3. El chiste del horror marital.
En Occidente el horror marital se esconde en multitud de viviendas bajo una férrea ley del silencio que impone el pudor moral y el miedo a la murmuración. Ya saltan a la luz muchos casos de agresiones domésticas, de violencia física ejercida por algunos hombres sobre algunas mujeres, que son sólo la punta del iceberg; porque permanecen ocultos muchos de esos casos a los que habría que añadir los de violencia psíquica, que son de una proporción mucho mayor y más ejercida por las mujeres que por los hombres. En cualquier patio de vecinos de una de nuestras ciudades se puede escuchar el maltrato continuo y mutuo, no ya de agresión física sino de agresión verbal, en el que viven muchas parejas y que soportan muchos hijos. La sociedad capitalista en que vivimos presiona a los individuos, tanto mujeres como hombres, cargándolos de frustraciones que pagan con la pareja, cosa que hace para luego decirles que ellos son totalmente responsables de sus conductas y exigirles unas formas de proceder que de hecho se reprimen parcialmente en el trabajo y frente al jefe pero que ya no pueden ser reprimidas en el ámbito de la privacidad. A pesar de todo ello todavía los occidentales se sienten legitimados para criticar el trato que se otorga a las mujeres en otras regiones del planeta y dentro de otras culturas, eminentemente las de confesionalidad islámica; dada la cruzada actual del Imperio contra ese nuevo Satán, a través de la cual se ve muy claramente la paja en el ojo ajeno pero no se aprecia la viga en el propio.
La confianza da asco, dice el refrán, encontrándonos con parejas que consideran ambos por igual que sólo hay que tener respeto y consideración para con los extraños o los jerárquicamente superiores, pero que con los allegados, familiares y parejas, como se sigue considerando que hay lazos indisolubles, piensan que todo maltrato les es ahí lícito y en ningún otro lugar. Conforme avanzan los años las parejas que se han encerrado en sí mismas consideran que nadie las va a aguantar, ya perdida la belleza física de juventud, más que el consorte, palabra que significa el que comparte su suerte. Pero parece que sólo se ha de compartir la mala suerte y no la buena. Esa otra persona con la que se llega a considerar que no es la persona que se ama y con la que se comparte la vida sino la que te tiene que aguantar, sólo puede encontrarse en esa situación a causa de las uniones no libres. Las uniones no libres son aquellas que por lazos no sólo familiares, teológicos o judiciales, en el caso del matrimonio eclesiástico o civil; sino fundamentalmente debido a lazos económicos, permanecen juntas una vez que a los tres años de fuego y pasión han desaparecido siendo seguidos de treinta años de cenizas sin el reemplazo de la pasión por el cariño.
Deberíamos lograr la coexistencia de uniones de pasión y uniones de cariño, en las relaciones al principio bien pueden darse las dos juntas y luego si se convierte en duradera ir alternando en el tiempo periodos más apasionados con periodos más afectivos; pero cuando no es así no tendría que haber ningún inconveniente para simultanear ambas en distintas personas, como hacen esos burgueses que aman a su mujer y familia con sincero cariño y tienen de vez en cuando alguna amante. Los obreros no se pueden permitir ese lujo y las mujeres son más reacias que los hombres a simultanear relaciones, estando en ellas más firmemente asentada la monogamia que la poligamia.
El caso de la prostitución es lamentable no solamente para la mujer tratada como objeto y comprada y vendida en el mercado, sino también para ese hombre que contrata sus servicios. La relación es de dominación tanto en el sentido económico como en el psicológico de la palabra y no siempre el comprador, más bien casi nunca, gana la batalla psicológica y sojuzga doblemente a su víctima. Pero horror para los bienpensantes la dominación puede resultar satisfactoria, placentera y todas las relaciones humanas de cualquier índole conllevan un grado de sadismo y masoquismo, sólo denostable cuando no se alternan los papeles y siempre le corresponde a una parte el llevar a cabo una función.
La prostituta siempre guarda algo para sí, no besa a los clientes, no se deja besar, está tensa, no se relaja, rara vez disfruta si es que lo hace alguna vez y el afecto que unido al sexo llamamos amor desaparece en ellas casi por completo (es la contrafigura simétrica de la puritana o la malcasada, pues ambas ven el sexo como una horrorosa obligación), inextinguible a su pesar, guardado sólo para el amante o proxeneta. Los hombres que acuden a ellas no encuentran mujeres con las que hacer el amor porque no es que no quieran, (como la prostituta, que se obliga por dinero a fingir y manipular expertamente en busca de la eyaculación lo más precoz posible y del ingreso pecuniario del nuevo cliente), sino que no saben amar, no dan afecto ni lo reciben, no saben hacer el amor sino que sólo saben y malamente follar. Siéndoles los estímulos necesarios para llegar al orgasmo dada la baja intensidad de la afectividad necesariamente más fuertes que si fuese otro el caso o hubiesen tenido otra educación sentimental. Las confesiones de un nihilista son ilustrativas de lo antecedente:
"Había sido, desde luego, capaz de amar; le habría gustado seguir siéndolo, se lo concedo; pero ya no era posible. Fenómeno raro, artificial y tardío, el amor sólo puede nacer en condiciones mentales especiales, que pocas veces se reúnen, y que son de todo punto opuestas a la libertad de costumbres que caracteriza la época moderna (…). El amor como inocencia y como capacidad de ilusión, como aptitud para resumir el conjunto del otro sexo en un solo ser amado, rara vez resiste un año de vagabundeo sexual y nunca dos. En realidad, las sucesivas experiencias sexuales acumuladas en el curso de la adolescencia minan y destruyen con toda rapidez cualquier posibilidad de proyección de orden sentimental y novelesca; poco a poco, y de hecho bastante deprisa, se vuelve uno tan capaz de amar como una fregona vieja. Y desde ese momento uno lleva, claro, una vida de fregona; al envejecer se vuelve uno menos seductor, y por lo tanto amargado. Uno envidia a los jóvenes, y por tanto los odia. Este odio, condenado a ser inconfesable, se envenena y se vuelve cada vez más ardiente; luego se mitiga y se extingue, como se extingue todo. Y sólo quedan la amargura y el asco, la enfermedad y esperar la muerte" (17).
