Simón Bolívar y su muerte. ¿Murió como consecuencias de sus enfermedades o fue asesinado?
Enviado por Gerardo Arellano
PATRIA, LIBERTAD y VIDA
Simón Bolívar
En carta a Fernando Peñalver
Guanare, 24 de mayo de 1821
El Presidente Chávez responsabilizó a las oligarquías de Colombia y Venezuela de tergiversar la historia. Este sainete es sólo un capítulo más de su ridícula querella con el Presidente Uribe. Aseveró en una de sus larguísimas peroratas el 13 de noviembre de 2007 que "A Bolívar lo asesinaron, lo querían muerto (. . .) Yo no estoy convencido de que haya fallecido de tuberculosis, porque tres meses antes de morir recorrió no sé cuántos kilómetros desde Bogotá". Incluso, el jefe del Estado exhortó a investigadores e historiadores a aclarar el tema, y sentenció: "Si tengo que mover cielo y tierra para decir la verdad, lo haré". Dijo el Presidente Chávez, también, que: "Bolívar supuestamente murió de tuberculosis, pero aquel tuberculoso, a tres meses de su muerte, escribía y llevaba una actividad muy lejos de la que un tuberculoso pudiese llevar". Señaló, además, "Cómo nos engañaron las oligarquías de aquí y de allá, cómo nos engañaron los historiadores falsificando la historia a la justa medida de las oligarquías bogotana y caraqueña, traidoras desde entonces y traidoras hasta hoy y traidoras serán para siempre". Para sustentar la hipótesis del asesinato, el Presidente Chávez leyó extensos fragmentos del "Documentario de la Libertad", una publicación oficial de 1983 que recopila la correspondencia de Bolívar en los meses previos a su muerte. En su discurso, el Presidente Chávez también citó el libro "El parricidio de Santa Marta", de Luis Salazar Martínez (1985). Por último, el 29 de enero de 2008 se publicó en Gaceta Oficial el decreto No. 5834 por el cual se constituye la Comisión Presidencial para "la planificación y activación del proceso de investigación científica e histórica sobre los acontecimientos relacionados con el fallecimiento del Libertador Simón Bolívar, y el traslado a la nación de sus restos mortales".
Al respecto de lo anterior la consulta obligada recae en Mendoza Martínez8 quien manifiesta que cuando las personas creen en los errores como buenas fuentes, ellos no pueden rectificar; si ellos no pueden rectificar ellos no pueden progresar. La ignorancia de la historia permite la manipulación interesada por los demagogos. Y, acota: "Seria absurdo que los megalómanos del presente sedientos de glorias napoleónicas y bolivarianas, imitadores de Hitler y Stalin, admiradores de terroristas como el Chacal y Kadafy, sintiéndose reencarnaciones de personajes históricos como Bolívar; en asociación con criminales como Fidel Castro, Tiro Fijo y Mono Jojoy; repitieran los desatinos generados por el fanatismo de los ignorantes, y al igual que en el caso del bolivarianismo del siglo XIX, llevarán a resultados de destrucción y ruina, ampliados por el poder de la tecnología disponible en el siglo XXI". Dice, también, que "la historia debe examinarse con criterio, con suspicacias, y con comprobaciones; nunca con fe de fundamentalista". Hace algunas recomendaciones para estudiarla, que desestiman absolutamente las especulaciones del Presidente Chávez, las cuales se transcriben:
1. El lector debe atreverse a examinar por si mismo las fuentes diversas que describen los acontecimientos del pasado; debe ser capaz de pensar por si mismo y razonadamente, apartando cualquier solidaridad automática por nacionalismo u otra emoción no racional; los datos base se encuentran en diversos autores; lo importante es no creer que algo es cierto sólo porque está escrito o publicado.
2. Antes de creer un hecho, debe verificarse que su ocurrencia esté registrada por diversas fuentes preferiblemente no favorables a alguno de los participantes, es decir, que sea realmente imparcial [cuidado, muchos imparciales no lo son y unos muy pocos parciales son honestos y por tanto veraces]. Cuidado, muchos autores repiten datos como realmente investigados y comprobados, cuando sólo son tomados de otros autores sin evaluación alguna de su veracidad.
Como ejemplo ilustrativo presenta el siguiente esquema: Alguien [P] escribe que [B] le dijo a [P] que le consta ocurrió el hecho [N]; posteriormente [L], toma erróneamente como demostrado el hecho [N] porque [P] y [B] lo afirman; a falta de otra comprobación válida, sólo la palabra de [B] avala el hecho [N]. Dentro del mismo ejemplo, se puede demostrar que efectivamente el documento que se dice escrito por [P] fue escrito por él; esa autenticidad de autor del documento que contiene lo escrito por [P] de ninguna manera, en sana lógica, demuestra que lo escrito allí [originado por [B]] sea cierto, ya que [B] puede haber mentido y [P] ser solo un transcriptor de mentiras.
3. Si un hecho es cierto, circunstancias posteriores en relación de causalidad deben corresponder. De ocurrir un hecho que contradiga la relación de causalidad, entonces lo tomado como hecho es en realidad un cuento o una mentira o al menos una exageración tendenciosa.
