Al atenderme en mi llamada desde el Bar; lo primero que recibo es una negación a mi solicitud. Es la recepcionista, que utiliza la excusa de la hora impropia, cuando yo busco hablar con el Servicio Clínico.
–Entiendo; deben estar cerrados los consultorios. Pero en el Servicio habrá alguien que me pueda atender–.
–¿Usted cuando se atendió–.
–No; no es para atenderme. Necesitamos contactar con el Doctor Al Godhir. Tenemos que destrabar un Programa; es para hacernos convivir y también conectarnos desde nuestro interior. Si usted quisiera–….
–Yo lo puedo conectar con un psicólogo en la guardia-.
–No se oye nada; repita–.
–Lo voy a conectar con el interno del Licenciado Comarsis. Antes dígame… ¡Por favor señor!… Dígame que diagnóstico le hizo el doctor Godhir–.
–Sí señora. Entendí que él dijo que tengo una asistematósis psicógena gastrálgica–.
–……–.
–¿Qué dice, señora?. No se le entiende nada. Aparece una música en la línea–.
–Va a tener que volver a llamar. Todos están ocupados. Están haciendo un lavaje de estómago. Disculpe; vuelva a llamar en media hora–.
–No se oye nada. Yo ando mejor; ¿sabe?; con la batería del Programa; que estoy ahora con el Director. Por eso hablamos con Godhir, de intervenir el Servicio primero; y también al Hospital. ¿Usted me está hablando en castellano, señora?–.
–Efectivamente; no se oye nada–, me lo dice en un tono durísimo y enseguida cuelga.
Rápidamente me pongo a hacer cálculos sobre lo que vendrá. Me imagino que mi relación con el Hospital terminó. Creo que me están mirando los demás clientes del Bar; así que finjo seguir hablando por teléfono, en un balbuceo oculto, con la cabeza entre los hombros, el cuello caído, mirando al suelo.
Parece que sí, que nada me ha pasado. Sigo con mis cálculos y cuelgo el teléfono, creyendo que por diferencia de simetría inversa con mi seguridad, algo debe de estar agitándose en el Hospital. Además en el Bar, los demás clientes continúan en lo suyo; parece que nadie se hubiera dado cuenta del percance telefónico. Pero además tengo suerte; estoy con la Socia, para disponernos a salir. Esta chica tiene un marido: que no se molesta, que no interfiere jamás en nuestras conversaciones, que hasta algunas veces, podría sumarse a nuestras pláticas sobre arte. Creo que voy a seguir viviendo mucho tiempo. También podría llegar a salir beneficiado del percance telefónico. Y mejor cuando me llego a la Socia; y ella acepta mi propuesta, para acercarnos al Centro Cultural, para ver qué está pasando.
Ya estamos caminando, a nada más que dos calles del Centro Cultural. La noche en la Zona de Los Altos pinta muy benigna. Evito calladamente continuar con el tema estético. Sólo seguiríamos caminando; y yo al menos con la boca vertida hacia adentro. Y en la calle nocturna se me produce un despertar sensible. Porque la calle tiene Tilos; no muy grandes, pero siempre frescos y secretos, que estarán llenando el aire con el aroma balsámico de sus flores. Aroma que se nos presenta, a mi Socia y a mí, por las narices, como es costumbre en los dulces tilos, lo que a mí al menos me devuelve la cabeza, me despeja la frente con santa sana y grata, tan tilolorosa la noche.
Volvamos al tema de mi Socia; les diré que anda, de acuerdo a su costumbre, como mezclada con la atmósfera. Ella liviana; que acostumbra usar muselinas amplias, pero cómodas prendas holgadas de telas leves; flexible cuando camina; el largo cabello ondeado que tiene, también contribuye a su aspecto de bordes lábiles, fluyentes.
Son tan pocas cuadras como para que nos suceda algo más… Aunque no resultará duradera la calma; porque ella se va a señalar el mentón, afirmando que algo le pasa; le arde.
–¿Quién sabe si es una picadura?; acá me duele–.
–Algo que quizá te vaya a brotar o una urticaria alérgica–.
–No; yo creo que fué un insecto–.
–Entonces se te puede infectar; ¿y cuánto tiempo llevás con ese ardor?–.
–Creo que desde siempre; mejor te digo que no quisiera acordarme–.
–Ah; bueno. Vamos a ponerte una loción, que va a secarte el brote y dá un lindo olor. Ahí está la Farmacia abierta; te compro una botella–.
Nos metemos en la botica, poco antes de llegar a una esquina. Compro el medicamento; y lo va a guardar en su bolso. Yo le pido que antes, me deje abrir el envase, que quiero olerlo, un aroma refrescante. Y al estar de vuelta en la vereda nocturna y con los Tilos, cuando la Socia me alcanze la loción alcanfórea; termina de destaparse para los aires, todo mi sector naso-faríngeo correspondiente, que se contenta, se pone rebosante de inspiraciones y espiraciones plenas; ahh.
Luego ella va a meter el envase en su bolso. Y entonces me doy cuenta, porque la tengo que ayudar –el frasco mucho más grande que lo usual-, que en el bolso ella tiene bastantes migajas o miguitas; como si antes hubiese llevado un pan ó bocaditos de maíz con queso. Cabe apretado el producto anómalamente grande adentro de la bolsa.
–Lo que tenías de antes ahí; sólo son migajas–, le observo.
Ella me responde, que a la bolsa completa la había tenido que cargar mucho tiempo y nada ventajoso antes, aún cuando estaba llena igual, porque se le desarmaba todo adentro. "Y una va con sus cosas como resultado: pero si las cosas se deshacen… Figurate Ismael, que te vas deshaciendo; y es horrible que se te deshagan las cosas". Hasta con estas pocas palabras comprenderé; que a la socia le encantan los resultados compactos, duraderos; lo mejor para ella algo implosivo; y la loción astringente tiende a solidificarse, es buen producto.
Llega a término nuestro paseo, estamos llegando al Centro Cultural. Y los dos vamos a ver que pasa buenamente. Ella compactada de acuerdo a su gusto, con la loción que se le ha hecho sólida costra en el mentón: yo que me siento bastante bien hablando con la Socia, también llego contento. Pero están parpadeando las luces; parecería que se iría a cortar el fluído. Entonces los dos nos quedamos dudando sin entrar al hall, donde los ascensores y las carteleras informativas, donde generalmente el abanico tranquilo de ir y venir entre consultas; pero que a esta llegada nuestra se muestra sin gente el hall, las luces amarillentas de todo el edificio que parpadean. Personas en grupos esperan a ver que sucede, observando los hechos como nosotros, sin entrar.
Encendidas, encendidas, se quedan encendidas, se estabilizará la situación; un alivio y distensión en todos los circundantes. Sin embargo mi Socia se precipita a través del hall normalmente iluminado ahora, se precipita intranquila hacia los ascensores. Sin detenerme a pensar, yo la sigo. Por entonces algo estaría surgiendo de ella; segregará una tensión hacia mi compañía. Sin decir palabras que me indiquen algo, ya tendrá como una máscara dura, a punto de quebrarse de tan sólida. Va a apretar los botones del ascensor como con furia.
Y tan luego, se franquea un acceso a una de las máquinas; y adentro del elevador quieto e iluminado, está el Director también quieto, en acusadora espera. Mi Socia y el esposo, se ponen a hablar, sin disparar el ascensor. Yo quieto que los miro desde afuera. El hombre habla con ella, habla con ella; me ha dedicado una sonrisa forzada y formal; y se ocupa en foco de hablarle suavemente. Los dos se hablan los que parecerían contenidos muy intensos, pero con voces casi susurrantes. Pareciera que no quieren mirar más adonde yo me estoy estacionado. Una sencilla operación mental me indica volver sobre mis pasos, dejar el Centro Cultural, buscar de llegar a mi refugio en la noche.
Poco pudimos conversar Nora y yo acerca de lo nuevo que ella fue anticipándome; sigue durmiendo en su rincón. ¿Cómo ella no entra en mi futuro?. Porque no me dijo una palabra de si se implicará conmigo. Pienso que quizás es así porque todo lo soñaré, no habrá nada real; o nó: no será así, porque quizás ella desaparezca, se vaya de casa; y yo también habré de mudarme, de este enclave remanente aquí de tiempos artesanales. Todo alrededor se va haciendo vidrio y acero, una conejera en cajas de zapatos apiladas una sobre otra. Todos seguidores del mismo tambor; ataques de conversión compulsiva repetidos, calcados unos sobre otros; en el mismo momento el mismo gesto de arrancarse algunos pelos, berrear; el mismo sufrimiento en las visceras, en los miembros, en la cabeza; las mismas puertas abriéndose; para que al final las caravanas vacíen los edificios en un fuga de lemmings.
Pero quizá para entonces, Nora y yo estaremos lejos; moviéndonos en otra zona de transparencias, donde iremos creando nuevas formas de acción personal. Habríamos podido sobreponernos así al traslado; y a través del conocimiento, por el buceo en los anticipos, coincidiríamos en una sinergia de eclosión. Alejados de cualquier espectador, podremos tener encuentros sensibles o soñados, dentro de los que generaremos cursos para el psiquismo y las acciones. Caminos para Nora y yo, o para quienes me lean, o se encuentren con Nora.
