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Escrito de una Reunión de Amigos Puede Consultarse (página 2)

Enviado por Sergio Edgardo Malfé


Partes: 1, 2, 3

Hay que esperarla. Lo más importante es esa columna de mármol con tantas vetas rojizas. Es una columna cuadrangular; y es suficiente. Ya se hace de noche esperándola; es sábado. En el lugar donde actúa, se demoraría mi Amiga la cantante, por lo cual no llega, o llegará muy tarde. Tanto se demora; que hay que ir a buscarla al Local Independiente. Allí el espectáculo habrá terminado; no hay nada de público. La Amiga cantante hace estas canciones psicoanalíticas de vez en vez, andando por los centros barriales independientes. La descentralización alcanza también a la Secretaría de Cultura.

Dado que hay un portero benévolo, con buena memoria para recordar ocasiones anteriores, se puede entrar al local sin problema.

Se ha quedado la cantante fuera de hora, en un ensayo, con el resto del Equipo: el trío de músicos y la pareja de bailarinas que acompañan a esta Amiga. Comienzan y se detienen en las evoluciones y con la música. Una y otra vez retoman los compases y la melodía de "Sobre el Arco Iris". La cantante se integra al ensayo, diciéndose obligada a participar; pero también a gusto, cumple con la preparación de estos preliminares a otro espectáculo. Se seguirán en sus canciones, danzas, etcétera. El tiempo avanza; todos comienzan a tener hambre.

El office del lugar está a la vista tras una mesada franqueable. Alguien estorba un poco en el horno de la cocina, al dejar el ensayo de lado; y comienza a aportar Platos. Las cosas se me van un poniendo un poco mejor durante la pitanza. Pero… Se siguen aportando platos… La comida parece interminable… Y algunos se sirven por segunda vez de la carne a la milanesa napolitana… Un músico se sirve también otra vez un plato de huevos horneados… Es para no quedarse a esperar los postres; es para ir a descansar. Entonces se cumplirá con una breve despedida, para salir a la hora tardía del suburbio. Estamos en la Zona de Badero Norte. Ahí me desligo.

Voy a ver que hace Nora…

Es muy extraño que se le haya ocurrido; les cuento; ponerse a desarmar la lámpara de la sala. Me ha dicho que lo pùede hacer ahora, aprovechando la claridad. Está descolgando la lámpara del techo. En fín; dentro de un rato voy a ir de nuevo, a ver si quiere que la ayude. Por ahora dice que se arregla sola. Prosigamos…

Habremos visto que se sale del Local Independiente. No es tan lejos ahí por Badero Norte. Imaginemos que entonces, considerando que las distancias… Habría de tomarse la opción por una carrera; un poco porque hay que demostrarse valioso y vital, frente a esos del Local, con su fiesta comilona.

El trote se inicia, por entre las avenidas repletas de gente paseando y en los cafés: Animación de un final de sábado. Tipos con camisas coloridas conversan sonrientes, desde los sillines de sus motocicletas, con chicas policromadas, ajustadas en telas elásticas. La animación continúa mientras se trota, adentro, pero también afuera entre la gente de las avenidas; pasándose la noche felizmente desde los boliches y en la carrera que continúa lejos hasta el alba.

La carrera no termina en algún lugar. Se seguiría corriendo por muchos minutos más, para llegar a algún sitio… Pero estamos en la arena; ya es de día y hay médanos alrededor. No se llegará a "casa", todavía. Lo que hay ya, es la mañana gris, nublándose todavía más. Flamean algunas banderas por encima de una de las crestas arenosas. Turquesa y rojo forman, sumados de a cuadrados, estas telas, en el tope de astas, que mueven de un lado a otro, un grupito de gente jóven. Son cinco o seis, cada uno con su bandera. Además, hay un grupo más pequeño que los observa. Parecen todos seguir las directivas de alguien, que le indica con la mano, a un muchacho, para que se acerque adonde se ha detenido la carrera en la que estábamos. Se contempla. El muchacho viene, siguiendo las indicaciones; y trae otra bandera con cuadros turquesas y rojos. La bandera pasa de manos. "¡ Súmense al grupo de bandereros !; agitar la bandera es fácil, pasen a hacerlo".

En medio de la agitación, con algún cansancio por la carrera; pero hay que agregarse al grupo, hacer ondear la bandera. El Director del Programa –ese es quien dio las indicaciones-, asiente satisfecho al vernos hacer flamear las banderas. El viento no molesta. Aunque estamos en medio de la arena y sobre un médano; este mismo se encuentra en una hondonada, rodeado por cumbres de arena más altas. Se acerca aparte, al grupo más pequeño, una chica japonesa que no cesa de hablar, ininteligible y rápidamente. Desde el grupo de bandereros, que está cohesionado en su actividad, también podemos atender a lo que sucede, entre la chica japonesa y el Director del Programa. El hace que un asistente le alcance a la chica, que parece estar bastante nerviosa, dos banderas blancas con astas más cortas. La muchacha se tranquiliza agitándolas. Viene hasta nosotros; y estamos ahí haciendo flamear las banderas.

El Director se nos acerca después de un buen rato. Viene gesticulando, cruzando y descruzando las manos delante de sí, indicándonos un cese. Nuestra acción se detiene. Bajamos las astas a la arena. Nos quedamos quietos.

–Los voy a ubicar en lo que pasa; especialmente a los recien venidos–. Nos señala; nos apartamos, y nos disponemos a escuchar las indicaciones del "dire", que continúa: -Tendremos que mudarnos ahora. Vamos a ir hasta un edificio del centro–.

No tenemos bien claro quienes irán ahí, además del grupo y de la muchacha japonesa. Pero uno de los implicados en el vaticinio será el que interrogue al Director:

–Preferiría volver al Local Independiente; o que nos lleven a cada uno hasta la casa de cada quien. Además: ¿Para qué se hace esta representación?. ¿Qué beneficio se puede obtener de esto?. Sepa que, si nos plegamos a la acción, fue simplemente porque nos pareció lo más lindo. Es bastante claro; ¿no?… Nos podríamos retirar–.

–Esto es un ensayo general. Simplemente preparamos un estetograma-; replica el Director. –Probablemente termine siendo una novela…- El "dire" continúa, en un tono más coloquial: -Con la dificultad de fondos que nos acosa siempre… Permanentemente achicando los Programas-, casi nos gimotea: -…Aunque ustedes no tendrán de que quejarse…- Abarca al grupo con un movimiento de la mano: -Yo simplemente soy un intermediario. Todos los que actúan tienen vivienda y alimentación. Además; haciendo el cambio de Créudos a Sóllars, les toca, para cada uno, alrededor de 15 Sóllares por día–.

La japonesita saca una calculadora; y despues de apretar unos botones y consultar la máquina, se muestra muy sonriente.

–¿Vamos por nuestra cuenta; o nos va a llevar hasta el centro?–. Nosotros, el sector vaticinado del Programa, tambien en conformidad, preguntamos como transportarnos. Con la mirada nos consultamos; por si habrá que tomar la opción de seguir al trote.

Con toda propiedad se escucha, como contestándonos, el bufido repetido y rítmico del escape de un motor. Así aparece trabajosamente y no muy lejos, un ómnibus, redondo por todos lados, con bastantes abollones, pintado de esmalte sintético. El ruido cadencioso y grave del escape, parece haber sonado como trompas de triunfo, para el Director del Programa, quien rápidamente le dice al vaticinio:

–Ahí lo tenemos. Suban al dinosaurio ese; que no será rápido, pero llega a tiempo. El Programa se va cumpliendo. Arriba, arriba–.

La poca numerosa compañía, sin mucho órden, va a ir poniendo las banderas, las otras piezas del equipo también; todo lo que se irá acomodando en esa carrocería. Y la gente; los bandereros, el grupo aparte –que no sabemos bien si es de técnicos ó de observadores-, todos, nos iremos sentando en esas butacas heterogéneas, pero muy cómodas. El Director, que es el último en subir; cerrará la puerta; nos mirará complacido a todos; y le dará una palmada en la espalda al chofer del carrindango, como para que arranque.

–Me puedo dar palmadas solo en la espalda; mire-. El hombre del volante se levanta sin mucho enojo; y nos muestra como puede palmearse el lomo satisfactoriamente.

El Director, muy divertido, se sienta en una de las poltronas del micro. El también aplaude cuando todos aplaudimos. El conductor se sentará al volante. Se inicia un recorrido. Podremos observar, como está vaticinado, que el trayecto desde los médanos y las suaves barrancas, hasta transitar por las calles y la avenida principal, es un trayecto por ámbitos desiertos; ninguna persona a la vista, nadie.

Detrás del paso del ómnibus, quizá se asomarán las personas a mirar lo que pase, a comentar: -¿cómo va el Programa?-. El vecindario enredado, casi obsoleto, como los edificios, que nos parecen deshabitados desde el ómnibus. Aunque son realmente. portadores de una intrincada vida; semejante a los diseños art-nouveau de muchas construcciones en la avenida.

Ya estaremos acercándonos al final del recorrido; cuando aparece un personaje femenino, que es bisagra dentro del Programa. Ahí estará, balanceándose en el borde de la acera, como tratando de divisar algún transporte. Como se la vé junto a una parada de buses; quizá su intento es para abordar alguno. El Director nos la señalará a todos, apuntándola con un movimiento de cabeza. Entonces la actriz –después sabremos que es una actriz, porque se agregará al equipo-, va a intentar ocultar su cabeza ella, en una ventanita redonda. Se habrá retirado junto a los edificios. El ómnibus nuestro detenido. Todos tratando de verla. Ella habrá tratado de ocultar cabeza y rostro, en ese ventanuco lateral redondo, parece que de un kiosco. Pero el Director no se inquieta por la maniobra.