Ante tan falaz denuncia del Presidente Chávez, el historiador Pino Iturrieta (2008)9, Director de la Academia Nacional de la Historia, en la entrevista sostenida con la periodista Milagros Socorro, lo desmiente públicamente al manifestar que: "Nunca hubo magnicidio en San Pedro Alejandrino". Luego expone: "Cuando Chávez quiere escribir la historia para que sea como indica su voluntad, llega a la más escandalosa de las demasías en el trabajo de reconstrucción del pasado según lo entienden los historiadores profesionales: inventa los hechos, saca elementos de la fantasía para que se materialicen en una realidad determinada. Ni siquiera se puede decir que los hala de los cabellos o que toma el rábano por las hojas, porque no hay ni pelos ni rábanos en el horizonte. Mientras un investigador serio se devana los sesos para que reinen la fidelidad y la seguridad en torno a la huella del hombre, esto es, para que no quede duda sobre la existencia de una huella que será sometida a estudio, Chávez se libra de prevenciones y simplemente hace hechos concretos de una fábula y hasta de un capricho personal, para que después sus acólitos se pongan a analizarla. Se da así el insólito caso de una comisión de ministros a quienes toca averiguar el magnicidio que jamás ocurrió en San Pedro Alejandrino, pero que tuvo lugar en una mente calenturienta. Quizá por eso los historiadores del "proceso", aun los más leales, se hayan hecho los locos ante el reto de convertirse en detectives de una fantasmagoría, mientras medio gabinete hace el ridículo", (p. 1-6).
Por otra parte, Blanco (2008)4 dice: "Misterio gracioso. El Presidente, ocupado como está de los asuntos urgentes de Estado, ha designado una Comisión para investigar a fondo las circunstancias que condujeron a la muerte del Libertador. No sólo porque las tesis médicas de la época se prestan a disputa, que si fue una intoxicación de cantáridas, que si fue el hígado y la consiguiente atrabilis mortal, que si la disentería, que si la tuberculosis, sino también porque pudiera –debe enfatizarse el pretérito imperfecto, dubitativo- ser producto de un asesinato; en vez de la medicina curativa, un poderoso veneno habría minado el ya debilitado cuerpo de Bolívar. Aunque deberá tenerse siempre en cuenta en tan docta Comisión, que la diferencia entre la medicina y el veneno suele ser una cuestión aritmética. (. . .) Normalmente es oportuno saber si hubo un crimen antes de investigar un asesinato, porque se corre el riesgo de investigarlo sin su correspondiente muerto. (. . .) Lo que por ahora está claro es que hay un crimen sin asesino y sin asesinado", (p. 1-7).
El Periodista Rojas Jiménez (2008)12 manifiesta lo siguiente: "Varianzas Opinión somete al test de la encuesta la tesis del presidente Hugo Chávez, quien asegura que el Libertador Simón Bolívar lo mató la oligarquía colombiana, en vez de la versión histórica según la cual el Padre de la Patria falleció de tuberculosis, como dejó sentado el médico Alejandro Próspero Rèvérend, el 17 de diciembre de 1830. Incluso, el jefe de Estado, mediante decreto, creó la Comisión Presidencial que investigará las causas de la muerte del Libertador, la cual integran el Vicepresidente de la República, los ministros del Interior y Justicia, Exteriores, Educación Superior, Salud, Ciencia y Tecnología, y Cultura; además de la Fiscalía General de la República y el Presidente del Instituto Cultural, quienes tendrán la tarea de recopilar, sustanciar y sistematizar los datos referidos a este hecho. Pues bien, más de la mitad de los entrevistados (52,9%) respondió falso al asesinato de Bolívar, mientras que 20,5% comparte la idea del Presidente, y cerca de una cuarta parte (23,8%) se otorgó el beneficio de la duda. En la población que se asume chavista se obtuvo un respaldo de 42,3% a la tesis de Chávez, mientras que entre quienes se califican como de oposición o asumen una postura moderada el rechazo a lo dicho por el jefe de Estado: 77,9% y 52,5%, respectivamente" (p. 4).
Clavijo Torrado (2008)5 escribió lo siguiente: "El teniente coronel Hugo Chávez, quien no encuentra a quien más injuriar, anda pregonando sus sospechas de que nuestro máximo compatriota e igualmente prohombre americano Francisco de Paula Santander mandó envenenar a Bolívar". Luego en su artículo más adelante acota: "Pese a lo que diga Chávez, lo cierto es que Santander se encontraba desterrado en Europa desde 1828 y solo regresó a la Nueva Granada en 1832, de manera que recibió la noticia de la muerte del Libertador en marzo de 1831 hallándose en Florencia, Italia, según lo escribió en su diario". Por último, señala: "En una ocasión los facultativos ingleses le suministraron un remedio a base de sustancia venenosa. Extraña entonces que Chávez no haya inculpado al imperio británico de la muerte del Libertador. No es sino que revise el completo estudio del galeno Alfonso Michel Torres "Simón Bolívar, su muerte; los médicos" para que encuentre a los presuntos envenenadores y deje la tirria contra Santander y Uribe Vélez".
