- Introducción
- Marco teórico
- Planteo del Problema
- Teorías sobre el origen físico de la homosexualidad
- Teorías populares sobre el origen de la homosexualidad
- La psicología ante la homosexualidad
- Bases bíblico teológicas
- Homosexualidad en el Nuevo Testamento
- Una búsqueda de solución: la imagen bíblica del hombre
- Jesucristo y la persona
- Una ética de la sexualidad
- Conclusión
- Anexo: serie de estudios para una pastoral evangélica con homosexuales.-
- Referencias bibliográficas
APUNTES PARA UNA PASTORAL CON HOMOSEXUALES
Introducción
El tema de la homosexualidad en forma específica, como el de la sexualidad en general es parte de una larga lista de temas considerados "tabú" para las tradiciones evangélicas en Chile y tienden a ser eludidos más que ser considerados en su extensión.
Esta es un área donde tenemos mucho que aprender en una relación interdisciplinaria con otras ciencias que tratan el tema, por ejemplo la medicina, la psicología, la sociología, etc.
En la presente reflexión proponemos estudiar algunas teorías sobre la homosexualidad que nos permitan tener una idea de la magnitud de la situación, estudiar las bases bíblico-teológicas para abordar el tema y proponer, a manera de intento, sugerencias para una ética sobre sexualidad responsable, que permita una practica pastoral consecuente y efectiva en razón de las minorías sexuales de nuestro país.
Además, que al ser el tema muy poco frecuente, en los trabajos de pastoral evangélica se proponen una serie de estudios bíblicos para ser tratados en los grupos locales tendientes a un trabajo de evangelización en nuestra sociedad actual, donde el tema se presta para polémicas, discriminación, teorización y muy poca consecuencia con la Palabra de Dios, la que siempre nos invita a entregar el evangelio a "toda criatura" ( Marcos 16:15)
Marco teórico
Definiciones.-
La homosexualidad es una orientación sexual y se define como el comportamiento, la interacción sexual o atracción erótica hacia individuos del mismo sexo. Etimológicamente, la palabra homosexual es un híbrido del griego homo (que en realidad significa igual y que a veces se confunde con el significado latino, hombre) y del latín, lo que sugiere una relación sexual y sentimental entre personas del mismo sexo, incluido el lesbianismo. El término gay suele emplearse para referirse a los hombres homosexuales, y el término lesbiana para referirse a las mujeres.[1]
Desde 1973 la comunidad científica internacional considera que la homosexualidad no es una enfermedad. Sin embargo, la situación legal y social de la gente que se autodenomina homosexual varía mucho de un país a otro y frecuentemente es objeto de polémicas.
La denominación no deriva del prefijo latín homo que significa hombre, sino del vocablo griego homoios, que define lo que es igual o semejante: homeopatía (cura por el similar), homogéneo (algo parejo), homólogo. Desde lo etimológico, homosexual sería quien tiene afinidad sexual por personas de su mismo sexo.
El término homosexual fue empleado por primera vez en 1869 por Karl-Maria Kertbeny, y el libro Psychopathia Sexualis de Richard Freiherr von Krafft-Ebing popularizó el concepto en 1886. Desde entonces, la homosexualidad se ha convertido en objeto de intenso estudio y debate: inicialmente se catalogó como una enfermedad, trastorno o patología que había que curar, pero actualmente se entiende como parte integral necesaria para comprender la biología, psicología, política, genética, historia y variaciones culturales de las identidades y prácticas sexuales de los seres humanos.
Terminología
El sustantivo gay se refiere a personas homosexuales de ambos sexos, aunque generalmente se usa hablando de uno o varios hombres homosexuales. Muchos de los conceptos relativos a la orientación sexual (heterosexualidad, homosexualidad, bisexualidad, transexualidad, etc.) se confunden a veces entre sí, sobre todo por falta de información y por exceso de prejuicios.[2]
La homosexualidad femenina se llama también lesbianismo o lesbianidad (calidad de lesbiana). Los adjetivos correspondientes son lésbico(s) y lésbica(s). Este término proviene de la isla de Lesbos en Grecia y de la poetisa Safo.
A las mujeres homosexuales también se las denomina lesbianas, en honor a la isla de Lesbos donde residía la poetisa Safo, célebre por la belleza de sus cantos al amor y al amor homosexual en particular. Allí, en "la morada de las discípulas de las musas" cantó a la "amada ausente", a quien "igualaba a una diosa insigne" y "aguardaba con el fuego prendido en el corazón, abrasado de deseo".