Nora, bastante imprevisible, se apareció para contarnos algo:

"Sin embargo; Ismael tendrá que ir hasta las ventanillas traseras de ese viejo ómnibus. Así podrá ver como la actriz se acerca a conversar con la gente de un ‘shjip’ -tipos con escopetas, ataviados como ‘bwanas’ en un safari africano-".

–¿Qué hiciste con la lámpara? ¿Terminaste el arreglo, Nora?–.

–Solamente cambié el portalámparas; le puse un bombillo verde. Si quedó algo de cocoa, podemos ir a tomarla allá–.

–Prefiero quedarme. Estoy mas en ‘zona’ en la cocina-, le digo a Nora; y agrego: -¿Por qué no me aclaras la aparición esta del ‘safari dentro del shjip’?–.

–Es algo que no previmos. En todos los vaticinios siempre quedan zonas oscuras-, me dice: -El ‘safari’ que conversa con la actriz… –

–¿Todos de pantaloncito corto, Nora?–.

–…Todos. Y con sombreros de alas anchas. Es sólo un ejemplo de lo que no se puede prever. Podrá suceder o no. Vale como ejemplo. Después vení a la sala; tenés que ver como queda la lámpara verde–.

Nora se va con su cocoa; y yo me asomo detrás de ella para ver. Y vislumbro algo de un nuevo resplandor; para más tarde, antes de que ella abra de nuevo las ventanas, y apague su novedad. Para más tarde.

Dentro del anticipo, habremos llegado con el ómnibus adonde nos esperan las próximas acciones. En una calle lateral, los bandereros, la japonesita, el resto del equipo, también los copartícipes del vaticinio; habremos trasbordado a una Plataforma-grua, en la punta de un Brazo articulado, de varios metros de alto, que enseguida se erguirá con todos nosotros.

Vamos a ir viendo, el frente de un edificio de viviendas, con todos los balcones encendidos. La plataforma se irá elevando; y desde nuestra observación, enfrentamos la visión de los restos de una fiesta, en los distintos pisos. Platitos con restos de comida abandonada. Es totalmente de día; pero igualmente están encendidas las luces en todos los pisos. Las ventanas completamente abiertas. Todos en la Plataforma-grua observamos, casi totalmente callados, la articulación completamente extendida; y el camión-grua que se desplaza por la calle.

El Director ahora nos dice; mientras todo el equipo calladamente mira la casa de la fiesta; y mientras también comenzamos a desplegar nuestra visión alrededor y más lejos -algunos vecinos ya se asoman a ver como va nuestro trabajo-… Y el Director nos dice: "Todo lo posible de ver a primera vista, ya estuvo, está y estará, para que ustedes lo registren; pero no van a poder copiar el Programa. Si quieren alcanzar eso, les será impedido. Necesariamente para que no lo copien; no se los mostraré. Ninguno de los responsables tampoco permitirá que lo vean".

Es un cambio de tono de efectos oprimentes. Pero la grúa ya estará nuevamente en el nivel de la calle. ¿Qué vamos a hacer?!. Los bandereros, la japonesa calculista, nosotros los copartícipes en el vaticinio, yo mismo -recuerden que me llamo Ismael-, nos vamos alejando y dispersándonos. Apenas si nos musitamos esbozos de referencias sobre seguir el Programa; y algunos saludos al irnos.

Dentro del oráculo, solamente hay que caminar unas pocas cuadras desde allí, hasta un bar en una esquina: Pocas mesas con manteles; un par de apartados con butacas fijas; todo el lugar parecería una nube de telas cuadrillé, con lazos de raso. Sobre unas servilletas de papel, sentado en el mostrador, este Ismael se pone a dibujar. O soy yo; que dentro del oráculo, me pongo a dibujar gráficas, del trabajo que hemos hecho recién. Acordes con el Director, aún proseguimos en esta suerte de epílogo para el Programa.

No habrá que esperar mucho, para que la pequeña actividad, el epílogo manuscrito, comience a actuar como fuerza de gravedad con la gente del bar. Inicialmente sólo el barman y yo, él detrás del mostrador, que concurre tironeado por mi aplicación, despues de varios minutos con verme inclinado sobre las servilletas desplegadas, en las que trazo diagramas en escorzo, con la ubicación del Programa. Son varios minutos aplicados a representar también un edificio, el camión-grúa, el ómnibus tipo sobrante de guerra

Con el hombre nos conocemos. El se llama Nicolás Labrasogni; que ha llegado a esta ciudad grande poco atrás, escapando de la derrota europea. Y precisamente en la conflagración, me estaba diciendo; que él había actuado en un regimiento de ingenieros, por lo que puede reconocer exactamente al vehículo. Por lo tanto, Labrasogni entra a señalarme con el índice, qué largo de eje a eje debe tener mi representación del ómnibus. Y ante un regocijo interior mío, pero que no esteriorizo sino en pequeñas preguntas, sobre exactitud de diámetros de columnas, luces entre vigas, altura de dinteles en el edificio –porque las precisiones de Nicolás alcanzan a todos mis esquemas-, él va explicándome motivos y detalles del Programa… Y por algunos minutos todos los papeles abundan extendidos en el mostrador, al tiempo que vamos cambiando de uno a otro, corrigiéndolos. Esto es tan reconfortante; me siento nuevamente inserto en el Programa, en la vida del día, cada vez más francamente lumínico; ya será cerca de las nueve.

La interrupción, que indica un corte en nuestra actividad, llega inevitablemente. Se va acercando al mostrador, en la otra punta, otro cliente, pero lentamente. Un señor con acento extranjero, que arrastra las suelas de su calzado.

–Te traje unos periódicos, Nicolás-. El recien venido farfulla, en un castellano trabado: -Estaban tan ocupados, con el señor… Que me demoré para no interrumpir algo importante–. Y puso sobre el mostrador un paquetazo de papeles de imprenta.

–No nos dé tanta importancia-, le digo yo: -Conversábamos sobre una película–.

El hombre, ya anciano, mira con ojillos afilados, de un azul cortante, al montoncito de servilletas reunido; donde se habrán hecho las gráficas, en colaboración con el Barman, acerca del Programa previo. Esta mirada a las evidencias, coincide ahí con un malestar, que se hace creciente en mí… Un dolor en la boca del estómago. Sucederá como si el señor de ojitos penetrantes y castellano barbarizado, sucederá como que su presencia pondría de relieve la incuria anterior de ese trabajo previo. Me es un suponer, que todas las cosas alrededor también participan, en una elevación antagónica, contra mi propia sensibilidad, que se hundirá, se deprimirá acorde con la deprimencia, con las náuseas… Y el dolor en la boca del estómago, que irá creciendo; además de un mareo oprimente… De tal buena manera, y así malamente, …irán las cosas.

Nicolás toma el paquete e papeles del señor; me dirá a mí que el recién llegado se llama Fredenbauer, quien se presentaría conmigo en breve reseña de sus días por entonces; diciéndome que él es el sereno, en el Colegio Genicario. "Además del Jardinero", agregará Labrasogni, cuando al volver hacia el mostrador, trae un vino candeal… "Para el amigo Fredenbauer". Y la conversación continuará un poco más, mientras mi malestar prospera. Momentos en los cuales casi no respiro; sino a fuerza de bostezos reflejos, que trato de disimular, retener el aire. Es cuando Nicolás y el señor de raro acento están interesados para que yo les siga hablando de mis entrenamientos: Poco tiempo más podré hacerlo; hasta que el Barman se da cuenta de que algo me pasa: "Estás traspirando; te pusiste muy pálido". Yo me llevaré la mano al estómago; me duele. "Vamos al Hospital" (va a haber un reemplazo, que seguirá atendiendo el Bar).

"Vamos al Hospital", está afirmando Nicolás Labrasogni. Para detener el taxi sale Fredenbauer. Apenas si camino yo, perdido todo control, colgado con un brazo en los hombros de Labrasogni. ¡Qué descompostura!. Ya en el taxi que parte, cuando se quedan atrás la esquina, el señor de ojos cortantes; Nicolás se hace cargo de ayudar, y me dice que en el Hospital habrá que ver a un médico amigo. "Pero; ¿qué te vino?", rezonga Labrasogni. Yo desarmándome en el asiento del taxi. Hay un olor a nafta y a tapizado nuevo. El auto va rápido. El asiento está bien blando y cómodo.

Según vamos llegando al hospital, ni bien el coche desacelera y se acerca al estacionamiento de entrada, yo voy sintiendo una mejoría; quizá de corte solamente sugestivo. Pero el nudo, que llevo en la boca del estómago, casi desaparece del todo; lo mismo sucede con el calor y el mareo. Este alivio me reincorpora a compartir la normalidad; reinstalarme como dueño de mí, aunque con tristeza y cansancio. Ya Nicolás Labrasogni le está pagando al taxi; me observa antes de bajar él; conviene con el conductor y conmigo en que esperemos.

–Voy a buscar una silla de ruedas, Ismael. En un momentito volveremos con la enfermera de admisión; así entras sin problemas–. Y Nicolás no me da tiempo a contestarle, que transportarme así; le querría decir; ya no me parece necesario. El sale a paso vivo, para desaparecer en la entrada de la guardia.

