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Che Guevara – Perfil de un Guerrillero (página 2)

Enviado por donhomat


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Hay dos fotografías que encarnan el mito del Che. Una, es la del joven gallardo de boina negra, mirada puesta en el horizonte y porte viril que lo presenta como el "Cristo guerrillero". El otro, el macabro retrato del "Cristo fusilado". Sin duda, estos dos retratos han contribuido a difundir una imagen que sirve de soporte para el mito: la del justo y la del justo ajusticiado. El primero porque lo justo ha sido la aspiración de todos los hombres del mundo en todas las sociedades y es lo que ha servido de propulsor de la civilización en el proceso de actualizarse en la historia. De esta manera la imagen del Cristo guerrillero es también una proyección. El segundo porque es la imagen del precio que paga el justo cuando cuestiona el poder, Cualquier insatisfecho puede proyectarse en la primera imagen y, fracasando en obtener un mayor reconocimiento, identificarse con la segunda. Pero, lo que nos importa saber es si el mito del Che soporta la luz de la realidad porque sabemos que una cosa es el deseo y otra cosa es la relación recíproca entre deseo y realidad. Ésta conduce a intentar lo posible, aquél se pierde en devaneos fantasiosos o se actualiza en opciones, anómicas o no, que no producen nada en el mejor de los casos o escriben tragedias en el peor. Hay una tercera foto tomada después de su captura y horas antes de su asesinato. La cara emaciada, los ojos hundidos bajo una pelambre desgreñada, los hombros vencidos, el semblante rígido, la mirada inescrutable. La expresión de quien ha llegado al fin de su camino. La conducta del Che puede ser entendida como la de un hombre de profundas convicciones ideológicas por las cuales luchó con arrojo y abnegación y, consecuente con las mismas, perdió la vida en el intento de materializarlas. Esta es la versión romántica del idealista dispuesto a todo que atrapa la imaginación de todos. Es, además, la versión del Cristo del siglo XX que ha convertido a Nancahuasi en el Gólgota y a Vallegrande en una versión aggiornada del Santo Sepulcro, al cual concurren anualmente un pequeño caudal de peregrinos fieles a su memoria. Es, además, la versión que el Che hubiese rechazado airadamente. Porque, pese a su tardía profesión de fe marxista, el Che nunca se movió dentro del austero esquema racionalista del materialismo dialéctico. Por el contrario, era un romántico y un idealista. Pero su humildad, cuidadosamente disimulada – hasta en eso era pudoroso – no hubiese tolerado la glorificación de que es objeto.

La Primera Enfermedad y su Relación con la Angustia.