"Apenas te veo así un instante, me quedo sin voz, se me traba la lengua.Un fuego penetrante fluye enseguida por debajo de mi piel.No ven nada mis ojos y empiezan a zumbarme los oídos.Me cae a raudales el sudor, tiembla mi cuerpo entero,me vuelvo más verde que la hierba". Safo de Lesbos[3] |
La terminación "ismo" se ve a veces como peyorativa, tal como sucede con la palabra "homosexualismo". El sufijo – ismo tiene múltiples definiciones, que van desde "partidario de…" hasta "enfermedad de", como en el caso de gigantismo. Por ello, podía entenderse que su uso promovía la idea de que la organización comunitaria de los homosexuales tendía a la promoción de sus conductas, o incluso de que podía tratarse de una deficiencia mental. Al irse apartando la sociedad de la creencia de que la homosexualidad es una enfermedad, se fue imponiendo el término homosexualidad, ya que la terminación -idad sólo implica "calidad de…". Actualmente, el diccionario de la Real Academia Española sólo recoge esta última.
Varios estudios han demostrado que la homosexualidad ha existido desde el principio de la humanidad, en todas las razas, en ambos sexos, en cualquier nivel social. La homosexualidad se ha confirmado en muchas especies animales, incluidos los primates superiores.
Aunque hoy se emplea de forma generalizada, es oportuno reseñar que la existencia de la categoría homosexual en sí misma, aplicada a personas, es objeto de contestación desde diferentes puntos ideológicos. Las corrientes integristas niegan la existencia de personas homosexuales, pero admiten la de prácticas homosexuales; otras niegan que la orientación sexual de una persona la defina en modo alguno.
Planteo del Problema
Vamos a abordar uno de los temas más conflictivos de la Sexología y la psicología y aclaramos que con este ensayo no se pretende dar un cierre al tema ni hacer conclusiones finales.
La cuestión de la homosexualidad ha sufrido distintos vaivenes a lo largo del tiempo y fue sucesivamente aceptada, rechazada, perseguida o reconocida. En la elección homosexual confluyen tantos parámetros como en cualquier otra actividad sexual, lo que indica que nunca se podrá entender a través de uno solo de ellos. Es decir que no podemos analizarla con el exclusivo prisma de la moral o de lo legal, o desde una óptica psicoanalítica o desde el placer.
Sabemos que la homosexualidad, tanto la femenina como la masculina, es una práctica conocida desde la antigüedad.
Se ha discutido mucho sobre la definición de la homosexualidad como enfermedad y ha habido, y sigue habiendo, enormes controversias. Es cierto que no es un cuadro nosológico en sí mismo: uno puede ser homosexual neurótico, psicótico, psicopático o normal desde el punto de vista psiquiátrico, al igual que los heterosexuales. La Organización Mundial de la Salud retiró a la homosexualidad del listado de enfermedades. La Asociación Norteamericana de Psiquiatría (APA) ha hecho una declaración en contra de las llamadas terapias correctivas.[4]
Sin embargo, ya en el DSMIII (Manual de diagnóstico de la Sociedad Norteamericana de Psiquiatría) se diferencia entre una homosexualidad egodistónica, que es aquella en la cual la persona tiene conflictos con su tendencia homosexual y sufre por ello, de otra egosintónica, en la cual la persona no siente su situación como un padecimiento, sino como una elección y goza con ella.[5]
Sobre la base de estudios antropológicos se puede afirmar que la homosexualidad es una constante universal de la cultura. Se ha observado su presencia tanto en pueblos primitivos como en otros altamente desarrollados; en sociedades en decadencia tanto como en aquellas que estaban en su apogeo, y no depende de los valores religiosos de una civilización dada. Siempre se menciona a los griegos, que habían alcanzado altísimos niveles culturales y políticos, como cultores del amor homosexual.
En esto cabría hacer una aclaración: en principio eran partidarios de un pansexualismo, es decir un culto al amor y al erotismo. No solían ser homosexuales exclusivos y amaban la virilidad total. Esto se apoyaba en una verdadera aversión o desprecio por las mujeres (misoginia), a quienes consideraban inferiores. Platón, en "El Banquete", aconsejaba enviar a la guerra a parejas de varones para que se defendieran mutuamente. Algo de esto ocurría con la pareja de Aquiles y Patroclo, en "La Ilíada".
Los romanos continúan en cierta manera con este tipo de amor y junto a sus mujeres poblaban sus lechos de bellos efebos y favoritos. Es célebre el caso de Adriano , que amaba a las mujeres pero que desfalleció cuando se suicidó el joven Antino, que era su favorito. En esto los griegos y los romanos instauran un tipo de relación maestro-discípulo, en la que también interviene el erotismo de los cuerpos. Pero habría que hacer la salvedad de que estos amores homosexuales se conocen desde el marco de las prácticas sexuales de las clases dominantes, que eran, en última instancia las que escribían las crónicas de la época.[6]
Teorías sobre el origen físico de la homosexualidad
La primera de ellas intenta establecer que la conducta sexual anormal proviene de un desequilibrio de la proporción de hormonas masculinas y femeninas, presentes ambas en la sangre de los dos sexos. Pero los test directos efectuados en homosexuales no han arrojado un resultado que confirme la teoría, es decir, no ha demostrado una deficiente distribución hormonal. Según comprobaciones del doctor Swyer, en su trabajo "Homosexualidad, los aspectos endocrinológicos", la medición de niveles hormonales en homosexuales y heterosexuales no ha revelado diferencias.