Con cansancio encima yo, con una sensación de trastorno, que me impone cierta lentitud en las respuestas, lo que me hace difícil contestarle a Nicolás –habría de querer decirle que ya no es necesario ese tralado en silla de ruedas-… El ya se habrá ido a buscarla. Por esto me dejaré estar un momento más en esa ausencia de tono, triste, cansada y descompuesta.

Pero el conductor estará mirándome dado vuelta en su asiento; con un cierto aire acusador, o excesivamente inquisitivo. Me dirá sonriente que me ha reconocido. El tipo se equivoca totalmente. Me confunde con otra persona; aunque igualmente yo decido asumir el exterior de esa otra persona tan popular: un Director de cine.

–Vea usted cómo serán las cosas; que lo vengo a llevar en un viaje a usted. Que últimamente venimos conversando sobre su trabajo, en casa con mi gente. Comentábamos lo difícil que le habrá resultado adaptarse a tomar estas nuevas películas sobre el ténis–. El conductor me dice esto sonriente, pero con cierta reserva de intriga.

Yo estoy fatalmente aburrido, triste y cansado. Igualmente asumo el conocido caso como propio. Y con algún saber previo, sobre el personaje de quien se trata, diré:

–No es tan complicado como parece. Se trata de tres estilos, tres ritmos personales que hay que conocer, tres formas de intercambio; que determinarán decantadas las tres distintas formas básicas de registro: Los dos adversarios cerca de la red; uno lejos y el otro cerca; los dos lejanos a la red–.

El hombre del taxi irá asintiendo, mientras yo enfatizo suavemente, con gestos, las diferentes instancias de mi dirección supuesta.

–Cada uno de estos casos de juego, en realidad está determinado por cada estilo personal de los jugadores, tomados individualmente. Porque la tipicidad que le señalo, es solamente un reflejo de comportamientos particulares muy señeros. Como por ejemplo–…. E iría yo a comenzar a detallar características, ya con la puerta del taxi abierta; si no fuera porque ya Labrasogni y un enfermero. se me presentan.

Es una breve conversación con el enfermero y Nicolás; ya que puedo salir del auto por mis propios medios; y puede el enfermero volver a la guardia satisfecho. Queda seguro que la silla de ruedas es innecesaria para mi.

Hay una corta despedida con el hombre del taxi. Y ya, al andar lentamente por la calle de entrada, resplandeciente con el sol, es Labrasogni quien me está diciendo: Que él sí se había dado cuenta de un cambio en mi semblante; que me había visto como si otro se hubiera instalado en mi mismo cuerpo; que me había estado viendo recién con una revitalización extraña, en ese momento antes, junto al enfermero…

Entramos al enorme hall del Hospital; parece una gigantesca sala de espera, con distintos grupos de gente; todos varones callados, en cierta actitud, como resignándose.

Por ahí es un acierto que ahora interrumpa Nora llamándome desde la sala. Quizá sea atinado que debamos desencadenar este pronóstico de su secuencia de escenas. Porque quizá el caso se pondría mejor. si ustedes imaginaran instancias a partir de ahora; para que yo disponga de un momentito para atender esta afortunada interrupción de Nora.

En la sala; ya vemos que el cambio de lámpara, acarreó mejoras en la instalación eléctrica; y a su vez, una pantalla nueva sorprendente con gajos: sectores polícromos de una esfera opalescente. -Cuando llegue la hora de prender las luces, ya vemos que se dará un espectáculo probablemente alegre-. Ahí encontrábamos a Nora en su asiento del rincón de almohadones.

Ella sólo quería que salgamos a caminar; por eso me llamaba. Pero me lo dice muy seriamente: …"Estamos en una marcha prolongada"… / –¿No nos habíamos prometido que no caminaríamos juntos por acá?–. / "…Bueno; cuando sea de noche salimos"… / –Pero de noche peor; puede haber mayores problemas si salimos juntos–. / "Salimos juntos más tarde; pero desde la puerta…" / –Cada uno por su lado–. / "Claro… Y hacemos caminata estocástica"…

Ahora les aclaro la última frase de Nora; quizá se pudo oir desde la cocina: …"La Caminata Estocástica". Es un método que tenemos: En cada esquina, ó cada dos esquinas, ante las bifurcaciones, divergencias inevitables, cada uno consulta su reloj: Segundero a la derecha o a la izquierda, cifras pares o impares: 2 x 1, ó 2 x 2 a la derecha ó a la izquierda, 3 x 1 al frente, atrás. Así hacemos una caminata derivante pero sin desatinos, una caminata estocástica que nos lleva por rumbos imprevistos. Sorpresa para malvivientes, para clientelazgos; sorpresa para nosotros que nos podemos volver a ver desde una esquina. Y que sólo con imaginar poder entrevernos por la suerte y un poco lejos; nos excitamos con esto al desembocar en los cruces… Ver imágenes azarosas, todo que se hace fugitivo y leve alrededor y en las otras esquinas también…

Ahí en el hall del Hospital, todos aparentan ser trabajadores; muchachos ya bien grandes, pero desocupados o en trance de paro. Esta onda deprimente alrededor, se suma a la deprimencia de la que me estaba recomponiendo. Vamos Labrasogni y yo, con nuestro andar por el hall, cuando él me dice que, si me siento mejor; él me podría dejar, volver a su negocio. De acuerdo con eso; pero antes que la onda de bajón me atrape, le sugiero a Nicolás que me haga aguante un minutito más. Me acompañe así hasta un mostrador de cafetería, donde yo debo de comprar unos bocadillos. Para ocuparme con la ingesta en nutrirme con algún saborcito, un intercambio de alimentación, ocupar mis manos con algo, y además masticar; que son rutinas en las que afianzarse; no permitir que me vuelva a sentir enfermo.

También tendré que buscar otro consultorio, más arriba por los ascensores… Donde hasta sus puertas me acompaña Nicolás, que se me despide, vuelve a su negocio. Tendré que buscar al médico que me ha dicho Labrasogni, por los pisos superiores. Quedo frente al ascensor y Nicolás sale del hall.

Ya estaré pulsando al botón de llamada… Cuando noto que detrás de mi se agrega a la espera una muchacha grácil, rubia, pequeña, buenamente vestida, cara de buen pasar. Me doy ocupación, para en parte ocultarme, detrás de la mecánica de los alfajores; que son adecuados para dar mejor aspecto a la situación… Pero la chica esa parece que estaría nerviosa; o temerosa… Va y viene en cortos pasos; como que ya se dispararía por las escaleras… Estos ascensores, claro, son automáticos, solos, sin ascensoristas… Sigo degustando los alfajorcitos. En cambio la chica sigue intranquila. Y con este modo se nos abren las puertas, entramos al ascensor los dos. La muchacha se planta rápidamente frente a a la botonera; y yo me ubico con distancia relativa; para en tal caso ver, lo que se haga de observar, que ella no oprime ningún botón ni pregunta nada. ¿Qué voy a decirle?. Pero de inmediato el ascensor se transforma, en algo como un tercero interviniente, que congracia a esa escena con "nosotros" ahí dentro. Porque las puertas se cierran y comienza el viaje.

No hace demora la dama rubia para iniciar las acciones. Me dice acercándose: "No te pude llamar por teléfono ni verte allá"… Me abraza desde mi flanco. Ciertamente, me enlaza; también en las piernas. Lleva una mano a mi pecho y luego al cuello, con caricias. Yo me voy reponiendo, ahora totalmente, de mi trastorno. El dolor en la boca del estómago desaparecerá por completo. Pero ella con una pesadumbre… Y yo que inicio a mi voluntad para esclarecernos en lo que está sucediendo; …cuando el ascensor se detiene. Las puertas se nos abren repentinamente; y ella aún con esa languidez pesarosa, igual se desprende, para descender aceleradamente… De nuevo impulsada por su motor nervioso.

Al ascensor sube, cruzándose con la rubia "sprinter", un señor al que no me detengo a mirar, pero al que percibo, me parece, burlón conmigo. Las puertas se cierran; vuelven a funcionar súbitamente cerrándome la salida. El maldito malestar retoma mis entrañas.

"¿Por qué piso andaremos. Pareciera que el ascensor sigue subiendo?", este Ismael se interroga delante del panel de botones. Oprime pensativa y acertadamente al necesario para hacer que la máquina se detenga. Y él sale arrojado a uno de los pasillos. Busca las escaleras para bajar; tratar de saber algo con la dama rubia. Y voy bajando un piso, …salgo a otro corredor con infinidad de puertas, no distingo ninguna seña de la muchacha. Bajo otro piso; en este otro nivel algo más de gente; aunque ni un rastro sobre los pliegues de la ropa de ella. Creeré que lo más acertado, para conocerla e integrarme con las ansiedades que la mueven; lo más acertado sería, ir y plantarme en la cafetería del primer nivel frente a los ascensores: …Allí aguardar a que salga. Pero estará ese dolor nuevamente, en la boca del estómago; y el peligro de sufrir mareos y debilidades; el peligro de avergonzarme, si estuviere entorpecido por el dolor, al tiempo que ella aparezca. "¿Y si ella seguramente sigue con su motor nervioso?". Entonces me atemperaré. Buscaré orientarme por alguna atención a mi problema. Veo en una cartelera de ese piso al nombre del Doctor Al Godhir, el que Labrasogni me mencionara como un amigo. Se seguirá un corto paseo en los corredores del piso, hasta dar con la sala del médico. Y habrá que esperar ante la puerta, a que termine un comité médico que está reunido. Que esperemos a una enfermera del servicio, quien avisa de la entrevista, que durará cinco o diez minutos más. Y entonces sí podremos comenzar a atender esta descompostura.