En consecuencia, con base en todo lo expuesto anteriormente, se presenta esta investigación sobre la salud del Libertador Simón Bolívar que se refiere a la tesis de la duda irrazonable que el Presidente Chávez sostiene sobre su muerte, que fue envenenado, y se demuestra, desde el punto de vista del autor, tomando como base sus propias cartas, que absoluta y categóricamente todo intento de la oligarquía chavista en especial de su máximo exponente de tratar de tergiversar la historia para demostrar como cierta una falacia de que Bolívar fue envenenado, carece del más mínimo elemento de la verdad ya que no presenta ni una sola evidencia de lo afirmado, y la propia historia lo desmiente y lo desestima, colocándolo en tela de juicio y desprestigio ante Venezuela y ante la Comunidad Internacional. Es bueno acotar que Hitler dijo una vez que "La masa cree más la gran mentira que la pequeña" y su ministro de propaganda Goebbels afirmó que "una mentira repetida mil veces se convierte en verdad".
La metodología seguida en esta indagación fue la de hacer una revisión y análisis muy sucinto de todas las cartas escritas por el Libertador, en cuanto se refiere a su salud, dirigidas a sus amigos y allegados, tomando como referencia los once últimos años de su vida, entre abril de 1820 cuando cae gravemente enfermo en San Cristóbal, por primera vez, y el 12 de diciembre de 1830, cinco días antes de su fallecimiento, fecha de su supuesta última carta; en ese sentido, se transcriben las frases pertinentes escritas por él, se señalan las ciudades donde fueron escritas, las fechas respectivas y a quienes fueron dirigidas. Se realizan comentarios y notas donde son necesarios. Por último, se señalan las referencias bibliográficas de donde fueron tomadas las citas con un número correspondiente a la Bibliografía consultada y la página correspondiente, si viene al caso, además de la revisión de otros documentos históricos que hacen alguna referencia a lo que se estuvo investigando y escritos recientes que desmienten la intentona del Presidente Chávez de tratar de cambiar la historia y tergiversarla para causar confusión en la opinión pública.
Orden Cronológico de los Hechos
Lapso 1820 a 1823
El Dr. Beaujón, citado por Salazar Martínez (1985)13, diagnostica que para 1819 Bolívar "gozaba de salud perfecta y de una actividad física y moral asombrosa. A su llegada a San Cristóbal (el 7 o el 8 de febrero de 1820) estaba bueno y salvo, después del triunfal Congreso de Angostura, planeando la libertad, el Derecho Político, y el arbitraje internacional continentales, exteriorizando la grandeza de sus ideales, preparando la campaña de Carabobo y pensando en la Campaña del Sur. Sin embargo, días después Bolívar cae enfermo, por primera vez, en abril de 1820" y se va a la Villa del Rosario de Cúcuta a temperar y restablecerse y así se lo hace saber al general Francisco de Paula Santander el 7 de mayo de 1820 donde le dice: "Yo estuve muy malo en San Cristóbal y con ese motivo me vine aquí. Todavía no se sabe lo que tuve; pero sé muy bien que he quedado un poco estropeado y con mucha propensión al sueño y al reposo, que para mí es una enfermedad muy grande",1 (p. 432). El autor nombrado considera tal acontecimiento como el primer envenenamiento sufrido, durante su estadía en San Cristóbal del Táchira y dice que: "–el fue supuestamente curado con bebidas arsenicales- y Bolívar no lo denunció como atentado". Pero Salazar Martínez no aporta ninguna evidencia o prueba que confirmen lo allí expresado por lo cual su teoría no puede ser tomada en cuenta como válida y menos probada.
Luego, un año después, el 16 de enero de 1821 encontrándose Bolívar en Bogotá le escribe al coronel Ambrosio Plaza donde le comunica que "El 5 del corriente llegué a esta capital, y como mi marcha ha sido muy rápida y prolongada, tanto yo como mi comitiva ha caído enferma. Yo ya estoy restablecido de mis males, y marcho al Sur a tomar medidas que salven aquel departamento de la anarquía y de la guerra",1 (p. 525).
Encontrándose en Guanare, el 24 de mayo de ese mismo año le dirige comunicación al señor Fernando Peñalver donde le participa, entre otros asuntos, lo siguiente: "Añado que mi salud está ya descalabrada, que comienzo a sentir las flaquezas de una vejez prematura; y que, por consiguiente, nada me puede obligar ya a llevar más largo tiempo un timón, siempre combatido por las olas de una borrasca continuada. (. . .) El quince de junio estamos en Caracas celebrando el aniversario de la guerra a muerte, que es la que nos ha dado PATRIA, LIBERTAD Y VIDA",1 (p. 561). Al día siguiente 25 de mayo le escribe al señor Alejandro Osorio y le comenta que "Además yo estoy enfermo, aburrido y cansado hasta tal extremo: he agotado mi paciencia en once años de servicios y mi primer impaciencia ha vuelto al galope para que se cumpla el adagio: carácter y figura hasta la sepultura",1 (p. 564).
