Pero además de nutrir su espíritu, la carmelita halla en él la confirmación de su propia experiencia dolorosa como querida por Dios en la Vía de santificación:
"me decía que en el momento de sus grandes pruebas, estas obras la habían reconfortado y le habían hecho un bien inmenso" (S.1328).
Allí aprende con seguridad que es Dios mismo quien va desnudando su alma. Con esta acción divina colabora la ascesis de Teresa, decidida a despreciar todo lo que pasa y a despegarse de todo lo que le rodea.
"pues podíamos estar en un lugar distinto del que estamos; nuestros afectos y deseos no serían los mismos" y San Francisco de Sales dice: "Cuando el fuego del amor entra en un corazón, todos los muebles vuelan por las ventanas. Oh! No dejemos nada….nada en nuestro corazón más que a Jesús" (L.89).
Efectivamente será heroica negándose las satisfacciones naturales que podía obtener de la fascinante priora (C.22r) y sobre todo en el trato con sus hermanas carnales.
El "trabajo de Jesús durante el retiro" de Enero de 1889 será precisamente de "desprenderla de todo lo que no es El" (L.78):
"¿Por qué buscar la felicidad en la tierra? Le confieso que mi corazón tiene una sed ardiente, pero ve bien, este pobre corazón que ninguna criatura es capaz de apagar su sed" (L. 75).
Siente su fragilidad que se deja tocar por el gozo humano y se declara tristemente pobre, al mismo tiempo que afortunada:
"¡Qué bueno es conmigo Aquel que pronto será mi Prometido! Es divinamente amable no queriendo permitirme al apego a NINGUNA cosa creada! Sabe que si me diera sólo una sombra de FELICIDAD me aferraría a ella con toda la energía, con toda la fuerza de mi corazón; esa sombra que me la rehúsa! El prefiere dejarme en tinieblas que darme un destello falso que no sería EL …!" (L.76).
El incidente ocurrido durante el noviciado, descrito en su lecho de muerte con tal lujo de detalles, calificando su recuerdo como "brisa primaveral" para su alma, nos muestra claramente la misericordia de Dios respecto a un punto sobre el cual su inclinación natural permanece particularmente sensible:
"Hacía frío, era de noche… de repente oí en lontananza, el sonido armonioso de un instrumento musical , entonces me imaginé un salón bien iluminado, centelleando sus dorados y señoritas elegantemente vestidas prodigándose mutuamente cumplidos y cortesías mundanas; luego mi mirada se fijó en la pobre enferma a quien sostenía, en lugar de una melodía escuchaba sus entrecortados gemidos quejumbrosos, en vez de la decoración dorada veía las baldosas de nuestro claustro austero, apenas iluminado por un débil resplandor. No puedo expresar lo que sucedió en mi alma, lo que sé es que el Señor iluminó con los rayos de la verdad que sobrepasaron tanto el brillo tenebrosos de las fiestas terrenas, que no podría creer a mi felicidad… Ah! No hubiera cambiado los 10 minutos empleados cumpliendo mi humilde acto de caridad, por disfrutar mil años de las fiestas mundanas". (C.29v).
Pero en esa época la acción de su "director y maestro de novicios" Jesús (A.79r) desciende hasta los pequeños detalles prácticos de cada día, dándole "abundantes luces sobre el voto de pobreza" y un verdadero amor por los objetos más feos y menos cómodos.
Después de haber "soportado pacientemente" el gusto que la postulante encontraba en tener a mano todo lo necesario y usar utensilios bonitos, le enseña –por medio del descuido de una hermana que la obliga a permanecer una hora a oscuras- que "la pobreza consiste en verse privada no sólo de las cosas más agradables sino también de las indispensables" (A.74).
El 23 de setiembre de 1890 la "mano divinamente celosa" de Jesús la hiere con un "dolor difícil de comprender", que le hace verter abundantes lágrimas: una ligera mejoría del Señor Martín hacía esperar su presencia en la ceremonia de toma de velo, pero la prudente decisión del tío Guérin se lo impidió haciendo sentir a la joven profesa su orfandad querida por Jesús ese día (A.75) El sacrificio aceptado con generosidad al descubrir la intervención especial del Señor, le da al mismo tiempo la ocasión de palpar su miseria.
"En efecto, había soportado sin llorar pruebas mucho mayores, pero entonces me ayudaba una gracia poderosa; el 24 en cambio, Jesús me dejó a mis propias fuerzas y mostré cuan pequeñas eran (A.77r)
Pero no son sólo los bienes del mundo y el afecto humano, sino aún su misma presencia lo que Jesús le quita pues
"quizás si me consolara me detendría en sus dulzuras, pero El quiere que todo sea para El" (L.76).
¿Aridez en la oración y ninguna constatación de su progreso en la virtud? ¿Ningún sentimiento que le asegure la verdad de su amor? No importa:
"Amémosle lo suficiente para sufrir por El todo lo que quiera, aún las penas del alma; las arideces, las angustias, las frialdades aparentes. Es gran amor el amar a Jesús sin sentir la dulzura de este amor" (L.94). "Desprendámonos de los consuelos de Jesús para adherirnos a El" (L.105). Comencemos nuestro martirio, dejémosle arrancarnos todo aquello que nos es más querido" (L.86).
La despojadora acción de Dios es presentada con una imagen muy expresiva que resuena a lo largo de sus escritos: el sueño de Jesús. Expresión ingenua de la realidad profundamente seria que ponen de relieve las obras de San Juan de la Cruz y que desde temprano Teresa ha sabido captar y vivir con plenitud, exultando de ser tratada como "íntima" (L.74) en vez de desolarse del abandono de aquel único que puede contenerla.
El origen del símbolo también se remonta a Madre Inés, que así interpreta la "prueba de Roma" con párrafos que Teresa repetirá casi a la letra en su manuscrito. Desde entonces se hizo familiar pues Celina, la noche de Navidad 1887, le regala una navecilla llamada "abandono" con la divisa "Duermo pero mi corazón vela" (Cantar 5,2) y en la que dormía un Jesús Niño con una pelotita (A.68r). En las cartas aparece recién durante su retiro de toma de hábito.
"Ya que Jesús quiere dormir ¿por qué se lo impediré? Estoy demasiado feliz de que no se moleste conmigo, tratándome así muestra que no le soy una extraña, porque le aseguro que ni se ocupa en darme conversación" (L.74).
Contando su retiro que precedió a la profesión le repite para ilustrar su aridez, con la misma respuesta personal (L.176).
Tan útil le ha sido esta consideración que el 23 de julio de 1893 vuelve a tomar la imagen para guiar a su hermana que se encuentra en oscuridad y la comenta en su contexto evangélico: Jesús duerme en la navecilla durante la tempestad, pero Celina no lo despertará pues su corazón es el cojín en que reposa el Maestro fatigado y feliz de verla sufrir así, de reducir a nada su "ciencia" para que se le entregue completamente (L.144).
Esta es, en efecto, la obra de Jesús:
"¿Cómo ha hecho, pues, Jesús para desprender así nuestras almas de todo lo creado? Ah. Ha herido con un gran golpe" (L.94).
Que, al final de este período, produce ya sus frutos:
"El exterior ha sido ya reducido a nada por la prueba tan dolorosa de Caen… en nuestro padre querido, Jesús nos ha alcanzado en la parte más sensible de nuestro corazón. Ahora dejémosle hacer, El sabrá acabar su obra en nuestras almas" (L.137).
2.- Descender hasta vaciarse de sí
Llegada a este punto de su experiencia religiosa, Teresa da una mirada retrospectiva y juzga el camino recorrido, la meta a la cual su guía espiritual, San Juan de la Cruz, la ha conducido: por el sendero desnudo de la nada ha llegado a la anhelada posesión del TODO.
"Jesús nos ha elevado por encima de todas las cosas frágiles de "este mundo cuya figura pasa" (1 Cor 8,31). Ha puesto, por decirlo así, todo bajo nuestros pies. Como Zaqueo "hemos subido sobre un árbol para ver a Jesús" (Lc 19,4). Entonces pudimos decir con San Juan de la Cruz: "Todo es mío, todo es para mí; la tierra mía, los cielos míos, Dios mío y la Madre de mi Dios mía".
De la Escritura, su "único alimento" desde hace algún tiempo toma el medio de expresión y en ella descubre la exigencia de una inmediata superación; para "acabar su obra en el alma" de Teresa, como a Zaquéo, Jesús le pide "descender" en un terreno mucho más profundo: la quiere vaciar y despojar de si misma.
No era ésta, sin embargo, una exigencia desconocida; de la Imitación había aprendido que para ser verdadero pobre de espíritu
"si el hombre diera toda su hacienda, aún no sería nada. Si hiciera penitencia, aún sería poco. Aunque aprendiese todas las ciencias, aún estaría lejos, y si tuviera gran virtud y devoción muy ferviente, aún le faltaría mucho, le faltaría lo que le es más necesario; que, dejadas todas las cosas, se deje a sí mismo, se despoje de todo, y no le quede nada de amor propio." (II 11,4).
Ante el dolor propio tan vivo causado por el retraso de su Profesión, meditando "Les fondements de la vie spirituelle, tirés du livre de I"Imitation de Jesús-Christ", del P. Surin, había sido iluminada comprendiendo que
"mi deseo de profesar estaba mezclado de un gran amor propio; puesto que me había ofrecido a Jesús para darle gusto y consolarlo, no debía obligarlo a hacer mi voluntad en lugar de la suya". (L – 176, A. 73v).
Su generosa respuesta había venido inmediata, tratando de olvidarse en una voluntad de despojo total. (L.103).
Pero en este retiro de Octubre de 1892 todavía nota con cierta pena:
"Siento que mi corazón no está del todo vacío en mí" (L.137).
