fin de hacerle creer que tengo mucha humildad, prefiero reconocer sencillamente que el Todopoderoso ha hecho grandes cosas en el alma de la hija de su Madre Divina y la mayor es el haberle mostrado su pequeñez y su impotencia" (C.4r).

No hay en ella ninguna presunción pues teme la menor ilusión y pide al Señor librarla de toda falsedad; quiere ser

"humillada y maltratada para ver si verdaderamente tengo la humildad de corazón, sin embargo, antes, cuando me humillaban, era muy feliz… si, me parece que soy humilde… Dios me hace ver la verdad; siento tan bien que todo viene de El!… (DE. R-8-97).

Por eso cuando le prometen hace apreciar sus virtudes más tarde responde decidida:

"Es preciso hacer apreciar únicamente a Dios, porque no hay nada que hacer apreciar en mi pequeña nada" (DE.8-8-97).

C.- LA ATRACCION DEL ABISMO

1.- La inclinación del misericordioso

La vida espiritual enseñada por Santa Teresa de Lisieux, se determina por la relación entre los dos polos que acabamos de ver. Relación que, por parte de Dios, consiste en una atracción que lo impulsa a descender hasta la nada.

Para presentarse ante el Señor y ser transformados por El, en la pureza del amor, es indispensable ser pobre, desnudo de todo y receptivo, porque sólo la purificación del despojo total nos hace capaces de recibir en nosotros la plena vida de Dios y subir hasta El. Así enseña el místico doctor de las noches y el puro amor. San Juan de la Cruz, cuya misión en la Iglesia es conducir a los hombres en su ascensión, como teólogo y director espiritual.

La misión de la hija es diversa, sus obras la colocan en otro plazo, no pretenden ser un tratado de vida espiritual sino "el canto de las misericordias del Señor". Ella contempla el misterio de la pobreza desde un punto de vista complementario, a partir del mismo Corazón de Dios que se complace en esta desnudez; su mensaje recuerda al mundo el valor de la sencillez, de la pequeñez evangélica que atrae la mirada del Dios-Salvador (Lc. 1,47-48). En efecto.

"Es la humildad de tu vida, la que le hace abajarse hacia ti" (La Misión de Juana de Arco) porque "El pone sus delicias en pobres criaturitas débiles y miserables" (CS.29).

Es que "lo propio del amor es abajarse" y Dios, Misericordia infinita, se siente feliz de poder explayar los raudales de la ternura encerrada en su Corazón. Si por la creación demuestra su deseo de comunicar el ser a la nada, por la encarnación y redención proclama su amor a la miseria humana que Cristo ha querido asumir, desposar y divinizar, para emplear el lenguaje de los Padres al hablar de la realidad que Teresa expresa como la unión de dos pobrezas, modificando la frase de San Pablo (L. 109).

Porque la inclinación del Amor Misericordioso es abajarse hacia la pobreza y la miseria cuanto mayores sean ésta,

"No temas, cuanto más pobre seas, más te amará Jesús. Irá lejos, muy lejos a buscarte" (L.211).

Este amor en El significa posesión transformante, pues la Misericordia pone su gloria en hacer santos trabajando sobre la miseria.

"Si, para que el amor sea planamente satisfecho, es preciso que se abaje, que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esta nada… (B.3v).

Aunque el alma sufra en la oscuridad de una imperfección que la afea e incomoda, Jesús se siente feliz (L.144) y trabaja en secreto (L. 147).

"Está más ufano de lo que hace en su alma, de su pequeñez, de su pobreza, que de haber creado los millones de soles y la extensión de los cielos…" (L.227).

El gran sufrimiento que comporta esta práctica es el consentir en el don de Dios que, como el fuego, devora todo lo humano.

Estamos en la línea teologal más pura. Nuestros más nobles esfuerzos serán siempre sólo una respuesta de apertura a la gracia e iniciativa divinas. El pecado no es más que cerrarse a la intervención del Señor, la infidelidad de Adán fue querer conquistar por sus medios lo que Dios quería darle como regalo paterno y gratuito. En cambio, el "caminito" de Teresa es la conciencia de la gratuidad de la redención y la búsqueda de este don como gratuito. Adherirse de todo corazón y con toda su vida a este orden de salvación, es reconocer el primado del amor de Dios y abrirse a sus constante liberalidades.

Toda la espiritualidad teresiana está centrada en este movimiento descendente a partir de Dios hasta el pecador. Coincidiendo en la realidad fundamental, su perspectiva es diversa de la de San Juan de la Cruz, aunque la santa lexoviense puede "insistir en que su caminito de humildad y amor no es otro que el de nuestro padre San Juan de la Cruz: "la nada de nosotros, el todo de Dios". Sin embargo, lo que más resalta en su experiencia no es el movimiento de ascensión sino el de descenso, con un carácter universalista más marcado.

Si se ha podido estudiar su pobreza como continuación perfecta del movimiento de los "anawim" del antiguo testamento, difiere de ellos en cuanto la línea dominante de estos es la purificación y recurso a Dios ante los males sufridos mientras que Teresa insiste y se centra en la acogida y apertura al don de Dios, matiz típico del Nuevo Testamento, de María en su "canto de pobreza" y de los discípulos que reciben el reino (3).

