La meseta de Somuncurá (Argentina): misterios, fantasías, leyendas y templarios
Enviado por Fernando Jorge Soto Roland
- Introducción
- Los últimos cruzados
- Las mesetas, los cerros y el hombre
- El fuerte argentino
- Errores y mentiras
- Apéndice
"El Fuerte Argentino"
Meseta de Somuncurá, Provincia de Río Negro.
Según la mitología contemporánea, inventada en la década de 1980,
en la cima de la meseta existió un Fuerte Proto-templario (de origen celta)
al que arribaron en el siglo XIV los verdaderos Templarios, tras huir del Rey de Francia y el Papa.
En enero de 2015, motivado por las muchas preguntas surgidas en un viaje previo a Capilla del Monte (Córdoba) respecto de la ilusoria ciudad subterránea y extraterrestre de Erks[1]y su ejército de divagantes defensores, decidí dejarme llevar por los rumores y falsas teorías vigentes y viajar al sur de país, más concretamente a la Patagonia; región que, por sí misma, arrastra un antiguo bagaje de historias imaginarias, tanto fantásticas (gnomos y monstruos lacustres)[2] como pseudo-históricas (Adolf Hitler de tour por Bariloche, Villa La Angostura y zonas aledañas)[3].
El sur siempre exaltó las fantasías.
Sus planicies infinitas, la monotonía del paisaje, el viento, el aislamiento y la sensación de soledad, lo han convertido en un destino exótico para millones de personas (especialmente extranjeros). Muchos lo han comparado con la superficie lunar, y hay zonas que lo parecen. Pero la ciudad a la que nos dirigimos poco tenía de selenita.
Las Grutas, a orillas del golfo de San Matías, es un balneario joven que hace sólo poco más de quine años apenas figuraba en el mapa turístico argentino y hoy se ha convertido en un polo de atracción de primer nivel, en el que se mezclan, en dosis exactas, la belleza de sus playas y extraordinarias pleamares (que alcanzan hasta los 10 y 11 metros en momentos extraordinarios), la nueva infraestructura hotelera y de servicios (bares, restaurantes, galerías y negocios) y, por supuesto, sus maravillosas, románticas e improbables historias que nos hablan de naufragios, gente perdida en el mar, nazis recalando secretamente en sus costas, misteriosos y evanescentes submarinos alemanes, templarios medievales, neo-templarios actuales y, como si todo eso fuera poco, el Santo Grial.
¿Pero qué relaciones hay entre Capilla del Monte, Erks y este alejado punto austral?
Muchas más de las que el lector pueda imaginar racionalmente.
PARTE 1
Meseta costera (barda) "Fuerte Argentino"
Visión aérea
Cuando las llamadas "pruebas" de la existencia de Erks (y todo el universo que gira a su alrededor) pasan de un creyente a otro suelen darse transmutaciones muy interesantes. Los juicios previos y los delirios más desatinados, incorporados como parte de la realidad histórica (es decir, objetiva), moldean las evidencias a gusto y piacere, estableciendo relaciones inauditas que ellos, los creyentes ("diabólicos", como los llama Umberto Eco en El Péndulo de Foucault), suelen denominar conexiones metafísicas.
En ese contexto tan laxo y maleable, todo es reinterpretado (absolutamente todo) y la ideología, forzando los hechos, los encajona dentro del dogma difusionista rescribiendo la Historia completa de la humanidad, tal y como lo hizo la Ahnenerbe en los años "30 y "40.[4]
Nos vemos así sumergidos en el ámbito puro de las creencias; y todo lo que podría ser cierto pasa a serlo. De hecho, se intenta por todos los medios de confirmar que lo que se cree es verdadero, y cuantas más personas entran en el juego, mayor es el convencimiento. Es casi una cuestión acumulativa.
La realidad, distorsionada, adopta reglas propias. Se puede ir en contra de todo lo que se sabe sin que a nadie le tiemble el pulso y la anormal tendencia a observar conexiones y señales por todos lados (trastorno psíquico llamado apofenia) conduce a ideaciones mágica incontrolables, que son la base de todo el pensamiento conspirativo y místico.
De esta conjunción de factores y síntomas patológicos, nacen las rocambolescas explicaciones y teorías que nos hablan de la superioridad aria, del expansionismo nórdico por todo el planeta, de las ciudades subterráneas interconectadas por cavernas, de la Atlántida, Lemuria, el continente perdido de Mu y demás quimeras, en las que se apoyan los discursos esotéricos desde el siglo XIX a la fecha.