El médico me va a revisar. Yo le habré mencionado a Nicolás Labrasogni, el barman:

–Se tuvo que volver al bar… Especialmente él me encaminó para que usted me vea-. Mientras le voy diciendo esto, el doctor me mira como si me conociera desde largo tiempo. –Después, a eso de las cuatro, voy a volver por el bar. Si quiere, nos podemos ver ahí. Tenemos un Programa interesante, con estetogramas, para una interfase disciplinada con la medicina, en nuestro grupo–.

–No se preocupe por otras cosas ahora. Acuéstese en la camilla. Sáquese el pantalón, la camisa. Antes contésteme unas preguntas–, agrega el Doctor Al Godhir, ubicándose detrás de un escritorio.

Todos los otros médicos, que hubieran estado participando de la reunón, ya habrán salido exactamente de la sala… Pero aparecerá otro personaje, una secretaria, asistente, ó enfermera administrativa: parte de ese personal inubicable; ya que hay tantas especializaciones y jerarquías técnico-médicas, asistenciales, administrativas, de intendencia: …En los hospitales actuales tantas variedades, personas que no se sabe lo que hacen. Pero ahí aparecerá mientras este Ismael en calzoncillos espera a ser revisado. Y los datos para la ficha que el Doctor Al Godhir va a llenar, quien sabe que aspecto tomarán; porque Al Godhir efectivamente sigue escribiendo cuando se pone a conversar con la señora de delantal blanco.

–¿Vas a seguir saliendo con ese sujeto vos?–. El médico, con esta cuestión, continúa con algo que había introducido la mujer; palabras de ella, a las que este Ismael no las habría atendido. La empleada responde:

–Lo único que tengo claro, es que estaré presente cuando sea su graduación–.

–Aha; llegan los exámenes finales. Tu amigo quizá se reciba entonces–. Al Godhir me está mirando cuando le dice estas palabras a la enfermera; me está mirando jovialmente. Casi se puede decir que está pletórico cuando se va calzando unos guantes; y me hace un gesto para que me acueste en la camilla. Son gruesos guantes industriales, de tela blanca.

Ya inducido para el tratamiento, ahí acostado, yo lo voy soportando bien. El doctor apreta por una zona, percute por los bordes para determinar las distintas sonoridades; y me hace sentar en la camilla. Pega la oreja a mi espalda para hacerme respirar hondo y exhalar… Pero la conversación con la asistente continúa…

–Vistasé–, me dice sin salir del asunto con la señora; pero dedicándome una mirada con algo de curiosidad.

¿Cómo le voy a explicar al Doctor Al Godhir, que es esa conversación que tienen con la suplente, lo que precisamente me va aliviando, lo que efectivamente produce que se me vaya el malestar?.

Me pongo la ropa. Ellos siguen conversando sobre bondades y vicios de cierto amigo. Están sumidos tan elevadamente en su palique, que no querrán advertir cuando los dejo suavecito; y me voy andando por los pasillos de ese piso alto… Viajo en los ascensores… Salgo por el hall…

Se ha puesto horrible, cuando salgo del Hospital, por la calle de entrada. Un tiempo gris plomo; como que amenaza con agua en pocos minutos. Pero no llego a salir del predio; no llego a las calles públicas. Porque estacionada, esperándome sobre la callecita de entrada, encuentro a mi Amiga la cantante. ¿Para qué me habré desligado de ella, en la madrugada?.

Está dentro de su camioneta pick-up estacionada. La caja de la camioneta desborda de plantas empaquetadas para trasplante. Yo supondré que mi Amiga está cumpliendo un encargue. Este traslado de plantas provendrá de su hermana; quien la comisiona a veces con pequeños trabajos del vivero-escuela que administra… Así se daba que sucedía…

Me va contando mi Amiga, después de hacer rotundos gestos para llamar mi atención: que dió "vueltas por los bares del centro; buscándote y preocupada"; que "finalmente hoy lo encontré a Nicolás, mirando unos dibujos estaba"; (las gráficas del Programa, y del Director del Programa)… "Nicolás me avisa adonde estás. Así te encuentro a tiempo antes de que te fueses. Tenés que abrir la puerta de la camioneta con estas llaves". No consigo abrir la puerta del acompañante con las llaves que mi Amiga me alcanza; son demasiado pequeñas para la cerradura. He de dar la vuelta y pasar por la puerta del conductor; moverme después de lado por detrás del volante, hasta mi puesto. Mi Amiga la cantante, hace avanzar diestramente a la camioneta. Ya iríamos presuponiendo los dos que iremos a terminar el día a mi lugar. Pero antes tendremos que entregar los arbolitos, que tenemos atrás, en la caja de la camioneta.

La dirección para entregar las plantas es en un pasaje transversal a la Avenida de Circunvalación, que es por donde vamos, mezclados con el tránsito ahora. Ahí aparece la entrada al Pasaje. Doblamos, y vamos a estacionar sobre el empedrado, donde juegan unos chicos que corretean detrás de una pelota. Los jardineros del vivero-escuela nos están esperando, en la puerta de una de las casas. Cumplen los jardineros con la descarga rápidamente; a la vez que los chicos, que siguen jugando, ponen en inestabilidad la operación, con sus corridas y pelotazos. La rapidez de los jardineros se justifica; porque está por venirse un chubasco, que ya nos está haciendo respirar la humedad eléctrica de antes de las tormentas. El cielo casi negro; y una especial acústica nos rodea, que intensifica todos los tintineos, como ese del llavero con las llaves inútiles, con el que mi Amiga se entretiene, cuando ya se terminan de descargar las plantas.

Aparece un señor: alguien del vivero-escuela, detrás de anteojos con gruesos vidrios, debajo de un casco de pelo engominado. El hombre necesita transportación hasta los jardines del Museo, a pocas cuadras, donde la actividad botánica también tiene un pequeño trabajo en curso. La lluvia y el viento se descargan. Yo miro a mi Amiga la cantante, que está afin de llevar al señor. Le recuerdo que tiene que bajar ella, para dejar pasar al hombre dentro de la camioneta. Rápidamente el instructor-viverista se instala; y nos indica la manera más directa para que lo acerquemos.

Arrancamos con las calles cubriéndose de lluvia. Lluvia grande; y dá para que haya anegamiento en las calles, a poco de nuestro andar. "Será que otra vez los desagües…", dice apagándose cantante mi Amiga. "Mirá la avenida", digo yo. Hay mucho tráfico detenido en la Avenida de Circunvalación. Como la camioneta tiene una trocha grande, un carenado alto, buen despeje que favorece esta circulación… Como una lancha vamos hasta el Museo; adonde el señor, muy reconocido por el aventón, logra bajar sin estorbos, se pone a chapotear hasta el Museo.

Una vez que lo dejamos ahí al Jardinero en Jefe, comienza para nosotros la parte más riesgosa: la barranca. Vamos a tener que subir por la barranca; primera y segunda por el barro. Es una calle de tierra, con barranca; que va hasta el barrio donde está el refugio que me prestan. El lodo patinoso; y la camioneta va trepando en el, derrapando que se quiere salir del camino, parece que se quisiera hundir, va echando barro, arando en la subida, hasta que se afirma en un piso seguro; y echamos a transitar por el camino alto. Hasta la lluvia comienza a cesar, como para que podamos estar más tranquilos.

Después de la peludeada, se afirma en mí, la admiración por estas dotes de Volante, que vá revelándome mi Amiga la cantante. Hablamos muy poco en ese mediodía que comienza a despejarse de nubes; pero nuestro calmo entendimiento silencioso, compartido con sutilezas, se quebrará iluminado, antes de que lleguemos al local que me prestan, mi refugio en una esquina.

Mi Amiga, al pasar por una plazoleta con algunos árboles, me dice que iría a ver si encuentra algún libro que llegue a interesarle, en un stand recientemente armado, sobre la zona del paseo comercial, fuera de la zona pública. Naturalmente, que ahora les doy tantas precisiones, cuando en su momento, ella me dirá dos o tres palabras, murmura un nombre; y eso será suficiente.

A fín de que no haya confusiones entre mi Amiga en el vaticinio y Nora aquí en casa, voy a hacer un breve corte; una pausita… Tenemos adentro suficiente cocoa como para sentirnos maravillosamente. Nora hace tiempo que no aparece. No quiero que haya errores de entendimiento: mi Amiga la cantante por un lado; y Nora por el otro. Ahora veamos que hace…

Bajó las cortinas. Se acostó en el rincón rodeada de almohadones. Vemos que se colocó encima una manta de algodón Nora. Duerme relativamente protegida, ya que el clima está apenas fresco. Seguramente sueña. Me imagino sus sueños. Me imagino en su lugar, soñando con algas y aguas. Que así accede a conocimientos centrales, desde ese lugar hondo, desde esa fuente con la que volverá para traer un pedacito hontanar, un núcleo de conexión con lo que siempre…

…Después, cuando Nora despierte, nos va a contar. Y yo lo voy a registrar todo para que ustedes lo sepan. Porque ustedes se van ahora. Por favor; que tengo que preparar algo para comer. Todo lo del oráculo de ella, lo voy a seguir poniendo, para ustedes también, por escrito. También lo que ella me cuente cuando se despierte. Déjennos sin hacer ruido; ayúdenme a dejarla dormir un poco. Después ustedes me cuentan que tal anduvieron sus cosas; como anda la calle; hasta luego, hasta luego…

¿Qué voy a preparar?… Un porridge, con salsa de tomates, orégano, un poquito de ajo, queso rallado, algo de sal, un chorrito de aceite crudo… Listo.