Además, si la homosexualidad tuviese un origen hormonal -las hormonas son segregadas por las glándulas endocrinas-, se la podría curar mediante inyecciones que devolviesen el equilibrio endocrino. Pero no ha sido posible, y en su trabajo Testosterona en homosexuales masculinos psicóticos, el investigador Barahal explica que la suministración de hormonas masculinas a homosexuales hombres, solamente ha dado como resultado el aumento del deseo que siente el individuo por el tipo de actividad sexual a que está habituado.
En cuanto a los experimentos efectuados con mujeres, el doctor Foss, en "La influencia de andrógenos urinarios en la sexualidad de la mujer", dice que las grandes cantidades de hormonas masculinas administradas a mujeres producen en sí un notable cambio en dirección a la masculinidad, pero sólo en lo que concierne al aspecto físico: voz más profunda, barba, disminución de senos, crecimiento del clítoris, etc.[7]
En cuanto al apetito sexual, aumenta, pero continúa siendo normalmente femenino, es decir que el objeto de su deseo sigue siendo el hombre, claro está si no se trata de una mujer ya con costumbres lesbianas. Por otra parte, en el hombre heterosexual, la administración en cantidad de hormonas femeninas no despierta deseos homosexuales, sino que redunda en una disminución de la energía sexual.
Todo lo cual indica que la aplicación de hormonas masculinas a las mujeres y de hormonas femeninas a los hombres no revela una relación entre el porcentaje de hormonas masculinas y femeninas en la sangre y los correspondientes deseos sexuales. Se puede aseverar entonces que la elección del sexo del sujeto amoroso no guarda relación demostrable con la actividad endocrina, es decir las secreciones hormonales.
A manera de resumen podemos decir que los especialistas en medicina han aclarado el tema especialmente en lo concerniente a las hormonas y la muy escasa incidencia de estas en las conductas homosexuales, lo que impide desde este punto de vista una intervención para remediar las conductas.
Intersexualidad
La segunda teoría importante sobre el posible origen físico de la homosexualidad es, según D.J.West, la referente a la intersexualidad. Puesto que ha sido imposible comprobar una anormalidad hormonal en los homosexuales, se ha intentado rastrear otros determinantes físicos, alguna anomalía desconocida, y determinados investigadores entonces se dieron a la tarea de encuadrar la homosexualidad como una forma de intersexualidad. [8]
Intersexuales o hermafroditas son aquellos que no pertenecen físicamente por completo a uno de los sexos, si bien presentan rasgos de ambos. El sexo al que pertenecerá un individuo se determina en el momento de la concepción, y depende de la variedad genética a que corresponda el espermatozoide que fecunda al óvulo. [9]
Las causas físicas de la intersexualidad no han sido bien determinadas aún, por lo común es producida por un trastorno endocrino que se produce durante el estado fetal. Son varadísimos los grados de intersexualidad, en algunos las glándulas sexuales internas (ovarios o testículos) y la apariencia física son contradictorias, en otros las glándulas sexuales internas resultan mezclas de testículos y ovarios, y en otros los genitales externos pueden presentar todas las fases intermedias entre los masculinos y los femeninos, hasta incluso tener pene y útero contemporáneamente.
El investigador T.Lang en Estudios sobre la determinación genética de la homosexualidad, por ejemplo, aduce que los homosexuales varones serían genéticamente mujeres cuyos cuerpos han sufrido una completa inversión sexual en dirección a la masculinidad; para demostrar su hipótesis realizó encuestas y llegó a la conclusión de que se producen homosexuales varones en las familias que tenían exceso de hermanos y carencia de hermanas, resultando así el homosexual varón como un producto intermedio, de compensación no lograda.
Si bien el dato resulta interesante, la teoría formulada por Lang se debilita fatalmente al no lograr explicar las características físicas normales de la gran mayoría, 99 por ciento, de los homosexuales. En esto último se basa el investigador C.M.B.Pare, Homosexualidad y sexo cromosomático, para rebatir la teoría de Lang; según Pare, después de aplicar modernos métodos microscópicos, identificó por igual como biológicamente masculinos a todos los varones homosexuales examinados en una larga investigación, que incluía varones homosexuales.