En nuestro país uno de los principales responsables de la difusión de estas ideas fue el abogado (y policía) Guillermo Alfredo Terrera, un exótico personaje que, amén de hombre de Derecho, jugó de antropólogo, sociólogo e historiador. Ocupó varias cátedras en la Universidad de Córdoba y de Buenos Aires por las décadas de 1950 y 1960 y fue autor de numerosos libros de carácter esotérico, por medio de los cuales instaló ?en el imaginario de sus seguidores? interpretaciones muy personales respecto de Erks y la historia del norte cordobés; llegando a sostener que en la zona se encontraba escondido el mismísimo Santo Grial. También fue el creador de la excéntrica Escuela Hermética de las Antípodas y heredero, como el mismo relatara, del famoso Bastón de Mando de los Comechingones.[5]
Detrás de sus incongruentes conjeturas partieron muchos otros, reinterpretando sus dichos y generando una nueva mitología que perdura hasta el día de hoy.[6]
Hagamos un rápido repaso de sus sesudas presunciones para poder entender el nexo que se generó entre el Uritorco y la misteriosa meseta de Somuncurá.
El Cerro Uritorco (izquierda) y el Fuerte Argentino, Meseta Somuncurá (derecha)
Verdaderos santuarios de misterios en donde alienígenas y templarios se mezclan con inexistentes túneles
subterráneos, ciudades intraterrenas, energías místicas, grupos esotéricos, númenes, gnomos
y el mismísimo Santo Grial.
De acuerdo con Terrera, la presencia de representantes de la "raza nórdica" en la zona de Capilla del Monte no se limitó sólo a los altos, rubios y barbados aborígenes comechingones de la provincia de Córdoba, sino también a las incursiones realizadas por un "caballero hiperbóreo europeo" llamado Parsifal; quien, contrariamente a lo que se cree ?decía el místico? era de origen alemán y no galés.[7] Será este gallardo miembro de la germanidad el que trajera a estas latitudes sudamericanas, nada más ni nada menos, que la copa en la que José de Arimatea acopiara "la sangre energizada de Jesucristo". El motivo de semejante mudanza transoceánica en el siglo XIII (doscientos años antes de Colón), no sería otro que el de juntar al Grial con otras dos poderosas reliquias: el Bastón de Mando y la Cruz Gamada (svástica), que estarían esperando en un cerro muy especial de unas lejanas sierras llamadas Viarava y Charaba, ambas localizadas en Argentum, región que era a su vez parte de un continente llamado Armórica.[8]
Según Terrera, el objetivo ultimo de ese extraño maridaje de objetos sagrados no sería otro que el de concentrar y dominar toda la sabiduría y poder espiritual de los Superiores Hermanos Blancos de la antigüedad y dar, así, el gran paso a una Nueva Era.
Los rasgos milenaristas expresados en el argumento son más que claros.
Pero ¿qué costaba decir que el Grial estaba en el Uritorco?
Nada. Sólo había que dar el paso. Y Terrera lo dio. Tenía lo que necesitaba: mucha imaginación, lápiz y papel. ¿De qué otro modo se podía, sino, ligar a la provincia de Córdoba con un texto escrito en Alemania, hacia los años 1200 d.C., por un poeta de la región de Turingia?
No siempre es sencillo encontrar lógica donde no la hay. Pero en este universo de posibilidades infinitas todo es factible.
Terrera afirmó que toda esa historia estaba reflejada en el libro Parzifal escrito por un noble caballero y poeta épico llamado Wolfram von Eschenbach.
Alemán de nacimiento, Eschenbach vivió entre 1170 y 1220, terminando de escribir esta versión germana del mito del Grial (que no transcurre, como en otras versiones, en Inglaterra sino en el sur de Alemania) hacia el año 1215. Es una típica novela de caballería, llena de aventuras y mística católica, en la que los viajes son claros símbolos de superación espiritual y el Grial la meta última a alcanzar.
En sus libros y conferencias, Terrera exponía la siguiente y reveladora cita del Parzifal de Eschenbach:
"En qué lejana cordillera podrá encontrar/ a la escondida Piedra de la Sabiduría Ancestral/ que mencionan los versos de los veinte ancianos, de la isla Blanca y la Estrella Polar/ Sobre la Montaña del Sol con su triángulo de Luz! Surge la presencia negra del Bastón Austral, en la Armórica antigua que en el sur está./ Sólo Parsifal el ángel, por los mares irá/ con los tres caballeros del número impar/ en la Nave Sagrada y con el Vaso del Santo Grial/ por el Atlántico Océano un largo viaje realizará/ hasta las puertas secretas de un silencioso país/ que Argentum se llama y así siempre será/ . ( ) Oculto lo mantuvieron en Viarava los Dioses de la Tierra/ en un Monte Sagrado de la innombrable Viarava/ donde Vultán le otorgara su mágico destino".[9]
Pero hay un problema.
El párrafo anterior no existe en la obra mencionada. No hay una sola línea, ni una palabra, que haga suponer la existencia de Argentum, Viarava y Armórica.
