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Lectura hermenéutica de las características socio-económicas de la comunidad cristiana (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Para la comunidad naciente, la apertura a los otros y al futuro se constituyó en estado definitivo del creyente, sustentado en la docilidad a la franca y directa comunicación dialogal con Dios y en la eficaz acción asistencial del Espíritu Santo.

2.6 Conclusión del nivel histórico

La metamorfosis de la situación socio-política y socio-económica, fue generada gradualmente por la experiencia del compartir de mesa fraterno de la comunidad cristiana naciente, proyectándose en el ámbito bio-psico-social.

Esta metamorfosis implico primero, un cambio de mentalidad de cada uno de los miembros de la comunidad cristiana naciente por efecto de la gracia de Dios, que reinaba en medio de la comunidad y la cual, fue fuerza transformadora de la identidad de corrupción y de anti valores con que venían cargados cada uno de los miembros de la comunidad.

Este cambio de mentalidad, de forma de pensar concibió, desde la comunidad hacia el ambiente exterior, cimientos elocuentes para una transformación de la situación social, controvirtiendo la exclusión, que propiciaba las políticas sociales del imperio romano, amparado bajo la aceptación de la aristocracia judía, la cual, bajo los intereses de acaparar más bienes y más renombre, trastocaron su identidad social, con el hecho incluyente, de los que para la sociedad de esa época, no eran, no existían como grupo humano respetable.

Esta inclusión que desarrollo la comunidad, a partir de la experiencia del compartir de mesa, de aquellos que "no eran", perturbo la identidad cultural que propiciaba la aristocracia como canal de sometimiento al régimen romano. La aristocracia noto que el proceso de inclusión que estaba adelantando la comunidad cristiana naciente se podía convertir en un proceso revolucionario que generaría confrontación cultural desde lo social.

La metanoia, el cambio de pensar y el cambio de vivir, supeditaron una experiencia cultural renovada, sustentada en el Reino de Dios que se fue contraponiendo a la cultura individualista, hedonista, mercantilista, explotadora y corrupta, con la potencia de la solidaridad, del nosotros, en otras palabras, rescatando el ideal de Pueblo de Dios.

La experiencia cultural renovada, que hundía sus raíces con pericia en la comunidad de creyentes, involucraba una reafirmación por el don de la tierra y una identificación con el qahal Yahveh, de tal modo que se reavivo la práctica de la gratuidad, por la cual se expresaban nobles ideales de magnanimidad y realeza que, teniendo ya una injerencia en lo personal, tomaba posesión de lo familiar y por esto creaba un nuevo ambiente cultural que partía del seno familiar y de por sí, de la comunión de mesa doméstica.

Este ambiente cultural doméstico se refería a la relación de identidad, fraternidad y solidaridad, que inculcado y aceptado por gracia de Dios en los hijos, iría otorgando a la sociedad, así fuera imperceptiblemente, un cambio renovador en su cultura.

El cambio renovador de la cultura, propiciado desde la familia como base de la sociedad e integrante de la comunidad de creyentes, con el tiempo fue "distorsionando" la visión política que mantenía el imperio romano y la aristocracia judía en el pueblo de Israel, pasando de un desarrollo político por intereses individuales que cada día, inexorablemente, corroían la identidad nacional y teocrática, a un desarrollo político sustentado y afianzado en la verdad y en la comunión y comunicación de bienes, buscando de tal manera el bien común .

En este ejercicio que mantenía la comunidad de creyentes y que día a día se afianzaba, gracias a la experiencia del resucitado en medio de ellos, los planteamientos políticos sustentados en la corrupción y en la vanagloria fueron cercenados por los planteamientos políticos sostenidos por el ideal de la solidaridad en el cual, se desplegaba un programa democrático, dándole voz a los que no tenían voz, proyectando un deseo por una sociedad igualitaria, donde todos tenían y a nadie les faltaba nada.

El planteamiento político de la sociedad igualitaria era sin más, el desarrollo de Reino de Dios como comunidad creadora, salvadora y santificadora de los anhelos del hombre y del mismo hombre.

Este planteamiento no fue un planteamiento que partía de la gloria de Dios, partía era más bien de la experiencia kenótica de Jesús, de su abajamiento por el cual, Dios "puso su morada entre nosotros" generando alegría. La alegría generada fue el dinamismo de apertura simbiótica de la comunidad frente a la sociedad.

Con este planteamiento, renovadamente político, se re-estructuro el nivel económico, frente al propósito capitalista excluyente del imperio, que no salvaguardaba los principios humanos en la búsqueda del propósito del acaparamiento suscitando una mayor brecha entre ricos y pobres, entre dominadores y dominados.

El trazado económico de la comunidad de creyentes buscaba cerrar esta brecha enorme desde la experiencia de la generosidad, manifestada como ejemplo categórico, en la generosidad por parte de Dios hacia los hombres en Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre para levantar el ánimo de los hombres y la vida subvalorada y de esta manera enriquecer al hombre sumergido en la pobreza.

La economía de generosidad fue fluyendo por gracia de Dios en cada una de las comunidades de creyentes, incentivando el ánimo solidario con aquellos que pasaban dificultades, para enaltecerlos y robustecerlos, y de esta manera brindarles oportunidades, no de supervivencia, sino de una vida digna y acorde al evangelio, a la buena nueva que promulgo Jesús de Nazaret, sustentada en la justicia y en la paz.

Esta economía de generosidad fue una economía de justicia y de paz, de equilibrio bio-psico-social que refrigeró los ánimos caldeados de algunos miembros de la comunidad de creyentes, que venían de la subyugación económica por parte del imperio romano y de las autoridades judías.

Esos procesos de equilibrio bio-psico-social a nivel de lo social, de lo cultural, de lo político y de lo económico fueron los que ayudaron, a manera de levadura, a la transformación histórica de su contexto, haciendo entender que no solamente ellos pertenecían a un momento puntual de la historia, sino además que ellos eran los ejecutores de su propia historia.

De esta manera concluimos este capítulo para darle entrada al próximo, que es el nivel teológico en el cual se plasmará con un mayor sentido teológico la experiencia de la comunidad y de la colecta.

3. NIVEL TEOLÓGICO

Tras haber visto en el capitulo anterior toda la problemática socio-económica que estaba afrontando el pueblo judío y las comunidades cristianas nacientes, y cómo frente a ésta, la comunidad cristiana naciente ofrece una respuesta paradigmática a partir de la práctica de compartir la mesa frente al sistema de opresión que se vivía, voy a adentrarme en la auscultación teológica de Hch 2,42-47 frente a la temática de comunidad y a 2Cor 8,1-15 frente a la temática de colecta.

El presente capítulo va a ser abordado puntualizando primeramente el sentido teológico de la temática del compartir de mesa como primer momento de la experiencia comunitaria. Este primer momento, retumba plásticamente en el suceso de Hch 2,42-47 el cual, se enmarca en la dinámica de la identidad y de la fraternidad, sujeta a la comunidad como lugar de identidad, en donde se desarrolla la vivencia de la oración en el Espíritu, ésta, es la dinamizadora del éthos cristiano, que construye paulatina y constantemente la fraternidad en medio de la comunidad proyectando por tanto, una vivencia en la ayuda mutua.

Esta vivencia de la ayuda mutua en la comunidad, como lugar de identidad y de fraternidad, genera el impulso solidario de la colecta que se manifiesta en 2Cor 8,1-15 y que está sujeta a la gracia y a la conciencia de igualdad, aplicada en la opción por los pobres constituyendo la solidaridad, como fruto fraterno de la comunidad.

3.1 Compartir de mesa como un asunto de alianza doméstico

Este hecho parte del significado re-ligador que tiene la comunidad y la experiencia de compartir de mesa como ratificación de alianza en el mundo bíblico, la cual, "dentro del contexto de la alianza, regula todas las relaciones de Israel con Dios".[146]Además, ella misma, representa la esperanza de plenitud de Israel, entendiéndose como el hecho que, en el compartir de mesa se superan todas las divisiones libremente, pues, el que está sentado es uno igual, con el cual, se establece un rito de comunión sanador y salvador, superándose con las bendiciones, las maldiciones. Por tanto, la experiencia de comer juntos, de compartir la mesa se convierte en experiencia del Reino de Dios, donde se sustituye la pureza ritual por la misericordia fraterna, promoviéndose la superación de las barreras étnicas y el trato con todos, basado en la identidad colectiva de pueblo de Dios.

La alianza que se suscita en el compartir la mesa, es más, la participación de varias personas en ésta, "genera un signo importante de comunión y de mutua pertenencia, mediante la comida en común se expresa el perdón, la hospitalidad y la amistad. Por eso mismo, hacer daño a una persona con la que se había compartido la comida era considerado como un crimen abominable".[147]

La comunión y la mutua pertenencia que genera el compartir de mesa, sana el cuerpo social infundiendo esperanza en las situaciones desesperadas contrarrestando de éste modo, la desintegración social y fortaleciendo las comunidades de alianza familiares. A partir de éstas comunidades de alianza familiares "se condena la codicia de los que no saben compartir su comida con los necesitados (.) de forma que se cree aquella solidaridad que es la señal inequívoca de que se acerca el Reino de Dios".[148]

En el compartir de mesa como señal inequívoca de este acercamiento, se cuestionan las jerarquías vigentes de la sociedad, y se propugna por unos valores alternativos paradigmáticos que quiebren el sistema de opresor-oprimido, hacia un sistema de dar y recibir solidario, que elimine las barreras sociales, incluso las que amenazan con instalarse al interior de la comunidad.