Vuelve de la Librería mi Amiga con un impreso. Dentro de la camioneta lo va hojeando. Es una edición encuadernada con espirales de plástico, en cuarto, un volúmen no muy grueso. Lo va mirando y me dice lo que sabe sobre la temática del libro… Se trata de una investigación acerca de los barcos esclavistas… De cómo el mismo carácter social de los traficantes, se fue perpetuando a lo largo de un tiempo estudiado: desde 1770 hasta finales del siglo XIX.

Me cuenta: …Que los negreros transbordaban prisioneros en alta mar. Los pasaban de barco; allí en medio del Océano. Los marineros de los distintos barcos se ponían a conversar entre ellos de sus tareas: de las distintas maneras de empalmar un cabo, líquidos a mezclar a fín de barnizar mejor las carpinterías de las portillas, habilidades de cada uno para guindolar desde el bauprés… Una vez completado el trasbordo y todas las conversaciones hechas; los dos barcos se apartaban: uno hacia el destino final en el continente para los prisioneros; el otro al lugar de orígen: "¿Quizá para capturar más esclavos?", se pregunta mi Amiga la cantante.

El interés de mi Amiga en seguirme comunicando sus relaciones desde el libro que ha traído, disminuye. Ella se quedará más bien absorta, pasando páginas de su libro, concentrada y al mismo tiempo distraída, algo lejana…Toma una palabra aquí, una frase allá. Yo sé como son sus preliminares al abarcar una lectura. Yo mismo acompaño esta preparación de ella; con una revisión de asociaciones que rememoro; despertado mi recorrer por lo que me ha contado.

¿Cómo Nora logra prever de esta manera?. ¿Cómo puede pre-conocer hasta al contenido de las asociaciones entresoñadas por la cantante y por mi?. ¿Y toda la clarividencia, prodigiosamente surge de una anilla de bronce?… Sigo pensando que esa anilla no es necesaria; creo que sólo la usa para impresionarme.

Ahora dejamos el porridge en la cacerola. La avena conserva el calor por mucho tiempo. Cuando las luciérnagas se enciendan; es decir, cuando empieces a iluminar con tus ojos, Nora; entonces será la hora para comer.

Entonces estábamos dentro de la camioneta, al borde de la plaza. El relato de mi Amiga me habrá llevado a recordar… Porque la piel de los esclavizados y el escenario agreste se combinan, con una circunstancia agreste y otras pieles, acerca de las que yo había escrito. Le contaré:

"Cierto que a mi me gustaba escribir, cuando no te conocía. Estas evocaciones del pasado me hacen acordar de algo… -Tenía una prosa muy humorística por entonces-… Escribí acerca de mi pasión por calentar con fuego de leña a mis amigos. No perdía ocasión, al estar en el campo, para hacer grandes fuegos. Prefería,sin embargo, darle con todo a la chimenea, cuando estábamos en casa; para que ellos se calentasen entonces. Y no tener yo luego tanta necesidad de calentarlos con fuegos en el campo. De una manera ó de la otra, yo ahorraba o atesoraba calor en la piel de esa gente; lo cual me producía gran satisfacción. Tanto en la casa como en el campo, me gustaba mucho ‘arrebatar’ y ‘tostar’ a mis amigos. Eso escribí".

Mi Amiga la cantante, según dice Nora, parecería que está bastante gratificada por mi pequeña historia; ya que no habla ni hace una discusión; sino que enciende el motor de la camioneta; y se me manifiesta, a suerte de comentar los calentamientos, con sus sonrisas de soslayo, en alguna mirada casual, también bastante contenta, por pocas cuadras… Que con sus dotes de volante, pronto aparecemos a la vista de mi refugio: es un cuarto, detrás de vidrieras pintadas, que ocupo en donde me han prestado un local, en una esquina.

La cortina metálica yo la dejo permanentemente levantada. Solamente abrir la puerta comercial de vidrios, que sí tiene llave, pasar al refugio para descansar. En el depósito trastienda es donde acostumbro retirarme del todo. Hay un colchón, sobre unas frisas plásticas, directamente en el piso: mi sufrido lecho, que lo llevo adelante a veces, adonde están los mostradores del local desiertos.

–Ismael, hablemos de libros ahora-; y mi Amiga la cantante está como de querer hacer una broma sobre su presencia ahí, comicidad que no le sale, no le sale: …- Al final, tanto te ocupas de eso… Me parece que tenemos que hablar, del tema. Adelante, anímate–. Me ha visto desestimando la conversación; por eso acicatea, para ver si hay un aliciente al hablar.

Una decisión mía, para sobrepasar la gravedad, instalada en la pequeña acción de tomar un ejemplar de la biblioteca; la decisión de avanzar sin prestarle atención a impresiones morbosas… Y así dejamos atrás al menosprecio. Hago una referencia al libro; comentario quizá sobre los libros:

–Seguramente que los libros… ¿Viste como se van poniendo viejos en los bordes?; van tomando ese color sepia–…

–¿Y qué has estado leyendo; ese libro viejo?–.

(Tengo en la mano una vieja traducción de Darwin).

–No andas lejos; porque estuve ocupándome de otro, no de este inglés, de otro; en un estudio homeopático floral. ¡Que lindo que me escuches!–.

–¿Lo tenés a mano?. Damelo, quiero ver qué es–.

–Es entretenido, tiene láminas de plantas–… Y le alcanzo el volúmen. Me echo en el suelo junto a los almohadones.

Las páginas van pasando; alguna ilustración de musáceas le llama la atención; me la señala comentándome de las inflorescencias; que el color naranja viejo, o el papel, las plantas, pronto también se harán petróleo, como mi vieja traducción valenciana de Darwin. Se nos instala un clima de bienestar. Me parece que promete ser un día pleno de sentimientos. Se ríe un poco conmigo; mirándome estar sereno.

Me hace cosquillas, con los dedos del pie, en el cuello. Ninguna molestia. Yo le tomo la puntera con una mano, el talón con la otra sosteniéndolo; y una torsión algo severa la obliga a girar, cara al colchón. Bastantes divertidos, los dos nos alejamos de todo lo anterior, de todo lo otro que no sea nuestro vínculo. En nuestro deleite, nos ponemos a bucear en nuestro tiempo. Cerramos los cortinados silvestres, que me fueron necesarios en las vidrieras. Nos alejamos de toda ‘actividad’; y es nuestra la poesía de los cuerpos, para el conocimiento propio de nuestro encuentro.

Tendré que decirle, a mi Amiga la cantante, que ese lugar me lo ha conseguido en préstamo un médico, el Dr· Muffler, el mismo que me orienta para que yo estudie acerca de la terapéutica floral. Sé entonces, al comentar de esa vivienda, que pronto habré de ver necesariamente al Dr· Muffler, como instructor de salud, me es necesario…

Después pasamos un montón de tiempo sin notarlo allí dentro. Pasamos por lo menos un día entero sin pensar en asomarnos ni en necesitar nada. Cuando al día siguiente, la luz clara del sol alto comienza a blanquear los cortinados; se iniciará en nosotros el sentimiento de que los ritmos se nos están escapando. Un tiempo denso, inane, inerme, querrá apropiarse de nuestras cabezas, de nuestra corporeidad refrescada. Nos va a dar apuro por salir de allí; y tratar de insertarnos, en algo que tenga funcionamiento. Conspiraremos para volver a retomar nuestro tiempo compartido. Y para hacer más eficaz la búsqueda, y apresar la pertenencia, el nuevo tiempo compartido, el nuevo engrane con la multitud, con el aire, el sol, las plantas; saldremos cada uno en direcciones diferentes, para aumentar las posibilidades de ensamblarnos. Querremos apropiarnos de nuestro sentimiento en la vida, para lo que entonces será lo esencial: recuperar nuestro lugar en los ritmos comunitarios, en el sentimiento colectivo, en la integración orgánica de una comunidad ‘humana’.

Yo disimularé la exploración, con la excusa de una compra barata de bebidas. Asumiré el rol de un cliente por agua mineral…

…Es otro mediodía en la zona alta sobre las barrancas. El tiempo está nítido, claro de azul cielo, aire ligero, alto sol. Me siento volar por entre la gente. También voy refrenando mi felicidad medular, como otras veces, por precaución ó por culpa, ante tantos anónimos. También ellos reengranándose, voy suponiendo, al refrenarme ante una pluralidad tan dispar, tan hiriente, tan de cuidarse. Parece que la buena alta presión climática inundara los rostros, me voy fijando. Asumiría que en este día nadie quiere ser malo, me parece.

En la Rotisería donde compro el agua: ¿cómo pueden estar tan radiantes, tan contentos?. Me tratan con suma afectuosidad respetuosa. Al billete que les doy, me lo devuelven tal cual; después de revisarlo, de aprobarlo con una sonrisa, me lo devuelven; y dicen: "Vaya nomás, muchas gracias, vuelva por acá, venga por acá, siempre para atenderlo. Lo acompañaré hasta la puerta".