Por otra parte, la teoría de Lang es también refutada por J.Money en su trabajo Establecimiento del rol sexual, al afirmar que los intersexuales, a pesar de su apariencia bisexual, no resultan bisexuales llegado el momento de elegir el objeto de su deseo amoroso; los impulsos sexuales de estos individuos, dice Money, no siguen la pauta de sus glándulas sexuales internas, según tengan ovarios, testículos o glándulas mixtas.
Los deseos del intersexual se adaptan a los del sexo en que han sido educados, aún cuando sus cromosomas y las características dominantes de sus órganos sexuales externos e internos sean del sexo opuesto. De todo esto se puede deducir que la heterosexualidad y la homosexualidad, en todos los casos, sea el individuo de constitución física normal o no, son actividades adquiridas a través de un condicionamiento psicológico, y no predeterminados por factores externos.
Herencia
La tercera y última teoría sobre el origen físico de la homosexualidad, de que se ocupa West, es la que propone el factor hereditario. West señala que pese a la seriedad de los estudios efectuados, entre los que señala Estudio gemelo comparativo de los aspectos genéticos de la homosexualidad masculina, de F.J.Kallman, la vaguedad de las evidencias presentadas no permiten establecer que la homosexualidad sea una característica constitucional de tipo hereditario.[10]
Todas estas teorías apoyadas por largas investigaciones, producto de especialistas en la materia han llegado a descartar la idea de que la homosexualidad esté condicionada por factores hereditarios o cuestiones de tipo biológico, ya que no existen pruebas suficientes para estas afirmaciones.
Teorías populares sobre el origen de la homosexualidad
Las opiniones no científicas, y más generalizadas entre la gente son teorías que surgen del vulgo y que tienen aceptación por si mismas, sin una adecuada comprobación. Ellas son la perversión, la seducción y la segregación. La primera de ellas según la cual el individuo adoptaría la homosexualidad como un vicio cualquiera. Pero el error fundamental estriba en que el vicioso elige deliberadamente la desviación que más le apetece, mientras que el homosexual no puede desarrollar una conducta sexual normal aunque se lo proponga, puesto que aún logrando realizar actos heterosexuales difícilmente eliminará sus más profundos deseos homosexuales.
La segunda se refiere a en que si bien un individuo puede haber sentido deseos homoeróticos -conscientes por primera vez- estimulado por una persona de su mismo sexo que se propuso seducirlo, dicha seducción (que ocurre casi siempre en la juventud) puede explicar solamente que se inicie en prácticas homosexuales; no puede en cambio justificar que el fluir de sus deseos heterosexuales se detenga.
Un incidente aislado de esa índole no puede explicar la homosexualidad permanente, la cual en la mayoría de los casos resulta también exclusiva, es decir no compatible con actividades heterosexuales.
La tercera teoría aludida es la de la segregación, según la cual aquellos jovencitos criados entre varones solos, sin contacto con mujeres, o viceversa, mujeres criadas sin contacto con varones, iniciarían prácticas sexuales entre sí que los marcarían para siempre. Pero la frecuencia de las prácticas homosexuales en los pensionados está más vinculada con la imperiosa necesidad de una descarga sexual que con la libre elección de su objeto amoroso.
Sin tener un buen sustento científico que permita darles fuerza estas teorías populares son ampliamente difundidas y aceptadas por la gente entre las que también se encuentra la opinión de la iglesia, la Iglesia ha catalogado al impulso homosexual simplemente como uno más de los muchos impulsos "malvados" pero de índole natural que azotan a las gentes.
La psicología ante la homosexualidad
El psicoanálisis, cuya característica principal es el sondeo de la memoria para despertar los recuerdos infantiles, precisamente sostiene que las peculiaridades sexuales tienen su origen en la infancia. En La interpretación de los sueños, Freud postula que los conflictos sexuales y amorosos están en la base de casi todas las neurosis personales: solucionados los problemas de la alimentación y del reparo de la intemperie -techo y ropas-, para el hombre surge la emergencia de su satisfacción sexual y afectiva. A esa apetencia combinada la denomina libido, y la misma se haría sentir desde la infancia. [11]
Freud y sus seguidores sostienen que las manifestaciones de la libido son muy variadas, pero que las reglas de la sociedad obligan a vigilarlas en un constante acecho, sobre todo para preservar la base del conglomerado social: la familia. Las dos manifestaciones más inconvenientes de la libido resultarían por lo tanto los deseos incestuosos y los homosexuales.
Los seguidores de Freud se han interesado vivamente por las tribulaciones que el individuo ha debido sufrir a lo largo de la historia para aprender a reprimirse y así adecuarse a las exigencias sociales de cada época, puesto que sería imposible acatar las normas sociales sin reprimir muchos de los propios impulsos instintivos. La pareja matrimonial legítima, como ideal propuesto por la sociedad, no resultaría necesariamente el ideal de todos, y los excluidos no hallarían otra salida que reprimir y ocultar sus tendencias socialmente indeseables.