Encontrándose en Valencia el 10 de julio le escribe al general Francisco de Paula Santander y le comunica: "Además, estoy cansado y algo malo; mi vida es demasiado activa, y ya veo con repugnancia los trabajos sedentarios", 1 (p. 573). En la misma fecha le escribe otra vez a Fernando Peñalver y le participa: "Además, yo estoy cansado, algo malo; mi vida es demasiado activa, y ya veo con repugnancia los trabajos sedentarios",1 (p. 574). No existen en sus cartas referencia a su salud durante el resto del año 1821.
Salazar Martínez14 narra lo siguiente: "En enero de 1822 (Cali) sufrió una fiebre terciaria que le fue curada por el doctor Joly, con una bebida arsenical que le cortó la fiebre, pero le dañó los órganos de la digestión. Y ese daño se agudizó con el paso del tiempo y los posteriores envenenamientos. Año en que especialmente se repiten los furúnculos cutáneos", (p. 9). Sin embargo, Salazar Martínez, no presenta prueba alguna de tales envenenamientos. Lo que hace es copiarse textualmente la opinión de Don Tomás Cipriano de Mosquera, pero no lo da como referencia y asegura sin pruebas "y los posteriores envenenamientos". En ese sentido, Torres15 si hace la referencia correcta, sin tergiversar los hechos y menos elucubrar sobre supuestos negados envenenamientos, de la siguiente manera: "Don Tomás Cipriano de Mosquera, en sus Memorias sobre la vida del General Simón Bolívar, menciona que en enero de 1822 se encontraba el Libertador en la ciudad de Cali; fue atacado de una terciana y pidió al Dr. Joly un remedio activo para curarlo, y le dio una bebida arsenical que le cortó inmediatamente la fiebre; pero desde entonces comenzó a sufrir el Libertador en los órganos de la digestión, y después de la batalla de Bomboná tuvo un ataque de disentería y desde entonces su salud ya no fue completa". La única referencia que hace Bolívar de esta enfermedad se encuentra en la carta que le envió al general Francisco de Paula Santander del 9 de febrero de 1822, desde Popayán, cuando le manifiesta lo siguiente: "El clima se porta admirablemente. En el Cauca nos hemos enfermado todos, todos, todos y aquí caen 64 hombres por día de una columna de 1.000 hombres. Más me consuelan con decirme que éste es el mejor clima del Sur, y que desde aquí hasta Juanambú será peor y peor. . . .En estos días pasados han entrado al hospital 100 y pico de hombres, porque hace tres días que empezó a llover",1 (p. 628). En la Post Data le manifiesta: "Yo calculo que sacaré de aquí 3.000 hombres; y calculo que no me vayan al hospital más que 50 hombres diarios de los 3.000, lo que es el mínimo posible. Calculo que en sesenta días que debemos gastar de aquí a Quito mandamos no más de 3.000 hombres al hospital. ¿Con qué combatimos?… Aun no he comido y ya tenemos 89 hombres en el hospital de hoy solamente", 1 (p. 629).
Es bueno señalar que Bolívar y su tropa llegaron a Cali el 1º de enero de 1822 y estuvieron allí presuntamente hasta el 8 del mismo mes fecha de la última proclama pero luego reaparece en Popayán el 29 de enero lo cual quiere decir que estuvieron enfermos en Cali entre el 9 y el 25 de enero pues de Cali a Popayán son unos 135 km que en aquellos días lo pudieran haber recorrido en unas 3 a 5 jornadas. En Popayán tuvieron que permanecer hasta el 8 de marzo hasta el completo restablecimiento de la tropa. Por otra parte, es lamentable que Salazar Martínez14 emita unos juicios de valor que no son ciertos y por lo tanto refutables y subestimados desde todo punto de vista: si Bolívar fue curado por el Dr. Yoly, médico perteneciente a la Legión Británica, con una bebida arsenical que le cortó la fiebre, igual bebida le fue dada por el doctor a todos los enfermos que padecieron la misma epidemia pues, según Bolívar, "todos, todos, todos" se enfermaron y en Popayán cayeron los restantes a razón de 64 hombres por día lo cual quiere decir que de ser cierta la afirmación de Salazar Martínez entonces los 1.000 hombres de la columna y los 2.000 restantes reclutados, por analogía, comenzaron a sufrir de los órganos de la digestión, cosa que no tiene ni pies ni cabeza desde el punto de vista médico.
El 8 de marzo de 1822 le escribe al general Francisco de Paula Santander, desde Popayán, y le cuenta que: "Ahora mismo voy a partir para Pasto a pesar de todas las dificultades que se ofrecen, tanto las noticias de la derrota de Sucre, como por las deserciones, enfermedades y miserias de este ejército; no hay día que de la sola división de vanguardia no deserten 8 ó 10 hombres; y, por supuesto, las enfermedades son tantas, que el general Valdés, que tenía muchas ganas de esperarme en Patía, se ha marchado para que no se le enferme la tropa",1 (p. 634).