Tal como lo revelara Gustavo Fernández en Los Templarios en América, la referencia bibliográfica de la que se extrae la historia es un invento de Terrera. [10]
"En efecto, Terrera mintió descaradamente, o deliró patológicamente, al adjudicar a los bardos medievales este texto apócrifo. Y se pone en evidencia en la introducción de su propio libro Parsifal, Wolfram von Eschenbach y Orfelio Ulises cuando escribe: "( ) como es sabido es imposible conseguir en Argentina y en castellano la obra de Eschenbach". Claro, escribió eso a principios de 1980. Nada auguraba Internet. Y con Internet algunas cosas cambian. Ahora si tenemos a nuestra disposición y en castellano la obra del alemán."[11]
Pero no se quedó ahí.
En un libro posterior, El Valle de los Espíritus (1989), Terrera sostuvo que el Grial estaba en la Patagonia y no faltaron los discípulos que se encolumnaron detrás de la idea, organizando expediciones (simples viajes en realidad) en busca de la sacra reliquia por la zona de San Antonio Oeste, Las Grutas y la meseta de Somuncurá, en las provincias de Río Negro y Neuquén.
Se autodenominaron el Grupo Delphos y, como Terrera, sostuvieron sus elucubraciones en un texto escrito hacia 1205, titulado Perlesvaus (de autor anónimo).[12] Con ese libro en mano justificaron la búsqueda y así cobró nueva forma la leyenda de la presencia de templarios en la Patagonia.
Pero los ecos de Erks, de Acoglanis (principal gurú en el culto de Erks) y del abogado Terrera, se dejaron oír también en las ventosas latitudes del sur argentino, decorando el nuevo relato con ciudades y túneles subterráneos, energías misteriosas, puertas dimensionales, seres inmortales y gnomos. Un cóctel perfecto. Una nueva fantasía pseudo histórica que arrastró a más de un romántico de derechas. Porque una cosa hay que aclarar: detrás de estas fábulas seguían asomándose la sombra de la svástica, el tradicionalismo y el integrismo ultracatólico de corte nacionalista.
Fuerte Argentino (meseta Somuncurá)
Vista desde el balneario Las Grutas (Pcia de Río Negro)
Para Terrera no había duda respecto de la ubicación del Grial: estaba en una zona llamada El Bajo del Gualicho, una salina cercana a la ciudad de Las Grutas (Río Negro) en donde sería posible encontrar la puerta de ingreso (un túnel) que conduciría a una caverna subterránea en la que el Grial permanecería custodiado por un templario inmortal (¡?).
Más tarde el Grupo Delphos agregaría nuevos condimentos esotéricos al asunto.
Claro que esta fantasía tenía un antecedente teórico de apariencia más académica, y ligado de manera bien directa a la organización Ahnenerbe de Himmler y sus intentos por tergiversar la historia con fines ideológicos y políticos.
Jacques de Mahieu
En la década de 1970, un peligroso delirante de origen francés, llamado Jacques de Mahieu, lanzó una loca teoría, sin sustento alguno y basada en suposiciones derivadas de sus propios deseos difusionistas, que señalaba la presencia de vikingos en América del sur y su posterior contacto con caballeros templarios.
Mahieu fue un reconocido criminal de guerra, colaboracionista de los nazis al momento de la invasión de Francia en 1940 y veterano de la División Carlomagno de las Waffen-SS. Al derrumbarse el régimen nazi en 1945, huyó para la Argentina, siendo uno de los primeros en hacerlo en avión, el 22 de agosto de 1946.
Según el periodista Uki Goñi, mantuvo estrechas relaciones con Perón[13]Ocupó el cargo de secretario en la Escuela Superior de Conducción Peronista y varias cátedras en la Universidad de Buenos Aires, durante los años "50 (incluso tras la caída del gobierno justicialista)[14]. Más tarde, en la década de 1960 dirigió algunas unidades básicas del partido y, antes de morir en 1989, apoyó la candidatura de Carlos Menem.
Pero, ¿qué decía Jacques de Mahieu?
Enemigo de las ideas de la Revolución Francesa y la Ilustración, contrario a la razón, a la lógica y sostenedor de ideas racistas, Mahieu bosquejó una historia sin sustento alguno; apoyándose sólo en su capacidad de oratoria y convencimiento. [15]Un verdadero sofista capaz de poner la palabra en función de la mentira. Un ejemplo acabado de la denominada la falacia del experto.[16]
Sucintamente, afirmaba que los vikingos habían llegado a México hacia el año 967 d.C. y gobernado al pueblo de los toltecas.[17] Tras un tiempo en Mesoamérica habrían seguido su camino expansivo hacia el sur del continente, llegando a ser los iniciadores de la civilización de Tiahuanaco, en Bolivia (¡?). Allí habrían encontrado minas de plata en la localidad de Porco, que empezaron a exportar hacia Europa vía Brasil (Porto Santo), previo paso por el Cerro Porá (Paraguay) en donde la convertían en lingotes.[18]
Ya en el viejo mundo, hacia el siglo XII, más exactamente en el puerto de Dieppe (circa 1150), habrían tenido contacto con los templarios, con quienes pactaron un intercambio: plata americana por tecnología. Así púes, la orden del temple (una verdadera y poderos multinacional medieval) entregó el conocimiento del manejo de la piedra, con el que los vikingos levantaron la extraordinaria ciudad del altiplano boliviano; y ellos, inundaron Europa con el metal precioso.