No hay nada de malo en alternar relaciones de ternura y de pasión, de suave cariño y de agitada fuerza, al contrario, es muy saludable y necesario (al menos para quien no sea un puritano), pero incluso para las relaciones sexuales que puedan producirse (es cuestión de grados) sin ese afecto que llamamos amor (o más bien con vistas exclusivamente al placer o al deseo de placer y, por tanto, con un grado disminuido de ese afecto amoroso que se transmite o se siente su ausencia principalmente por el tacto; es necesaria la complicidad libre de los dos intervinientes en condiciones de igualdad o asimetría equilibrada, para que, desinhibidamente, se produzca tanto la conversión amorosa de dos en la fusión en uno, como el deseo de proporcionar placer al otro y solicitar del otro su generación:
"No es que el deseo sea social sino, al contrario, es perturbador. No hay máquina deseante que pueda establecerse sin hacer saltar sectores sociales enteros. Piensen lo que piensen algunos revolucionarios (…) ninguna sociedad puede soportar una posición de deseo verdadero sin que sus estructuras de explotación, avasallamiento y jerarquía no se vean comprometidas. (…). Para una sociedad tiene, pues, una importancia vital, la represión del deseo" (18).
Existiendo una duplicidad de interpretaciones posibles de lo antecedente se puede considerar desde el postmodernismo de derechas al deseo de consumo de mercancías al que anima el capitalismo como la quintaesencia de una máquina deseante, pero Deleuze que se definía antes como comunista que como filósofo, representa un postmodernismo de izquierdas que difícilmente puede admitir semejante tergiversación. Si Foucault se dedicó a liberar el placer, Deleuze hizo el trabajo de liberar el deseo, concibiendo una "posición de deseo verdadero" como esencialmente revolucionaria. Cuando falta la complicidad libre que requiere la posición de deseo-verdadero el amor-sexo es mecánico, desabrido, generalmente insatisfactorio, al menos para aquellos que conocen la existencia de un nivel de satisfacción mucho mayor y pueden comparar.
Esa posición jamás es un absoluto de manera que la cercanía a la misma se produce asintóticamente sin llegar a alcanzar un fondo que no existe. Es perdiéndose en un abismo insondable de manera con-junta como la posición de deseo verdadero alcanza el tiempo-pleno, el Aión. La con-junción es indispensable y los distintos ritmos o desajustes en el grado del deseo siempre son una merma de una relación que, no obstante, puede ser aceptada de tal modo. Se equivoca todo aquél que piensa en las relaciones amorosas desde el punto de vista individual, aunque sea Rilke, pues cada uno somos muchos y cada conjunción de dos es un conglomerado de dos galaxias complejas, a menos que el poeta se consagre al onanismo:
"El sexo es difícil, sí. Pero es difícil cuanto nos ha sido encomendado; casi todo lo serio es difícil, y todo es serio. Sólo con que usted lo reconozca y llegue a lograr, a partir de sí, a partir de su disposición e índole, de su propia experiencia e infancia y fuerza, una relación totalmente propia con el sexo (no influida por la convención y la ética), entonces no tendrá ya que temer perderse y hacerse indigno de su mejor posesión" (19).
Desde luego que la convención en este terreno es una lacra castradora, no tanto la ética, pues tiene que haber cierta ética sexual no escrita acerca del deber de desear y proporcionar placer y afecto. La convencionalidad más perniciosa es el dualismo establecido entre cuerpo y espíritu. Hay sexo en el amor y amor en el sexo siendo la separación de ambos aspectos un error, como cuando se considera la sexualidad (o la corporalidad) como algo propio de los animales, como algo supuestamente bajo y zafio, frente a otro aspecto amoroso que sería lo propio de los seres humanos, elevado y puro. A eso lo llamó Nietzsche odio contra la vida. Como hemos dicho constituye esto un error dualista de origen religioso semejante a la separación de cuerpo y alma o mente y espíritu, lo que lleva a degradar uno para cultivar el otro en lugar de progresar armónicamente en ambos y procurar alcanzarlos a ambos en el otro. Es más, en las sociedades desarrolladas es sobre todo de esos animales domésticos tan denostados de quienes las gentes más solas reciben el único afecto que a menudo les rodea, con lo cual decir que amar no es de animales resulta una estupidez. Ellos sí que saben amar, ellos no lo han olvidado, tienen tacto, como los niños y de ellos hay que aprender, lo que no significa violentar a un animal o a un niño con prácticas de zoofilia o pederastia; ya que por la fuerza y sin voluntad para crear la complicidad libre, jamás se otorga ni se alcanza ningún tesoro afectivo. Como dijera Deleuze en Mil Mesetas con el animal doméstico no hay que crear Edipo, no hay que volverlo un miembro de la familia, sino que hay que devenir animal; reaprender de él todo lo que habíamos olvidado.
Lo que ocurre en el mundo de nuestra cultura es que alejados de la tierra y de la naturaleza, el liberalismo económico ha impuesto unas restricciones grotescas en las que tanto los hombres como las mujeres que no dan el modelo publicitario corporal divulgado en incesantes imágenes sufren una depauperización de las relaciones afectivas:
"Dijo: «Mira, he hecho cálculos; podría pagarme una puta por semana; los sabados por la noche estaría bien. A lo mejor acabo haciéndolo. Pero sé que algunos hombre pueden tener lo mismo gratis, y además con amor. Prefiero intentarlo; de momento, prefiero seguir intentándolo»" (20).
