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Resumen del libro Drácula, de Abraham Stoker (página 11)


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-Hay aquí varias personas que se levantarían entre usted y la muerte. No debe usted morir de ninguna manera, y menos todavía por su propia mano. En tanto el otro, que ha intoxicado la dulzura de su vida, no haya muerto, no debe usted tampoco morir; porque si existe él todavía entre los muertos vivos, la muerte de usted la convertiría exactamente en lo mismo que es él. ¡No! ¡Debe usted vivir! Debe luchar y esforzarse por vivir, ya que la muerte sería un horror indecible. Debe usted luchar contra la muerte, tanto si le llega a usted en medio de la tristeza o de la alegría; de día o de noche; a salvo o en peligro. ¡Por la salvación de su alma le ruego que no muera y que ni siquiera piense en la muerte, en tanto ese monstruo no haya dejado de existir!

Mi pobre y adorada esposa se puso pálida como un cadáver y se estremeció violentamente, como había visto que se estremecían las arenas movedizas cuando alguien caía entre ellas. Todos guardábamos silencio; nada podíamos hacer. Finalmente, Mina se calmó un poco, se volvió hacia el profesor y dijo con dulzura, aunque con una infinita tristeza, mientras el doctor van Helsing le tomaba la mano:

-Le prometo, amigo mío, que si Dios permite que siga viviendo, yo me esforzaré en hacerlo, hasta que, si es su voluntad, este horror haya concluido para mí.

Ante tan buena y valerosa actitud, todos sentimos que nuestros corazones se fortalecían, disponiéndonos a trabajar y a soportarlo todo por ella. Y comenzamos a deliberar sobre qué era lo que debíamos hacer. Le dije a Mina que tenía que guardar todos los documentos en la caja fuerte y todos los papeles, diarios o cilindros de fonógrafo que pudiéramos utilizar más adelante, y que debería encargarse de tenerlo todo en orden, como lo había hecho antes, Vi que le agradaba la perspectiva de tener algo que hacer… si el verbo "agradar" puede emplearse, con relación a un asunto tan horrendo.

Como de costumbre, van Helsing nos había tomado la delantera a todos, y estaba preparado con un plan exacto para nuestro trabajo.

-Es quizá muy conveniente el hecho de que cuando visitamos Carfax decidiéramos no tocar las cajas de tierra que allí había -dijo-. Si lo hubiéramos hecho, el conde podría adivinar cuáles eran nuestras intenciones y, sin duda alguna, hubiera tomado las disposiciones pertinentes, de antemano, para frustrar un esfuerzo semejante en lo que respecta a las otras cajas, pero, ahora, no conoce nuestras intenciones.

Además, con toda probabilidad no sabe que tenemos el poder de esterilizar sus refugios, de tal modo que no pueda volver a utilizarlos. Hemos avanzado tanto en nuestros conocimientos sobre la disposición de esas cajas, que cuando hayamos visitado la casa de Piccadilly, podremos seguir el rastro a las últimas de las cajas. Por consiguiente, el día de hoy es nuestro, y en él reposan nuestras esperanzas. El sol que se eleva sobre nosotros, en medio de nuestra tristeza, nos guía en su curso. Hasta que se ponga el astro rey, esta noche, el monstruo deberá conservar la forma que ahora tiene. Está confinado en las limitaciones de su envoltura terrestre. No puede convertirse en aire, ni desaparecer, pasando por agujeros, orificios, rendijas ni grietas. Para pasar por una puerta, tiene que abrirla, como todos los mortales. Por consiguiente, tenemos que encontrar en este día todos sus refugios, para esterilizarlos. Entonces, si todavía no lo hemos atrapado y destruido, tendremos que hacerlo caer en alguna trampa, en algún lugar en el que su captura y aniquilación resulten seguras, en tiempo apropiado.

En ese momento me puse en pie, debido a que no me era posible contenerme al pensar que los segundos y los minutos que estaban cargados con la vida preciosa de mi adorada Mina y con su felicidad, estaban pasando, puesto que mientras hablábamos, era imposible que emprendiéramos ninguna acción. Pero van Helsing levantó una mano, conteniéndome.

-No, amigo Jonathan -me dijo-. En este caso, el camino más rápido para llegar a casa es el más largo, como dicen ustedes. Tendremos que actuar todos, con una rapidez desesperada, cuando llegue el momento de hacerlo. Pero creo que la clave de todo este asunto se encuentra, con toda probabilidad, en su casa de Piccadilly. El conde debe haber adquirido varias casas, y debemos tener de todas ellas las facturas de compra, las llaves y diversas otras cosas. Tendrá papel en que escribir y su libreta de cheques. Hay muchas cosas que debe tener en alguna parte y, ¿por qué no en ese lugar central, tan tranquilo, al que puede entrar o del que puede salir, por delante o por detrás, en todo momento, de tal modo que en medio del intenso tráfico, no haya nadie que se fije siquiera en él? Debemos ir allá y registrar esa casa y, cuando sepamos lo que contiene, haremos lo que nuestro amigo Arthur diría, refiriéndose a la caza: "detendremos las tierras", para perseguir a nuestro viejo zorro. ¿Les parece bien?

-¡Entonces, vamos inmediatamente! -grité-. ¡Estamos perdiendo un tiempo que nos es precioso!

El profesor no se movió, sino que se limitó a decir:

-¿Y cómo vamos a poder entrar a esa casa de Piccadilly?

-¡De cualquier modo! -exclamé-. Por efracción, si es necesario.

-Y la policía de ustedes, ¿dónde estará y qué dirá?

Estaba desesperado, pero sabía que, si esperaba, tenía una buena razón para hacerlo. Por consiguiente, dije, con toda la calma de que fui capaz:

-No espere más de lo que sea estrictamente necesario. Estoy seguro de que se da perfectamente cuenta de la tortura a que estoy siendo sometido.

-¡Puede estar seguro de ello, amigo mío! Y créame que no tengo ningún deseo de añadir todavía mas sufrimiento al que ya está soportando. Pero tenemos que pensar antes de actuar, hasta el momento en que todo el mundo esté en movimiento. Entonces llegará el momento oportuno para entrar en acción. He reflexionado mucho, y me parece que el modo más simple es el mejor de todos. Deseamos entrar a la casa, pero no tenemos llave. ¿No es así?

Asentí.

-Supongamos ahora que usted fuera realmente el dueño de la casa, que hubiera perdido la llave y que no tuviera conciencia de delincuente, puesto que estaría en su derecho… ¿Qué haría?

-Buscaría a un respetable cerrajero, y lo pondría a trabajar, para que me franqueara la entrada.

-Pero, la policía intervendría, ¿no es así?

-¡No! No intervendría, sabiendo que el cerrajero estaba trabajando para el dueño de la casa.

-Entonces -me miró fijamente, al tiempo que continuaba -, todo lo que estará en duda es la conciencia y la opinión de la policía en cuanto a si es el propietario quien recurrió al cerrajero y la opinión de la policía en cuanto a si el artesano está trabajando o no de acuerdo con las leyes. Su policía debe estar compuesta de hombres cuidadosos e inteligentes, extraordinariamente inteligentes para leer el corazón humano, si es que han de estar seguros de lo que deben hacer. No, no, amigo Jonathan, puede usted ir a abrir las cerraduras de un centenar de casas vacías en su Londres o en cualquier ciudad del mundo, y si lo hace de tal modo que parezca correcto, nadie intervendrá en absoluto. He leído algo sobre un caballero que tenía una hermosa casa en Londres y cuando fue a pasar los meses del verano en Suiza, dejando su casa cerrada, un delincuente rompió una de las ventanas de la parte posterior y entró. Luego se dirigió al frente, abrió las ventanas, levantó las persianas y salió por la puerta principal, ante los mismos ojos de la policía. A continuación, hizo una pública subasta en la casa, la anunció en todos los periódicos y, cuando llegó el día establecido, vendió todas las posesiones del caballero que se encontraba fuera. Luego, fue a ver a un constructor y le vendió la casa, estableciendo el acuerdo de que debería derribarla y retirar todos los escombros antes de una fecha determinada. Tanto la policía como el resto de las autoridades inglesas lo ayudaron todo lo que pudieron. Cuando el verdadero propietario regresó de Suiza encontró solamente un solar vacío en el lugar en que había estado su casa. Ese delito fue llevado a cabo en régle, y nuestro trabajo debe llevarse a cabo también en régle. No debemos ir tan temprano que los policías sospechen de nuestros actos; por el contrario, debemos ir después de las diez de la mañana, cuando haya muchos agentes en torno nuestro, y nos comportaremos como si fuéramos realmente los propietarios de la casa.