Los inicios de la vida del Che propiciaron su futuro. Aún lactante padeció una grave neumonía, en una época en que los antibióticos no existían y la muerte por esta causa era frecuente. La angustia en el entorno fue grande y es un indicio de esto que la abuela materna y su tía Beatriz viajaron de Buenos Aires a la provincia de Santa Fe para participar en su cuidado. Las horas interminablemente críticas de la enfermedad debió mantener a su familia en vilo. La obstrucción de los pulmones por las secreciones, característica de la neumonía, y la insuficiente oxigenación que resulta de esto, serían suficientes para ocasionar una anoxia y a la concomitante sensación de ahogo como la representación psíquica del peligro para la supervivencia. Desde un punto de vista psicológico, es posible conjeturar que de esta manera el aparto respiratorio del niño se estableció en órgano de expresión. En consecuencia, no sorprende el mal asmático que se instaló algunos meses más tarde en tanto éste puede ser considerado la somatización de una angustia que de otro modo hubiese sido paralizante. En los inicios de nuestra actividad profesional hemos tenido la oportunidad de tratar algunos casos severos de asma. Nos llamó la atención la ausencia ostensible de angustia en estos pacientes que parecían debatirse entre la vida y la muerte con una tranquilidad que no se correspondía con la situación temible del ahogo. No se trataba, solamente, de que la experiencia les había enseñado el carácter transitorio de los accesos. Hay pacientes que mueren en medio de un ataque de asma, sin embargo, aún así preservan una extraña calma. Postulamos que en la medida en que el asma no es la angustia, expresa la angustia. En tanto y en cuanto la angustia es un miedo irracional que no reconoce una causa el sujeto afectado se encuentra en la situación de no poder luchar contra él. Pero, si puede trasladar su miedo a una situación específica, puede debatirse contra un enemigo tolerable. Cuando el Quijote lidia con los molinos ahuyenta los fantasmas de su delirio. Ocurriendo esto la angustia pierde su carácter inmovilizante. De esta manera el asma puede entenderse como un mecanismo que, pese a las limitaciones que impone, hace posible la vida del sujeto afectado. Es, por así decir, una concesión a la angustia que le permite al sujeto ejercer las transacciones necesarias para mantener una existencia viable. En el caso del Che es posible verificar el carácter psicogénico de su mal asmático con la siguiente anécdota. En una ocasión la columna del Che fue sorprendida por una fuerza militar muy superior y los guerrilleros debieron huir escalando la ladera de una sierra. El Che estaba atacado del peor acceso de asma de su vida al punto que un compañero lo tuvo que cargar sobre sus hombros para evitar su captura. Los guerrilleros fueron avistados por las fuerzas de Batista quienes comenzaron un fuerte ataque con morteros y ametralladoras. Fue en este momento que el Che comenzó a correr, adelantándose, inclusive, a sus compañeros, hasta superar la cima y ponerse a cubierto. Fue interesante la manifestación del mismo Che: ‘No hay mejor tratamiento para un ataque de asma que el fuego del enemigo’. ¿Qué sucedió? La angustia apremiante – de otro origen – fue superada por el miedo muy real inducido por el peligro de una muerte inminente. Estas localizaciones de órgano de expresión no sorprenden. Son observaciones comunes en la práctica profesional. Un paciente padecía un nivel constante de ansiedad matizado con infrecuentes ataques de angustia. En su historia se verificó que la madre inexperta no percibió que el incesante llanto de su hijo en los primeros días de su vida se debían al hambre. Relató que, aún a una muy temprana edad, llorando por severos cólicos intestinales, observó que su padre y su madre lo miraban desde el pie de la cama con una expresión preocupada abrazándose entre sí. Esta actitud distante de los padres se mantuvo hasta la adultez del paciente. No fue difícil establecer el nexo entre el hambre, el sentimiento de desamparo, la inseguridad y la angustia crónica. Ni desentrañar el significado de los trastornos gastrointestinales concomitantes de su ansiedad crónica. Una parte de la carga de ansiedad disminuía al desplazarse al aparato digestivo convertido en órgano de expresión por la experiencia del hambre y la distancia de sus padres en un momento de violento dolor. Otro paciente padeció una membrana hialina al nacer por lo que debió permanecer varias semanas en una incubadora. Sobrevivió pero con un costo: una secuela motora que, si bien no causó invalidez, le impidió participar en deportes y tener una infancia como la de sus compañeros de colegio. Compensaba su impedimento con una avidez por la lectura que, por otra parte, alentó su pasividad. A esto se agregó la sobreprotección de la madre que perpetuó la situación de la incubadora y la actitud descalificadora del padre que sustentó su sentimiento de inferioridad y de inseguridad actualizado por sus dificultades motoras. La angustia en este hombre no requirió un órgano de expresión. Simplemente la desplazaba hacia diversas manifestaciones hipocondríacas que justificaban el impedimento para "salir de la incubadora". Los últimos párrafos ilustran distintas modalidades de metabolización de la angustia con o sin el añadido de un órgano de expresión. El mal asmático del Che no se exime de una interpretación similar. El Che padeció una enfermedad que lo puso en peligro de muerte cuando aún era un lactante. Cabe suponer que hubo algún factor adicional por el cual el infante tuvo la vivencia del desamparo. En aquel tiempo, las fiebres altas se trataban con reposo obligado y los trabajos de Spitz sobre las consecuencias de mantener a un lactante demasiado tiempo alejado del contacto físico humano eran de reciente factura y no se habían difundido aún. Es probable que esta distancia haya determinado que, sin llegar al autismo, se haya establecido una inseguridad esencial en la personalidad del Che. La Medicina no tiene datos científicos válidos para pronunciarse con certeza respecto de la etiología del asma. Se pensaba, sin mucho fundamento, en un factor alérgico. Por otra parte, la enfermedad es de un polimorfismo notorio. Muchos niños curan espontáneamente mientras otros avanzan hacia una enfermedad que puede, o no, desaparecer en diversos momentos de la adultez o evolucionar hacia una muerte prematura por las complicaciones que se producen o por un acceso violento del mal. En consecuencia siendo el pronóstico variable y la etiología desconocida tampoco hay criterios reglados para el tratamiento de la enfermedad más allá de la medicación sintomática de los accesos agudos. La percepción de la falta de un tratamiento debió incrementar la inseguridad del joven Ernesto potencializando la tendencia a la cronicidad de la angustia al verse a la merced de fuerzas incontrolables. Es notable que el mal asmático del Che nunca le impidió ninguna actividad. Practicó un deporte como el rugby, que demanda un gran compromiso físico, viajó miles de kilómetros en bicicleta y ejerció su misión de guerrillero en las peores condiciones climáticas y geográficas imaginables. Sin embargo, salió airoso aún de las situaciones más críticas en que se vio envuelto.

El Contexto Familiar.

