- El ensayo como búsqueda y creación
- Presentación del autor
- El ensayo y su elan filosófico-cultural
- Imagen, metáfora,verdad
- Verdad, conocimiento, valores, praxis, comunicación: saber.
- Filosofía y literatura en jose lezama lima
- Humanismo y valores en Jose Marti
- Martí, periodista
- La relación ética – política en el pensamiento de José Martí
- El sentido de identidad en la obra de A. Carpentier.
- Filosofía e identidad en el pensamiento de Medardo Vitier
- Gramsci y la filosofia
- Platón y su visión del filosofar
- Síntesis curricular
Estamos en presencia de un ensayo de ensayos. El autor revela las especificidades del género ensayístico y consecuente con ello, expone varios ensayos en temas diversos de carácter filosófico cultural, con acento humanista.
La diversidad de temas tratados no resta valor a la compilación, ni conspira contra la coherencia lógica y la unidad que siempre exigimos a un libro. Un propósito esencial sirve de mediación central a la totalidad del trabajo: hacer teoría e historia del ensayo y mostrar las particularidades que lo caracterizan y definen como género especial, diferente al artículo, al estudio crítico, al tratado didáctico, etc., por supuesto, sin perder de vista que los límites entre los géneros literarios son flexibles y relativos.
El autor, asumiendo creadoramente la tesis lezamiana que las influencias dejan de serlo, cuando son sentidas, incorpora a su discurso revelador a grandes ensayistas de nuestro continente y del mundo. Aprovecha con originalidad y estilo personal, los resultados teóricos relacionados con el ensayo del filósofo y pedagogo cubano Medardo Vitier, pionero en trabajos de esa naturaleza, así como otros fundadores y maestros del género. En el trabajo brilla por su presencia el rico discurso de José Martí como figura de las letras que hizo del ensayo un medio idóneo para develar la espiritualidad del hombre en su perenne posibilidad de excelencia y creación. Un discurso que como bien destaca el Dr. Pupo, "ve con las palabras y habla con los colores" y no separa el oficio de la misión para encarnar un corpus crítico de acción comunicativa para la formación humana.
El profesor Pupo, sin pretender hacer derroche de erudición – no es su estilo – nos presenta un profundo y sugestivo análisis crítico del ensayo y sus implicaciones teóricas, metodológicas y prácticas. Con sólidos argumentos y la fuerza persuasiva que caracterizan al que vierte todo su espíritu a nobles propósitos, el autor logra penetrar con audacia y éxitos en la naturaleza interna del ensayo como género que propicia con creces la búsqueda y la creación comunicativas. Revela con pleno oficio sus rasgos más característicos, es decir, el acento o sello propio del escritor, tematizado en su subjetividad expresiva y su correspondiente modo subjetivo en el tratamiento de los temas, ya sea propiamente literario, académico, etc. Hace énfasis en el elan filosófico-cultural del discurso ensayístico, a partir de la perenne vocación de búsqueda, su sentido utópico y su mirada ecuménica. Un discurso que no dispone por la fuerza o impone a ultranza, sino que propone, agrega y añade, porque suscita nuevas aprehensiones. Sencillamente, tal y como lo demuestra el maestro Pupo, el verdadero ensayo abre innumerables cauces al pensamiento creador y a los sentimientos. Por ello es un medio insustituible en la construcción de la verdad y la revelación de los valores humanos.
Es que el ensayo, si bien no es un tratamiento sistemático o despliegue lógico de un asunto, lleva dentro la lógica natural que fluye de la subjetividad humana. Esto determina su creciente autenticidad, sin necesidad de recurrir a las "puras objetividades", limpias de las vetas personales.
En el buen ensayo se vierte la subjetividad toda, sin resultar un puro discurso subjetivista, al margen de la realidad objetiva y los condicionamientos reales y necesarios. Simplemente se aborda la realidad en relación con el hombre y en función de él. Pero un hombre concebido culturalmente, que piensa, siente, actúa y se comunica.