Con el compartir de mesa "las comunidades no pretendieron directamente transformar el mundo en que vivían y sus estructuras sociales (.) su primera preocupación es construir la fraternidad y reflejar en su interior los valores nuevos del Reino de Dios"[149], y es en la casa, en el lugar doméstico, donde primeramente se reflejan estos nuevos valores.

La casa, lugar doméstico, es el lugar donde se reúne la comunidad cristiana para partir el pan, en donde se desarrolla, según Aguirre,

"una economía de reciprocidad generalizada, en la que todos los miembros dan y reciben, donde cada uno es valorado por sí mismo, donde reina la solidaridad del grupo (.). El centro de la casa, el gran rito doméstico, es la participación de la mesa".[150]

En el compartir de mesa como alianza doméstica, la comunidad de creyentes "vuelve a los principios centrales de la alianza del mutuo compartir y la cooperación"[151], de este modo el proceso de endeudamiento que generan en el pueblo las autoridades romanas, apoyadas por las judías, se ve progresivamente desarraigado en medio de la comunidad y la única deuda que han de tener es la deuda los unos a los otros en el amor.

Compartir la mesa es un imperativo para el creyente, pues es en éste compartir, que se hace verídico el texto de Lv 19,2, en torno a éste compartir como alianza doméstica, "cada aspecto de la vida humana, sea religioso, social, moral o ético, se orienta a santificar el Nombre de Dios, con lo cual se adquiere también la santidad personal"[152] y por ende la santidad de la comunidad respaldada por la justicia equitativa de Dios.

Esta justicia equitativa de Dios genera en los miembros de la comunidad, que parten y comparten el pan, una apropiación cada vez más fraterna y solidaria por el otro al cual han identificado como hermano, creando nuevas relaciones que excluyen privilegios y marginaciones, ya que "el Reino de Dios no consiente posiciones sociales. En principio, está abierto a todos los hombres que aceptan el mensaje de Jesús"[153] y que quieren por tanto una sociedad reconciliada.

Esta sociedad reconciliada de la mesa compartida fue sin más, un acto de resistencia, que partió del nivel más simple de la sociedad, la experiencia doméstica en donde "una persona daba como máximo todo lo que tenía, o como mínimo, todo lo que podía"[154] y de esta manera se reaccionaba, frente a la comunidad comercializadora de la época, como comunidad compartida paradigmática, en donde "los criterios para entrar en el Reino son los llanos y directos principios económicos de la alianza".[155]

La base sustancial de este principio es el amor, que mucho más que un sentimiento o una actitud, "se refiere a prácticas económicas concretas en la comunidad como la cancelación de deudas y el generoso compartir mutuo de los recursos"[156] de una forma cooperativa y subsidiaria.

Para terminar esta parte del compartir de mesa y darle paso a la auscultación teológica de Hch 2,42-47 y 2Cor 8,1-15 es necesario entender finalmente que, como menciona Rossano-Ravasi,

"la Biblia subraya que el problema del hambre solo se resolverá plenamente en clave escatológica. Esto supone la aceptación de la situación actual, caracterizada por la incompatibilidad de satisfacer todas las exigencias, incluso legítimas y la capacidad de resistir sacrificios y renuncias para que nadie se vea privado de lo esencial".[157]

3.2 Identidad y fraternidad comunitaria en Hch 2,42-47

La identidad y fraternidad comunitaria en Hch 2,42-47 subyace en cuatro instancias dinámicas que son el escuchar, el contemplar, el obedecer, referenciadas éstas en el hecho de que "acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles", y el actuar, y el liberar, en la situación de "la comunión, la fracción del pan y las oraciones". Estás instancias se estructuran a partir de la correlacionalidad entre el yo, como movimiento de la interiorización de la fe, interpretándola; entre el tú, como movimiento de la fraternidad por la esperanza, argumentándola y entre el nosotros, como movimiento de la solidaridad en la caridad, proponiéndola.

Escuchar, en este caso la enseñanza de los apóstoles, es la apertura de la conciencia a la irrupción de la Palabra en la vida la cual, se constituye en Palabra creadora, redentora y santificadora. Al escuchar, se recrea en la mente y en el corazón el suceso que se oye, adquiriendo un significado actual de tal forma que el oyente de la Palabra puede identificarse con ella, asumiéndola y guardándola en el corazón, para después desarrollar el proceso del recuerdo.

La dinámica de la escucha, es la dinámica sustentadora del cuerpo social, por medio de la cual, surge un primer momento de identificación con el otro, pues al momento de no entender claramente lo que escucha, el oyente tiene que salir de si, romper los muros de división y proyectar su entender en el otro el cual, revela la duda y ayuda a crear la certeza de lo cierto en la escucha.

Desvelada la duda y acrecentada la certeza en el yo, con el favor del tú, el oyente de desplaza a contemplar lo que escucha, para hacerlo más vivo y eficaz en él, en el silencio y en la soledad de su corazón donde anida la semilla del Verbo constituyéndose la verdadera escucha y el verdadero encuentro, por medio del cual, ya no solamente hay identidad con el tú y con el otro, sino con el Tú del Totalmente Otro.

Este encuentro trascendente a partir de la escucha de la Palabra que ha puesto su morada en el corazón del oyente, lo llama a la obediencia a su Palabra en medio de la comunidad, como canal de trasmisión de la revelación. En ella, por la enseñanza, se evoca el misterio de la historia de la salvación, se invoca el nombre de Jesucristo, se convoca a los creyentes y se provoca la misión eclesial.

La escucha personal comunitaria de la Palabra, vincula al oyente, con el testigo directo y autorizado de la enseñanza, generando un ordenamiento social activo de mutua corresponsabilidad, buscando que si yo estoy bien, tu estas bien, de este modo, la acción generada por la escucha de la Palabra se convierte en liberadora, en transfiguradora de paradigmas y en sustentadora del bien común. Por tal hecho, la claridad en la escucha de la Palabra, el encuentro contemplativo con ella, la obediencia a sus indicaciones, y la apertura a la acción que ella obra, genera una identidad comprometida y un compromiso proyectivo, por medio del cual se revela alegremente la dinámica salvadora común y esto es lo primero que funda y da identidad a la comunidad.

3.2.1 La comunidad

La identidad y la fraternidad en Hch 2,42-47 se concentra en la palabra comunidad la cual, en el texto griego se traduce por ?????s?a y cuyo vértice que le da forma es la ???????a, entendida ella como la comunión.

La ecclesia se fundamenta en una identidad real proyectiva que es la fuerza de coacción que mantiene el equilibrio entre bienes materiales y bienes espirituales. Sin esta identidad real, los bienes materiales no son trascendidos y los bienes espirituales no son comprendidos. La identidad real es la experiencia comunicativa Trinitaria en la comunidad que se manifiesta en dar, recibir y compartir.

La ecclesia es la koinonia fraterna en cuanto es "suscitada, alimentada y vivificada continuamente por el don del Espíritu; es ante todo, participación en la vida del Hijo, que ha hecho posible la llamada de Dios".[158]

Esta participación hace que la ecclesia se convierta en el lugar doxológico por excelencia por medio del cual, se comulga con la vida divina del Padre y del Hijo y además, en su relación interpersonal trinitaria del dar y recibir, la ecclesia asume elementos de creación y redención, e impulsada por el Espíritu, santifica proyectando el rostro de la vida de Dios, transformándose en icono de él.

Al ser la ecclesia icono de Dios, se convierte ella en reflejo de la familia trinitaria, en donde el Padre engendra al Hijo en un presente eterno, en un darse y donde el Hijo es una receptividad eterna e infinita del amor del Padre, un recibir que implica un retorno al que da y de esta conjugación procede el Espíritu Santo como explosión del amor de Dios.

En la ecclesia, por este reflejo se desarrollan las dos dimensiones del amor, el que es recibido y el que es fructificado. El recibido, como situación de respuesta de la comunidad y sus integrantes a la gracia de Dios y el fructificado como movimiento fraterno de compartir.

En el amor recibido, Dios se empobrece haciéndose hombre, entregándose y dando identidad y el hombre se enriquece, convirtiéndose, siendo elevado por la gracia de Dios, generando fraternidad, y en el amor fructificado, el creyente y la comunidad, se convierten en sacramento que implica un orden a la santificación de los hombres y a la edificación del cuerpo de Cristo, alimentando, robusteciendo y expresando la fe por medio de palabras y actos, dinamizando la solidaridad.

La finalidad del anuncio de la buena nueva en la ecclesia es la koinonia, de la cual, dice Forte que,

"nacida de la fe en el Evangelio, alimentada por la comunión en el banquete eucarístico, expresada en la comunión fraterna, anticipa la gloria futura, pues es ella, verdadera participación en la vida del Dios de Jesucristo. La originalidad de la koinonia cristiana no consiste en el hecho de que éste término, en sus acepciones religiosas, sólo aparezca en el Nuevo Testamento, sino más bien, en el hecho de su constante referencia a la realidad de la revelación y de la experiencia cristiana, aun dentro de la variedad de sus aplicaciones".[159]

La koinonía es la experiencia solidaria fraternalmente unánime que surge como "fruto directo de la comunión con la vida divina realizada mediante el encuentro con el Señor Jesús".[160] Jesús es el icono del Padre, a través de él se revela el misterio de la Trinidad, a través de él se revela el misterio de la comunidad.