El Puerto de la Rochelle, secreto y fortificado (sigue Mahieu) era el punto de entrada y salida de la plata americana; y de allí partieron, siglos más tarde, los barcos templarios que huían de la persecución que sobre ellos había lanzado, en 1307, el rey de Francia Felipe El Hermoso y el Papa. Ese año, diecisiete barcos templarios (llevando sus archivos, riquezas y reliquias) cruzaron a México. Se establecen en Tenochtitlán, capital de la confederación azteca, manteniéndose autónomos del tlatoani (jefe local) y reconstruyendo la orden. Levantaron iglesias y la cruz se impuso como símbolo en Centroamérica. Incluso Mahieu creía detectar palabras francesas en el libro sagrado del Popol-Vuh (¡?). En tanto, los vikingos de Tiahuanaco habían sido destruidos en 1267.[19]
El estudioso de las SS en el exilio veía la influencia templaria y germana por todas partes. Y esta insensatez la elucubró sin pruebas y a partir de lecturas e interpretaciones erróneas. Veía lo que quería ver.
Pero, ¿qué pasó, entonces, con los templarios de América del Sur?
Sencillo (cuando se inventa, todo es sencillo): al ser monjes y mantener una vida monástica, no se mezclaron con los locales. Le huyeron a los placeres de la carne y así, el grupo se fue extinguiendo hasta desaparecer.[20]
Era una fantasía relativamente bien contada, capaz de alimentar la de otros algunos años después.
Convertido en autoridad académica, Jacques de Mahieu, abrió las puertas para que los templarios terminaran siendo detectados en regiones más australes; como Río Negro y Neuquén, en la Patagonia argentina.
Templario
PARTE 2
Las mesetas, los cerros y el hombre
Montañas Sagradas
Todas las tradiciones tienen una. Además, nunca faltan "las cuevas de los tesoros".
A unos 50 kilómetros de Las Grutas (Río Negro), después de atravesar restingas, arenales y dunas de relativa altura, el viajero, bien pertrechado de agua, protector solar y sombrero para combatir en verano los impiadosos rayos del sol, puede arribar, en camiones del ejército adaptados al turismo-aventura, a los pies de una imponente meseta, árida y aislada, que se eleva a muy pocos metros de la costa del Golfo de San Matías.
Desde los días en que Justo José de Urquiza presidía el país, se la conoce bajo el nombre de Fuerte Argentino. Tiene una altura algo superior a los 110 metros, una longitud de 1800 metros y es parte de las estribaciones de la inmensa meseta de Somuncurá, un macizo de 27.000 kilómetros cuadrados que se extiende, desolado y frío, en las actuales provincias de Río Negro y Neuquén.
Vista desde el mar semeja una isla que convoca la atención de todos. Neblinosa, regular, recortada contra el cielo que le hace de fondo y el océano de base, inspira curiosidad y misterio. Y no es para menos. Como el cerro Uritorco en Córdoba, el Fuerte Argentino rompe con la monotonía del paisaje y se yergue ante nuestros ojos despertando mil preguntas.
Cerros y mesetas han sido protagonistas principales en decenas de novelas.
Desde el Romanticismo de la segunda mitad del siglo XIX hasta
"El Mundo Perdido" de Arthur Conan Doyle (1912), han sido los escenarios ideales para el desarrollo
de la fantasía, el ensueño y el misterio.
No hubo sociedad en la antigüedad que no adorara, de un modo u otro, a las montañas. El culto a las alturas, debidamente comprobado en el Viejo y en el Nuevo Mundo, es una constante que se repite cada vez que nos interesamos por las creencias y cosmovisiones del pasado.
Desde el monte Olimpo, residencia de los dioses de la Grecia Clásica, hasta los cerros divinizados de las culturas andinas, conocidos con el nombre genérico de "Apus" (Señores), sin olvidar el monte Merú de los hindúes; el Haraberazaiti de los iranios; el Tabor de los israelitas o el Himingborj de los germanos —sólo por nombrar unos pocos—, la montaña ejerció en el ser humano una fascinación reverencial que, seguramente, deriva del valor que las sociedades teocéntricas le atribuían a sus componentes principales: altura, verticalidad, masa y forma.