Para ella este descenso es una exigencia interna del amor de Dios, tan íntima y profunda que, podemos tratar de completar la frase que la Carmelita moribunda tuvo que interrumpir:

"No es porque Dios, en su preveniente misericordia ha preservado mi alma del pecado mortal, que me elevo a El por la confianza y el amor" (C.36v).

No, es porque Dios ha descendido, porque el Amor Misericordioso quiere abajarse hasta la nada, porque nuestro Dios, el Dios de Jesús es el Dios de los pobres.

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  • (3) Ver A. GELIN, "Les Pauvres de Yahavé" P. 53-79: `p. 124-132 Es significativo que el autor termina su libro poniendo el mensaje teresiano como conclusión de su itinerario y realización plena de este ideal bíblico, cfr. P. 154 – 155.

2.- La actitud de acogida

Esta efusión del amor suscita y exige una respuesta: la relación, por parte del hombre, es una disposición, una actitud de apertura y receptividad.

"He aquí el carácter de Jesús: da como Dios, pero quiere la humildad de corazón" (L.161).

"Para gozar de estos tesoros es menester humillarse, reconocer su nada" (L.261) "y esperarlo todo de Dios, como un niñito espera todo de su padre, no inquietarse por nada, no querer ganar fortuna". (DE. 6 agosto).

Teresa cuenta sobre esta atracción de la humildad y de la pobreza para hacer descender la Misericordia Divina sobre su alma. El amor a la pobreza se vuelve, pues, la disposición fundamental de su vía y se integra en su única actitud de acogida que comprende el humillarse ante los dones recibidos agradeciéndolos y refiriendo a El solo la gloria, el aceptar con paz y regocijo la propia miseria, el esperar ciegamente en el Señor con una confianza audaz en su Bondad y Omnipotencia, el abandonarse enteramente en sus manos, despojándose de todo apoyo, de todo consuelo y deseo de ser alguien o hacer algo brillante.

"Es preciso consentir en permanecer siempre pobre y sin fuerzas y he ahí lo difícil" (L. 197).

Por eso a la novicia angustiada por "todo lo que tiene que adquirir", la maestra responde:

"diga más bien perder. Es Jesús quien llenará su alma de esplendores en la medida que Usted la desocupe" (CS.25-26).

Esta pobreza hay que continuar defendiéndola contra todos los "enriquecimientos" que sobrevienen y la pueden destruir, hay que desechar las provisiones de todo género (CS.29) aún del deseo de recordar los pasajes de la Escritura para nutrirse mejor; la santa replica con vehemencia a su hermana que esto quiere,

"Con que quiere poseer riquezas! Tener posesiones! Apoyarse sobre eso, es apoyarse sobre fuego rojo, queda una marquita! Es necesario no apoyarse en nada, ni aún sobre lo que pueda ayudar a la piedad" (CS.29).

De esta exigencia de pobreza, surge la desconfianza de Teresa frente a todo lo que en la ascesis y en penitencia puede ser interpretado como obra humana y hasta como gran obra. De ahí su posición contra el merito que, según la defectuosa idea tomada de su ambiente, sería una riqueza personal, una provisión, un derecho, que disminuye su pobreza, su dependencia total de Dios. Reconoce los méritos de los otros y hasta cuenta con participar con ellos porque cree firmemente que Dios recompensa; en eso basa su certeza de la fecundidad apostólica de su vida contemplativa y quiere adquirir méritos, pero todo para los demás. Para ella nada, por el doble motivo de recibir de Dios gratuitamente y ser desinteresada en su amor.

Al protestar con energía contra la concepción que anula la primacía de la Misericordia, Teresa, casi sin saberlo, defiende la sana doctrina teológica en la cual la condescendencia divina es el punto central: "La bondad de Dios es tan grande para con todos los hombres, que quiere sean merecimientos de ellos lo que son dones de El" (Concilio de Trento D.810). mérito, en el sentido teológico de la palabra, significa una característica de lo que nos da la gracia de Dios, no un derecho autónomo que el hombre haya adquirido por sí mismo, frente a Dios. Mérito significa llegada de la gracia de Dios y de la vida eterna a nosotros, es don de Dios porque El nos ha dado la posibilidad. Por eso el mérito no nos glorifica a nosotros sino a El; por eso la proposición de fe de que el hombre puede hacer méritos sobrenaturales cuando está justificado en la gracia de Dios y hace con la fe lo mandado por Dios, no glorifica al hombre delante de Dios y frente a El, sino a Dios, que no sólo obra en el hombre que recibe pasivamente, sino que obra en hombre la acción más grande del hombre.