El hipócrita voto de pobreza de los curas pederastas del Vaticano se manifiesta tanto en lo económico como en el celibato. La negación del cuerpo y de la sexualidad que predica la Iglesia es análoga a su insistencia en los votos de pobreza al tiempo que nadan entre tesoros. La mayor perversión sexual es ciertamente el celibato pues no hay nada más contranatura, pero la analogía con la economía aquí se pierde, ya que la acumulación desenfrenada de riqueza económica en nombre del amor al prójimo y de la espiritualización mediante la depauperización formal y no real respecto a los bienes materiales, supone una perversión también contranatura de sentido contrario y efectos recíprocos. El nihilista detecta el problema sin aportar la solución, frente al amor universal hipócrita del sacerdote se convierte en al sacerdocio del odio, ya que es consciente de lo dañada que ha quedado su mente por las manipulaciones que publicistas y sacerdotes de toda laya han operado sobre su cuerpo desde su más tierna infancia. Incapaz de amar, al nihilista sólo le resta el odio hacia quienes le convirtieron en lo que es y el deseo tanático de destrucción de sí mismo y de todos aquellos en los que resta lo que a él le falta. Cuando no la operación schopenhaueriana del fin del mundo como obra de arte, nihilismo para el cual el mayor favor que se le pudiera hacer al mundo es hacerlo desaparecer.
Numerosos hombres y mujeres de Occidente (no cometemos el error de hablar universalmente porque no conocemos ni hemos estudiado apenas otras culturas) las disfunciones sexuales de origen físico o psíquico son tan frecuentes como escondidas. Los hombres que no consiguen la erección viven avergonzados y no se lo cuentan ni a su mejor amigo y las mujeres que nunca han tenido un orgasmo, (algunas nunca lo han tenido pero ni siquiera se dan cuenta porque no saben lo que es y no consiguen juzgar); tampoco se lo suelen contar ni a su mejor amiga. Así, todo ese malestar, ya que el amor-sexo individual y en pareja es una necesidad como el comer y el respirar, se acumula en el fondo del iceberg. A unos no se les para y otras no entran en estado de excitación asunto que tiene tres causas principales interrelacionadas, económicas, fisiológicas y psicológicas (o debido a la torpeza del acompañante), sobre todo en relación a la vida íntima de las mujeres, pues ellas suelen necesitar más que una rápida y certera manipulación para alcanzar la excitación sexual y el deseo del otro. Aunque en este caso también sea erróneo establecer férreos dualismos de dialéctica determinista.
Se da la paradoja de que contra más se habla de sexo en la televisión menos se practica, proliferan los chistes de sexo en la conversación como síntomas de necesidades inconscientes, satisfacciones vicarias de instintos libidinosos u hostiles, catarsis ahora, incluso perseguidas en nuestros días por la histeria de lo políticamente correcto. Ciertamente en la broma y la ironía se escuda muchas veces la hostilidad: el racismo, la misoginia, la misandria o la frustración sexual, pero eliminar el chiste constituye sólo una forma de matar el síntoma sin paliar sus causas, lo que incrementa la represión en lugar de eliminarla, al no darle ni siquiera una salida verbal al complejo que la origina. Pero también la broma es una forma de mostrar lo ridículo de lo serio, motivo de que Umberto Eco fabulase genialmente en El Nombre de la Rosa con un Borges bibliotecario, ciego e iracundo, que quemaba el único ejemplar del segundo libro de la Poética de Aristóteles (supuestamente dedicado a la comedia) para evitar que se riesen las gentes de Dios, del poder, de la autoridad, de los amos, del Rey y de todas las imposiciones y dominaciones. A la tragedia sigue la comedia y al absurdo la risa, motivo de que la Tesis doctoral de Kierkegaard se titulase Sobre el concepto de ironía y de que el maestro del existencialismo tuviese contacto con el humor socrático. El chiste como parte de la comedia que sigue a la tragedia provoca a la vez "desconcierto y esclarecimiento", es un juicio juguetón con desplazamientos y contrasentidos que emplea una técnica análoga a la de la formación de los sueños y rompe barreras sociales impuestas desde el exterior. Veamos dos satisfacciones instintivas expuestas por Freud en sendos chistes, la primera libidinosa y la segunda de hostilidad:
"Un doctor pregunta a un joven paciente si en alguna época ha sido dominado por el vicio de la masturbación. La respuesta es: ¡O na, nie! (Onanie = onanismo: O na, nie = «¡Oh, jamás!») (…..). Por último, se desencadena el ataque contra el Conde de Platen y de cada frase que Heine dirige contra el talento y el carácter de su adversario, surgen inagotables alusiones al conocido tema de la homosexualidad del mismo: «Aunque las musas no le son propicias, tiene en su poder al genio del idioma, o mejor dicho, sabe hacerle fuerza, pues no goza del espontáneo amor de este genio, sino que tiene que correr tras él como tras otros efebos y no sabe sino apoderarse de sus formas exteriores, que, a pesar de su bella redondez, carecen de nobleza en su expresión.» «Le sucede entonces como al avestruz, que se cree oculto enterrando su cabeza en la arena y dejando sólo visible la rabadilla. Nuestro noble pájaro hubiera obrado mejor enterrando su rabadilla en la arena y enseñándonos tan sólo su cabeza»" (21).