Y Jesús viene a trabajar en su interior con la fuerza de su palabra. Según su método de interpretación tan personal, Teresa se identificaba con Zaqueo escuchando la llamada:
"Apresúrate a descender, es preciso que hoy me hospede en tu casa" (Lc. 19,5) "Jesús nos pide descender! ¿Dónde, pues, hay que descender? Celina, tú lo sabes mejor que yo, sin embargo déjame decirte dónde debemos seguir a Jesús ahora. Cuando los judíos preguntaban a Nuestro Divino Salvador: "Señor ¿dónde habitas?" (J. 1,3) El les respondía: "Las raposas tienen sus guaridas y las aves del cielo sus nidos; y yo no tengo donde reclinar la cabeza" (Mt. 8,20; Lc.9,58). He aquí dónde debemos descender para poder servir de morada a Jesús: Ser tan pobres, que no tengamos donde apoyar-reclinar la cabeza" (id).
Sin embargo su modelo no es sólo Jesús en su vida pública y apostólica, Teresa ahonda hasta la desnudez del Crucificado cuya Faz misteriosa ilumina todo este período y le da fuerza para ser pobre en el sentido más perfecto. Si Jesús le pide descender es porque
"El, es Rey de Reyes, se ha humillado de tal manera que su Rostro estaba escondido" (Isaías 53,3) y que nadie lo reconocía… yo también quiero esconder mi rostro, quiero que sólo mi amado pueda verlo."(id).
Ya está expresada su búsqueda de la pobreza radical a imitación de Cristo, en su seguimiento. Ha notado claramente el papel del despojo como medio para alcanzar la verdadera pobreza de espíritu y se apresura a poner en marcha la nota personal: quiere ser pobre para "dar gusto a Jesús", para "servirle de morada",
"Que al menos en mi corazón pueda reclinar-reposar su cabeza adorada (chérie)" (L.37).
C.- La conciencia de su miseria
1.- Debilidad ante el sufrimiento
El sufrimiento le permite medir en toda su extensión la propia miseria y debilidad espiritual. Este elemento ya conocido se consolida y adquiere un nuevo matiz muy importante; si antes quería asegurarse contra su fragilidad, ahora empieza a ver la imposibilidad de librarse de ella, descubriendo a la vez que se debe aprovechar. Meditando las enseñanzas del Padre Pichon, la carmelita capta la realidad basilar por él subrayado:
"Quisiera que nuestro retiro tuviera un doble sello, el conocimiento de nuestra miseria, de nuestra bajeza y el conocimiento más íntimo del Corazón de Dios. Desesperanza de nosotros mismos, confianza en su Divino Corazón. ¿Cuándo desesperaremos de nosotros mismos para esperar todo de Dios? ¿Cuándo aceptaremos junto con nuestras otras cruces la cruz del desaliento, la cruz de la impotencia?"
Lo que más le impresiona aquí es la idea de "sufrir débilmente", pues la copia y cita repetidas veces explicándole con fuerza a Celina:
"Jesús sufrió con tristeza! Sin tristeza ¿sufriría el alma? (…) Nuestro Señor se turba, tiene miedo… no conserva su sangre fría, no permanece impasible, y yo me reprocho mi turbación… y Jesús me enseña que tengo necesidad de ella… Jesús se hastía de su santa vocación y su sangre fluye de todos sus miembros para atestiguar sus repugnancias, de sentir la angustia de la naturaleza. Nuestro Señor llega al tedio, sentimiento bien bajo de un alma generosa. Suprimamos el fastidio, el abatimiento… ¿Dónde estarían entonces las pruebas? Y yo creía no tener que sufrir débil y miserablemente…! Ah! Líbrenos Dios –decía un santo- del sufrir con fuerza, magnánima y generosamente".
Como discípula aprovechada, Teresa llega hasta las últimas consecuencias de esta doctrina en su vida práctica:
"Qué gracia cuando por la mañana no sentimos ningún valor, ninguna fuerza para practicar la virtud, es entonces el momento de "poner el hacha en la raíz del árbol" (Mat. 3,10) y "nuestro pobre amor tan débil y pequeño" consolará a Jesús (L.65) "Qué alegría inefable el llevar nuestras cruces débilmente (…) el grano de arena quiere ponerse a la obra sin alegría, y todos estos títulos le facilitarán la empresa, quiere trabajar por amor". (L.82).
Por lo que vemos la disposición que impulsa a la novicia es indicio de su gran generosidad que quiere probar su amor a pesar del desgano que siente la naturaleza ante el sacrificio monótono y un dolor particularmente aplastante: su voluntad férrea aprovecha de las circunstancias adversas para vencer sus flaquezas, sus mismas caídas.
Pero el predicador había pronunciado palabras más fuertes que Teresa percibió:
"Hay almas que no deberán su salvación más que a sus faltas, aún vergonzosas; y el último día agradecerán al Señor… Oh! Felices culpas! Es precisamente cuando hace sentir a un alma su bajeza, su nada, que Dios la fuerza a lanzar un grito desesperado hacia El. Oh! Bienaventurados los desesperados".
El eco profundo de esto resuena cuando la novicia exclama en una carta llena de referencias al P. Pichon:
"Que importa, Jesús mío, si caigo a cada instante! Así veo mi debilidad y es para mí gran ganancia. Así ves lo que puedo hacer y ahora te sentirás más tentado de llevarme entre tus brazos… si no lo haces, es que te gusta verme por los suelos …entonces no me inquietaré, sino que siempre tenderé hacia Ti los brazos suplicantes y llenos de amor." (L.89).
Esta reacción no es todavía, sin embargo, el descubrimiento del "ascensor" que se hará años más tarde y cuya característica es la infalible atracción ejercida por la misma pobreza en Jesús y no como aquí en que la "ganancia" está en el acto de humildad al reconocer su debilidad. Acá el acento está en la iniciativa de Teresa que pide, allá estará en el amor mismo de Jesús que quiere atraer a Sí al pobre pequeño. Estamos, pues, sólo ante un preludio remoto.
Igualmente con lo que indica otra frase que, fuera de su contexto, presentaría un sabor netamente teresiano, de la santa lexovienese ya en la plenitud de su doctrina de infancia espiritual, a la que en esta época se está recién acercando casi a tientas. En efecto, "es su debilidad lo que hace toda su confianza" (L.55) sólo significa que la "cañita de Jesús" no se puede romper cuando se dobla pues, está plantada al borde de las aguas, recibe con el golpe una onda benéfica que la fortifica y ve la mano de Jesús en todo lo que sucede. Nos separamos, pues, decididamente de la exégesis de Philipon y Lucien-Marie de Saint Joseph que leyeron el texto deformado para la edición: "es mi debilidad lo que hace toda mi fuerza", infeliz corrección (2 Corintios 12,10) y que tiende a dar un sentido paulino a la frase teresiana que no intenta aludirlo.
2.- El temor del pecado
El Espíritu Santo será quien lleve a Teresa a su cumbre espiritual, el P. Pichon la deja todavía muy lejana. Sin embargo está sobre una pista que la llevará al elemento central de la pobreza espiritual, a través de la experiencia dolorosa de su radical debilidad. Será precisamente este director quien la ayude en la superación de la crisis.
La consecuencia de su incapacidad y miseria se va agudizando en un terreno más delicado y profundo. Si durante su noviciado un domingo estaba
"extremadamente probada, casi triste, en una noche tal que ya no sabía si era amada por Dios",
es probable que debamos atribuirlo a la inquietud sobre su conducta o el estado de su alma que quisiera más perfecto; pues se consuela ante la afirmación del deseo que tiene el "Dios de Paz" de ser servido en "paz y alegría" (A.78r). sabemos por otra parte su gran temor de las menores faltas y que los retiros predicados le fueron un tormento dada la insistencia que en ellos se hacía sobre la facilidad de pecar (A.80r)
Sobre todo poco antes de su profesión se nota la preocupación por asegurarse contra el pecado y el presentimiento de la solución:
"Que Jesús coja el pobre grano de arena y lo esconda en su Faz adorable… ahí el pobre átomo no tendrá ya nada que temer, estará seguro de no pecar más" (L.95) Diga (a Jesús) que me tome consigo el día de mi profesión, si aún lo he de ofender, porque quisiera llevar al cielo el blanco vestido de mi segundo bautismo sin ninguna mancha. Pero me parece que Jesús bien puede hacer la gracia de no volverlo a ofender o de no cometer más que faltas que no le ofendan sino que sólo humillan y hacen el amor más fuerte". (L.114).
Testimonio elocuente entre todos es el billete escrito el día de su profesión:
"Oh Jesús, mi Divino Esposo, que no pierda nunca el segundo vestido de mi bautismo! Cógeme antes de cometer la más ligera falta voluntaria" (A.76).
Janine Mannot, miembro de la Sociedad de Grafología, estudiándolo mide en él "la extensión de su impresionabilidad, de su flaqueza, de sus temores, de sus trastornos de sensibilidad, de su falta de confianza en sus propias fuerzas, de su ansiedad, de su angustia. Este billete es patético. Aún en un plano puramente humano, constituye una reliquia. Mas al mismo tiempo, es una escritura de éxtasis, de visión intuitiva… en los tormentos del compromiso, de las dificultades entrevistas, del temor de flaquear y de desalentarse, se expresan una decisión de hierro, una voluntad de lucha, una energía feroz. En estos rasgos hay a la vez el susto de una niña y una decisión de guerrero".
La preocupación de haber podido disgustar a Jesús, que tanto la hacía llorar ante sus faltas de niña, se recrudece en el noviciado al ver su fragilidad y se refleja en la respuesta que recibe de su Maestra:
"Me dice, hijita querida, que ha sentido toda su miseria. Oh, que gracia de Jesús, Nuestro Dios! Sentirse nada y sobre todo amarse nada, para encontrar tan sólo en Jesús y, por consiguiente no tener apoyo más que en El. Qué seguridad! Que alegría para el alma que ama verdaderamente! Si, si, hijita queridísima, Jesús está contento, muy contento de Usted, esté Usted también contenta de El. Ah! Si pudiera estarlo tanto como El lo está de Usted, qué raudales de alegría inundarían su alma".