La libido infantil
Anna Freud, en Psicoanálisis del niño, señala como forma neurótica más generalizada la del individuo que al tratar de controlar completamente todos sus deseos sexuales prohibidos, e incluso eliminarlos -en vez de catalogarlos como inconvenientes socialmente pero naturales-, reprime demasiado, y se vuelve incapaz de disfrutar en toda circunstancia relaciones desinhibidas con otra persona. Es así que un individuo puede perder control de sus facultades autorrepresoras y llegar a extremos como la impotencia, la frigidez y los sentimientos de culpa obsesivos.
El psicoanálisis señala también la siguiente paradoja: es generalmente el desarrollo precoz de la inteligencia y la sensibilidad en los niños, lo que puede inducirlos a una actividad represiva demasiado fuerte. Está comprobado que el niño posee libido desde que tiene vida, y claro está, la manifiesta sin la discriminación adulta. Se encariña con toda persona que lo cuida y disfruta en sus juegos con su propio cuerpo y con el cuerpo de otras personas. Pero en nuestra cultura -agrega Anna Freud- se castigan muy pronto estas manifestaciones y el niño adquiere un sentimiento de vergüenza. Desde sus primeros actos conscientes hasta la pubertad pasa por el período de latencia.
Complejo no resuelto.-
Los freudianos ortodoxos, así como los disidentes sostienen que las primeras manifestaciones de la libido infantil son de carácter bisexual. Pero a partir de los cinco años ya se aprecian las diferencias sexuales, el niño advierte la diferencia del cuerpo de su madre, además se le comienza a decir que cuando crezca será como su padre, pero que por el momento no debe aspirar a ser el primero en los afectos de su madre, es su padre quien ocupa ese lugar privilegiado.
El problema de cómo sofocar los celos que el padre le suscita, en general queda liberado enteramente a la habilidad del niño, el cual se verá entorpecido en la empresa, una vez más, si su sensibilidad muy desarrollada le demanda protección y cariño, y especialmente si su inteligencia le permite captar el triángulo amoroso en que se encuentra encerrado: concientizar la situación le duplicará las dificultades.
Durante esa etapa del desarrollo, según el psicoanálisis, el niño -o la niña, en tensión de rivalidad directa con su madre-, atraviesa el dificultoso tramo edípico, llamado así por el héroe griego Edipo, que mató a su padre sin saber quién era, para casarse con su madre, a la que también desconocía: enterado de su crimen Edipo se arrancó los ojos como holocausto a su culpa . Freud, en Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad asegura que en los niños es recurrente la fantasía incestuosa de expulsar y sustituir al progenitor rival, es decir el padre para el niño, y la madre para la niña, pero esas ideas suscitan intensa culpa y temor al castigo.
La consecuencia es que el niño o la niña sufren tanto con el conflicto que mediante un esfuerzo inconsciente muy penoso logran reprimirlo, o disfrazarlo ante los ojos de la conciencia. El conflicto se resuelve durante la adolescencia, cuando la adolescente o el adolescente logran traspasar sus cargas afectivas del progenitor o la progenitora a un muchacho o muchacha de su edad respectivamente.
Pero quienes han desarrollado una relación muy estrecha con el progenitor del sexo opuesto -y su correspondiente e ineludible sentimiento de culpa, o técnicamente complejo de Edipo-, se verán en peligro de proseguir toda su existencia con una sensación de incomodidad ante cualquier experiencia sexual, puesto que inconscientemente la asociarán con sus culposos deseos de incesto allá en la infancia.
El desenlace, cuando la neurosis se afianza, no siempre es el mismo, para el hombre se abre la posibilidad de la impotencia, el trato exclusivo con prostitutas -mujeres que de alguna manera no se parecen a su madre-, o más aún, la posibilidad de responder sexualmente sólo a otros hombres. Para las mujeres la salida al conflicto no resuelto son principalmente la frigidez y el lesbianismo.
Identificación con la madre.-
En su Teoría psicoanalítica de la neurosis, O. Fenichel afirma que la probabilidad de orientación homosexual es tanto mayor cuanto más se identifique el niño con la madre. Esta situación se produce especialmente cuando el padre está ausente totalmente del cuadro familiar, como en los casos de muerte o divorcio, o cuando la figura del padre si bien presente resulta repulsiva por algún motivo grave, como el alcoholismo , la excesiva severidad o la violencia extrema del carácter.
El niño necesita un héroe adulto que le sirva como modelo de conducta, mediante la identificación, el niño irá absorbiendo las características de conducta de sus padres, y aunque de cierta manera se rebele a obedecer sus órdenes, inconscientemente incorporará costumbres y aún manías de sus progenitores, perpetuando los rasgos culturales de la sociedad en que vive.