Quedamos en mi intento de volver a la vivienda de la esquina.
De tal manera es noche, que me costaría bastante andar con calma, si no fuese porque conozco bastante la Zona de Los Altos, que además son pocas cuadras, y que hay cantos de grillos con efecto tranquilizante. La esquina está bien oscura cuando llego; y no me he cruzado con nadie. Podré, un poco apresurado, abrir la puerta vidriera. Nadie se acercará alrededor de mi entrada. Y encontrar las cosas en su disposición relativamente ordenada, con los arreglos de órden, las cosas en el local en su órden regular.
Una evocación, de un momento para entonces, cuando querría acomodarme; pero la evocación momentánea no me permite descansar, no acomodarme a pasar la noche todavía. Será que recordaré, por alguna saturación desde las cosas, a la primera vez en que entraba, cuando estaba en mi primera visita al local vivienda.Recuerdo lo que será; evoco lo que pudo haber sido:
Había llegado a la esquina ofrecida a préstamo, con un muchacho que me guiaba, el Sobrino de una de las Señoras Propietarias; que ellas manejan la casa de bienes raíces de la Zona. Llegamos a abrir la puerta con la llave que facilita la inmobiliaria, para quienes se interesan por tomar esa esquina, que es tan poco comercial, tan lerda para que la contraten. Notoriamente difícil que las Señoras consiguieran clientes para este sitio, porque además los pájaros:
Varias golondrinas muy, muy pequeñas se animan a subir y bajar planeando; hacen sus galas y trinos adentro del local. Que cuando es mi primera visita, tiene el espacio niveles superiores con balcones interiores. Las golondrinas podían volar y acomodarse a descansar por ahí; siendo tan chiquitas y graciosas, siendo el local tan enorme comparativamente, como para que se puedan desplazar tranquilas, hacer sus vuelos festivos.
Subo por una de las dos escaleras en madera de roble. Voy a revisar las dependencias de arriba; y buscar un cuarto para hacerlo mío. Me anega la emoción que siento, me pone endeble; porque me parece reconocer en el local, cuando por primera vez lo visito, detalles como rasgos que me hacen recordar los ambientes de mi casa de la niñez. Las asociaciones avecinadas, la contigüidad de rememoraciones que generan el despertar de otras; "aquel tiempo" haciéndose presente, cercano sin estallidos. Se me iba agregando la memoria, segundo tras segundo, construyendo una cúspide. Los nexos presentes me hacían recordar aquello; al recorrer sin peligro las galerías superiores con balcones adentro.
Estar ahí asomado arriba, es como estar en el tope de algún templo maya, rodeado de selvas olvidadas, porque las pequeñitas golondrinas evolucionan por debajo, recorrerían el espacio entre boscosas frondas, enredaderas abajo, árboles caídos, bejucos florecidos. Allí abajo es donde me espera el Sobrino de las patronas. Tan luego que desciendo al sentirme conforme con un hogar allí; le digo al Sobrino que el lugar me adopta, yo me adaptaré a él; "me mudaría lo antes posible".
–Todavía tenemos aquí estas tarimas, señor Ismael; pero las haremos retirar antes de mañana por la tarde–. El sobrino cenceño, magro, pero restallante en su vitalidad; me habla de unas piezas de carpintería, parecidas a tablados de actuación, aparentemente depositadas provisoriamente en el local. Hay un par de estas cosas armadas ahí, de grueso porte.
–No; pueden quedarse aquí. Acomodadas detrás de los mostradores no molestarán… Para que ustedes no anden con apuros-. Quiero hacerle notar al Sobrino, que no se deben de tomar molestias por mi: -Claro que si las van a necesitar, mejor se las llevan–.
–Para cuando usted venga ya no van a estar. ¿En cuántos días se mudará?–.
–¡Oh!. Vendría mañana mismo entonces, por la tarde–.
No quiero dejar pasar más tiempo. Como que estoy viviendo en la necesidad de pasármelas durmiendo en casas de distintos amigos. Eso por las noches. Y en las horas del día; tanto tiempo en el refugio de las galerías comerciales, donde no me molestan; a veces en bares; también sentado en cercos a la sombra; a la espera de la hora de poder entrar a la casa de aquel o de éste.
–¡Oh!. Vendría mañana mismo entonces, por la tarde–, decía.
–Nos llevaremos también los pajaritos-, sugiere el Sobrino. –Tenemos donde ponerlos. Porque se imaginará, que no los podemos dejar en libertad; son tan pequeñitos que sucumbirían. ¿Lo han molestado?—
–No; desde muy chico me llevo muy bien con las mascotas. Siempre me han gustado las aves… Desde aquellos primeros teros que conocí, le cuento; que los tenía un vecino en su jardín. Años de cuando era niño; ¡eh!, me acuerdo–.
Allí el Sobrino, en pantalón y camisa de trabajo. Ascético en su atuendo, en sus gestos; pero denota, por donde pone la mirada, comportamientos peculiares, de índole privada, costumbres personales de su vida de relación probablemente, que no me interesan en ningún descubierto; rasgos que ondean en la manera de actuar del Sobrino, que me contesta:
–De todas maneras, señor Ismael; ellas no van a sufrir, todo lo contrario: Van a estar en una gran sala. Nos hemos figurado como se sentirían mejor las avecitas. Tenemos una gran sala azulejada, alta como de seis metros; y la hemos revestido de azulejos celestes; todas las paredes, el piso y el techo están azulejados de un celeste nítido, impecable. Lo mejor para ellas, pobrecitas; algo como la inmensidad; ¿no le parece?–.
Lo que me dice se asemeja a un cierto purgatorio de consumo; algo triste, ostentoso, sádico como de torturador genocida; pero no se lo diré. Pienso en una fórmula para contestarle; lentamente, con la mirada perdida yo en el vuelo de una golondrinita.
–Venga. Le voy a mostrar donde puede poner el dormitorio–. Un repentino cambio de tono en el sobrino al dirigirse a mí para indicarme que lo siga.
En cuanto a mi ubicación, me quiere disponer, mandarme sobre donde dormiré, cómo he de hacer funcionar las puertas; casi me ordena donde tendría que cocinarme, que comidas haré. Empiezo a respirar un aire de encierro. No le voy a contestar esta vez. Voy a entender que el muchacho cederá en su actitud de dar órdenes. Pero no voy a querer sus familiaridades; porque es anticipo de las tías -habré hecho el cálculo instantáneamente-, que estarán después tías y Sobrino, adjudicándose amistad, enredándome a mí a través de las telas, en la sequedad de compartir desvelos irritados e hirientes, sólo para complacer complicidades y chismes de segunda mano. Iría yo simplemente a colocarlos en un mecenazgo, a contentarme yo con recibir ese cuidado de esas propietarias y mecenas, que, entonces lo sabré, estarán felices por cederme el lugar, adonde me podría dedicar a establecer conexiones y Programas. Argumentaré con mis construcciones frágiles, alambres y piolines teóricos, pivotes de un torbellino de pugnas solucionadas en términos, para hacer nuevas relaciones programáticas a través de todo.
No solo no le voy a contestar, ni familiarizarme, sino que me apartaré; para salir e ir a sentarme en el automóvil en el que llegamos. El Sobrino viene pocos segundos después; cerradas con llave las puertas del local. Será la primera vez en que yo conozca a la muchachada de la Zona; porque se aparecen en corro, y sentados sobre la viga de madera de un cerco de cemento. Harán burlas ruidosas al supuesto Sobrino. Uno de ellos imita los gestos de un director de orquesta; y el resto de la barra hace voces de perro, pidiendo "galletas, tía".
El supuesto Sobrino, al instalarse en el auto detrás del volante, se ríe con mordacidad; y me dice que todo está en órden, hablará con las tías transmitiéndoles mi conformidad con el sitio. Me va acercar ahora, me lleva adonde yo diga.
–Haga lo que dice. Hable con sus tías; deles mi aprobación-, le contestaré. Y en un tono más bajo agregaría: -Podremos estar de acuerdo usted y yo. Y me va a disculpar. Pero ahora no seguimos juntos. Tengo que hacer mis ejercicios–. Ahí nomás me pondría a correr hacia el Sur.
También en esta noche de vuelta del Centro Cultural, cuando no querré aposentarme, las cosas no estarán juntas conmigo para hacerlo. Y voy a intentar correr en la medianoche hacia el sur por la Avenida.
Hay grupos de personas que me dificultan pasar. Bajaré al macadam zigzagueando entre el tráfico sin peligro, gracias a mi chaleco reflectante. Así voy sorteando los tapones en esta noche, cuando parecía que se iban a cortar las luces del Centro Cultural definitivamente, cuando mi Socia se ha puesto a hablar dentro del ascensor con su marido, cuando yo trato de desembarazarme de mi inconexión y ejecuto esta corrida por las calles solitarias. No voy a ir muy lejos; correré en redondo. Así que esa cuadrilla en reparación, que levanta el pavimento en la medianoche, no está muy lejos de donde vivo. El tiempo no estalla. Está sucediendo dentro del tiempo; cabalgando el transcurrir, ahí está esa cuadrilla. Algo raro hay en estos trabajadores; que en la noche forman una cuadrilla distinta, con esos chambergos de lluvia plegables, azules y rojos. Por eso me detendré a mirar lo que hacen; como un símbolo de la vecindad; diciéndonos de la contigüidad de todos.