No pude dejar de comprender que tenía toda la razón y hasta la terrible desesperación reflejada en el rostro de Mina se suavizó un poco, debido a las esperanzas que cabía abrigar en un consejero tan bueno. Van Helsing continuó:

-Una vez dentro de la casa, podemos encontrar más indicios y, de todos modos, alguno de nosotros podrá quedarse allá, mientras los demás van a visitar los otros lugares en los que se encuentran otras cajas de tierra… en Bermondsey y en Mile End.

Lord Godalming se puso en pie.

-Puedo serles de cierta utilidad en este caso -dijo-. Puedo ponerme en comunicación con los míos para conseguir caballos y carretas en cuanto sea necesario.

-Escuche, amigo mío -intervino Morris-, es una buena idea el tenerlo todo dispuesto para el caso de que tengamos que retroceder apresuradamente a caballo, pero, ¿no cree usted que cualquiera de sus vehículos, con sus adornos heráldicos, atraería demasiado la atención para nuestros fines, en cualquier camino lateral de Walworth o de Mile End? Me parece que será mejor que tomemos coches de alquiler cuando vayamos al sur o al oeste; e incluso dejarlos en algún lugar cerca del punto a que nos dirigimos.

-¡El amigo Quincey tiene razón! -dijo el profesor -. Su cabeza está, como se dice, al ras del horizonte. Vamos a llevar a cabo un trabajo delicado y no es conveniente que la gente nos observe, si es posible evitarlo.

Mina se interesaba cada vez más en todos los detalles y yo me alegraba de que las exigencias de esos asuntos contribuyeran a hacerla olvidar la terrible experiencia que había tenido aquella noche. Estaba extremadamente pálida…, casi espectral y tan delgada que sus labios estaban retirados, haciendo que los dientes resaltaran en cierto modo. No mencioné nada, para evitar causarle un profundo dolor, pero sentí que se me helaba la sangre en las venas al pensar en lo que le había sucedido a la pobre Lucy, cuando el conde le había sorbido la sangre de sus venas. Todavía no había señales de que los dientes comenzaran a agudizarse, pero no había pasado todavía mucho tiempo y había ocasión de temer.

Cuando llegamos a la discusión de la secuencia de nuestros esfuerzos y de la disposición de nuestras fuerzas, hubo nuevas dudas. Finalmente, nos pusimos de acuerdo en que antes de ir a Piccadilly, teníamos que destruir el refugio que tenía el conde cerca de allí. En el caso de que se diera cuenta demasiado pronto de lo que estábamos haciendo, debíamos estar ya adelantados en nuestro trabajo de destrucción, y su presencia, en su forma natural y en el momento de mayor debilidad, podría facilitarnos todavía más indicaciones útiles.

En cuanto a la disposición de nuestras fuerzas, el profesor sugirió que, después de nuestra visita a Carfax, debíamos entrar todos a la casa de Piccadilly; que los dos doctores y yo deberíamos permanecer allí, mientras Quincey y lord Godalming iban a buscar los refugios de Walworth y Mile End y los destruían. Era posible, aunque no probable, que el conde apareciera en Piccadilly durante el día y, en ese caso, estaríamos en condiciones de acabar con él allí mismo. En todo caso, estaríamos en condiciones de seguirlo juntos. Yo objeté ese plan, en lo relativo a mis movimientos, puesto que pensaba quedarme a cuidar a Mina; creía que estaba bien decidido a ello; pero ella no quiso escuchar siquiera esa objeción. Dijo que era posible que se presentara algún asunto legal en el que yo pudiera resultar útil; que entre los papeles del conde podría haber algún indicio que yo pudiera interpretar debido a mi estancia en Transilvania y que de todos modos, debíamos emplear todas las fuerzas de que disponíamos para enfrentarnos al tremendo poder del monstruo. Tuve que ceder, debido a que Mina había tomado su resolución al respecto; dijo que su última esperanza era que pudiéramos trabajar todos juntos.

-En cuanto a mí -dijo-, no tengo miedo. Las cosas han sido ya tan sumamente malas que no pueden ser peores, y cualquier cosa que suceda debe encerrar algún elemento de esperanza o de consuelo. ¡Vete, esposo mío! Dios, si quiere hacerlo, puede ayudarme y defenderme lo mismo si estoy sola que si estoy acompañada por todos ustedes.

Por consiguiente, volví a comenzar a dar gritos:

-¡Entonces, en el nombre del cielo, vámonos inmediatamente! ¡Estamos perdiendo el tiempo! El conde puede llegar a Piccadilly antes de lo que pensamos.

-¡De ninguna manera! -dijo van Helsing, levantando una mano.

-¿Por qué no? -inquirí.

-¿Olvida usted que anoche se dio un gran banquete y que, por consiguiente, dormirá hasta una hora muy avanzada? -dijo, con una sonrisa.

¡No lo olvidé! ¿Lo olvidaré alguna vez…, podré llegar a olvidarlo? ¿Podrá alguno de nosotros olvidar alguna vez esa terrible escena? Mina hizo un poderoso esfuerzo para no perder el control, pero el dolor la venció y se cubrió el rostro con ambas manos, estremeciéndose y gimiendo. Van Helsing no había tenido la intención de recordar esa terrible experiencia. Sencillamente, se había olvidado de ella y de la parte que había tenido, debido a su esfuerzo mental. Cuando comprendió lo que acababa de decir, se horrorizó a causa de su falta de tacto y se esforzó en consolar a mi esposa.

-¡Oh, señora Mina! -dijo-. ¡No sabe cómo siento que yo, que la respeto tanto, haya podido decir algo tan desagradable! Mis estúpidos y viejos labios y mi inútil cabeza no merecen su perdón; pero lo olvidará, ¿verdad?

El profesor se inclinó profundamente junto a ella, al tiempo que hablaba. Mina le tomó la mano y, mirándolo a través de un velo de lágrimas, le dijo, con voz ronca:

-No, no debo olvidarlo, puesto que es justo que lo recuerde; además, en medio de todo ello hay muchas cosas de usted que son muy dulces, debo recordarlo todo. Ahora, deben irse pronto todos ustedes. El desayuno está preparado y debemos comer todos algo, para estar fuertes.

El desayuno fue una comida extraña para todos nosotros. Tratamos de mostrarnos alegres y de animarnos unos a otros y Mina fue la más alegre y valerosa de todos. Cuando concluimos, van Helsing se puso en pie y dijo:

-Ahora, amigos míos, vamos a ponernos en marcha para emprender nuestra terrible tarea. ¿Estamos armados todos, como lo estábamos el día en que fuimos por primera vez a visitar juntos el refugio de Carfax, armados tanto contra los ataques espirituales como contra los físicos?

Todos asentimos.

-Muy bien. Ahora, señora Mina, está usted aquí completamente a salvo hasta la puesta del sol y yo volveré antes de esa hora…, sí… ¡Volveremos todos! Pero, antes de que nos vayamos quiero que esté usted armada contra los ataques personales. Yo mismo, mientras estaba usted fuera, he preparado su habitación, colocando cosas que sabemos que le impiden al monstruo la entrada. Ahora, déjeme protegerla a usted misma. En su frente, le pongo este fragmento de la Sagrada Hostia, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del…

Se produjo un grito de terror que casi heló la sangre en nuestras venas. Cuando el profesor colocó la Hostia sobre la frente de Mina, la había traspasado…, había quemado la frente de mi esposa, como si se tratara de un metal al rojo vivo. Mi pobre Mina comprendió inmediatamente el significado de aquel acto, al mismo tiempo que su sistema nervioso recibía el dolor físico, y los dos sentimientos la abrumaron tanto que fueron expresados en aquel terrible grito. Pero las palabras que acompañaban a su pensamiento llegaron rápidas. Todavía no había cesado completamente el eco de su grito, cuando se produjo la reacción, y se desplomó de rodillas al suelo, humillándose.