La enfermedad inicial reunió a varias mujeres alrededor del Che que, en el transcurso de su vida, serían significativas. Tanto su abuela como su tía Beatriz fueron figuras con las cuales trabó una relación intensa. Llama la atención que su correspondencia se dirige con la misma frecuencia – si no mayor – a su tía Beatriz que a su madre. También es cierto que las mujeres de la familia sintieron algo especial por él. No tuvieron una relación similar con ninguno de los hermanos del Che. Es frecuente que en una familia de corte tradicional el primer hijo varón tenga una significación particular y la preocupación que mostraron todas por la enfermedad del Che parece indicar que esto fue lo que sucedió. Por cierto, la biografía de Tapia no revela una imagen más imparcial de los miembros de la familia con respecto a Ernesto en relación a sus hermanos. Éstos ocuparon un segundo plano y el predilecto fue, sin duda, el Che. No sería de sorprender cierta postura olímpica que lo tenía a sí mismo como centro y, a la vez, cierta incertidumbre respecto de la legitimidad de esa disposición. El Che fue el vástago de una familia argentina de cierta ‘alcurnia’ pero de escasos recursos. La familia ‘bien’ venida a menos. Un entorno que podía marcar en el niño un cierto sentido de superioridad social que no se manifestaría exteriormente más que a través de una actitud de ‘nobleza obliga’, y de una susceptibilidad especial en cuestiones de dinero, característica frecuente en este sector social de la Argentina. Es ilustrativo que el Che comandante se molestó cuando le pidieron un recibo por un dinero que le fue enviado. Entre guerrilleros, se indigna, estas menudencias están demás. No se le ocurrió que quien le envió ese dinero debía rendir cuentas ante otros. Pero lo que surge de esta actitud del Che es su percepción de que los guerrilleros eran personas distintas de los demás y, por lo tanto, representaban una casta, un linaje que vivía – como los Caballeros de la Mesa Redonda – al margen de los usos y costumbres del medio. No sería verosímil que el Che aceptara esta interpretación ecuánimemente. Quiso ser y fue un hombre recto pero eso no le impedía tener una imagen superior de sí mismo que, por otra parte, le imponía más exigencias que privilegios. La infancia del Che transcurrió en diversas zonas rurales de la Argentina y se caracterizó por la frecuencia de los traslados que la familia debió soportar. Estos traslados estaban vinculados con proyectos económicos del padre del Che que, al parecer, fueron en muchos casos bastante carentes de realismo. De hecho ninguno prosperó. Además, un antecesor directo de la madre – un Lynch – fue uno de los tantos aventureros atraídos a California por la "fiebre del oro" en los años ochenta del siglo XIX. Existían para el Che sobrados antecedentes de búsquedas de quimeras en su propia familia. El padre no fue un hombre que impuso normas sino que, por el contrario, permitía una considerable libertad de acción. Esto aseguró la autonomía del Che. Es llamativo por ejemplo, que la familia no puso reparos al viaje de 4.500 kilómetros en bicicleta que el Che asmático decidió realizar solo por el interior de la Argentina. Permitirlo fue temerario y él mismo debió haber entendido la imprudencia porque nunca más viajó solo en sus andanzas por el continente. La libertad supone riesgos que los niños no siempre están en condiciones de afrontar. Puestos en la necesidad de asumir riesgos, que para ellos pueden ser excesivos, el miedo ante el hecho real y la angustia subyacente, los hacen inseguros si bien superan la situación adoptando una actitud que remeda un comportamiento de desafío contrafóbico. Eligen atacar antes que huir cuando están aterrados. Otro factor fueron las frecuentes mudanzas y el efecto que tuvieron en la vida del Che. Los niños que en su infancia son trasladados de un lado al otro – hijos de diplomáticos, por ejemplo – tienen que soportar la tensión de las rupturas de relaciones con su entorno y la necesidad de enfrentar situaciones nuevas, establecer nuevos vínculos sociales y arrostrar los avatares de la aceptación y rechazo inherentes a ellas. En estas circunstancias se levantan barreras defensivas contra el dolor ocasionado por las frecuentes separaciones. Esto genera una tendencia a ser un solitario autosuficiente. El resultado es la conformación de una personalidad diestra para establecer nuevas relaciones pero con la expectativa de que serán de corto plazo. El desapego afectivo es la consecuencia. Otro factor importante, que seguramente incidió en su vida, fue la inestabilidad del matrimonio de sus padres. Estas situaciones crean en los hijos una imagen del matrimonio como un vínculo endeble. Al mismo tiempo, una ruptura en la propia relación de pareja de una persona criada en un entorno con estas características no tiene el aspecto catastrófico que tiene para una persona criada en una familia donde los vínculos son – o parecen ser – sólidos. Para éste el modelo es un mandato a emular. En consecuencia, la ruptura de una relación de pareja es, además, una ruptura con un modelo prescrito como norma ética. Para el Che entrar y salir de una relación afectiva – sea amistosa o amorosa – no implicaba dificultades dolorosas y en esto responde a las características mencionadas más arriba.

La Vida Íntima.