Hasta la ocasional señorita fina en sus botas, rezuma contentamiento en el local, al entrar; tranquilidad. ¿Cómo puede ser que de pronto también gente como esa?. El comerciante, al salir, se toma una mano con la otra por encima de su cabeza; alza los brazos en un saludo triunfal; allí de espaldas a la cortina de flecos, en la puerta de su negocio. Yo voy alejándome saturado, sin poder soslayar la inverosimilitud y la sorpresa. Pienso que debe haber una burla; que pronto se va a quebrar todo encima mío cuando me ponga a andar. Creo que todo podrá estallar; que es un equilibrio mentiroso y por demás fragilizante.

Pero el tema se completa; y se aflojan mis presentimientos. El comerciante está viviendo el día en la puerta de su negocio. ¡Pero que día espectacular!. Me pongo a caminar normalmente. Entonces veo, que atraca para descargar un camión, desbordante de hojas verdes; con tomates en lo alto que hacen equilibrio. El hombre que me diera el agua mineral, va con su mandril rotisero, al encuentro de la gente del camión: un viejo Bleriot o Renault. La gente del reparto desciende entre saludos y voces dordiales. Yo apuro mis pasos; ya no me daré vuelta para mirar la escena.

Favorablemente Nora me dice que no me equivoque. Ya se apareció despierta para sentarnos a la mesa dentro de las horas normales. Se apareció cambiada de ropa. Me voy enterando luego, que ella pensó que ya saldríamos; por eso su atuendo liviano; lista para despejarse paseando un poco. Pero yo le voy diciendo lo que ya tengo contado. Y realmente me interesa terminar la transcripción, porque le tengo fé de salud. Pero bueno; ella posterga entonces la salida para cuando yo pueda. Comemos ligeramente la avena; y ahí me corrige: Me dice que "Bleriot no son camiones, sino aviones, como los que volara Saint-Exupery. Los camiones bien podrían ser Chevrolet antiguos, Citröen o Renault -¿anotaste?-".

Enseguida terminó el almuerzo. Yo asenté la novedad de la corrección. Ella volvió a dormir, sin mucho interés, indolente, pero sin querer hacer otra cosa. Me pregunto si no habrá tomado pastecas. Retomaré la situación allá en Los Altos, cuando yo estoy caminando de vuelta al local vivienda.

En Los Altos, al caminar de vuelta al local-vivienda; ciertamente vengo convencido de haber logrado insertarme en el funcionamiento de un sistema Amigable y comercial, donde están el rotisero, la cliente de las botas, la otra gente del local, los proveedores del camión antiguo… Y mi Agua Mineral "De la Cañada" vuelve conmigo, como un aporte desde ese ‘sistema’.

Sin cambios, a pesar del sentimiento de pertenencia; sin cambios sigue el apuro, urgiéndome una inquietud incierta. Estaré a dos cuadras de mi casa; en la esquina donde está el Gabinete Abierto, del Dr· Muffler, quien consigue que me presten mi refugio. Proviene este préstamo de unas propietarias tradicionales y benefactoras, de ese barrio de Los Altos.

Apurado, el mismo Muffler, caminando en dirección contraria, cuando se me aparece fuera de hora. Vuelve de hacer su gimnasia atlética; vuelve a paso rápido por la calle, con una toalla al cuello. Me dice que tiene que atender. Y me recomienda, confidenciándose; que nosotros también nos apuremos: "Vos y tu Amiga jazzera, también van a tener que hacer; mejor se apuran". Quedo un poco azorado, cuando se me aleja. Es una emoción mezclada con un nuevo apercibir; y en medio de éste me doy prisa para llegar al local.

Porque ahí están; materializadas como si fueran funcionarias de Bienestar Social. Se aparecieron estas dos señoras de las dueñas. Damas maduras, de rasgos afilados, conversan mientras me harían cejudamente el intento de penetrar al local. Cuando les cuestiono su comportamiento algo desmedido; me responden, como si esto las autorizara, que la están buscando a mi Amiga. Resulta que ella no volvió; porque la puerta sigue con llave. Pero tampoco está la camioneta a la vista… Luego, esto dice que volvió, pero no está en el local; sino que fué a buscar su inserción más lejos –infiero que esto debe ser lo que sucede-, pero no se lo digo a las señoras. A ellas les digo que es evidente; ella no está. Y me cuelo adentro del local. Me planto delante de la puerta. No las invitaré a pasar.

Las damas toman un poco de distancia; y me dicen que fué mi Amiga la cantante, quien les avisó donde encontrarla, que les dijo las necesitaba, parecería que por teléfono; pero ciertamente les dijo que en el local. Insisten en entrar. Empujan la puerta. Yo bloqueo la entrada con una pierna y empujo la puerta en el sentido contrario. Como el forcejeo sigue, planto un zapato como cuña, impidiendo que se siga abriendo la puerta. Protesto:

–¡Yo soy el que vive acá!–. Dispongo toda mi animación:

Porque sé que frente al ‘sistema’ que las damas nos traen, yo habré traído otro ‘sistema’, que ya se está ambientando dentro de mi cuarto-esquina-local. Por eso me opongo decididamente a dejarme allanar. Yo iré percibiendo –digamos extrasensorialmente-, que la consolidación de mi ‘sistema’, ya se está acomodando dentro de mi habitat.

Las señoras propietarias, al cambiar su tono y tomar una actitud más considerada, me piden que espere un momentito; que me darán un mensaje para la cantante. Escriben en un papel que me alcanzarán, puesto para mi Amiga; en donde dan señales de un asesor legal; y en donde se identifican ellas con nombres y apellidos. Se retiran las señoras. Y me doy cuenta que una de ellas me agradaba especialmente en el forcejeo. Me tomo varios sorbos del Agua "La Cañada". Cierro la puerta; y voy hacia el baño para darme una ducha.

Estoy debajo del agua cuando escucho que golpean la puerta del local. En mi apuro por vestirme y salir de nuevo a atender, así alterado, yo creería que debo de ocuparme en una re-sistematización; quizá me sienta otra vez afuera de todo. Iré a ver quien llama.

Hay que ver a quien se le ocurre aparecer; en momentos tales que si el giróscopo en equilibrio dismunuyese su andar, aunque sean solo pensamientos los que me giran, algo horrible puede suceder. Cuando el torbellino de un posible horror se empieza a levantar frente a mí; ahí aparece un visitante comedido: un muchacho de la Zona, con el que debo de arrostrar una relación de corte diplomático. Yo frenético, imperioso, urgido; no puedo permitirme detener mi movimiento. Porque si bien teorético, con el giróscopo disimulo mi condición alterada… ¿Y a quién se le ocurre aparecer?.

El Muchacho ejerce cierto control territorial. Que es conveniente; yo no se lo cuestiono. Derecho para venir como costumbre, observar lo que yo estoy haciendo… En cierta medida, así se moderan mis frenesíes. El Muchacho es amigo y representa a mucha gente jóven de la Zona. Y me conviene que así venga a ejercer un control benévolo, amortiguando a mi maquinaria un poco; porque de otra forma sino, pienso que el control provendría de manos más brutales y apoderadas para desmanes: los represores profesionales, que sabemos siguen ahí esperando.

Pero esta vez, la representación del Muchacho no la quisiera para mi actividad y pensamientos. No juzgo que sea necesaria esta vez la vicaría. Creo que se quiere moderar o interferir entre la cantante y yo. Que con mi Amiga voy contento. Me indica que estoy en lo correcto ese amañado y bajo intento que las personas disfrazadas de mujer hicieran para meterse en el local. Quisieron separarnos con argucias leguleyas. No quiero detener nuestra relación deliberante y arrojada.

El Muchacho ya entra y se acomoda como de costumbre. Se instala cruzado de brazos y sentado en los mostradores hacia adentro. Quiere comunicarme su calma. Yo termino de vestirme y arreglarme. Me envuelvo con mi nuevo buzo de gimnasia azul celeste recauchutado. Me arreglo el cabello brilloso que está mojado. Veo que el Muchacho menea la cabeza negando, con los brazos cruzados. Está instalado, empacado en sus asentaderas sobre el mostrador. Apenas hemos cruzado breves palabras de saludo; pero ya se da cuenta de que me voy cortando solo. Entonces sentencia:

–Vos andás como el agua. Pero hay caterva crapulante que te endica–.

Se sienten nuevos golpes en la puerta. La voy pensando a esta frase de hielo con fuego adentro. Abro y es la cantante que entra. Ya me pongo más molesto. Porque entre la visita del Muchacho; y razonar la frase; y ella que no usa la llave que yo le dí, ¿por qué?. La observo; y claramente está llegando muy cansada; casi no podría funcionar mínimamente; por esto olvida que lleva una llave que yo le dí. Se da cuenta que está el vecino. Se me acerca y me susurra:

–Antes vine para buscar la camioneta. Anduve y anduve por una ubicación. Me fui hasta Villa Sandro–.

–Acompañame; vamos a preparar unos mates–, le digo yo. La tomo de la mano, nos acercamos a las hornallas, ella asiente, la dejo ahí atendiendo a los avíos. Y me acerco a mi vecino, que parece asumir que él está demás. Porque se destraba de sus brazos cruzados, se incorpora para irse.

–Otro día me vas a explicar bien esa diferencia entre los diques y yo. Que lo voy pensando-, le digo al Muchacho. –Como ejemplo, podríamos tomar lo que son las patronas; a mis épocas, que se chocan con ellas, parece–. Lo acompaño hasta la puerta.

–No nos iremos a hartar con abstracciones. Bien sabés que debemos darnos en concreto-, me dice el Muchacho; que ya saliendo, me alcanza una lapicera. –Vos cuidala, usala–, añade.