Se echó su hermoso cabello sobre el rostro, como para cubrirse la herida, y exclamó:

-¡Sucia! ¡Sucia! ¡Incluso el Todopoderoso castiga mi carne corrompida! ¡Tendré que llevar esa marca de vergüenza en la frente hasta el Día del Juicio Final!

Todos guardaron silencio. Yo mismo me había arrojado a su lado, en medio de una verdadera agonía, sintiéndome impotente, y, rodeándola con mis brazos, la mantuve fuertemente abrazada a mí. Durante unos minutos, nuestros corazones angustiados batieron al unísono, mientras que los amigos que se encontraban cerca de nosotros, volvieron a otro lado sus ojos arrasados de lágrimas. Entonces, van Helsing se volvió y dijo gravemente, en tono tan grave que no pude evitar el pensar que estaba siendo inspirado en cierto modo, y estaba declarando algo que no salía de él mismo:

-Es posible que tenga usted que llevar esa marca hasta que Dios mismo lo disponga o para que la vea durante el Juicio Final, cuando enderece todos los errores de la tierra y de Sus hijos que ha colocado en ella. Y mi querida señora Mina, ¡deseo que todos nosotros, que la amamos, podamos estar presentes cuando esa cicatriz rojiza desaparezca, dejando su frente tan limpia y pura como el corazón que todos conocemos!. Ya que estoy tan seguro como de que estoy vivo de que esa cicatriz desaparecerá en cuanto Dios disponga que concluya de pesar sobre nosotros la carga que nos abruma. Hasta entonces, llevaremos nuestra cruz como lo hizo Su Hijo, obedeciendo Su voluntad. Es posible que seamos instrumentos escogidos de Su buena voluntad y que obedezcamos a Su mandato entre estigmas y vergüenzas; entre lágrimas y sangre; entre dudas y temores, y por medio de todo lo que hace que Dios y los hombres seamos diferentes.

Había esperanza en sus palabras y también consuelo. Además, nos invitaban a resignarnos. Mina y yo lo comprendimos así y, simultáneamente, tomamos cada uno de nosotros una de las manos del anciano y se la besamos humildemente. Luego, sin pronunciar una sola palabra, todos nos arrodillamos juntos y, tomándonos de la mano, juramos ser sinceros unos con otros y pedimos ayuda y guía en la terrible tarea que nos esperaba. Todos los hombres nos esforzamos en retirar de Mina el velo de profunda tristeza que la cubría, debido a que todos, cada quien a su manera, la amábamos.

Era ya hora de partir. Así pues, me despedí de Mina, de una manera tal que ninguno de nosotros podremos olvidarla hasta el día de nuestra muerte, y nos fuimos. Había algo para lo que estaba ya preparado: si descubríamos finalmente que Mina resultaba un vampiro, entonces, no debería ir sola a aquella tierra terrible y desconocida. Supongo que era así como en la antigüedad un vampiro se convertía en muchos; sólo debido a que sus horribles cuerpos debían reposar en tierra santa, asimismo el amor más sagrado era el mejor sargento para el reclutamiento de su ejército espectral.

Entramos en Carfax sin dificultad y encontramos todo exactamente igual que la primera vez que estuvimos en la casona. Era difícil creer que entre aquel ambiente prosaico de negligencia, polvo y decadencia, pudiera haber una base para un horror como el que ya conocíamos. Si nuestras mentes no estuvieran preparadas ya y si no nos espolearan terribles recuerdos, no creo que hubiéramos podido llevar a cabo nuestro cometido. No encontramos papeles ni ningún signo de uso en la casa, y en la vieja capilla, las grandes cajas parecían estar exactamente igual que como las habíamos visto la última vez. El doctor van Helsing nos dijo solemnemente, mientras permanecíamos en pie ante ellas:

-Ahora, amigos míos, tenemos aquí un deber que cumplir. Debemos esterilizar esta tierra, tan llena de sagradas reliquias, que la han traído desde tierras lejanas para poder usarla. Ha escogido esta tierra debido a que ha sido bendecida. Por consiguiente, vamos a derrotarlo con sus mismas armas, santificándola todavía más. Fue santificada para el uso del hombre, y ahora vamos a santificarla para Dios.

Mientras hablaba, sacó del bolsillo un destornillador y una llave y, muy pronto, la tapa de una de las cajas fue levantada. La tierra tenía un olor desagradable, debido al tiempo que había estado encerrada, pero eso no pareció importarnos a ninguno de nosotros, ya que toda nuestra atención estaba concentrada en el profesor. Sacando del bolsillo un pedazo de la Hostia Sagrada, lo colocó reverentemente sobre la tierra y, luego, volviendo a colocar la tapa en su sitio, comenzó a ponerle otra vez los tornillos.

Nosotros lo ayudamos en su trabajo.

Una después de otra, hicimos lo mismo con todas las grandes cajas y, en apariencia, las dejamos exactamente igual que como las habíamos encontrado, pero en el interior de cada una de ellas había un pedazo de Hostia. Cuando cerramos la puerta a nuestras espaldas, el profesor dijo solemnemente:

-Este trabajo ha terminado. Es posible que logremos tener el mismo éxito en los demás lugares, y así, quizá para cuando el sol se ponga hoy, la frente de la señora Mina esté blanca como el marfil y sin el estigma.

Al pasar sobre el césped, en camino hacia la estación, para tomar el tren, vimos la fachada del asilo. Miré ansiosamente, y en la ventana de nuestra habitación vi a Mina.

La saludé con la mano y le dirigí un signo de asentimiento para darle a entender que nuestro trabajo allí había concluido satisfactoriamente. Ella me hizo una señal en respuesta, para indicarme que había comprendido. Lo último que vi de ella fue que me saludaba con la mano. Buscamos la estación con el corazón lleno de tristeza y tomamos el tren apresuradamente, debido a que para cuando llegamos ya estaba junto al andén de la estación, disponiéndose a ponerse nuevamente en marcha. He escrito todo esto en el tren.

Piccadilly, las doce y media en punto. Poco antes de que llegáramos a Fenchurch Street, lord Godalming me dijo:

-Quincey y yo vamos a buscar un cerrajero. Será mejor que no venga usted con nosotros, por si se presenta alguna dificultad, ya que, en las circunstancias actuales, no sería demasiado malo para nosotros el irrumpir en una casa desocupada. Pero usted es abogado, y la Incorporated Law Society puede decirle que debía haber sabido a qué atenerse.

Yo protesté, porque no deseaba dejar de compartir con ellos ningún peligro, pero él continuó diciendo:

-Además, atraeremos mucho menos la atención si no somos demasiados. Mi título me ayudará mucho para contratar al cerrajero y para entendérmelas con cualquier policía que pueda encontrarse en las cercanías. Será mejor que vaya usted con Jack y el profesor y que se queden en Green Park, en algún lugar desde el que puedan ver la casa, y cuando vean que la puerta ha sido abierta y que el cerrajero se ha ido, acudan. Los estaremos esperando y les abriremos la puerta en cuanto lleguen.

-¡El consejo es bueno! -dijo van Helsing.

Por consiguiente no discutimos más del asunto. Godalming y Morris se adelantaron en un coche de alquiler y los demás los seguimos en otro. En la esquina de Arlington Street, nuestro grupo descendió del vehículo y nos internamos en Green Park.

Mi corazón latió con fuerza cuando vi la casa en que estaban centradas nuestras esperanzas y que sobresalía, siniestra y silenciosa, en condiciones de abandono, entre los edificios más alegres y llenos de vida del vecindario. Nos sentamos en un banco, a la vista de la casa y comenzamos a fumar unos cigarros puros, con el fin de atraer lo menos posible la atención. Los minutos nos parecieron eternos, mientras esperábamos la llegada de los demás.