Veamos si hay alguna relación entre la santa que no quiere juntar méritos y se presenta ante Dios con las manos vacías y Lutero. Según el estudio sobre su ideal de pobreza hecho por un teólogo protestante, para Lutero "la salvación no consiste en pasar por gracia de un estado de miseria a uno de riqueza espiritual, sino de un estado de miseria a una pobreza radical que se sabe y se quiere tal ante Dios". ( 4 )

Lo que en 1517 el Reformador rechaza en la idea de mérito "no es la responsabilidad del hombre ni la necesidad de las obras de la fe, sino la tentación siempre amenazadora de considerar las obras como nuestra propiedad y como un derecho ante Dios". Si luego su reacción se hizo herética no por eso deja de ser un llamado a la teología católica y su interpelación a la Iglesia encuentra su respuesta plena en la santidad y doctrina teresiana. La humilde carmelita, sin sospecharlo siquiera, tiene un papel providencial en el diálogo ecuménico. En ella se verifica plenamente, en el plano espiritual, aquel ideal cristiano que Lutero insinúa pero que en

"Feliz de sentirse débil y miserable porque cuanto más se reconoce humildemente, esperando todo gratuitamente de Dios, sin ningún mérito de nuestra parte, más se abaja Dios hacia nosotros para colmarnos de sus dones con magnificencia" (S.1403).

Es, pues, a partir de nuestra impotencia y debilidad, lealmente reconocidas, humildemente aceptadas, que nace la actitud de pobreza y, por lo tanto, de esperanza. Tanto para Teresa como para San Juan de la Cruz, el alcanzar la meta no es cuestión de esfuerzo, al contrario, se trata de dejarse conducir por el camino, de estar en actitud de acogida.

Actitud que se identifica con la bienaventuranza de los pobres de espíritu que pueden recibir el Reino de Dios, que es la pobreza de María: silencio, disponibilidad, vacío, llamada que hace descender a Dios en Ella, que le permite el despliegue de su gracia y hace transparente su presencia.

Si "Dios es un Padre cuyos brazos están constantemente tendidos hacia sus hijos ¿por qué no responder a su gesto? ¿Por qué no pensar que nuestra inmensa desolación clame hacia Él sin cesar? Es preciso fiarse de las palabras de Santa Teresa, cuando invita tanto al más miserable como al más perfecto, a no hacer valer ante Dios más que la debilidad radical y la pobreza espiritual de una criatura pecadora" (5).

Entonces recibiremos el don de Dios, estaremos en el camino justo, porque la santidad, según la última definición que M. Inés pone en boca de Teresa:

"No está en tal o tal práctica, consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre" (DE. 3 de agosto).

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(4 ) P-Y EMERY, frére de Taizé, "Devenir pauvre devant Dieu selon Luther", en "Carmel" 4 (1967) p. 266

su rebelión fue progresivamente desviando. Teresa se proclama:

D.- El Camino de Pobreza

Si la pobreza espiritual nace como respuesta al deseo divino de abajarse, también el camino para alcanzar esta actitud está marcado por el signo del descenso y se presenta netamente como una iniciativa, acción del Señor Misericordioso, que introduce y guía por una vía de desasimiento, suscitado una imperiosa voluntad de conformidad a Jesús.

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  • (4) PIO XII Radiomensaje del 11 de julio de 1954, en AAS 46 (1954), p.406.

1.- La devoción a la Santa Faz.

Cualquier lector atento capta, necesaria e inmediatamente, el lugar importantísimo que la Santa Faz ocupa en el epistolario teresiano. Madre Inés aporta su testimonio de peso:

"La devoción a la Santa Faz fue el atractivo especial de la Sierva de Dios. Por tierna que fuera su devoción al Niño Jesús, no puede ser comparada con la que tuvo por la santa faz" (S. 580).

La misma santa lo dice:

"Esas palabras de Isaías: "quien ha creído a vuestra palabra… no tiene brillo ni belleza… "etc. (Is. 53, 1-2) han hecho todo el fondo de mi devoción a la Santa Faz, o por decir mejor, el fondo de toda mi piedad. Yo también deseaba no tener belleza, estar sola para pisar el lugar, desconocida de toda criatura." (CS.82).

¿En qué medida su amor a la pobreza estuvo ligado a la Santa Faz? Parece que no está en la base en cuanto al descubrimiento, pues hemos visto que llega del exterior cuando Teresa tenía ya su actitud sólida frente al despojo, más caracterizada en el primer momento por el aspecto de fidelidad a Jesús-Esposo que por el de imitación del Cristo humillado. Por otra parte, esta devoción no la orienta inmediatamente hacia el elemento central del contacto con la Misericordia Divina, a través de la aceptación de su propia miseria.

Entonces ¿tiene razón Sor Genoveva cuando afirma que, durante la enfermedad de su padre, fue su inclinación al desprecio lo que le hizo gustar la devoción de la Santa Faz? (S.1035). en algo, Teresa estaba "dispuesta" a esta devoción y asimilación vital, pero indudablemente el encuentro y profundización personal fueron decisivos y, confirmándola en su vía, le dieron nuevas luces y un giro muy original. De ahí la refutación de la misma santa a la interpretación que su hermana daría ante el tribunal eclesiástico: su deseo de ser humillada y olvidada, de permanecer escondida, viene como consecuencia de su contemplación del Cristo.