En general la montaña, la meseta, el cerro, están relacionados simbólicamente con la "elevación interna y espiritual", "la meditación", "la comunión con los santos y los dioses". Caminar hacia la cumbre implica un rito de iniciación en el que lo meramente humano se contagia de sacralidad a medida que se asciende. Arriba, en la cima, la comunicación con los dioses era factible y, seguramente, ese fue el motivo por el que Moisés gastó sus sandalias para recibir las Tablas de la Ley.[21]
Del mismo modo, la verticalidad estaba identificada con el "eje del mundo" (Axis Mundis), convirtiendo a la montaña—tal como lo explicara Mircea Eliade— en el punto más alto de la Tierra y ombligo del planeta; lugar en el que —según centenares de mitos— dio comienzo la Creación.
Por otro lado, su tamaño y grandiosidad quedó asociado a lo perenne, a lo que no cambia, a lo que siempre "es"; sueño de eternidad y trascendencia que muchas sociedades intentaron reeditar al construir sus propias montañas-artificiales; tales como los zigurats mesopotámicos, las pirámides egipcias, los teocalis de México o las construcciones piramidales de los mayas.
Reales o artificiales, las montañas encarnan una
manifestación de lo sagrado en todo el mundo.
La montaña siguió inspirando respeto sagrado a lo largo de miles de años, pero en algún momento posterior a la declinación del Imperio Romano —muy especialmente durante la Edad Media— Occidente olvidó los cerros, haciéndolos a un lado en sus creencias y desatendiendo la curiosidad que éstos podían despertar.
Recién a partir de mediados del siglo XVIII ese desinterés desapareció y fue el movimiento ilustrado el encargado de volver a convertir la montaña en objeto de estudio, y no de adoración. Las riquezas minerales y forestales, el interés por medir la humedad atmosférica, el deseo de conocer certificadamente la altitud y la búsqueda de respuestas al enigma de la formación de la Tierra, hicieron que las altas cumbres fueran exorcizadas por los científicos y pasaran a ser un capítulo más de la Historia Natural, tan en boga entonces.
Grabado de la primera ascensión al Matterhorn
Es notable observar cómo, antes del siglo XVIII, sólo en contadísimas ocasiones los estudiosos se dirigieron a la montaña. No había interés por ellas, pero, a poco de redescubrirse su potencial teórico-iluminista, ese interés empezó a mutar buscando no sólo la desencantada mirada del científico, sino la emoción, el sobresalto y el sentimentalismo. Ese fue el aporte que hicieron los romanticismos.
Johann Wolgang Goethe (1749-1832), Horace Bénedict de Saussure (1740-1799) y Alexander von Humboldt (1769-1859) fueron los precursores de esa nueva forma de observar la montaña; rescatando en ella el "alma" perdida de la naturaleza y renovando el interés por las alturas, ahora asociadas a la idea de libertad y evasión.
Cada uno de estos autores combinó en sus escritos ciencia y emoción, exactitud y arrebato, ante una montaña que empezó a ser adjetivada como "sublime".
En carta a Goethe, Humboldt le escribió el 3 de enero de 1810:
"A la naturaleza hay que sentirla; quien sólo ve y abstrae puede pasar una vida analizando plantas y animales, creyendo describir una naturaleza que, sin embargo, le será eternamente ajena".
La influencia del insigne naturalista y viajero alemán fue enorme, tanto en América como en Europa. Su deseo por reproducir en pinturas la intensidad de las experiencias vividas, elevó el sentimiento al mismo sitial en el que estaba el conocimiento. La "cientificación del arte", cuyo objetivo sería instruir y estimular, empezó un largo recorrido que terminó en la estilización y la "geografía estética".
Arte y ciencia se daban la mano y, en ese encuentro, el ángulo epistemológico de Occidente ante la montaña cambió.
La unión mística con el paisaje conllevó una nueva relación del hombre con el entorno. La fuerza de los elementos, la imponente masa terrestre y su grandilocuencia frente al ser humano, llevó a que no sólo se las midiera, sino se las admirara con nuevos ojos; quedando el hombre sometido a sus misterios y prohibida accesibilidad.
La montaña, después de siglos, volvió a tener un carácter cuasi-sagrado. Y los viajeros románticos se encargaron por difundirlo a través de libros de viajes, pinturas, poemas y mentiras.