La vida divina es el baluarte y sostén de la vida comunitaria ya que, como sigue mencionando Forte,

"la comunión de amor, que es el Espíritu, que vincula al Hijo con el Padre y con los hombres es al mismo tiempo el modelo y la fuente que tendrá que ligar a los discípulos entre sí (.) gracias al Espíritu, es como los discípulos darán testimonio del Maestro, dejando vislumbrar su presencia en su comunión. Esta visión de la Koinonía del Espíritu Santo no tiene nada de idílico ni de abstracto, ya que la comunidad de los discípulos conoce ciertamente la prueba, que es sobre todo la presencia de la división de la fe y por esto mismo, el desgarramiento de la comunión del amor, que nace de ella. Lo mismo que la comunión existe desde el principio, así también existe desde el principio la división".[161]

3.2.2 La comunidad, lugar de identidad

La comunidad como lugar de identidad es fruto de la escucha por tanto, conforman la comunidad, los oyentes de la Palabra que han dispuesto su razón y su corazón a la voluntad de Dios, manifestada en el anuncio kerigmático de los testigos directos y autorizados de la enseñanza y actividad de Jesús, el Señor.

El anuncio tiene como lugar de reposo y de fructificación, la comunión, condición de vivir en comunidad, la cual abarca, una dimensión subjetiva o inconsciente y otra objetiva o consciente que enmarcan la situación de la identidad en medio de la comunidad. Indica Richard que,

"La dimensión subjetiva se expresa con la fórmula "tenían un solo corazón y una sola alma", es decir, constituían un solo cuerpo con un solo corazón y alma. La dimensión objetiva es más compleja y se resume esquemáticamente en tres realidades fundamentales que son: 1) Tenían todo en común, púes vendían sus posesiones y sus bienes. 2) Se repartía a cada uno según su necesidad. 3) No había ningún necesitado entre ellos".[162]

Estas dimensiones, en medio de la comunidad destierran la angustia generada por actos compulsivos de salvaguarda de la propia vida, sin tener en cuenta la de los demás, transformando la energía vital, creando sentido y comunicación en medio de la comunión.

La situación del destierro de la angustia, coge su dinámica, a partir de la apropiación personal de la imagen de Dios, transmitida en el kerigma la cual, inyecta de valor al miembro oyente de la comunidad, convirtiéndolo, renovándolo, a partir de la soledad como punto de encuentro y del silencio como punto de escucha.

Estos puntos se tejen en medio de la oración, una oración situada en su realidad histórica que impregna en el presente, el pasado, proyectando el futuro, con el fin de que el lugar de vida, de comunión, en este caso la comunidad, sea lugar de expresión de la salvación de Dios para el mundo entero.

El destierro personal de la angustia se fortalece con la experiencia de destierro comunitario de la misma por medio de la oración comunitaria. Esta, prepara todos los grandes acontecimientos de la vida eclesial y de ésta manera, genera a partir del desarrollo del pensamiento escatológico, la visión soteriológica de la comunidad eclesial, la cual, repercute sobre las estructuras de la vida social.

La comunidad como lugar de identidad, equilibra toda la integralidad del ser humano, en su aspecto bio-psico-social, ayudándolo a aceptarse tal como es, ejecutando dinámicas de renuncia y de entrega, como actos primeros que generan alegría, fruto ésta del dar, pues hay mayor alegría en dar que en recibir, pero además, la comunidad como lugar de identidad ayuda a iluminar el carácter, a sopesar la personalidad, estableciendo un pensamiento, una comunicación y una acción propia saludable.

Este establecimiento de identidad en medio de la comunidad conlleva entonces a pensar bien de uno mismo, para pensar bien del otro, hablar bien de uno mismo, para hablar bien del otro, y hacerse el bien a sí mismo, para hacerle el bien al otro, pues si yo estoy bien, tu estas bien.

Este estar bien personal en la comunidad, genera paz y justicia interna, equilibrio emocional, el cual como agua reposada, deja traslucir su verdad, convirtiéndose esta identidad en transparencia que refleja el rostro de Dios en sí mismo, para el otro.

La comunidad como lugar de identidad ayuda a sanar las heridas físicas, sanando las heridas psicológicas en la correlacionalidad, en la comunión y en la participación. La angustia, la depresión, el sin sentido de la vida huyen de la comunidad.

3.2.2.1 Una vivencia en la oración

La oración comunitaria da a la comunidad, carácter, cuerpo y forma de tal modo que, ella misma, al ser una congregación de oyentes contemplativos y obedientes, actúan liberando, excluyendo lo que excluye e incluyendo lo no incluido de tal forma que, lo que no es, empieza a ser.

En la comunidad se ora "a partir de lo que ha sucedido, de lo que sucede o para que suceda algo, a fin de que se dé a la tierra la salvación de Dios"[163] esto indica, que la comunidad es consciente plenamente de su situación en la historia y por tanto, haciendo parte de ella, la sacraliza.

Por el espíritu de oración, la comunidad cristiana no es un ideal, sino una realidad que, asumiendo el carácter divino que impregna en medio de ella el Espíritu Santo, santifica las realidades humanas, dándoles una nueva perspectiva en donde se experimenta vivamente que Dios es Padre y que el prójimo que está al lado es hermano. El espíritu de oración transfigura el rostro, en el rostro de Cristo, y seducidos por Dios, hombres que nunca se conocieron, que provienen de diferentes lugares y sin conocerse el carácter y la personalidad, se tratan como hermanos, se reúnen para amarse, respetarse, perdonarse, comprenderse, abrirse al otro y comunicarse. El que ora "debe esperar de Dios el don divino del Espíritu Sánto(.) la oración que quiere ser escuchada debe pedir a Dios, no cualquier cosa buena, sino la comunicación de su Espíritu".[164]

Este espíritu de oración que se vive en la comunidad, no es el desarrollo de una actividad que tuviera que llevarse a cabo, sino que es el camino que lleva al encuentro continuo con Dios. La oración es para la experiencia comunitaria, el camino hacia una vida intensa y consciente y auténticamente fraterna, el camino de trascender el yo, de superar el confinamiento en sí mismo y de dirigirse en apertura hacia los demás.

El espíritu de oración es el camino de encuentro con el Tú divino, Dios, y con el tú cercano, el hermano, lo cual constituye eficazmente la identidad cristiana; es la senda vertical frente al misterio de Dios y la senda horizontal frente al misterio del hombre.

El espíritu de oración que vive la comunidad es un espíritu desinstalador, incomodo, desafiante, cuestionante, que confronta siempre la fe con la vida para que no vallan por caminos diferentes, sino para que se entretejan, elaborando de esta manera una historia contundente enmarcada en el ámbito de la fraternidad y de la solidaridad. La oración auténtica "es la que abre al hombre a la acción del Espíritu, una acción que lo conforma a los deseos de Dios y a las exigencias de su Reino".[165]

El espíritu de oración "no responde a la comunidad, sino que pregunta, no soluciona, sino que origina conflictos, no facilita, sino que dificulta, no explica, sino que complica, no engendra niños, sino adultos"[166], no tranquiliza, sino que violenta todos los aspectos más internos de la persona para derribar los muros de división, los muros de la incomprensión, los muros de la falta de amor.

La vivencia oracional, metódica y creciente que impera en la comunidad coge vuelo por medio de las alas de la alabanza y la adoración, estas alas del espíritu de la oración que dan vitalidad y dinamismo, conllevan a que en la comunidad se derriben todas las barreras, para acoger la diferencia, Con esto, se constituye en lugar de amor mutuo, en lugar donde todos se vuelven vulnerables, unos en relación a los otros, desapareciendo las apariencias y las máscaras, donde todos están llamados a colaborar en comunión, sujetos a las exigencias del Reino de Dios.

Por la adoración y la alabanza la comunidad comprende que "la desnudez total, que la liberación absoluta es el sendero que conduce a la cumbre, que conduce a Dios".[167] Cada encuentro, cada celebración se vive con júbilo gozoso en donde se desborda la alegría y el sentimiento profundo de filiación al Padre eterno, al Padre misericordioso, al Padre que Jesús había manifestado tierna y dulcemente.

La alabanza es la característica de la comunidad, es el pulmón de la comunidad que oxigena y llena el ambiente de la presencia santificante del Espíritu, el cual acude en ayuda para elevar el corazón cada vez más a la contemplación del misterio de Dios, por medio de la adoración.

La adoración es el latir del corazón, por la adoración corre entre las venas de la comunidad la presencia viva de Jesús resucitado, el cual transforma y moldea los corazones, según su corazón. La adoración es el clímax de la oración, es el momento del éxtasis contemplativo, es el momento escatológico donde se percibe y se vive la presencia totalizante de Dios.

La alabanza y la adoración son como esos dos remos que empujan la barca de la comunidad mar adentro, hacia el mundo, hacia la historia para que sea protagonista de la misma, siendo testigo viva y eficaz del amor de Jesús a la humanidad.

Esta insólita y conmovedora vivencia en la oración desarrolla un rostro tal en la comunidad, que cualquiera que se encuentre con uno de sus miembros identifica la diferencia, lo especial, lo sustancial que da como ese buen olor a Cristo y que hace al miembro de la comunidad, testigo fiel y veraz de la esperanza que redunda en medio de ella, haciéndola frescor en medio de la agitación y la angustia del diario vivir, devolviéndole a la historia presente la identidad del Reino, es decir la dinámica de la salvación y de la liberación a través de la justicia y la paz.