Encontrándose Bolívar ya en Quito le escribe, el 21 de junio de 1822, a los generales Marqués del Toro y Fernando Toro lo siguiente: "Yo me debo a mi mismo la separación de los negocios públicos, porque habiendo encanecido en el servicio de la patria, debo dedicar el último tercio de mi vida a mi gloria y a mi reposo. No me creo capaz, ni quiero creerme con los medios suficientes de llevar adelante administración alguna Yo no se si el reposo que tanto anhelo me sea tan necesario; pero puedo asegurar que mis sentidos me piden descanso, y que cierto intervalo puede volverme la actividad que empieza a faltarme",1 (p. 644). Cuando se encontraba en Cuenca, el 29 de septiembre, le escribe al general Francisco de Paula Santander y le comunica:"Estos días he estado malo con nacidos o diviesos, los cuales, sin haberse acabado aún, me han atraído para sucederles un constipado y mucha jaqueca; el hecho es que estoy en la cama días ha y que todavía no sé cuando podré irme a Loja",1 (pp. 690-691).
Un mes después, el 27 de octubre de 1822, desde Cuenca, le vuelve a escribir al general Francisco de Paula Santander y le da instrucciones al respecto: "Mándeme Vd., componer la quinta que es donde voy a vivir por enfermo, como Vd., mismo me ha indicado, con mucha razón, y que es lo más que me ha seducido para ir allá, sin dejar de prestar todos mis servicios al poder ejecutivo. También me hará Vd., el favor de mandarme comprar platos y vasos y lo muy preciso para comer en la quinta con pocos amigos, porque voy a vivir muy sobriamente en calidad de enfermo; pero que todo sea de lo mejor que se pueda conseguir. (. . .) Llegaré muy estropeado, porque es muy lejos, y porque ya estoy bastante estropeado con los cuidados que no me dejan dormir y con las penas físicas, después de estar ya viejo y muy falto de robustez. Créame Vd.: pocas veces he tenido tantas inquietudes como ahora; constantemente estoy sin dormir, procurando adivinar a dónde irá a estrellarse la nave de Colombia, cuyo timón yo manejo a presencia de la posteridad",1 (pp. 695-696). Desde Quito, el 6 de diciembre, le vuelve a escribir al general Santander y le dice: "Mi querido general: Estos días estaba bastante fatigado, si es que yo puedo fatigarme en perseguir a los godos y en tomar medidas activas para asegurar la tranquilidad de este departamento, muy alterada con la insurrección de Pasto y la alarma de los patriotas que han temido mucho a los godos domésticos. (. . .) Ciertamente deseo mucho ver a Vd., y al congreso para decirle mis cosas y darle mi testamento político para verlo cumplir antes de mi muerte y para morirme sin sentimiento ninguno dejando realizadas mis mandas de anarquías, divisiones, guerras y degollaciones; se entiende si el congreso lo quiere, porque en él depende el que yo sea o no profeta", 1 (pp. 704-705).
El 14 de enero de 1823, le escribe al general Francisco de Paula Santander desde Pasto y le comunica: "Entonces yo me confieso rendido y voy a descansar mis huesos a donde pueda, y llevándome la satisfacción de no haber abandonado la república, pues que dejo a Vd., que es otro yo, y quizás mejor que yo. . . .Mándeme Vd., la orden para recibir mi haber, como pueda, para tener con que retirarme del servicio; yo estoy pobre, viejo, cansado y no sé vivir de limosna; con que ruego a Vd., y al congreso que me haga esta caridad", 1 (p. 715).
El 13 de junio de 1823, desde Babahoyo, le escribe al señor José de la Riva Agüero, Presidente del Perú donde le dice: "Me hallo en este pueblo, que está a poca distancia de Guayaquil, sólo para descansar algunos días con la vista al campo y preparando mi ánimo para los desagrados que me esperan en la nueva campaña del Perú", 1 (p. 765). El 14 de junio le escribe al general Santander y le manifiesta: "He venido a este pueblo con el motivo de ver un poco el campo que es bien hermoso, y por descansar algo de la etiqueta de la ciudad mientras me preparo para esta infernal empresa del Perú",1 (p. 766). De acuerdo con la cronología de las cartas Bolívar se encontraba descansando en Babahoyo, aparentemente enfermo, desde el 31 de mayo de 1823 y regresa a Guayaquil ya restablecido, el 14 de junio de 1823. Este supuesto se basa en que entre el 31 de mayo y el 12 de junio no escribió carta alguna. No se encuentra referencia adicional entre los historiadores sobre la enfermedad que lo obligó a guardar cama y temperar unos 15 días en Babahoyo.
Encontrándose Bolívar en Trujillo, Perú, parte para Lima el 26 de diciembre de 1823 con el objeto de disponer la defensa del Callao, pero a mitad de su camino en el pequeño poblado de Pativilca (a 183 km al norte de Lima) cae gravemente enfermo a donde llegó presumiblemente el 28 de diciembre de 1823. Salazar Martínez14 narra que "A Plativilca, llega casi sin conocimiento y con una fiebre muy alta con peligro de muerte, que ya Bolívar enfrentaba a la oligarquía con las leyes como instrumento y el poder de su alta investidura. Para entonces los vómitos, se presentaron agresivos cayendo gravemente enfermo; se ve acabado, viejo y le dan unos agudos ataques de demencia perdiendo enteramente la razón sin dolor ni otros síntomas de enfermedad. Esta nueva recaída lo deja tan extremadamente acabado que todos se impresionan del estado en que quedó: irritable internamente, reumatismo, calentura, mal de orina, vómito, dolor cólico (Tabardillo sostienen algunos estudiosos) que casi lo mata. Pero moralmente incólume: ¡¡¡TRIUNFAR!!!". Salazar Martínez considera este acontecimiento como el segundo envenenamiento del Libertador pero hace apenas puras conjeturas sin llegar a presentar evidencias o pruebas de lo que afirma por lo cual su argumentación carece de todo valor.