Está, pues, en la base, no del primer descubrimiento de este ideal de pobreza, sino en su reflexión, en el movimiento íntimo y vital de su construcción interior, como camino indispensable, aunque no en la mera forma del culto propagado por Tours, sino en el contenido profundo desentrañado en la contemplación viva que provoca la asimilación al Crucificado, propiamente teresiana.

A medida que avanza imprimiendo un carácter aún más personal a esta devoción, que progresa a la par que su descubrimiento del Dios de los pobres; de tal modo que al llegar a su punto cumbre, será el medio más adecuado para expresarla.

Otro rasgo característico de esta devoción es el de integrar en sí las demás; si Sor María de San Pedro une el culto de la Faz de Cristo al de su infancia; en Teresa estos misterios son inseparables; un lazo íntimo hace la conexión entre el niño de Belén, el Crucificado del Calvario y el Jesús de la Eucaristía. La Faz escondida de Cristo ilumina y se refleja en estos tres misterios. En efecto,

Esta devoción fue el coronamiento y completa expansión de su amor por la Santa Humanidad de Jesús. La Santa Faz era el espejo en el que veía el alma y el corazón de su Amado, en el que lo contemplaba entero". (CS.83).

2.- En pos del Cristo pobre

Monseñor Combes ha notado muy bien, insistiendo con vigor, que santa Teresa de Lisieux es esencialmente la santa de Jesús. Su amor por Jesús está en la base y raíz de toda su espiritualidad; su Nombre repetido sin cesar en su pluma (875 veces en las cartas, más de 350 en los manuscritos) manifiesta una adhesión sin desmayo. En un momento en que el racionalismo, deísmo, y agnosticismo amenazaban sumergir la fe de su patria, ella retorna con todas sus fuerzas a Jesús, el Pobre de Nazareth y del Calvario.

Este amor apasionado por Jesús, el relieve y lugar central en su vida, la asemejan fuertemente a su Madre y Patrona Santa Teresa de Avila, Teresa de Jesús.

Esta predominancia de la persona de Jesús nos lleva a considerar el papel que juega en la vida y doctrina teresiana; nos preguntamos, pues, en qué modo Cristo le es Luz, Camino, Verdad y Vida, cómo interviene en la formación del pobre ante Dos.

Primeramente aparece como el Seductor-Amante que suscita el Amor.

"Oh! Verbo Divino, eres Tú el Aguila adorada que amo y que me atrae" (B.5v).

Jesús principio y meta del amor de Teresa, quien sólo quiere vivir para darle gusto y amarlo únicamente (6). Ya se ha estudiado su sentido de la virginidad en función de este amor exclusivo; como elemento de pobreza es también un tema rico; despoja, esconde (L.105), silencia (L.122), excluye no sólo todo el apoyo humano afectivo, sino aún todo deseo de ser completado en si, para abrirse y entregarse, en la desnudez personal más profunda, a Aquel que lo quiere absorber todo; exige, por lo tanto, el desapego de todo afecto humano por legítimo que sea (L.78).

Este amor hace ponerse a la obra del desprendimiento y éste, liberando el corazón, lo hace capaz de amar más y mejor; por eso Teresa, como San Juan de la Cruz, doctor de la nada porque doctor del Amor, enseña el camino de la desnudez (S.625). Para ambos el trabajo del alma está fundado en Cristo de dos maneras; su ejemplo la atrae y su amor la empuja.

Por darle gusto Teresa quiere descender hasta ser tan pobre que no tenga donde reclinar la cabeza, quiere ser despreciada para poder contemplar eternamente la Faz de Jesús (L.96), esconderse también para ser vista sólo por el Amado (L.37), en fin, quiere desaparecer totalmente por su Amor (P.51;17).

Es El quien le inspira entrar en la "noche activa" para purificarse. Ante este único deseo de alcanzar la montaña del Amor en pureza perfecta, Teresa pide a su guía divino:

"Tú sabes donde deseo ir, sabes por quien quiero subir la montaña, por quién quiero llegar al término, sabes a quien amo y quiero contentar únicamente. Es por El solo que quiero emprender este viaje, condúceme, pues, por los senderos que El ama recorrer, con tal que El esté contento, yo estaré en el colmo de la felicidad" (L.110).

Estamos ya ante un segundo aspecto, Jesús aparece, pues, como quien elige esta vía oscura y difícil y al mismo tiempo quien por ella la conduce. Es su "Director", el artífice de esta obra, el pedagogo que la guía por sus caminos preferidos, los mejores para ella, aún en medio del sufrimiento.