3.2.2.2 Una vivencia en el Espíritu

La vivencia de la comunidad, como lugar de identidad, es una vivencia en el Espíritu el cual, guía el timón de la comunidad y "convence en lo referente al pecado siempre en la relación con la cruz de Cristo, de tal manera que rechaza toda fatalidad del pecado"[168] y al rechazar esta fatalidad conlleva a la conversión que "contiene en si el juicio interior de la conciencia, y ésta, siendo una verificación de la acción del Espíritu de la Verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor".[169]

La vivencia en el Espíritu en medio de la comunidad la empuja y la sumerge en el deseo de "abrazarse al Reino que ha llegado y desprenderse de todo a cambio de él(.) tomar la decisión de seguir a Jesús, dependiendo absoluta y totalmente de él".[170] Esta inmersión en las aguas del bautismo en el Espíritu Santo conlleva a la conversión comunitaria a partir de la conversión individual. La vida de la comunidad ésta ligada intrínsecamente a la vida personal, por tanto, lo importante en la comunidad no es el grupo en sí, sino la persona en su multidimensionalidad.

La comunidad vive imbuida en el Espíritu Santo y enriquece esta unción mediante el proceso de la aceptación libre y consciente del poder de Dios en la vida de cada uno de los miembros de la comunidad lo cual, hace notar que no existen cristianos convertidos, sin comunidades convertidas. La conversión que se genera en la comunidad, por medio de su cambio en el pensar y su cambio en el vivir, iluminado y abrigado por la gracia del Espíritu Santo, plasma una conversión estructural, ésta forja "un cierto estado permanente de oposición respecto al ambiente y a la atmósfera dominante".[171]

La comunidad expresa una realidad nueva y autónoma donde la unanimidad y la concordia son operadas por la acción del Espíritu Santo. En ella, el individuo es totalmente sostenido por la comunidad.

En la comunidad como lugar de identidad, dice Vanier, se muestra

"la pertenencia mutua y los lazos mutuos; se anuncian los fines y el espíritu que une. Se reconoce entre todos que todos son responsables de los unos y de los otros, y que éste vínculo viene de Dios, pues él es quien ha llamado a vivir juntos en una alianza de amor y de cuidado mutuo".[172]

En la experiencia de la comunidad no se vive la masificación ni el anonimato, se vive la fraternidad y la identidad, cada uno sabe quién es el otro y por tal medida se compromete en el bienestar del otro, construyendo así, expresa Alaiz,

"la maqueta de la nueva humanidad, humanidad ideal, humanidad por la que todos los hombres suspiran. Esta experiencia comunitaria esta llamada a ser para los hombres, una saludable provocación a cambiar el modo inhumano de la convivencia social".[173]

Esta provocación al cambio, que suscita la manifestación de la identidad en medio de la comunidad, estructura una más adecuada valoración moral de los actos humanos que regulan por si, la actividad humana en medio de la comunidad, hacia la sociedad.

3.2.2.3 Ethos de la comunidad

Frente a esto, el éthos de la comunidad cristiana primitiva se sitúa entre dos orillas dispares, la orilla del judaísmo y la orilla del paganismo. En referencia a esto, señala Theissen que,

"es el éthos de un grupo que procede del judaísmo, pero encontró la mayoría de los adeptos en el paganismo, ya que, en el mundo pagano el cristianismo primitivo introduce dos valores muy nuevos que proceden de la tradición judía: el amor al prójimo y la humildad"[174],

es decir, renuncia al estatus lo cual conlleva a que las personas renuncien a representar, imponer o poseer un dominio sobre los demás, suprimiendo las fronteras entre arriba y abajo.

Este éthos cristiano primitivo tiene como presupuesto básico y fuerza motriz el acontecimiento de la cruz y su dinámica pascual, que "refuerza la espera escatológica en cuanto expectativa de la parusía del Hijo del hombre y supone un aliento para la vida de los cristianos. La espera escatológica es el motivo operante de la ética cristiana primitiva".[175]

En la ética cristiana el amor al prójimo rebasa las fronteras entre lo externo y lo interno, y no debe darse a los hermanos sino a todo ser humano. Esta experiencia de sobrepaso de paradigmas busca crear la igualdad, de forma que a uno no le sobre y a otro no le falte, en donde el superior descienda al plano del inferior y en donde se eleve al esclavo a la condición de hermano. Este amor en la comunidad no está solo en oposición al mundo, sino también a las tendencias jerarquizantes de la propia comunidad, por tanto, hay en la comunidades una "evidente tendencia a sacar de las palabras de Jesús el mayor material parenético posible".[176]

La condición característica del creyente para poseer autoridad en medio de la comunidad como sugiere Theissen,

"es la humildad, actitud propia de los esclavos y dependientes, que pasa a ser el rasgo de aquellos que quieren asumir papeles directivos en la comunidad, pero hay un largo camino hasta la disposición a renunciar voluntariamente al estatus, ésta renuncia solo se da en pequeñas comunidades. La renuncia al estatus es posible, sobre todo, para el que posee el estatus supremo, pues no se pierde nada acercándose a los otros y de esta manera, al observar todos las reglas y normas comunes, el individuo salía ganando con la fuerte solidaridad de la comunidad".[177]

Entre los miembros de la comunidad solo debe tener autoridad el que está dispuesto a ser servidor y esclavo de todos. Indica también Theissen que,

"La invitación a renunciar al estatus se formula por tanto, en un contraste deliberado con los soberanos políticos inhumanos. La pérdida del estatus se compensa con la ganancia en comunión, y no es en realidad pérdida, porque todos están dispuestos a ella. Los que quieren mantener la libertad cristiana recién conquistada, deben estar dispuestos a la esclavitud recíproca por amor, pues la disposición mutua a reconocer al otro como superior reduce los conflictos en la comunidad, es en síntesis, la condición para la unidad".[178]

Una característica importante del éthos cristiano primitivo es el traspaso de fronteras étnicas, esto conlleva a un cambio en la concepción de las ideas sobre el poder, la paz y los enemigos. "En el éthos primitivo se produce una desnacionalización. La Basileia de Dios se abre ampliamente a los paganos, que confluyen desde todos los puntos cardinales, por tanto, ésta no se impone contra enemigos nacionales, sino contra enemigos míticos".[179]

La decisión de vivir un éthos radical, desarrollado en el amor y la humildad, por parte de los grupos cristianos primitivos se desplegó, "gracias a su convicción, igualmente radical, sobre la dignidad del pecador pues éste es el amado de Dios, al cual, le vale la redención y siempre se le da una oportunidad para volver a empezar".[180]

3.2.3 La comunidad, lugar de la fraternidad

Con los elementos que generan la identidad en medio de la comunidad, y que son parámetros fundamentales para el desarrollo dialógico profundamente trascendente, en donde el individuo sale de sí hacia el encuentro con el otro, se plasma de manera sincrónica, el crecimiento de la fraternidad como respuesta a la identidad que genera en medio de la comunidad, la vivencia en la oración y en el espíritu, esta vivencia, empuja a los miembros de la misma a establecer normas de convivencia que regulen la cotidianidad y solventen los roces que a diario se generan en medio de ella.

Se pude decir que la comunidad como lugar de la fraternidad se establece a partir del desenamoramiento de sus miembros, es decir, en la capacidad de desplazar la ilusión emotiva para ver objetivamente su contexto y así llevar a cabo el desarrollo efectivo del amor, sustentado en la certeza. En el desenamoramiento se vive realmente la dinámica de la entrega al otro y de la renuncia a sí mismo, por lo cual, desatado de los propios egoísmos e intereses es capaz de asumir con radicalidad el servicio al otro.

3.2.3.1 El ideal de la fraternidad

Asumir con radicalidad el servicio al otro no surge por las propias fuerzas, ni con planes de expansión, ni de mejoramiento "gerencial", surge por la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, en donde se desarrolla, "la experiencia paradigmática primordial que hizo fructificar en el cristianismo primitivo la acción salvífica de Jesús"[181], y su consiguiente repercusión en el desarrollo de la fraternidad como lugar de salvación. Ante esto, es necesario reconocer que "el joven cristianismo fue desde el principio un movimiento de grupo en el cual, no puede subestimarse la fuerza configuradora que brota de la vida comunitaria y repercute en cada individuo concreto"[182], esta vida comunitaria se refleja sobre todo en la fraternidad y en la concordia.

El espíritu de la comunidad, el espíritu de la fraternidad "que fluye de la vinculación al Señor obliga a unos y a otros a la comunión de vida total, la cual, fue la señal característica más destacada de la primitiva comunidad".[183]

La experiencia de la fraternidad, es fruto sin igual de la experiencia de la resurrección en cada uno de los integrantes de la comunidad por tanto, los que integran la comunidad son testigos de la resurrección, testigos de la acción salvífica, testigos del juicio futuro.

La comunidad crece en la experiencia del amor, cuando da amor, cuando supera sus fronteras y hace praxis el amor, ya que, menciona Schnackenburg,

"la meta del amor cristiano es la comunión en un sentido global. El amor de los creyentes sostenido por el amor de Dios en Jesucristo, debe manifestarse y repercutir en la comunión de los hermanos y hermanas. Este amor abarca el bienestar tanto corporal como espiritual de los miembros de la comunidad".[184]

El ideal de la fraternidad se hace visible cuando el Reino de Dios, como proyecto de Jesús, se hace visible y concreto en la historia manifestando la capacidad que tiene el pueblo de Dios de humanización y de justicia que comporta la aceptación de este Reino.