Ya recuperado un poco le escribe el día 7 de enero de 1824 al general Francisco de Paula Santander, y entre otras cosas le dice lo siguiente: "Por todo esto yo me iré a Bogotá luego que pueda restablecerme de mis males, que, en esta ocasión, han sido muy graves, pues de resultas de una larga y prolongada marcha que he hecho en la sierra del Perú, he llegado hasta aquí y he caído gravemente enfermo. Lo peor es que el mal se ha entablado y los síntomas no indican su fin. Es una complicación de irritación interna y de reumatismo, de calentura y de un poco de mal de orina, de vómitos y dolor cólico. Todo esto hace un conjunto que me ha tenido desesperado y me aflige todavía mucho. Ya no puedo hacer un esfuerzo sin padecer infinito. Vd., no me conocería porque estoy muy acabado y muy viejo, y en medio de una tormenta como ésta, represento la senectud. Además, me suelen dar, de cuando en cuando, unos ataques de demencia aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón, sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor. Este país con sus soroches en los páramos me renueva dichos ataques cuando los paso al atravesar las sierras. Las costas son muy enfermizas y molestas porque es lo mismo que vivir en la Arabia Pétrea. Si me voy a convalecer a Lima, los negocios y las tramoyas me volverán a enfermar; así, pienso dar tiempo al tiempo, hasta mi completo restablecimiento, y hasta ver si puedo dejar al general Sucre con el ejército de Colombia capaz de hacer frente a los godos, para que éstos no se alienten con mi ida y el mismo Sucre y nuestras tropas no se desesperen, pero después, sin falta alguna, me voy a Bogotá a tomar mi pasaporte para irme fuera del país",1 (pp. 864-865). Esta es la primera vez que hace referencia de irse a Bogotá para obtener el pasaporte y marcharse fuera del país y dejar en el mando al general Sucre, lo cual indica que las enfermedades sufridas dejaron secuelas en su organismo y se le hicieron crónicas, además que se desmiente la tesis de algunos autores como Salazar Martínez de que fue el segundo envenenamiento de Bolívar.
Lapso 1824 a 1827
El día 9 de enero de 1824, desde Pativilca, le escribe al Presidente del Congreso y le comunica, entre otras cosas, lo siguiente: "Yo no puedo continuar más en la carrera pública: mi salud ya no me lo permite. Yo, pues, renuncio, por última vez, la presidencia de Colombia: jamás la he ejercido; así no puedo hacer la menor falta. Si la patria necesitare de un soldado, siempre me tendrá pronto para defender su causa. . . Renuncio desde luego la pensión de treinta mil pesos anuales que la munificencia del congreso ha tenido la bondad de señalarme: yo no la necesito para vivir, en tanto que el tesoro público está agotado",1 (p. 866). En la misma fecha, se dirige a don José Bernardo de Torre Tagle y le comunica que: "Yo continúo todavía algo malo. Esperaba mejorarme rápidamente, y no es así",1 (p. 868). Una tercera carta de ese día se la dirige al coronel Tomás De Heres, donde le comunica, entre otros asuntos, que: "Toda esta tramoya parece que perjudica, pero no hay tal: a los enemigos no se les engaña sino lisonjeándolos. . . La cosa de Quito no me ha dado cuidado ninguno, y yo continúo mejorándome aunque lentamente", 1 (p. 871). Nota. El subrayado es nuestro.
El día 11 de enero de 1824, desde Pativilca, le escribe nuevamente al señor José Bernardo Tagle y le comunica, entre otros, que: "Al fin estoy mejor de mi indisposición que parece terminada, y sólo ha dejado un poco de debilidad. No puedo aún decir qué día marcharé para esa capital; pero será luego que esté fuerte", 1 (p. 872). El día 14 de enero le escribe al Presidente de la República del Perú y le comenta, entre otras cosas, lo siguiente: "Yo me hallo enfermo; esto unido a los accidentes políticos y militares, me tiene muy disgustado; por lo que nada se puede esperar de mí, y nada soy capaz de ofrecer. Hablando con un caballero como Vd., he creído de mi deber hacer esta franca declaración", 1 (p. 873). El día 16 de enero de 1824 le escribe al general Antonio José de Sucre, y le comunica, entre otras cosas, lo siguiente: "Yo llegué aquí malo, pero ya estoy mejor, aunque débil; estaré aquí quince días para convalecer y apurar al gobierno de Lima sobre recursos. . . (. . .) . . .Me hallo cansado, estoy viejo y ya no tengo que esperar nada de la suerte, por el contrario, estoy como un rico avaro, que tengo mucho miedo de que me roben mi dinero: todos son temores e inquietudes; me parece que, de un momento a otro, pierdo mi reputación, que es la recompensa y la fortuna que he sacado de tan inmenso sacrificio", 1 (pp. 876-877). Nota. El subrayado es nuestro.