Y si bien los chistes de hostilidad o agresión pueden llegar a ser reprobables, se olvida al denostar el chiste desde lo políticamente correcto el importante papel de lo cómico como subversivo del poder represor establecido. La comedia es un movimiento revolucionario, poco estudiado y lamentablemente muy poco cultivada dada su dificultad extrema, que va desde Aristófanes a Dario Fo, pasando por los juglares medievales o Billy Wilder: "La investigación de las condiciones de la risa nos llevará quizá a una más definida representación del proceso por el que el chiste coadyuva a la lucha contra la represión" (22). Así, vemos con Freud que se puede distinguir entre varias modalidades de chistes: desnudadores (desveladores) u obscenos, agresivos y hostiles, tendenciosos, inocentes, cínicos, críticos, blasfemos o revolucionarios, los cuales a veces aparecen combinados u hibridados. Los chistes de mujeres y de hombres, de homosexuales y lesbianas, de sexo o escatológicos, no son simples burradas descartables por las buenas maneras de la buena sociedad burguesa. Sus implicaciones son mucho más hondas, pues toda sociedad es una sociedad de hipócritas sexuales (como no puede ser de otra manera), pero unas lo son más que otras y la nuestra ha llegado a niveles de hipocresía y represión, a un malestar en la cultura, difícilmente soportable. Afortunadamente lo cómico siempre fue un antídoto de rebeldía que destruye la represión y muestra el absurdo del dominio mediante el sentido de lo desatinado (aunque eso pueda molestar a sus valedores):
"Cuando al final del capítulo precedente copiaba yo las frases en que Heine compara al sacerdote católico con el dependiente de una gran casa comercial y al protestante con un tendero al por menor establecido por su cuenta, me sentía un tanto cohibido, como si algo me aconsejara no citar in extenso tal comparación, advirtiéndome que entre mis lectores habría seguramente algunos para los que el máximo respeto debido a la religión se extiende a aquellos que la administran y representan. Estos lectores, indignados ante los atrevimientos de Heine, perderían todo interés en seguir investigando con nosotros" (23).
Buena parte de nuestra sociedad y de nuestras relaciones efectivas y afectivas no son más que fachada, proceso de seducción o condiciones de relación, pero la sociedad capitalista es llamada la sociedad desarrollada porque ha desarrollado con mucha mayor eficacia no sólo algunos medios técnicos sino, a la par, numerosos males sociales. La religión del Dios Mercado a mejorado, no eliminado, el mundo de los tenderos y los dependientes, aunque invirtiéndose la posición del católico y el protestante. No sólo el ethos calvinista y el espíritu del capitalismo moderno, van hoy de la mano, sino que el Dios Mercado ha absorbido y perfeccionado la escatología judeocristiana en su totalidad; sustituyendo las técnicas de represión mediante la privación por técnicas de represión por sobreconsumo ilimitado, por saturación.
Se utiliza el imaginario y se provoca excitación mediante la publicidad exclusivamente con la finalidad de vender mercancías, de ese trato los hombres resultan sobre-excitados y las mujeres hiper-reprimidas, con la consecuencia de que para paliar la frustración realizan compras. Nadie puede en realidad dar la imagen que construyen los medios de cada género mientras que la moda presiona incesantemente en esa dirección. Al comienzo de la descarnada y cínica novela 13,99 euros de Frederic Beigbeder encontramos un ejemplo de tan sorprendente fenómeno:
"Me llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista: esto es, contamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis. Cielo eternamente azul, tías que nunca son feas, una felicidad perfecta, retocada con el PhotoShop. Imágenes relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me las apaño para que os sintáis frustrados. El Glamour es el país al que nunca se consigue llegar. Os drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que nunca lo es durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para lograr que la anterior envejezca. Hacer que se os caiga la baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume".
Se nos hace creer que hacemos todos las mismas cosas y que sin embargo somos libres y las hacemos libremente, se utiliza nuestra capacidad de desear para hacernos comprar, desposeyéndonos de ese modo de la capacidad política y de la afirmación vital al reorientar la esfera de los deseos en la dirección marcada por el marketing. Se oculta una férrea jerarquía social, más clasista que nunca, bajo el imaginario de las posibilidades de consumo ilimitado para todos.
Así es como va bien la economía pero mal la humanidad. El miedo al SIDA o a las enfermedades venéreas, los tabúes culturales, religiosos y mentales, la falta de desinhibición, confianza y relajación, la tensión sobreacumulada, las jornadas extenuantes, la no realización de deporte sin finalidad competitiva ni de cuidados corporales, gastronómicos y de salud en lugar de para mantener quiméricamente un tipo de belleza que sólo pertenece a la maltratada juventud o a la quimera del publicista; todo ello convierte las vidas de pareja en infiernos, la sexualidad en su ausencia y las relaciones entre los géneros en guerra sin cuartel.
A los jóvenes se les informa sin cesar en los colegios de métodos anticonceptivos pero no se les explica como se hace el amor. Lo que lleguen a saber sobre ello lo tienen que aprender fumando marihuana o consumiendo éxtasis. No están preparándose ni formándose para amar sino que las instituciones de enseñanza están consagradas a la producción de trabajadores cualificados en una dirección cada vez más unilateral y restringida. La relación sexual homosexual entre hombres adultos y jóvenes adolescentes de la Grecia clásica no responde a otro fin que a la paideia (educación) y no se desarrollaba de manera heterosexual debido a que en la época no había métodos anticonceptivos tan abundantes como los de hoy que asegurasen al cien por ciento la evitación del embarazo indeseado. Ciertamente el descubrimiento paulatino y conjunto del sexo y el avance en el arte de hacer el amor entre los jóvenes resulta una emocionante y bella etapa de la existencia si se consigue una progresión sin engaños ni frustraciones. Pero para que eso fuese mayoritario sería necesaria otra moral sexual distinta y alternativa a la ahora vigente. A veces una instrucción en ese ámbito de alguien más mayor que no fuese tan mezquino de pretender descubrir todo el planeta sexo al de menor edad de un plumazo, sino que con ternura y comprensión, le llevase de la mano, sin aprovecharse de sus ventajas excepto con vistas al bien de su pareja, sería muy aceptable para esa moral sexual no cristiano-puritana que habría que construir. Hablamos en lo antecedente con exclusión de los niños, pero la edad y el paso de la niñez a la madurez la marca la biología, no la legislación, ni tampoco la psicología, porque en relación a la psicología abundan los adolescentes y los niños con canas.