Una vez identificado con su padre, sigue Fenichel, el niño adopta la visión masculina del mundo, y en nuestra sociedad, la occidental, esa visión tiene un componente de agresividad -un rastro de su antes discutida condición de amo- que ayuda al niño a imponer su nueva presencia. Por el contrario, el niño que está adoptando como modelo la figura materna y no encuentra a tiempo una figura masculina que contrarreste la fascinación materna, será socialmente menospreciado por sus rasgos afeminados, ya que no ostenta la rudeza propia de un muchachito normal.
Narcisismo.-
Freud, al respecto, comenta en su obra De la transformación de los instintos que en el varón homosexual, la más completa masculinidad mental puede a veces combinarse con la total inversión sexual, entendiendo por masculinidad mental rasgos como el valor, el espíritu de aventura y experimentación, y la dignidad. Pero en su obra posterior Una introducción al narcisismo, elabora una teoría según la cual el varón homosexual empezaría una efímera fijación materna, para finalmente identificarse él mismo como mujer. Si el objeto de sus deseos pasa a ser un joven, es porque su madre lo amó a él, que era un joven. O porque él querría que su madre lo hubiese amado así. En fin de cuentas, el objeto de su deseo sexual es su propia imagen.
Para Freud entonces tanto el mito de Edipo como el de Narciso son componentes del conflicto original que da origen a la homosexualidad. Pero de todas las observaciones de Freud sobre la homosexualidad, ésta ha sido la más atacada, objetándosele principalmente que los homosexuales cuya identificación es altamente femenina sienten como deseo sexual a tipos muy masculinos, o de edad pronunciadamente mayor.
Etapa anal de la libido.-
Por otra parte, Freud, en la obra citada en primer término, habla del desarrollo de la sensibilidad erótica y da otras pistas sobre las génesis de la homosexualidad. Afirma que el comienzo de la libido en los bebés es de un carácter marcadamente difuso, y que de allí hasta lograr la educación de su deseo y hacer que recaiga sobre una persona del sexo opuesto con quien el placer se logrará mediante la unión genital, deberá pasar por otras etapas.
La primera es la oral, en que el placer sólo deriva de los contactos bucales, tales como la succión.
Después viene la etapa anal, en que el niño deriva su satisfacción de los movimientos de sus intestinos.
La última y definitiva es la fase genital. Freud la considera como la única forma madura de sexualidad, afirmación que años más tarde sería frontalmente atacada por Marcuse.
El mismo Freud amplió estos comentarios en Carácter y erotismo anal, donde elabora la teoría siguiente: ciertos tipos anormales de personalidad, cuyos rasgos predominantes son la avaricia y la obsesión por el orden, pueden estar influido por deseos anales reprimidos. El placer que deriva la acumulación de bienes puede provenir de la nostalgia inconsciente por el placer que sintieron cuando pequeños al retener -cosa muy frecuente en los niños- las heces.
Por otro lado, la obsesión por el orden y la limpieza sería la contraparte de la culpa que han sentido por su impulso a jugar con heces. En cuanto al rol que pueda jugar la fijación anal en el desarrollo de la homosexualidad, Freud afirma que además de los influjos ya enumerados -Edipo, Narciso-, hay que tener en cuenta que todos esos impedimentos determinan una interrupción en el desarrollo del niño, una inhibición afectiva que acarrea la fijación en la fase anal, sin posibilidad de acceder a la fase final, o sea la genital.
Represión contra mutabilidad.-
En Tres ensayos sobre la teoría de la sexualidad, Freud señala que la represión, en términos generales, proviene de la imposición de dominación de un individuo sobre otros, siendo ese primer individuo no otro que el padre. A partir de tal dominación, se establece la forma patriarcal de la sociedad, basada en la inferioridad de la mujer y en la fuerte represión de la sexualidad. Además, Freud asocia su tesis de la autoridad patriarcal con el auge de la religión, y en particular con el triunfo del monoteísmo en occidente. Por otra parte, Freud se preocupa especialmente por la represión sexual, puesto que considera los impulsos naturales del ser humano como mucho más complejos de lo que la sociedad patriarcal admite: dada la capacidad indiferenciada de los bebés para obtener placer sexual de todas las partes de su cuerpo, Freud los califica de "perversos polimorfos". Como parte de este concepto, Freud también cree en la naturaleza especialmente bisexual de nuestro impulso sexual original.
En la misma línea de pensamiento, y en lo referente a la represión primera, Otto Rank considera el desarrollo que va de la dominación paterna hasta llegar a un poderoso sistema estatal administrado por el hombre, como una prolongación de dicha represión primera, cuyo propósito es la cada vez mayor exclusión de la mujer. Por su parte. Dennis Altman, en su obra Homosexual, opresión y liberación, hablando de la represión sexual en lo específico, la relaciona con la necesidad, en el comienzo de la humanidad, de producir una gran cantidad de hijos para fines económicos y de defensa.