Volvamos al tema de este pronosticar como un pegote aplicado a las tantas incoherencias que somos, que hacemos, con las que convivimos. La aclaración, la limpieza, provienen del texto; que funciona como una gelatina: Una gelatina limpiadora y amalgamente que iría uniendo con transparencia a cada uno, con su propio y mismo ser. Aglutinación de esta gelatina transparente, que también pegotee con el mundo. Un mundo hecho Zona definitiva donde existir. Existir en encuentros, en buenas celebraciones, donde los extranjeros se mantendrían esotéricos, con nombres que son incógnitas -también nosotros seguiríamos siendo incógnitas para ellos, no así entre nosotros-.
Siempre existir para existir. Estar sin dejar de existir. Ustedes que conseguirán revelarse por esta gelatina señaladora y adivinatoria; aglutinante que se rezuma desde esta lectura… zumo de uníon que ustedes también producirán… para que se unan cementados todos los fragmentos. Esta aventura debería concluir; o no concluir; pero pasar sí por una instancia de algo así como un canto orfeónico, gran confluencia tipo estuario, todos los pedacitos reunidos, gigantesca articulación, domo (textualmente).
Vamos a volver a los hechos; sin remitirnos al sentimiento. Podemos llegar a pensar que toda otra dedicación, que no sea servicio a los bienes tecnológicos, carecería de sentido. Que nos estemos ocupando de las corazonadas de una mujer tan especial como Nora, sería, para cierto crudo pragmatismo, una vaciedad, una anomalía cristalizada e inmóvil. Estamos en unas formas de vida, donde la calidad humana parece estar midiéndose por la eficacia en hacer que funcionen las maquinarias; pero para producir más maquinaria. Categoría de perpetuación de un funcionamiento establecido, que todos sabemos está conduciéndonos a la autodestrucción.
Por esta certeza de imperfección en lo que hacemos; porque aparenta ser hasta inadecuado el trabajo, sin finalidad expresa; porque justamente la predicción nada tiene que ver con producir más mundo de maquinarias tersas –y hasta precisamente sirviéndonos de ellas-, quizá por todo lo que sabemos no hay que hacer, y no queremos que se haga; para poder recuperar una historia de gente un poco chingada, que hace cosas imperfectas, con pequeñas fallas sin importancia, en unos temas más benignos, hasta que podríamos decir en un lugar humano, sin máscaras ni castas ni adoradores del mono sabio. Por tantos motivos por los que no se deben hacer otras cosas, seguiré transmitiendo esta predicción, sin tampoco tener claro para qué la hago, pero seguiré poniéndola en un avance de linealidad en linealidad en linealidad de avanzar, textualmente.
Es tiempo ya de volver a ver que nos dice de bueno la secuencia esa en la que estaré corriendo a medianoche.
Estará sucediendo dentro del tiempo la cuadrilla, que va colocando como en broma, unos palos con números en un círculo arriba. La noche está fría; y yo detenido en mi carrera, me voy enfriando en mi transpiración, totalmente mojada sobre la piel. Los trabajadores me observan también a mi, que formo parte de la novedad esta que va sucediendo; cuando el que parece desempeñar la jefatura; alza una copa estilizada, como de cerveza. Este señor del brindis, ofrece sus saludos y buenos deseos; y se identifica en su brindis como: "el preconizador de las trivialidades exitosas". La cosa parece ser más bien absurda; sino fuese porque predomina un clima de concertación muy respetuosa. No ponerse a reir. No generar cerrazones, ni agresividades que se despertarían; y en cualquier instante entonces el brindis sangriento, los golpes y escupitajos. Todos nos estamos mirando contenidos, apenas sonriendo. Yo, como observador de la cuadrilla bajo sus sombreros azules y rojos, advertiré la posibilidad de alternar un poco con esa gente. Veo encima de una de las máquinas, calladas en ese momento, que se halla una copa similar a la del brindis. Será que tomaré esta oportunidad de representar con ellos. Al tomar la copa continuaré con las palabras. Refuerzo la situación porque afirmo: "Está frío, frío. Todos los vasos, vasos 24 horas. Hubo un día por día". Es lo adecuado, para la ceremonia nocturna de esta cofradía; que se ha constelado sin excesos de dirección, pero con precisión. Y dejaré la copa decorosamente; llevándome al alma de esa noche conmigo. Porque retomaré la carrera de vuelta al refugio, que no está muy lejos. El organismo acezante encuentra duramente paso a paso el camino cansado hasta el hogar.
Cerrar las puertas del local. Hay silencio en la calle. Regresé de correr. Descanso.
Después del baño, me pongo frente al televisor, para ver las noticias del noticiero onírico de trasnoche. Quiero enterarme de cómo son las fantasías oficiales.
Se ve en la pantalla a la gente importante. Personajes uniformados, autos gubernamentales; y un alto oficial militar en primer plano, rodeado por cámaras y periodistas. El oficial se refiere al Jefe de Gabinete; dice: "Está loco, está completamente loco". Pasa el Oficial a quedar por las cámaras, en un segundo plano de la acción. Las cámaras destacan ahora el protagonismo de un grupo de señoras bastante obesas. Se podría suponer que se trata de una liga de damas parroquiales, unidas en una amalgama. Una de las señoras se ha apartado del grupo. Ella se confronta en unas palabras con el personaje en uniforme. La Dama, que se encara con el Oficial, lleva una máscara, la pertinente a los pasos encuadrados de la actualidad en noticias. Se ha colocado esta máscara al apartarse delegada de su grupo. Es una máscara de tipo oriental, con los ojos pintados en el frente.
La señora delegada, lo apacigua y le dice al alto personaje, que se coloque otra máscara similar; se la alcanza. La voz de un narrador en off, que casi murmura por tan suave que hace su relato, va haciéndole saber a los televidentes, lo que va pasando entre la señora y el oficial. Este aparenta oir atentamente, con asentimientos, a la dama enmascarada.
El oficial encuentra más y más dificultades inspiradas al enmascararse y en el diálogo con la señora. La distinguida dama delegada, le hace recordar gratamente, algo de ufanarse para el oficial. Las cámaras abordan distintos ángulos de la situación; hasta que el oficial, ya pleno de rememoraciones satisfactorias, detiene ese recordatorio. Se escucha claramente, por sobre el secreteo del narrador, que el alto personaje profiere un: "¡Arrepiéntanse!".
Todo el mundo se arrepiente. Hasta me arrepiento yo, en casa.
–Que lástima; arrepentirnos. Se podía todavía culminar–, dice el comentador de la televisión.
–Bueno; ya es de arrepentirse; y ahora no se cambia–, dice la dama. Así ella detiene al arrepentimiento.
Apago la televisión. Necesito realmente descansar, que tanta falta me hace. Veré que sucede con mis propios sueños.
En mi colchón todo se vuelve algodonoso, oscuro, con silencio interior. Mi corazón satisfecho, en calma. De la calle no me llegan sonidos. Me duermo sintiendo al silencio calmo bajo los paraísos que bordean las veredas en Los Altos. En la oscuridad, una tranquilidad de árbol se va alojando detrás de mis ojos.
–¿Cómo andás?–.
–Ando lo más bien yo, escribiendo–.
–Seguís como obsesionado por eso. ¿No íbamos a salir?–.
–No me falta mucho. Yo también después quiero ir a la puerta del edificio–.
–¿Y por dónde andás?. Sos un poco lerdo. ¿A ver cuánto más hay que esperar?–.
–Por que no salís vos, ternura. Quiero terminar de registrar todo–.
–¿Por dónde andás?–.
–¡Oh…! Con esos hermosos ojos que tenés… Y a mí se me ocurre hacerte esperar. ¡Salgamos ahora!… Después retomo esto–.
–Parece que no te faltaría tanto. Puedo esperarte leyendo. ¿Por qué parte vas?–.
–Ya estoy de vuelta después del brindis con la cuadrilla. Ví la televisión; y ya me puse a dormir–.
–Tenés muy poco más para hacer. Voy a ponerme a leer. ¿Viste que ya es casi de noche?… Como para que encendamos la lámpara nueva–.
–Oíme: ¿Cómo te parece que puedo nombrar a la polución nocturna?. Vos que sos tan dormilona, podrías encontrarme un término mejor. Sos como una especialista…–.
–Claro; pero no sé que querés que inventemos. Siempre a eso se lo llamó ‘polución nocturna’–.
–Cierto. Pero también está lo hondo; que se sueña hondamente…—
–Pobres ustedes; ensuciándose a la noche… –.
–No tan pobres. Yo solo; sin que vos me anticipases nada… Podría acordarme de cada sueño… Te puedo contar…–
–Lo más mejor para el muchacho solo. Ya veo: una especie de premio consuelo: ‘suceso nocturno solitario’; ‘corridera’…–.