Los casos de pedofilia hoy también salidos a la luz pública son búsquedas de amor en quienes más pueden prodigarlo a través brutalmente del sexo. Los niños tienen el tacto del amor cariño aun sin destrozar, por eso se les quiere tanto, un tacto que luego al crecer y endurecernos perdemos en cierta medida y que sólo recuperamos cuando amamos de verdad sexualmente a la pareja o sin sexualidad a los hijos. Por eso ciertas personas en las que suele haber desaparecido el tacto del amor cariño, por completo, cometen el error de buscarlo en la población más débil y delicada.
El sometimiento de la mujer por el hombre tiene aquí también un importante factor. El torrentismo proviene de la consideración de la mujer como simple objeto de uso, transformada en mercancía de usar y tirar. Pero es la sociedad de las mercancías la que impone esa tendencia y no ninguna esencia maligna que imperase en el varón desde el origen de los tiempos. Si el imaginario femenino afecta a las mujeres en la dirección del hiper-higienismo, llegando a producir que amas de casa dediquen sus vidas a limpiar y ordenar diariamente toda la vivienda hasta el último rincón, limpiando sobre limpio o arreglándose sin cesar para mantener una belleza prototípica; el imaginario masculino afecta a los hombres en dirección contraria, hacia el abandono de la higiene y del cuidado personal, llegando a la patología del refrán «el hombre y el oso cuanto más feo más hermoso» de acuerdo con el cual el mal olor, el completo desorden y la convivencia con la suciedad y los insectos se considera varonil. Aspectos negativos de los imaginarios lo equilibrado brilla por su ausencia en el mundo del exceso y el estrés. Pero el amor es inalienable y si bien muchas presiones sociales conjuran para extinguirlo en los seres que habitan el mundo contemporáneo, todo ser humano nace con la capacidad de amar bien potente y actualizada, una potencia que sólo un constante bombardeo de endurecimiento y cierre de la sensibilidad puede llegar, con el tiempo y tamaña insistencia, a dañar severamente.
Bien hacemos al defendernos y protegernos de la máquina de guerra del Capital que convierte lo viviente en periférico de un artilugio muerto e inerte, de un vampiro que se alimenta con sangre y nos convierte en muertos vivientes.
4. En la esfera del buen Eros: cuando el amor triunfa sobre el instinto de muerte.
Vencer el horrendo amor sacrificial del cristiano amor al prójimo o la nefasta amistad enfermiza de las frustradas masas psíquicamente damnificadas del capitalismo tardío exigen no poca cautela y notable esfuerzo. Vencer el amor sacrificial implica un cierto egoísmo y no preciamente el del liberalismo económico, sino el saludable amor propio que resulta combinable con el amor pleno al otro. Una entrega puede ser total sólo y precisamente cuando no suponga la anulación de ninguno de los afectados por la relación. De ese modo implica el crecimiento mutuo y el aumento simultáneo y recíproco de la vitalidad y la energía en relación agonística y no vampírica. Sólo se entrega totalmente quien no se entrega del todo y sólo ama quien frena la entrega del otro por respeto y por amor. Las relaciones simétricas son por ello más fáciles aunque las asimétricas bien pueden llegar a ser complementarias y equilibrarse más que las que se basan en lo mismo.
Las asimetrías que contienen un intercambio de juventud por paideia, de hermosura por inteligencia y educación, como en el modelo griego clásico, cuando lo más sabio y lo más bello se acercan y se atraen, pueden provocar tanto la dominación de lo sabio sobre lo bello, como el sojuzgamiento de lo sabio por lo bello. Para la heterosexualidad Aristóteles recomendaba en su Política que las mujeres se casasen a los 18 años y que los hombres lo hiciesen alrededor de los 37 (24). Respecto a lo primero baste recordar la relación de Sócrates con Alcibíades tal como aparece esbozada en El Banquete, en la cual el sabio parece dominar la situación y rechazar la propuesta del bello joven; aunque sea un sospechoso relato transmitido por un celoso Platón. Y respecto a lo segundo recordemos como en La muerte en Venecia de Thomas Mann, tan acertadamente llevada al cine por Visconti, el gran artista, trasunto del sabio, Gustav Mahler, queda sojuzgado por la belleza de la música y del muchacho andrógino; conquistado por la muerte y destruido por las mismas potencias que alimentaron su creatividad.
Tanto en los encuentros como los desencuentros rige la serendipidad, ese cúmulo caótico de azares con apariencia a posteriori de rígido determinismo al que en ocasiones se ha llamdo Fortuna o destino. El andrógino de Aristófanes, esquizoide, dividido, sólo se reconstruye por un tiempo finito por casualidad e intervención de un gran amasijo de causalidades. Como Maquiavelo afirmase respecto a la Fortuna, la virtud puede ayudar a ser afortunado pero cuando el infortunio es grande hasta los más fuertes sucumben (25). Sin embargo se puede ser afortunado en el juego y desafortunado en amores, como dice el refrán y la suerte en la política o en la economía no necesariamente conlleva buena ventura en amores y relaciones personales; quizá al contrario, pues el príncipe afortunado en política suele tener muchos enemigos. La mujer abnegada o el hombre calzonazos siguen por el contrario el precepto kantiano-puritano del deber, al irrompible fidelidad a una relación viciada por el contrato, económico o sexual para, sin atrevimiento, precaverse contra el infortunio racionalizando en exceso el ámbito de los sentimientos. En lugar del precepto del florentino acerca del intento continuo de alcanzar las metas y los objetivos que el deseo manifiesta y la prudencia modera el amor burgués se engolfa en el pacto y el contrato con la institución jurídico eclesial del matrimonio avalando el mantenimiento de la herencia y la primacía de los bienes sobre las personas.