El Che se relacionó con varias mujeres en su vida pero de distintas maneras. Con una compañera de la Facultad mantuvo una larga relación que parece haber sido más amistosa que erótica aunque Tapia piensa que entre ellos hubo algún devaneo fugaz. Esto es posible. Es poco imaginable que dos personas jóvenes, que frecuentemente se reunían en largas conversaciones no hubiesen rozado la intimidad. Pero, para el Che, la intimidad tenía un carácter más intelectual que carnal y, al parecer, se satisfacía fácilmente con el intercambio epistolar. De hecho, el Che mantuvo con ella una larga relación de esta naturaleza. No hay evidencias de que las relaciones con las dos mujeres que fueron sus cónyuges fueran conflictivas. El Che no era un hombre de amores ni de odios intensos ni duraderos. Sin embargo, el Che no parece haber podido – o querido – permanecer al lado de ninguna mujer por mucho tiempo. La vida erótica del Che no fue pródiga. La relación más apasionada fue con una mulata campesina, adolescente aún, que dejó su familia y su hijo para acompañarlo. Remeda en cierta medida, a la relación de Engels con una mujer obrera. Es probable que hombres como el Che y como Engels, retoños de familias burguesas erigidos en campeones de la clase obrera, sintieran cierta incomodidad de clase en un entorno obrero donde no eran aceptados sino como señoritos bien intencionados. Ciertamente la incomodidad del Che respecto de su relación con los cubanos hubiese sido causa suficiente como para impelerlo a compensar este malestar mediante un vínculo desclasado. Cuando hablamos de la relación del Che con las mujeres de su familia vimos su carácter multipolar. Era el centro de la atención de todas y, a la vez, equidistante de todas. ¿Recibía de ellas flujos cualitativamente distintos de afecto y de seguridad? Si, como consecuencia, se generó una imagen disociada de la mujer, ésta determinó que nunca una sola mujer pudo abarcar la totalidad de sus necesidades afectivas. No es de sorprender que un vínculo estable – tampoco, como vimos, la de sus padres la fue – no haya sido su proyecto. No tuvo relaciones perdurables ni profundas con las mujeres que lo acompañaron ni amistades sólidas con los hombres que lo rodearon. El Che era un solitario que adoptaba vínculos que satisfacían algunas necesidades afectivas y, por supuesto, físicas pero que eran esencialmente descomprometidas. No obstante tuvo varios hijos y se preocupaba por ellos. Cuando la guerra terminó su primer impulso fue trasladar a su hija del Perú a Cuba. Sin embargo, cuando se sintió impelido a dejarlos para correr los riesgos de la aventura angoleña y boliviana parece haberlo hecho sin pesar. Sabía, por experiencia propia, que se puede prescindir de un padre. Y sabía por experiencia propia que las mujeres pueden criar hijos con prescindencia del padre. El Che nunca tuvo una relación consistente con su propio padre y, en consecuencia, pudo sentir que, así como él pudo prescindir de su padre, sus hijos podían prescindir de él.

Personalidad.