PARTE 3
Ubicación del Fuerte Argentino
Fernando Fluguerto Martí no sólo era ingeniero, divulgador de la historia no-oficial expuesta por Mahieu respecto de los templarios, sino también un nacionalista esotérico, buen relator y presidente, líder intelectual y creador de la Fundación o Grupo Delphos. Él mismo decía ser discípulo del gran Guillermo Terrera y creía encarnar la persona indicada que debía heredar, tras la muerte del abogado en 1998, el famoso Bastón de Mando de los comechingones. Cosa que no ocurrió y que se encargó de reprochar en cuanta entrevista dio para la televisión.[22]
De acuerdo a las investigaciones realizadas por Hernán Brienza[23]y Raúl Kolmann[24]Martí comulgaba ?antes de fallecer en 2013? con el ideario de la ultraderecha nacionalista argentina, siendo ferviente seguidor y creyente convencido de los ideales de Julios Evola, un fascista de salón poco conocido; tanto como de un supuesto (y delirante) proyecto que los judíos pergeñaban para invadir y ocupar la Patagonia argentina: el mítico Plan Andinia del imaginario antisemita vernáculo.[25]
Apropósito de ello, Martí escribió:
"La Patagonia es la tierra del Santo Grial. Por eso, los enemigos de la humanidad, la Sinagoga de Satán ( ), los Hijos del Diablo ( ), buscan y persiguen el Grial. De ahí el interés que despierta el suelo de Argentum en los hijos de la noche. De ahí las compras de enormes extensiones de nuestras tierras."[26]
También fue uno de los defensores más acérrimos de la teoría de la presencia templaria en nuestro país. Idea que expuso, con calma oratoria, más de una vez en documentales de televisión controvertidos y bastante poco académicos por sus contenidos (especialmente en el History Channel).
De igual forma que Terrera, Martí y su grupo se apoyaron en textos medievales para autoconvencerse y confirmar (de manera endeble por cierto) que los monjes guerreros del Temple anduvieron dando vueltas por la Patagonia; y hasta su último aliento, sostuvo que en la cima del Fuerte Argentino había existido una construcción (una fortificación) levantada por templarios y proto-templarios (según él, de origen celta, llegados a America varios siglos antes de Cristo).
El escrito en el basaron todo el cuento era el Perlesvaus o El Alto Libro del Grial, de cuyas páginas Martí rescataba los siguientes versos, a fin de sostener y defender sus ideas.
"Perlesvaus se aleja de la tierra de tal modo que ya sólo ve el mar y la nave marcha a gran velocidad
La nave ha corrido tanto noche y día, tal y como a Dios le plujo, que llegaron a un castillo en una ínsula de mar. Preguntó a su marinero si sabía qué castillo era aquel.
?En verdad, no lo se, señor, pues hemos corrido tanto que no conozco ni el mar ni las estrellas
Se acercaron al castillo y oyeron sonar muy dulcemente cuatro trompetas arriba de las murallas y los que las tocaban iban vestidos de blanco. Se dirigen hacia aquella parte
En cuanto la nave tomó puerto debajo del castillo y el mar se retiró de modo que la nave se quedó en tierra seca,
Salieron de la nave y luego entraron al castillo por la parte que daba al mar
Y ve la fuente más bella y clara que nadie puede contemplar,
Uno de los maestros toca tres veces una campana y en la sala aparecieron treinta y tres hombres formando una compañía. Iban vestidos con túnicas blancas y todas llevaban una cruz roja en medio del pecho
Allí dentro fueron servidos muy gloriosa y santamente. Perlesvaus se complace más en mirarles que en comer
En cuanto se descubrió la entrada al foso, salieron de allí los gritos más terribles y dolorosos jamás oídos
Si no juráis que regresareis en cuanto veáis la nave con la vela cruzada por la cruz roja
Y encuentra su nave dispuesta y oyó sonar las trompetas a su partida igual que a su llegada. Entra en la nave y se izan las velas. Se aleja de la tierra "[27]
En pocas palabras, Martí creía que, huyendo de una Europa que les resultaba por demás hostil, un barco templario navegó noche y día hacia el sur, cambiando de hemisferio (de ahí que el navegante desconociera el cielo) trayendo el Grial a una zona con amplias mareas, identificada como el Golfo de San Matías, en Río Negro.[28] Corría el año de 1307. Y allí, en una isla (que no sería otra que la barda conocida como Fuerte Argentino)[29], habrían sido recibidos por proto-templarios vestidos de blanco y cruces en el pecho.
El análisis que Martí hizo del "Fuerte" fue por demás imaginativo: creyó detectar vestigios de antiguos muelles y denunció hallazgos de restos "arqueológicos", de los cuales nunca dio cuenta públicamente.[30] El secretismo, una vez más, creaba un muro de misterio imposible de ser atravesado.
Y como si todo eso fuera poco, agregó:
"Hoy, el Grial está físicamente ubicado en una ciudad subterránea bajo la meseta de Somuncurá, a unos mil metros de profundidad y protegida por miembros de la Orden que tienen contacto con la superficie a través de túneles ascendentes y descendentes".[31]
Ciudades subterráneas, túneles y templarios intraterrestres.
Volvemos a lo mismo de siempre: la tierra y sus recovecos como protectora de misterios insondable. Somuncurá es a Río Negro lo que el Uritorco a Córdoba.