El ideal de la fraternidad "es una realidad de comunión donde el encuentro con Dios es mediado por una relación humana amplísima en ella, se entra en contacto con horizontes y modos distintos de interpretar y experimentar la salvación de Dios la cual enriquecía y relativizaba todo lo demás"[185] por tanto, la unidad se basa no en la uniformidad sino en el reconocimiento de la diversidad.

Lo que da carácter contundente al ideal de fraternidad es el hecho de entenderse como peregrina, forastera, sin derecho de ciudadanía, pues esto hace que ella no tenga límites específicos, sino que está abierta a toda la humanidad. Por tanto, la comunidad cristiana primitiva acepta la casa como estructura básica en donde la conversión que allí se genera, da lugar a una comunidad. Con cada peregrinaje hay una casa que se convierte y con cada casa convertida surge una comunidad, en la cual se acoge a todos, y se desarrolla una fraternidad universal y ecuménica, donde todos son hermanos y todos están abiertos a acoger al otro como hermano, como un don de Dios para sí, como uno que me pertenece y me complementa. Frente a esto dice Aguirre que,

"esta aceptación universal sucede desde los pobres puesto que las comunidades estaban enclavadas en el mundo de los pobres, más aun, eran parte de los pobres, ellos eran los primeros destinatarios de la fraternidad, eran los primeros servidores y edificadores, eran los que desarticulaban radicalmente el mundo".[186]

La comunidad, como ideal de fraternidad, al entenderse como comunidad peregrina se "define no por su lugar geográfico, sino por su lugar teológico. Ese lugar es Dios Padre y el Señor Jesucristo".[187]

La estructura de fraternidad "dentro de la comunidad está marcada básicamente por el don del Espíritu, el cual, anima a los fieles al servicio de la comunidad en una forma determinada, dinámicamente carismática en donde las relaciones están sometidas a una variabilidad mayor que en una estructura jerárquica determinada con precisión de antemano"[188], por tanto, la comunidad es lugar de la experiencia pneumatológica, donde el Espíritu Santo, posibilita el crecimiento orgánico de la comunidad haciendo praxis la fraternidad en la solidaridad.

3.2.3.2 Una vivencia en la ayuda mutua

La praxis de la fraternidad se refleja en la vivencia de la ayuda mutua entre cada uno de los integrantes de la comunidad y desde ellos, hacia afuera, procurando que la comunidad creciera, no solamente en agregados, sino en gozo y simpatía frente a todo el pueblo.

Esta vivencia de la ayuda mutua que tiene la comunidad consiste en "ser fuente de vida para los demás, dando una esperanza nueva, un servicio nuevo a la vida, revelando a los demás su belleza fundamental, el valor y la importancia que tenía cada uno en el universo, su capacidad de amar, de crecer, de hacer grandes cosas y de encontrar a Dios".[189] La comunidad en su experiencia entiende que ella y sus "miembros son llamados a ser pobres y a hacer cosas imposibles, como construir una comunidad y ser instrumentos de sanación, de reconciliación, de perdón y de unificación, llevando la vida de Dios a los demás, permitiendo que, desde la pobreza y humildad, fluyera la gracia a través de ellos".[190] La comunidad se percata que cuando se es pobre se es rico, que cuando se es débil, entonces se es fuerte, que Dios no ve lo que ve el hombre, sino que él ve el corazón.

Por la vivencia en la ayuda mutua, la comunidad florece, haciéndose paradigma de una nueva estructura, centinela del nuevo amanecer, un amanecer fraterno y solidariamente disponible, como fuente de vida para los demás, en donde el miedo se pierde y florece la alegría.

La vivencia en la ayuda mutua, genera un cambio en el estado de desigualdad económica hacia el deseo escatológico de la igualdad, propiciando una participación solidaria para un crecimiento común, sujeto a la responsabilidad intergeneracional desde la visión de la comunidad como lugar de justicia y de paz.

3.2.4 La posición de la comunidad frente a la situación de los ricos

La comunidad, llama de manera fraterna pero a la vez radical "a que los ricos se conviertan y se salven, esto se traduce, en concreto, en ayuda material a los pobres, de esta manera se obliga al rico a dar una respuesta al ofrecimiento de salvación realizado por Dios".[191] Para salvarse el rico ha de hacer un uso justo de sus riquezas, compartiéndolas fraternal y alegremente con el pobre, no para ayudar solamente al pobre, sino para verse libre él del apego al dinero, a sus riquezas, sanando su avaricia.

La comunidad levanta la voz y denunciaba las actitudes del rico, no para juzgarlo, sino para desatarlo de su avaricia, haciendo que el rico renuncie a sus riquezas y lleve una vida sencilla, pero no se trata tampoco que el rico valla a engrosar las filas de los harapientos y mendigos, sino de que deposite su confianza en la fe radical en Dios y no en sus riquezas.

La situación del rico en la comunidad, lo lleva a arrepentirse de la injusticia hecha al pobre, buscando la conversión y el perdón de los pecados, suprimiendo toda carga de injusticia, de esta manera se enaltecía aun más el espíritu fraterno en medio de la comunidad.

La comunidad coloca al rico en oposición al pobre, pero no se puede negar el interés y la buena voluntad hacia el rico, buscando que él se despoje de sus riquezas, las reparta y se procure un tesoro en el cielo. Lo que buscaba la comunidad era que el rico, experimentara en el presente, un cambio de corazón tras la escucha de la enseñanza.

Si el rico responde al mensaje de Jesús, agrega D´sa,

"Dios hará que el rico pase por el ojo de una aguja, liberándole del ansia de las riquezas y del poder, realizando al mismo tiempo, un cambio de las estructuras injustas. Así, la comunidad cristiana será como la de Jerusalén, una comunidad sin pobres".[192]

3.2.5 Conclusión al nivel teológico de Hch 2,42-47

Al hacer el estudio teológico de Hch 2,42-47 se puede concluir que en este texto hay un movimiento interpretativo que surge a partir de la escucha obediente de la enseñanza de los apóstoles, uno argumentativo que viene de la vivencia de la oración en el Espíritu y su acción en el creyente y otro propositivo, que a partir, de éstas, genera una dinámica sustentadora del cuerpo social de la comunidad convirtiéndose en un continuo dar y recibir.

Este continuo dar y recibir que es característica del misterio trinitario se revela en la comunidad a través de Jesús, icono del Padre. La apropiación de este icono, conforma la comunidad, haciéndola lugar de la expresión de la salvación de Dios en donde el oyente que dispone su razón y su corazón a la voluntad de Dios, se convierte y se renueva.

La disposición de la razón y del corazón a la voluntad de Dios en la índole comunitaria dan carácter, cuerpo y forma a la vivencia de la oración como senda vertical frente al misterio de Dios y senda horizontal frente al misterio del hombre, logrando que cada encuentro comunitario sea momento desbordante de alegría por el sentimiento de ser hijo del Padre misericordioso.

Este sentimiento de ser hijo del Padre Misericordioso, otorgado por el Espíritu, es el timón que guía la comunidad y que, transformando la manera de pensar, transforma la manera de vivir mediante un proceso de la aceptación libre y consciente del poder de Dios en la vida.

Esta aceptación libre y consciente conduce al creyente a buscar la igualdad de modo que, la necesidad de cada uno de los miembros de la comunidad es solventada y cada miembro es sostenido por todos con sencillez y sinceridad y donde la autoridad se manifiesta en el servicio humilde al hermano, renunciando voluntariamente al amor propio que engríe.

Esta renuncia voluntaria al amor propio, se ve enriquecida y fortalecida, por el proceso de desenamoramiento de cada uno de los miembros de la comunidad, para el desarrollo efectivo del amor sin máscaras y profundamente transparente en donde se superan los egoísmos y los intereses propios, poniendo la vida al servicio de los otros.

El poner la vida humildemente al servicio de los otros es fruto sin igual de la experiencia de la resurrección en el oyente que ha creído, lo cual conduce al desarrollo fraterno del Reino de Dios en medio de la historia y que no se basa en la uniformidad, sino en el reconocimiento de la diversidad.

El lugar del desarrollo fraterno del Reino de Dios, en la comunidad cristiana primitiva, es la casa, en ella se acoge a todos los creyentes, sin distinción convirtiéndose ella, en lugar de la experiencia pneumatológica que a su vez, posibilita el crecimiento orgánico de la comunidad haciendo praxis la fraternidad en la solidaridad y que se refleja en la vivencia de la ayuda mutua en donde el miedo se pierde y florece la alegría.

3.3 Solidaridad comunitaria en 2Cor 8,1-15

La solidaridad comunitaria en 2Cor 8,1-15 se sustenta en la gracia y bondad de Dios que genera, el justo reparto de los bienes y su no acumulación y concentración en pocas manos, además de prevenir la deshumanización del ser humano por su exclusiva dedicación al trabajo.

El desarrollo de la solidaridad comunitaria, es el momento oportuno para probar la sinceridad de la caridad, desplegando procesos de alegría espiritual y abundancia material, estos empujan a los miembros de la comunidad hacia la dinámica del darse mutuamente, entrelazando puentes de unión comunitaria.

Prevenir la deshumanización es entrelazar puentes de unión para desarrollar y lograr la igualdad, como gracia participativa que brota, no de las fuerzas del hombre, sino de la comunión con la gracia de Dios por tanto, la participación comunitaria con la gracia de Dios, hace notar que el desarrollo y logro de la igualdad no es una cuestión de cuanto se reparte, sino de cómo se reparte.