Es dificil entender algo en casos así. Yo igualmente gesticulo una despedida efusiva sinceramente agradecida. Por el local de vuelta, voy estudiando la lapicera; ¿qué haré con ella?. El muchacho se ha ido silenciosamente. Pero de la misma manera, antes de que yo pueda juntarme con mi Amiga; silenciosamente se me ha colado a mis espaldas, un Mozo del Bar cercano, que aprovecha mi descuido, por no cerrar firme la puerta del local.

–¿Trajiste comida vegetariana?–. Le interrumpo la entrada y le pregunto al mozo; otro de los muchachos de la Zona.

–Es obvio que no, Ismael-. Me señala la bandeja que lleva, con platos del mar: pescados enteros, centollas, langostas. –Para el Restaurante Vegetariano, tenés que ir hacia el Sur–, me apunta el Mozo al cardinal austral. Ha dejado la bandeja con la comida del mar sobre uno de los mostradores. Mi Amiga se nos acerca con el mate y los avíos, pero hogareña. Se va a encargar ella de corregirme con precisión en cuanto a la idea que yo tengo del lugar donde estamos:

–Tenés que corregirte. Estamos mucho más al Norte de lo que vos pensás–.

–¿De donde sacas eso?; si a dos cuadras está el Gabinete de Muffler…–, contesto yo, intrigado, irritado.

El Mozo se pone a tomar el mate. Ni la Cantante ni yo llegaremos a tomar de esa cebadura que pensábamos nuestra. Ella y yo desentendidos del bebestible. Mi Amiga continúa diciéndome:

–Cuando salimos para caminar separados, empecé a orientarme. Había un desencaje con lo que yo pensaba encontrar. Volví; agarré la camioneta y quise ir a Villa Sandro. Cuando salgo a la ruta y veo el cartel; no tenía que tomar a la izquierda, sino a la derecha. Y es cierto: estamos mucho más al Norte de lo que creíamos–.

–¿Pero cómo voy a llevar tanto tiempo equivocado?. Además recién al venir acabo de encontrar a Muffler–.

–Bueno; es en esas dos cuadras de la barranca donde se opera el cambio. Seguime en lo que te digo: Puede ser que en esas dos cuadras se te transporte más al Norte. Deben de hacerlo sin que te puedas dar cuenta–.

–Es así-, el Mozo entra en la conversación informándonos: -Se te hace caminar mucho más rápido que lo normal. Vos te quedás como sonámbulo, las piernas se te mueven solas muy rápido. Y cuando te despertás; en un santiamén; ya estás en la puerta de este local, acá–.

Hay un extraño clima entre ellos dos. Mi Amiga y el Mozo comparten esta explicación reveladora súbita. Así que todas las idas y venidas, nuestra conspiración para ampliar insertarnos, el esfuerzo para enganchar en un ‘sistema’ -todo entonces resulta desbaratado-. La ubicación en el lugar resulta utópica o falsa; los nombres trastocados seguramente; toda una referencia asumida como real ahora es desmentida. ¿Qué podré hacer?.

Fui a descansar; siguiendo al modelo de Nora. ¿Cúanto hacía que no dormía?. -La noche alrededor de los pronósticos; la conversación en la cocina junto a la cocoa; la presentación que me puse a escribir-… Había pasado la noche despierto y todavía seguía. Tenía que parar; me acosté sin perturbar a Nora; que no supe de aquello que estaría tejiendo en su rincón. Dormí una horita. Les cuento ahora; que nuevamente retomo la historia…

Entró a parecerme arbitrario, irrazonable y fastidioso; todo este pronóstico desvelado. Nora ya se había levantado y me le quejé. Hasta tomé la anilla de cobre y fingí estar por tirarla lejos. Argumenté un enojo ridículo; quería desbaratar tanta previsión; que me parecía hasta insultante. Nora me detuvo con tanta seguridad… Se echó atrás en la silla y afirmó las manos apoyadas en la mesa. Insistió en que así van a suceder las cosas. Yo le repetía a Nora que todo el augurio carecía de lógica

Fui sumando, uno detrás del otro, más argumentos, diciendo que: para todo lugar en el espacio, los demás lugares siguen manteniendo las mismas relaciones con ese lugar primero. Y que no podría trasladarse todo un barrio, sin alterar a todo el planeta, a todas las historias.

Ella me contesta, que en lo pronosticado, no necesariamente iba yo a encontrar siempre lógica. Que en la vida hay un antes y un después. Que los términos de las proposiciones mudan, se transforman, que devienen en el tiempo de las cosas vivas. Que la relación de las cosas vivas entre sí cambia; y cambia la historia… Y me daba otras explicaciones que me aclararon mucho más. En el próximo corte se las presento.

En realidad, mucho más al Norte de lo que yo creía estar. Todos los datos en los que creí largamente, falsos. Aliso el equipo recauchutado celeste tirando del borde de la campera. La Cantante y el Mozo están mirándome, compartiendo mi silencio. En mi interior, la prisa continúa; el corazón que se agita; me veo obligado a seguir corriendo. Quizá la meta siga fugitiva. Quizá se trastoquen mis pasos; y vuelva atrás cuando piense estar avanzando.

"Yo me voy", dice el Mozo. Lo despido entrecortadamente; le tartamudeo un hasta luego y sale. La Cantante me trae a beber Agua "De la Cañada". Los dos vamos hasta la puerta. Mi Amiga me besa. Voy a echar a correr; la prisa nuevamente. Siento que no alcanzaré a llegar a tiempo. Aunque no tenga en claro nada de adonde llegaré; igualmente siento que no podré llegar a tiempo.

Voy corriendo al lado de unas vías. Del otro lado de la alambrada, va un tren en mi misma dirección. Para cumplir con mi tiempo, tendría que correr muchísimo más rápido; imposible; o subir al tren que ya se está deteniendo en una estación cerca. Me apuro; alcanzo al tren, entro en los coches. Puedo relajarme un poco, sentado; pero nada más que por dos estaciones. Porque el tren se aparta de mi encaminamiento. Deberé bajar del tren; continuar con mi carrera por las calles suburbanas.

Tras mi corto viaje, retomo la carrera por otro barrio, en otras calles de otro barrio suburbano. Voy saltando por encima de las esquinas encharcadas, en esa Zona calma, con chalés medianamente ricos. Casi toda la gente del barrio parece estar escondida, durmiendo quizá, en esa primera hora de la tarde propicia a la siesta. Pocas personas en la calle: alguno que está ocupado en composturas de un automóvil, atiende observante a mi paso por ahí corriendo.

Ahora aquella prisa, la urgencia por sincronizarme con un ritmo al que sentía alejarse, aquella urgencia por encontrarme en un ‘sistema’, habrá desaparecido. En cambio, una plenitud se me está instalando. Se me aparece una sensación de robustez, de potencia propia, como si pudiese andar en triunfo, sin esforzarme ni perseguir nada ya. Tranquilamente dejo de correr; empiezo a caminar por las calles acotadas de esta parte de la ciudad adonde alcanzo a llegar, Zona antes desconocida para mi.

Donde ando no será una zona antigua, pero las calles estrechas, las casas y los edificios con placas de piedras y mármol en los frentes, la sombra de las calles angostas –también por los pocos árboles distribuidos ralamente por donde camino-, se habrá sumado todo ello como para inducirme un estado, una sensación de calma antigua, una serenidad atemporal que acaba de ajustarse con mi sentir de haber llegado a un término. Con mi calma así acrecida, llego a una Zona de iglesias, donde mi interpretación termina de asentarse realizada, igual que una hoja tierna de álamo que cae fresca sobre una superficie de cristal.

Me sobreviene un encuentro en esa tarde apaciguada. En una esquina una muchacha, anterior Socia mía, compañera en un trabajo cuando hacíamos dulces artesanales. Ella está quieta, esperándome, con sus cabellos largos. Al ver que me acerco se pone a caminar conmigo en callado reconocimiento; se asocia a mis pasos. Con solicitud y atención profunda los dos, entrecruzamos los brazos, nos tomamos las manos. Seguiremos andando; nos hablamos sin molestarnos, en cortas frases, que nos implican para algo: algo que estamos haciendo y algo con lo cual tenemos que cumplir.

Con el objetivo de retomar las aclaraciones de Nora; fue que me dijo y lo comparto; cuando yo estuve en gestos de arrojar a la gran siete la pulsera Amilamia, cuando yo maldecía contra todo el asunto, con el cual me parecía que perdíamos, que era inútil, irrevocable pérdida de tiempo. Me dijo Nora, que la información de integridad se me produciría, ya en la vigilia ó en mis sueños, como también en otros estados auto-inducidos que ella sabe yo puedo lograr. Ya estaba discerniendo yo. pero seguía algo molesto con mis preguntas, quería que me dijese a cuenta de qué tantas seguridades en que las cosas sucederían; si todo quizá podría pensarse solamente como deseos oníricos. De buen talante mutuo; ella continuó explicándome:

"Cuando dormimos y soñamos, podemos procesar la información que hemos recibido a lo largo del día. Aunque las fronteras no son tan claras entre los datos de la vigilia y la nueva información que se nos presenta al dormir con sueños. Porque los cambios en nuestro interior predisponen cosas por pasar. Las diferencias que surgen de soñar o no, permiten o no que algunas cosas nos sucedan al estar despiertos. A vos se te dio el caso de escuchar voces en sueños, voces que te dijeron cosas que después se cumplirían"…

Por cierto que yo entendí a donde apuntaba Nora con su explicación. Mi respuesta, estando despierto, a ciertos sucesos, había cambiado por el hecho de haber soñado previamente, con algo de esos sucesos. Entonces los sueños, pudieran cambiar cambiar cosas en la vida despiertos, en nuestra vida de relaciones. De momento yo había calmado mi sublevación irritada de insomne, atemperándome en mi diálogo con Nora, que continuaba entretejiendo su diálogo; para que llegáramos a una conclusión, si bien relativizada por lo que desconocemos, por todo lo que seguirá pasando dentro de la lógica y de la vida, conclusión tanto y tanto fuera de nuestro relativo alcance.