Finalmente, vimos un coche de cuatro ruedas que se detenía cerca. De él se apearon tranquilamente lord Godalming y Morris y del pescante descendió un hombre rechoncho vestido con ropas de trabajo, que llevaba consigo una caja con las herramientas necesarias para su cometido. Morris le pagó al cochero, que se tocó el borde de la gorra y se alejó. Ascendieron juntos los escalones y lord Godalming le dijo al obrero qué era exactamente lo que deseaba que hiciera. El trabajador se quitó la chaqueta, la colocó tranquilamente sobre la barandilla del porche y le dijo algo a un agente de policía que acertó a pasar por allí en ese preciso momento. El policía asintió, y el hombre se arrodilló, colocando la caja de herramientas a su lado. Después de buscar entre sus útiles de trabajo, sacó varias herramientas que colocó en orden a su lado.

Luego, se puso en pie, miró por el ojo de la cerradura, sopló y, volviéndose hacia nuestros amigos, les hizo algunas observaciones. Lord Godalming sonrió y el hombre levantó un manojo de llaves; escogió una de ellas, la metió en la cerradura y comenzó a probarla, como si estuviera encontrando a ciegas el camino. Después de cierto tiempo, probó una segunda y una tercera llaves. De pronto, al empujar la puerta el empleado un poco, tanto él como nuestros dos amigos entraron en el vestíbulo. Permanecimos inmóviles, mientras mi cigarro ardía furiosamente y el de van Helsing, al contrario, se apagaba. Esperamos pacientemente hasta que vimos al cerrajero salir con su caja de herramientas. Luego, mantuvo la puerta entreabierta, sujetándola con las rodillas, mientras adaptaba una llave a la cerradura. Finalmente, le tendió la llave a lord Godalming, que sacó su cartera y le entregó algo. El hombre se tocó el ala del sombrero, recogió sus herramientas, se puso nuevamente la chaqueta y se fue. Nadie observó el desarrollo de aquella maniobra.

Cuando el hombre se perdió completamente de vista, nosotros tres cruzamos la calle y llamamos a la puerta. Esta fue abierta inmediatamente por Quincey Morris, a cuyo lado se encontraba lord Godalming, encendiendo un cigarro puro.

-Este lugar tiene un olor extremadamente desagradable -comentó este último, cuando entramos.

En verdad, la atmósfera era muy desagradable y maloliente, como la vieja capilla de Carfax y, con nuestra experiencia previa, no tuvimos dificultad en comprender que el conde había estado utilizando aquel lugar con toda libertad.

A continuación, nos dedicamos a explorar la casa, y permanecimos todos juntos, en previsión de algún ataque, ya que sabíamos que nos enfrentábamos a un enemigo fuerte, cruel y despiadado y todavía no sabíamos si el conde estaba o no en la casa. En el comedor, que se encontraba detrás del vestíbulo, encontramos ocho cajas de tierra.

¡Ocho de las nueve que estábamos buscando! Nuestro trabajo no estaba todavía terminado ni lo estaría en tanto no encontráramos la caja que faltaba. Primeramente, abrimos las contraventanas que daban a un patio cercado con muros de piedra, en cuyo fondo había unas caballerizas encaladas, que tenían el aspecto de una pequeña casita.

No había ventanas, de modo que no teníamos miedo de que nos vieran. No perdimos el tiempo examinando los cajones. Con las herramientas que habíamos llevado con nosotros, abrimos las cajas, una por una, e hicimos exactamente lo mismo que habíamos hecho con las que estaban en la vieja capilla. Era evidente que el conde no se hallaba en la casa en esos momentos, y registramos todo el edificio, buscando alguno de sus efectos. Después de examinar rápidamente todas las habitaciones, desde la planta baja al ático, llegamos a la conclusión de que en el comedor debían encontrarse todos los efectos que pertenecían al conde y, por consiguiente, procedimos a examinarlo todo con extremo cuidado. Se encontraban todos en una especie de desorden ordenado en el centro de la gran mesa del comedor. Había títulos de propiedad de la casa de Piccadilly en un montoncito; facturas de la compra de las casas de Mile End y Bermondsey; papel para escribir, sobres, plumas y tinta. Todo estaba envuelto en papel fino, para preservarlo del polvo. Había también un cepillo para la ropa, un cepillo y un peine y una jofaina… Esta última contenía agua sucia, enrojecida, como si tuviera sangre. Lo último de todo era un llavero con llaves de todos los tamaños y formas, probablemente las que pertenecían a las otras casas. Cuando examinamos aquel último descubrimiento, lord Godalming y Quincey Morris tomaron notas sobre las direcciones de las casas al este y al sur, tomaron consigo las llaves y se pusieron en camino para destruir las cajas en aquellos lugares. El resto de nosotros estamos, con toda la paciencia posible, esperando su regreso…, o la llegada del conde.

Del diario del doctor Seward

3 de octubre. El tiempo nos pareció extremadamente largo, mientras esperábamos a lord Godalming y a Quincey Morris. El profesor trataba de mantenernos distraídos, utilizando nuestras mentes sin descanso. Comprendí perfectamente cuál era el benéfico objetivo que perseguía con ello, por las miradas que lanzaba de vez en cuando a Harker. El pobre hombre está abrumado por una tristeza que da dolor. Anoche era un hombre franco, de aspecto alegre, de rostro joven y fuerte, lleno de energía y con el cabello de color castaño oscuro. Hoy, parece un anciano macilento y enjuto, cuyo cabello blanco se adapta muy bien a sus ojos brillantes y profundamente hundidos en sus cuencas y con sus rasgos faciales marcados por el dolor. Su energía permanece todavía intacta, en realidad, es como una llama viva. Eso puede ser todavía su salvación, puesto que, si todo sale bien, le hará remontar el período de desesperación; entonces, en cierto modo, volverá a despertar a las realidades de la vida. ¡Pobre tipo! Pensaba que mi propia desesperación y mis problemas eran suficientemente graves; pero, ¡esto…! El profesor lo comprende perfectamente y está haciendo todo lo que está en su mano por mantenerlo activo. Lo que estaba diciendo era, bajo las circunstancias, de un interés extraordinario. Estas fueron más o menos sus palabras:

-He estado estudiando, de manera sistemática y repetida, desde que llegaron a mis manos, todos los documentos relativos a ese monstruo, y cuanto más lo he examinado tanto mayor me parece la necesidad de borrarlo de la faz de la tierra. En todos los papeles hay señales de su progreso; no solamente de su poder, sino también de su conocimiento de ello. Como supe, por las investigaciones de mi amigo Arminius de Budapest, era, en vida, un hombre extraordinario. Soldado, estadista y alquimista…, cuyos conocimientos se encontraban entre los más desarrollados de su época. Poseía una mente poderosa, conocimientos incomparables y un corazón que no conocía el temor ni el remordimiento. Se permitió incluso asistir a la Escolomancia, y no hubo ninguna rama del saber de su tiempo que no hubiera ensayado. Bueno, en él, los poderes mentales sobrevivieron a la muerte física, aunque parece que la memoria no es absolutamente completa. Respecto a algunas facultades mentales ha sido y es como un niño, pero está creciendo y ciertas cosas que eran infantiles al principio, son ahora de estatura de hombre. Está experimentando y lo está haciendo muy bien, y a no ser porque nos hemos cruzado en su camino, podría ser todavía, o lo será si fracasamos, el padre o el continuador de seres de un nuevo orden, cuyos caminos conducen a través de la muerte, no de la vida.

Harker gruñó, y dijo:

-¡Y todo eso va dirigido contra mi adorada esposa! Pero, ¿cómo está experimentando? ¡El conocimiento de eso puede ayudarnos a destruirlo!

-Desde su llegada, ha estado ensayando sus poderes sin cesar, lenta y seguramente; su gran cerebro infantil está trabajando, puesto que si se hubiera podido permitir ensayar ciertas cosas desde un principio, hace ya mucho tiempo que estarían dentro de sus poderes. Sin embargo, desea triunfar, y un hombre que tiene ante sí varios siglos de existencia puede permitirse esperar y actuar con lentitud. Festina lente puede ser muy bien su lema.

-No lo comprendo -dijo Harker cansadamente-. Sea más explícito, por favor. Es posible que el sufrimiento y las preocupaciones estén oscureciendo mi entendimiento.