De la mano de Jesús, Teresa entra, pues, en la noche (L.11), en el subterráneo oscuro (L1110), sin ningún consuelo puesto que su Amado vela

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  • (5) Cfr P. 24,36,34,23, 25, etc. Por su deseo de "dar gusto a Jesús", ver S. 195, 2422; L. 144; B. 2v, p. 225 notando que interroga en sueño; CS. 57; DE. 15/5 (2), 16/7 (6), 4/8 (8), etc.

su presencia, parece dormir. Este "sueño de Jesús" que la deja en desamparo aparente es, sin embargo, un signo de confianza que El da a sus íntimos para avivar la fe, un sufrimiento que El quiere y manda como "prueba de elección" (L.190) porque esa es precisamente su táctica en la formación espiritual:

"Jesús prefiere verte golpear contra las piedras del camino en la noche, antes que caminar en pleno día por una ruta esmaltada de flores, que podría detener tu marcha",

Como le explica María Santísima, que no la consuela porque conoce

"El precio del sufrimiento y de la angustia del corazón" (L.211).

Sin embargo, no todo es tan negro en su trayecto, el subterráneo que recorre se va iluminando ante el resplandor de la Santa Faz (L.110):

"Jesús, tu inefable imagen es el astro que conduce mis pasos" (P. 20). "Sí, la Faz de Jesús es luminosa" (L.95).

Teresa alcanza aquí el pensamiento bíblico sobre la Faz de Yavé, es decir, Dios mismo en cuanto fuente de luz y en la comunicación que de ella hace, su presencia resplandeciente y su belleza radiante. Si

"Jesús es el Sol Divino (…) es preciso que esta alma no cese de fijar en El solo sus miradas" (L. 134), "Esta mirada misteriosa cruzada entre Jesús y su florecilla hará maravillas" (L.127).

Esta contemplación centra y transforma su vida; Jesús Maestro, Verdad, Luz, le revela en Si mismo los secretos de Dios; Jesús pasa de Esposo a Padre, se convierte en el esplendor y la imagen del Padre (Heb. 1,3). El la instruye sin necesidad de palabras:

"Jesús arde de amor por nosotros. Mira su Faz adorable! Mira sus Ojos bajos y apagados! Mira sus llagas! Mira a Jesús en su Faz. Ahí veras cómo nos ama" (L.87).

Su carta del 15 de julio de 1890 nos muestra con claridad el desenvolvimiento de esta contemplación a través de los textos que envía a Celina, cuyo fondo es siempre Isaías 52, el siervo, varón de dolores, descrito inmediatamente solo, vencedor teñido de sangre (Is. 63, 1-5); el Cantar (1,12, 5,11; 16) y el Oficio de los Dolores de María introducen la nota íntima:

"Mi amado es muy amable, su Rostro inspira el amor y su faz inclinada me apremia a devolverle amor por amor".

En fin, Teresa responde con Juan de la Cruz.

"Quédeme y olvídeme

el rostro recliné sobre el Amado,

cesó todo, y dejéme

dejando mi cuidado,

entre las azucenas olvidado"L. 108).

En esta actividad contemplativa descubre el amor de Dios que lo impulsa a abajarse hasta esos extremos. La Faz ensangrentada de Jesús es el libro de meditación en donde a su vez aprende a amar y a practicar el despojo en todo su rigor; en donde se le revela el misterio profundo del designio divino, la "verdadera gloria" resplandece precisamente en la Faz del Crucificado. Teresa, con Juan comprende que el movimiento descendente de la Encarnación se consuma en la exaltación de la Cruz-Resurrección, único misterio de glorificación; por eso escoge la fiesta de la Transfiguración para celebrar y honrar especialmente la Santa Faz.

A esta luz realiza la específica voluntad de Dios para ella:

"Para ser la esposa de Jesús es necesario parecerse a Jesús" (L.87).

Pero no es tarea imposible, porque

"Cuando Jesús ha mirado un alma, le da en seguida su divina semejanza" (7).

Y si Teresa afirma que su

"único deseo es el de asemejarse a nuestro adorable Maestro que el mundo no ha querido reconocer porque "se anonadó tomando la forma y la naturaleza de esclavo" (Filipenses 2,7)" (L.201)

es porque ha reconocido que la "mirada velada" de Jesús se ha posado en ella (L.120) imprimiéndole su imagen, como se lo pide con ardor:

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  • (6) L. 134, parece que se inspira en el "Cántico Espiritual" de San Juan de la Cruz, estrofas 5, 32, 33;

"Cuando tú me mirabas

Su gracia en mí tus ojos imprimían:

Por eso me adamabas,

Y en eso merecían

Los míos adorar lo que en Ti vían" (est. 32).

"Tu Faz es mi sola riqueza;

No te pido nada más.

En ella, escondiéndome sin cesar,

me pareceré a Ti, Jesús!

Deja en mí la divina huella

de tus rasgos llenos de dulzuras" (P.20).

Llegamos al punto angular en la trayectoria teresiana, el elemento práctico que la condujo a la meta: Jesús es el ejemplo y modelo en que se transfigura porque su imagen desde fuera se le ha impreso en el alma y desde dentro le exige la conformidad que alcanza a través de la imitación más perfecta.

Desde muy niña su querida "Imitación" le había enseñado esta verdad primera de la vida espiritual: "es preciso imitar a Jesucristo", al Jesús humillado, varón de dolores, desconocido y olvidado por todas las criaturas; al Jesús que escondió su poder y majestad en el Niño de Belén, cuya pasión fue esconder el rostro y quedar desfigurado, despojado aún de aquella gloria, afecto y aprecio de los hombres que atraía a Teresa; el Jesús que hoy vive por ella escondido en una hostia. Por El, en El, como El, la santa se olvida y esconde en una imitación indistanciada del Cristo. (8).