Su estilo, tal y como subraya el autor, se diferencía cualitativamente del tratado y de la monografía. El ensayista, más que transmitir un cuerpo de nociones aceptadas, enseña, abre cauces interpretativos nuevos y sugerentes. Renuncia a la misión didáctica, a las convenciones puras. Propone y agrega por su riqueza sugestiva. Es tolerante, está abierto al reconocimiento del otro porque brinda opciones y espacios a la elección y no cree que su verdad es la verdad.
El lenguaje empleado es múltiple, variado y diverso no reduce la dimensión lingüística del hombre en la aprehensión de la verdad y la revelación de los valores al simplemente llamado lenguaje científico y a los conceptos y categorías lógicas con que piensa el objeto. Emplea todas las formas aprehensivas lingüísticas y las anima con la fuerza de la subjetividad. Imprime color, movimiento y gracia estética a las ideas. Fertiliza el discurso con las imágenes que unifican y las metáforas que buscan la unidad en la diversidad y dirigen el pensamiento a la cultura con sentido humano. Por eso el maestro Medardo Vitier –autor trabajador profundamente por el Dr. Pupo-, en su Ensayo Americano, señala: "El ensayo abre cauces dóciles a la subjetividad y a las ideas, sin mengua de sus perfiles, viven envueltos en el aura personal, comunicativa, que nos torna propenso a la conversión". En fin, tanto en el análisis crítico del ensayo como en los propios ensayos que expone el autor, se descubre con sólidos fundamentos la esencia del ensayo como género literario de la personalidad, de la subjetividad creadora que acentúa y revela, porque promueve, remueve y aviva con sentido de atisbo y gérmenes, capaz de impulsar la inquietud humana, sin perder de vista la dignidad de las ideas y el encanto de la comunicación.
Varios ensayos se integran al libro. Todos poseen riqueza conceptual, axiológica y comunicativa. En todos encontramos vocación cultural humana y vuelo de altura. Los problemas humanos orientan el discurso hacia la unidad de lo diverso y hacia lo grande y absoluto.
En imagen, metáfora y verdad, después de interesantes análisis sobre el tema y sus mediaciones, el autor demuestra la necesidad de concebir el saber como aprehensión integradora incluyente, pues no es posible acercarnos a la verdad con reduccionismos gnoseologistas que excluyen otras formas humanas, incluyendo el lenguaje figurado o tropológico. Este ensayo resulta novedoso y sobre todas las cosas, sugerente, por el cauce sociocultural antropológico en que se funda.
Literatura y filosofía en Lezama Lima, constituye un certero acercamiento a la poética del intelectual cubano, a partir de la unidad en que se concreta lo literario y lo filosófico en su cosmología. El Dr, Pupo revela con hondura los fundamentos en que se sustenta la rica cosmovisión del autor de Paradiso y sus determinaciones concretas en la teoría de la imagen y la metáfora.
Los tres ensayos referidos a José Martí, dan cuenta de la profesionalidad del autor y del conocimiento profundo que posee del pensamiento y la obra del intelectual cubano. Con un estilo muy personal el maestro Pupo descubre la cosmovisión mortiana y sus concreciones en la axiología de la acción. Tanto en humanismo y valores en José Martí, como en Martí, periodista, se pone de relieve, cómo la filosofía de José Martí, deviene programa pedagógico de formación humana, a través de la axiología de la acción.
También se trabajan momentos de la obra de Alejo Carpenter y Medardo Vitier, en correspondencia con el espíritu del libro.
Los restantes ensayos sobre Gramsci y la filosofía y Platón y su visión del filosofar, resultan interesantes trabajos que dicen y proponen mucho.
Con relación al autor, debo decir, que se trata de un ensayista con éxito. Posee una extensa obra en este género y ha obtenido numerosos premios de carácter nacional e internacional, incluyendo entre otros, el Premio Nacional Cubano de la Crítica 1990, con el ensayo: La actividad como categoría filosófica, así como cuatro premios nacionales de Ensayo Juan Marinello. Fue jurado del Premio Internacional de Ensayo Ricardo Miró 2000, de Panamá.
Estamos seguros que este libro encontrará recepción en nuestro medio. Su contenido y la forma en que se expone resulta interesante para profesores, investigadores, estudiantes y público en general.