El profesor le puso una mano en el hombro, y le dijo:

-Muy bien, amigo mío, voy a ser más explícito. ¿No ve usted cómo, últimamente, ese monstruo ha adquirido conocimientos de manera experimental? Ha estado utilizando al paciente zoófago para lograr entrar en la casa del amigo John. El vampiro, aunque después puede entrar tantas veces como lo desee, al principio solamente puede entrar en un edificio si alguno de los habitantes así se lo pide. Pero esos no son sus experimentos más importantes. ¿No vimos que al principio todas esas pesadas cajas de tierra fueron desplazadas por otros? No sabía entonces a qué atenerse, pero, a continuación, todo cambió. Durante todo este tiempo su cerebro infantil se ha estado desarrollando, y comenzó a pensar en si no podría mover las cajas él mismo. Por consiguiente, más tarde, cuando descubrió que no le era difícil hacerlo, trató de desplazarlas solo, sin ayuda de nadie. Así progresó y logró distribuir sus tumbas, de tal modo, que sólo él conoce ahora el lugar en donde se encuentran. Es posible que haya pensado en enterrar las cajas profundamente en el suelo de tal manera que solamente las utilice durante la noche o en los momentos en que puede cambiar de forma; le resulta igualmente conveniente, ¡y nadie puede saber donde se encuentran sus escondrijos! ¡Pero no se desesperen, amigos míos, adquirió ese conocimiento demasiado tarde! Todos los escondrijos, excepto uno, deben haber sido esterilizados ya, y antes de la puesta del sol lo estarán todos. Entonces, no le quedará ningún lugar donde poder esconderse. Me retrasé esta mañana para estar seguro de ello. ¿No ponemos en juego nosotros algo mucho más preciado que él? Entonces, ¿por qué no somos más cuidadosos que él? En mi reloj veo que es ya la una y, si todo marcha bien, nuestros amigos Arthur y Quincey deben estar ya en camino para reunirse con nosotros. Hoy es nuestro día y debemos avanzar con seguridad, aunque lentamente y aprovechando todas las oportunidades que se nos presenten. ¡Vean! Seremos cinco cuando regresen nuestros dos amigos ausentes.

Mientras hablábamos, nos sorprendimos mucho al escuchar una llamada en la puerta principal de la casona: la doble llamada del repartidor de mensajes telegráficos.

Todos salimos al vestíbulo al mismo tiempo, y van Helsing, levantando la mano hacia nosotros para que guardáramos silencio, se dirigió hacia la puerta y la abrió. Un joven le tendió un telegrama. El profesor volvió a cerrar la puerta y, después de examinar la dirección, lo abrió y leyó en voz alta: "Cuidado con D. Acaba de salir apresuradamente de Carfax en este momento, a las doce cuarenta y cinco, y se ha dirigido rápidamente hacia el sur. Parece que está haciendo una ronda y es posible que desee verlos a ustedes. Mina."

Se produjo una pausa, que fue rota por la voz de Jonathan Harker.

-¡Ahora, gracias a Dios, pronto vamos a encontrarnos! Van Helsing se volvió rápidamente hacia él, y le dijo:

-Dios actuará a su modo y en el momento que lo estime conveniente. No tema ni se alegre todavía, puesto que lo que deseamos en este momento puede significar nuestra destrucción.

-Ahora no me preocupa nada -dijo calurosamente-, excepto el borrar a esa bestia de la faz de la tierra. ¡Sería capaz de vender mi alma por lograrlo!

-¡No diga usted eso, amigo mío! -dijo van Helsing-. Dios en su sabiduría no compra almas, y el diablo, aunque puede comprarlas, no cumple su palabra. Pero Dios es misericordioso y justo, y conoce su dolor y su devoción hacia la maravillosa señora Mina, su esposa. No temamos ninguno de nosotros; todos estamos dedicados a esta causa, y el día de hoy verá su feliz término. Llega el momento de entrar en acción; hoy, ese vampiro se encuentra limitado con los poderes humanos y, hasta la puesta del sol, no puede cambiar. Tardará cierto tiempo en llegar… Es la una y veinte…, y deberá pasar un buen rato antes de que llegue. Lo que debemos esperar ahora es que lord Arthur y Quincey lleguen antes que él.

Aproximadamente media hora después de que recibiéramos el telegrama de la señora Harker, oímos un golpe fuerte y resuelto en la puerta principal, similar al que darían cientos de caballeros en cualquier puerta. Nos miramos y nos dirigimos hacia el vestíbulo; todos estábamos preparados para usar todas las armas de que disponíamos…, las espirituales en la mano izquierda y las materiales en la derecha. Van Helsing retiró el pestillo y, manteniendo la puerta entornada, dio un paso hacia atrás, con las dos manos dispuestas para entrar en acción. La alegría de nuestros corazones debió reflejarse claramente en nuestros rostros cuando vimos cerca de la puerta a lord Godalming y a Quincey Morris. Entraron rápidamente, y cerraron la puerta tras ellos, y el último de ellos dijo, al tiempo que avanzábamos todos por el vestíbulo:

-Todo está arreglado. Hemos encontrado las dos casas. ¡Había seis cajas en cada una de ellas, y las hemos destruido todas!

-¿Las han destruido? -inquirió el profesor.

-¡Para él!

Guardamos silencio unos momentos y, luego, Quincey dijo:

-No nos queda más que esperar aquí. Sin embargo, si no llega antes de las cinco de la tarde, tendremos que irnos, puesto que no podemos dejar sola a la señora Harker después de la puesta del sol.

-Ya no tardará mucho en llegar aquí -dijo van Helsing, que había estado consultando su librito de notas-. Nota bene. En el telegrama de la señora Harker decía que había salido de Carfax hacia el sur, lo cual quiere decir que tenía que cruzar el río y solamente podría hacerlo con la marea baja, o sea, poco antes de la una. El hecho de que se haya dirigido hacia el sur tiene cierto significado para nosotros. Todavía sospecha solamente, y fue de Carfax al lugar en donde menos puede sospechar que pueda encontrar algún obstáculo. Deben haber estado ustedes en Bermondse y muy poco rato antes que él. El hecho de que no haya llegado aquí todavía demuestra que fue antes a Mile End. En eso se tardará algún tiempo, puesto que tendrá que volver a cruzar el río de algún modo. Créanme, amigos míos, que ahora ya no tendremos que esperar mucho rato. Tenemos que tener preparado algún plan de ataque, para que no desaprovechemos ninguna oportunidad. Ya no tenemos tiempo. ¡Tengan todos preparados las armas! ¡Manténganse alerta!

Levantó una mano, a manera de advertencia, al tiempo que hablaba, ya que todos pudimos oír claramente que una llave se introducía suavemente en la cerradura.

No pude menos que admirar, incluso en aquel momento, el modo como un espíritu dominante se afirma a sí mismo. En todas nuestras partidas de caza y aventuras de diversa índole, en varias partes del mundo, Quincey Morris había sido siempre el que disponía los planes de acción y Arthur y yo nos acostumbramos a obedecerle de manera implícita. Ahora, la vieja costumbre parecía renovarse instintivamente. Dando una ojeada rápida a la habitación, estableció inmediatamente nuestro plan de acción y, sin pronunciar ni una sola palabra, con el gesto, nos colocó a todos en nuestros respectivos puestos. Van Helsing, Harker y yo estábamos situados inmediatamente detrás de la puerta, de tal manera que, en cuanto se abriera, el profesor pudiera guardarla, mientras Harker y yo nos colocaríamos entre el recién llegado y la puerta. Godalming detrás y Quincey enfrente, estaban dispuestos a dirigirse a las ventanas, escondidos por el momento donde no podían ser vistos. Esperamos con una impaciencia tal que hizo que los segundos pasaran con una lentitud de verdadera pesadilla. Los pasos lentos y cautelosos atravesaron el vestíbulo… El conde, evidentemente, estaba preparado para una sorpresa o, al menos, la temía.