A propósito del mismo asunto, en El sexo en la historia, el antropólogo británico Rattray Taylor señala que a partir del siglo IV, antes de Cristo, en el mundo clásico se verifica una represión creciente de la sexualidad y un desarrollo del sentimiento de culpa, factores que facilitaron el triunfo del concepto hebreo, más represivo del sexo, sobre el concepto griego. Según los griegos, la naturaleza sexual de todo ser humano contenía elementos tanto homosexuales como heterosexuales.
Volviendo a Altman, en su obra ya citada expresa que las sociedades occidentales se especializan en la represión de la sexualidad, represión legitimizada por la tradición religiosa judeo-cristiana. Dicha represión se expresa de tres modos interrelacionados: asociando sexo con:
Pecado y su consiguiente sentido de culpa;
La institución familiar y la procreación de hijos, como única justificación;
Rechazo de todo lo que no sea sexualidad genital y heterosexual.
Más adelante agrega que los "libertarios" tradicionales de la represión sexual luchan por cambiar los dos primeros puntos pero olvidan el tercero. Un ejemplo de ello sería Wilhelm Reich con su libro La función del orgasmo, cuando afirma que la liberación sexual está radicada en el orgasmo perfecto, el cual sólo se podría obtener mediante el acoplamiento genital heterosexual de dos individuos pertenecientes a la misma generación.
Y es bajo la influencia de Reich que otros investigadores habrían desarrollado su desconfianza de la homosexualidad y los anticonceptivos, ya que dificultarían el logro del orgasmo perfecto y por lo tanto serían contrarios a la total "libertad" sexual.
Sobre la liberación sexual, Herbert Marcuse en Eros y civilización aclara que la misma implica más que la mera ausencia de opresión, la liberación requiere de una nueva moralidad y una revisión de la noción de "naturaleza humana". Y después agrega que toda teoría real de liberación sexual debería tomar en cuenta las necesidades esencialmente polimorfas del ser humano.
Según Marcuse, en desafío a una sociedad que emplea la sexualidad como un medio para un fin útil, las perversiones sustentan la sexualidad como un fin en sí mismo; por lo tanto se colocan fuera de la órbita de férreo principio de "performance" -término técnico tal vez traducible como "rendimiento"-, o sea uno de los principales represores básicos para la organización del capitalismo, y así cuestionan sin proponérselo los fundamentos mismos de este último.
Comentando este punto, Altman agrega que cuando la homosexualidad se vuelve exclusiva y establece sus propias normas económicas dejando de apuntar críticamente a las formas convencionales de los homosexuales para, en cambio, intentar una copia de éstos, se vuelve una forma de represión tan grande como la heterosexualidad exclusiva.
Y más adelante, comentando a otro freudiano radical como Marcuse, Norman O. Brown, y a Marcuse mismo, Altman infiere que en última instancia lo que concebimos como "naturaleza humana" es tan sólo lo que ha resultado de ella después de siglos de represión, razonamiento que implica, y en ello concuerdan Marcuse y Brown, la mutabilidad esencial de la naturaleza humana.
Canalización de la energía sexual.-
Como una variante del concepto de represión, Freud introdujo el término "sublimación", entendiendo por ello la operación mental mediante la cual se canalizan los impulsos libidinosos inconvenientes. Los canales de la sublimación serían cualquier actividad -artística, deportiva, laboral– que permitieran el empleo de esa energía sexual, excesiva según los cánones de nuestra sociedad. Freud hace una diferencia fundamental entre represión y sublimación al considerar que esta última puede ser saludable, ya que resulta indispensable para el mantenimiento de una comunidad civilizada.
Esta posición ha sido atacada por Norman O. Brown, autor de Vida contra muerte, quien en cambio propicia un regreso a esa "perversión polimorfa" de los bebés descubierta por Freud, lo cual no implica una eliminación total de la represión. Una de las razones que aducía Freud en su defensa de una represión parcial, era la necesidad de sujetar los impulsos destructivos del hombre, pero tanto Brown como Marcuse refutan este argumento al sostener que los impulsos agresivos no existen como tales si los impulsos de la libido -preexistentes- hallan su modo de realización, es decir, su satisfacción.
La crítica que ha recibido Brown a su vez, parte de la suposición de que una humanidad sin diques de contención, es decir de represión, no podría organizar ninguna forma de actividad permanente. Es entonces que Marcuse interviene con su concepto de "surplus repression", designando estos términos aquella parte de la represión sexual creada para mantener el poderío de la clase dominante, pese a no resultar imprescindible para mantener una sociedad organizada que atienda a las necesidades humanas de todos sus componentes.