Lic. Zoila Hernández Blanco
Directora de la Escuela de Ciencias de la Comunicación
Universidad Autónoma de Coahuila
EL ENSAYO COMO BÚSQUEDA Y CREACIÓN
Esta edición ha sido bajo el patrocinio de la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila.
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Rigoberto Pupo Pupo (1946) Es Licenciado en Historia de la Universidad de la Habana (1970). Profesor titular en Historia de la Filosofía, investigador titular, Doctor en Ciencias Filosóficas (Academia de ciencias de la Antigua URSS, Moscú, 1984). Especialista en el tema del hombre, la actividad humana y la cultura y en Pensamiento Latinoamericano. Posee una extensa obra en su especialidad, incluyendo libros, artículos y ensayos. Es un destacado ensayista, recibiendo varios premios nacionales e internacionales en dicho género. Actualmente trabaja en la obra europea "La verdad tropológica, junto a relevantes figuras de las letras, como Umberto Eco. Es Vicedecano de Investigaciones, postgrado y Relaciones internacionales de la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de la Habana. Presidente del tribunal que otorga los doctorados en Filosofía y Vicepresidente Primero de la Sociedad Cubana de Filosofía.
EL ENSAYO Y SU ELAN FILOSÓFICO-CULTURAL
La concepción del ensayo, como el ensayo mismo, tiene su historia. Como género literario no siempre su definición conceptual ha coincidido con su contenido real. Ha primado con frecuencia la superficialidad definitoria y acomodaticia de encuadrar un concepto, con independencia de su correlato con la realidad y el espíritu animador del sujeto que piensa, siente y actúa. Sencillamente, por tradición lógica hay que definir, aunque se empobrezca lo definido. ¿Actitud nihilista ante las definiciones lógicas? Por supuesto que no, siempre y cuando se conciban en su relatividad aproximativa, como acercamiento al objeto y a sus diversas mediaciones que lo hacen complejo. Es necesario tener en cuenta la especificidad del objeto y el sujeto que lo aprehende, es decir, en resumen, seguir la lógica especial del objeto especial y su inserción histórico-cultural.
Por eso, los grandes espíritus ensayistas y nuestro continente es pródigo en ello- no rehúyen las definiciones como punto de partida del discurso analítico y sintetizador, pero las completan con las caracterizaciones, la imaginación creadora y otras formas aprehensivas, incluidas la hermenéutica, la semiótica y el psicoanálisis en la configuración del discurso.
No siempre el rigorismo lógico y los prejuicios formales que le son inherentes ha reinado absolutamente con sus secuelas autoritaristas. Sin embargo el género ensayístico ha sufrido sus nefastas consecuencias. Se ha considerado ejercicio intelectual de menor grado. Medardo Vitier, mente de alta estirpe de Cuba y América, lo ilustra con fuerza convincente: "(…) Kelly, el hispanista inglés, que tanto predicamento alcanza a virtud de su Historia, ni siquiera usa la palabra ensayo en las líneas que escribe sobre D. Miguel de Unamuno. Es cierto que fija la importancia de la figura, pues dice: "Es un talento múltiple: erudito, crítico, poeta (…) pero no apunta la función del ensayista ni se detiene a ese respecto en otros coetáneos de Unamuno que con sus ensayos dan fisonomía a las letras españolas (…) Estudia los escritores románticos (…) mas de aquella concepción del mundo que comunicó tono inconfundible a la época literaria, no hay noticia (…) El ensayo es en ellos se refiere también a Ortega y Gasset- y lo ha sido para la sensibilidad española en estos decenios de la centuria, cosa orgánica, sustantiva, porque ha examinado, del novecientos acá, los motivos y valores del alma nacional."