La cuestión de cómo se reparte para lograr la igualdad, genera en el rostro solidario de la comunidad, el semblante de la compasión histórica, no solo vivencíandola, sino además, construyéndola y ejecutándola de modo que no se convierte solamente en un elemento histórico, sino en motor de la historia, recreándola compasivamente, provocando consuelo a tanto dolor y a tanta injusticia y recibiendo la nobleza de la gratitud que engrandece el espíritu humano y llena el rostro del mosto de la alegría radiante, pues hay mayor alegría en dar que en recibir.

3.3.1 La gracia de la colecta

El rostro provocativo y radiante de la solidaridad comunitaria está fundamentado y cargado sobre la gracia comunicativa de Dios, que impregna los espacios del espíritu del creyente manifestando el beso de amor y la correlacionalidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, para que éstos sean transmitidos de modo admirable y eficaz a todo el género humano generando bienaventuranza a los pobres.

Por la gracia como dinámica de la solidaridad comunitaria, como don divino y humano, los creyentes son llamados a dar a los pobres de la Iglesia de Jerusalén. Este llamado, "brota de la raíz misma de la gracia otorgada por Dios: los beneficiarios del don se convierten en los donantes, la dinámica del donar propia de Dios alcanza a los creyentes".[193] Por tanto, la dinámica del don por parte de los creyentes es expresión de la fecundidad de la gracia, ya que ella no es estéril siendo ella misma "fuente inagotable de actividad y principio de transformación y de acción"[194] que requiere una constante colaboración de todo creyente.

La gracia como fuente, hace de la colecta un gesto de amor sincero que se trata en realidad de "una comunión como resultado de un intercambio, de un recíproco dar y recibir, cuya razón de ser definitiva es la realización de un mismo sentido de igualdad,"[195] es decir de un permitir comunión y participación. En este sentido de igualdad subyace la experiencia de la iniciativa encarnativa de Cristo, de su amor gratuito que "lo ha comprometido radicalmente en una profunda transformación de su condición (.) de ser rico "solo" para él, se ha hecho rico "junto" a los creyentes compartiendo su pobreza. En otras palabras, la gracia del Señor Jesús ha sido un gesto de profunda solidaridad".[196] Este gesto solidario es un gesto que recrea, que redime y que santifica el acontecer histórico humano, haciéndolo partícipe de la comunión trinitaria.

La gracia que impulsa a la colecta, es fruto de la dinámica de la resurrección de Jesús en cada uno de los miembros de la comunidad, como corriente de vida sobrenatural, que señala el nacimiento de un mundo nuevo, de un mundo más fraterno y solidario. La gracia, eleva la vida cotidiana del creyente y de la comunidad al plano del resucitado, por lo cual, el yo profundo es transformado e incitado a proceder de forma sobrenatural, adaptándose conscientemente a buscar los bienes del cielo y no los de la tierra.

Esta experiencia de la gracia que es fruto de la resurrección en medio del creyente y de la comunidad, solo puede expansionarse radicalmente en la medida de la renuncia y de la muerte al bienestar y a la comodidad que genera el pecado del egoísmo y de la avaricia. Por la acción de la gracia, el creyente en su vida cotidiana continua la obra de Dios, que es obra del dar, "promoviendo la liberación y contribuyendo a la alegría de los demás,"[197] por tanto, el ideal de la gracia es la liberación de todo aquello que aliena al hombre.

La liberación de la alienación se da en este caso, en el hecho de la colecta, en donde se libera de las falsas seguridades y bienestares, generando confianza plena en la provisión de Dios, en el pan de cada día y manifestando la desestabilización de los ídolos que apaciguan al creyente frente a la realidad del contexto en que vive, dándole alas y fuerzas para que supere toda barrera de egoísmo e indiferencia asumiendo la necesidad del otro como propia.

3.3.2 Sentido y fundamento de la colecta

El sentido y fundamento de la colecta está marcado por el interés de Pablo de educar a la comunidad en relación a la liberalidad del antiguo derecho hebreo del goel. Este antiguo derecho se sustenta en Lv 25,23-55 en donde se expresa las consecuencias del año jubilar mencionándose que "el empobrecimiento de un hermano no pude tener como contrapartida el enriquecimiento de otro sin quebrantar el proyecto de justicia de Dios".[198]

El proyecto de la justicia de Dios enmarcado en la colecta, es un proyecto que opta por el pobre en donde se desarrolla una solidaridad profunda y permanente, de inserción cotidiana en el mundo del pobre, en donde Dios, como motor de la comunidad, es el goel es decir, "el pariente próximo a quien incumbe el deber de defender a los suyos(.) por razón de la alianza contraída en tiempos del primer éxodo".[199]

En el proyecto de justicia del cual se nutre la colecta se destaca también, en cierta manera, la situación de la ley deuteronomista sobre el perdón de las deudas, y más exactamente en Dt 15,7-8: "Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, en alguna de las ciudades de tu tierra que Yahveh tu Dios te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia".

La característica principal de la ley deuteronomista se desarrolla en el hecho de que ésta evoca la época tribal,

"cuando aún no se había presentado el fenómeno de acumulación de bienes por parte de unos a costa del empobrecimiento de otros. Como ideal de sociedad igualitaria y solidaria, esa antigua práctica hace sentir la necesidad de volver a ella en la época de la monarquía, cuando se aceleró el surgimiento de diferencias sociales entre ricos y pobres".[200]

La colecta es entendida también y más especialmente, a partir de la experiencia de la obediencia kenótica, en donde "Cristo se ha despojado voluntariamente, en la tierra, de su gloria y sus privilegios divinos y ha querido tener parte en nuestras tribulaciones, en nuestra muerte, para enriquecernos con privilegios a los que había renunciado"[201] generando una economía de salvación, que parte de la costumbre domestica de la Trinidad, de su "casa" y su "regla" que es la mutua entrega solidaria y relacionalidad dialógica, en la comunidad de creyentes.

La comunidad al asumir libremente la obediencia kenótica de Jesús, de su "proceso de descenso/ascenso, que lo llevo desde una preexistencia en estado de igualdad con el Padre a encarnarse y tomar la condición humana sin diferenciarse de ningún otro hombre"[202], en sus vidas, actúan de modo tal que se "vacían a si mismas", renunciado audaz y vigorosamente a su comodidad para, haciéndose pobres, comprender la pobreza del hermano y enriquecerlo desde la óptica de la igualdad, como condición propia y generadora de alegría.

En cuanto que forma parte de todo culto a Dios, la colecta, sitúa en su verdadera dimensión el servicio colectivo de la cristiandad a los pobres. Este servicio, aunque fue pensado y orientado de un modo adecuado, estuvo dispuesto a las exigencias de las tareas que plantea la asistencia a los pobres.

La colecta se desarrolla, comenta Libanio,

"entre la utopía y la esperanza, entre la insatisfacción de lo existente y la expectativa de un futuro mejor. Las expectativas de este futuro, aun no existente, ejercen una función crítica sobre el presente, que se está viviendo. Ambas se alimentan de esta grieta y van perdiendo vigor conforme se acortan las distancias, hasta desaparecer cuando el futuro mejor se hace presente".[203]

3.3.3 La vivencia de la generosidad, motor de la colecta

Para la comunidad creyente, el ejercicio de la generosidad se debe al carácter de la gracia realizada en medio de ella, que es la misma persona de Cristo, el cual, encarnado y resucitado en cada miembro de la comunidad genera un vivir, un sentir y un obrar como él.

Este vivir, sentir y obrar como él, interfiere en el postulado de la fraternidad universal generando servicio los unos a los otros, como iconos de Cristo, como hermanos, como hijos de un mismo Padre.

El hecho generoso y genuino del servicio "posee una valencia salvífica, porque es denotativo de una real comunión con el ser divino(..) la hazaña más alta de este, es reconocer a Cristo en todo rostro humano que salga al encuentro".[204]

La vivencia de la generosidad se entiende en la comunidad creyente como una vivencia del amor, como un reflejo del rostro de Dios en medio de ella, como índice de la real presencia de Dios en la historia. Este hecho vivencial, es el hecho más profuso de la difusión del cristianismo, más efectivo que cualquier discurso, es el milagro en medio de la comunidad y esto hace que en medio de la experiencia de la generosidad cada integrante de la comunidad se convierta en un portador de bendición, haciendo que lo extraño y temible de la historia se apacigüe y se vuelva grato.

La generosidad como vivencia grata de cada uno de los creyentes apuesta al hecho de convertirse ellos en guardianes del otro, de responsables del hermano, ayudándolo a sobrellevar las cargas de este modo, agrega Ruiz de la Peña,

"quien ha sido agraciado no pude limitarse a recibir el amor, tiene que devolverlo. Ha de proyectar en su entorno, en su exterioridad, el dinamismo de su interioridad transformada; la vida de la gracia comporta la opción por el agraciamiento de los hermanos(..) Solo quien ha llegado a la suprema humildad de entender la propia vida como don recibido puede vivirla auténticamente como autodonación".[205]

La autodonación es una actitud vital de reconocimiento y gratitud, generada por la consciencia de que todo, cuanto se ha recibido, ha sido sin merecerlo, por puro don de Dios. Este agradecimiento hace mirar hacia los más pobres, que son los que están preferentemente en el corazón de Cristo. La vivencia generosa de la comunidad a los demás surge de la habitación de la gracia de Dios en el corazón del creyente, pues es Cristo, quien motiva a ayudar a los demás, siguiendo su ejemplo.