…"Si el soñar previamente con sucesos, cambia a la realidad de esos sucesos; luego conocer previamente a los sueños preanunciantes, abre un espacio más para enfrentar al sino del destino sin desmedros; con mayor libertad, mayor calidad".

Así fue como fui entendiendo, que al conocer esa Zona incierta que Nora me propone –zona de interfases entre lo percibido sensiblemente, lo pre-soñado y lo soñado-, me otorga vías ese conocer, para mayores aptitudes cuando llegue el momento social, el momento del "destino", que entonces podría hacerse más mejor.

Porque algo de todo esto quedaba discernido, continuamos de esta manera, con el preanuncio de lo que pasará y se soñará; yo mucho más claro y tranquilo con Nora, en la seguridad al final de conseguir más espacio, conocer más el tiempo de lo posible a venir. Puedo seguir ahora contándoles de esa Zona de transparencias por donde iríamos yendo con mi anterior Socia.

Habremos andado varias horas, con la serenidad de haber cumplido, de estar en el camino a cumplir, y no siempre caminando: con una tarea, una misión, una concreción que habría quedado pendiente con mi Socia y conmigo; además de cumplir con la justa puesta nuestra dentro del tejido de todos. Cuando empezamos a desprendernos de eso igual a un largo abrazo, ya estaremos en la Zona de Los Altos. Y llegaré a mi seguridad de haber arribado, alrededor del refugio en las barrancas. Alguna vez yo tenía que darme a mi mismo alcance; es cuando desembocamos andando donde está el Parque, el Paseo de los pequeños senderos, que nos llevarán hasta donde se arma, un escenario al aire libre.

Me indica mi Socia para que vea yo lo que hacen, al preparar el escenario para una función. Ponen plantas de maceta dentro de un balcón de utilería. Sí que lo veo. La gente que hace esto no refleja nuestros tiempos, le comento, tan bucólicos que se los ve. Y que es cierto, la Socia me contraindica: Que aflojemos ya después; porque eso era antes, que ella está ya maridada; que es el último encuentro, éste, el último que nos podremos dar. "Otros tiempos habían sido los nuestros", me dice que así eran de pausados y bucólicos, como el que muestran los utileros en el escenario; "podíamos contemplarnos vivir". Pero ella ahora, alega entonadamente, no quiere darle más disgustos a quien la favorece, su marido. Que su existir y su entorno son maduros, gracias a la relación con su marido –ya es protesta la de ella en nuestro deambular-. Y la tarde se está cerrando, la escena continúa. Sin un cierre cabal conmigo mismo, sin querer ponerme a discutir impropiamente; habré de buscar mi refugio: atravesar el Parque y tres cuadras más arriba, eso pienso.

Sigue con sus palabras mi Socia; porque recordó de con quien vive, me dice; al encontrarnos con el montaje del escenario, ahí en el Parque. "Es como si lo viera a él", agrega. "Porque él hace y organiza estas cosas; es Director de Escenas, monta Programas de Ensayo General, organiza una Estética, y la hace jugar para mantenerla oculta hasta la siguiente amplificación que dirija". Mi Socia está exultante y lejana al contarme de quien ya me doy cuenta es el Director del Programa con el que me enganché, allá en los médanos. Entonces querré saber como articular mejor; quizá poder decirle al Director, que estuve interesando al Doctor Al Godhir, para incluir al Programa en el Hospital. La inquietud me hace decirle a mi Socia que cruzemos. Ya no tendremos avances; pero el planeamiento estético lo tenemos en común, le detallo. Y hay un Bar enfrente del Parque; ya es de noche; que vayamos.

Hay desazón con una duda que se va transformando en tenazas de angustia. Algo pasa. Alguien nos viene siguiendo. Un tipo viene murmurando detrás de nosotros. Es una cuadra en que cosas incomprensibles, como amenazas sordas, nos irán siguiendo. La presencia del tipo es bastante cercana; es como una amenaza a nuestras vidas. Tendré una reacción como alérgica; me abandonará todo ánimo, toda posibilidad de pensar. Creeré que no será bueno contestar. Creeré que es una provocación, para que la aprensión me desborde y entonces yo reaccione agresivamente; y mi reacción de alerta y rechazo haría que el odio de ese sujeto pueda volcarse y atacarnos. No podrá surgir la confrontación; debo cuidar a la Socia, que parece no darse cuenta del peligro. Para peor, en esta corta cuadra me volverá el dolor en la boca del estómago, el mareo. Hago que nos detengamos enfrente al Bar iluminado; y al darme vuelta, mi Socia queda a mi espalda. El tipo pasa de largo mirándome de rabillo un poco, con ojos pequeños, achicados en un brillo de odio perverso y maniaco. Nos quedamos quietos. El sujeto dobla la esquina. Yo tengo otra vez el terrible malestar y el desencaje, el dolor. Me acuerdo del Hospital. Llamaría al médico Al Godhir. Bien me podría orientar el doctor, darme una respuesta para recuperarme.

En el Bar me conocen; estamos cerca de mi vivienda. Puedo, ya sentado y a pesar de mi descompostura, dar curso normal a un pedido para nuestra mesa. Una picadita y unos vinos rojos, buenos para mi estómago; y para llamar a la suerte.

Tanta suerte en ese Bar cuando yo me reanimo. La socia se ha decidido a conversar junto conmigo. Efectivamente, no se ha dado cuenta de nada. Me está contando de una publicación del marido en un importante diario de la Ciudad Grande. En la nota, él cimenta su programa, y lo demuele al mismo tiempo, me dice la socia. Según entiendo; él asegura que toda creación es en sí un intento fallido, un fracaso, que ya al nacer está quebrado; y que lo único posible de hacer por un artista, es restaurar su trabajo provisoriamente –eso es presentarlo-, como si le suministrase un recurso ortopédico, hasta la próxima fractura del concepto, de su objeto, y de la Idea, la que pide disculpas siempre. Porque de verdad toda producción, asume la socia el dicho muy convencida, nos está diciendo no. Que no es la obra lo importante; No; sino aquello que pueda haber desde la Idea, entre quien la hizo y quien la percibe.

–¿Toda obra una negación y una disculpa?–, la interrogo porque quiero nombrar lo que interpreto.

–Algo así; todo arte cierto lleva el mensaje del No y la disculpa-, asiente mi socia. –"Vea; esto no es lo que usted cree. Y disculpe"-, me dramatiza… –"Se nos ha escapado lo que queríamos decirle"…—

Las tachuelas de nuestra conversación, habrían afirmado un tejido superador para nuestras realidades. Pero yo no debo olvidar que las descomposturas me pueden volver a atacar. Tenía que llamar al Hospital y voy a hacerlo. Le diré a mi Socia:

–Discúlpame ahora un momentito; debo hacer una llamada de Salud–.

Con acuerdo voy hasta el mostrador, y obtengo el aparato prestado; me conocen como vecino. Consigo comunicarme con la receptoría del Hospital.

Si entrasen ustedes en la Zona de transparencias con mi Socia, en la fase adonde estos anticipos se efectúan, podríamos lograr nuevas ligazones, y también nuevos objetos con que ligarse ustedes, despiertos o no. Asimismo ustedes necesariamente surgirán con profecías y orientaciones entresoñadas, voces que oirán cuando estén por despertarse, por ejemplo en una larga noche sin haber soñado, con visitas que entrarán en sus casas para siempre, apretones de manos, caricias silenciosas de personas desconocidas. Todas estas últimas cosas que firmemente irán a sucederles. Inopinadas apariciones dentro de un área que ya se ha creado aquí, ahora, en una nueva ciudad programada. Es a la vez una comarca del destino y un cruce de voluntades y de realidades que buscan su alma. Ustedes irán usando estas cosas, para alivianar el paso de quienes andan aferrados a sus cabezas, a sus suelas pringosas; y necesitan, necesitan insuflarse el órden cristalino de una cementación cósmica, así de científica.

Yo insistiré, tomaré el riesgo así de que se me acuse de discurrir, pero renovaré mi creencia en la calidad aglutinante del vaticinio que redacto; fruto del sacrificio, las experiencias trascendentes, y la dedicación de Nora para el conocimiento. Nora que sigue durmiendo, que habla durmiendo, algunas cosas dice en sueños. Se me ocurre que para hacer más completo y eficaz este registro, bien podría ir anotando lo que ella dice dormida. Son cosas que ella no retiene como propias, aunque sí dichas por ella; de las que no se acuerda al despertar. Intentaré registrar algunas de las palabras que Nora dice dormida, las sentencias breves que yo recuerde; y otras, que le escucharé en esos momentos, cuando ella, como de costumbre, se incorpore a medias en su sueño, y profiera voces, en una especie de paroxismo. Coincidirán conmigo en que sin duda es una chica muy especial.

Partes: 1, 2, 3
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