Repentinamente, con un salto enorme, penetró en la habitación, pasando entre nosotros antes de que ninguno pudiera siquiera levantar una mano para tratar de detenerlo. Había algo tan felino en el movimiento, algo tan inhumano, que pareció despertarnos a todos del choque que nos había producido su llegada. El primero en entrar en acción fue Harker, que, con un rápido movimiento, se colocó ante la puerta que conducía a la habitación del frente de la casa. Cuando el conde nos vio, una especie de siniestro gesto burlón apareció en su rostro, descubriendo sus largos y puntiagudos colmillos; pero su maligna sonrisa se desvaneció rápidamente, siendo reemplazada por una expresión fría de profundo desdén. Su expresión volvió a cambiar cuando, todos juntos, avanzamos hacia él. Era una lástima que no hubiéramos tenido tiempo de preparar algún buen plan de ataque, puesto que en ese mismo momento me pregunté qué era lo que íbamos a hacer. No estaba convencido en absoluto de si nuestras armas letales nos protegerían. Evidentemente, Harker estaba dispuesto a ensayar, puesto que preparó su gran cuchillo kukri y le lanzó al conde un tajo terrible. El golpe era poderoso; solamente la velocidad diabólica de desplazamiento del conde le permitió salir con bien.

Un segundo más y la hoja cortante le hubiera atravesado el corazón. En realidad, la punta sólo cortó el tejido de su chaqueta, abriendo un enorme agujero por el que salieron un montón de billetes de banco y un chorro de monedas de oro. La expresión del rostro del conde era tan infernal que durante un momento temí por Harker, aunque él estaba ya dispuesto a descargar otra cuchillada. Instintivamente, avancé, con un impulso protector, manteniendo el crucifijo y la Sagrada Hostia en la mano izquierda. Sentí que un gran poder corría por mi brazo y no me sorprendí al ver al monstruo que retrocedía ante el movimiento similar que habían hecho todos y cada uno de mis amigos. Sería imposible describir la expresión de odio y terrible malignidad, de ira y rabia infernales, que apareció en el rostro del conde. Su piel cerúlea se hizo verde amarillenta, por contraste con sus ojos rojos y ardientes, y la roja cicatriz que tenía en la frente resaltaba fuertemente, como una herida abierta y palpitante. Un instante después, con un movimiento sinuoso, pasó bajo el brazo armado de Harker, antes de que pudiera éste descargar su golpe, recogió un puñado del dinero que estaba en el suelo, atravesó la habitación y se lanzó contra una de las ventanas. Entre el tintineo de los cristales rotos, cayó al patio, bajo la ventana. En medio del ruido de los cristales rotos, alcancé a oír el ruido que hacían varios soberanos al caer al suelo, sobre el asfalto.

Nos precipitamos hacia la ventana y lo vimos levantarse indemne del suelo.

Ascendió los escalones a toda velocidad, cruzó el patio y abrió la puerta de las caballerizas. Una vez allí, se volvió y nos habló:

-Creen ustedes poder confundirme… con sus rostros pálidos, como las ovejas en el matadero. ¡Ahora van a sentirlo, todos ustedes! Creen haberme dejado sin un lugar en el que poder reposar, pero tengo otros. ¡Mi venganza va a comenzar ahora! Ando por la tierra desde hace siglos y el tiempo me favorece. Las mujeres que todos ustedes aman son mías ya, y por medio de ellas, ustedes y muchos otros me pertenecerán también… Serán mis criaturas, para hacer lo que yo les ordene y para ser mis chacales cuando desee alimentarme. ¡Bah!

Con una carcajada llena de desprecio, pasó rápidamente por la puerta y oímos que el oxidado cerrojo era corrido, cuando cerró la puerta tras él. Una puerta, más allá, se abrió y se cerró nuevamente. El primero de nosotros que habló fue el profesor, cuando, comprendiendo lo difícil que sería perseguirlo por las caballerizas, nos dirigimos hacia el vestíbulo.

-Hemos aprendido algo… ¡Mucho! A pesar de sus fanfarronadas, nos teme; teme al tiempo y teme a las necesidades. De no ser así, ¿por qué iba a apresurarse tanto? El tono mismo de sus palabras lo traicionó, o mis oídos me engañaron, ¿Por qué tomó ese dinero? ¡Van a comprenderme rápidamente! Son ustedes cazadores de una bestia salvaje y lo comprenden. En mi opinión, tenemos que asegurarnos de que no pueda utilizar aquí nada, si es que regresa.

Al hablar, se metió en el bolsillo el resto del dinero; tomó los títulos de propiedad del montoncito en que los había dejado Harker y arrojó todo el resto a la chimenea, prendiéndole fuego con un fósforo.

Godalming y Morris habían salido al patio y Harker se había descolgado por la ventana para seguir al conde. Sin embargo, Drácula había cerrado bien la puerta de las caballerizas, y para cuando pudieron abrirla, ya no encontraron rastro del vampiro. Van Helsing y yo tratamos de investigar un poco en la parte posterior de la casa, pero las caballerizas estaban desiertas y nadie lo había visto salir.

La tarde estaba ya bastante avanzada y no faltaba ya mucho para la puesta del sol. Tuvimos que reconocer que el trabajo había concluido y, con tristeza, estuvimos de acuerdo con el profesor, cuando dijo:

-Regresemos con la señora Mina… Con la pobre señora Harker. Ya hemos hecho todo lo que podíamos por el momento y, al menos, vamos a poder protegerla. Pero es preciso que no desesperemos. No le queda al vampiro más que una caja de tierra y vamos a tratar de encontrarla; cuando lo logremos, todo irá bien.

Comprendí que estaba hablando tan valerosamente como podía para consolar a Harker. El pobre hombre estaba completamente abatido y, de vez en cuando, gemía, sin poder evitarlo… Estaba pensando en su esposa.

Llenos de tristeza, regresamos a mi casa, donde hallamos a la señora Harker esperándonos, con una apariencia de buen humor que honraba su valor y su espíritu de colaboración. Cuando vio nuestros rostros, el suyo propio se puso tan pálido como el de un cadáver: durante uno o dos segundos, permaneció con los ojos cerrados, como si estuviera orando en secreto y, después, dijo amablemente:

-Nunca podré agradecerles bastante lo que han hecho. ¡Oh, mi pobre esposo! -mientras hablaba, tomó entre sus manos la cabeza grisácea de su esposo y la besó-. Apoya tu pobre cabeza aquí y descansa. ¡Todo estará bien ahora, querido! Dios nos protegerá, si así lo desea.

El pobre hombre gruñó. No había lugar para las palabras en medio de su sublime tristeza.

Cenamos juntos sin apetito, y creo que eso nos dio ciertos ánimos a todos. Era quizá el simple calor animal que infunde el alimento a las personas hambrientas, ya que ninguno de nosotros había comido nada desde la hora del desayuno, o es probable que sentir la camaradería que reinaba entre nosotros nos consolara un poco, pero, sea como fuere, el caso es que nos sentimos después menos tristes y pudimos pensar en lo porvenir con cierta esperanza. Cumpliendo nuestra promesa, le relatamos a la señora Harker todo lo que había sucedido, y aunque se puso intensamente pálida a veces, cuando su esposo estuvo en peligro, y se sonrojó otras veces, cuando se puso de manifiesto la devoción que sentía por ella, escuchó todo el relato valerosamente y conservando la calma. Cuando llegamos al momento en que Harker se había lanzado sobre el conde, con tanta decisión, se asió con fuerza del brazo de su marido y permaneció así, como si sujetándole el brazo pudiera protegerlo contra cualquier peligro que hubiera podido correr. Sin embargo, no dijo nada, hasta que la narración estuvo terminada y cuando ya estaba al corriente de todo lo ocurrido hasta aquel preciso momento, entonces, sin soltar la mano de su esposo, se puso en pie y nos habló. No tengo palabras para dar una idea de la escena. Aquella mujer extraordinaria, dulce y buena, con toda la radiante belleza de su juventud y su animación, con la cicatriz rojiza en su frente, de la que estaba consciente y que nosotros veíamos apretando los dientes… al recordar dónde, cuándo y cómo había ocurrido todo; su adorable amabilidad que se levantaba contra nuestro odio siniestro; su fe tierna contra todos nuestros temores y dudas. Y sabíamos que, hasta donde llegaban los símbolos, con toda su bondad, su pureza y su fe, estaba separada de Dios.