El día 23 de enero de 1824 le vuelve a escribir al General Francisco de Paula Santander donde le comunica, entre otros asuntos, lo siguiente: "Mi gloria consiste en no mandar más y no saber nada más que de mi mismo; siempre he tenido esta resolución, pero, de día en día, se me aumenta en progresión geométrica. Mis años, mis males y el desengaño de todas las ilusiones juveniles no me permiten concebir ni ejecutar otras resoluciones. El fastidio que tengo es tan mortal, que no quiero ver a nadie, no quiero comer con nadie, la presencia de un hombre me mortifica; vivo en medio de unos árboles de este miserable lugar de las costas de Perú; en fin, me he vuelto un misántropo de la noche a la mañana. (. . .) No, amigo, no puede ser: ya que la muerte no me quiere tomar bajo sus alas protectoras, yo debo . . . apresurarme a ir a esconder mi cabeza entre las tinieblas del olvido y del silencio, antes que del granizo de rayos que el cielo está vibrando sobre la tierra, me toque a mí uno de tantos y me convierta en polvo, en ceniza, en nada", 1 (pp. 884-885). El 26 de enero en una larga carta al general Antonio José de Sucre le manifiesta: "A pesar de la languidez en que me ha dejado la enfermedad, Vd., me anima a irme a dar una batalla, que realmente no se puede perder de modo alguno con fuerzas iguales y aun algo superiores", 1 (p. 896).
A este respecto, Ledermann7 acota que: "A la edad de 40 años, Bolívar sufrió una enfermedad de orden entérico o puramente febril. Según su biógrafo Joaquín Mosquera, Bolívar habría sido afectado por el tabardillo, voz con que se describía por entonces el tifus exantemático, que parece haber sido endémico en la región, aunque también los soldados llamaban así a la insolación. El médico Florence O'Leary, oficial de la legión Británica, sostenía el vago diagnóstico de "fiebre cerebral", tan caro a los escritores europeos de la época, principalmente a los rusos, como Chéjov, quien, aun siendo médico, no trepidaba en sumir a sus heroínas en este misterioso mal tan pronto sufrían una contrariedad sentimental. También se ha planteado con posterioridad que pudiera haber sido una disentería amebiana, pues hay antecedentes de posibles brotes de esta parasitosis en 1824 y 1829. El caso es que este tabardillo, fiebre cerebral, o lo que fuera, dejó al Libertador en los huesos, pues estuvo ocho días con fiebre violenta, delirando y tosiendo, presa de vómitos y cólicos angustiosos, sudando frío, para terminar con "las piernas descarnadas, la voz hueca y débil y el semblante cadavérico". Ahí fue cuando, interrogado por Mosquera sobre qué pensaba hacer, acosado como estaba por la enfermedad y por sus enemigos políticos, soltó la brevísima frase para el bronce: Triunfar".
Por su parte, Torres14 opina que: "A principios de ese año -1824– adquirió en Pativilca, a tres jornadas de Lima, una severa enfermedad, que para algunos fue un Paludismo, para el Dr. O´Leary una fiebre cerebral, para otros una colitis febril posiblemente amebiana y para Don Joaquín Mosquera había adquirido el Tabardillo, hoy conocido como Tifus Exantemático que en su forma endémica es frecuente en los Andes. Mosquera relata que encontró al General Bolívar, sin riesgo de muerte del Tabardillo, pero tan flaco y extenuado que me causó su aspecto una acerba pena. Estaba recostado en una pobre silla de vaqueta, recostado contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo blanco y sus pantalones que me dejaban ver sus rodillas puntiagudas, sus piernas descarnadas, su voz hueca y débil y semblante cadavérico".
No es sino hasta el 28 de febrero de 1824, ya recuperado casi satisfactoriamente, cuando regresa a Trujillo, Perú y no va a Lima como lo tenía planeado desde el inicio de su gira, luego de haber permanecido dos meses y medio en cama y convaleciendo en Pativilca. A partir de esta última carta (26/01/1824) dirigida al general Sucre no vuelve a tocar el tema de su salud, lo cual no significa que no continuara con sus quebrantos tal como se confirma más adelante y no es sino hasta el 5 de febrero de 1827 que lo vuelve a mencionar en sus cartas y se confirma la hipótesis de que su salud no había sido la mejor durante esos últimos tres años. Nota. El subrayado es nuestro.
El día 5 de febrero de 1827, en comunicación dirigida desde Caracas al Presidente de la Cámara del Senado, le informa, entre otros asuntos, lo siguiente: "El Congreso y el pueblo deben ver esta renuncia como irrevocable el Congreso y el pueblo colombiano son justos; no querrán inmolarme a la ignominia de la deserción. Pocos días me restan ya; más de dos tercios de mi vida han pasado: que se me permita, pues, esperar una muerte oscura en el silencio del hogar paterno. Mi espada y mi corazón, siempre serán de Colombia; y mis últimos suspiros pedirán al cielo su felicidad", 2 (p. 548). Un mes después, el día 6 de marzo de 1827, en comunicación dirigida desde Caracas al señor José Manuel Restrepo, le comunica que: "Por lo demás, estoy resuelto a no continuar en el mando, para lo cual he dirigido mi renuncia al senado. Estoy muy cansado, mi querido amigo, y ya no puedo soportar el peso del servicio público. Vd. sabe que este sentimiento ha sido innato en mi corazón", 2 (p. 549). Desde esta fecha hasta mayo de 1829 no existe, en sus cartas, referencia alguna sobre su estado de salud pero si se obtiene información a partir de otras fuentes. Nota. El subrayado es nuestro.