–¿Sabés que pienso, Nora?: Debe haber una expresión arcaica, castellana–.
—Seguro. También debe haber un nombre en latín. Averiguando con un cura… No, …mejor preguntarle a un médico–.
–Pero… Si no es ninguna enfermedad. Un médico me respondería de cómo es la forma de dormir, favorable para dormir–.
–Va en camino de ser enfermedad. Nos vamos a enfermar nosotros, por hablar banalidades. Mejor llamalo ‘polución nocturna’. ¡Por la Reina Mab; que se nos va a enojar ella, Ismael!–.
Despierto con el recuerdo de haber estado en la cama con dos compañeras. Por breves momentos confundido estaré en un deleite al comenzar otro día; plenamente corpóreo por el contacto amoroso. Corporeidad ensoñada, me voy dando cuenta en la penumbra del refugio; aunque fué como si estuviese alguien. Cuando me fijo, veo: polución nocturna.
¿Quiénes había en mi sueño?. Voy recordando, mientras me despegoteo y pongo a lavar mi pijama. En mi sueño me había venido a visitar mi Amiga la Cantante y alguien más, compinche de ella, de quien no recuerdo muchos detalles, salvo que portaba una poderosa delantera. La llamábamos "la bioquímica". Ellas querían que estuviese yo cómodo; hasta que apoltronaban mi cuerpo con sus cuerpos; claro que en el sueño de los deseos: …Se me ubicaban a cada lado, con su apoyo tibio, para que yo descansara, y descansara potentemente. Y también un descanso sobre el cuerpo de la Cantante; cuando soy abrazado, firmemente acolchonado, almohadonado por los cuerpos de ellas, ambas las dos nocturnas.
Completo el lavado y ya es media mañana. Los cortinados silvestres funcionan lo más bien oscureciendo el local. Al descorrerlos, la plena luz de la mañana entra violentamente y termina de despertarme. Miro a ver como pinta el día. Por sobre las vidrieras -donde los vidrios transparentes montados arriba-, puedo ver la fronda de los paraísos, y las nubes, como un cortinado detrás. Otro día sensacional. Será un buen día, para recorrer los escenarios donde pasaban cosas, para investigar en la dudosa realidad de algunas secuencias anteriores. No vaya a ser que se me atrincheren las dudas interiormente; que quieran desplazar historias como la de los bandereros; dudas que quieren alojarse y echar raíces en mi mentalidad; que borrarían con una vegetación glauca, enfermiza, como esporángica, a la intensidad de mis recuerdos, a la vivacidad de lo que me sucede con el Director y la Socia, y antes, a cuando se desarrolla aquel Programa en el camión-grúa. Tendré que ir a ver; investigar en los escenarios. Voy hacia la playa de los médanos; donde anteriormente estaríamos con las banderas.
Andando esta vez, arranco a caminar; y no demoro mucho en acceder al sitio. Arribo ahí en la mañana liviana, transportado en su transparencia, con intensidad de verdes. Al borde de la arena los sauces. El claro sol. Ya estoy poniendo mis piés en el lugar playero de los médanos.
Es un buen lugar abierto para captar la armonía del movimiento social; y es necesario operar en busca de un justo lugar en ese movimiento; que estimo tan bello. Es mi admiración allí desde los médanos. Porque la gente y sus ceremonias están presentes en la mañana soleada. Son los boteros que vuelven de la pesca como en una danza. Son docenas de botes con los pescadores, que se acercan desde las aguas. Arriman encallando sobre la arena; y saltan de los botes para sirgarlos, empujando hacia fuera de la rompiente. Espuma y chapoteos acompañados de silbidos y rumores entre ellos. Van alineando los botes en la playa seca. Se ayudan mutuamente, para empujar arriba en el declive, fuera de la distancia de las olas, a los botes macizos, pesados también por la pesca que traen.
Soy único espectador solitario en la playa. Para formar parte de las ceremonias, yo debo de acercarme hasta los boteros. Me interesa además su quehacer, la pesca que han traído…
Con estas cosas sumadas, ya les puedo decir cuales son las vociferaciones de Nora, cuando ‘duerme’. Y continuamos después con su predicción, que yo les voy narrando. En una de esas, también estas palabras de Nora dormida, abrirían algún futuro, o tal vez lo mejoraren.
Ella de pronto se incorpora, en esta tarde como en otras siestas y otras noches; y al erguirse un poco en la cama, dice cosas, apoyada en un brazo extendido, en un raro balance. Tomé nota de algunas hasta hoy:
"Hoy voy a llevarles un helado rico porque seguro que van a querer sandwichito".
"Estarás creyendo mi canción, la de Stephen Stills; quien vería a una de las mujeres en el inodoro; creyó que era Silvia Bottelli".
Les digo, que no es para escribirlas todas, a las frases que Nora estuvo diciendo dormida; porque algunas no son gramaticales; parecen ser una glosolalia de descarga neural, que le permiten a Nora descansar. En el tiempo también, empezaron a aparecérseme, dichas por ella, unas frases que me despertaron curiosidad, por su extraña sonoridad; hasta que las revisé y ví que se trata de Palíndromas, enunciados de ida y vuelta, que se pueden leer de izquierda a derecha como de derecha a izquierda. Así que en otra parte he de mencionar algunos de estos Palíndromas. Quien sabe que extraña reversibilidad del tiempo auguran. Pero sigamos en lo que es más ‘normal’. Ella dice:
"¡Aimbará!. Los dejamos porque ustedes también son de Concepción; ¿no?".
"El paquete de los increíbles cinturones está libre de travesía".
Día por día, me iba despertando al ladito de Nora, con sobresaltos de ojos míos desorbitados, escuchando esas rarezas -me lo tomé por un lado positivo-. Decidí registrarlas, por si a alguno le hacen recordar a alquien que esté olvidado; o quizá les anticipe algún regalo que les harán, algo lindo que sucederá…
"Hace diez años que en Plov, no tenemos vuelos de pasajeros. Sólo vuelos de carga aquí en Plov. ¿A qué se debe esto?".
"¿No hay bolsas vacías así?. ¿Por qué Aeroflot no hace algo?".
"Sereno, Guido, Vicente López. Algo pesado golpea".
Debería poder seguir yo, como que soy el único oyente de estas declamaciones… Estaría en algo así como en el ‘deber’ de hacérselas saber a más gente. Pero temo un poco que sean demasiadas inconexiones; y que se acumule otra pérdida de sentido, a la que ya está dada, por este recocido de anticipación, que yo, Ismael, voy configurando entremezclado, por tener que registrar la predicción propiamente dicha, y además las intercalaciones. Coloco una última frase y volvamos a los pescadores.
"Más superficie hay en la estaca, si le hacés un agujero por dentro a lo largo".
Todos los pescadores están ocupados, al poner las tortugas que han pescado, dentro de cajas plásticas; las que van a transportar médano adentro; para luego mercar las tortugas frescas. Dentro de ese tácito ir y venir con los cajones, producen en esa coreografía un acuerdo, concertado con musitadas voces bajas: Delegan a quien se encargue de mi presencia. He venido yo hasta ellos; también murmurando mi acercamiento, un poco más claramente cada vez. Y es uno de los boteros, el que se relacionará conmigo, quien me hablará del viento, que distrae y refresca, cuando al levantar la pesca, en un día soleado como éste, allá lejos se hace necesario no pensar que se está lejos…
"El viento suave es como si anticipase tu llegada a la costa, porque te hace sentir que algo tuyo vuelve con él. Te va trayendo desde la piel, soplando el calor de tu cuerpo hacia la casa, antes de que vuelvas".
Pocas preguntas tengo que hacerle. Hay mucho que necesito saber; y para ello, antes quiero, lograr una certeza mayor, de mi inserción. Quiero verificar además, las otras cosas que sucederían el día anterior. El Botero me va guiando, por la narración de cómo pescan, pausadamente, mientras va alistando los avíos, amarinándolos para la siguiente pesca; y me va diciendo, al volver las cosas a su órden dentro del bote, me va diciendo su quehacer. Y también habla de mí, de los momentos que se siguen…
"Vas a seguir al Programa hoy; deberías de ir a un teatro".
Miraré al Botero algo alarmado, por esa confirmación repentina, de que las cosas sí habían estado pasando. Que los del equipo con el Director, y los bandereros con la japonesita, serán entonces parte de una formación mayor, en la que los boteros participan. Y mi relator me indicará:
"Precisamente a qué Teatro te voy a decir. El Director dijo donde queda; un edificio rojo en la calle Santiago del Estero esquina con la avenida Howell. Vas a ir y no te inquietes. Es un espectáculo algo bajo, pornográfico". El hombre me hará una morisqueta con la lengua, que pretende ser graciosa; lo noto por la sonrisa de sus ojos. Le contestaré al visaje, diciéndole que ya lo había entendido, que trataré de estar en calma.
–Quiero saber algo más de la vida marinera que hacen-, le digo al Botero. –¿Cómo es la pesca?–.