-Jonathan -dijo, y la palabra pareció ser música, por el gran amor y la ternura que puso en ella-, mi querido Jonathan y todos ustedes, mis maravillosos amigos, quiero que tengan en cuenta algo durante todo este tiempo terrible. Sé que tienen que luchar…, que deben destruir incluso, como destruyeron a la falsa Lucy, para que la verdadera pudiera vivir después; pero no es una obra del odio. Esa pobre alma que nos ha causado tanto daño, es el caso más triste de todos. Imaginen ustedes cuál será su alegría cuando él también sea destruido en su peor parte, para que la mejor pueda gozar de la inmortalidad espiritual. Deben tener también piedad de él, aun cuando esa piedad no debe impedir que sus manos lleven a cabo su destrucción.

Mientras hablaba, pude ver que el rostro de su marido se obscurecía y se ponía tenso, como si la pasión que lo consumía estuviera destruyendo todo su ser.

Instintivamente, su esposa le apretó todavía más la mano, hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Ella no parpadeó siquiera a causa del dolor que, estoy seguro, debía estar sufriendo, sino que lo miró con ojos más suplicantes que nunca. Cuando ella dejó de hablar, su esposo se puso en pie bruscamente, arrancando casi su mano de la de ella, y dijo:

-¡Qué Dios me lo ponga en las manos durante el tiempo suficiente para destrozar su vida terrenal, que es lo que estamos tratando de hacer! ¡Si además de eso puedo enviar su alma al infierno ardiente por toda la eternidad, lo haré gustoso!

-¡Oh, basta, basta! ¡En el nombre de Dios, no digas tales cosas!, Jonathan, esposo mío, o harás que me desplome, víctima del miedo y del horror. Piensa sólo, querido…; yo he estado pensando en ello durante todo este largo día…, que quizá… algún día… yo también puedo necesitar esa piedad, y que alguien como tú, con las mismas causas para odiarme, puede negármela. ¡Oh, esposo mío! ¡Mi querido Jonathan! Hubiera querido evitarte ese pensamiento si hubiera habido otro modo, pero suplico a Dios que no tome en cuenta tus palabras y que las considere como el lamento de un hombre que ama y que tiene el corazón destrozado. ¡Oh, Dios mío! ¡Deja que sus pobres cabellos blancos sean una prueba de todo lo que ha sufrido, él que en toda su vida no ha hecho daño a nadie, y sobre el que se han acumulado tantas tristezas!

Todos los hombres presentes teníamos ya los ojos llenos de lágrimas. No pudimos resistir, y lloramos abiertamente. Ella también lloró al ver que sus dulces consejos habían prevalecido. Su esposo se arrodilló a su lado y, rodeándola con sus brazos, escondió el rostro en los vuelos de su vestido. Van Helsing nos hizo una seña y salimos todos de la habitación, dejando a aquellos dos corazones amantes a solas con su Dios.

Antes de que se retiraran a sus habitaciones, el profesor preparó la habitación para protegerla de cualquier incursión del vampiro, y le aseguró a la señora Harker que podía descansar en paz. Ella trató de convencerse de ello y, para calmar a su esposo, aparentó estar contenta. Era una lucha valerosa y quiero creer que no careció de recompensa. Van Helsing había colocado cerca de ellos una campana que cualquiera de ellos debía hacer sonar en caso de que se produjera cualquier eventualidad. Cuando se retiraron, Quincey, Godalming y yo acordamos que debíamos permanecer en vela, repartiéndonos la noche entre los tres, para vigilar a la pobre dama y custodiar su seguridad. La primera guardia le correspondió a Quincey, de modo que el resto de nosotros debía acostarse tan pronto como fuera posible. Godalming se ha acostado ya, debido a que él tiene el segundo turno de guardia. Ahora que he terminado mi trabajo, yo también tengo que acostarme.

Del diario de Jonathan Harker

3-4 de octubre, cerca de la medianoche. Creí que el día de ayer no iba a terminar nunca. Tenía el deseo de dormirme, con la esperanza de que al despertar descubriría que las cosas habían cambiado y que todos los cambios serían en adelante para mejor. Antes de separarnos, discutimos sobre cuál debería ser nuestro siguiente paso, pero no pudimos llegar a ningún resultado. Lo único que sabíamos era que quedaba todavía una caja de tierra y que solamente el conde sabía dónde se encontraba. Si desea permanecer escondido, puede confundirnos durante años enteros y, mientras tanto, el pensamiento es demasiado horrible; no puedo permitirme pensar en ello en este momento. Lo que si sé es que si alguna vez ha existido una mujer absolutamente perfecta, esa es mi adorada y herida esposa. La amo mil veces más por su dulce piedad de anoche; una piedad que hizo que incluso el odio que le tengo al monstruo pareciera despreciable. Estoy seguro de que Dios no permitirá que el mundo se empobrezca por la pérdida de una criatura semejante. Esa es una esperanza para mí. Nos estamos dirigiendo todos hacia los escollos, y la esperanza es la única ancla que me queda. Gracias a Dios, Mina está dormida y no tiene pesadillas. Temo pensar en cuáles podrían ser sus pesadillas, con recuerdos tan terribles que pueden provocarlas. No ha estado tan tranquila, por cuanto he podido ver, desde la puesta del sol. Luego, durante un momento, se extendió en su rostro una calma tal, que era como la primavera después de las tormentas de marzo.

Pensé en ese momento que debía tratarse del reflejo de la puesta del sol en su rostro, pero, en cierto modo, ahora sé que se trataba de algo mucho más profundo. No tengo sueño yo mismo, aunque estoy cansado… Terriblemente cansado. Sin embargo, debo tratar de conciliar el sueño, ya que tengo que pensar en mañana, y en que no podrá haber descanso para mí hasta que…

Más tarde. Debo haberme quedado dormido, puesto que me ha despertado Mina, que estaba sentada en el lecho, con una expresión llena de asombro en el rostro. Podía ver claramente, debido a que no habíamos dejado la habitación a oscuras; Mina me había puesto la mano sobre la boca y me susurró al oído:

-¡Chist! ¡Hay alguien en el pasillo!

Me levanté cautelosamente y, cruzando la habitación, abrí la puerta sin hacer ruido.

Cruzado ante el umbral, tendido en un colchón, estaba el señor Morris, completamente despierto. Levantó una mano, para imponerme silencio, y me susurró:

-¡Silencio! Vuelva a acostarse; no pasa nada. Uno de nosotros va a permanecer aquí durante toda la noche. ¡No queremos correr ningún riesgo!

Su expresión y su gesto impedían toda discusión, de modo que volví a acostarme y le dije a Mina lo que sucedía. Ella suspiró y la sombra de una sonrisa apareció en su rostro pálido, al tiempo que me rodeaba con sus brazos y me decía suavemente:

-¡Oh, doy gracias a Dios, por todos los hombres buenos!

Dio un suspiro y volvió a acostarse de espaldas, para tratar de volver a dormirse.

Escribo esto ahora porque no tengo sueño, aunque voy a tratar también de dormirme.

4 de octubre, por la mañana. Mina me despertó otra vez en el transcurso de la noche. Esta vez, habíamos dormido bien los dos, ya que las luces del amanecer iluminaban ya las ventanas débilmente, y la lamparita de gas era como un punto, más que como un disco de luz.

-Vete a buscar al profesor -me dijo apresuradamente-. Quiero verlo enseguida.

-¿Por qué? -le pregunté.

-Tengo una idea. Supongo que debe habérseme ocurrido durante la noche, y que ha madurado sin darme cuenta de ello. Debe hipnotizarme antes del amanecer, y entonces podré hablar. Date prisa, querido; ya no queda mucho tiempo.

Me dirigí a la puerta, y vi al doctor Seward que estaba tendido sobre el colchón y que, al verme, se puso en pie de un salto.

-¿Sucede algo malo? -me preguntó, alarmado.

-No -le respondí-, pero Mina desea ver al doctor van Helsing inmediatamente.

Dos o tres minutos después, van Helsing estaba en la habitación, en sus ropas de dormir, y el señor Morris y lord Godalming estaban en la puerta, con el doctor Seward, haciendo preguntas. Cuando el profesor vio a Mina, una sonrisa, una verdadera sonrisa, hizo que la ansiedad abandonara su rostro; se frotó las manos, y dijo:

-¡Mi querida señora Mina! ¡Vaya cambio! ¡Mire! ¡Amigo Jonathan, hemos recuperado a nuestra querida señora Mina nuevamente, como antes! -luego, se volvió hacia ella y le dijo amablemente-: ¿Y qué puedo hacer por usted? Supongo que no me habrá llamado usted a esta hora por nada.