Cuando amamos vemos siempre la divinidad en el otro y no pensamos en nadie ni en nada más. La contención tiene que darse para que la entrega no sea tan absoluta que se pierda el amor propio y los defectos que pudiera tener el amado se transmutan en algo bello y hermoso también. Frenando entonces es que se sopesa que amamos cuando, como en todo ser humano, vemos que hay cielo e infierno en cada cual, pero que las virtudes superan con creces a los vicios cuando se trata de la persona adorada, venerada y admirada. En ese leve cálculo racional se basa también la amistad y el cariño no ya sólo el amor, pero una visión totalmente objetiva de una relación asesina el amor del mismo modo a como el bisturí analítico mata, disecándola, cualquier poesía.
No alcanza la ciencia a lo divino y no atiende a los dictados ni a las verdades de la sensibilidad. Amar es un arte diferente del que nos enseñó ese tal Ovidio (26) que tan acertadamente supo racionalizar las técnicas de conquista, el ligue, porque no se trata de una guerra, sino de la más elevada paz, no se trata de conseguir el dominio sobre el otro sino de lograr su máximo bienestar. La entrega es total pero el respeto por el otro es el que hace inadmisible la desviación del amor sacrificial. Queriendo ambos entregarse por entero al ser amado y fundirse en su ser otro olvidando el propio ser la situación se equilibra, pues ninguno admite la anulación e inmolación del otro, al haber adquirido alegre, voluntaria y personalmente el deber de cuidar el ser del amado. El cuidado del otro no admite su propio descuido y exige de cada cual que persevere en el ser en su singularidad. Un atractor hay en cada cual capaz de absorber toda la energía del otro pero también un punto de materia que condensa toda la energía del cosmos. Ambos polos se equilibran y alcanzan en ocasiones, durante un tiempo indeterminado, esa armonía gravitatoria en la que todo se mueve pero todo parece permanecer en calma y en reposo.
Quizá por esto último dicen que la Luna es mujer y el Sol es hombre que la primera refleja la luz del sol y es receptiva o que el segundo irradia y a veces quema. La relación de las mujeres, el ciclo de su menstruación y las crecidas y bajadas de las mareas con la Luna siempre ha sido sentida como un vínculo misterioso. Pero la metáfora no es adecuada porque supedita la luz de la Luna a la luz del Sol.
Otra metáfora más adecuada sería concebir a todo ser humano como una estrella y no hacer que ningún ser humano sea satélite o planeta de ninguna estrella. Los astros se vinculan entre sí por la ley de la gravitación universal y la entropía que les lleva a atraerse y distanciarse al mismo tiempo, lo que sugiere cierta condición trágica como analogía entre los géneros masculino y femenino. Constituyen dos constelaciones que se atraen al tiempo que se distancian cada vez más. ¿O acaso estamos más cerca y la nostalgia no será sino la proximidad de lo lejano? Hay también una ley de la entropía de los seres humanos y de los sexos según la cual al tiempo que las galaxias se van volviendo más complejas se alejan las unas de las otras; pero por eso mismo la conjunción gravitatoria, si bien más difícil contra mayor complejidad y distancia, transforma la lejanía en la más profunda cercanía, atravesando el espacio y el tiempo con ese tiempo-eterno, tiempo-todo, tiempo-infinito o tiempo pleno, que es como suele traducirse el termino griego Aión.
Se podrían tomar las metáforas estelares de la astronomía como esquemas para hacer un mosaico más variopinto que el de las relaciones entre las estrellas o las galaxias. Habría entonces también nebulosas, galaxias, novas y supernovas, agujeros negros y cometas, pero interesa mostrar dentro de esa variedad siempre posible un fondo común e igualitario, resultante de la consideración de los cuerpos estelares como singularidades todas ellas con luz propia.
Ya decía Shakespeare que cuando un príncipe muere aparece un cometa entre las estrellas. El caballero y la princesa se encuentran como dos sistemas estelares que dan realidad al imaginario. Toda la literatura lírica no canta otro tema que ese encuentro en el que el tiempo-pleno, el Aión, como en la esfera del arte, de la ciencia, de la filosofía o de la creatividad en general, demuestra que la paz es más fuerte que la guerra y que el amor es más grande que el odio. Para ello sólo basta que el mundo infame de la zafiedad y la mezquindad junto al mundo frío y rígido de las heladas estepas de la racionalidad analítica no hayan aniquilado la sed de amar en el ser viviente. Para la Razón analítico-dialéctica el sentimiento en profundidad sólo puede ser captado como ilusión, como hipótesis del sueño de Calipso para con Ulises o de Venus en el Tannhäuser de Wagner, pero el sentimiento amoroso es mucho más real y mucho más percipiente que toda razón. La descalificación del enamoramiento sólo proviene de los que no han amado nunca o temen ese estado de plenitud a causa de la posibilidad de que sea efímero en el tiempo de Cronos.
¿El ser amado y el sentimiento de amor es real o acaso un sueño tan hermoso del que no se quiere despertar? Cuando dos amantes se abrazan entre los bramidos de Poseidón ¿acaso no les parecen sus besos y sus caricias lo más real de todo y no se volve todo lo demás ilusorio? Desde la vida es sueño y el genio maligno hasta Matrix 1 y la indistinción entre lo virtual y lo real llegando hasta el rozarse de los cuerpos se nos presenta una cuestión filosófica de primera magnitud. ¿Será cuestión de decisión en que planos se quiere habitar en caso de que todos sean reales con la misma carga ontológica? No estoy seguro de que todos los planos tengan el mismo valor ontológico pues creo que hay más ser, más vida y existencia también, en esos tiempos-plenos intensos que he mencionado con anterioridad, mucho más ser que en los tiempos otros que no son plenos. Aquí tenemos un tema heideggeriano por excelencia "Ser y Tiempo", "Tiempo y Ser". Se existe más plenamente cuando se ama. Entonces la percepción de la "belleza, el bien y la verdad" se hace más fluida y natural, como si uno de los ángeles de Rilke nos hubiera prestado sus alas.