"Poca cosa más que decir", me responde. "Yo me llevo las tortugas al Brazil; allí también dan un poco. Aunque yo sé que dan poco; igualmente las llevo allí. ¡Qué va’ hacer?". Ya me alejaría; después de saludarlo al pescador; por tener yo que cumplir la tarea. Voy a buscar un teléfono, para tratar de encontrar a la Cantante. Quiero que me vaya a buscar al Teatro. Nunca fui a un espectáculo pornográfico; y por mi salud será bueno que alguien esté cerca, por si recaigo en una descompostura más.
Haré mi búsqueda del teléfono. El vecindario de los médanos está cambiando; están por ahí también creciendo torres de departamentos. Aún quedan bastantes de las viejas casas arboladas. Y dentro de una de ellas, convertida en casa de té, hay un teléfono de uso público. Del otro lado de unas vidrieras, que dan al jardín del fondo; un grupo de concurrentes amigables, juega a las herraduras. Van de un poste a otro con sonoridades de hierros, mientras yo hago la llamada. Voy a ubicar a la Cantante en una oficina, donde da clases de música: Entre cantidad de gráficas y fórmulas en pizarras, enseña música de laboratorio. Cuando recibe mi llamada, está escuchando las noticias del mediodía por la radio. Tiene esta costumbre de atender la vocinglería noticiosa, en un volúmen que dificulta cualquier otra cosa. Sin embargo, puedo entender lo que me dice de la noche anterior: Han estado con ella las chicas y muchachos de la barra zonal, en el café-concert donde ella da su espectáculo. La barra de Los Altos habría ido a la oficina de ella, llevada por el Mozo. Y después mi Amiga, trasladó a toda la barra, en la camioneta, hasta la sala.
–Va a ser mejor–, le digo, –que me sigas contando más tarde. Tengo que ir al Teatro que está en Howell y Santiago del Estero–.
–¿Qué vas a hacer vos ahí?. Es un lugar del más ramplón carnalismo. A vos no te va a agradar–.
–Tengo que ir por el Programa de Intervenciones. ¡Es la adhesión sistematósica, que me lleva a hacer cada cosa!. Pero sino me venís a ver ahí, yo busco otra forma; y después hablamos–.
–¡Ah; ya veo!; seguís con el Programa y esa historia; seguís con esa historia-. En cierto modo la Cantante se alarma y se queja: -¿Te pusiste a contarle a Nicolás esta novedad; o querés que yo le avise?–.
¿Para qué le va a avisar a Labrasogni, el barman?. Es cierto que es un buen amigo, que tiene influencias, piensa en las mismas cosas como yo un poco. El tiene esta cuestión de atender el mostrador y las mesas en el bar; no hay tampoco porque hacerlo ocuparse de todo lo que a mi me pasa. Y no; mejor que no lo llame, le diré:
–… Salvo que quieras avisarle, que hablé con Al Godhir. Estuve tratando de que me dieran una cita, para volver a verlo por el Programa. Con el Hospital es difícil comunicarse…—
—Vos tenés que seguir haciendo atenderte-. Es como un reto de mi magistral amiga la Cantante: -Tenemos que terminar de discutir esto. Prefiero ir a visitarte al Hospital que a ese Teatro–.
–Permitime que te diga que no le embocás al tarro. Te estás poniendo mal en contra mía. ¿Vos que pretendés; que me internen por una asistematósis gastrálgica?-. Tornándose aguda la cosa; arriesgo una pelea en el teléfono.
–Ismael; ¿estás estúpido?. Solamente que te atiendan digo. Nicolás va a hablar con Al Godhir… Y bueno; yo te voy a buscar al Teatro–.
–Oíme: el Barquero me dijo, que al lado de la sala hay un pequeño café. Te voy a estar esperando en el café; dentro de hora y media–.
–¿Qué estás diciendo?. ¿Estuviste en una ópera?…Un barquero… Algo de un lirismo romántico como de ópera… La laguna Estigia… No me acuerdo un pito… El Aqueronte… ¿Cómo era?. ¿De qué estás hablando?–.
La Cantante entró a mostrar su lado reo; el de andar incitante con las amigas por la avenida del barrio, pienso yo.
–No te confundás; por el sistema y el Programa; para lograr un enganche; hablé con un Botero, de los que exportan las tortugas al Brazil. El hombre es quien me dio la indicación del Teatro, adonde te espero. Ahora cortemos; chau, chau, chau–.
Después de un breve silencio, la Cantante corta; ¿será como creeré?. Quizá se queda dudando un momento al cortar: …botes con tortugas, …un teatro rojo, …personajes de ópera, …las ficciones del Ismael, …los malestares del tipo éste. Sí; quizá se quede pensando. Y yo, que estaré algo travieso, parece, de acuerdo al pronóstico, me voy a buscar un reparo por ahí, en una plaza bajo un árbol.
Estamos en una atmósfera serena; Nora estudia, y de vez en cuando levanta la mirada y me sonríe. No se va a dar cuenta en su confianza de pajarilla mansa, de que les voy a decir otras de sus voces oríricas. Tengo aquí anotadas algunas más:
"Tu vida, Sergio (¡sic!), corre grave riesgo; te tiraré de las ramas altas".
"Hola, vírgen no, de 1.40 no; desinfección".
"Hoy la pequeña revolucionaria y hoy".
"Hay que ver que hay".
"Mi mamá sos vos, como los casos de Guidos dicen".
"Es un té admirable, posta".
"Raspa el botón la casita, con el vestido rojo".
Son extrañas construcciones; ¿no es cierto?, les digo yo, Ismael. No la deschavaré del todo a Nora, que lee adelante y vuelve a retomar el párrafo, como yo conozco que hace. Relee y me observa a mí, aplicado a estas pequeñas traiciones homeopáticas. Una tradición para la traición que cumplo, como homenaje, para vacunarnos ante la costumbre. Para que, como bola de nieve, la tradición pase sobre nosotros sin aplastarnos tanto; porque no les voy a contar todo, amigos.
Allí estaría en la plaza, para acostarme bajo una sombrita; y vamos… Que hago una flor de relajación; diez minutos respirando ‘suavito’: Pausa en la que me visualizo burbujitas frescas por las narices; me hago así continente todo lleno de pelotitas como de oro traslúcido, luminosas y benéficas; las que irradian en todo mi cuerpo dorados rayos calmantes, que me van llenando de bienestar; que hago buena vida… Y me levanto livianito, gallardo, elástico, hecho un dibujo de buen humor. Camino por las veredas unas cuantas cuadras donde hay pastito –donde hay pastito, difícil que haya gente mala-, pienso, al derivar por la Avenida Howell. Poco tiempo más por la Avenida comercial, hasta dar con la Zona de los teatros, algunos en subsuelos, otros varias salas, con pisos del medio, numeradas las escenas o pantallas.
Estamos al mediodía costeño, que ya sin la poca buena brisa, la que me decía el Botero,,, Que hace un calor de plomo fundido, en suma. Y los espectáculos no abren; sólo unos pocos por donde paso, en los que hay películas, cosas de galera, a ultranza una pérdida cárnica en el mediodía -casi no se ve gente-. Que tengo poco aspecto de persona rica yo, y bastantes visos de venir de lejos, andando en esa zona un poco fuera de horas: Conveniente para que un señor, desde la puerta de una casa de fotografías ilustrativas, me ofrezca un trabajo:
"Un laburo; ¿no quiere un laburo?", me invita canturreante. "¿Qué kinoto!", protesto yo en voz baja, por la propuesta vergonzante, a destiempo. Pero ya tengo a la vista el edificio pintado de rojo recalcitrante. Y que ya tengo mucho trabajo estableciendo conexiones; además de, en lo personal, perseguir la Inserción; como para atender la propuesta con halitosis, de ese personaje explicablemente equívoco y molesto. Decidido voy al frente; y entro definidamente como cliente, al Teatro pintado de esmalte rojo, que en la esquina luce sus gruesas paredes con sus amplias aberturas.
Las cosas no se demoran en la manera de decirlas. Tampoco demoraré yo ahora en decirles lo que será el espectáculo; que no se demorará en comenzar, igual como si ahí me estarían esperando. Actúan las danzarinas en el escenario. Algo sencillo lo que hacen: componen unidas cuadros en pocos segundos, en una semipenumbra silenciosa; en la que se oye su palmetear en largos compases; palmean como una sincronización, sobre sus cuerpos. Arman una trabazón simétrica y contorsionista, como flores, algo casi atlético; que se va exhibiendo con distintas luces de intensidad creciente, de colores cambiantes. Las iluminan distintos reflectores cambiantes que se alternan, on & off, sobre el grupo cambiante de féminas, pero que no bajan de ser cuatro.
Las actrices van sin ropa alguna, naturalmente en estos casos, con un comportamiento estelar, tan suave; pero llevan adosadas al cuerpo, en ubicaciones donde relumbran, unas lentejuelas tornasoladas, que realzan a las pieles y los cabellos. Los apliques están distribuidos en puntos con brillos; puntos clave, voy imaginando: Que sería de pulsar ahí, golpear levemente con los nudillos, para armonizar e instrumentar con el despertar total de esos cuerpos.