Lapso 1828 a 1830
Narra Posada10 que en el año de 1828 vivía Bolívar, como es sabido, en el Palacio de San Carlos (hoy sede de la Cancillería colombiana), en Bogotá, pero después del atentado sufrido el 25 de Septiembre se retiró a la Quinta de Bolívar, que le había sido donada por el Gobierno de la Nueva Granada el 16 de Junio de 1820, por consejo que le dio Castillo y Rada, esa misma noche. Manifiesta Posada que el viajero francés, M. Le Moyne, describe así una visita que le hizo en dicha quinta, tres meses después (25/12/1828) del atentado: "Al hablar de Bolívar, mis recuerdos me llevan al día en que lo vi por primera vez, en una de esas situaciones deplorables que despojan a los hombres grandes de la aureola en que los envuelve siempre la imaginación. Apenas hacía tres meses que había visto su vida en peligro por la conjuración, pocas semanas antes de la entrevista conmigo, y ya se hallaba retirado en una Quinta de las cercanías de Bogotá, con el objeto de recuperar un poco su salud ya muy delicada. El Cónsul general de Francia me propuso que fuéramos a visitar al Libertador, y acepté gustoso. Llegamos a la Quinta y nos recibió Dª. Manuela Sáenz, la misma mujer que el 25 de Septiembre valerosamente defendió a Bolívar; nos dijo que aun cuando el héroe estaba muy enfermo y además se había purgado esa mañana, le informaría de nuestra vista para ver si le era posible recibirnos. Pocos momento después apareció un hombre de cara muy larga y amarilla, de apariencia mezquina, con un gorro de algodón, envuelto en su bata, de pantuflas y con las piernas nadando en un ancho pantalón de franela; en una palabra, era ni mas ni menos la misma figura del bonachón Argan, tal cual nos lo presenta Moliere en su Enfermo imaginario; parecía que iba mas bien a su alcoba a vestirse que a recibir nuestra visita. ¡Y sin embargo, era a Bolívar, el héroe Libertador de Sur América, a quien teníamos al frente! Por la distinción personal que profesaba a M. Bouchet Martigni -nuestro Cónsul- no había querido dejarlo partir sin recibirlo. Apenas le fui presentado, tomamos asiento, y Bolívar comenzó la conversación en francés. A las primeras palabras que le dirigimos respecto de su salud, ¡ay! nos respondió, señalándonos sus brazos enflaquecidos, no son las leyes de la naturaleza las que me han puesto en este estado, sino las penas que me roen el corazón. Mis conciudadanos que no pudieron matarme a puñaladas, tratan ahora de asesinarme moralmente con sus ingratitudes y calumnias. En épocas pasadas me incensaron como a un Dios, hoy sólo tratan de mancharme con su baba. Cuando yo deje de existir, esos demagogos se devorarán entre sí, como lo hacen los lobos, y el edificio que construí con esfuerzos sobrehumanos se desmoronará entre el fango de las revoluciones". Nota. El subrayado es nuestro.
Continúa Posada con la narración de Le Moyne que dijo: "Después de haber descargado su bilis contra sus enemigos, por medio de ese discurso que abrevio, y durante el cual su fisonomía se animó y los ojos tomaron brillo febril, cambió de conversación, serenándose poco a poco; pidiónos informes sobre el estado actual de Francia, país que amaba, según dijo, como a ninguno, y en donde estuvo de joven, durante los esplendores del primer Imperio; describiónos la vida alegre que había pasado en París, sin imaginar ni vislumbrar siquiera los altos destinos y las desdichas que le reservaba el porvenir. En resumen, su palabra abundante, su verbo lleno de imágenes, su conversación enriquecida con numerosos rasgos de ingenio, nos revelaban un alma prodigiosamente dotada, a cuyo influjo olvidamos pronto el grotesco continente con que se nos presentó. Al retirarnos, teníamos mucho más deseo de compartir sus infortunios que de burlarnos de él".
Lederman7 cuenta que "el 25 de septiembre de 1828, lo salvó la decisión y el coraje de su amante Manuelita Sáenz, quien lo sacó por la ventana y lo escondió bajo el puente del Carmen, en el río San Agustín. Allí, en esa noche terrible, tiritando a orilla de las aguas, parece que adquirió una neumonía o se agravó su tisis. Nuevamente aparece don Joaquín Mosquera, quien lo obliga a guardar cama, pues estaba "con semblante pálido y melancólico, afectado de una tos seca pulmonar". Pero, más que la noche fría, lo afectó anímicamente que fueran capaces sus adversarios de llevar su odio al punto de atentar contra su vida: si aceptamos la decisiva influencia de la mente sobre los males orgánicos, podría decirse que en ese instante comenzó el fin del gran héroe".
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