La configuración hidalga de su personalidad se hizo evidente en muchas ocasiones. Muy especialmente en el trato que tuvo con los prisioneros del ejército de Batista. No se le conoce un solo desmán y, por añadidura, era capaz de enfurecerse con sus hombres si los cometían ellos. Es decir que, terminada la lucha terminaba el encono. La gresca entre caballeros se continúa con un trato de caballeros. Así se entiende la indignación del Che cuando fue capturado y lo quisieron interrogar. ‘Al Comandante Guevara no se lo interroga’ espetó. En aquellos días el rugby – el único deporte del Che – se jugaba con el mismo criterio. Los entrenadores imponían reglas de juego que gobernaban las relaciones entre los jugadores: "Se juega a la pelota y no al hombre" era la consigna de los entrenadores y era común que el jugador tacleado ayudara a su adversario a levantarse del suelo. El gesto significaba "no hay rencor". Es decir que, en sus combates, el Che se manejó, más con criterios de buen deportista que con el encarnizamiento sangriento que propuso T. E. Lawrence como táctica y estrategia de la guerrilla. El concepto hidalgo de "nobleza obliga" establece obligaciones que para otro son inexistentes. Pero al precio de demandar sacrificios y renunciamientos tanto como los determinados por las reglas de la caballería. Ser comandante imponía deberes que no se compensaban con los privilegios del mando. Por el contrario, asumir un privilegio suponía una falta. Así, en medio de un severo ataque de asma el Che montó un burro para poder proseguir la marcha sin tanto esfuerzo. Fue increpado por uno de los más jóvenes y recién llegados de los combatientes y el Che desmontó y continuó su marcha a pie. Como comandante el Che no tenía necesidad de asumir esta actitud pero la misma revela su disposición melancólica más proclive al renunciamiento que a la autoafirmación egosintónica. Una característica del estilo del Che que se asimila a lo anterior fue el carácter desjerarquizado del mando que ejerció. El comandante, así como los jefes de pelotón, tenían responsabilidades – escuchar y transmitir órdenes – pero, una vez determinado el objetivo los combatientes se manejaban con las mismas pautas de equipo que los jugadores en un partido de fútbol. No sorprende, dado el espíritu de cuerpo que reinaba entre estos jóvenes y la unidad de criterio en cuanto a los objetivos de su lucha, el éxito con que coronaban sus esfuerzos. Ciertamente, los soldados a sueldo del ejército de Batista no eran contendientes para muchachos así. Lo que importa subrayar es que, si bien existía una cadena de mando, las órdenes no eran órdenes sino indicaciones dadas a la manera de órdenes. Las indicaciones se cumplían, en la medida de lo posible, porque se reconocía su necesidad y no por obediencia ciega. Se esperaba de los guerrilleros que lucharan pero, si no querían seguir haciéndolo, estaban en libertad para irse. Tampoco se esperaba que lucharan hasta la muerte por simple obediencia sino hasta el límite de sus posibilidades. Los guerrilleros nunca fueron carne de cañón de sus comandantes. Sin embargo esta no fue toda la historia. El Che no se sentía totalmente identificado con sus compañeros cubanos en su lucha y atribuye a un sentimiento de culpa – culpa de extranjero, dijo – cierta timidez que mostraba ante ellos. Esta ausencia de ‘sentido de derecho’ se ilustra con una anécdota. Siendo comandante de la columna 8, en una ocasión pidió que le prestaran una máquina de escribir. Años después un camarada comentaría el hecho: ‘Era el comandante y pedía una máquina de escribir… no ordenaba que se lo trajeran’. Esto en un hombre que arriesgaba la vida temerariamente cada vez que entraba en combate y cuya sola presencia era un testimonio de sacrificio y abnegación. Sin embargo, no se reconocía a sí mismo el derecho de hacer una demanda. La naturaleza melancólica de la personalidad del Che salta a la vista. Pese a las exigencias comunitarias que la vida de un militar o un guerrillero impone, el Che nunca fue un ser gregario ni la vida social tuvo atractivos para él. El Che, jugador de rugby, no parece haber dejado amigos en el ámbito deportivo ni el ‘tercer tiempo’ parece haber ocupado un espacio significativo en su vida deportiva. El Che jugaba a ganar o perder pero no a pertenecer. Disciplinado y tenaz puso lo mejor de sí al servicio del proyecto guerrillero cuyo objetivo era inmediato y terminante como, no lo dudamos, puso lo mejor de sí en el proyecto del partido de rugby. Pero terminado el juego – como la guerra – su presencia no era necesaria. De adolescente no se mostró proclive a participar en "barras" como es común a esa edad. Ni los bailes ni el intercambio social con jóvenes de su edad y de ambos sexos fueron de su interés. Siempre fue un solitario que prefirió las relaciones individuales a las grupales y la compañía de un libro a la vida gregaria. Es congruente con su historia que el Che, en su adultez, tampoco mostró interés por los festejos y las diversiones. Prefería una vida retirada que era, al fin de cuentas, un interludio. Todas las descripciones del Che, hechas por las personas que lo conocieron y trataron, coinciden. El Che era un hombre atractivo pero distante, más proclive a escuchar que a dialogar. Pero su manera de escuchar no era de aceptación pasiva. Prestaba atención a su interlocutor pero con frecuencia le devolvía una crítica demoledora o una observación jocosa descalficadora. En el dialogo abundaban las ironías que, más allá de la expresión de una hostilidad enmascarada, tendía a poner distancia entre él y sus oyentes. Esto indica que el Che era un individualista con opiniones muy personales pero también es indicativo de que tendía a mantener una distancia con los que lo rodeaban. Pero, a la luz de sus ironías, no se puede menos que entrever un oscuro resentimiento subyacente. Esto no es infrecuente en personas que padecen algún defecto físico (miopía, ceguera, deformaciones, rengueras o alguna enfermedad, adquirida o congénita, crónica etc.) Su proyecto revolucionario tenía el carácter de un misticismo humanista, sin embargo, en las relaciones personales se mostraba escéptico. Se constituía así un hiato entre el proyecto y la posibilidad de realizarlo. Confiaba en los campesinos y su capacidad para llevar a cabo un proyecto simple como tomar un objetivo militar, en cambio, era escéptico respecto de los planificadores y los tecnócratas que, por otra parte, eran hombres de su misma clase social e intelectual. En alguna medida esta actitud se debía al hecho de que era consciente de sus carencias. No tenía pericia técnica en ningún campo, ni siquiera en el de su profesión. Sus lecturas recorrieron muchos horizontes pero, al mismo tiempo, no se detenían en menudencias de orden práctico. Las actitudes dominantes del Che eran de una puntillosa observancia de las reglas que gobiernan los grupos combativos así como los grupos deportivos: espíritu de cuerpo, renunciamiento propio en aras de las metas del grupo, austeridad personal, desprecio por el peligro, cualidades todas que no son exclusivas de la mística del guerrillero. Se trataban, más bien, de características personales del Che. Otro jefe, con otro carisma, hubiese obrado de manera distinta y logrado el mismo resultado. De hecho, a Fidel Castro lo seguían incondicionalmente y no participaba de la modalidad del Che. La movilidad del andariego, el estoicismo y la vida espartana, la confrontación del riesgo y del peligro eran atributos del Che que precedieron su condición de guerrillero. Trasladó esos atributos a esta profesión y esto le fue indudablemente útil en la práctica. Lo que queremos subrayar con esto es que las condiciones antes mencionadas no fueron una consecuencia de su vida de guerrillero sino una condición precedente. No cabe duda que esas condiciones hubiesen imperado en su vida no importa cual hubiese sido la profesión escogida de no mediar una crisis que hubiese puesto en cuestión esa postura. El Che andariego, estoico y sin rumbo en la vida encontró en la guerrilla y su objetivo inmediato todas las condiciones que le permitieron canalizar esas propensiones. Paralelamente a esto se desarrolló un aspecto que podría considerarse contradictorio: su afición por la lectura. Nunca faltó un libro en la mochila del Che y aquél salía a relucir en momentos en apariencia insólitos. Durante su largo periplo argentino el Che solía echarse a un costado del camino para leer un rato. Y en el transcurso de un largo y penoso traslado desde la Sierra Maestra hasta el llano, transitando montes y pantanos, hubieron momentos para un fugaz descanso donde aparecía el libro. Existe un testimonio gráfico de esto. Durante su campaña boliviana se lo fotografió leyendo un libro encaramado en una rama en lo alto de un árbol. Los solitarios trasladan su mundo en la mochila de su fantasía y los libros son un universo secreto. Una secuencia de paisajes e historias en el cual el solitario se sumerge escapando del tedio y la soledad. Habría que investigar cuánto había de acedía en su vida de andariego. Su carta testimonial escrito a sus padres antes de partir lo define: ‘Soy un aventurero’ dice. Pero, cabe la pregunta: ¿con qué propósito? ¿Se trató de la aventura por la aventura sin finalidad y sin proyecto? ¿Su ideología era tal o se trataba de una racionalización de sus impulsos? Porque hay una cosa cierta: ninguna de sus aventuras le reportaron al Che beneficio alguno de manera que es claro que el poder, la riqueza y la fama no fueron réditos esperados. Lo significativo es que el Che alternaba la actividad constante del caminante con la pasividad del lector si bien se entiende que el término pasividad es una imprecisión cuando de la lectura se habla. Quien se sumerge en un libro no lo hace pasivamente sino que vive las vicisitudes contenidas entre sus tapas ya sea que se trate de las aventuras de Salgari, Verne o Sabatini, ya sea que se trate de las obras de Freud, de Marx o de Mao. Y el Che leía todo.