Santa Teresa de Lisieux podría firmar aquella exclamación del P. Foucauld: "me es imposible comprender el amor sin la búsqueda de la semejanza y sin la necesidad de compartir todas las cruces.."

Muy a menudo, al ser interrogada responde espontánea:

"¿Qué pienso? Ah! Que quisiera ser desconocida y estimada en nada. Que mi rostro esté escondido a toda criatura como el de Jesús, a fin de que aquí abajo nadie pueda recocerme! (S.2185).

Toda su vida la pasó a esta escuela de Cristo, descendiendo con El, abrazándose hasta el fin en la noche, a su dura Cruz, por eso al morir pueden decir de ella:

"Me parece que Dios debe contemplar con felicidad la imagen de su Hijo en este corazón de esposa que se ha escogido" (S.2801).

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(8)Sería interesante un estudio del sentido misterioso del término "Caché-cacher" en Teresa aparece en su pluma más de 120 veces con significado espiritual algo relativo a la pobreza. Presenta un aspecto ascético, preservativo, místico (Dios la esconde, se le esconde), contemplativo de Jesús escondido,de imitación, escatológico (el cielo es esconderse en El), apostólico (Jesús actúa escondido en ella, hay que esconderse para poder hacer el bien).

3.- María, Madre y modelo de los pobres

Jesús, modelo al que hay que conformarse, no puede ser en todo el tipo de quienes lo siguen en camino de pobreza. El principio inspirador que impulsa y meta suprema por alcanzar, es a la vez para Teresa aquel Padre Misericordiosos ante quien hemos de abrirnos en actitud de acogida; no puede, pues, ser ejemplo concreto del pobre que recibe, porque El mismo es el Don. Siendo Dios, fuente de santidad, no puede vivir de fe ni permanecer escondido hasta el fin. Pero a su lado Tersa encuentra a María, la Madre que no podía faltar, el ejemplo perfecto, asequible, en todo igual a nosotros, al mismo tiempo que del todo asimilada a lo divino.

La Santísima Virgen ocupa un lugar esencial en la vida y doctrina teresiana; desde pequeña, su exquisita sensibilidad de huérfana se vuelve hacia la Madre de Dios considerándola como su verdadera "mamá" a quien prodiga las muestras de su afecto y confía el cuidado de su ideal, agradeciéndole el don de la salud y preservación. En los años de su formación religiosa, esta Madre cariñosa aparece también como aquella que opera la "virginización· de las almas, su despojo radical en función del amor a Jesús (L.105). Encargada de las novicias, María toma un puesto central, a Ella deben dirigirse las confidencias que Teresa oye y de Ella vienen los consejos que da (L.211; p.13; C.25r).

En sus últimos años la santa descubre que María es también su compañera y guía en la ruta de pobreza, aquella que

"ha hecho visible el estrecho camino del cielo practicando siempre las más humildes virtudes" (P.54)

Entonces le aparece como el modelo, el tipo de esta santidad escondida, "la más verdadera", a la cual aspira Tersa (A.78r).

¿De dónde sacó esa doctrina mariana tan rica y contrastante con la corriente de su medio?. De la misma fuente del Evangelio, en donde la contempla (P.54) ante todo como un ser vivo y amado, preciso históricamente y para ella todavía presente con las mismas características que tuvo en su vida terrestre; si el cuidado extremo en descubrir la verdad real y no imaginaria de su Madre, da toda la fuerza a su marilogía (s.594), el de emplear en este conocimiento toda la riqueza de su propia experiencia religiosa, sicológica y humana, le da toda su vivacidad. (DE. 25 de Julio).

Esta contemplación marial, Teresa quiere comunicarla y se propone hacerlo en una poesía. En mayo de 1897 compone "Por qué te amo, Oh María". Sin duda son sus versos más maduros, en los que deja pasar su alma entera, ya en las puertas de la muerte. En ellos canta los motivos de su amor filial, lo que descubre en ella al meditar su vida:

Su gloria no la deslumbra pues es su madre, mortal y sufriente como ella (Estrofas 1-2); es la criatura que por su pureza y humildad, contiene a Jesús, Océano de Amor, y encarna a la Trinidad, al Virgen pobre de la Anunciación, la sierva hecha omnipotente porque humilde (e.3-4). Pero María vive para nosotros, no es imposible seguir sus pasos, antes al contrario. Ella, permaneciendo pequeña, nos enseña el camino del cielo (e-5-6), el canto de alabanza que glorifica al único Salvador que obra en Ella maravillas (e.7). Estos misterios de gozo y gloria en que revela su alma de pobre, la dejan con el gusto de la vida oculta; el elocuente silencio de la Virgen ante José expresa el elemento de dependencia total de Aquella que sólo de Dios espera todo (e.8), y prepara la grandeza del dar a luz pobremente en un establo de pueblo inhóspito (e.9).