El tiempo-pleno en que los amantes están juntos ambos tienen más ser que en otros momentos, en los que son sólo unas sombras, platonismo no sólo invertido sino transvalorado. Afirmación de la vida frente al nihilismo. ¿Cuando existimos entonces realmente? Sin duda cuando amamos y cuando entramos en contacto con la verdad, el bien o la belleza. ¿Era esto la vida? Pues que vuelva otra vez, dice el amante sin pestañear, asumiendo la doctrina del Eterno Retorno.
Ya Hölderlin señaló que el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona, pero los sueños de la Razón crean monstruos. ¿Y los del amor? Sea eso sueño o realidad no importa, mientras sea nuestro sueño y nuestra realidad. Nos llaman por ello Soñadores (como en una reciente película de Bertolucci crítica contra ese sesentayochismo del "¡burgueses, vuestros sueños son nuestras pesadillas!"):
"Todo debe encontrarse con el otro,
y para el otro cada uno ha de crecer y madurar;
nadie debiera hallarse al margen de esa globalidad,
porque mezclándose con todos íntimamente,
penetrando con avidez en sus profundidades,
así puede refrescarse el ser
y abrir su pensamiento a novedades infinitas.
El mundo se transmuta en sueño, y soñar es mundo" (27).
Otros piensan o creen que cuando son más es cuando no sueñan, que cuando más son, que cuando más ser tienen, es cuando compran en el Mercado, cuando consumen al otro y lo otro. Esos nos han de dar pena, no conocen el amor, son las víctimas del nihilismo y de su determinación fundamental, el Capital, sus sueños de la razón son nuestros monstruos pesadilla.
El amor es una constante, una de esas estructuras estables que permanece y reaparece a lo largo de la Historia adoptando formas cambiantes y distintas modalidades. Uno de los ámbitos de la verdad cuyas constantes pueden rastrearse entre el movimiento de su esencia y su existencia.
NOTAS:
(1) Friedrich Nietzsche La genealogía de la moral, III, 7; & Más allá del bien y del mal, §153.
(2) Jacques Derrida Espolones: los estilos de Nietzsche. Pre-Textos, Valencia 1981, pág.25 & pág.81.
(3) Cfr. Patricia Pearson When She Was Bad. Violent Women & the Myth of Innocence. Viking Pr. Editions, October 1997.
Cfr. George Dupuy Coupable d’etre un homme. Coll. «Partis pris actuels», sept.2000.
Cfr. Warren Farell The Myth of Male Power. Berkley Publishing Group, january 2001.
(4) Cfr. Lori Baker-Sperry and Liz Grauerholz The Pervasiveness and persistence of the femenine beauty ideal in children’s fairy tales. Purdue University, November 2003.
(5) Emily Bronte Wuthering Heights. Wordsworth Editions Limited 1992, pp.99-100. Emily Bronte Cumbres borrascosas. Editorial Bruguera. Barcelona 1984, p.96. Traducción de Carmen Martín Gaite. (Variamos, muy ligeramente, la excelente traducción citada).
(6) Michel Houellebecq Ampliación del campo de batalla. Barcelona, Anagrama, 1999, págs.48-49.
(7) Cfr. Paul Nathanson & Katherine K. Young Spreading Misandry. The Teaching of Contempt for Men in Popular Culture. McGill-Queen's University Press 2001.
(8) Gonzalo Suárez Don Juan en los infiernos. Edición Caja de Asturias, Oviedo, 1991, pp.47 & 91-92. Guión de la película con el mismo título.
(9) Cfr. Kierkegaard Diario de un seductor. Fontamara, Barcelona, 1980. & Celia Amorós Sören Kierkegaard o la subjetividad del caballero. Editorial Anthropos. Barcelona, 1987. Y por contraste: cfr. José Lasaga Medina Las metamorfosis del seductor (ensayo sobre el mito de Don Juan). Editorial Síntesis, Madrid 2004.
(10) Ya sé que este párrafo parece centrarse en el punto de vista de los hombres (¿acaso hay punto de vista de mujeres y de hombres o habrá un punto de vista racional y objetivo común a ambos?), alguien tendría que desvelarnos si en las mujeres es recíproca, en cada cultura, el asentimiento a la conformación que se hace de la sexualidad y si están o no de acuerdo con como se plantea en los diversos lugares del planeta. Algunos datos antropológicos ponen en cuestión la universalidad en la resolución de las relaciones genéricas en distintas culturas:
«Respecto a la educación sexual hay dos extremos: los kwoma de Nueva Guinea no pueden tocarse los genitales ni para orinar. Sin embargo, los indios hopi masturban a sus hijos. Tampoco nos gusta a todos lo mismo: en muchas regiones de África son las chicas rellenitas las que resultan más atractivas, por lo que antes de casarse van a cabañas de engorde. En Europa y Estados Unidos atraen los pechos grandes, mientras los asiáticos prefieren una cosa más moderada. Los azande (Sudán) valoran los senos firmes y los ganda (Uganda) los prefieren caídos y colgantes. En las islas Cook (Oceanía) los pukapukanos permiten las relaciones extramaritales. Los esquimales, hotentotes (Namibia) y chukey (Siberia) son los precursores del ahora tan en boga swinging (intercambio de parejas). De hecho, en el Ártico su hospitalidad es tan grande que agasajan al huésped ofreciéndole su mujer. Y en un pueblo de Mozambique se admite que las mujeres presten el marido a las amigas con problemas de fecundidad. En las islas Ulithi (Micronesia) se celebra el día de las cien caricias, al que las parejas no pueden ir juntas. En las islas Yap (Micronesia) celebran festivales eróticos con coitos públicos, y en las islas Marquesas (Polinesia) se terminan los ceremoniales con una gran orgía. Hay sociedades donde la virginidad es un valor en alza. Los aranda (Australia) comienzan la boda con la desfloración de la novia ¡por parte de los parientes del novio! Entre los sakalaves (Madagascar) es una vergüenza llegar virgen al matrimonio».
(11) Lévi-Strauss Raza e historia, cap.4.