Cabe preguntarse si las lecturas del Che lo llevaban a reflexiones profundas sobre la vida, la sociedad, sus propias vivencias y su propia inserción en el colectivo. No impresiona así. Contrariamente a lo que se podría suponer, el Che no fue un hombre introvertido, dado al ensimismamiento, a la meditación y a la reflexión. Era más bien un intuitivo que buscaba su verdad en el mundo de la acción y no en la contemplación de su mundo interior.

Profesión.

Ernesto Guevara fue un médico sin vocación. Inicialmente eligió como carrera la de Ingeniería. Era la profesión de su padre aunque éste la ejerció de una manera esporádica y sin compromiso real con la misma – también en esto fue un modelo inconsistente. Sin embargo el Che nunca había mostrado mayor inclinación por las ciencias matemáticas. Además, en aquellos tiempos, el ingreso a la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires era extremadamente difícil. Se presentaban 600 a 800 candidatos a rendir examen de ingreso y sólo aprobaban 180 a 200. El Che preparaba su examen de ingreso de una manera descomprometida y, en estas circunstancias, era improbable que hubiese aprobado ese examen. En realidad, nunca brilló en sus estudios ni parecieron interesarle mayormente pese a su voracidad de lector. Cuando estaba preparando su ingreso, su abuela padeció un ataque de apoplejía cayendo en coma. El Che abandonó todo para ir a Buenos Aires. Devolvió así la atención que ella le brindó durante su propia grave enfermedad. Dice Tapia que permaneció al lado del lecho de su abuela durante los quince días de su agonía y que fue en esas circunstancias que el Che cambió su resolución y decidió estudiar Medicina. Atribuye esta decisión a la influencia ejercida por el espectáculo de la enfermedad de la abuela. Sin embargo, a la luz de los hechos posteriores esta influencia no debió ser muy fuerte. La dedicación del Che a sus estudios fue escasa como siempre. Sólo se preparaba para dar exámenes y no tenemos noticias de su asistencia a clases ni a los tediosos "trabajos prácticos" a los que nos vimos obligados todos los que estudiamos Medicina. Nunca trabajó en un hospital ni hizo guardias en los servicios de emergencia como muchos de sus compañeros. Cuando se recibió se dedicó a viajar mientras sus compañeros de estudio ingresaban a salas hospitalarias para continuar su formación de postgrado. Su periplo por los hospitales de leprosos de Sudamérica no estaba vinculado a un genuino interés por esta especialidad sino por el hecho de que, con el cargo, obtenía hospedaje y pensión en el hospital hecho que fue, sin duda, valioso para poder proseguir sus viajes. Pagaba esa pensión con su trabajo médico. El Che no tuvo una real vocación por la investigación científica. Sus investigaciones sobre alergia en Méjico eran pretextos para obtener dos sueldos exiguos que no le alcanzaban para sufragar sus gastos. La investigación demanda largas horas de dedicación y de atención minuciosa a los detalles y un exigente programa de lectura vinculado al tema bajo investigación. Es extremadamente improbable que el Che pudo hacer investigación en dos laboratorios distintos en mañanas alternativas y luego dedicar su tiempo a sacar fotografías de matrimonios y cumpleaños el resto del tiempo como describe Tapia. Queda, por fin, el testimonio de sus compañeros de lucha. "Como médico el Che era un bruto" dijo lacónicamente una de las víctimas de su ministerio. Su amigo y compañero Fidel parece haber compartido la opinión general. Terminada la guerrilla y conquistado el poder al Che no se le asignaron tareas en el ámbito de la salud pública. Cualesquiera que fuera la imagen que el Che había proyectado en su entorno ciertamente no era la del médico.

Ideología y Compromiso Político.