La Reina de los pobres que guarda todas estas cosas meditándolas en su corazón (e.10), se pierde entre las demás mujeres y empieza ya a ser traspasada por la espada del dolor al tener que huir de la patria (e.11 – 12). Sin embargo la pobreza de Egipto es gozo alegre pues conserva la posesión de Jesús, en contraposición a la amarga tristeza que la inunda al perderlo en Jerusalén (e.13). Teresa se detiene en la contemplación larga de este misterio, a su luz investiga el significado de su propia oscuridad en la prueba que le cierra el cielo, a la vez que le proyecta su experiencia dolorosa para penetrar mejor el sufrimiento de su madre:

"Ahora comprendo el misterio del templo,

las palabras escondidas de mí Amable Rey:

Madre, tu dulce Hijo quiere que seas el ejemplo

del alma que Lo busca en la noche de la fe

puesto que el Hijo de Dios ha querido que su madre

sea sumergida en la noche, en la angustia del corazón,

María ¿Es pues, un bien el sufrir en la tierra?

Si! …Sufrir amando es la más pura felicidad!…

Todo lo que me ha dado Jesús puede tomarlo

Dile que no se moleste nunca por mí..

Bien puede esconderse, consiento en esperarlo

Hasta el día sin ocaso en que se apagará mi fe" (P. 54).

Esta circunstancia que asemeja tanto la experiencia teresiana y la de María, se acerca al punto central de su perspectiva mariana. La Virgen de Nazareth, pobre, sencilla, practicando las virtudes escondidas, viviendo de fe oscura como nosotros, sin gracias extraordinarias (DE 21 agosto). Al no adjudicarle éstas –como exageradamente hacía algunos contemporáneos suyos- no es una disminución sino lo contrario por que "teniendo el sentimiento profundo de que el amor puro triunfa en la fe pura, se inclina a interpretar en este sentido la vida interior de la Santísima Virgen"; por que cree firmemente que la plenitud de la santidad puede existir y triunfa en lo que hay de más débil y pequeño, de menos visible a la mirada humana; la santa está siempre preocupada por mostrar el camino de las "petites âmes".

Esta dolorosa pero apacible oscuridad, nota dominante de toda la vida teresiana, es, pues, la característica de la Madre de Dios que "Así avanzó también en la peregrinación de la Fe" (Lumen Gentium 58) Porque el Señor prefiere probar la fe de su "íntimos", como ya había descubierto Teresita en Navidad de 1887 descifrando el aparente rechazo de Caná.

Si cada uno es atraído por el aspecto del misterio mariano que más armoniza con su personalidad, así santa Teresa de Lisieux ve en María, sobre todo, al pobre de espíritu que sintetiza en sí las bienaventuranzas, aquella "que sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de El la salvación" (id 55), la Virgen completamente abierta al Don de Dios, toda disponibilidad, pura receptividad y por eso convertida Ella misma en don al mundo (e.20-23), si María es la más privilegiada de las criaturas es para nuestro provecho y la "simplicidad" de Teresa se lo puede decir con "verdad":

"Mi buena Santísima Virgen, encuentro que soy más feliz que Tú porque yo te tengo por Madre y Tú no tienes Santísima Virgen a quien amar. .. es verdad que eres la Madre de Jesús, pero este Jesús Tú me lo has dado enteramente… y El sobre la Cruz nos ha dado a ti por Madre, así somos más ricos que Tú puesto que poseemos a Jesús y Tú también eres nuestra!" (.37).

Esta madre constituye el supremo regalo del Señor quien, conociendo su inmensa ternura, al pie de la Cruz, nos la deja (e.22) como la educadora incomparable que nos engendra a la vida eterna (Lumen Gentium 63). Por eso "es menester hacerla amar", "mostrarla imitable" (DE. 21 agosto).

María es pues la guía y modelo que vivió, la primera, plenamente el ideal de pobreza en pos de Cristo.

Conclusión

Teresa de Lisieux tiene una palabra importante que decir al hombre moderno. Palpitando en el corazón de la Iglesia, participa de su luz por su transparencia del Amor. Bajo la acción del Espíritu Santo, siguiendo a Jesús ha llegado al Corazón del Padre, nos ha mostrado la pureza del designio divino y de su camino misterioso.

A la comunidad cristiana que hoy siente la exigencia de ser en verdad la Iglesia pobre, servidora de los pobres, Teresa aparece como un modelo. Ella supo vaciarse de sí, se hizo capacidad asombrosamente receptiva y así ha conquistado el corazón del pueblo de Dios que la ve como maestra de Santidad. De una santidad puesta al alcance de los más pequeños y pobres porque don del Padre que a ellos se inclina con predilección. Teresa es mensajera del Amor preferencial de Dios por los pobres.

Después de haber vivido pobre, silenciosa y escondida, ahora habla, se dirige a la humanidad. A un mundo angustiado por el avance de la miseria que amenaza sumergirlo: por los millones de víctimas que provoca el hambre y las guerras propias de un sistema injusto, a un mundo intelectual que vivió sumido en la desesperación de un ateísmo sin salida. Teresa viene a recordar la realidad que ilumina las más duras experiencias: Dios es misericordia infinita y nos ama con ternura ilimitada, verdad purísima de un Dios que trasciende nuestras categorías humanas y que realmente quiere dársenos.