Esta tendencia, por suerte, no se impuso. La concepción de que las fronteras entre los géneros literarios más que absolutas, son movedizas, inestables y relativas, convirtióse en convicción y la tesis del grande ensayista martiano, Juan Marinello, de que el tratado impone y el ensayo pone, abre cauces de sorprendente valía. Y es que el ensayo -sin menospreciar los otros géneros literarios que cumplen sus respectivas funciones en la literatura-, posee particularidades propias que enriquecen, avivan y vitalizan el pensamiento creador y la ascensión humana. Su miraje sociocultural antropológico permeado de espiritualidad escrutadora, convierte en indisoluble haz la filosofía, la literatura, el arte, la sociología y todas las ciencias del hombre para desplegarse con fuerza hacia la naturaleza del cosmos humano en relación con su universo cultural y social.
El elan filosófico cultural que resume y nuclea al ensayo, en su esencialidad, posibilita que el discurso que lo encauza vincule en estrecha unidad las ciencias del hombre. Evita por su propia naturaleza, la especialización discursiva, que aunque en los tratados didácticos intente agotar los problemas en sistemas coherentes, enseña, pero no cultiva. Y la enseñanza es parte de la cultura, pero no la cultura misma, que implica por sobre todas las cosas sensibilidad humana, razón utópica y conciencia crítica. Triada imprescindible para la formación humana. ¿Aversión a los tratados? Indudablemente que no, pues organizan la mente, informan, sistematizan los conocimientos y valores heredados. Pero para la flexibilidad dialéctica, la cultura del ser existencial humano y la búsqueda creadora, el discurso ensayístico es insustituible. Se trata de una necesidad de humano propósito, presente en todas las latitudes de la civilización humana.
En Europa, la tradición ensayística por exigencia cultural, a partir de Montaigne encuentra desarrollo y concreción. Grandes mentes excepcionales de las letras y la filosofía, sin proponérselo, recurren al ensayo para expresar su ser esencial y el devenir de sus circunstancias temporales, intereses y fines humanos.
En España, la historia del ensayo, como expresión también de la subjetividad humana, en perenne búsqueda de la creciente espiritualidad y los problemas del hombre, en relación con la sociedad, encuentra grandes cultivadoresDurante el siglo XIX el ensayo continúa cultivándose con vigor y se consolida en su forma actual con la Generación del 98. Larra publicó numerosos artículos en periódicos y revistas de la época, posteriormente recopilados en Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres (1835-1837, 5 volúmenes) y Angel Gavinet (Idearium español) es el antecedente más inmediato de la Generación del 98. Le siguen Unamuno (En torno al casticismo; La vida es sueño) y Azorín (Los pueblos; Castilla). La erudición queda representada en la obra de Menéndez Pidal, autor de reconocido prestigio en Europa. Los principales exponentes de la corriente ensayística anterior a la guerra son Ortega y Gasset (España invertebrada; La rebelión de las masas), Eugenio d'Ors (Glosario) y Gregorio Marañón (Enrique IV de Castilla; Don Juan). (Ibídem) que hicieron época e influyeron con fuerza en nuestra América.
En América Latina, el ensayo deviene urgencia histórico-cultural. Su propia conformación histórica y su ímpetu de resistencia a no ser eco y sombra de culturas exógenas determinan una posición crítica ante su realidad y la alienación que la acompaña. Emancipación humano-cultural, política y social impulsan una específica actitud. Los hombres de letras y su producción espiritual se convierten en autoconciencia de las ansias de identidad, con vocación de raíz americana y espíritu ecuménico. A todo esto se une una cualidad inmanente al hombre latinoamericano, al "hombre natural", en el decir de José Martí: su rica espiritualidad y creciente humanidad emprendedora que lo llevan a ser imaginativo, soñador, utópico y a veces permeado de ingenuidad. Una cultura, fundada en una naturaleza diversa, cósmica, pero única en sus propósitos. Un ser pletórico de ilusiones que no tiene que esforzarse para revelar realismo mágico y lo real maravilloso porque está presente en sus propias circunstancias. Esto y mucho más cualifican la existencia de toda una pléyade de ensayistas latinoamericanos, capaces de "ver con las palabras y hablar con los colores" y expresar un discurso propio con imágenes y conceptos de alto valor cogitativo y numen cosmovisivo. En fin, tematizan su mensaje, uniendo filosofía y literatura como totalidad orgánica y con cauces culturales de riqueza inusitada. Porque, según expresa Martí en su magistral ensayo Nuestra América: "La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea." Cargada de idea por la vitalidad que le imprime el alma filosófico-cultural que lleva dentro el discurso.