La Argentina vivía tiempos turbulentos. En 1943 un golpe de estado de orientación fascista se hizo del gobierno del país, y los años posteriores al acceso del general Perón al poder no fueron otra cosa que una libertad condicional limitada por un estado de sitio. A esto se agregó la corrupción y el prevaricado como estilo administrativo y la arbitrariedad y la prepotencia como estilo político. El Che no se sintió conmovido por estas circunstancias ni se sintió impelido a participar en la lucha que se produjo en el ámbito universitario porteño intensamente ligado al entorno político. Para un hombre que daría su vida por la liberación de los pueblos esto resulta sumamente extraño. El "soldado de América" no fue reclutado por los movimientos antifascistas de América sino en circunstancias especiales. Por otra parte es inimaginable que, dada la personalidad del Che, se sintieran atraído por el trabajo gremial de los centros de estudiantes ni por la muchas veces tediosa participación en las actividades de estas organizaciones en las que estaban comprometidos muchos de sus compañeros de la Escuela de Medicina. Para el Che, los fatigosos debates y las largas horas ocupadas en tareas administrativas, carecían del ingrediente de emprendimiento aventurero que hubiese despertado su interés. El Che se encontraba en Guatemala cuando el gobierno de Arbenz, de orientación izquierdista moderada, fue abatido por Castillo Armas. Eran los años de la ‘guerra fría’ y la obsesión norteamericana respecto del posible desembarco de una ideología pro soviética en el continente americano superaba en mucho los riesgos que podían suponerse de gobiernos como el de Arbenz como más tarde el de Allende. No obstante, esa obsesión, unida a la ancestral fobia por las variantes socialistas de organización social y la propensión a regir el mundo nacida de la noción de su "destino manifiesto" lanzó la respuesta contestataria. Fue evidente la complicidad de la CIA en la aventura de Castillo Armas y, con ella, el apoyo de algunos "bucaneros del aire", mercenarios al servicio de cualquiera. Sólo participaron dos o tres aviones pero, en la ausencia de medios para contener los ataques, causaron una cuantas muertes innecesarias. Es comprensible que el Che se haya sentido conmovido e indignado por estos eventos y que hayan influido en su decisión de acompañar a Fidel Castro en su aventura de redimir a Cuba del poder de Batista. Mientras se preparaba para esto es que comenzaron sus lecturas de Marx. Pero es notorio que, hasta ese momento, el Che no tuvo una clara inclinación ideológica de ninguna índole más allá de un vago sentimiento de conmiseración por las condiciones de vida en que se debatían los pueblos de Sud y Centroamérica y de las que él fue testigo durante sus viajes. Tampoco mostró ninguna inquietud respecto del destino de los hombres sometidos a regímenes autoritarios ni se identificó, como vimos más arriba con la lucha antitotalitaria que se libraba en todos los países de Sudamérica especialmente en los ámbitos universitarios. Es, además, notable que en la columna del Che escasearon los jóvenes burgueses de origen urbano y universitario. Pensamos que lo dicho más arriba respecto de su escepticismo abarcó a los miembros de su propia clase. Por otra parte, las consideraciones revolucionarias que aparecen en el diario del Che no fueron el pan de cada día de los combatientes. Varios cubanos con quien hablamos y cuyos padres combatieron en la Sierra Maestra dijeron que entre los guerrilleros no se hablaba de socialismo ni de una revolución con otra meta que la derrota de Batista. Las ideas del Che respecto de la reforma agraria parecen haber nacido más de una inquina personal por los terratenientes por un lado – siempre renegó de sus antecesores terratenientes que, por otra parte, despilfarraron la fortuna de la familia – y una empatía con sus compañeros de lucha. Los hombres que lucharon bajo su mando eran, en su mayoría, campesinos. Estamos lejos de suponer que al Che lo movían intenciones demagógicas pero pensamos que se sentía impelido a devolverles algo a los campesinos por el privilegio de comandarlos. Es plausible que la tensión generada por la potenciación de estos sentimientos complementarios – su inquina por los terratenientes y su reconocimiento personal hacia los campesinos – se tradujera en un programa que actualizaría la satisfacción de ambos sentimientos.

El Hombre de la Paz.

De la biografía de Tapia surge un dato importante. El Che tenía una clara visión de sus limitaciones. Médico de escasa preparación y una nula formación técnica en cualquier otro terreno, sólo le restaba la disposición nacida de su vasta lectura, su buena voluntad y su sana intención. Pero, a la hora de gobernar, esto no alcanza.Se dejó usar conciente de que su prestigio le agregaba puntos a su amigo Fidel y sus lecturas le sirvieron para proyectar una imagen de ideólogo de la revolución. Pero, estrictamente hablando, el Che no era un intelectual como señalamos más arriba sino un intuitivo y, consecuentemente, sus escritos ‘intelectuales’ resultan poco convincentes. El Che cumplió con las tareas que la Revolución le asignó con prolijidad pero no se percibe en su trabajo la pasión que puso en la aventura guerrillera. Contribuyó cierto liderazgo en las tareas técnicas pero su preparación no estaba al alcance de su jerarquía ministerial. Era inevitable que sería sustituido a menos que madurara en la función. Esto no ocurrió aunque estimamos que no se trataba de una incapacidad elemental sino por una fundamental carencia de interés. Esto confirma lo que se adelantó más arriba en el sentido de que el Che no tenía un real proyecto para la paz. Tanto su ‘marxismo’ como su ‘socialismo’ fueron de carácter intelectual pero no incluían una intención de reforma política y social madura Para el marxista y el socialista la revolución es una fase breve pero necesaria. Para el Che la revolución era un estilo de vida. Por lo tanto, nada había en la paz para el Che más que una vida de familia que no sirvió para apaciguar su inquietud de andariego ni para satisfacer su pasión por la aventura.