El Grupo Delphos está convencido de que el Grial está América. Más concretamente en nuestro país. Lo aseveran sin titubear. También, sin prueba alguna. Sólo algún que otro indicio, originado en interpretaciones libres e imaginativas de ciertas señales, son las bases en las que se apoyan a la hora de transmitir la historia.[32] Una historia que a poco de avanzar se llena de elementos fantásticos. O mejor dicho, mucho más fantástico que los señalados hasta ahora.[33]
Los buscadores argentinos del Grial sentencian que tras abandonar el Fuerte (hoy Argentino) los templarios ocultaron la preciada reliquia en un sitio clave, secreto, fuera del alcance de los hombres impuros: debajo de la meseta de Somuncurá, sitio al que se accedería a través túneles y galerías inexploradas hasta ahora. Allí, sería posible encontrar un río subterráneo que uniría el océano Atlántico (justo frente al Fuerte) con el Pacífico, y a medio camino, en una ciudad bajo tierra, que identifican como La Ciudad de Los Césares, estaría el Grial custodiado por templarios centenarios en edad. Una comunidad de monjes guerreros, perdidos/escondidos literalmente en la Patagonia, en tanto cuidan la reliquia, no deja de llamar la atención. [VÉASE APENDICE]
Por otro lado, aseveran que hay una entrada a ese mundo místico. Una puerta de piedra que estaría ubicada en un enorme macizo rocoso cercano a la pequeña localidad de Telsen (Provincia de Chubut), al sur de la meseta de Somuncurá, y que llaman, justamente, "La puerta de Telsen".[34]
La "Puerta" de Telsen.
Otra puerta (para muchos dimensional) que conduciría a una nueva y sureña ciudad intraterrena, casi idéntica en todo a los cuentos del Uritorco.
"El Péndulo de Foucault", novela escrita por Umberto Eco
en la que se analiza con fina ironía las teorías conspirativas
que tienen a los Templarios como principales actores.
PARTE 4
Supuesta piedra templaria encontrada en la Patagonia.
Su ubicación es desconocida por "cuestiones de seguridad", según dicen.
La manipulación, tergiversación y acomodación del pasado con fines ideológicos ha sido una práctica más extendida de lo deseado.
Voluntaria e involuntariamente, errores y mentiras, exageraciones e interpretaciones falsas, se acumulan por doquier construyendo una historia paralela (no-oficial, dicen) por completo deformada, sin base alguna en la realidad, ni en los hechos comprobados. Sus responsables, cual demiurgos poderosos, crean mundos nuevos. Inventan sucesos. Conectan lo inconexo. Toman por ciertas sus propias elucubraciones fantásticas y parten en la búsqueda de cosas y lugares que jamás existieron.
Curiosamente, esa pesquisa termina dándole emoción y sentido a sus vidas, y cuanto más se alejan de la realidad probable, mayor es el impulso y voluntad que invierten en la empresa. Se aprovechan de la ignorancia y de la falta de datos. Rellenan los espacios oscuros con sus iluminados pseudo-descubrimientos y se dejan seducir por sus ideas incoherentes al punto de quedar atrapados en sus propios discursos, de los que no hay vuelta atrás. Imposible es hacerlos cambiar de opinión. El espíritu conspirativo atenta contra todo lo razonable y la lógica se diluye en un mar de conceptos esotéricos, místicos, herméticos, que parecerían retrotraernos a una literatura de tipo medieval, en la que todo es posible y el simbolismo católico, los milagros y sucesos maravillosos ocupan el espacio que, en otros libros, no serían más que un capítulo de la historia del imaginario.
Dejemos el espíritu de aventura para las novelas y filmes y reconozcamos que detrás de toda gran teoría, detrás de todo sabio con ínfulas eruditas, no hay más que un tipo en camiseta.
Controlemos nuestros deseos de emoción. Desacralicemos a las autoridades. Examinemos las pruebas y rebatamos las afirmaciones obispales que rehúsan la discusión crítica. Preguntémonos si lo que se nos comunica es creíble. Descubramos los supuestos y prejuicios en los que se basan los argumentos y evitemos creer en corazonadas y conocimientos revelados. Toleremos la incertidumbre y huyamos de la fantasía a la hora de completar el rompecabezas que está inconcluso; porque, recordemos siempre que la carga de la prueba recae en quien propone una afirmación y que las afirmaciones extraordinarias requieren de pruebas extraordinarias.
Los templarios, el Grial y la Meseta de Somuncurá.
Símbolos de las leyendas del nacionalismo católico argentino.
Con respecto a la presencia de templarios en la Patagonia y en el Fuerte Argentino deberíamos decir que todo el cuento está fundado en falacias y errores. Tal vez los visos históricos que se mechan en el relato vuelvan más creíble todo, especialmente si se lo compara con el del Uritorco y Capilla del Monte (mucho más orientado hacia lo místico). En el sur escasean las energías misteriosas, los seres de luz interdimensionales, los ovnis, la telepatía y los herméticos mensajes de la Hermandad Blanca. Pero tampoco se quedan atrás. Inventaron tradiciones, reinterpretaron los datos la geología, exageraron los hallazgos arqueológicos y también vieron cosas donde no las había.