Su generosidad da sentido a la caridad y solidaridad. Generosamente Jesús de Nazaret se identifica y se solidariza con los marginados y económicamente pobres. "La "pobreza" asumida libre y voluntariamente por Jesús es signo para la comunidad, además de la riqueza espiritual que esta conlleva, de la eliminación de la pobreza económica a través de la solidaria redistribución de bienes".[206]

La generosidad es signo de bendición, de humilde cooperación y respeto al otro, que no empobrece sino que enriquece. Parte de la conciencia de lo tuyo, hacia la conciencia de lo nuestro, santifica al que la da y recrea y redime a quien la recibe, motivando la paz y la justicia en medio de los hombres, la generosidad marca el carácter cristiano.

3.3.4 Opción por los pobres, deseo de la colecta

Ante la iniciativa ya tomada, por parte de la comunidad de Corinto, de llevar a cabo la colecta, Pablo los exhorta a sobresalir en ella con espíritu ampliamente generoso y diligente, motivado por el factor kenótico de Nuestro Señor Jesucristo.

En este factor kenótico, Jesús opta por ser pobre, más pobre que los pobres, y da a manifestar que la promulgación del Reino de Dios, llega hasta las realidades de la materialidad y de la profanidad.

La realidad de la pobreza que escoge Jesús, sugiere Parra,

"es una pobreza real, de sentido real, de situación real(.) es una situación de privación humana inaceptable. Porque la pobreza atenta, no solo contra el tener de los objetos, sino contra el ser de los sujetos y de la inmensa mayoría de los sujetos, se trata de una situación de privación o de carencia completamente inaceptables".[207]

Esta realidad de la pobreza como carencia inaceptable que esclaviza y que deprime, genera en la comunidad creyente, un sentido generoso de liberalidad, de confianza intrépida en el anuncio del mensaje de salvación integral, que emancipa al creyente de su antigua esclavitud, para el servicio de Dios, con el impulso del Espíritu Santo.

La realidad por la cual opta la comunidad creyente, expresa el compromiso activo y militante del cristiano donde ante la pobreza, crea lazos de solidaridad entre los que sufren y los lleva a luchar contra esta situación y contra los que usufructúan de ella. La opción de la comunidad es por aquel, que habiéndose acostumbrado a la explotación, no es consciente de la acción explotadora en él.

La opción por los pobres, a través de la colecta, hizo que la comunidad desarrollara una mayor capacidad de plenificar al ser humano y de humanizar su historia. En este sentido, por la acción de la colecta, la opción por lo pobres es una respuesta condenatoria a la situación de injusticia social y a la avidez de los poderosos que, con espíritu corrupto, extorsionan, despojan y reducen en la miseria a todo aquél que se interpone en sus planes.

La comunidad creyente en su opción escoge al mendigo, aquel a quien le falta algo y lo espera todo, al débil, al encorvado que está subyugado bajo un peso enorme, al que no tiene lo necesario para subsistir, al miserable obligado a la mendicidad, y esta opción es una toma de posición que se explicita en un enérgico rechazo a la pobreza.

La pobreza en su esencia y como tal, menciona Gutiérrez,

"refleja una ruptura de solidaridad entre los hombres y de comunión con Dios. La pobreza es expresión de un pecado, es decir, de una negación del amor. Por eso es incompatible con el advenimiento del Reino de Dios, reino de amor y de justicia. La pobreza es un mal, un estado escandaloso"[208],

pero que llama a un compromiso de solidaridad y de protesta cimentado en la esperanza.

La esperanza que mantienen los pobres socorridos por la comunidad es una esperanza cimentada en la protección que el Señor reserva a los anawim, ellos confiando en Dios y solo en él, esperan ser liberados de la situación de miseria, vejación y angustia en los cuales se ven sumergidos.

Los pobres que están seguros de no ser olvidados por Dios, permanecen firmemente convencidos de ser guiados y auxiliados por él, por eso, su esperanza no se ve decepcionada y la gracia de Dios actúa en medio de la comunidad incentivando el ideal igualitario y colectivo.

3.3.5 Sentido de igualdad, cumbre de la colecta

La comunidad Corintia, como comunidad paulina, no se considera independiente de las otras, es más, han construido entre ellas un nexo fuerte con la comunidad de Jerusalén.

Este nexo fuerte, este nexo solidario, igualitario y colectivo que motiva la opción por los pobres, hace repensar la vida interna de la comunidad y sus estructuras para que éstas no se vuelvan cómodas, sino incomodas por el obrar del Espíritu en ellas, y por esto, se conviertan en misioneras con mayor capacidad de plenificar al ser humano y de humanizar la historia llenándola del buen olor del Resucitado.

Esta capacidad que tiene la comunidad de plenificar al ser humano remediando con su abundancia la necesidad de los pobres, se constituye en un acto de amor y de liberación, con valor redentor para aquellos que sufren miseria e injusticia a fin de protestar contra el mal y abolirlo.

El sentido de la igualdad en la comunidad es el de suprimir la pobreza, por amor al pobre y por salvación de la misma, pues esta acción en medio de ella la hace fructificar en alegría rebosante, abriendo la historia al futuro prometido por Dios, un futuro enmarcado en las sendas de la justicia y la paz, con significación liberadora.

La opción que hace la comunidad por los pobres, como opción por la justicia y la paz, es una opción por la igualdad y la equidad, y en el texto se nota un anhelo por rescatar la experiencia de la antigua asamblea israelita del qahal Yahveh, la cual se fundamenta en la igualdad del sistema tribal.

3.3.6 La comunidad, lugar de la solidaridad

La colecta desarrollada entre la utopía y la esperanza, hacen de la comunidad el lugar de la solidaridad, el lugar de encuentro de individualidades para transformarlas en colectividades donde se hace eficiente el amor, en la dialógica generosidad liberadora. Esta, conlleva al desprendimiento del yo y al compromiso con el nosotros que irrumpe en la sociedad, siendo luz en la oscuridad, llevando a no maldecir las tinieblas sino a encender en ella, por la acción de la caridad, la luz de la verdad que indica el camino de la vida.

Este camino de la vida propone a los miembros de la comunidad sobrellevar las cargas mutuamente, de tal forma que, el que tuvo de menos tenga de más con el compartir del que tiene de más, fructificando la generosidad y la equidad en búsqueda de la igualdad.

La búsqueda de la igualdad en medio de la comunidad, como lugar de la solidaridad, genera la acción liberadora que irrumpe significativamente en la transformación de los paradigmas deshumanizadores de la sociedad en que se mueve, forjando nuevos parámetros sociales que elevan el espíritu humano de lo ordinario a lo extraordinario, proyectándolo decididamente y con certeza absoluta a la plena aceptación del nosotros en el ámbito social, cultural, político y económico.

En la praxis comunitaria, estos cuatro ámbitos son neurálgicos y de su asimilación y transformación, depende en gran medida el desarrollo del accionar de Dios en la historia considerando que, el hombre y la comunidad, impregnados de la gracia de Dios son la extensión de él mismo. Por tanto, la comunidad de creyentes es re-creadora de la sociedad y manifestadora de la justicia y la paz del Reino de Dios desarrollando la civilización del Amor.

La praxis liberadora que desarrolla la comunidad como lugar de la solidaridad, hace resplandecer el rostro por medio de la alegría y del regocijo de saberse hermanos, hijos de un mismo Padre y poseedores de una misma herencia.

3.3.6.1 La solidaridad como designio divino

El designio divino frente a la vocación humana es su índole comunitaria, su carácter solidario pues "Dios, que mira por todos, con paternal cuidado, ha querido que toda la humanidad formara una sola familia y los hombres se trataran unos a otros con ánimo de hermanos".[209]

El trato de hermandad, el trato de fraternidad solidaria puntualiza Juan Pablo II,

"no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y de cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos".[210]

La solidaridad como actitud básica de la comunidad cristiana impide instrumentalizar al otro porque el otro es reflejo de la propia dignidad, esto conlleva a la paz la cual, para que sea verdadera, exige la dinámica de la justicia favoreciendo la convivencia y la construcción de la nueva sociedad, de la implantación del Reino, del desarrollo de la Civilización del Amor, por tanto, la fuente inspiradora de la solidaridad es la caridad.

Por la caridad, la solidaridad desarrolla un criterio hermenéutico por medio del cual se hace una lectura de los acontecimientos en torno a la Palabra y a la Voluntad de Dios.

3.3.6.2 La conciencia solidaria de la comunidad

La conciencia que tiene la comunidad cristiana de la solidaridad muestra la necesidad de asumir la responsabilidad frente a lo humano, pues hay reconocimiento de la igual dignidad de todo ser humano. La solidaridad es condición de la existencia comunitaria. La comunidad no opta por la solidaridad, es la solidaridad la que constituye la comunidad, la solidaridad es la condición de vida, el estilo de vida, en síntesis, la misma vida.

La comunidad como lugar teológico, es la manifestación del compromiso profundamente solidario de Dios que indica a la comunidad, no el cómo definir al prójimo, sino el actuar como prójimo frente a la necesidad del otro. Es con el otro como la solidaridad comunitaria asume la índole de salvación.

Creer en Dios y creerle a Dios para la comunidad es comprometerse con el otro, buscando caminos de solidaridad bajo el impulso de la acción dinámica del Espíritu. Esta búsqueda de caminos solidarios se traduce en el polémico tema de las reivindicaciones sociales, por lo cual, la solidaridad asume el aspecto organizacional.

La comunidad es consciente de que la señal clara de la falta de solidaridad es la mayor presencia de empobrecidos, descubriendo a través de ellos, necesidades básicas no satisfechas, pero no se quedan solo en el descubrir, sino que además se empeñan de manera creativa en mejorar las condiciones de cada uno de los hermanos.