Me parece poco tiempo al llegar el cierre del primer bloque de actuación: Algunas de las chicas se colocan en posición invertida, cabeza abajo; mueven las piernas igual que si nadaran. La culminación de la primera escena, lleva música, con ritmo de ferry, de transbordador oceánico, de placentera locura, con inusitada vitalidad; que todos en la sala acompañan con golpes en las butacas, pateando el piso. El escenario vuelve a una completa oscuridad; y luego las luces de la salita se encienden, para los pocos asistentes que somos. Y la música continúa; en tanto yo me voy hasta el bar del Teatro.
Pediré un café grande, que me lo coloreen con unas gotas de leche. Elijo una mesa junto a la vidriera sobre la calle. Los propietarios del bar, tendrán una extraña adhesión a lo circular, supongo; porque las mesitas son redondas, un espejo detrás del mostrador es convenientemente grande y redondo, hay un gran reloj usualmente redondo. Me lleno de asociaciones tres catorce dieciseis; que se me completan al bazukar con movimientos circulares en mi taza. No veo por qué voy a volver a la sala. Me voy a quedar en el snack-bar para esperar a mi Amiga la Cantante. Mi cuerpo se acordará después con agrado, de ese café en la espera. El espectáculo va a continuar; los pocos clientes del mediodía irán entrando a la platea. Pero yo no creo que pueda haber, ya nada superior al despliegue de patas arriba y cambios de luces. Imagino que se seguirá, en una inclemencia de pieles empobrecidas, cansancio en las actrices, palabrazas, tristeza después de la excitación, el sadismo de un postre, –no-. Preferiré quedarme en el bar, en la medianía de mis apetitos, cruzando miradas casuales, con el hombre del mostrador y los otros dos comensales, repartidos en sus mesitas redondas. Al pasar pocos minutos más, viene mi Amiga.
Siempre sobre sus ruedas esta chica; la veo estacionar la camioneta tiznada frente al Teatro, en la otra vereda. Está el vehículo con trazas de haber pasado cerca del barro y de la grasa ardiendo; es humo negro que se le quedó pegado, marcando la pintura escandalosamente con tiznes; rastros de una contienda, que mi Amiga al volante habría protagonizado, en el trayecto al teatro. Podrían ser los rastros de un enfrentamiento con escollos de la decadencia, obstáculos de albañal rezumantes de combustión tiznante. Pero ella viene reluciente, con un vestido blanco adherido que le acompaña la piel y los pasos. Y tan calma que no se puede creer; viéndome en la mesita redonda de la ventana; y acercándose a ver como engullo el fondo espumoso del café con leche que todavía queda. Abro la boca y digo:
–Tus otros amigos; ¿no te van a extrañar?. La gente de la barra, en Los Altos, que te necesita, …tus canciones, …tu madurez artística, …que para los chicos les viene muy bien–.
¿Qué se yo por qué le digo eso?. Provendrá mi rendimiento rengo de un remanente del espectáculo, que estaría obrando como un fluído embriagante; …con lentejuelas, …algo de sudor, …el calorcito de la sala, …y un sopor que se adueñaba de mí, sólo cuerpo ansioso en medio del celaje. Y menos mal que la Cantante se posesiona apropiadamente de su tono magistral y me responde:
–Tenés la cabeza dada vuelta. No te creas que voy a contestarte para entrar en tu conversación de idiotas. Y escuchame. No lo pude encontrar a Nicolás Labrasogni; solamente le dejé un mensaje en el bar. Pero vos tenés que volver al tratamiento. Volvé de nuevo ahí. Hablá con el Doctor Al Godhir–.
Que maldición, pienso yo, tanto anhelo que tiene por verme "normal", sin nerviosidades, sin que yo establezca conexiones. Me quiere ver inscripto, autorizado, pendiente de sus vocalizacione, que son para el consenso. Ella tiene un corazón de buen vivir, para la perpetuación, del órden apropiador, de las ganancias del sistema en órden. Perpetuación del órden de las contrapropuestas también: todos a dormir y desayunar sin disonancias, aunque no sean geniales; o sí, cuando sean geniales, peor. Sin conciencia de las multiplicidades y simultaneidades; ni conciencia de la herrumbre y los metales podridos, aunque llameantes, punzantes, siempre todavía. Y a despertar en otro día siguiente, produciendo más ganancias, acumulación día tras día para más ganancias. intereses y amenazas, que totalizan el cumplimiento de la caída, lo fatal. Y no voy a seguir, pensaré entonces; no voy a hacer nada, atestigüaré. Y le voy a decir a mi ‘Amiga’:
Y hasta yo mismo creeré en la verdad de que al día siguiente; en medio de los aclaramientos con que me despertaré y seguiré, en el funcionamiento reversor de las noches y del sueño; pero ya en la vigilia, de lo que diré va a ser mi concurrencia al Hospital. "Adjuntante que es ahora este día que es largo; pero estate tranquila, yo voy mañana. ¿Vamos a la Costanera?; que ando óptimamente, he dormido bárbaro… Y ya te voy a contar". Luego que me abra la camioneta, sin problemas, porque todo pleno, lleno de moléculas de altitud, cementación de espacio y liviandad. Y ella va haciendo las velocidades, rodando.
La Cantante me sabe como soy. Me cree y es justa. Andaremos para la Costanera, con la luz del principio, que nos seguirá acompañando. La luz del principio del viaje, acompañándonos hasta la Zona donde antes yo entrenaba; "pero eso era bien de madrugada", iré comentando con la Cantante; "antes que te conociese". Y esa diurna potencia -que es de maquinaria ya algo pasadita, a la que continuamente hay que ir con reparaciones necesarias-, esa potente luz diurna, desde que dejamos el Teatro-Bar, está con nosotros. Y es algo más que una iluminación por fuera; porque en los nervios, llevamos tranquilidad; y el sonido del silencio en los corpúsculos de luz, va por dentro nuestro; que nos insufla un bienestar de ricota para nuestras ‘croquetas’.
Estando de esta forma, que le meto al escribir; y aprovechemos que Nora espera a que termine yo mi redacción. Les digo: Ella sigue leyendo su nuevo libro de Astrología, bien grueso, que así invita a que se lo contemple el volúmen, en una actitud de intelecto dedicado a comprender las sesudas maravillas que encierra. Estiércol; no pierdo oportunidad de decirle que es estiércol, cuando habla de estas cosas, cuando ella entra a bobear o babear, como se prefiera, alrededor de ese tema del zodíaco y la consiguiente pesadez fatal de un destino inorgánico. Aunque ella no quiera saberlo, todos los astros y cartas natales, casas y ascendentes, siempre nos están pronosticando insensateces. Vamos a morir, seremos polvo, volveremos a ser piedra, quizá fundida magmática; gases, moléculas dispersas aleatoriamente, hasta implosionar inorgánicamente, pero narrativos nuestros restos; ¿quién duda que inteligentemente? –esa Astrología duda, por eso busca seguridades-. ¡Las horas que le dedica Nora, observando palabras!, que para mí ya ni guardan mínima poesía.
"Pero aceptalo", me digo; "contemplala a ella, que es como una niña jugando". Es cierto, la miro de rabillo ahora que disimulo escribiendo; y ahí la veo con los nudillos cerrados junto al cuello, sosteniendo la carita seria, y aplicada a asimilar ese pretendido vuelo ‘superior’. Una metástasis comercial de palabras suficientemente ambigüas, como para albergar, y que se pueda proyectar en ellas, a toda personalidad, todo temperamento, toda psicología leve, pero que sea dentro de los moldes de las ganancias, de la salud acostumbrada y de las buenas maneras convenientes.
Esos pronósticos, oráculos, fatalismos y predicciones que ella estudia; poco tienen que hacer al lado de esta magnífica pieza augural que estamos logrando entre los dos, los tres, …no debo olvidar a la pulserita Amilamia. Quizá Nora esté sin darse cuenta, sin darle la real importancia que tiene, a la exactitud en tanto como hemos avanzado –exactitud que yo ya estoy corroborando entre dos luces-, porque algunas palabras en el tiempo exacto, sí que ya se están sucediendo como está previsto.
Ahora la noche baja y entra en nuestra casa; viene como un despunte de otro desvelo oscuro y claro, de ojos placenteramente abiertos en la negrura calma. Otra noche para que la sepamos, porque está viniendo bien. Sepámosla con aptitudes abiertas en conexión; cuando en pocos minutos terminaré de redactar el vaticinio. Poco más les voy a decir de lo que anda pasando íntimamente en estos intervalos. En esta forma de hacer las cosas, conjuntando pausas y el pronóstico, ya casi estamos terminando. Podría ser este el último de los intervalos… Mmm; "maybe, baby".
El mediodía en la Costanera está casi sin gente paseante, porque es día de semana. Es una hora que estalla de luz, como un huracán del sol alrededor nuestro. Caminamos sin detenernos a permanecer en nada, por entre los juegos, entre las hamacas, despreocupados al andar, como mordisqueando en pastitos aquí y allá. Hablamos de las cosas que vemos; y en el pretil respiraremos el viento. Están los camalotes; adivinamos la otra orilla; ilusionamos la tercera orilla: la orilla del otro hablar, la orilla fluída, la orilla del ‘profundo borde’; quizá la orilla de las tribus, orilla antigua del campo y la piedra, con símbolos inscriptos ancestrales.