En un trabajo crítico muy bien documentado, un vecino de la ciudad rionegrina de San Antonio Oeste (cuna del Grial patagónico), Marc Pesaresi, ha rebatido con suficiencia cada uno de los supuestos expuestos por Martí y su grupo de seguidores.
Resumamos, pues, las conclusiones de Pesaresi. [35]
En primer término es mentira que exista una tradición templaria en la región. Nadie nunca antes habló de templarios trasladando cálices sagrados por la Patagonia. No existe tradición oral alguna que refiera esos hechos. Todo es un injerto de los años "90 y el jardinero principal fue el grupo de Martí.
En segundo lugar, no existen restos arqueológicos de ningún tipo en la meseta. No hay rastros de fuerte, de murallas, de tejas. No hay nada que insinúe la presencia de los monjes soldados del Temple en estas latitudes.
Tampoco hay descendencia alguna de esos supuestos europeos precolombinos.
En cuarto término, no hay caballos europeos sino desde 1536, que fue cuando Pedro de Mendoza los trajo por primera vez. No hubo caballos templarios vagando por las planicies argentinas antes de la llegada de los españoles.
En quinto lugar, es falso que la barda donde se levantara el supuesto fuerte haya sido hacia 1307 una isla. Los estudios geológicos demuestran que el nivel del mar no bajó desde entonces. Todo lo contrario: desde hace 250 años sube. Poco, pero sube.
Y finalmente, la meseta es una altiplanicie árida, seca, imposible de habitar y menos que menos apropiada para levantar un fuerte. No tiene agua potable. Hasta 1973 el tema del agua fue un problema grave para los rionegrinos.
Sorprende que empresas de divulgación internacional (aparentemente científicas), editores y comentaristas varios, no tengan en cuentan todos estos aspectos a la hora de exponer este y otros temas. Aunque, pensándolo dos veces, no debería sorprendernos demasiado. Es comprensible que así sea. Si le quitaran a la historia las falacias, repetidas una y otra vez, la historia misma se desvanecería o perdería, sin más, la preciada mercancía, lo único que se pretende vender: el misterio. Tras la credulidad delirante viene el negocio.
En un mundo desencantado, el encanto, que se resumen en las leyendas y rumores, lucha por sobrevivir.
El pensamiento mágico levanta barricadas.
Resiste.
Y lo viene haciendo con éxito.
FJSR
Buenos Aires
Febrero 2016
TRIBUS, EXPLORADORES (Y TEMPLARIOS) PERDIDOS DEL IMAGINARIO
El explorador perdido
Un clásico de las crónicas, leyendas y mitos de la expansión Occidental.
Las inquietudes y especulaciones que han despertado, y despiertan, las expediciones perdidas son otras de las constantes que se repiten dentro del imaginario de Occidente. Un sentimiento recurrente que, no exento de morbo, moviliza a la opinión pública y facilita, al ocasional escritor, captar la atención de sus lectores a través de la romantización del drama, y su posterior conversión en aventura. Y es que, generalmente, el escenario de la "atrayente" pérdida no está en el ajetreado mundo urbano en el que la mayoría vivimos. Las expediciones no se pierden en las grandes metrópolis, sino en un marco natural que suele tener como telón de fondo a la selva, la montaña o el desierto; sitios no controlados y en los que toda nuestra tecnología suele convertirse en un adorno inoperante que, si bien ayuda, en muchos de los casos (reales o literarios) termina convirtiéndose en el ajuar funerario de los audaces e inconscientes exploradores.
Ya desde la época de la conquista de América se vienen registrando historias sobres náufragos o huestes perdidas que han alimentado las tramas de inolvidables novelas y películas. La narración de las penalidades y sufrimientos de exploradores desaparecidos han dejado flotar mil y unas interpretaciones sobre la suerte corrida; y en torno a ellos se tejieron rumores y leyendas que terminaron haciendo de muchos incautos, verdaderos héroes. Así, aquel que buscaba lo exótico, al desaparecer, se volvía él mismo, en objeto exótico de otros.
Enrique de Gandía, el brillante historiador argentino que analizara con detenimiento los mitos y leyendas de la conquista americana, escribe:
"En verdad ninguna fantasía humana podrá superar en belleza y en misterio el hechizo que rodea el recuerdo de aquellos náufragos y conquistadores [exploradores, FJSR] olvidados, cuyas voces parecerían llegar desde el fondo de las selvas sombrías y las costas heladas, hasta los oídos de sus hermanos que los buscaban empeñosamente sin poderlos hallar".[36]
Hombres perdidos en tierras desconocidas. Una conjunción ideal para el imaginario. Una oportunidad más para recrear emocionalmente la tragedia y transformarla en objeto de indagación, especulación y búsqueda. Una constante que adquirió mil rostros y personajes a lo largo del tiempo. Un incentivo extraño a la curiosidad que nace del dolor.
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