La tesis reveladora de Juan Marinello de que el tratado dispone y el ensayo pone cualifica con creces la naturaleza expresiva y la inagotable riqueza subjetiva de éste. Dos rasgos esenciales dan sui-géneris particularidad al ensayo: el sello personal del escritor y el despliegue no sistemático del tema. Ambos imprimen sentido filosófico-cultural al discurso: por la cósmica aprehensión del asunto y por la sensibilidad de expresión con que se asume. Oigamos a modo ilustrativo el verbo de Martí en su grande estilo ensayístico: "Él traía su religión -se refiere al magno predicador Henry Ward Beecher- oreada por la vida. Él venía del Oeste domador, que abate la selva, el búfalo y el indio. La nostalgia misma de su iglesia pobre le inspiró una elocuencia sincera y amable. Hacía tiempo que no se oían en los púlpitos acentos humanos. Le decían payaso, profanador, hereje. Él hacía reir; él se dejaba aplaudir, ¡culpable pastor que se atrevía a arrancar aplausos! Él no tomaba jamás su texto del Viejo Testamento, henchido de iras, sino que predicaba sobre el amor de Dios y la dignidad del hombre, con abundancia de símiles de la naturaleza. En lógica, cojeaba. Su latín era un entuerto. Su sintaxis toda talones. Por los dogmas pasaba como escaldado. ¡Pero en aquella iglesia cantaban las aves, como en la primavera; los ojos solían llorar sin dolor y los hombres experimentaban emociones viriles!"
A los dos rasgos señalados -cualidades esenciales del ensayo- se derivan otros, que no por secundarios, restan valor al género. Todo lo contrario: emanan de ellos para completarlos: la imaginación, predominio de los sentimientos, las imágenes, las emociones. El discurso se resiste a cerrar, es sugestivo, suscitador y con ello, pleno de aperturas y aprehensiones. El estilo es dúctil, sugerente y tolerante. Hay espacio para la relatividad, si bien tiende a lo grande, a lo absoluto por su concentración, fuerza espiritual y subjetiva. No rehúye a la objetividad, a la responsabilidad, al deber, pero lo hace por cauces culturales con alto vuelo cogitativo. Se detiene también en los detalles, por ser cosas humanas, pero los inserta a la corriente que despierta semillas dormidas. Cultiva humanidad y axiología de la acción con nobles propósitos. Hay pedagogía en el discurso, pero teñida de numen filosófico-cultural. Por eso no es normativo, sino comunicativo. Parte del yo personal, pero como se dirige a la persona humana y a sus motivos capitales, respeta al otro. Fluye con desenfreno el mundo interior del escritor, con sentencias, frases aforísticas, ideas grandes por sus posibles varias recepciones e interpretaciones, metáforas, dichos populares, etc. pero no siempre con fines egocentristas, sino para comunicar con amenidad, encontrar consenso y lograr empatía. Medardo Vitier, en su estudio sobre el ensayo, refiere a la vida de D. Quijote y Sancho, de Unamuno, y descubre nuestro asunto con excelsa maestría: "Tiene (…) innegable objetividad en cuanto nos va presentando el contenido del Quijote. Pero no es esa objetividad pura, limpia de vetas personales que hallaríamos en una historia literaria donde el autor dedicase uno o más capítulos a la interpretación del famoso libro. Porque Unamuno se vierte todo él, con su irremediable desasosiego espiritual en esas páginas. Ese estilo suyo, que no busca tersura, pero que consigue inusitada fuerza, dibuja una angustia racial y a la vez de humana universalidad que él sazona con su propia psiquis atribulada. Su libro estudia, sí, el Quijote, y nos guía a verlo en lo profundo, pero las mejores esencias de este trabajo son de aportación personal. No es cosa de erudición sino de sugestión. Ni es la prosa didáctica que un plan frío ordena en yuxtaposiciones lógicas, mesuradas, sino el fluir creciente de un lamento que se enciende en profecía o se quiebra en lágrima viril. El vasco "fino y fuerte", aclimatado en Castilla es allí la voz viviente de la España grande. Nos da en ese libro un ensayo, no un tratado, no un estudio de riguroso método filológico."