Mejorar las condiciones de cada uno de los hermanos consiste en buscar, analizar y proponer medidas concretas para superar las difíciles condiciones de vida que aquejan a muchos miembros de la comunidad.

Ser solidario con las necesidades del otro, significa para la comunidad, ayudar al otro que es hermano a que pueda hacerse cargo de su vida mejorando sus condiciones de vida bio-psico-sociales.

3.3.6.3 La ética de la solidaridad

La ética de la solidaridad en la comunidad de creyentes tiene una visión clara de inclusión de los excluidos y marginados de la sociedad para conducir a un proyecto de desarrollo, dando respuestas y satisfaciendo las necesidades del otro. Para los primeros cristianos es claro que, el primer criterio del desarrollo de la comunidad es la solidaridad como camino de realización individual y social. En la primera comunidad, la experiencia fraterna de la solidaridad le asegura a ella un crecimiento común y equitativo donde todos los miembros de la misma están invitados a sentirse protagonistas del destino de la comunidad.

El proyecto comunitario de la comunidad no se inicia si no hay primero un cambio de mentalidad donde lo mío es tuyo y lo tuyo es nuestro, para así, cambiar la forma de vivir, donde se ve al hermano como un don de Dios, como uno que me pertenece y del cual soy responsable de su felicidad.

Este cambio de pensar conlleva un cambio en las relaciones sociales en el estilo de vida y en el desarrollo de un nuevo horizonte no individualista sino comunitario.

Este horizonte comunitario se construye sobre el sentir como propio los problemas y necesidades del otro, generando una conducta concreta del compartir, esto significa, organizarse frente a los problemas para poder encontrar soluciones duraderas y estables donde las decisiones que se toman son asumidas por todos y afectan a todos.

La comunidad cristiana es consciente de que ella es, comenta Baena,

"el espacio donde el hombre se libera de sus búsquedas de intereses y busca el interés, los derechos y la defensa del otro. Onticamente, la comunidad es salir de sí mismo, trascenderse en el otro, ser para el otro, servir dándose hasta la humillación y esto por la fuerza de la acción del Resucitado".[211]

El discurso evangelizador de la comunidad, sigue agregando Baena,

"no tiene consistencia si no se fundamenta en la solidaridad misma que es propiamente la conversión cristiana. La cultura de la solidaridad en comunidad cristiana interesa no solo a los cristianos, sino a todo hombre como tal".[212]

3.3.7 Conclusión al nivel teológico de 2Cor 8,1-15

Al hacer el estudio teológico de 2Cor 8,1-15 se puede concluir que en la teología que se encierra en este texto, se desarrolla como experiencia incipiente, la base de una teología económica afianzada en el ideal solidario, engendrado y sustentado por la gracia y bondad de Dios, no basada metodológicamente en el individualismo, sino en los presupuestos intersubjetivos de la socialización que esta gracia produce.

La dinámica de generosidad y de igualdad expresada en la colecta son unas de las muchas columnas que dan fuerza al desarrollo de la experiencia social cristiana constituida en el amor al prójimo, manifestada en la rebosante alegría e imbuida toda ella de la gracia de Dios. Por esta gracia, la comunidad de creyentes en su vida cotidiana continúa la obra de Dios.

Esta experiencia social cristiana que brota de la asimilación, por parte de la comunidad, de la kénosis de Cristo como principio de economía sacramental, por medio de la cual se santifica y se edifica la comunidad de creyentes, genera una identidad solidaria del individuo que presupone la confianza y el reconocimiento mutuo, a ejemplo de Jesús.

La situación de la generosidad, de la igualdad y de la colecta haya su punto de partida en la encarnación solidaria y en la experiencia de identidad solidaria, que mira al hombre desde el horizonte de la solidaridad salvífica, buscando construir una sociedad, no desde el principio del propio interés, sino de la experiencia de la identidad solidaria del individuo, la cual lo empuja a entrar en relación intersubjetiva con el otro, buscando su mejoramiento en todas las dimensiones de su existir, movida entre la utopía y la esperanza, entre la insatisfacción de los existente y la expectativa de un futuro mejor.

La experiencia de la colecta no solo afecta a los miembros de una comunidad definida, sino que tiene repercusiones en el entorno y en el contexto de estos miembros. No solo mejora las condiciones de vida de aquellos, sino que hace que su entorno se constituya en lugar de vida para otros, por tanto, la experiencia que genera la comunidad de Corinto a la comunidad de Jerusalén repercute en el entorno social de dicha ciudad. Esto se manifiesta en un trato reciproco uno por el otro de tal modo de los intereses personales solventados, se convierten en intereses comunitarios solventados.

Esta acción económica de la colecta fue una acción profética que denuncia la explotación del pobre y anuncia, a través de la comunión y comunicación de bienes, el sentido de alianza que rige en todas las comunidades cristianas, sentido generoso e igualitario, centrado en la justicia y la paz.

La comunidad Corintia al asumir el papel del desarrollo de la colecta irrumpe en la historia dándole un nuevo rostro, mas fraterno y humano, desestabilizando con la ayuda de la gracia de Dios, la injusticia y el acaparamiento de los bienes por parte de unos pocos ricos, en contravención con la gran cantidad de pobres que abarrotan los caminos y los senderos que se dirigen hacia la comunidad de creyentes.

Con la colecta realizada, la comunidad no solo opta por los pobres, sino que opta también por el proyecto de justicia de Dios, convirtiéndose ella en canal de gracia, en fuente reverdecedora de la esperanza, en instrumento de paz, como fruto de la justicia y de la caridad.

La experiencia generosa de la colecta, desde el ideal de la igualdad, hace posible una nueva convivencia en la justicia y en el compartir, de modo que, impulsada por Cristo, colabora en la recreación de la bondad originaria, buscando activamente un nuevo orden social ofreciendo soluciones adecuadas a la pobreza material, contrarrestando las fuerzas que obstaculizaban los intentos de los pobres para liberarse de su condición. La respuesta económica de la comunidad es respuesta agradecida a la gracia de Dios en ella.

3.4 Conclusión del nivel teológico

La experiencia de la comunidad en Hch 2,42-47 y la colecta en 2Cor 8,1-15 son experiencias paradigmáticas, que no solo tienen repercusión en la transformación de su contexto histórico, sino que además, llevada por la escucha obediente de la gracia de Dios, elaboran un piso histórico favorable para la propagación de la buena nueva, en términos de la construcción de una nueva sociedad donde los ideales del Reino de Dios, que son la justicia y la paz, se vean resplandecientes y fructificadores.

Tanto la vivencia comunitaria como la vivencia de la colecta, son motores que empujan la historia, renovando sus propósitos, haciéndola asequible a todos, destronando los procesos de exclusión desde la promoción de los procesos de inclusión, que elevaban el espíritu humano haciéndolo dócil y maleable a la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios, despierta en todos la conciencia de hermandad y de corresponsabilidad para construir una dinámica social profética de anuncio y de denuncia como elemento de santificación y edificación en la búsqueda del mejoramiento de las condiciones de vida de todos los creyentes. De este modo, se busca afectar todo su contexto vital en lo que se refiere a lo social, cultural, político y económico, emancipándose de los elementos subyugadores que buscan esclavizar al ser humano haciendo de él, no una persona en la sociedad, sino un elemento más en la construcción de la historia de los poderosos.

La historia en la cual interviene la comunidad y la colecta es una historia de poderosos, transformándola, por pura gracia de Dios, en una historia del pobre, con los anhelos de una historia de igualdad en donde todo lo tenían en común y a nadie le faltaba nada, no precisando en el hecho de que el pobre tenga de todo, sino en la situación de que no le falte nada, y pueda vivir dignamente, valorado en su persona.

Estas dos experiencias, se constituyen en bases firmes de los procesos de identidad, de fraternidad y de solidaridad porque parten de la situación doméstica familiar, en donde el gozo y la alegría se manifiestan como situaciones organizacionales de donde se elaboraban procesos de reconocimiento y valoración mutua, de seguimiento y de memoria histórica.

Estos procesos organizacionales son constructivistas de hechos históricos transversales, que apuntan a la reparación de la dignidad del ser humano, mostrando el rostro de Dios como cumbre esperanzadora desde la experiencia trinitaria, en la sociedad, manifestada en la kénosis de Dios, por la cual se asume con carácter eterno, los ideales humanos elevándolos de nuevo al acontecer divino.

Los procesos de reconocimiento y valoración mutua, de seguimiento y de memoria histórica se ven reflejados en la situación bio-psico-social de la experiencia del compartir de mesa por medio del cual el yo, el tú y el nosotros se conjugan simbióticamente, desarrollando lineamientos transformadores y liberadores del ser humano en su acontecer diario.

La dinamización de éstos lineamientos, se da a partir de la escucha generosa y obediente a la palabra de Dios pues el oír conlleva al creer, el creer al esperar, el esperar al amar y el amar al transformar la situación histórica-social, construyendo un nuevo tejido que renueva la comprensión de la historia, haciéndola acogedora y atenta de las diversas situaciones de vida del ser humano, comprometiéndose en su promoción.

Comunidad y colecta son por tanto, dos ejes primordiales en la experiencia del cristianismo ya que estos dos elementos conjugan en sí, la dinámica ad intra, manifestada en la fraternidad y ad extra, manifestada en la solidaridad, del mensaje de la buena nueva, la cual permea la sociedad, constituyendo la comunidad, de ahí el hecho del "mirad como se aman".

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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