Ante El todo el dolor y la desolación humana toman un sentido nuevo. Nos hacen palpar mejor que nunca lo que puede el hombre solo y nos impulsan a abrirnos decididamente a la invasión del Amor Misericordioso. Si aceptamos nuestra incapacidad rechazando el mayor pecado de nuestros tiempos, la suficiencia, encontraremos en nuestra nada el medio de atraer la mirada del Señor, Dios-Salvador de los pobres.

Existen pobres bien concretos que Teresa conoce de alguna manera, sin embargo, para ella la pobreza es una virtud que hay que alcanzar, una condición subjetiva que hay que conservar frente a Dios. Esto refleja toda la actitud de la Iglesia que se preocupa más por la pérdida de sus privilegios ante los liberales, que por la cuestión social. Todo un sustrato idealista, subjetivizante de la espiritualidad de entonces, avalada por una teología en general decadente. Todo un lenguaje que Teresa tiene que asumir como única manera (pensemos además en las innumerables correcciones de sus hermanas) de hacer pasar un mensaje revolucionario: en la experiencia concreta de la vida nos sale al encuentro el Dios que se abaja hasta los pobres.

Es claro que Teresa pasa por una neurosis que puso en peligro su vida, pero la gracia, por sus recursos naturales, fue llevándola a una madurez notable. De esa "pobreza psicológica" pasó a la conciencia de su pobreza ontológica, clave para su vivencia de la pobreza espiritual.

La experiencia vital que permite a Teresa su descubrimiento del Amor Misericordioso, de la paternidad de Dios, es el cariño tierno y reiteradamente explicitado en su familia, de sus padres principalmente. Sentimiento natural y espontáneo de sentirse y saberse amada, que le permitirá reconocerse hija de Dios, descubrir la incondicionalidad y gratuidad del amor de Dios y agradecer la estabilidad profunda que da a su vida.

El viaje a Roma marca el momento de "aterrizaje" en su vida espiritual, después del "despegue" que fue su conversión. Eso en dos líneas fundamentales:

-como exigencia de despojarse de sus propios proyectos para aceptar la Voluntad de Dios.

  • Como movimiento de abandono en actitud de pobreza.

Al entrar al Carmelo, Teresa se lanza en busca de la santidad por el camino de la humildad y se encuentra con el sufrimiento al que acoge como voluntad divina a la luz de la Santa Faz. Para Teresa aceptar la Cruz no es resignación pasiva ante algo que Dios manda, sino participación activa (crucificante!) en una característica de la vida humana mortal, del camino de Jesús que quiso así asumir el dolor y redimirlo por amor. Aprende que ser pobre es aceptar lo inevitable transformándolo en sonrisa para "dar gusto a Jesús".

San Juan de la Cruz la ayuda a sintetizar su experiencia, le da la estructura del Amor de Dios, la explicación de la oscuridad y la noche en el camino espiritual, y la exigencia de la pobreza en la radicalidad de la dialéctica TODO-NADA. Teresa lo asimila de modo original: no se trata tanto de despojarse sino de hacerse receptividad, reconocer el don de Dios cuya razón profunda está en la tendencia del Amor-que –es-Dios a abajarse.

Teresa busca un "ascensor" para ser santa, pero mucho más para mostrarle su amor a Dios y se encuentra con el Amor de Dios que se adelanta a abajarse, a empobrecerse. Parte de una búsqueda de la pobreza como virtud que pruebe su amor y se encuentra al Dios-pobre que quiere darse a los pobres y ser El mismo su santidad.

Teresa pobre, comparte en su enfermedad y prueba contra la fe, lo que es la suerte del pobre, y se solidariza con esos obreros materialistas cuyo alejamiento de la Iglesia acababa de lamentar el Papa en la Rerum Novarum.

Teresa enseña a sus novicias, a sus "hermanos" misioneros, lo que es su camino de pobreza y quiere que se haga público en la Iglesia para hacer amar a Dios a multitud de pobres que no tienen acceso a las consideradas "Vías de perfección". Podríamos decir que su canonización ha sido un triunfo de lo popular sobre lo elitista.

La pobreza exige un proceso de despojo para quedar vacíos ante Dios. Teresa va desprendiéndose progresivamente del "mundo", de su propia voluntad, de su afecto, de los consuelos espirituales y naturales, de su deseo del cielo, del mismo Dios!.

El tomar conciencia de la propia miseria suele crear angustia. Teresa en cambio ve la pobreza como aceptación de la propia miseria hasta al punto de regocijarse con ella, lo que le da un gran gozo porque lleva al abandono perfecto.

Hay una cierta equivalencia entre ser pobre y ser pequeño, expresiones muy típicas en Teresa, aunque ser pobre se refiere más al plano del tener y ser pequeño al de ser, a una "pobreza" más radical.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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