Por supuesto, aquí nos detenemos en el ensayo literario-filosófico, bueno, con vuelo de altura. Hay ensayo y ensayo. Pero imbuido en el espíritu de este género, nos dirigimos a lo grande, a lo más perfecto, a los que han ganado status paradigmático por su excelencia espiritual y su trascendencia. No es posible pensar el ensayo en nuestro idioma sin recordar a Unamuno, Ortega y Gasset, José Martí, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, José Enrique Rodó, Pedro Henríquez Ureña, Juan Marinello, Medardo y Cintio Vitier, entre tantos que lo han cultivado en España y en nuestra América, con devoción, talento y oficio.
Estos grandes ensayistas, a veces sin abandonar otros tipos de prosa, como el tratado (texto didáctico, manual, etc.), la monografía, la crítica, el discurso, el artículo, etc. han convertido el ensayo, más que en un género literario, en una misión de creciente humanidad y eticidad concreta. Sus propensiones fundadoras les han permitido develar en el ensayo infinitos menesteres espirituales para sembrar al mismo tiempo ciencia y conciencia, razón y sentimiento, tan necesarios en la formación del hombre creador. "Bueno es dirigir, pero no es bueno -enfatiza Martí- que llegue el dirigir a ahogar (…) Garantizar la libertad humana -dejar a los espíritus su frescura genuina, no desfigurar con el resultado de ajenos prejuicios las naturalezas (puras y vírgenes)- ponerlos en aptitud de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una vía marcada, he ahí el único modo de poblar la tierra de una generación vigorosa y creadora que le falta. Las redenciones han venido siendo formales; es necesario que sean esenciales. La libertad política no estará asegurada mientras no se asegure la libertad espiritual. Urge libertar a los hombres de la tiranía, de la convención, que tuerce sus sentimientos, precipita sus sentidos y sobrecarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso. Este es uno de esos problemas misteriosos que ha de resolver la ciencia humana (…)"
Esto explica por sí solo, el por qué el ensayismo ha formado parte consustancial de los grandes humanistas, preocupados por el drama del hombre y por revelar todo lo que contribuya a la ascensión humana. Explica, además, por qué se relievan y se incrementan con más fuerza en los momentos de crisis existenciales, en las etapas de cambios y períodos transicionales que más afectan al hombre, los valores y la cultura.
Es en sí mismo, el ensayo, una escritura crítica de reflexión y búsqueda en torno a problemas sensibles del hombre o relacionados con él. Un discurso, a veces con ribete agónico, en función de las disyuntivas que presenta la realidad humana y su discernimiento para elegir lo que humanamente se considera más racional por parte del escritor. Por eso en su interior hay una intencionalidad expresa que signa la lógica del problema, pero ajeno a fórmulas o esquemas preconcebidos. Hay recursos técnicos -propios de cada escritor- pero coloreados por su subjetividad indagadora y su capacidad personal.
El ensayo, si es consecuente con su misión, no puede operar con rigidez discursiva. Ante la revisión de valores los esquemas sólo funcionan para crear esquemas y resultan ineficaces y poco atrayentes. La osadía, la exposición al riesgo y la valentía son atributos cualificadores del buen ensayista. Como también lo son la gracia, el tono y el relieve de las ideas. "Fue Ariel -refiere M. Vitier al excelente ensayo de Rodó- un arrullo por la forma y una señal (…) Observo en Ariel dos caracteres, que en los casos más logrados, el ensayo concilia: la dignidad de las ideas y el encanto de su comunicación. Flota en sus períodos también ese polvo inasible del misterio humano (…) Insisto en ese don de encanto intelectual que es atributo de los mejores ensayos. Dígase gracia estética si se quiere."