Por lo tanto, el avance principal que supondría Marcuse con respecto a Freud, consistiría en que éste toleraba cierto tipo de represión por el hecho de preservar la sociedad contemporánea, mientras que Marcuse considera fundamental el cambio de la sociedad, sobre la base de una evolución que tenga en cuenta los impulsos sexuales originales.
Ésa sería la base de la acusación que representantes de las nuevas tendencias psiquiátricas formulan a los psicoanalistas ortodoxos freudianos, acusación según la cual estos últimos habrían buscado -con una impunidad que se agrietó notablemente a fines de los años sesenta-, que sus pacientes asumiesen todo conflicto personal para facilitarles la adaptación a la sociedad represiva en que vivían, no para que advirtieran la necesidad de cambiar dicha sociedad.
En El hombre unidimensional, Marcuse afirma que originalmente el instinto sexual no tenía limitaciones temporales y espaciales de sujeto y objeto, puesto que la sexualidad es por naturaleza "perversa polimorfa". Yendo aún más allá, Marcuse da como ejemplo de "surplus repression" no solamente nuestra total concentración en la copulación genital sino también fenómenos como la represión del olfato y el gusto en la vida sexual.
Por su parte, Dennis Altman, comentando favorablemente en su libro ya citado estas afirmaciones de Marcuse, agrega que la liberación no debería solamente eliminar la contención sexual, sino también proporcionar la posibilidad práctica de realizar esos deseos.
Además sostiene que sólo recientemente hemos advertido que mucho de lo que se consideraba normal e instintivo, especialmente en la estructuración familiar y en las relaciones sexuales, es en cambio aprendido, por lo cual sería necesario desaprender mucho de lo que hasta ahora se ha considerado natural, incluso actitudes competitivas y agresivas fuera del campo de la sexualidad.
Y dentro de la misma línea, la teórica de la liberación femenina Kate Millet dice en su libro Política sexual que el propósito de la revolución sexual debería ser una libertad sin hipocresías, no corrompida por las explotadoras bases económicas de las alianzas sexuales matrimoniales, es decir, el matrimonio.
Además, Marcuse propicia no sólo un libre fluir de la libido, sino también la transformación de la misma: o sea el paso, de una sexualidad circunscripta a la supremacía genital, a una erotización de la entera personalidad. Se refiere entonces a una expansión más que a una explosión de la libido, una expansión que llegue a cubrir otras áreas de las actividades humanas, privadas y sociales, por ejemplo las laborales. Agrega que la entera fuerza de la moralidad civil fue movilizada contra el uso del cuerpo como mero objeto, medio e instrumento de placer, ya que esa cosificación fue considerada tabú y relegada a despreciable privilegio de prostitutas, degenerados y pervertidos.
Al margen de esa posición, J.C.Unwin, autor de Sexo y cultura, después de estudiar las regulaciones maritales de 80 sociedades no civilizadas, parece apoyar la suposición muy generalizada de que la libertad sexual conduce a la decadencia social, ya que, según el psicoanalista ortodoxo, si el individuo no sucumbe a la neurosis, la continencia sexual impuesta puede ayudar a canalizar las energías por vías socialmente útiles.
Unwin concluyó de su exhaustivo estudio que el establecimiento de las primeras bases de una sociedad organizada, su posterior desarrollo y su apropiación de terrenos vecinos, o sea las características históricas de toda sociedad pujante, se dan solamente a partir del momento en que se implanta la represión sexual.
Mientras que las sociedades donde se permiten relaciones sexuales libres -prenupciales, extraconyugales y homosexuales- permanecen en un subdesarrollo casi animal. Pero al mismo tiempo, Unwin dice que las sociedades estrictamente monógamas y fuertemente represivas, no logran sobrevivir mucho tiempo, y si lo logran en parte, es mediante el sometimiento moral y material de la mujer.
Por lo tanto, Unwin expresa que entre la angustia suicida que provoca minimizar las necesidades sexuales y el extremo opuesto del desorden social por incontinencia sexual, debería hallarse una vía razonable que constituyera la solución del grave problema. O sea la eliminación de la "surplus repression" de que habla Marcuse.
Tolerancia.-
En una encuesta citada por el sociólogo J.L.Simmons en su libro Desviaciones, se establece que los homosexuales son objeto de un rechazo considerablemente mayor por parte de la gente que los alcohólicos, jugadores compulsivos, ex presidiarios y ex enfermos mentales
En Hombre, moral y sociedad, J.C.Flugel dice al respecto que quienes en la infancia se han identificado a fondo con figuras paternas o maternas de conducta muy severa, al crecer abrazarán causas conservadoras y les fascinará un régimen autoritario.
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