…Hay cosas peores; con la Cantante nos habremos puesto así de eglógicos. Será por el tifón de luz que nos sigue pegando como latigazos; o este mambucho que nos da, tiene motivaciones reincidentes por las ganas de comer, que dice tener ella. Dado que insistirá; en pocos minutos nos acercaremos al palacete donde sirven comidas: un lugar tan señorial; le sirven a cualquier hora lo que se quiera, claro que desenrrollando altos billetes.
Ahí dentro proseguirá una confrontación, que tiene ambiguos arranques, en diferentes facetas del segmento que compartimos: distintos entrenamientos sociales, anhelos de dominar. Y al mismo tiempo se discutirá la validez de cada uno como cliente consumidor. Son maldiciones estos obstáculos. La porfía de justeza, de jerarquía, de cliente autorizado; a ver quien dirige a quien en el palacete…
–Nos vinieron a visitar al café-concert anoche, gente que te conoce-. Mira a las otras gentes al hablarme. –Nos dijo a todos los músicos, este coordinador que vino; con una señora como del campo- (Mi Socia, pienso). –Nos dijo que vos sos como un pivot para el Programa. Que están como haciendo novedades con eso–.
Algo ya andaría pescando de los estetogramas y la programación de ensayo general. Me trata y actúa con una languidez, con tanta exposición al manejo del mundo mi amiga. Tonos, gestos, una actitud que parece decir: "Así; con buenas órdenes y gastando un rollo, que están para servirnos".
–Seguro te convocaron para que cantes en las siguientes intervenciones. El Director me sigue los pasos. Te gustó la idea; ¿no?–.
–No depende sólo de mí, Ismael. Es algo muy abierto y raro; no sé. Hoy lo vamos a conversar con los músicos–.
Exalta al lugar mi Amiga, lo hace girar eficazmente: maquinaria de servidores con ropa de camarero, en nítido corte enchaquetado; copas, lámparas, ventanas con vitrina a los balcones-galería, los respaldares, el capitán y el gerente, el encargado de cocina, el maitre, las camareras de los panecillos. Detrás de otros vidrios bullen vapores, funcionan batidoras; una inmensa energía para producir misérrimos platos de praliné, huevitos de codorniz estofados con bayitas en almíbar, tortillitas acarameladas flambée de brotes de yerba dulce; delicadezas que se acercan a las mesas con ceremonia, en donde los connoscenti esperan con finos cubiertos.
–¿Por qué no cambiamos de mesa, ruiseñora?. Ese es un lindo patio–, le apunto a un ámbito con media sombra, umbráculo de una parra, mosaicos moriscos.
–Es cierto; tengo que ambientarme para eso abierto, más silvestre; de las Intervenciones. Pero lo de las canciones en japonés que nos dijo el director, es un detalle un poco complicado–.
Nos levantamos del espejeante ambiente enmantelado, de la atención demasiado solícita de tanto personal. El patio es mejor para nuestra frugalidad de agua mineral y tartas de verdura y quesos. Allí nuestra confrontación ya no es tan de cuidado. Surgen otros temas con los que dirimirnos y aclararnos. Conversamos sobre cada cosa del patio y de los jardines alrededor. Hay jacarandáes floridos, nenúfares en las charcas, más allá flores violetas y amarillas; vuelan, se posan y cantan avecillas espectaculares.
Directamente del patio, saldremos luego, para andar en los jardines. La tarde se nos irá yendo así, en caminatas de ida y vuelta por un largo rato. La cantante me revelará su nombre de la infancia. Podremos creer que hay algo del mundo entonces… Y asentimos; y los florecimientos corroboran. ¿Quién no; entre tanta alegoría de cómo arruma la vida a sus criaturas?. Sortilegios, transparencias de interfases ecológicas, libélulas que cuidan unas de otras, el viento tenue. ¿Quién no creerá que se puede estar suturado; en juntura cándida, que jamás se quebrará?. Yo lo podría creer.
Ya algo apartados de los jardines públicos, la tarde se nos va cambiando sin consultarnos. El crepúsculo nos alcanza al estar aventurados por la rivera del campo. Vamos viendo oscurecerse las totoras, los sauces junto a un terraplén; una noche de melaza. Tenemos que apretar los párpados y focalizar la vista, para no salirnos del camino y caer en la cuneta; anegada y pululante con los cangrejos. Aunque algunos tropiezos con cascotes, la cosa va bien agarrada en el camino descampado. Entre agarrados y aferrados en bloque, así avanzamos; sin dejar de conversar nuestro futuro. Es un marco de coincidencias en el tranquilo pero esforzado andar nuestro, simultáneo con los cantos del agua que interfieren un poco para escucharnos. Van llegando desde el agua, las voces graves de los anfibios, y sus silbidos ásperos y agudos. Los gruñidos y fricciones de las charcas, entre los cañizales; los metálicos y agudos cloquidos cilíndricos, que ponen ritmos de registro alto en nuestro andar aferrado al futuro. Porque coincidiendo con las agradables asperezas del descampado acuático que atravesamos para alcanzar la camioneta, mi Amiga y yo establecemos un futuro compañero junto consolidado. Estaremos tras de realizar las conexiones, crear otras nuevas, que se inserten eficaces. Y en el fluir que nos proponemos, juegan sus representaciones, las de ella como Interventora Cantante; cuando entonces andando, las estéticas palabras de mi Amiga, son asistidas, por tanto coro agreste.
Amalgamados en la larga recta, decidimos llegarnos hasta el local-vivienda, ni bien alcanzemos la camioneta. Nuestros ojos están puestos a prueba; y funcionan normalmente, aún después de habernos traspuesto andando, el límite alto de las farolas. En un periquete, ella ya está abriendo la camioneta para irnos. El Parque Costanero no se soporta más. De tanto tenemos que hablar…
Planteos que mi Amiga me hace, en torno a los trabajos futuros. Para agregar plantas móviles, que ornamentarán al Programa donde convenga. Ella supone, que si en tanto los trabajos nocturnos de conexión podrían continuar; allá en el local vivienda, podríamos sumergirnos los dos con pinzas, forceps y escalpelos, bajo las lamparitas yódicas, en altas horas de micropropagadores, es posible; y semiocultos detrás de las vidrieras blanqueadas, también señala para mayor claridad, que serían necesarias horas de la media mañana, con planillas, conversaciones telefónicas, entrada y salida de mensajeros, con especímenes de algas y otras novedades. Planea ella el lugar preciso donde estacionar las camionetas refrigeradas, a qué hora; y me coloca en el declive inevitable donde yo controlaré las remesas, planilla en mano. Serán las plantas móviles que luego ornamentarán al Programa. Y el embarque de los tubos de ensayo con etiquetas coloreadas, cada uno en su embalaje pedagógico, para fomentar nuevos programas, con las conexiones indicadas individualmente a cada destinatario –también la distribución mínima, bajo el aspecto gel-, donde partes pequeñas van acompañadas de instrucciones particularmente a todos; lo que se hace por encima de opacas planchas microfílmicas, emulsiones sencillas diminutas.
Indeclinablemente, con estos cargos de responsabilidad, indicando funciones a los colaboradores dentro de sus uniformes asépticos, no tendré otra salida, más que ordenar el movimiento de la gente. Pero después, por las noches, puedo hacer una laxa revisión de todas las conexiones; ella me acompañará operación por operación. Los desinfectados ambientes del refugio van a oler a espadol, me dice. Y no hay caso de esquivar la autoridad de mi Amiga, preparando nuestra conjunción; esplendor de sabia salud; pinta muy bien en su vestido blanco.
Estamos colocados con nuestro relativo contacto, aún más juntos, respaldados en nuestra conversación que nos infunde benignidad, atentos al frente, cruzándonos palabras en la camioneta que rueda. Dejamos al sector. No es de extrañar, que me encuentre unas monedas suntuosas en el interior de mis bolsillos. Se las voy alcanzando una a una. Son monedas de un metal impactante, como que te dieran un sopapo. Las va mirando en una diversificación de atención, porque sigue dándome instrucciones precisísimas en cuanto al trabajo y mi compromiso con él; que se va comprometiendo cada vez más con mi adyunción al formuleo: Química insobornable para los días siguientes en cada tarde, me indica. Mira las monedas, y con saber las valora como una pequeña fortuna, me dice. Yo le obsequio una, y la guarda en su carterita plateada. Maneja la camioneta; pero ya nos tenemos que despedir; porque es la hora de la actuación de ella. Tiene que ir al local nocturno, cumplir con el horario, lo que no permite que me vaya a dejar en Los Altos.
Me tendré que ir caminando desde el otro lado del Parque. Aún con la puerta abierta al despedirnos, yo le advierto a mi amiga que puede haber inconvenientes en ese trabajo futuro; "me conozco", le digo: "soy tan autoritario cuando las cosas se me ensoberbecen. Hasta que de puro energúmeno cuando me enfermo, puedo llegar a pretender demasiado, demasiada producción, agitamiento"… Le quiero decir que todo el activismo podría ser traqueteante, al don pirulero. Mi Amiga aprueba con una media sonrisa apurada. Parece que hasta en el despiste, andando yo por todo el ripio, para ella va a estar todo bien. Ya se va en la camioneta. Estoy en una de las esquinas, frente al Parque de los pequeños senderos. Busco en la noche como orientarme, para llegar a mi refugio en Los Altos, mi local-vivienda, donde me esperan mis funciones reconectoras: "clavijas niqueladas – voy a poner – en las cabezas – de mi monstruo"; entono para mi mismo ese inicio de canción.