Gracia estética que, sin proponérselo el escritor, subyuga al lector, por la elocuencia, el tono, el color, el calor y el relieve y vitalidad de las idas. Unido a la coherencia del discurso, la armonía, la sinceridad y nobleza expresivas. El ensayo Cecilio Acosta, de Martí, subyuga, paraliza, nos hace cómplice y concentra la atención: "Ya está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y yerta, junto a la pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal, rebelde. Ha muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres; se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo ver morir, en lo más recio de la faena, a tan grande trabajador!
Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de crearlos. Para él el Universo fue casa; su Patria, aposento; la Historia, madre; y los hombres, hermanos; y sus dolores, cosas de familia que le piden llanto. El lo dio a mares (…) Cuando tenía que dar, lo daba todo; y cuando nada ya tenía, daba amor y libros (…) Él, que pensaba como profeta, amaba como mujer."
Estamos en presencia -por supuesto, ante un ensayo literario-, pero la belleza ensayística expresiva no está reñida con el tema de objeto discursivo. La sensibilidad del escritor, su creciente humanidad y el devenir en sus cauces culturales, imprime razón estética. La coherencia armónica y su consecuente gusto estético como están inserto a una cultura de la razón y de sentimiento, despierta esa bondad, verdad y belleza que el hombre lleva dentro, que sólo espera por cauces humanos para revelarse. ¿Quién puede negar la bondad, la verdad y la belleza de un ensayo científico, cuando un escritor con profesionalidad y oficio es capaz de insertar el discurso a la cultura, pues la cultura, más que acumulación de conocimiento, es sensibilidad humana para captar lo pequeño, lo grande y lo absoluto con sentido histórico, acorde con el presente y lo por venir, sin olvidar la buena tradición del pasado que sirve de raíz.
Por eso, en mi criterio, el elan filosófico-cultural es inherente al buen ensayo. Todavía más: es su mediación central. Porque lo dota de sentido cosmovisivo al hacer centro suyo la subjetividad en sus varios atributos cualificadores: conocimiento, valor, praxis y comunicación y al mismo tiempo porque los concibe insertos en la cultura. Los valores humanos, que tanto privilegia el ensayo, sólo funcionan cuando se culturalizan, cuando son alumbrados y guiados por una cultura de la sensibilidad y la razón.
En fin, el elan filosófico-cultural, inmanente al buen ensayo, implica conciencia crítica, razón utópica realista y cultura de la sensibilidad.
En los tiempos actuales, cuando la globalización se esfuerza por la homogeneidad cultural, en detrimento de nuestras culturas nacionales que sirven de pivotes de reafirmación identitaria, el buen ensayo tiene mucho que decir y hacer. ¿Oposición a la globalización? Por supuesto que no. Es un fenómeno objetivo, engendrado por la historia y la cultura. Pero no se puede olvidar la divisa principal de la herencia ensayística fundadora de nuestra América: la necesidad de partir de las raíces con vocación ecuménica.
El ensayismo latinoamericano, rico por su espiritualidad, no puede hacer coro con el presentismo, la idea del fin de la historia, el nihilismo cultural y la negación de los principios humanistas que propagan algunas corrientes postmodernistas. No se puede perder el sentido de identidad que une nuestros propósitos verdaderamente humanos ni subvertir la cultura del ser por la cultura del tener, fuente del desarraigo, la crisis de valores y los vacíos existenciales.
Ante el pesimismo y el escepticismo que tanto impera ya en los albores del siglo XXI nuestro ensayismo no puede olvidar que vivir es creer. Hay que asirse al valor de las ideas, pues como enseña el Apóstol de nuestra América: "no hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados (…) Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras".
En resumen, no permitamos que muera la utopía, porque es matar la esperanza. Los síntomas visibles de la crisis de la civilización no pueden aplastar los sueños que encarnan y dan vitalidad a nuestra espiritualidad. Hagamos que siga primando el ensayismo optimista y no el pesimista que también existe. La salvación de la humanidad y el progreso social que también hoy se pone en duda, debe encontrar su baluarte inexpugnable en la cultura. La cultura, como expresión del ser esencial humano y medida de su ascensión, continuará alumbrando las sendas del porvenir.
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