(12) Sigmund Freud Nuevas Lecciones Introductorias al Psicoanálisis CLXVI (1932). Lección XXXV: El problema de la concepción del universo, nota 633.
(13) Sigmund Freud El Malestar en la Cultura (1930). Alianza editorial. Madrid 1970, p.47.
(14) Freud Ibidem.
(15) Cfr. Freud Ibid. págs. 54-55. Y Cfr. p.86, donde indica que una modificación en la relación con la propiedad sería más eficaz para mejorar el mundo que cualquier precepto ético o religioso.
(16) Michel Houellebecq Ampliación del campo de batalla. Op.cit., págs.112-113.
(17) Michel Houellebecq Ampliación del campo de batalla. Op.cit., págs. 127-128. Véase sobre el deseo de amar y ser amado, pág.103; y sobre la necesidad de amor y los trantornos psíquicos que produce su ausencia, pág.168.
(18) Gilles Deleuze & Félix Guattari El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Editorial Seix-Barral. Barcelona 1972.
(19) Rainer María Rilke Cartas a un joven poeta. Alianza, Madrid 1988, pág.47.
(20) Michel Houellebecq Ampliación del campo de batalla. Op.cit., pág.112.
(21) Dos chistes narrados por Freud en su investigación: El chiste y su relación con el inconsciente (1905). (Ensayo XXV de sus Obras Completas en castellano). II. La técnica del chiste.
(22) Sigmund Freud El chiste y su relación con el inconsciente. IV. El mecanismo de placer y la psicogénesis del chiste.
(23) Sigmund Freud El chiste y su relación con el inconsciente. III. Las intenciones del chiste.
(24) Aristóteles Política 1335a.
"Las relaciones eróticas entre hombres y adolescentes fueron, en un grado que escapa a nuestra comprensión, la condición única y necesaria de toda la educación masculina (…). Toda la fuerza idealizadora de la naturaleza griega se centró en estas relaciones, y sin duda nunca fueron tratados los jóvenes con tanto miramiento, afecto y respeto hacia lo mejor de ellos mismos (virtus) como en los siglos VI y V" (Friedrich Nietzsche Humano demasiado humano I. 5.Síntomas de alta y baja cultura, §259: Una cultura de hombres).
Relacionada con la Paideia de adulto a joven Marvin Harris localiza este tipo de homosexualidad entre los azande de Sudán y los etoro de Nueva Guinea: "Entre los azande, un pueblo del sur del Sudán (…) era una forma de aprendizaje militar (…) entre los etoro de Nueva Guinea se espera que los hombres etoro de más edad transfieran su semen a los muchachos jóvenes. Se consigue esto mediante la práctica de la fellatio (…). El etoro mayor no sólo alimenta a su muchacho consorte (…) sino que le enseña los secretos de la religión y el arte del combate viril (…) pocas sociedades prohíben completamente todo tipo de actividad homosexual" (Marvin Harris La cultura norteamericana contemporánea. «Por qué se soltaron el pelo los homosexuales». Alianza. Madrid 1984, p.119).
Las prácticas sexuales en el África subsahariana han sufrido un desmantelamiento semejante al de las culturas allí existentes a causa del imperialismo occidental, culturas que, una vez sumidas en el hambre, la guerra (con la práctica de violaciones individuales y colectivas como arma), la enfermedad (decenas de millones de infectados de Sida) y la desesperación, han perdido, en muchas ocasiones, toda estructuración social, desquiciándose sus instituciones de la costumbre y todo vínculo de solidaridad comunitaria y de philía. "El daño ocasionado por Europa (y Norteamérica) a África se dio en cuatro fases. La primera fue el periodo de esclavitud, 1450-1850. La segunda fue el periodo de colonización, 1850-1960. La tercera fue en la independencia temprana, 1960-1980. La cuarta fue en el período de ajuste estructural, de 1980 a la actualidad" (Justin Podur Non-reformist reparations for Africa. Z Magazine, febrero de 2002).
Por otra parte, respecto a la mujer y el amor en Grecia, es muy posible que las relaciones matrimoniales fuesen, muy extensamente, meramente procreativas, y que la objetualización primitiva de la mujer fuese una suerte de Eros tiránico, la contrafigura de la espiritualización de las relaciones entre varones; una hipótesis bastante plausible para el mundo griego clásico, pero de la que se encontrarían numerosas excepciones. Así lo corroboraría la experiencia antropológica en pueblos como los dowayo del Camerún, si es que no también la misoginia de nuestras sociedades contemporáneas. Según el antropólogo inglés Nigel Barley que convivió y estudió a una tribu del Camerún: "Para los dowayos el sexo y el afecto son cosas tan distintas que una excluye a la otra" (Nigel Barley El antropólogo inocente. Notas desde una choza de barro. Ed.Anagrama. Barcelona 2ªed. 1990. (1ªed.inglesa 1983). Traducción: MªJosé Rodellar. Prólogo, revisión técnica y notas: Alberto Cardín. Cap.X, pág.168). Nos narra también el antropólogo mentado que, endeudarse, es también en Africa un sistema tradicional de vida, más con algunas diferencias, "mientras que los occidentales gruñen bajo el peso de tener que comprar una casa, los africanos se hipotecan hasta las cejas para comprar una esposa" (Nigel Barley Una plaga de orugas. El "antropólogo inocente" regresa a la aldea africana. (1ªed.inglesa 1986). Ed.Anagrama. Barcelona 1993. Traducción: MªJosé Rodellar, Cap.II, pág.34).
(25) La oposición virtud / Fortuna aparece en numerosos capítulos de Il Principe (I; VI; CIII; XI, XIII, XXIV, XXV, XXVI) y de los Discorsi (I.4; I.10; I.19; I.25; II.1; II.3; II.30; III.9; III.30; III.31).
(26) Cfr. Ovidio El arte de amar.
(27) Fragmento de Novalis (en: Astralis, de los Poemas de Enrique de Ofterdingen).
Simón Royo Hernández
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