Conclusión.

Mucho se ha dicho respecto del ‘gobierno comunista’ de Fidel Castro. Pero el Hemisferio Norte no tenía – ni tiene – una clara visión de Sudamérica ni de las ideas que iluminan el pensamiento sudamericano desde mucho antes de la Guerra Fría. Para el Norte es todo una cuestión de marxismo o capitalismo, democracia o dictadura, opciones que no abarcan el panorama ideológico de Sudamérica ni, tampoco, pueden considerarse excluyentes. Tampoco entienden las necesidades y las tensiones internas que son propias de los pueblos de este continente por las cuales se hace imperativo que a estos países se los deje crecer a su manera so pena de que las intervenciones espurias generen malformaciones irreversibles. Los dolores de parto no son una enfermedad. Por otra parte, las apreciaciones del ‘Primer Mundo’, además de ser inexactas, se recortan en blancos y negros absolutos lo cual es siempre útil para soslayar la responsabilidad propia en las condiciones que se crearon en Cuba y el resto del continente. Se ha gastado mucho más tinta para tratar de demostrar los vínculos de Fidel Castro y de Ernesto Guevara con el ‘comunismo internacional’ preexistentes a la invasión que la que se gastó en informar al mundo de las realidades existenciales de Cuba y de los demás pueblos de América.

Sea como sea no nos parece que la inserción del Che Guevara en un movimiento guerrillero tuvo mucho que ver con un proyecto social y político pese a los esfuerzos posteriores del Che por insertar una filosofía revolucionaria marxista en su participación con el proyecto castrista. De hecho, en cuanto pudo abandonó todo para marchar a Angola y luego a Bolivia. El proyecto boliviano, por otra parte, fue un sin sentido. Careció de apoyos políticos y el mismo Fidel se mostró más que tibio en su ayuda. El irresponsable asesoramiento de Debray, que ignoraba la realidad social del Oriente boliviano, lo aislaron en un territorio hostil. Sus marchas y contra marchas por el monte oriental no cumplieron ningún objetivo estratégico, y el objetivo táctico sólo tuvo el propósito de mantenerse alejado de las fuerzas regulares que lo perseguían. Su experiencia militar no le permitía ignorar la esterilidad del esfuerzo que estaba realizando. El Che, cercano a los 40 años, padecía de la consecuencia inevitable de su severa enfermedad asmática. Había desarrollado un enfisema grave, estado pulmonar que, a su edad auguraba su fin a corto plazo. Era muy improbable que el Che llegara a los cincuenta años. Dadas las características de la personalidad del Che no nos parece plausible que el aventurero andariego se resignara a esperar la quietud de una muerte hospitalaria. No era su estilo desaparecer not with a bang but a whimper. Por el contrario, nos parece que fue en busca del proyectil que destrozó su corazón y que, con esto satisfizo su proyecto existencial. Es, quizás, esta característica la que alimenta mejor la perdurabilidad del mito del Che. Las figuras que se proyectan en el escenario del mundo se someten al juicio de las multitudes. Los años transcurren, los proyectos jamás se cumplen plenamente, la frustración de los pueblos desgasta la imagen. Esto no sucedió con el Che. Murió ‘en su ley’ – por añadidura asesinado a despecho de los oficiales que lo capturaron – y esta circunstancia rodea su vida y su muerte de un aura de mártir heroico que captura la imaginación de los jóvenes tanto como la muerte de Rolando.

Lo que queda es un vacío. Los movimientos que dijeron querer fundar una nueva América fracasaron. Nadie se atreve a pensar qué hubiese sucedido si hubieran ganado la contienda. Montoneros, Tupamaros, Senderistas y demás sufrieron la abrasión del tiempo. Los Senderistas sólo mostraron una vocación sangrienta y los Montoneros un muy burgués apetito por el lucro obtenido por el secuestro de personas. Su promesa revolucionaria desembocó, en el mejor de los casos, en una Democracia, sistema que pone a prueba la pureza de los valores de los hombres mucho más que las privaciones de la vida guerrillera. Vide el patético resultado de la gestión sandinista sometida a las presiones generadas dentro de un sistema democrático.

La Democracia tradicional, en su práctica, no es un espectáculo que llama a una juventud purista a la participación. Los carcamanes de la política pronto la desencantan y los jóvenes se convierten en descreídos o en cómplices. O aceptan el camino de la relativización ética o al son de las cacerolas claman ‘Que se vayan todos’. Los movimientos armados perdieron su poder de convocatoria porque el movimientismo mesiánico apesta a tiranía y a corrupción y los pueblos lo han percibido y lo rechaza. Lo que no quedó en su lugar es una opción que satisfaga las dos vertientes: la libertad y la ética.

 

Donald Mathews

 

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