Ya vamos a ver para qué tanto pronóstico. Soy este Ismael, que me despido de ustedes. Mi persona futurizada, como personaje de la predicción, anima la siguiente secuencia, que es la última. Vamos a ver si Nora supo algo que nos sirva. Porque yo, simplemente fui redactando, lo que ella mediatizó desde su avizoramiento. Habrá que ver. Enseguida ella y yo nos iremos a un parque con el fresquito. Desde ahí nos pondremos a derivar por las calles. Y así otra vez; sucesivamente. De camino quizá pase cerca y pueda mirar la puerta del edificio. Y ya saben, ahora por escrito, que podrían volver otra vez con nosotros; avisen primero. Nos vemos.
Un breve ritual con la llave, cuando alcanzo mi vivienda prestada. Podré dormir y soñar… Aunque para mí me entrediré: "¡Que se yo para qué acostarme; todavía tan temprano!". Pero macana, no es que sea temprano; tengo mucho para hacer, si quiero completar mi día.
Las figuritas que corto redondas, de las revistas y de fotografías, tengo que conectarlas en órden; hacerles un ojalito después a cada una, ensartarlas en mi dispositivo movedizo –que lo tengo gracias a una acción corsaria de la Cantante en el laboratorio del Centro Cultural-; y entonces, cuando están vibrando sacudidas en este aparato, ahí me concentro. Y veo como la gente de las fotografías y figuritas me sonríe; hacen caras, hablan, se relacionan. Todo lo cual voy registrando en un pre-órden argumental, para el Programa: especie de guión y ensayo para mejores conexiones. Las que voy sumarizando en una bitácora; las conexiones del planeamiento para los figurantes: vecinos, personajes, que son los de la Verdulería o los del Centro Cultural. Así al día siguiente; iría a los lugares en que se supone van a estar: Observaré sus rostros, atendiendo a lo que va pasando entre ellos. Yo tomo nota, vuelvo al refugio; y necesariamente habrá que hacer algunas alteraciones, en el órden de las figuraciones que tenía previstas del día anterior. Son cosas que pasan.
Sí; tengo que agregar; porque Nora se me ha acercado, mira por sobre mi hombro; para asegurar que yo registre lo que me está diciendo. Tengo que agregar sobre las suplencias. Con un gran sentido práctico, mi mujer quiere que sepan de mi posible prescindibilidad. Dice que yo no me despiste ni me haga el vivo; que hay muchos suplentes bien dispuestos, para reemplazarme en el futuro. Que los sucesos no precisan exactamente de mi persona. Esto podría acarrear una discusión ontológica. Pues si yo estoy ausente de lo que pase, ya no habría tales sucesos, sino quien sabe cuales. Pero conviene ser buena gente; y no detenerse en unos detalles, que demorarían la finalización del registro; y la salida de Nora conmigo esta noche. ¿Está bien así, mi ama?. –Ay–. Parece que está bien. Nora me tiró de los pelos para plantarme un chupón, me agarró las mejillas; me dijo: "Sos mi loquito y cómo te amo"; y se metió en la cocina –seguro a preparar cocoa-. Ojalá que no se le aparezcan ahí los del sanatorio; pero eso es otra historia. Entonces les reitero que recuerden que aquí estamos. Y vaya por delante otro saludo.
Desde que esa noche ya habré completado en un santiamén con las tijeras de recortar dos o tres horas; y la pista vibratoria, más anotaciones, y una hora más hasta que cierro; todo concluído y desenchufo la máquina. Así me podré ir a dormir, tan necesario que se hace, para poder soñar imprescindiblemente soñar.
Aunque se habrá hecho un poco tarde, parpadeo ya de vuelta en el edredón; otro día más; ya después mañana estaría con la Cantante; y retornar a los vecinos… El huevo oscuro del sueño va creciendo dentro mío… Vendrá de quién sabe qué antigüedad, un sentimiento impreciso, como un viento de otras épocas. Y habrán sido minutos nada más; cuando al despertar, me parece hacerlo dentro de una mansión burguesa y señorial. Fantaseo que estoy entre paredes de piedra; hasta encender la luz, conectarme en mi existencia. El sueño imprecisamente sigue, impresionándome como si fuera del medioevo; una historia fugaz que está por escapárseme; hasta que agarro papel y lapiz para pensar en lo que soñé. Lo recuerdo y lo anoto.
Al volver a dormir, puedo descansar en profundidad. La hondura de mi descanso va a ir alterándose como si la cepillaran; por un susurro a mis espaldas que en un primer momento, no voy a entender. Así de desorganizado se me presentará, tan irreconocible el ruido creciente, que primeramente es ese susurro. Me hace abrir los ojos y preguntarme qué pasa. Algo de susto, una duda despertando en todos los sentidos hasta entender; que se trata de la campanilla del teléfono.
Realmente no me gusta mucho ese generalmente molesto aparato. De tal modo, que le disminuyo el sonido a la campanilla, poniéndola al más bajo nivel. Además le echo toallas arriba, para olvidarme que existe en mi refugio. No quiero pensar en el teléfono como un medio para proyectarme afuera. Porque con el se discontinúan mis conexiones; me distraigo, me pongo a hablar pavadas. Y esta vez me saca del descanso; surgiendo el llamado desde el sentimiento, como una pesadilla.
–¿Quién es?–. El resabio de pesadilla desaparece; porque me pregunta el número y enseguida pregunta por mí, esa voz; que trataré de ubicar, porque me es conocida.
–Realmente no llegué a enojarme, señor Ismael. Comprendí sus molestias. Hablé con los profesionales del Servicio para que lo ayuden–. la recepcionista del Hospital, parece que me está haciendo un favor. La enfermera ubicó la ficha, el número del teléfono. Al menos me agrada esa dedicación hacia mí. –Tomé las palabras suyas como resultado de la situación. Conseguimos con el doctor Al Godhir, que se le abra un turno regular–.
–Sus palabras me vienen como desde un ángel. Ahora mismo salgo para allá–. Es cierto mi decir. Ya creería que no me esperaba nada bueno en ese día, de continuar con averiguaciones y medioevo.
–Aguarde un momentito, que lo comunico con el doctor ahora. Hable con él y después veame en la recepción. Soy la señorita Sabina–.
Se suceden unos pitidos en la línea; y se aparece la voz, de afectuosidad requebrada y tajante; la voz del Doctor Al Godhir. Lo saludo y le expreso que no esperaba este beneficio, que surge sin previsión mía en absoluto… Que es una gran chance para cambiar la época, porque el medioevo es seguro pero bastante sucio. Y lo que dicen las figuritas tampoco me gusta.
–Estoy en una reunión–, me dice: –El Director está preparando al Servicio. Venga, lo esperamos–. Y ya me iba a cortar, en mi sorpresa. Pero podré darle un chiflido para detenerlo; y tratar de enterarme:
–No me diga que el curso del Ensayo General ya interviene en los Consultorios. Se han acelerado–…
–¿Usted vió la hora que es?… Le digo, Ismael: los músicos vienen más tarde. Para cuando lleguen ya el Equipo tendrá todo preparado. La nena está mejor. La señora Nora se puso muy contenta con la mejoría de Amilamia. Le manda besos la señora aquí en la reunión. El Director con los dibujos de las plantas ya instruyó a los utileros para montar una capilla ardiente. A ver; espere un momento–. Escucho que le hablan al doctor, que él retoma la conversación, me dice: –El Director me pide que le recuerde a que usted traiga el aparato vibratorio y los piolines para conformar la estrella. ¡Ah!; y la señora que canta va a venir sólo a actuar, fijesé. Que sino fuera por ella los pacientes no tendrían cada uno su Heftpistollen. Ahora están fijando los tapizados. Además ella consiguió la autorización del Ministro y del Sindicato. Nicolás me dice aquí que si no viene rápido; a usted le van a volver los dolores; tiene razón. Así que no venga corriendo, Ismael; consígase un transporte. Listo, terminamos con el parlamento; métale–. Al Godhir me dice su último requiebro y corta tajante.
¿Cómo haré para llegar?. Ahí están las monedas. ¿Habrá lugar en los aviones?. Primero tengo que ver los horarios; elegir la mejor partida. Sino hay lugar tomaría el tren; hay un Especial al Mediodía.
FIN
Sergio Edgardo Malfé
Sobre el autor: Es argentino, vecino de la C.A. de Buenos Aires; está en una cronológica 3ª edad –y esto claramente representa una graduación terciaria-. En este recurso hay otro trabajo de él con esta ubicación:
http://www.monografias.com/trabajos35/biblioterapia/biblioterapia.shtml -. Sus trabajos más breves revistan en un weblog: – -.
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |