-Sí, es necesario… ¡Necesario! ¡Necesario! Por su bien en primer lugar, y por el bien de toda la humanidad. Ese monstruo ha hecho ya demasiado daño, en el estrecho espacio en que se encuentra y en el corto tiempo que ha transcurrido desde que era sólo un cuerpo que estaba buscando su medida en la oscuridad y en la ignorancia. Todo eso se lo he explicado ya a los demás; usted, mi querida señora Mina, lo escuchará en el fonógrafo de mi amigo John o en el de su esposo. Les he explicado como el hecho de salir de su tierra árida…, árida en habitantes…, para venir a este país en el que las personas habitan como los granos de maíz en una plantación, había sido un trabajo de siglos. Si algún otro muerto vivo tratara de hacer lo mismo que él, necesitaría para ello todos los siglos del planeta y todavía no tendría bastante. En el caso del vampiro que nos ocupa, todas las fuerzas ocultas de la naturaleza, profundas y poderosas, deben haberse unido de alguna forma monstruosa. El lugar mismo en que permaneció como muerto vivo durante todos esos siglos, está lleno de rarezas del mundo geológico y químico. Hay fisuras y profundas cavernas que nadie sabe hasta dónde llegan. Hay también volcanes, algunos de los cuales expulsan todavía aguas de propiedades extrañas, y gases que matan o vivifican. Indudablemente, hay algo magnético o eléctrico en algunas de esas combinaciones de fuerzas ocultas, que obran de manera extraña sobre la vida física, y que en sí mismas fueron desde el principio grandes cualidades. En tiempos duros y de guerras, fue celebrado como el hombre de nervios mejor templados, de inteligencia más despierta, y de mejor corazón. En él, algún principio vital extraño encontró su máxima expresión, y mientras su cuerpo se fortalecía, se desarrollaba y luchaba, su mente también crecía. Todo esto, con la ayuda diabólica con que cuenta seguramente, puesto que todo ello debe atribuirse a los poderes que proceden del bien y que son simbólicos en él. Y ahora, he aquí lo que representa para nosotros: la ha infectado a usted; perdóneme que le diga eso, señora, pero lo hago por su bien. La contaminó de una forma tan inteligente, que incluso en el caso de que no vuelva a hacerlo, solamente podría usted vivir a su modo antiguo y dulce, y así, con el tiempo, la muerte, que es común a todos los hombres y está sancionada por el mismo Dios, la convertirá a usted en una mujer semejante a él. ¡Eso no debe suceder! Hemos jurado juntos que no lo permitiremos. Así, somos ministros de la voluntad misma de Dios: que el mundo y los hombres por los que murió Su Hijo, no sean entregados a monstruos cuya existencia misma es una blasfemia contra Él. Ya nos ha permitido redimir un alma, y estamos dispuestos, como los antiguos caballeros de las Cruzadas, a redimir muchas más. Como ellos, debemos ir hacia el Oriente, y como ellos, si debemos caer, lo haremos por una buena causa.
Guardó silencio un momento y luego dije:
-Pero, ¿no aceptará sabiamente el conde su derrota? Puesto que ha sido expulsado de Inglaterra, ¿no evitará este país, como evita un tigre el poblado del que ha sido rechazado?
-¡Ajá! Su imagen sobre el tigre es muy buena y voy a adoptarla. Su devorador de hombres, como llaman los habitantes de la India a los tigres que han probado la sangre humana, se desentienden de todas las otras presas, y acechan al hombre hasta que pueden atacarlo. El monstruo que hemos expulsado de nuestro poblado es un tigre, un devorador de hombres, que nunca dejará de acechar a sus presas. No, por naturaleza; no es alguien que se retire y permanezca alejado. Durante su vida, su vida verdadera, atravesó la frontera turca y atacó a sus enemigos en su propio terreno; fue rechazado, pero, ¿se conformó? ¡No! Volvió una y otra vez. Observe su constancia y su resistencia. En su cerebro infantil había concebido ya desde hace mucho tiempo la idea de ir a una gran ciudad. ¿Qué hizo? Encontró el lugar más prometedor para él de todo el mundo. Entonces, de manera deliberada, se preparó para la tarea. Descubrió pacientemente cuál es su fuerza y cuáles son sus poderes. Estudió otras lenguas. Aprendió la nueva vida social; ambientes nuevos de regiones antiguas, la política, la legislación, las finanzas, las ciencias, las costumbres de una nueva tierra y nuevos individuos, que habían llegado a existir desde que él vivía. La mirada que pudo echar a ese mundo no hizo sino aumentar su apetito y agudizar su deseo. Eso lo ayudó a desarrollarse, al mismo tiempo que su cerebro, puesto que pudo comprobar cuán acertado había estado en sus suposiciones. Lo había hecho solo, absolutamente solo, saliendo de una tumba en ruinas, situada en una tierra olvidada. ¿Qué no podrá hacer cuando el ancho mundo del pensamiento le sea abierto? Él, que puede reírse de la muerte, como lo hemos visto, que puede fortalecerse en medio de epidemias y plagas que matan a todos los individuos a su alrededor… ¡Oh! Si tal ser procediera de Dios y no del Diablo, ¡qué fuerza del bien podría ser en un mundo como el nuestro! Pero tenemos que librar de él al mundo. Nuestro trabajo debe llevarse a cabo en silencio, y todos nuestros esfuerzos deben llevarse a cabo en secreto. Puesto que en esta época iluminada, cuando los hombres no creen ni siquiera en lo que ven, las dudas de los hombres sabios pueden constituir su mayor fuerza. Serán al mismo tiempo su protección y su escudo, y sus armas para destruirnos, a nosotros que somos sus enemigos, que estamos dispuestos a poner en peligro incluso nuestras propias almas para salvar a la que amamos… por el bien de la humanidad y por el honor y la gloria de Dios.
Después de una discusión general, se llegó a estar de acuerdo en que no debíamos hacer nada esa noche; que deberíamos dormir y pensar en las conclusiones apropiadas. Mañana, a la hora del desayuno, debemos volver a reunirnos, y después de comunicar a los demás nuestras conclusiones, debemos decidirnos por alguna acción determinada…
Siento una maravillosa paz y descanso esta noche. Es como si una presencia espectral fuera retirada de mí. Quizá…
Mi suposición no fue concluida, ya que vi en el espejo la roja cicatriz que tengo en la frente, y comprendí que todavía estoy estigmatizada.
Del diario del doctor Seward
5 de octubre. Todos nos levantamos temprano, y creo que haber dormido nos hizo mucho bien a todos. Cuando nos reunimos para el desayuno, reinaba entre nosotros una animación como no habíamos esperado nunca volver a tener.
Es maravilloso ver qué elasticidad hay en la naturaleza humana. Basta que una causa de obstrucción, sea cual sea, sea retirada de cualquier forma, incluso por medio de la muerte, para que volvamos a sentir la misma esperanza y alegría de antes. Más de una vez, mientras permanecimos en torno a la mesa, me pregunté si los horrores de los días precedentes no habían sido solamente un sueño. Fue solamente cuando vi la cicatriz que tenía la señora Harker en la frente cuando volví a la realidad. Incluso ahora, cuando estoy resolviendo el asunto gravemente, es casi imposible comprender que la causa de todos nuestros problemas existe todavía. Incluso la señora Harker parece olvidarse de su situación durante largos ratos; solo de vez en cuando, cuando algo se lo recuerda, se pone a pensar en la terrible marca que lleva en la frente. Debemos reunirnos aquí, en mi estudio, dentro de media hora, para decidir qué vamos a hacer. Solamente veo una dificultad inmediata; la veo más por instinto que por raciocinio: tendremos que hablar todos francamente y, sin embargo, temo que, de alguna manera misteriosa, la lengua de la pobre señora Harker esté sujeta. Sé que llega a conclusiones que le son propias, y por cuanto ha sucedido, puedo imaginarme cuán brillantes y verdaderas deben ser; pero no desea o no puede expresarlas. Le he mencionado eso a van Helsing y él y yo deberemos conversar sobre ese tema cuando estemos solos. Supongo que parte de ese horrible veneno que le ha sido introducido en las venas comienza a trabajar. El conde tenía sus propios propósitos cuando le dio lo que van Helsing llama "el bautismo de sangre del vampiro". Bueno, puede haber un veneno que se destila de las cosas buenas; ¡en una época en la que la existencia de tomaínas es un misterio, no debemos sorprendernos de nada! Algo es seguro: que si mi instinto no me engaña respecto a los silencios de la pobre señora Harker, existirá una terrible dificultad, un peligro desconocido, en el trabajo que nos espera. El mismo poder que la hace guardar silencio puede hacerla hablar. No puedo continuar pensando en ello, porque, de hacerlo, deshonraría con el pensamiento a una mujer noble.
Más tarde. Cuando llegó el profesor, discutimos sobre la situación. Comprendía que tenía alguna idea, que quería exponérnosla, pero tenía cierto temor de entrar de lleno en el tema. Después de muchos rodeos, dijo repentinamente:
-Amigo John, hay algo que usted y yo debemos discutir solos, en todo caso, al principio. Más tarde, tendremos que confiar en todos los demás.
Hizo una pausa. Yo esperé, y el profesor continuó al cabo de un momento:
-La señora Mina, nuestra pobre señora Mina, está cambiando.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, al ver que mis suposiciones eran confirmadas de ese modo. Van Helsing continuó:
-Con la triste experiencia de la señorita Lucy, debemos estar prevenidos esta vez, antes de que las cosas vayan demasiado lejos. Nuestra tarea es, ahora, en realidad, más difícil que nunca, y este problema hace que cada hora que pasa sea de la mayor importancia. Veo las características del vampiro aparecer en su rostro. Es todavía algo muy ligero, pero puede verse si se le observa sin prejuicios. Sus dientes son un poco más agudos y, a veces, sus ojos son más duros. Pero eso no es todo; guarda frecuentemente silencio, como lo hacía la señorita Lucy. No habla, aun cuando escribe lo que quiere que se sepa más adelante. Ahora, mi temor es el siguiente: puesto que ella pudo, por el trance hipnótico que provocamos en ella, decir qué veía y oía el conde, no es menos cierto que él, que la hipnotizó antes, que bebió su sangre y le hizo beber de la suya propia, puede, si lo desea, hacer que la mente de la señora Mina le revele lo que conoce. ¿No parece justa esa suposición?
Asentí, y el maestro siguió diciendo:
-Entonces, lo que debemos hacer es evitar eso; debemos mantenerla en la ignorancia de nuestro intento, para que no pueda revelar en absoluto lo que no conoce. ¡Es algo muy doloroso! Tan doloroso, que me duele enormemente tener que hacerlo, pero es necesario. Cuando nos reunamos hoy, voy a decirle que, por razones de las que no deseamos hablar, no podrá volver a asistir a nuestros consejos, pero que nosotros continuaremos custodiándola.
Se enjugó la frente, de la que le había brotado bastante sudor, al pensar en el dolor que podría causar a aquella pobre mujer que ya estaba siendo tan torturada. Sabía que le serviría de cierto consuelo el que yo le dijera que, por mi parte, había llegado exactamente a la misma conclusión, puesto que, por lo menos, le evitaría tener dudas. Se lo dije, y el efecto fue el que yo esperaba.
Falta ya poco para que llegue el momento de nuestra reunión general. Van Helsing ha ido a prepararse para la citada reunión y la dolorosa parte que va a tener que desempeñar en ella. Realmente creo que lo que desea es poder orar a solas.
Más tarde. En el momento mismo en que daba comienzo la reunión, tanto van Helsing como yo experimentamos un gran alivio. La señora Harker envió un mensaje, por mediación de su esposo, diciendo que no iba a reunirse con nosotros entonces, puesto que estaba convencida de que era mejor que nos sintiéramos libres para discutir sobre nuestros movimientos, sin la molestia de su presencia. El profesor y yo nos miramos uno al otro durante un breve instante y, en cierto modo, ambos nos sentimos aliviados. Por mi parte, pensaba que si la señora Harker se daba cuenta ella misma del peligro, habíamos evitado así un grave peligro y, sin duda, también un gran dolor. Bajo las circunstancias, estuvimos de acuerdo, por medio de una pregunta y una respuesta, con un dedo en los labios, para guardarnos nuestras sospechas, hasta que estuviéramos nuevamente en condiciones de conversar a solas. Pasamos inmediatamente a nuestro plan de campaña. Van Helsing nos explicó de manera resumida los hechos:
-El Czarina Catherine abandonó el Támesis ayer por la mañana. Necesitará por lo menos, aunque vaya a la máxima velocidad que puede desarrollar, tres semanas para llegar a Varna, pero nosotros podemos ir por tierra al mismo lugar en tres días. Ahora bien, si concedemos dos días menos de viaje al barco, debido a la influencia que tiene sobre el clima el conde y que nosotros conocemos, y si concedemos un día y una noche como margen de seguridad para cualquier circunstancia que pueda retrasarnos, entonces, nos queda todavía un margen de casi dos semanas. Por consiguiente, con el fin de estar completamente seguros, debemos salir de aquí el día diecisiete, como fecha límite. Luego, llegaremos a Varna por lo menos un día antes de la llegada del Czarina Catherine, en condiciones de hacer todos los preparativos que juzguemos necesarios.
Por supuesto, debemos ir todos armados… Armados contra todos los peligros, tanto espirituales como físicos.
En eso, Quincey Morris añadió:
-Creo haber oído decir que el conde procede de un país de lobos, y es posible que llegue allí antes que nosotros. Por consiguiente, aconsejo que llevemos Winchesters con nosotros. Tengo plena confianza en los rifles Winchester cuando se presenta un peligro de ese tipo. ¿Recuerda usted, Art, cuando nos seguía la jauría en Tobolsk? ¡Qué no hubiéramos dado entonces por poseer un fusil de repetición!
-¡Bien! -dijo van Helsing-. Los Winchesters son muy convenientes. Quincey piensa frecuentemente con mucho acierto, pero, sobre todo, cuando se trata de cazar. Las metáforas son más deshonrosas para la ciencia que los lobos peligrosos para el hombre. Mientras tanto, no podemos hacer aquí nada en absoluto, y como creo que ninguno de nosotros está familiarizado con Varna, ¿por qué no vamos allá antes?
Resultará tan largo el esperar aquí como el hacerlo allá. Podemos prepararnos entre hoy y mañana, y entonces, si todo va bien, podremos ponemos en camino nosotros cuatro.
-¿Los cuatro? -dijo Harker, interrogativamente, mirándonos a todos, de uno en uno.
-¡Naturalmente! -dijo el profesor con rapidez-. ¡Usted debe quedarse para cuidar a su dulce esposa!
Harker guardó silencio un momento, y luego dijo, con voz hueca:
-Será mejor que hablemos de esto mañana. Voy a consultar con Mina al respecto.
Pensé que ése era el momento oportuno para que van Helsing le advirtiera que no debería revelar a su esposa cuáles eran nuestros planes, pero no se dio por aludido.
Lo miré significativamente y tosí. A modo de respuesta, se puso un dedo en los labios y se volvió hacia otro lado.
Del diario de Jonathan Harker
Octubre, por la tarde. Durante un buen rato, después de nuestra reunión de esta mañana, no pude reflexionar. Las nuevas fases de los asuntos me dejaron la mente en un estado tal, que me era imposible pensar con claridad. La determinación de Mina de no tomar parte activa en la discusión me tenía preocupado y, como no me era posible discutir de eso con ella, solamente podía tratar de adivinar. Todavía estoy tan lejos como al principio de haber hallado la solución a esa incógnita. Asimismo, el modo en que los demás recibieron esa determinación, me asombró; la última vez que hablamos de todo ello, acordamos que ya no deberíamos ocultarnos nada en absoluto unos a otros. Mina está dormida ahora, calmada y tranquila como una niñita. Sus labios están entreabiertos y su rostro sonríe de felicidad. ¡Gracias a Dios, incluso ella puede gozar aún de momentos similares!
Más tarde. ¡Qué extraño es todo! Estuve observando el rostro de Mina, que reflejaba tanta felicidad, y estuve tan cerca de sentirme yo mismo feliz un momento, como nunca hubiera creído que fuera posible otra vez. Conforme avanzó la tarde y la tierra comenzó a cubrirse de sombras proyectadas por los objetos a los que iluminaba la luz del sol que comenzaba a estar cada vez más bajo, el silencio de la habitación comenzó a parecerme cada vez más solemne. De repente, Mina abrió los ojos y, mirándome con ternura, me dijo:
-Jonathan, deseo que me prometas algo, dándome tu palabra de honor. Será una promesa que me harás a mí, pero de manera sagrada, teniendo a Dios como testigo, y que no deberás romper, aunque me arrodille ante ti y te implore con lágrimas en los ojos. Rápido; debes hacerme esa promesa inmediatamente.
-Mina -le dije-, no puedo hacerte una promesa de ese tipo inmediatamente. Es posible que no tenga derecho a hacértela.
-Pero, querido -dijo con una tal intensidad espiritual que sus ojos refulgían como si fueran dos estrellas polares-, soy yo quien lo desea, y no por mí misma. Puedes preguntarle al doctor van Helsing si no tengo razón; si no está de acuerdo, podrás hacer lo que mejor te parezca. Además, si están todos de acuerdo, quedarás absuelto de tu promesa.
-¡Te lo prometo! -le dije; durante un momento, pareció sentirse extraordinariamente feliz, aunque en mi opinión, toda felicidad le estaba vedada, a causa de la cicatriz que tenía en la frente.
-Prométeme que no me dirás nada sobre los planes que hagan para su campaña en contra del conde -me dijo-. Ni de palabra, ni por medio de inferencias ni implicaciones, en tanto conserve esto.
Y señaló solemnemente la cicatriz de su frente. Vi que estaba hablando en serio y le dije solemnemente también:
-¡Te lo prometo!
Y en cuanto pronuncié esas palabras comprendí que acababa de cerrarse una puerta entre nosotros.
Más tarde, a la medianoche. Mina se ha mostrado alegre y animada durante toda la tarde. Tanto, que todos los demás parecieron animarse a su vez, como dejándose contagiar por su alegría; como consecuencia de ello, yo también me sentí como si el peso tremendo que pesa sobre todos nosotros se hubiera aligerado un poco. Todos nos retiramos temprano a nuestras habitaciones. Mina está durmiendo ahora como un bebé; es maravilloso que le quede todavía la facultad de dormir, en medio de su terrible problema. Doy gracias a Dios por ello, ya que, de ese modo, al menos podrá olvidarse ella de su dolor. Es posible que su ejemplo me afecte, como lo hizo su alegría de esta tarde. Voy a intentarlo. ¡Qué sea un sueño sin pesadillas!
6 de octubre, por la mañana. Otra sorpresa. Mina me despertó temprano, casi a la misma hora que el día anterior, y me pidió que le llevara al doctor van Helsing. Pensé que se trataba de otra ocasión para el hipnotismo y, sin vacilaciones, fui en busca del profesor. Evidentemente, había estado esperando una llamada semejante, ya que lo encontré en su habitación completamente vestido. Tenía la puerta entreabierta, como para poder oír el ruido producido por la puerta de nuestra habitación al abrirse. Me acompañó inmediatamente; al entrar en la habitación, le preguntó a Mina si deseaba que los demás estuvieran también presentes.
-No -dijo con toda simplicidad-; no será necesario. Puede usted decírselo más tarde. Deseo ir con ustedes en su viaje.
El doctor van Helsing estaba tan asombrado como yo mismo. Al cabo de un momento de silencio, preguntó:
-Pero, ¿por qué?
-Deben llevarme con ustedes. Yo estoy más segura con ustedes, y ustedes mismos estarán también más seguros conmigo.
-Pero, ¿por qué, querida señora Mina? Ya sabe usted que su seguridad es el primero y el más importante de nuestros deberes. Vamos a acercarnos a un peligro, al que usted está o puede estar más expuesta que ninguno de nosotros, por las circunstancias y las cosas que han sucedido.
Hizo una pausa, sintiéndose confuso.
Al replicar, Mina levantó una mano y señaló hacia su frente.
-Ya lo sé. Por eso que debo ir. Puedo decírselo a ustedes ahora, cuando el sol va a salir; es posible que no pueda hacerlo más tarde. Sé que cuando el conde me quiera a su lado, tendré que ir. Sé que si me dice que vaya en secreto, tendré que ser astuta y no me detendrá ningún obstáculo… Ni siquiera Jonathan.
Dios vio la mirada que me dirigió al tiempo que hablaba, y si había allí presente uno de los ángeles escribanos, esa mirada ha debido quedar anotada para honor eterno de ella. Lo único que pude hacer fue tomarla de la mano, sin poder hablar; mi emoción era demasiado grande para que pudiera recibir el consuelo de las lágrimas. Continuó hablando:
-Ustedes, los hombres, son valerosos y fuertes. Son fuertes reunidos, puesto que pueden desafiar juntos lo que destrozaría la tolerancia humana de alguien que tuviera que guardarse solo. Además, puedo serles útil, puesto que puede usted hipnotizarme y hacer que le diga lo que ni siquiera yo sé.
El profesor hizo una pausa antes de responder.
-Señora Mina, es usted, como siempre, muy sabia. Debe usted acompañarnos, y haremos juntos lo que sea necesario que hagamos.
El largo silencio que guardó Mina me hizo mirarla. Había caído de espaldas sobre las almohadas, dormida; ni siquiera despertó cuando levanté las persianas de la ventana y dejé que la luz del sol iluminara plenamente la habitación. Van Helsing me hizo seña de que lo acompañara en silencio. Fuimos a su habitación y, al cabo de un minuto, lord Godalming, el doctor Seward y el señor Morris estuvieron también a nuestro lado. Les explicó lo que le había dicho Mina y continuó hablando:
-Por la mañana, debemos salir hacia Varna. Debemos contar ahora con un nuevo factor: la señora Mina. Pero su alma es pura. Es para ella una verdadera agonía decirnos lo que nos ha dicho, pero es muy acertado, y así estaremos advertidos a tiempo. No debemos desaprovechar ninguna oportunidad y, en Varna, debemos estar dispuestos a actuar en el momento en que llegue ese barco.
-¿Qué deberemos hacer exactamente? -preguntó el señor Morris, con su habitual laconismo.
El profesor hizo una pausa, antes de responder.
-Primeramente, debemos tomar ese navío; luego, cuando hayamos identificado la caja, debemos colocar una rama de rosal silvestre sobre ella. Deberemos sujetarla, ya que cuando la rama está sobre la caja, nadie puede salir de ella. Al menos así lo dice la superstición. Y la superstición debe merecemos confianza en principio; era la fe del hombre en la antigüedad, y tiene todavía sus raíces en la fe. Luego, cuando tengamos la oportunidad que estamos buscando… Cuando no haya nadie cerca para vernos, abriremos la caja y…, y todo habrá concluido.
-No pienso esperar a que se presente ninguna oportunidad -dijo Morris-. En cuanto vea la caja, la abriré y destruiré al monstruo, aunque haya mil hombres observándome, y aunque me linchen un momento después.
Agarré su mano instintivamente y descubrí que estaba tan firme como un pedazo de acero. Pienso que comprendió mi mirada; espero que la entendiera.
-¡Magnífico! -dijo el profesor van Helsing-. ¡Magnífico! ¡Nuestro amigo Quincey es un hombre verdadero! ¡Que Dios lo bendiga por ello! Amigo mío, ninguno de nosotros se quedará atrás ni será detenido por ningún temor. Estoy diciendo solamente lo que podremos hacer… Lo que debemos hacer. Pero en realidad ninguno de nosotros puede decir qué hará. Hay muchas cosas que pueden suceder, y sus métodos y fines son tan diversos que, hasta que llegue el momento preciso, no podremos decirlo. De todos modos, deberemos estar armados, y cuando llegue el momento final, nuestro esfuerzo no debe resultar vano. Ahora, dediquemos el día de hoy a poner todas nuestras cosas en orden. Dejemos preparadas todas las cosas relativas a otras personas que nos son queridas o que dependen de nosotros, puesto que ninguno de nosotros puede decir qué, cuándo ni cómo puede ser el fin. En cuanto a mí, todos mis asuntos están en orden y, como no tengo nada más que hacer, voy a preparar ciertas cosas y a tomar ciertas disposiciones para el viaje. Voy a conseguir todos nuestros billetes, etcétera.
No había nada más de qué hablar, y nos separamos.
Ahora debo poner en orden todos mis asuntos sobre la tierra y estar preparado para cualquier cosa que pueda suceder…
Más tarde. Ya está todo arreglado. He hecho mi testamento y todo está completo. Mina, si sobrevive, es mi única heredera. De no ser así, entonces, nuestros amigos, que tan buenos han sido con nosotros, serán mis herederos.
Se acerca el momento de la puesta del sol; el desasosiego de Mina me hace darme cuenta de ello. Estoy seguro de que existe algo en su mente que despierta en el momento de la puesta del sol. Esos momentos están llegando a ser muy desagradables para todos nosotros, puesto que cada vez que el sol se pone o sale, representa la posibilidad de un nuevo peligro…, de algún nuevo dolor que, sin embargo, puede ser un medio del Señor para un buen fin. Escribo todas estas cosas en mi diario, debido a que mi adorada esposa no debe tener conocimiento de ellas por ahora, pero si es posible que las pueda leer más tarde, estará preparado para que pueda hacerlo.
Me está llamando en este momento.
11 de octubre, por la noche. Jonathan Harker me ha pedido que tome nota de todo esto, ya que dice no estar en condiciones de encargarse de esta tarea, y que desea que mantengamos un registro preciso de los acontecimientos.
Creo que ninguno de nosotros se sorprendió cuando nos pidieron que fuéramos a ver a la señora Harker, poco antes de la puesta del sol. Hacía tiempo que habíamos llegado todos a comprender que el momento de la salida del sol y el de su puesta eran momentos durante los que gozaba ella de mayor libertad; cuando su antigua personalidad podía manifestarse sin que ninguna fuerza exterior la subyugara, la limitara o la incitara a entrar en acción. Esa condición o humor comienza siempre como media hora antes de la puesta del sol y de su salida, y dura hasta que el sol se encuentra alto, o hasta que las nubes, con el sol oculto, brillan todavía por los rayos de luz que brotan del horizonte. Al principio, se trata de una especie de condición negativa, como si se rompiera algún asidero y, a continuación, se presenta rápidamente la libertad absoluta; sin embargo, cuando cesa la libertad, el retroceso tiene lugar muy rápidamente, precedido solamente por un período de silencio, que es una advertencia.
Esta noche, cuando nos reunimos, parecía estar reprimida y mostraba todos los signos de una lucha interna. Sin embargo, vi que hizo un violento esfuerzo en cuanto le fue posible.
Sin embargo, unos cuantos minutos le dieron control completo de sí misma; luego, haciéndole a su esposo una seña para que se sentara junto a ella, en el diván, donde estaba medio reclinada, hizo que todos los demás acercáramos nuestras sillas.
Luego, tomando una mano de su esposo entre las suyas, comenzó a decir:
-¡Estamos todos juntos aquí, libremente, quizá por última vez! Ya lo sé, querido; ya sé que tú estarás siempre conmigo, hasta el fin -eso lo dijo dirigiéndose a su esposo, cuya mano, como pudimos ver, tenía apretada-. Mañana vamos a irnos, para llevar a cabo nuestra tarea, y solamente Dios puede saber lo que nos espera a cada uno de nosotros. Van a ser muy buenos conmigo al aceptar llevarme. Sé lo que todos ustedes, hombres sinceros y buenos, pueden hacer por una pobre y débil mujer, cuya alma está quizá perdida… ¡No, no, no! ¡Todavía no! Pero es algo que puede producirse tarde o temprano. Y sé que lo harán. Y deben recordar que yo no soy como ustedes. Hay un veneno en mi sangre y en mi alma, que puede destruirme; que debe destruirme, a menos que obtengamos algún alivio. Amigos míos, saben ustedes tan bien como yo que mi alma está en juego, y aun cuando sé que hay un modo en que puedo salir de esta situación, ni ustedes ni yo debemos aceptarlo.
Nos miró de manera suplicante a todos, uno por uno, comenzando y terminando con su esposo.
-¿Cuál es ese modo? -inquirió van Helsing, con voz ronca. ¿Cuál es esa solución que no debemos ni podemos aceptar?
-Que muera yo ahora mismo, ya sea por mi propia mano o por mano de alguno de ustedes, antes de que el mal sea consumado. Tanto ustedes como yo sabemos que una vez muerta, ustedes podrían liberar mi espíritu y lo harían, como lo hicieron en el caso de la pobre y querida Lucy. Si fuera la muerte o el miedo a la muerte el único obstáculo que se interpusiera en nuestro camino, no tendría ningún inconveniente en morir aquí, ahora mismo, en medio de los amigos que me aman. Pero la muerte no lo es todo. No creo que sea voluntad de Dios que yo muera en este caso, cuando todavía hay esperanzas y nos espera a todos una difícil tarea. Por consiguiente, por mi parte, rechazo en este momento lo que podría ser el descanso eterno y salgo al exterior, a la oscuridad, donde pueden encontrarse las cosas más malas que el mundo o el más allá encierran.
Guardamos todos silencio, ya que comprendíamos de manera instintiva que se trataba solamente de un preludio. Los rostros de todos los demás estaban serios, y el de Harker se había puesto pálido como el de un cadáver; quizá adivinaba, mejor que ninguno de nosotros, lo que iba a seguir.
La señora Harker continuó:
-Esa es mi contribución -no pude evitar el observar el empleo de esas palabras en aquellas circunstancias y dichas con una seriedad semejante-. ¿Cuál será la contribución de cada uno de ustedes? La vida, lo sé continuó diciendo rápidamente-; eso es fácil para los hombres valientes. Sus vidas son de Dios y pueden ustedes devolverle lo que le pertenece, pero, ¿qué es lo que van a darme a mí?
Volvió a mirarnos inquisitivamente, pero esta vez evitó posar su mirada en el rostro de su esposo.
Quincey pareció comprender, asintió y el rostro de la señora Harker se iluminó.
-Entonces, debo decirles claramente qué deseo, puesto que no deben quedar dudas a este respecto entre todos nosotros. Deben ustedes prometerme, todos juntos y uno por uno, incluyéndote a ti, mi amado esposo, que, si se hace necesario, me matarán.
-¿Cuándo será, eso? -la voz era de Quincey, pero era baja y llena de tensión.
-Cuando estén ustedes convencidos de que he cambiado tanto que es mejor que muera a que continúe viviendo. Entonces, cuando mi carne esté muerta, sin un momento de retraso, me atravesarán con una estaca, me cortarán la cabeza o harán cualquier cosa que pueda hacerme reposar en paz.
Quincey fue el primero en levantarse después de la pausa. Se arrodilló ante ella y, tomándole la mano, le dijo solemnemente:
-Soy un tipo vulgar que, quizá, no he vivido como debe hacerlo un hombre para merecer semejante distinción; pero le juro a usted, por todo cuanto me es sagrado y querido que, si alguna vez llega ese momento, no titubearé ni trataré de evadirme del deber que usted nos ha impuesto. ¡Y le prometo también que me aseguraré, puesto que si tengo dudas, consideraré que ha llegado el momento!
-¡Mi querido amigo! -fue todo lo que pudo decir en medio de las lágrimas que corrían rápidamente por sus mejillas, antes de inclinarse y besarle a Morris la mano.
-¡Yo le juro lo mismo, señora Mina! -dijo van Helsing.
-¡Y yo! -dijo lord Godalming, arrodillándose ambos, por turno, ante ella, para hacer su promesa.
Los seguí yo mismo.
Entonces, su esposo se volvió hacia ella, con rostro descompuesto y una palidez verdosa que se confundía con la blancura de su cabello, y preguntó:
-¿Debo hacerte yo también esa promesa, esposa mía?
-Tú también, amor mío -le respondió ella, con una lástima infinita reflejada en sus ojos y en su voz-. No debes vacilar. Tú eres el más cercano y querido del mundo para mí; nuestras almas están fundidas en una por toda la vida y todos los tiempos.
Piensa, querido, que ha habido épocas en las que hombres valerosos han matado a sus esposas y a sus hijas, para impedir que cayeran en manos de sus enemigos. Sus manos no temblaron en absoluto, debido a que aquellas a quienes amaban les pedían que acabaran con ellas. ¡Es el deber de los hombres para quienes aman, en tiempos semejantes de dura prueba! Y, amor mío, si la mano de alguien debe darme la muerte, deja que sea la mano de quien más me ama. Doctor van Helsing, no he olvidado la gracia que le hizo usted a la persona que más amaba, en el caso de la pobre Lucy -se detuvo, sonrojándose ligeramente, y cambió su frase-, al que más derecho tenía a darle la paz. Si se presenta otra vez una ocasión semejante cuento con usted para que establezca ese recuerdo en la vida de mi esposo, que sea su mano amorosa la que me libere de esa terrible maldición que pesa sobre mí.
-¡Lo juro nuevamente! -dijo el profesor, con voz resonante.
La señora Harker sonrió, verdaderamente sonrió, al tiempo que con un verdadero suspiro se echaba hacia atrás y decía:
-Ahora, quiero hacerles una advertencia; una advertencia que nunca puedan olvidar: esta vez, si se presenta, puede hacerlo con rapidez y de manera inesperada, y en ese caso, no deben perder tiempo en aprovechar esa oportunidad. En ese momento puedo estar yo misma…, mejor dicho, si llega ese momento, lo estaré… Aliada a nuestro enemigo, en contra de ustedes.
"Una petición más -se hizo muy solemne al decirlo-. No es nada vital ni necesario como la otra petición, pero deseo que hagan algo por mí, si así lo quieren."
Todos asentimos, pero nadie dijo nada; no había necesidad de hablar.
-Quiero que lean ustedes el Oficio de Difuntos.
Un fuerte gemido de su esposo la interrumpió; tomó su mano entre las suyas, se la llevó al corazón y continuó:
-Algún día tendrás que leerlo sobre mí, sea cual sea el final de este terrible estado de cosas. Será un pensamiento dulce para todos o para algunos de nosotros. Tú, amor mío, espero que serás quien lo lea, porque así será tu voz la que recuerde para siempre, pase lo que pase.
-¿Debo leer eso, querida mía? -preguntó Jonathan.
-¡Eso me consolará, esposo mío! -fue todo lo que dijo ella.
Y Jonathan comenzó a leer, después de preparar el libro.
¿Cómo voy a poder, cómo podría alguien, describir aquella extraña escena, su solemnidad, su lobreguez, su tristeza, su horror y, sin embargo, también su dulzura?
Incluso un escéptico, que solamente pudiera ver una farsa de la amarga verdad en cualquier cosa sagrada o emocional, se hubiera impresionado profundamente, al ver a aquel pequeño grupo de amigos devotos y amantes, arrodillados en torno a aquella triste y desventurada dama; o sentir la tierna pasión que tenía la voz de su esposo, cuyo tono era tan emocionado que frecuentemente tenía que hacer una pausa, leyendo el sencillo y hermoso Oficio de Difuntos. No… No puedo continuar, las palabras y la voz… me faltan.
Su instinto no la engañó. Por extraño que pareciera y que fuera, y que, sobre todo, pueda parecer después incluso a nosotros, que en ese momento pudimos sentir su poderosa influencia, nos consoló mucho; y el silencio que precedía a la pérdida de libertad espiritual de la señora Harker, no nos pareció tan lleno de desesperación como todos nosotros habíamos temido.
Del diario de Jonathan Harker
15 de octubre, en Varna. Salimos de Charing Cross por la mañana del día doce, llegamos a París durante la misma noche y ocupamos las plazas que habíamos reservado en el Orient Express. Viajamos día y noche y llegamos aquí aproximadamente a las cinco. Lord Godalming fue al consulado, para ver si le había llegado algún telegrama, mientras el resto de nosotros vinimos a este hotel…, "el Odessus". El viaje pudo haber resultado atractivo; sin embargo, estaba demasiado ansioso para preocuparme de ello.
Hasta el momento en que el Czarina Catherine llegue al puerto no habrá nada en todo el mundo que me interese en absoluto. ¡Gracias a Dios!, Mina está bien y parece estar recuperando sus fuerzas; está recuperando otra vez el color. Duerme mucho. Durante el día, duerme casi todo el tiempo. Sin embargo, antes de la salida y de la puesta del sol, se encuentra muy despierta y alerta, y se ha convertido en una costumbre para van Helsing hipnotizarla en esos momentos. Al principio, era preciso cierto esfuerzo y necesitaba hacer muchos pases, pero ahora, ella parece responder en seguida, como por costumbre, y apenas si se necesita alguna acción. El profesor parece tener poder en esos momentos particulares; le basta con quererlo, y los pensamientos de mi esposa le obedecen.
Siempre le pregunta qué puede ver y oír. A la primera pregunta, Mina responde:
-Nada; todo está oscuro. Y a la segunda:
-Oigo las olas que se estrellan contra los costados del navío y el ruido característico del agua. Las velas y las cuerdas se tensan y los mástiles y planchas crujen. El viento es fuerte… Lo oigo sobre la cubierta, y la espuma que levanta la popa cae sobre el puente.
Es evidente que el Czarina Catherine se encuentra todavía en el mar, apresurándose a recorrer la distancia que lo separa de Varna. Lord Godalming acaba de regresar. Tiene cuatro telegramas, uno para cada uno de los cuatro días transcurridos y todos para el mismo efecto: el de asegurarse de que el Czarina Catherine no le había sido señalado al Lloyd's de ninguna parte. Había tomado disposiciones para que el agente le enviara un telegrama diario, indicándole si el navío había sido señalado. Tenía que recibir un mensaje cada día, incluso en el caso de que no hubiera noticia alguna del barco, para que pudiera estar seguro de que montaban la guardia realmente al otro lado de la línea telegráfica.
Cenamos y nos acostamos temprano. Mañana iremos a ver al vicecónsul, para llegar a un acuerdo, si es posible, con el fin de subir a bordo del barco en cuanto llegue al muelle. Van Helsing dice que nuestra mejor oportunidad consiste en llegar al barco entre el amanecer y la puesta del sol. El conde, aunque tome la forma de murciélago, no puede cruzar el agua por su propia voluntad y, por consiguiente, no puede abandonar el barco. Como no puede adoptar la forma humana sin levantar sospechas, lo cual no debe ir muy de acuerdo con sus deseos, permanecerá encerrado en la caja. Si podemos entonces subir a bordo después de la salida del sol, estará completamente a nuestra merced, puesto que podremos abrir la caja y asegurarnos de él, como lo hicimos con la pobre Lucy, antes de que despierte. La piedad que pueda despertar en algunos de nosotros o en todos, no debe tomarse en cuenta. No creemos que vayamos a tener muchas dificultades con los funcionarios públicos o los marinos. ¡Gracias a Dios! Este es un país en el que es posible utilizar el soborno y todos nosotros disponemos de dinero en abundancia. Solamente debemos ver que el barco no pueda entrar en el puerto entre la puesta del sol y el amanecer, sin que nos adviertan de ello y, así, estaremos sobre seguro. El juez Bolsa de Dinero resolverá este caso, creo yo.
16 de octubre. El informe de Mina sigue siendo el mismo: choques de las olas y ruidos del agua, oscuridad y vientos favorables. Evidentemente, estamos a tiempo, y para cuando llegue el Czarina Catherine, estaremos preparados. Como debe pasar por el estrecho de los Dardanelos, estamos seguros de recibir entonces algún informe.
17 de octubre. Todo está dispuesto ya, creo yo, para recibir al conde al regreso de su viaje. Godalming les dijo a los estibadores que creía que la caja contenía probablemente algo que le habían robado a un amigo suyo y obtuvo el consentimiento para abrirla, bajo su propia responsabilidad. El armador le dio un papel en el que indicaba al capitán que le diera todas las facilidades para hacer lo que quisiera a bordo del navío, y, asimismo, una autorización similar, destinada a su agente en Varna. Hemos visitado al agente, que se impresionó mucho por los modales de lord Godalming para con él, y estamos seguros de que todo lo que pueda hacer para satisfacer nuestros deseos, lo hará. Ya hemos resuelto lo que deberemos hacer, en el caso de que recibamos la caja abierta. Si el conde se encuentra en el interior, van Helsing y el doctor Seward deberán cortarle la cabeza inmediatamente y atravesarle el corazón con una estaca.
Morris, lord Godalming y yo debemos evitar las intromisiones, incluso en el caso de que sea preciso utilizar las armas, que tendremos preparadas. El profesor dice que si podemos tratar así el cuerpo del conde, se convertirá en polvo inmediatamente. En ese caso, no habrá pruebas contra nosotros, en el caso de que hubiera sospechas de asesinato. Pero, incluso si no sucediera así, deberemos salir bien o mal de nuestro acto y es posible que algún día, en lo futuro, estos escritos puedan servir para interponerse entre algunos de nosotros y la horca. En lo que a mí respecta, correré el riesgo sintiéndome muy agradecido, si fuera necesario. No pensamos dejar nada al azar para llevar a cabo nuestro intento. Hemos tomado disposiciones con varios funcionarios, para que se nos informe por medio de un mensajero especial en cuanto el Czarina Catherine sea avistado.
24 de octubre. Llevamos toda una semana esperando. Lord Godalming recibe diariamente sus telegramas, pero siempre dicen lo mismo: "No ha sido señalado aún." La respuesta de Mina por las mañanas y las tardes, siempre en trance hipnótico, no ha cambiado: choque de olas, ruidos del agua y crujidos de los mástiles.
Telegrama, 24 de octubre
Rufus Smith, Lloyd's, Londres, a lord Godalming,
a cargo del H. Vicecónsul inglés en Varna
"Czarina Catherine señalado esta mañana en los Dardanelos."
Del diario del doctor Seward
25 de octubre. ¡Cómo echo en falta mi fonógrafo! Escribir un diario con pluma me resulta desesperante. Pero van Helsing dice que debo hacerlo. Estuvimos todos muy nerviosos ayer, cuando Godalming recibió su telegrama de Lloyd's. Ahora comprendo perfectamente lo que los hombres sienten en las batallas, cuando se les da órdenes de entrar en acción. La única de nuestro grupo que no mostró ninguna señal de emoción fue la señora Harker. Después de todo, no es extraño que no se emocionara, ya que tuvimos especial cuidado en no dejar que ella supiera nada sobre ello y todos tratamos de no mostrarnos turbados en su presencia. En otros tiempos, estoy seguro de que lo hubiera notado inmediatamente, por mucho que hubiéramos tratado de ocultárselo, pero, en realidad, ha cambiado mucho durante las últimas tres semanas. La letargia se hace cada vez mayor en ella y está recuperando parte de sus colores. Van Helsing y yo no nos sentimos satisfechos. Hablamos frecuentemente de ella; sin embargo, no les hemos dicho ni una palabra a los demás. Eso destrozaría el corazón al pobre Harker, o por lo menos su sistema nervioso, si supiera que teníamos aunque solamente fueran sospechas al respecto. Van Helsing me dice que le examina los dientes muy cuidadosamente, mientras está en trance hipnótico, puesto que asegura que en tanto no comiencen a aguzarse, no existe ningún peligro activo de un cambio en ella. Si ese cambio se produce…, ¡lo hará en varias etapas…! Ambos sabemos cuáles serán necesariamente estas etapas, aunque no nos confiamos nuestros pensamientos el uno al otro. No debemos ninguno de nosotros retroceder ante la tarea… por muy tremenda que pueda parecernos. ¡La "eutanasia" es una palabra excelente y consoladora! Le estoy agradecido a quienquiera que sea el que la haya inventado.
Hay sólo unas veinticuatro horas de navegación a vela de los Dardanelos a este lugar, a la velocidad que el Czarina Catherine ha venido desde Londres. Por consiguiente, deberá llegar durante la mañana, pero como no es posible que llegue antes del mediodía, nos disponemos todos a retirarnos pronto a nuestras habitaciones.
Debemos levantarnos a la una, para estar preparados.
25 de octubre, al mediodía. Todavía no hemos recibido noticias de la llegada del navío. El informe hipnótico de la señora Harker esta mañana fue el mismo de siempre; por consiguiente, es posible que recibamos las noticias al respecto en cualquier momento. Todos los hombres estamos febriles a causa de la excitación, excepto Harker, que está tranquilo; sus manos están frías como el hielo y, hace una hora, lo encontré humedeciendo el filo del gran cuchillo gurka que siempre lleva ahora consigo. ¡Será un mal momento para el conde si el filo de ese "kukri" llega a tocarle la garganta, empuñado por unas manos tan frías y firmes!
Van Helsing y yo estamos un tanto alarmados hoy respecto a la señora Harker. Cerca del mediodía se sumió en una especie de letargo que no nos agrada en absoluto, aunque mantuvimos el secreto, y no les dijimos nada a los demás, no nos sentimos contentos en absoluto de ello. Estuvo inquieta toda la mañana, de tal modo que, al principio, nos alegramos al saber que se había dormido. Sin embargo, cuando su esposo mencionó que estaba tan profundamente dormida que no había podido despertarla, fuimos a su habitación para verla nosotros mismos. Estaba respirando con naturalidad y tenía un aspecto tan agradable y lleno de paz, que estuvimos de acuerdo en que el sueño era mejor para ella que ninguna otra cosa. ¡Pobre mujer! Tiene tantas cosas que olvidar, que no es extraño que el sueño, si le permite el olvido, le haga mucho bien.
Más tarde. Nuestra opinión estaba justificada, puesto que, después de un buen sueño de varias horas, despertó; parecía estar más brillante y mejor que lo que lo había estado durante varios días. Al ponerse el sol, dio el mismo informe que de costumbre.
Sea donde sea que se encuentre, en el Mar Negro, el conde se está apresurando en llegar a su punto de destino. ¡Confío en que será a su destrucción!
26 de octubre. Otro día más, y no hay señales del Czarina Catherine. Ya debería haber llegado. Es evidente que todavía está navegando hacia alguna parte, ya que el informe hipnótico de la señora Harker, antes de la salida del sol, fue exactamente el mismo. Es posible que el navío permanezca a veces detenido, a causa de la niebla; varios de los vapores que llegaron en el curso de la última noche indicaron haber encontrado nubes de niebla tanto al norte como al sur del puerto. Debemos continuar nuestra vigilancia, ya que el barco puede sernos señalado ahora en cualquier momento.
27 de octubre, al mediodía. Es muy extraño que no hayamos recibido todavía noticias del barco que estamos esperando. La señora Harker dio su informe anoche y esta mañana como siempre: "Choques de olas y ruidos del agua", aunque añadió que "las olas eran muy suaves". Los telegramas de Londres habían sido exactamente los mismos de siempre: "No hay más informes." Van Helsing está terriblemente ansioso y me dijo hace unos instantes que teme que el conde esté huyendo de nosotros. Añadió significativamente:
-No me gusta ese letargo de la señora Mina. Las almas y las memorias pueden hacer cosas muy extrañas durante los trances.
Me disponía a preguntarle algo más al respecto, pero Harker entró en ese momento y el profesor levantó una mano para advertirme de ello. Debemos intentar esta tarde, a la puesta del sol, hacerla hablar un poco más, cuando esté en su estado hipnótico.
28 de octubre. Telegrama.
Rufus Smith, Londres, a lord Godalming,
a cargo del H. Vicecónsul inglés en Varna
"Señalan que Czarina Catherine entró en Galatz hoy a la una en punto."
Del diario del doctor Seward
28 de octubre. Cuando llegó el telegrama anunciando la llegada del barco a Galatz, no creo que nos produjo a ninguno de nosotros el choque que era dado esperar en aquellas circunstancias. Es cierto que ninguno de nosotros sabíamos de dónde, cómo y cuándo surgiría la dificultad, pero creo que todos esperábamos que ocurriera algo extraño. El día en que debería haber llegado a Varna nos convencimos todos, individualmente, de que las cosas no iban a suceder como nos lo habíamos imaginado; solamente esperábamos saber dónde ocurriría el cambio. Sin embargo, de todos modos, resultó una sorpresa. Supongo que la naturaleza trabaja de acuerdo con bases tan llenas de esperanza, que creemos, en contra de nosotros mismos, que las cosas tienen que ser como deben ser, no como deberíamos saber que van a ser. El trascendentalismo es una guía para los ángeles, pero un fuego fatuo para los hombres. Van Helsing levantó la mano sobre su cabeza durante un momento, como discutiendo con el Todopoderoso, pero no dijo ni una sola palabra y, al cabo de unos segundos, se puso en pie con rostro duro. Lord Godalming se puso muy pálido y se sentó, respirando pesadamente. Yo mismo estaba absolutamente estupefacto y miraba asombrado a los demás. Quincey Morris se apretó el cinturón con un movimiento rápido que yo conocía perfectamente: en nuestros tiempos de aventuras, significaba "acción". La señora Harker se puso intensamente pálida, de tal modo que la cicatriz que tenía en la frente parecía estar ardiendo, pero juntó las manos piadosamente y levantó la mirada, orando. Harker sonrió, con la sonrisa oscura y amarga de quien ha perdido toda esperanza, pero al mismo tiempo, su acción desmintió esa impresión, ya que sus manos se dirigieron instintivamente a la empuñadura de su gran cuchillo kukri y permanecieron apoyadas en ella.
-¿Cuándo sale el próximo tren hacia Galatz? -nos preguntó van Helsing, dirigiéndose a todos en general.
-¡Mañana por la mañana, a las seis y media! -todos nos sobresaltamos, debido a que la respuesta la había dado la señora Harker.
-¿Cómo es posible que usted lo sepa? -dijo Art.
-Olvida usted…, o quizá no lo sabe, aunque lo saben muy bien mi esposo y el doctor van Helsing, que soy una maníaca de los trenes. En casa, en Exéter, siempre acostumbraba ajustar las tablas de horarios, para serle útil a mi esposo. Sabía que si algo nos obligaba a dirigirnos hacia el castillo de Drácula, deberíamos ir por Galatz o, por lo menos, por Bucarest; por consiguiente, me aprendí los horarios cuidadosamente. Por desgracia, no había muchos horarios que aprender, ya que el único tren sale mañana a la hora que les he dicho.
-¡Maravillosa mujer! -dijo el profesor.
-¿No podemos conseguir uno especial? -preguntó lord Godalming. Van Helsing movió la cabeza.
-Temo que no. Este país es muy diferente del suyo o el mío; incluso en el caso de que consiguiéramos un tren especial, no llegaríamos antes que el tren regular. Además, tenemos algo que preparar. Debemos reflexionar. Tenemos que organizarnos. Usted, amigo Arthur, vaya a la estación, adquiera los billetes y tome todas las disposiciones pertinentes para que podamos ponernos en camino mañana. Usted, amigo Jonathan, vaya a ver al agente del armador para que le dé órdenes para el agente en Galatz, con el fin de que podamos practicar un registro del barco tal como lo habíamos hecho aquí. Quincey Morris, vea usted al vicecónsul y obtenga su ayuda para entrar en relación con su colega en Galatz y que haga todo lo posible para allanarnos el camino, con el fin de que no tengamos que perder tiempo cuando estemos sobre el Danubio. John deberá permanecer con la señora Mina y conmigo y conversaremos. Así, si pasa el tiempo y ustedes se retrasan, no importará que llegue el momento de la puesta del sol, puesto que yo estaré aquí con la señora Mina, para que nos haga su informe.
-Y yo -dijo la señora Harker vivamente, con una expresión más parecida a la antigua, de sus días felices, que la que le habíamos visto desde hacía muchos días-, voy a tratar de serles útil de todas las formas posibles y debo pensar y escribir para ustedes, como lo hacía antes. Algo está cambiando en mí de una manera muy extraña, ¡y me siento más libre que lo que lo he estado durante los últimos tiempos!
Los tres más jóvenes parecieron sentirse más felices en el momento en que les pareció comprender el significado de sus palabras, pero van Helsing y yo nos miramos con gravedad y una gran preocupación. Sin embargo, no dijimos nada en ese momento. Cuando los tres hombres salieron, para ocuparse de los encargos que les habían sido confiados, van Helsing le pidió a la señora Harker que buscara las copias de los diarios y le llevara la parte del diario de Harker relativo al castillo. La dama se fue a buscar lo que le había pedido el profesor. Este, en cuanto la puerta se cerró tras ella, me dijo:
-¡Pensamos lo mismo! ¡Hable!
-Se ha producido un cambio. Es una esperanza que me pone enfermo, debido a que podemos sufrir una decepción.
-Exactamente. ¿Sabe usted por qué le pedí a ella que me fuera a buscar el manuscrito?
-¡No! -le dije-, a menos que fuera para tener oportunidad de hablar conmigo a solas.
-Tiene usted en parte razón, amigo mío, pero sólo en parte. Quiero decirle algo y, verdaderamente, amigo John, estoy corriendo un riesgo terrible, pero creo que es justo. En el momento en que la señora Mina dijo esas palabras que nos sorprendieron tanto a ambos. Tuve una inspiración. Durante el trance de hace tres días, el conde le envió su espíritu para leerle la mente; o es más probable que se la llevara para que lo viera a él en su caja de tierra del navío, en medio del mar; por eso se liberaba poco antes de la salida y de la puesta del sol. Así supo que estábamos aquí, puesto que ella tenía más que decir en su vida al aire libre, con ojos para ver y oídos para escuchar, que él, encerrado como está, en su féretro. Entonces, ahora debe estar haciendo un supremo esfuerzo para huir de nosotros. Actualmente no la necesita. "Está seguro, con el gran conocimiento que tiene, que ella acudirá a su llamada, pero eliminó su poder sobre ella, como puede hacerlo, para que ella no vaya a su encuentro. ¡Ah! Ahora tengo la esperanza de que nuestros cerebros de hombres, que han sido humanos durante tanto tiempo y que no han perdido la gracia de Dios, llegarán más lejos que su cerebro infantil que permaneció en su tumba durante varios siglos, que todavía no ha alcanzado nuestra estatura y que solamente hace trabajos egoístas y, por consiguiente, mediocres. Aquí llega la señora Mina. ¡No le diga usted una sola palabra sobre su trance! Ella no lo sabe, y sería tanto como abrumarla y desesperarla justamente cuando queremos toda su esperanza, todo su valor; cuando debemos utilizar el cerebro que tiene y que ha sido entrenado como el de un hombre, pero es el de una dulce mujer y ha recibido el poder que le dio el conde y que no puede retirar completamente…, aunque él no lo piensa así. ¡Oh, John, amigo mío, estamos entre escollos terribles! Tengo un temor mayor que en ninguna otra ocasión. Solamente podemos confiar en Dios. ¡Silencio! ¡Aquí llega!"
Pensé que el profesor iba a tener un ataque de neurosis y a desplomarse, como cuando murió Lucy, pero con un gran esfuerzo se controló y no parecía estar nervioso en absoluto cuando la señora Harker hizo su entrada en la habitación, vivaz y con expresión de felicidad y, al estar ocupándose de algo, aparentemente olvidada de su tragedia. Al entrar, le tendió a van Helsing un manojo de papeles escritos a máquina. El profesor los hojeó gravemente y su rostro se fue iluminando al tiempo que leía. Luego, sosteniendo las páginas entre el índice y el pulgar, dijo:
-Amigo John, para usted, que ya tiene cierta experiencia…, y también para usted que es joven, señora Mina, he aquí una buena lección: no tengan miedo nunca de pensar. Un pensamiento a medias ha estado revoloteando frecuentemente en mi imaginación, pero temo dejar que pierda sus alas… Ahora, con más conocimientos, regreso al lugar de donde procedía ese embrión de pensamiento y descubro que no tiene nada de embrionario, sino que es un pensamiento completo; aunque tan joven aún que no puede utilizar bien sus alas diminutas. No; como el "Patito Feo" de mi amigo Hans Andersen, no era un pensamiento pato en absoluto, sino un pensamiento cisne, grande, que vuela con alas muy poderosas, cuando llega el momento de que las ensaye. Miren, leo aquí lo que escribió Jonathan:
-"Ese otro de su raza que, en una época posterior, repetidas veces, hizo que sus tropas cruzaran El Gran Río y penetraran en territorio turco; que, cuando era rechazado, volvía una y otra vez, aun cuando debía regresar solo del campo de batalla ensangrentada donde sus tropas estaban siendo despedazadas, puesto que sabía que él solo podía triunfar…"
"¿Qué nos sugiere esto? ¿No mucho? ¡No! El pensamiento infantil del conde no vela nada, por eso habló con tanta libertad. Sus pensamientos humanos no vieron nada, ni tampoco mi pensamiento de hombre, hasta ahora. ¡No! Pero llega otra palabra de una persona que habla sin pensar, debido a que ella tampoco sabe lo que significa…, lo que puede significar. Es como los elementos en reposo que, no obstante, en su curso natural, siguen su camino, se tocan… y, ¡puf!, se produce un relámpago de luz que cubre todo el firmamento, que ciega, mata y destruye algo o a alguien, pero que ilumina abajo toda la tierra, kilómetros y más kilómetros alrededor. ¿No es así? Bueno, será mejor que me explique. Para empezar, ¿han estudiado ustedes alguna vez la filosofía del crimen? "Sí" y "no". Usted, amigo John, sí, puesto que es un estudioso de la locura. Usted, señora Mina, no; porque el crimen no la toca a usted…, excepto una vez. Sin embargo, su mente trabaja realmente y no arguye a particulari ad universale.
"En los criminales existe esa peculiaridad. Es tan constante en todos los países y los tiempos, que incluso la policía, que no sabe gran cosa de filosofía, llega a conocerlo empíricamente, que existe. El criminal siempre trabaja en un crimen…, ese es el verdadero criminal, que parece estar predestinado para ese crimen y que no desea cometer ningún otro. Ese criminal no tiene un cerebro completo de hombre. Es inteligente, hábil, y está lleno de recursos, pero no tiene un cerebro de adulto. Cuando mucho, tiene un cerebro infantil. Ahora, este criminal que nos ocupa, está también predestinado para el crimen; él, también tiene un cerebro infantil y es infantil el hacer lo que ha hecho. Los pajaritos, los peces pequeños, los animalitos, no aprenden por principio sino empíricamente, y cuando aprenden cómo hacer algo, ese conocimiento les sirve de base para hacer algo más, partiendo de él. Dos pousto, dijo Arquímedes, ¡dénme punto de apoyo y moveré al mundo! El hacer una cosa una vez es el punto de apoyo a partir del cual el cerebro infantil se desarrolla hasta ser un cerebro de hombre, y en tanto no tenga el deseo de hacer más, continuará haciendo lo mismo repetidamente, ¡exactamente como lo ha hecho antes! Oh, mi querida señora, veo que sus ojos se abren y que para usted, la luz del relámpago ilumina todo el terreno." La señora Harker comenzaba a apretarse las manos y sus ojos lanzaban chispas. El profesor continuó diciendo:
-Ahora debe hablar. Díganos a nosotros, a dos hombres secos a ciencia, qué ve con esos ojos tan brillantes.
Le tomó una mano y la sostuvo entre las suyas mientras hablaba. Su dedo índice y su pulgar se apoyaron en su pulso, pensé instintiva e inconscientemente, al tiempo que ella hablaba:
-El conde es un criminal y del tipo criminal. Nordau y Lombroso lo clasificarían así y, como criminal, tiene un cerebro imperfectamente formado. Así, cuando se encuentra en dificultades, debe refugiarse en los hábitos. Su pasado es un indicio, y la única página de él que conocemos, de sus propios labios, nos dice que en una ocasión, antes, cuando se encontraba en lo que el señor Morris llamaría "una difícil situación", regresó a su propio país de la tierra que había ido a invadir y, entonces, sin perder de vista sus fines, se preparó para un nuevo esfuerzo. Volvió otra vez, mejor equipado para llevar a cabo aquel trabajo, y venció. Así, fue a Londres, a invadir una nueva tierra. Fue derrotado, y cuando perdió toda esperanza de triunfo y vio que su existencia estaba en peligro, regresó por el mar hacia su hogar; exactamente como antes había huido sobre el Danubio, procedente de tierras turcas.
-¡Magnífico! ¡Magnífico! ¡Es usted una mujer extraordinariamente inteligente! -dijo van Helsing, con entusiasmo, al tiempo que se inclinaba y le besaba la mano. Un momento más tarde me dijo, con la misma calma que si hubiéramos estado llevando a cabo una auscultación a un enfermo:
-Solamente setenta y dos y con toda esta excitación. Tengo esperanzas -se volvió nuevamente hacia ella y dijo, con una gran expectación-: Continúe. ¡Continúe! Puede usted decirnos más si lo desea; John y yo lo sabemos. Por lo menos, yo lo sé, y le diré si está usted o no en lo cierto. ¡Hable sin miedo!
-Voy a intentarlo; pero espero que me excusen ustedes si les parezco egoísta.
-¡No! No tema. Debe ser usted egoísta, ya que es en usted en quien pensamos.
-Entonces, como es criminal, es egoísta; y puesto que su intelecto es pequeño y sus actos están basados en el egoísmo, se limita a un fin. Ese propósito carece de remordimientos. Lo mismo que atravesó el Danubio, dejando que sus tropas fueran destrozadas, así, ahora, piensa en salvarse, sin que le importe otra cosa. Así, su propio egoísmo libera a mi alma, hasta cierto punto, del terrible poder que adquirió sobre mí aquella terrible noche. ¡Lo siento! ¡Oh, lo siento! ¡Gracias a Dios por su enorme misericordia! Mi alma está más libre que lo que lo ha estado nunca desde aquella hora terrible, y lo único que me queda es el temor de que en alguno de mis trances o sueños, haya podido utilizar mis conocimientos para sus fines.
El profesor se puso en pie, y dijo:
-Ha utilizado su mente; por eso nos ha dejado aquí, en Varna, mientras el barco que lo conducía avanzaba rápidamente, envuelto en la niebla, hacia Galatz, donde, sin duda, lo había preparado todo para huir de nosotros. Pero su mente infantil no fue más allá, y es posible que, como siempre sucede de acuerdo con la Providencia Divina, lo que el criminal creía que era bueno para su bienestar egoísta, resulta ser el daño más importante que recibe. El cazador es atrapado en su propia trampa, como dice el gran salmista. Puesto que ahora que cree que está libre de nosotros y que no ha dejado rastro y que ha logrado huir de nosotros, disponiendo de tantas horas de ventaja para poder hacerlo, su cerebro infantil lo hará dormir. Cree, asimismo, que al dejar de conocer su mente de usted, no puede usted tener ningún conocimiento de él; ¡ese es su error! Ese terrible bautismo de sangre que le infligió a usted la hace libre de ir hasta él en espíritu, como lo ha podido hacer usted siempre hasta ahora, en sus momentos de libertad, cuando el sol sale o se pone. En esos momentos, va usted por mi voluntad, no por la de él. Y ese poder, para bien tanto de usted como de tantos otros, lo ha adquirido usted por medio de sus sufrimientos en sus manos. Eso nos es tanto más precioso, cuanto que él mismo no tiene conocimiento de ello, y, para guardarse él mismo, evita poder tener conocimiento de nuestras andanzas. Sin embargo, nosotros no somos egoístas, y creemos que Dios está con nosotros durante toda esta oscuridad y todas estas horas terribles. Debemos seguirlo, y no vamos a fallar; incluso si nos ponemos en peligro de volvernos como él. Amigo John, ésta ha sido una hora magnífica; y hemos ganado mucho terreno en nuestro caso. Debe usted hacerse escriba y ponerlo todo por escrito, para que cuando lleguen los demás puedan leerlo y saber lo que nosotros sabemos.
Por consiguiente, he escrito todo esto mientras esperamos el regreso de nuestros amigos, y la señora Harker lo ha escrito todo con su máquina, desde que nos trajo los manuscritos.
XXVI.- DEL DIARIO DEL DOCTOR SEWARD
29 de octubre. Esto lo escribo en el tren, de Varna a Galatz. Ayer, por la noche, todos nos reunimos poco antes de la puesta del sol. Cada uno de nosotros había hecho su trabajo tan bien como pudo; en cuanto al pensamiento, a la dedicación y a la oportunidad, estamos preparados para todo nuestro viaje y para nuestro trabajo cuando lleguemos a Galatz. Cuando llegó el momento habitual, la señora Harker se preparó para su esfuerzo hipnótico, y después de un esfuerzo más prolongado y serio de parte de van Helsing de lo que era necesario usualmente, la dama entró en trance. De ordinario, la señora hablaba con una sola insinuación, pero esa vez, el profesor tenía que hacerle preguntas y hacérselas de manera muy firme, antes de que pudiéramos saber algo; finalmente, llegó su respuesta:
-No veo nada; estamos inmóviles; no hay olas, sino un ruido suave de agua que corre contra la estacha. Oigo voces de hombres que gritan, cerca y lejos, y el sonido de remos en sus emplazamientos. Alguien dispara una pistola en alguna parte; el eco del disparo parece muy lejano. Siento ruido de pasos encima y colocan cerca cadenas y sogas. ¿Qué es esto? Hay un rayo de luz; siento el aire que me da de lleno.
Aquí se detuvo. Se había levantado impulsivamente de donde había permanecido acostada, en el diván, y levantó ambas manos, con las palmas hacia arriba, como si estuviese soportando un gran peso. Van Helsing y yo nos miramos, comprendiendo perfectamente. Quince y levantó las cejas un poco y la miró fijamente, mientras Harker cerraba instintivamente su mano sobre la empuñadura de su kukri. Se produjo una prolongada pausa. Todos sabíamos que el momento en que podía hablar estaba pasando, pero pensamos que era inútil decir nada. Repentinamente, se sentó y, al tiempo que abría los ojos, dijo dulcemente:
-¿No quiere alguno de ustedes una taza de té? Deben estar todos muy cansados.
Deseábamos complacerla y, por consiguiente, asentimos. Salió de la habitación para buscar el té. Cuando nos quedamos solos, van Helsing dijo:
-¿Ven ustedes, amigos míos? Está cerca de la tierra: ha salido de su caja de tierra. Pero todavía tiene que llegar a la costa. Durante la noche puede permanecer escondido en alguna parte, pero si no lo llevan a la orilla o si el barco no atraca junto a ella, no puede llegar a tierra. En ese caso puede, si es de noche, cambiar de forma y saltar o volar a tierra, como lo hizo en Whitby. Pero si llega el día antes de que se encuentre en la orilla, entonces, a menos que lo lleven a tierra, no puede desembarcar. Y si lo descargan, entonces los aduaneros pueden descubrir lo que contiene la caja. Así, resumiendo, si no escapa a tierra esta noche o antes de la salida del sol, perderá todo el día. Entonces, podremos llegar a tiempo, puesto que si no escapa durante la noche, nosotros llegaremos junto a él durante el día y lo encontraremos dentro de la caja y a nuestra merced, puesto que no puede ser su propio yo, despierto y visible, por miedo de que lo descubran.
No había nada más que decir, de modo que esperamos pacientemente a que llegara el amanecer, ya que a esa hora podríamos saber algo más, por mediación de la señora Harker.
Esta mañana temprano, escuchamos, conteniendo la respiración, las respuestas que pudiera darnos durante su trance. La etapa hipnótica tardó todavía más en llegar que la vez anterior, y cuando se produjo, el tiempo que quedaba hasta la salida del sol era tan corto que comenzamos a desesperarnos. Van Helsing parecía poner toda su alma en el esfuerzo; finalmente, obedeciendo a la voluntad del profesor, la señora Harker dijo:
-Todo está oscuro. Oigo el agua al mismo nivel que yo, y ciertos roces, como de madera sobre madera.
Hizo una pausa y el sol rojizo hizo su aparición. Deberemos esperar hasta esta noche.
Por consiguiente, estamos viajando hacia Galatz muy excitados y llenos de expectación. Debemos llegar entre las dos y las tres de la mañana, pero en Bucarest tenemos ya tres horas de retraso, de modo que es imposible que lleguemos antes de que el sol se encuentre ya muy alto en el cielo. ¡Así pues, tendremos todavía otros dos mensajes hipnóticos de la señora Harker! Cualquiera de ellos o ambos pueden arrojar más luz sobre lo que está sucediendo.
Más tarde. El sol se ha puesto ya. Afortunadamente, su puesta se produjo en un momento en el que no había distracción, puesto que si hubiera tenido lugar durante nuestra estancia en una estación, no hubiéramos tenido la suficiente calma y aislamiento. La señora Harker respondió a la influencia hipnótica todavía con mayor retraso que esta mañana. Temo que su poder para leer las sensaciones del conde esté desapareciendo, y en el momento en que más lo necesitamos. Me parece que su imaginación comienza a trabajar. Mientras ha estado en trance hasta ahora, se ha limitado siempre a los hechos simples. Si esto puede continuar así, es posible que llegue a inducirnos a error. Si pensara que el poder del conde sobre ella desaparecerá al mismo tiempo que el poder de ella para conocerlo a él, me sentiría feliz, pero temo que no suceda eso. Cuando habló, sus palabras fueron enigmáticas:
-Algo está saliendo; siento que pasa a mi lado como un viento frío. Puedo oír, a lo lejos, sonidos confusos… Como de hombres que hablan en lenguas desconocidas; el agua que cae con fuerza y aullidos de lobos.
Hizo una pausa y la recorrió un estremecimiento, que aumentó de intensidad durante unos segundos, hasta que, finalmente, temblaba como en un ataque. No dijo nada más; ni siquiera en respuesta al interrogatorio imperioso del profesor. Cuando volvió del trance, estaba fría, agotada de cansancio y lánguida, pero su mente estaba bien despierta. No logró recordar nada; preguntó qué había dicho, y reflexionó en ello durante largo rato, en silencio.
30 de octubre, a las siete de la mañana. Estamos cerca de Galatz ya y es posible que no tenga tiempo para escribir más tarde. Todos esperamos ansiosamente la salida del sol esta mañana. Conociendo la dificultad creciente de procurar el trance hipnótico, van Helsing comenzó sus pases antes que nunca. Sin embargo, no produjeron ningún efecto, hasta el tiempo regular, cuando ella respondió con una dificultad creciente, sólo un minuto antes de la salida del sol. El profesor no perdió tiempo en interrogarla. Su respuesta fue dada con la misma rapidez:
-Todo está oscuro. Siento pasar el agua cerca de mis orejas, al mismo nivel, y el raspar de madera contra madera. Oigo ganado a lo lejos. Hay otro sonido, uno muy extraño, como…
Guardó silencio y se puso pálida, intensamente pálida.
-¡Continúe, continúe! ¡Se lo ordeno! ¡Hable! -dijo van Helsing, en tono firme. Al mismo tiempo, la desesperación apareció en sus ojos, debido a que el sol, al salir, estaba enrojeciendo incluso el rostro pálido de la señora Harker. Esta abrió los ojos y todos nos sobresaltamos cuando dijo dulcemente y, en apariencia, con la mayor falta de interés:
-¡Oh, profesor! ¿Por qué me pide usted que haga lo que sabe que no puedo? ¡No recuerdo nada! -entonces, viendo la expresión de asombro en nuestros ojos, dijo, volviéndose de unos a otros, con una mirada confusa-: ¡Qué les he dicho? ¿Qué he hecho? No sé nada; sólo que estaba acostada aquí, medio dormida, cuando le oí decir a usted: "¡Continúe! ¡Continúe! ¡Se lo ordeno! ¡Hable!" Me pareció muy divertido oírlo a usted darme órdenes, ¡como si fuera una niña traviesa!
-¡Oh, señora Mina! -dijo van Helsing tristemente-. ¡Eso es una prueba, si es necesaria, de cómo la amo y la honro, puesto que una palabra por su bien, dicha con mayor sinceridad que nunca, puede parecer extraña debido a que está dirigida a aquella a quien me siento orgulloso de obedecer!
Se oyen silbidos; nos estamos aproximando a Galatz. Estamos llenos de ansiedad.
Del diario de Mina Harker
30 de octubre. El señor Morris me condujo al hotel en el que habían sido reservadas habitaciones para nosotros por telégrafo, puesto que él no hablaba ninguna lengua extranjera y, por consiguiente, era el que resultaba menos útil. Las fuerzas fueron distribuidas en gran parte como lo habían sido en Varna, excepto que lord Godalming fue a ver al vicecónsul, puesto que su título podría servirle como garantía inmediata en cierto modo, ante el funcionario, debido a que teníamos una prisa extraordinaria. Jonathan y los dos médicos fueron a ver al agente de embarque para conocer todos los detalles sobre la llegada del Czarina Catherine.
Más tarde. Lord Godalming ha regresado. El cónsul está fuera y el vicecónsul enfermo; de modo que el trabajo de rutina es atendido por un secretario. Fue muy amable y ofreció hacer todo lo que estuviera en su poder.
Del diario de Jonathan Harker
30 de octubre. A las nueve, el doctor van Helsing, el doctor Seward y yo visitamos a los señores Mackenzie y Steinkoff, los agentes de la firma londinense de Hapgood. Habían recibido un telegrama de Londres, en respuesta a la petición telegráfica de lord Godalming, rogándoles que nos demostraran toda la cortesía posible y que nos ayudaran tanto como pudieran. Fueron más que amables y corteses, y nos llevaron inmediatamente a bordo del Czarina Catherine, que estaba anclado en el exterior, en la desembocadura del río. Allí encontramos al capitán, de nombre Donelson, que nos habló de su viaje. Nos dijo que en toda su vida no había tenido un viento tan favorable.
-¡Vaya! -dijo-. Pero estábamos temerosos, debido a que temíamos tener que pagar con algún accidente o algo parecido la suerte extraordinaria que nos favoreció durante todo el viaje. No es corriente navegar desde Londres hasta el Mar Negro con un viento en popa que parecía que el diablo mismo estaba soplando sobre las velas, para sus propios fines. Al mismo tiempo, no alcanzamos a ver nada. En cuanto nos acercábamos a un barco o a tierra, una neblina descendía sobre nosotros, nos cubría y viajaba con nosotros, hasta que cuando se levantaba, mirábamos en torno nuestro y no alcanzábamos a ver nada. Pasamos por Gibraltar sin poder señalar nuestro paso, y no pudimos comunicarnos hasta que nos encontramos en los Dardanelos, esperando que nos dieran el correspondiente permiso. Al principio, me sentía inclinado a arriar las velas y a esperar a que la niebla se levantara, pero, entre tanto, pensé que si el diablo tenia interés en hacernos llegar rápidamente al Mar Negro, era probable que lo hiciera, tanto si nos deteníamos, como si no. Si efectuábamos un viaje rápido, eso no nos desacreditaría con los armadores y no causaba daño a nuestro tráfico, y el diablo que habría logrado sus fines, estaría agradecido por no haberle puesto obstáculos.
Esta mezcla de simplicidad y astucia, de superstición y razonamiento comercial, entusiasmó a van Helsing, que dijo:
-¡Amigo mío, ese diablo es mucho más inteligente de lo que muchos piensan y sabe cuándo encuentra la horma de su zapato!
El capitán no se mostró descontento por el cumplido, y siguió diciendo:
-Cuando pasamos el Bósforo, los hombres comenzaron a gruñir; algunos de ellos, los rumanos, vinieron a verme y me pidieron que lanzara por la borda una gran caja que había sido embarcada por un anciano de mal aspecto, poco antes de que saliéramos de Londres. Los había visto espiar al sujeto ese y levantar sus dos dedos índices cuando lo veían, para evitar el mal ojo. ¡Vaya! ¡Las supersticiones de esos extranjeros son absolutamente ridículas! Los mandé a que se ocuparan de sus propios asuntos rápidamente, pero como poco después nos encerró la niebla otra vez, sentí en cierto modo que quizá tuvieran un poco de razón, aunque no podría asegurar que fuera nuevamente la gran caja. Bueno, continuamos navegando y, aunque la niebla no nos abandonó durante cinco días, dejé que el viento nos condujera, puesto que si el diablo quería ir a algún sitio… Bueno, no habría de impedírselo. Y si no nos condujo él, pues, echaremos una ojeada de todos modos. En todo caso, tuvimos aguas profundas y una buena travesía durante todo el tiempo, y hace dos días, cuando el sol de la mañana pasó entre la niebla, descubrimos que estábamos en el río, justamente frente a Galatz. Los rumanos estaban furiosos y deseaban que, ya fuera con mi consentimiento o sin él, se arrojara la gran caja por encima de la borda, al río. Tuve que discutir un poco con ellos, con una barra en la mano, y cuando el último de ellos abandonó el puente con la cabeza entre las manos, había logrado convencerlos de que con mal ojo o no, las propiedades de mis patrones se encontraban mucho mejor a bordo de mi barco que en el fondo del Danubio. Habían subido la caja a la cubierta, disponiéndose a arrojarla al agua, y como estaba marcada Galatz vía Varna, pensé que lo mejor sería dejarla allí, hasta que la descargáramos en el puerto y nos liberáramos de ella de todos modos. No hicimos mucho trabajo durante ese día, pero por la mañana, una hora antes de la salida del sol, un hombre llegó a bordo con una orden escrita en inglés y que le había sido enviada de Londres, para recibir una caja que iba marcada para cierto conde Drácula.
Naturalmente, todo estaba preparado para que se la llevara. Tenía los papeles en regla y me vi contento de deshacerme de esa maldita caja, puesto que yo mismo comenzaba a sentirme inquieto a causa de ella. Si el diablo tenía algún equipaje a bordo, estaba convencido de que solamente podría tratarse de aquella caja.
-¿Cómo se llamaba el hombre que se llevó esa caja? -preguntó el doctor van Helsing, dominando su ansiedad.
-¡Voy a decírselo enseguida! -respondió y, bajando a su camarote, nos mostró un recibo firmado por "Immanuel Hildesheim". La dirección era Burgenstrasse 16.
Descubrimos que eso era todo lo que conocía el capitán, de modo que le dimos las gracias, y nos fuimos.
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