El encuentro liberador con el P. Alexis Prou en Octubre de 1891, termina de tranquilizarla respecto a sus faltas, asegurándole de parte de Dios que estaba muy contento de ella. (A.80).
Pero no sólo la preocupan sus pequeñas faltas. Teresa siente profundamente su pecabilidad y teme haber pecado de hecho. Apenas dos meses después de su ingreso al Monasterio, el P. Pichon la pudo consolar al declararle en presencia de Dios que nunca había cometido un pecado mortal, pues en esa confesión general renacieron sus escrúpulos. Pero la duda la vuelve a asaltar varias veces y el confesor debe intervenir con toda la fuerza de su autoridad el 4 de Octubre de 1889:
"Le prohíbo en nombre de Dios poner en duda su estado de gracia. El demonio ríe de esto a carcajadas. Protesto contra esta vil desconfianza. Crea obstinadamente que Jesús la ama".
Y otra vez en una fecha que llama la atención por lo posterior: Enero del 93:
"Querida hija de mi alma, escuche bien lo que voy a decirle en nombre y de la parte de Nuestro Señor: No, no, Usted nunca ha cometido pecados mortales. Lo juro. No, no se puede pecar mortalmente sin saberlo. No, después de la absolución no se puede dudar de su estado de gracia. A su madre Santa Teresa que un día rezaba por las almas que se hacía ilusiones, Nuestro Señor respondió: "Hija mía, no se pierde uno sin saberlo perfectamente". Aleje por lo tanto, sus inquietudes. Dios lo quiere y yo lo ordeno. Créame a la letra: jamás, jamás ha cometido Ud. un solo pecado mortal. Vaya en seguida a presentarse ante el tabernáculo para agradecer a nuestro Señor. Duerme tranquila y serena en los brazos de Jesús. El no la ha traicionado nunca. No la traicionará jamás".
Por fin, en su lecho de muerte, ante Madre Inés, le cuenta cositas que se reprochaba y pregunta si había ofendido a Dios (DE. 25-8-97).
Ante esto extraña sobremanera el juicio de Baltasar sobre la "catastrófica" intervención de Pichon quien, supuestamente, destruyó en Teresa toda conciencia de pecado, confinándola en la esfera de los santos, cuando, movido de admiración ante la inocente niña, ya desde los albores de su vida religiosa, le aseguró no haber nunca pecado mortalmente. A falta de otra documentación, sabiendo el antiguo texto de la "Historia de un Alma" algo retocado para la edición y conociendo la humilde modestia de Teresa, el autor llega hasta a sospechar infundadamente la inautenticidad del adjetivo "mortal", haciendo mucho más fuerte la declaración. Sabemos, por el contrario, que la sentencia del confesor fue motivada por el recrudecer de los escrúpulos de la postulante en su confesión general y, lejos de quitarle la conciencia de pecado, sólo le hizo notar que su estado lo debía únicamente al Señor, pues "si El la abandonara en lugar de ser un angelito sería un diablito". "No me era difícil creerlo; yo sentía cuan débil e imperfecta era". (A.70r).
Evidentemente, como muy bien nota Baltasar, la Santa tiene conciencia de haber sido preservada del pecado mortal por la misericordia de Dios y lo canta con humilde gratitud, pero lo hace precisamente considerando su pecabilidad y casi al final de su vida, después de haber pasado por el duro crisol de la duda.
3.- Aprender a gloriarse de su flaqueza
Al lado de esta experiencia que podía haberse detenido en el escrúpulo estéril devastador, notamos que Teresa medita otra frase importantísima del mismo P. Pichon:
"Una gran pobreza espiritual bien aceptada es un gran tesoro".
Ya vimos como empieza a aprovechar esta riqueza aceptando su carencia de entusiasmo sensible ante el sufrimiento. Más adelante la misma Palabra de Dios, a cada nueva experiencia de su debilidad, le enseña a "gloriarse de su flaqueza" (2 Cor 12,5): gracia grande, única fuente de paz. (L.109).
Es pues, la Escritura, quien le guía y orienta este gran paso. Más allá de una simple aceptación, llega a una cumbre que, sin embargo, no es todavía la más alta, el regocijo ante su pobreza, sino más bien el punto de apoyo del "salto" calificado "anagógico" por los comentadores de San Juan de la Cruz. En efecto, la conclusión viene inmediata:
"Cuando uno se ve tan miserable ya no quiere considerarse y se mira sólo al Amado". (id).
Precisamente la contemplación del Cristo la guía en esta nueva superación, enseñándole a no alegar su extrema indigencia y pobreza como un obstáculo en la intimidad con El, porque Jesús "de rico que era se ha hecho pobre" (2 Cor. 8,9) para unir su pobreza a la suya en admirable misterio de Amor. El "para que vosotros fueseis ricos por su pobreza" de San Pablo es asimilado como una "unión" con Jesús por medio de la semejanza, en un movimiento más íntimo y vital: a Teresa no le interesan los dones sino la persona misma de Jesús.
En el último estadio de este período ya no se trata de un estado puramente psicológico de debilidad ante el dolor, ha penetrado al plano ontológico de la misma condición de criatura y aplica la dialéctica sanjuanista del TODO-NADA, enseñando a su vez:
"Si tú no eres nada, no debes olvidar que Jesús lo es todo, así, debes perder tu pequeña nada en infinito todo". (id).
Ya conoce las dimensiones de su pobreza interior, diríamos constitutiva, la sabe querida por Jesús quien la ha venido a buscar sobre la tierra, y la consecuencia en su conducta práctica se la presenta evidente; aceptar su pobreza y entregarse toda a Jesús.
Capítulo III
El Descubrimiento (1893 – 1896)
"Lo que complace al Señor en mi pequeña alma es el verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia" (L. 197).
Una nueva época se abre. Teresa
"Ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores; ahora, como la flor fortificada por la tempestad, levanto la cabeza y veo que en mí se realizan las palabras del Salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me faltará. El me hace reposar en pastos agradables y fértiles. Me conduce suavemente a lo largo de las aguas. Conduce mi alma sin fatigarla…" (A.3r).
Madre Inés de Jesús es elegida Priora el 20 de Febrero de 1893, desde ese día su santa hermana "vuela en el camino del amor" (A.80v) y se encarga, algo después, de ayudar a Madre María de Gonzaga en la formación de las novicias. Desde el 10 de mayo de 1892 el señor Martín deja la casa de salud y vuelve a Lisieux con su familia, donde muere el 29 de julio de 1894. el 4 de setiembre siguiente Celina entra en el Carmelo de Lisieux, realizando el mayor deseo de Teresa, a quien es confiada enteramente.
Dilatación interior a la vez:
"Jesús, mi Director, me enseña a hacerlo todo por amor, a no rehusarle nada, a estar contenta cuando me da una ocasión de probarle mi amor, pero esto se hace en la paz, en el abandono, es Jesús quien hace todo y yo nada" (L.142).
En este clima sereno prosigue su marcha:
"He pensado, algún tiempo, que ahora, puesto que Jesús no pedía nada, debía ir suavemente en la paz y el amor, haciéndo solo lo que me pedía antes, pero he tenido una luz. Santa Teresa dice que es preciso alimentar el amor" (L.143).
y la hija lo hace con gran delicadeza de esposa "para dar gusto a Jesús". Con esa amorosa fidelidad recibe las luces que Jesús se complace en comunicarle. En efecto, estamos en el momento de sus grandes descubrimientos. En 1895 afirmará:
"Sí, desde hace dos años he comprendido muchos misterios hasta entonces escondidos para mí" (A.81r).
A.- El Misterio de la pequeñez que atrae al Amor
1.- "Si alguno es pequeñuelo, que venga a Mí"
En enero de 1895, antes de coger la pluma para escribir, por orden de su Madre Priora, no su vida propiamente dicha, sino sus pensamientos sobre las gracias que el Señor le ha otorgado, Teresa interroga el Evangelio. Las palabras de San Marcos: "habiendo Jesús subido a una montaña, llamó a Sí a los que quiso; y vinieron a El" (Mc. 3,13) le dan la clave del misterio de su vocación, expresando lo que la santa había meditado largamente sobre todo a la luz de Romanos 9. En efecto, "durante mucho tiempo me he preguntado el porqué Dios tenía preferencias" (A.2r) y Jesús vivo en ella le reveló el misterio poniendo ante sus ojos el libro de la Naturaleza cuya belleza está en la variedad de flores. También Jesús ha querido hacer brotar en su jardín, los grandes santos, junto a aquellos más pequeños destinados a regocijarlo cuando inclinaba los ojos. La santidad, pues, consiste sencillamente
"en hacer su Voluntad, en ser lo que El quiere que seamos" (A.2v)
Descubrimiento capital para la Carmelita sedienta de perfección, decidida a conquistar la santidad a toda costa, a cualquier precio, y que, en 1889, la identificaba con el sufrimiento bien aceptado. ¿Cuándo dio este paso tan importante? Ciertamente antes del 6 de julio de 1893, fecha en que lo asegura para tranquilizar a Celina (L:142). Más aún; ya desde unos meses antes había descubierto la voluntad y preferencias de Jesús al contemplar la Naturaleza y las flores:
"Simple florecilla Celina, no envidies las flores de los jardines, Jesús no ha dicho "Soy la Flor de los jardines, la rosa cultivada", sino "yo soy la Flor de los campos y el Libro de los Valles" (Cantar 2,1). Pues bien, esta mañana junto al Sagrario he pensado que mi Celina, la florecilla de Jesús, debía ser y permanecer siempre una gota de rocío escondida",
Porque para ser de Jesús,
"es preciso ser pequeño, pequeño como una gota de rocío" (L.141).
No le había sido fácil llegar a este concepto de santidad. Ella misma cuenta a Madre Maria de Gonzaga esta experiencia decisiva:
"Usted sabe, Madre, que siempre he deseado ser una santa, pero por desgracia, siempre he constatado, al compararme con los santos, que hay entre ellos y yo la misma diferencia existente entre una montaña cuya cima se pierde en los cielos y el grano de arena oscuro hollado por los pies de los caminantes; en lugar de desalentarme, me dije: Dios no sabría inspirar deseos irrealizables, puedo, pues, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad; agrandarme es imposible, debo soportarme tal como soy con todas mis imperfecciones; pero quiero buscar el medio de ir al Cielo por un caminito muy recto, muy corto, un caminito del todo nuevo (C.2v).
Sigue con la descripción de la imagen del ascensor, que los críticos están de acuerdo en considerar como de fecha muy posterior al descubrimiento que expresa, no del todo perfectamente, y con gran probabilidad de no ser original de Teresa sino perteneciente a Madre Inés de Jesús.
"Entonces busqué en los libros santos la indicación del ascensor, objeto de mi deseo y leí estas palabras salidas de la boca de la Sabiduría Eterna: "si alguno es pequeñuelo, que venga a Mí" (Proverbios 9,4). Entonces vine, adivinando que había encontrado lo que buscaba y queriendo saber, Dios mío lo que haríais al pequeñuelo que respondiera a vuestro llamado, continué mi búsqueda y he aquí lo que encontré; "Como una madre acaricia a su hijo, así Yo os consolaré, os llevaré sobre mi seno y os meceré sobre mis rodillas" (Isaías 55, 13-12). Ah! Nunca habían venido a regocijar mi alma palabras más tiernas, más melodiosas, el ascensor que debe elevarse hasta el cielo son tus brazos, oh! Jesús! Para esto no necesito agrandarme, al contrario, es preciso que permanezca pequeña, que lo sea cada vez más" (C.3r).
Analicemos el texto para fijar en lo posible la fecha a que corresponde, con la ayuda de las cartas y otros documentos más seguros que el testimonio de Sor Genoveva de la Santa Faz, quien lo coloca decididamente después del 14 de setiembre de 1894:
"Desde mi entrada en el Carmelo, en 1894, Teresa había gustado particularmente esta palabra de nuestros Santos Libros que yo había copiado en una libreta: "Si alguno es pequeñuelo, que venga a mí". Llamado que por decirlo así, había abierto la puerta a sus investigaciones sobre la paternidad de Dios".
Ya vimos cómo desde 1890 había llegado al convencimiento de que en vez de liberarse de su miseria, debía aceptarla para poder hallar la paz. También desde 1890 había asegurado la posibilidad de ser santa al tomar en serio la Palabra de la Escritura que la invitaba a
"ser perfecta como el Padre Celestial es perfecto" (Mateo 4, 48). "nuestros deseos infinitos no son, pues, ni sueños, ni quimeras puesto que Jesús mismo nos da este mandato" (L.107).
Pero se seguía confrontando con los otros santos y no encontraba el modo de igualarlos. Ahora bien, ya desde abril de 1893 no quiere compararse con nadie, ni envidiar la santidad de sus antecesores, pues en el jardín de Jesús hay diversos tipos de santos, y si para ella quiere la sencillez del rocío,
"Jesús no llama a todas las almas a ser gotas de rocío, El quiere que haya licores preciosos a que las criaturas aprecien" y la "feliz gotita de rocío" no debe detenerse "a considerar el curso de los ríos estrepitosos que causan la admiración de las criaturas, ni siquiera envidiar al claro arroyo que serpentea en la pradera" (L.141).
en esta época ya no se plantea el problema, lo tiene tan resuelto que ayuda a su hermana con estas firmes directivas.
Ya desde los nueve años le había preocupado el medio de llegar a ser una gran santa, como ya se ha visto antes, su solicitud constante también en el Carmelo. Celina nos afirma haber sido
"Testigo de sus búsquedas, de sus decepciones cuando tal confesor la trataba de ambiciosa y la desanimaba en sus aspiraciones a la santidad. Fue viendo cómo las prácticas extraordinarias de los grandes santos no estaban hechas para ella, que, bajo la inspiración divina, buscó un medio más seguro y más corto, más adaptado a sus aspiraciones" (cfr. L.107).
Según Madre Inés "después de su entrada en el Carmelo, experimentó la necesidad de someter a un director competente el camino espiritual por donde se sentía llevada y que comprendía un deseo ardiente de muy elevada santidad, y al mismo tiempo que un atractivo poderosos a una confianza de niño y un total abandono en la bondad y el amor de nuestro Señor" (S.155).
Vemos, pues, que el principio de solución está en esa confianza audaz que la atraía desde niña y por la cual no se atrevía a avanzar hasta el encuentro liberador con el P. Alexis Prou (A.80). Efectivamente,
"A partir de este retiro (del 8 al 15 de octubre de 1891) se entregó de lleno a la confianza en Dios y buscó en los Libros Santos la aprobación de su osadía. Repetía la palabra de San Juan de la Cruz: "se obtiene de Dios todo lo que de El se espera"". (S.1496).
Es patente que si debemos creer a los testimonios exteriores, no hay nadie más autorizado que Madre Inés de Jesús, su "madrecita" y luego Priora, la única a quien confía su vida íntima. Por otra parte, la carta de abril de 1893 parece indicar con claridad que en ella Teresa se sirve de un descubrimiento precedente y no debe extrañarnos el que Celina lo ignore ni el que la santa no le comunique los nuevos textos, pues escribe para guiarla y no para hacerle confidencias; las palabras de la escritura traídas en apoyo de las suyas son las que Celina ya gusta y las más adecuadas a la imagen que juega en ese momento.
Sor Genoveva tiene toda la razón al afirmar que desde fines de 1894 Teresa gustó esos textos claves sobre todo el primero, en el cuaderno por ella llevado. Pero ¿no pudo conocerlos antes? Sabemos positivamente que, si nunca tuvo entre sus manos una Biblia entera, la Liturgia fue uno de los medios más importantes en su contacto con la palabra de Dios y que considera el Breviario como un "Libro Santo".
Ahora bien, el texto que tanta mella le hace y abre las puertas a sus más ávidas investigaciones, "si alguno es pequeñuelo que venga a Mí" (Proverbios 9.4), se lee en la tercera lección del primer nocturno del común de la Santísima Virgen. En cuanto al de Isaías 66;13-12, que aparece al fin de la segunda y comienzo de la tercera lección del nocturno del Viernes de la cuarta semana de Adviento, oficio que tocó por única vez durante toda la vida religiosa de Teresa, el 23 de diciembre de 1892. esta coincidencia tienta a considerar el descubrimiento como una tercera gracia de Navidad y no por cierto la menor. Pero la reacción de la santa es demasiado entusiasta, produce en ella un impacto demasiado profundo para que no se manifieste de alguna manera en el primer escrito posterior. Si el 30 de diciembre de 1892 contrariando su costumbre de llamarse pequeña, afirma que pronto "será una "vieille fille" de 20 años", que está "en una edad en la cual los recuerdos de la juventud tienen un encanto particular" y se firma "votre vieille niece" (L.139), no parece probable que el hallazgo hubiera tenido lugar el 23 anterior. Otra dificultad más importante es que la santa afirma "haber ido a buscar", "haber leído" y ese encuentro en el breviario presentaría un marcado carácter de sorpresa que debemos excluir.
Parece más probable, pues, postergar algo la fecha del descubrimiento, aunque no más allá de marzo, como parece indicar su reacción ante el encargo que le hace su Priora de ayudar en la formación de sus novicias. En cualquier momento la carmelita pudo ir a buscar, releer y meditar el texto cantado una sola vez en latín y oído en francés en el refectorio, un texto vagamente conocido pero todavía no "descubierto". La traducción la hallaba en Dom Guéranger o en el mismo cuaderno de Celina.
Las razones de crítica textual y los argumentos de conveniencia no pueden dar una solución categórica porque se trata de una experiencia vital de la santa y el ser humano escapa a todas las leyes exegéticas. Avanzamos, pues, la fecha de principios de 1893 como una hipótesis que parece ser la más probable y sobre ella nos apoyamos para la interpretación de los textos teresianos de 1893-94, que dan suficientes indicios para estas hipótesis, como veremos en las páginas siguientes.
Es posible también que haya sido a fines de 1894 como pretende demostrar C. De Meester (1), pero me parece más probable la fecha propuesta de 1893. Llama la atención que no hable de esto tampoco en el manuscrito dirigido a M. Inés, donde se explaya en su ofrenda al Amor Misericordioso. Creo que Meester da demasiada importancia al encuentro de este "ascensor" en estos dos pequeños textos de la Biblia, a lo que él llama "el descubrimiento". Veremos que el asunto es más complejo y que es más importante el descubrimiento del mismo Dios que el de su camino de santidad.
2.- Complacencia en la pequeñez
Hemos visto como desde 1892, la santa comprendía que debía ser pobre para "dar gusto a Jesús" y se había propuesto vaciarse de si misma, pues la pobreza se le presentaba ante todo como despojo absoluto. En efecto, ser pobre le parecía consistir en no tener nada para conservar su amor abierto a Dios, desprenderse de todo para aumentar la capacidad personal de recibir al Dios que sólo pide una tienda vacía para hacer su morada en nosotros. (L.165).
Ahora Jesús le hace ver un nuevo campo de purificación y desasimiento: su misma miseria. Teresa aprende que:
"El se complace en mostrar (a sus escogidos) su nada" (L.147), que "está feliz de que sientas tu flaqueza; es El mismo quien imprime en tu alma los sentimientos de desconfianza en ti misma" (L.161). Es una "gracia de elección" el percibir en toda su crudeza la propia debilidad, pues es Jesús quien así "despoja completamente las almas que le son más queridas. Viéndose en una pobreza tan grande estas pobrecitas almas tienen miedo, les parece que no sirven para nada" (L.147).
Por estas frases vemos que si Teresa buscaba conquistar la pobreza, Jesús le ha hecho hallar otra pobreza existente en ella, fácil de identificar con su "pequeñez", opuesta a la grandeza de los santos y sinónimo de fragilidad, miseria, nada. Podemos decir que, en general, pobre significaba para Teresa el no tener nada, mientras que pequeño era el no ser nada; la pobreza una virtud, la pequeñez un defecto.
Su condición tan mezquina al compararla con sus deseos sublimes, le parecía un obstáculo que, sin embargo, debía aceptar superándolo, para fijar la atención sólo en el Amado. Ahora descubre que ser pobre es lo que atrae a Jesús. Se nota el eco de esto en sus enseñanzas a Celina:
"Qué fácil es agradar a Jesús, enamorar su Corazón! No hay más que amarle, sin mirarse a sí misma, sin examinar demasiado sus defectos… Tu Teresa no se encuentra en las alturas en este momento, pero Jesús le enseña a "sacar provecho de todo, del bien y del mal que encuentra en sí". (L.142).
Una vez más San Juan de la Cruz la ha iluminado dándole la consigna clara: todo sirve al Amor. Pero Teresa bebe ya de otra fuente que le muestra el motivo profundo de la utilidad de su miseria.
La Escritura le ha revelado el misterio que transforma su vida: Dios se complace en los pequeños, los llama a El para prodigarles la ternura de su Amor, porque realmente la pequeñez "da gusto a Jesús". Sí, El quiere que entre los santos haya de todo.
"Pero para El, se reserva una gota de rocío, he ahí toda su ambición." (L.141).
Nuestra carmelita lo acaba de comprender al relacionar los textos de Proverbios e Isaías y profundiza esta predilección del Señor hasta hallar el por qué en el misterio de la Encarnación:
"Nuestro Amado no tiene necesidad de nuestro bellos pensamientos, de nuestras obras grandiosas; si quiere pensamientos sublimes ¿No tiene sus Angeles, sus legiones de espíritus celestiales cuya ciencia supera infinitamente los genios más grandes de nuestra triste tierra? No es, pues la inteligencia ni los talentos lo que Jesús ha venido a buscar acá abajo. Se ha hecho la Flor de los campos sólo para mostrarnos cuánto ama la sencillez" (id).
Este gusto de Jesús es decisivo y le da la clave de su vocación, es de los favores recibidos; por eso no cesa de penetrar este misterio y lo expresa desde entonces constantemente en sus diversos matices: un niño balbuciente, un pobre salvaje son para Jesús "sus flores del campo cuya sencillez le encanta", porque "el Lirio del Valle sólo desea una gotita de rocío". El candor infantil de Celina le enamora porque "Jesús se deja encadenar por los más pequeños" (L.191).
"Porque era débil y pequeña, se abajaba hacia mí" (A.49r). Aquel que "se complace en otorgar su sabiduría a los pequeños" (C.4r), tanto "que si por imposible encontraras una alma más débil, más pequeña que la mía te complacerías en colmarla de favores aún más grandes" (B.5v).
Tan segura está de esto que puede poner en boca de la Madre de Dios la ley precisa:
"Cuanto más pobre seas, más te amará Jesús" (L.211).
Al asimilar este nuevo término, Teresa le da un significado más amplio que cubre a la vez el de la sencillez, humildad, reducción, olvido, escondimiento, debilidad, impotencia, pobreza, siempre en relación personal y directa con Jesús. Así, ante el Pesebre, no puede menos que recordar:
"No te olvides de rezar por mí durante el mes del querido Niño Jesús, Pídele que yo permanezca siempre pequeña, pequeñísima… le haré por ti misma oración, porque conozco tus deseos y sé que la humildad es tu virtud preferida" (L.154).
Días más tarde, da la razón más pensada prestando a Juana de Arco sus sentimientos personales. A Santa Margarita que le asegura: "es la humildad de tu vida que hace a "Dios abajarse hacia ti", la Doncella de Orleáns (papel desempeñado por la misma Teresa) responde:
"Mi vida es pobre y escondida, es verdad. Ahora comprendo por qué nuestro Señor ha querido nacer en la indigencia a fin de practicar la humildad que le es tan querida. Quiero permanecer siempre muy pequeña, muy humilde, para parecerme a Jesús y merecer que haga de mí su morada".
Ante esta certeza brota espontáneo el último progreso en su actitud frente a la propia miseria:
"entonces me regocijé de ser pobre, deseé serlo cada día más, para que cada día Jesús esté más contento conmigo" (L.176).
El alegrarse de ser nada; no se puede ir más lejos, por eso quiere vivir con plenitud esta gracia:
"No te olvides de la última, la más pobre de tus hermanas, pide a Jesús que esté (…) feliz de ser por todas partes la más pequeña, la última". (L.173).
Y en su audacia llega a proclamar, no sólo que está contenta de su miseria, sino que es ella la única fuente de su alegría:
"Oh! Jesús, que feliz está tu pajarito de ser débil y pequeño! ¿qué sería de él si fuera grande?" (B.5r).
B.- EL MISTERIO DE LA MISERICORDIA
1.- Lo propio del Amor, el abajarse
"El pequeño" hallará misericordia" (Sabiduría 6,6) medita Teresa escrutando el misterio de las preferencias de aquel Señor que "hace misericordia a quien quiere hacer misericordia" (Rom.9,13). Más aún, la carmelita investiga el mismo carácter de Dios (S1689) y comprende su rasgo distintivo más asombroso: lo propio del Amor es abajarse, inclinarse sobre la miseria de la criatura; pero esto no le basta si no escoge los seres más viles, si no desciende hasta los límites de la nada. ¿No empequeñece esto la Divina Majestad? Al contrario: "descendiendo así Dios muestra su grandeza infinita" (A.3r).
La misericordia entrevista al escuchar el llamado de la Escritura a los pequeños para recibir las caricias de Dios, llega a formularla en su expresión más desconcertante: si antes Teresa había descubierto las Leyes del comportamiento divino, ahora penetra en la profundidad de la Ley eterna de su Ser Don:
"Sí, para que el Amor sea plenamente satisfecho es preciso que se abaje, hasta la nada y que transforme en fuego esta nada" (B.3v).
El movimiento descendente contemplado antes en el Cristo que "de rico se hace pobre" (2 Cor 8,9) para unir su pobreza a la que de su criatura (L. 109) llega a una mayor "universalidad" pues ya no sólo es la clave del misterio de la Encarnación sino también de toda la obra de Dios, de aquel Dios que tiene "nostalgia" de nuestra nada y no puede menos de "bajar" hasta unirse a ella transformándola en Sí:
La complejidad de la Creación lo muestra:
"en efecto, siendo el abajarse lo propio del Amor, si todas las almas se asemejaran a las de los Santos Doctores que han iluminado la Iglesia con la claridad de su doctrina, parece que Dios no descendería lo bastante bajo llegando hasta sus corazones; pero El ha creado el niño que nada sabe y sólo deja oír débiles bagidos, ha creado al pobre salvaje que no tiene más que la Ley Natural para guiarse, El se digna abajarse hasta sus corazones (A.2-3)
– Esta inclinación brilla más aún en la obra de la Santificación que Dios está efectuando en ella: es su misma miseria lo que, en "elección digna del amor", la hace hostia agradable; es el apoyarse sobre ella en audaz confianza, lo que constituye el secreto para llegar a la montaña del Puro Amor y apropiarse de Su Llama (B.3).
Por eso podemos asegurar que desde esta época Teresa podía enseñar lo que escribirá más tarde trazando las líneas de esta acción divina que exige ser pobre:
"Para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuando más débil se es, sin deseos ni virtudes, se es más apropiado a las operaciones de este Amor que todo consume y transforma" (L.197).
Porque Jesús quiere irnos a buscar en la bajeza, en la nada, quiere que amemos nuestra pequeñez, para poder así ser verdaderos pobres de espíritu y satisfacer su amor plenamente. Hay que despojarse de toda grandeza, consentir a permanecer siempre pobre y sin fuerzas, como la única actitud posible ante esta Misericordiosa mirada de Dios.
La única grandeza que nuestra carmelita había querido conquistar era la corona, la gloria inmortal (L.43, 82), y las fuerzas con las que contaba para ello eran la intensidad de su amor que, por medio de los mayores sacrificios, juntaba tesoros inmensos, y los méritos así adquiridos (L. 65,94,89). Era lo que desde pequeña había aprendido en casa (A.33r, L.191) y que tanto había ayudado a su fervor en los primeros años de vida religiosa.
Ahora la perspectiva cambia completamente. Al descubrir en 1893 que Dios, en su Amor lleno de Misericordia, se contenta con nuestros débiles esfuerzos porque quiere El mismo "acariciar a sus pequeñuelos sobre sus rodillas" (Isaías 66,12), Teresa se abre a una nueva actitud respecto al mérito. Su trabajo ya
"no es para hacer mi corona, para ganar méritos, es a fin de dar gusto a Jesús (L.143), es que "Jesús, mi director, me enseña a no contar mis actos" (L. 142).
Toda su atención está centrada en el Dios que quiere darse y puede tentar una definición de mérito reaccionando contra la idea demasiado "comercial y jurídica", teológicamente defectuosa, que la presentaba su ambiente:
"El mérito no consiste en hacer ni en dar mucho sino más bien en recibir, en amar mucho"; porque "está dicho que es mucho mejor dar que recibir (Hechos 20,35) y es verdad, pero cuando Jesús quiere tomar para sí la alegría de dar, no sería gentil rehusar", puede concluir: "dejémosle dar y tomar todo lo que quiera" (L. 142).
Jesús mismo la ha instruido así por la Escritura y su inspiración interior basada en su experiencia,
"El le enseña a jugar a la Bolsa del Amor, o no, mejor dicho, El juega por ella, sin decirle cómo lo hace porque es asunto suyo y no de Teresa; lo que a ella toca es abandonarse, entregarse sin reserva, ni aún la de gozar sabiendo cuánto les reporta su capital" (L.142).
Este despojo, pues, está en función del abandono "ese dulce fruto del amor",
"Amor que no teme, que se duerme y se olvida sobre el Corazón de Dios, como un niñito" (P.3).
La actitud clave, ya entrevista en 1888, que Teresa profundiza, pidiéndola a su "amiga" Santa Cecilia, viviéndola desde esa época con siempre mayor intensidad y perfección.
"Ahora sólo el abandono me guía, no tengo ninguna otra brújula… ya no puedo pedir nada con ardor, excepto el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios" (A.83r).
Sigue siendo la misma, sus imperfecciones no han desaparecido, "pero no me desaliento nunca, me abandono entre los brazos de Jesús" (L.144). cuando, al iniciar su apostolado con las novicias, constata "en seguida que la tarea estaba por encima de mis fuerzas", tampoco se desanima ni asusta. Conociendo a su Señor, la solución viene inmediata, los mismos "brazos de Jesús!" que han de llevarla a la santidad se encargarán de conducir a los demás,
"Entonces me puse entre los brazos de Dios, como un niñito y (…) le dije: Señor, soy demasiado pequeña para alimentar a tus hijas, si quieres darles por mi intermedio lo que conviene a cada una, llena mi manita y, sin dejar tus brazos, sin voltear la cabeza, daré tus tesoros al alma que venga a pedirme su alimento" (C.22).
Otra vez la Escritura confirma su conducta y doctrina. Meditando la epístola de los Romanos, con el fuerte sentimiento de su miseria y nada, oye a San Pablo asegurarle:
"Nosotros no sabemos pedir nada como conviene, pero es el Espíritu quien pide en nosotros con gemidos inenarrables" (Rm. 8,26), y concluye "No tenemos pues, más que entregar nuestra alma, abandonarla a nuestro gran Dios" (L.165).
2.- El canto de las Misericordias del Señor
A esta luz, cuando su Priora le ordena escribir sus recuerdos de infancia, Teresa puede declarar:
"Siempre el Señor ha sido conmigo compasivo y lleno de dulzura… lento en castigar y abundante en Misericordia (Salmo 102,,8), por lo tanto, Madre Mía, vengo gozosa a cantar con Usted las misericordias del Señor" (A.3v).
No se puede pensar que este relieve tan marcado sea sólo la transposición al plano sobrenatural de una tendencia natural a captar el efecto, ayudaba por la feliz experiencia de Teresa, quien desde su niñez se vio rodeada de la más exquisita ternura y afirma retroceder ante el temor mientras "vuela" con el amor (A.80v), aunque esto es su base firme.
El tema lo recibe en germen de sus padres. En efecto, si el jansenismo todavía se dejaba sentir en su ambiente religioso, la familia Martín, profundamente salesiana poseía el sentido de la Misericordia. Desde pequeña Teresa vive consciente de la acción misericordiosa de Dios (S.33)) al punto de no dudar sobre la salvación de Pranzini, al proponerse obtenerla, porque confía ciegamente en la infinita Misericordia de Jesús (A.46r).
Al comprender el inmenso amor del Señor, que lo inclina a buscar nuestra miseria compadeciéndose de ella, no cesa ya de penetrar este misterio en sí mismo y en su manifestación respecto a las criaturas, respecto a la "petite fleur", en especial. La redacción de su autobiografía al obligarla a pasar el 1895 recordando el despliegue de la Divina Misericordia en su vida, no hará más que interpretar a esta luz los diversos acontecimientos de su historia. Cada vez que Teresa subraya el alcance de un favor recibido, confiesa su pequeñez y su miseria, habla de la conducta divina para con ella y los miembros de su familia, continúa cantando el himno a la Misericordia.
La gran Misericordia de Dios la ha preservado, no sólo del pecado mortal (C.38v), sino aún de los peligros y seducciones del mundo, de las alegrías sanas a las cuales, sin embargo podían aficionarse alejándose de su ideal (L.75,120, etc.). Teresa discierne esa intervención amorosa de Dios, tanto en los hechos salientes de su vida, como en las circunstancias que nos parecerían adversas: la grave enfermedad de su padre, con su cortejo de sufrimientos y humillaciones, la hace llamar Misericordiosa la vía por la cual el Señor la conduce (A.71r); más tarde, ante su prueba contra la fe, descubre cuán misericordioso es Dios por habérsela enviado sólo cuando tuvo la fuerza necesaria (C.71v). los "días de gracia acordados por el señor a su pequeña esposa" realzan este "canto de las misericordias" (A.86). la gracia de Navidad de 1886 es interpretada como el despliegue de la Misericordia divina que interviene personalmente ante la inutilidad de los esfuerzos de la niña (A.45v).
Esta luz que proyecta sobre su vida pasada, le ilumina también su porvenir:
"¿Cómo se acabará esta "historia de ésta florecita blanca?" (…) Lo ignoro, pero estoy segura que la Misericordia del Señor la acompañará siempre" (A.84v).
Teresa nos invita, pues, a interpretar el misterio de su vida y de su mensaje en función de este Amor Misericordioso, que significa para ella la acción de Dios en su historia, acción amorosa porque inspirada por el Amor, misericordiosa porque transformadora de su nada, preveniente porque ajena a todo mérito suyo.
¿Cuál es la reacción de Teresa ante esta constatación? El agradecimiento más entusiasta y sentido (L.230). Este tema aparece con todo su vigor recién en 1895, pasando a ser de los más importantes de esta época. Ya antes, sin embargo, había estado presente, siempre en relación con la amorosa intervención de Dios. En 1888 la postulante recibe del P. Pichon la seguridad de conservar aún la inocencia bautismal y siente
"Cuan débil e imperfecta era, mas el agradecimiento llenaba mi alma" (A.70r).
Ante la enfermedad de su padre se ve obligada a exclamar:
"Ah! Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos (Isaías 55,8), si lo fueran, nuestra vida no sería más que un himno de agradecimiento" (L.107), para afirmar luego: "Qué suave fue nuestra gran prueba puesto que de nuestros corazones no brotaban más que suspiros de amor y de agradecimiento" (A.73v).
Una carta de ese tiempo nos asegura que no se trata de una interpretación posterior sin base:
"Considero el tiempo que acaba de transcurrir y agradezco al Señor porque, si su mano nos ha presentado un cáliz de amargura, su Corazón Divino ha sabido sostenernos en la prueba" (L.100).
Aquí, como en lo demás, la santa que "siempre buscaba" encuentra en la Escritura la invitación que provoca esta actitud:
"Jesús no pide grandes acciones, sino sólo el abandono y el agradecimiento, puesto que el Salmo 49 dice: "No tengo ninguna necesidad de los becerros de vuestros rebaños, porque todas las bestias de la selva y los millares de animales que pacen sobre las colinas me pertenecen, conozco todos los pájaros de las montañas… si tuviera hambre, no se lo diría a Ustedes porque mía es la tierra y todo cuanto contiene, ¿Debo yo, acaso comer la carne de los toros y beber la sangre de los becerros? Inmolen a Dios sacrificio de alabanza y de acción de gracias". (B.1v).
Porque agradecer es el privilegio del pobre que todo lo recibe gratuitamente.
En esta época Teresa ha sondeado el Corazón de Dios y es consciente de que el Señor le
"ha dado su Misericordia infinita a través de la cual contempla y adora las otras perfecciones divinas".
Sabe haber sido elegida para honrar en especial este atributo que reviste los otros y se irradia por ellos, pues se confunde con el Amor (A.83), y "Dios es Amor" (1 Juan 3,14). No es de extrañar que se compare al Apóstol Predilecto pues también ella ha conocido, ha visto, ha experimentado el Amor (Cfr, 1 Juan 1,1) ha penetrado sus secretos y puede exclamar:
"No eres más que el Amor!" (P.28)
Tal vez hoy habría que poner TERNURA en vez de Misericordia.
C.- EL MISTERIO DEL AMOR MISERICORDIOSO
1.- La revelación del 9 de Junio de 1895
Hay un momento cumbre en este descubrimiento del Corazón de Dios.
"Este año, el 9 de Junio, fiesta de la Santísima Trinidad, recibí la gracia de comprender más que nunca cuánto desea Jesús ser amado" (A.84r).
Es un gran progreso respecto a algo ya conocido. En efecto, desde niña era consciente del precepto de amar a Dios y en 1890 había llegado a formularlo con calor:
"Jesús está enfermo de amor y es preciso advertir que "la enfermedad del amor sólo se cura por el amor" … María, dale todo tu corazón a Jesús, tiene sed de él, está hambriento de él, tu corazón he aquí todo lo que El ambiciona". (L. 109).
Pero estaba centrada más en su propia voluntad de amar, a Jesús, ahora en cambio profundiza el mismo deseo del Señor que
"no tiene ninguna necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor, porque este mismo Dios que declara no tener ninguna necesidad de decirnos si tiene hambre (Cfr. Salmo 49), no temió mendigar un poco de agua a la samaritana. Tenía sed… pero diciendo: "dame de beber" (Juan 4,7) lo que el creador del universo reclamaba era el amor… Ah! Lo siento más que nunca, Jesús está sediento, no encuentra más que ingratos e indiferentes entre los discípulos del mundo y entre los suyos encuentra pocos corazones que se le entreguen sin reserva, que comprendan toda la ternura de su amor infinito" (B.1v).
El "cuanto" de este amor que Jesús pide está, pues, en esa entrega total, incondicionada que fija la mirada en El par penetrar el misterio de la misma ternura divina que desea explayarse fuera de Sí y responder con un amor puro:
"Para vivir en un acto de perfecto Amor ME OFREZCO COMO VICTIMA DE HOLOCAUSTO A TU AMOR MISERICORDIOSO, suplicándote de consumirme sin cesar dejando desbordar en mi alma los raudales de ternura infinita encerrados en ti" (acto de ofrenda).
Por fortuna podemos saber cómo llegó la santa a este punto. Durante la misa, cuya liturgia está toda impregnada de adoración y alabanza al "abismo de los tesoros de la Sabiduría y Ciencia Divina" (Rm. 11,33), que "usó con nosotros su Misericordia", Teresa piensa en las almas que se ofrecen como víctimas; quizás lo hace por sugerencia de la oración sobre las oblatas: "Haz que por (la oblación de esta Hostia) seamos para ti un don eterno".
La única ofrenda que la carmelita conoce, a la cual su ambiente la invitaba, es la de aquellas religiosas ofrecidas
"como víctimas a la Justicia de Dios para desviar y atraer sobre ellas los castigos reservados a los culpables esta ofrenda me parecía grande y generosa, pero estaba lejos de sentirme inclinada hacerla" (A.84r).
La asombrosa pureza espiritual de Teresa le hace intuir lo central del problema y colocarlo en su justa perspectiva teológica (desconocida en su medio) derivada de la sana doctrina sobre la redención.
"Dios mío! Exclamé desde el fondo del corazón, ¿Sólo tu Justicia recibirá almas inmoladas como víctimas?… ¿No las necesita también tu Amor Misericordioso? Por todas partes es menospreciado, rechazado; los corazones a los cuales desea prodigarlo se vuelven hacia las criaturas pidiéndoles la felicidad con su miserable afecto, en lugar de arrojarse en tus brazos y aceptar tu Amor infinito… Dios Mío! Tu Amor despreciado ¿se quedará en tu Corazón?".
Lo esencial no es, pues, presentar a Dios un punto de apoyo para descargar su venganza, sino permitir la efusión de su Amor. La única actitud que la santa puede tomar brota espontánea:
"Me parece que si hallaras almas que se ofrecieran como víctimas de holocausto a tu Amor, las consumirías rápidamente, me parece que estarías feliz de no comprimir los torrentes de infinita ternura encerrados en Ti. Si tu Justicia que "solo se extiende sobre la tierra", gusta descargarse, cuánto más tu Amor Misericordiosos desea incendiar las almas, puesto que tu Misericordia "se eleva hasta los cielos" … Jesús mío1 Que sea yo esta feliz víctima, consume tu holocausto con el fuego de tu Divino Amor1…" (A.84r).
Teresa está abriendo nuevos derroteros en la vida espiritual. El Señor mismo le garantiza la posibilidad de esta ofrenda al asegurar:
"Todo lo que pidáis a mi Padre en nombre mío, os lo concederá (Juan 16,23). "Estoy pues, cierta que escucharás mis deseos; lo sé Dios mío: "cuánto más quieres dar, más haces desear". Siento en mi corazón deseos inmensos y con confianza te pido que vengas a tomar posesión de mi alma" (Acto).
Nueva constatación de la grandeza de Dios cuya Misericordia se inclina a elegir el ser más miserable y pobre para esta gracia maravillosa:
"En otro tiempo sólo las hostias puras y sin mancha agradaban al Dios Fuerte y Potente. Para satisfacer a la Justicia Divina eran necesarias víctimas perfectas, pero a la ley del temor ha sucedido la ley del Amor y el Amor me ha elegido como holocausto, a mi, débil e imperfecta criatura… ¿No es esta elección digna de Amor?… Si, para que el Amor sea plenamente satisfecho, es preciso que se abaje, que se abaje hasta la nada y que transforme en fuego esta nada" (B.3v).
¿En qué consiste este holocausto? ¿Cómo ha de amar la Victima? "ser pequeña hostia del Amor Misericordiosos, es entregarse, no tanto al sufrimiento, como si se tratara de abandonarse a los rigores de la justicia, cuanto al anonadamiento reclamado por el Amor y supuesto por la Misericordia cuya clientela esencial es la debilidad y la indigencia. Que la víctima deba amar con el mismo Corazón de Dios, es el gran descubrimiento de esta fecha:
"Puesto que Tú me has amado hasta darme tu Hijo unigénito para ser mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos, te los ofrezco con alegría, suplicándote que me mires solo a través de la Faz de Jesús y en su Corazón ardiente de Amor" … (Acto de ofrenda).
¿Cuál es, pues, este deseo de Jesús? El ser amado con un amor infinito consistente en acoger su mismo Amor, en aceptarlo, en ser receptivos, en quitar toda barrera para dejarse amar por Aquel cuyo impulso natural es abajarse y descargar su ternura para hacer felices a sus criaturas. La respuesta a este desborde de Misericordia conduce a la víctima a la suprema pobreza que exige el Amor y consiste en una disposición constante del corazón conservado vacío, receptivo y sediento, estableciendo a Dios, en lugar del yo, como centro y principio de toda actividad.
2.- La víctima del Amor Misericordioso
Al captar con nueva fuerza este misterio, Teresa responde generosa a la iniciativa divina. Terminada la Misa y obtenido el permiso de su Madre Priora, se ocupa en la redacción del acto que dos días después recitará con Sor Genoveva. (S.636).
Para un cristiano que ha recibido la consagración fundamental a Dios por el bautismo y la ha explicitado por la profesión religiosa, una ulterior consagración especial sólo tiene sentido en la medida en que simplifica, concretiza, orienta y sintetiza toda su vida espiritual; en Teresa este acto marca una cumbre de plenitud, inicio a su vez de ascensiones mayores:
"Desde ese día feliz, me parece que el Amor me penetra y me ordena, me parece que a cada instante este Amor misericordioso me renueva, purifica mi alma y no le deja ninguna huella de pecado" (A.84).
Esta ofrenda constituye "como la base de su vida", la repite sin cesar cuantas veces puede" (S.1517).
Analicemos su significado, la doctrina y experiencia espiritual de la santa hasta este momento tal como se refleja en el texto mismo de su consagración.
Lo primero que destaca es su teocentrismo absoluto, todo está en función de ese Dios "Trinité Bienheureuse" a quien quiere "amar y hacer amar" por medio de su vida de trabajo intenso en la obra salvadora de la Iglesia. Su ansia de santidad sólo subsiste como sinónimo del cumplimiento perfecto de la Voluntad Divina. Si Teresa sigue queriendo "llegar al grado de gloria que me has preparado", es sólo por este deseo de satisfacer plenamente las intenciones del Señor y sus exigencias de Amor.
Toda la vehemencia de su carácter está centrada y expresada en el vigor de este "deseo". Este tema típicamente teresiano, elemento motor de su heroica vida, aparece en toda su fuerza. Teresa no viene ante el Señor para pagarle tributo ofreciéndole algo propio, sino que le presenta el ímpetu de su ser –tendencia-que-lo-necesita y se abre a él dejándole ser Dios-Amante.
Al exponer sus deseos la víctima siente más que nunca su impotencia y se apoya en el Señor porque sabe que Dios, Amor Infinito cuya característica es abajarse, quiere ser, no solamente su Esposo y recompensa eterna, sino el alma de su alma y la santidad misma de esta mínima criatura incapaz de nada por sí sola.
El amor con que Dios la ama es la raíz de su vida y en él se basa su oración. El exceso de ese Amor Divino que ella quiere dejar explayar en sí, le permite ofrecer los tesoros infinitos de los méritos de Cristo, su Esposo, a quien se identifica para ser vista únicamente a través de su Faz. Así apoyada, apela a sus palabras evangélicas para segur insistiendo suplicante, en la lógica de su ya conocida certeza; es Dios mismo quien inspira nuestros deseos porque quiere colmarlos, según la doctrina de San Juan de la Cruz que Teresa avala aquí con la Escritura.
Varias peticiones explicitan el "deseo inmenso" de ser poseído por el Señor:
El favor eucarístico de perpetua permanencia en ella como en el tabernáculo y la profundización de la ya expresada en su Primera Comunión.
"Te suplico que me quites la libertad de disgustarte, si por debilidad caigo alguna vez, que en seguida tu Divina Mirada purifique mi alma consumiendo todas mis imperfecciones, como el fuego que transforma todo en sí mismo…" (Acto).
La esperanza de una conformidad plena con el Crucificado le hace agradecer con efusión el haberle dado su Cruz por herencia y pedir el ver brillar en su cuerpo glorificado los estigmas de la Pasión.
En fin y sobre todo, la esperanza de gozar en la Patria la eterna posesión de Dios mismo, su "única corona", recibida gratuitamente de su Amor.
Teresa no quiere juntar méritos para el Cielo, no alega sus obras y pide al Señor que ni las mire porque nuestras justicias están manchadas (Isaías 64,5) ante El. Se despoja de toda riqueza espiritual, rechaza todo apoyo humano y propio por santo que sea, para presentarse ante Dios con las "manos vacías", hecha pura receptividad. Así podrá ser "revestida de la Justicia Divina", dando libre curso a los torrentes de Amor que Dios quiere hacer desbordar en ella; porque ella sólo desea complacerlo, consolarlo, trabajar mucho, únicamente por darle gusto (P. 23).
Estas ideas forman la base de otro texto que presenta notable relación con el esquema y actitud de la ofrenda; ambos de la misma época. Desgraciadamente no sabemos a qué velocidad escribía Teresa sus recuerdos de infancia como para determinar la fecha de este folio 32. Si fuera anterior al 9 de Junio, significaría que la santa llevaba ya adentro y maduras las ideas que relucirían en esa fecha, que el acto de ofrenda brota de lo más íntimo de su alma si, al contrario, fuera posterior, veríamos en esta especie de síntesis doctrinal de la oración, cómo realmente la vida de Teresa estaba impostada en consecuencia de su acto, pero sin considerarlo de ninguna manera como una novedad. La santa lo presenta como culmen de su vida de progresión perfecta en la unidad y el conjunto de sus escritos lo comprueba, especialmente la poesía "Vivir de Amor". (P.17).
Comparemos, pues, esquemáticamente estos dos textos, sin detenernos en sus diferencias estilísticas:
La oración que quiere renovar innumerables veces a cada latido de su corazón, se clausura con el ofrecimiento al martirio de Amor que ha de consumirla dejando desbordar en ella los raudales de la ternura divina.
Este acto importantísimo, "más de lo que se puede imaginar", debe exigir una adecuada preparación. A Sor María de la Trinidad que propone postergar su consagración con este fin, Teresa responde que se requiere como única preparación indispensable el "reconocer humildemente la propia indignidad" (S.2190), sólo un pobre de espíritu puede ser víctima de la Misericordia. Como escribiera Madre Inés:
"El primer deber es apuntar siempre más a la humildad, buscar sin cesar el desembarazar su corazón, el mantenerlo absolutamente vacío de si y de toda vana búsqueda de las criaturas" (Petit Chathéchisme).
Aquella Teresa que buscaba con ansia conquistar la santidad, es ya plenamente conciente no sólo de que ha descubierto un "caminito del todo nuevo" (C2v), en el cual su pequeñez no es un obstáculo, sino de haber satisfecho el deseo del Dios-Amor cuya propiedad es abajarse. No sólo de que debe permanecer siempre pequeña y pobre, abandonada en los brazos de Jesús para cumplir su voluntad santificándose así, sino que Dios mismo quiere ser su santidad. Por eso se presenta ante el pobre, despojada de todo deseo humano, desechando todo apoyo espiritual o aún sobrenatural, aceptando en paz su propia nada, ofreciendo su miseria para aliviar el Corazón de Dios al permitirle desbordar en su pequeñez desnuda, toda capacidad, la ternura infinita que los pecadores rechazan y que, a través de ella, inundará el mundo.
Capítulo IV
"Se siente una paz tan grande siendo absolutamente pobre, no contando más que con Dios" (DE. 6 de Agosto – 4)
Hemos podido discernir en los 1893-95 el período de las grandes iluminaciones que manifiestan a Teresa un "nuevo camino espiritual" al alcance de todos y, ya en posesión de una sólida doctrina, la conducen a la cumbre y plenitud de su ofrenda al Amor Misericordioso. Sin embargo, no podemos ver en este acto la consumación de su vida. Hemos dicho que la llevó a supremas ascensiones. El Amor, al aceptarla por victima responde con la prueba más dura, más íntima, que la consume haciéndole alcanzar metas más altas. Porque tiene una misión especial ante el mundo, el Señor purifica más profundamente su instrumento, deja desbordar por ella en la tierra los torrentes de la ternura divina, de una manera desconcertante.
En Pascua de 1896 se abre un nuevo período, otra vez marcado con el doloroso sello de la Cruz que la identifica con Cristo y le hace comulgar plenamente con la mayor miseria de la humanidad. Desde la noche del Jueves Santo sabe que su muerte está cercada y verá poco a poco cómo la implacable tuberculosis destruye su cuerpo, días después la asalta su tentación contra la fe y la esperanza que la mantendrá sentada en "la mesa de los pecadores" hasta el fin de su vida, atacando a cada momento las mismas bases que hasta entonces la habían sostenido.
Al mismo tiempo asistimos a la época fecunda de irradiación y comunicación de su mensaje. En marzo es confirmada en su cargo con las novicias, acrecentando sus funciones e influencias (S. 5-6, C.3v), durante estos dos años su correspondencia alcanza a los dos misioneros que la obediencia le confiara como hermanos espirituales; en fin sus hermanas, sabiéndola perdida, no cesan de interrogarla, pidiéndole testimonios y escribiendo ellas mismas las palabras de la santa. Así tenemos abundantes documentos de esta etapa: las últimas conversaciones con la gran ventaja de su precisa cronología, las cartas, los manuscritos B y C más pedagógico-doctrinales que biográficos.
A.- Ante la Noche de la Nada
Desde su infancia Teresa estaba centrada en ese tender ardiente hacia la Patria Eterna; el pensar en el cielo la consolaba de sus penas y la animaba a los mayores sacrificios.
"La esperanza de ir al cielo me transportaba de alegría", (c.5r).
gustaba ya casi la anticipación del Paraíso, cuando, llenándola de consuelo, Jesús, con la hemoptisis, le da el signo de su próximo ingreso en la Vida Eterna (C.4-5). Es que
"gozaba entonces de una fe tan viva, tan clara, que el pensamiento del Cielo constituía toda mi felicidad, no podría creer que hubieran impíos sin fe" (C.5v).
"La santa más grande los tiempos modernos" no comprendía la tragedia del ateísmo y el Señor la prepara a su misión universal mandándole "las tinieblas más espesas":
"Es el razonamiento de los peores materialistas que se impone a mi espíritu"; "cuando, por el recuerdo del país luminoso hacia el cual aspiro, quiero reposar mi corazón fatigado de las tinieblas, mi tormento redobla; me parece que las tinieblas, tomando la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí; – sueñas la luz, una patria embalsamada por los más suaves perfumes, sueñas la posesión eterna del Creador de todas esas maravillas, crees que saldrás algún día de la niebla que te rodea! Avanza, avanza, regocíjate de la muerte que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche aún más profunda, la noche de la nada" (C.6v).
La carmelita que se ha rehusado las satisfacciones naturales más legítimas, en una renuncia total de cada día y de cada instante, que ve destruida su vida por el dolor físico ofrecido con fervor para agradar al Señor de todo bien, infinito en su Amor Misericordioso, siente –durante sus últimos dieciocho meses- la impresión profunda del vacío que le arranca toda esperanza, del fracaso más completo de toda su vida, de esa decepción que Bernanos dice ser "la herencia del pobre, uno de los elementos esenciales de la pobreza". Pero la fe de Teresa está edificada sobre roca (Mt. 7,24) y le da el vigor de "esperar contra toda esperanza" (Rm. 4,18). Su amor es demasiado verdadero y sólido para desmoronarse, su espíritu demasiado "pobre" para inquietarse ante lo que le envía su Señor: (1) Su actitud personal lo demuestra (P.45). Cada nuevo asalto de la tentación es un correr a los brazos de Jesús para asegurarle su fidelidad hasta la muerte, sin detenerse a escuchar las sugerencias del enemigo; se porta como un "valiente" que no se bate a duelo (C.7r) y como el pobre niño que no confía en sus propias fuerzas, pues sabe que
"si dijera: oh! Dios mío, Tú lo sabes, te amo demasiado para detenerme en un solo pensamiento contra la fe, mis tentaciones se harían tan violentas que sucumbiría con seguridad" (DE. 7,8)
"En ti, Señor, reposa mi esperanza:
después del exilio, al Cielo iré a verte.
Cuando en mi corazón se levante la tempestad,
hacia ti, Jesús, yo levanto la cabeza;
en tu mirada misericordiosa,
leo; Hija (o niña) … para ti he hecho los Cielos!" (P: 36).
Humilde, "sin el sentimiento de la fe", se esfuerza en "hacer las obras" y con decisión no cesa de cantar en sus poesías de esta época la firmeza de su creencia en el Cielo, escribe con su sangre el Credo y hace en un año más actos de fe que durante el resto de su vida.
Al empezar la prueba, su primer escrito nos presenta la respuesta inmediata; otra vez es San Juan de la Cruz quien la guía y "la más pequeña de sus hijas" cita su "Glosa a lo Divino" comentándola con su experiencia personal:
___________-
(1) "No, nada me inquieta, se toca las costas
Nada puede turbarme. donde reina el Buen Dios!
Más alto que la alondra Yo espero la gloria
Mi alma sabe volar! de la celeste morada".
Por encima de las nubes, P. 52, mayo 1897
el cielo es siempre azul;
Después de haberse despojado de todo apoyo humano para entregarse al Señor, se halla desprovista aún de todo apoyo sobrenatural y exulta; cuando viene la tempestad, es
"entonces el momento de la alegría perfecta para el pobre ser tan pequeño y débil" (B.5r).
consciente y seguro de la mano amorosa de Dios que lo quiere completamente abandonado, abierto al amor en la extrema desnudez. Todas las alegrías "color de rosa" han desaparecido y puede decir de sí
"ya no hay para ella más que las alegrías celestes, alegrías en que todo lo creado que es nada, da lugar al Increado que es la realidad" (S.246).
Cuando Teresa empieza a narrar este "martirio de su alma", llama la atención la estrecha relación con su enfermedad y la entusiasta alegría que le provoca ésta última. Aunque parezca extraño, esta felicidad de la que se siente inundada, tenía todavía algo de natural y la pureza del Amor exige su desaparición. (C.7v).
"Poco tiempo antes de comenzar mi prueba contra la fe, me decía verdaderamente no tengo grandes pruebas exteriores y para tenerlas interiores sería preciso que el Señor cambiara mi camino; no creo que lo haga y sin embargo no puedo vivir siempre así, en el reposo… ¿Qué medio hallará, pues, Jesús para probarme? La respuesta no se hizo esperar (…) sin cambiar mi camino, me mandó la prueba que debía mezclar una saludable amargura a todas mis alegrías". "si no tuviera esta prueba (…) creo que moriría de alegría al sólo pensamiento de dejar pronto esta tierra" (De. 21-9-97).
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