-¡Quiero que me hipnotice usted! -dijo Mina -. Hágalo antes del amanecer, ya que creo que, entonces, podré hablar libremente. ¡Dése prisa; ya no nos queda mucho tiempo!

Sin decir palabra, el profesor le indicó que tomara asiento en la cama.

La miró fijamente y comenzó a hacer pases magnéticos frente a ella, desde la parte superior de la cabeza de mi esposa, hacía abajo, con ambas manos, repitiendo los movimientos varias veces. Mina lo miró fijamente durante unos minutos, durante los cuales mi corazón latía como un martillo pilón, debido a que sentía que iba a presentarse pronto alguna crisis. Gradualmente, sus ojos se fueron cerrando y siguió sentada, absolutamente inmóvil. Solamente por la elevación de su pecho, al ritmo de su respiración, podía verse que estaba viva. El profesor hizo unos cuantos pases más y se detuvo; entonces vi que tenía la frente cubierta de gruesas gotas de sudor. Mina abrió los ojos, pero no parecía ser la misma mujer. Había en sus ojos una expresión de vacío, como si su mirada estuviera perdida a lo lejos, y su voz tenía una tristeza infinita, que era nueva para mí. Levantando la mano para imponerme silencio, el profesor me hizo seña de que hiciera pasar a los demás. Entraron todos sobre la punta de los pies, cerrando la puerta tras ellos y permanecieron en pie cerca de la cama, mirando atentamente. Mina no pareció verlos. El silencio fue interrumpido por el profesor van Helsing, hablando en un tono muy bajo de voz, para no interrumpir el curso de los pensamientos de mi esposa:

-¿Dónde se encuentra usted?

La respuesta fue dada en un tono absolutamente carente de inflexiones:

-No lo sé. El sueño no tiene ningún lugar que pueda considerar como real.

Durante varios minutos reinó el silencio. Mina continuaba sentada rígidamente, y el profesor la miraba fijamente; el resto de nosotros apenas nos atrevíamos a respirar.

La habitación se estaba haciendo cada vez más clara. Sin apartar los ojos del rostro de Mina, el profesor me indicó con un gesto que corriera las cortinas, y el día pareció envolvernos a todos. Una raya rojiza apareció, y una luz rosada se difundió por la habitación. En ese instante, el profesor volvió a hablar:

-¿Dónde está usted ahora?

La respuesta fue de sonámbula, pero con intención; era como si estuviera interpretando algo. La he oído emplear el mismo tono de voz cuando lee sus notas escritas en taquigrafía.

-No lo sé. ¡Es un lugar absolutamente desconocido para mí!

-¿Qué ve usted?

-No veo nada; está todo oscuro.

-¿Qué oye usted?

Noté la tensión en la voz paciente del profesor.

-El ruido del agua. Se oye un ruido de resaca y de pequeñas olas que chocan.

Puedo oírlas al exterior.

-Entonces, ¿está usted en un barco?

Todos nos miramos, unos a otros, tratando de comprender algo. Teníamos miedo de pensar. La respuesta llegó rápidamente:

-¡Oh, sí!

-¿Qué otra cosa oye?

-Ruido de pasos de hombres que corren de un lado para otro. Oigo también el ruido de una cadena y un gran estrépito, cuando el control del torno cae al trinquete.

-¿Qué está usted haciendo?

-Estoy inmóvil; absolutamente inmóvil. ¡Es algo como la muerte!

La voz se apagó, convirtiéndose en un profundo suspiro, como de alguien que está dormido, y los ojos se le volvieron a cerrar.

Pero esta vez el sol se había elevado ya y nos encontramos todos en plena luz del día. El doctor van Helsing colocó sus manos sobre los hombros de Mina, e hizo que su cabeza reposara suavemente en las almohadas. Ella permaneció durante unos momentos como una niña dormida y, luego, con un largo suspiro, despertó y se extrañó mucho al vernos a todos reunidos en torno a ella.

-¿He hablado en sueños? -fue todo lo que dijo.

Sin embargo, parecía conocer la situación, sin hablar, puesto que se sentía ansiosa por saber qué había dicho. El profesor le repitió la conversación, y Mina le dijo:

-Entonces, no hay tiempo que perder. ¡Es posible que no sea todavía demasiado tarde!

El señor Morris y lord Godalming se dirigieron hacia la puerta, pero la voz tranquila del profesor los llamó y los hizo regresar sobre sus pasos:

-Quédense, amigos míos. Ese barco, dondequiera que se encuentre, estaba levando anclas mientras hablaba la señora. Hay muchos barcos levando anclas en este momento, en su gran puerto de Londres. ¿Cuál de ellos buscamos? Gracias a Dios que volvemos a tener indicios, aunque no sepamos adónde nos conducen. Hemos estado en cierto modo ciegos, de una manera muy humana, ¡puesto que al mirar atrás, vemos lo que hubiéramos podido ver al mirar hacia adelante, si hubiéramos sido capaces de ver lo que era posible ver! ¡Vaya! ¡Esa frase es un rompecabezas!, ¿no es así? Podemos comprender ahora qué estaba pensando el conde cuando recogió el dinero, cuando el cuchillo esgrimido con rabia por Jonathan lo puso en un peligro al que todavía teme. Quería huir. ¡Escúchenme: HUIR! Comprendió que con una sola caja de tierra a su disposición y un grupo de hombres persiguiéndolo como los perros a un zorro, Londres no era un lugar muy saludable para él. ¡Adelante!, como diría nuestro amigo Arthur, al ponerse su casaca roja para la caza. Nuestro viejo zorro es astuto, muy astuto, y debemos darle caza con ingenio. Yo también soy astuto y voy a pensar en él dentro de poco. Mientras tanto, vamos a descansar en paz, puesto que hay aguas entre nosotros que a él no le agrada cruzar y que no podría hacerlo aunque quisiera… A menos que el barco atracara y, en ese caso, solamente podría hacerlo durante la pleamar o la bajamar.

Además, el sol ha salido y todo el día nos pertenece, hasta la puesta del sol. Vamos a bañarnos y a vestirnos. Luego, nos desayunaremos, ya que a todos nos hace buena falta.

Además, podremos comer con tranquilidad, puesto que el monstruo no se encuentra en la misma tierra que nosotros.

Mina lo miró suplicantemente, al tiempo que preguntaba:

-Pero, ¿por qué necesitan ustedes seguir buscándolo, si se ha alejado de nosotros?

El profesor le tomó la mano y le dio unas palmaditas al tiempo que respondía:

-No me pregunte nada al respecto por el momento. Después del desayuno responderé a sus preguntas.

No aceptó decir nada más, y nos separamos todos para vestirnos.

Después del desayuno, Mina repitió su pregunta. El profesor la miró gravemente durante un minuto, y luego respondió en tono muy triste:

-Porque, mi querida señora Mina, ahora más que nunca debemos encontrarlo, ¡aunque tengamos que seguirlo hasta los mismos infiernos!

Mina se puso más pálida, al tiempo que preguntaba:

-¿Por qué?

-Porque -respondió van Helsing solemnemente- puede vivir durante varios siglos, y usted es solamente una mujer mortal. Debemos temer ahora al tiempo…, puesto que ya le dejó esa marca en la garganta.

Apenas tuve tiempo de recogerla en mis brazos, cuando cayó hacia adelante, desmayada.

Del diario fonográfico del doctor Seward, narrado por Van Helsing

Esto es para Jonathan Harker.

Debe usted quedarse con su querida señora Mina. Nosotros debemos ir a ocuparnos de nuestra investigación…, si es que puedo llamarla así, ya que no es una investigación, sino algo que ya sabemos, y solamente buscamos una confirmación. Pero usted quédese y cuídela durante el día de hoy. Esa es lo mejor y lo más sagrado para todos nosotros. De todos modos, el monstruo no podrá presentarse hoy. Déjeme ponerlo al corriente de lo que nosotros cuatro sabemos ya, debido a que se lo he comunicado a los demás. El monstruo, nuestro enemigo, se ha ido; ha regresado a su castillo, en Transilvania. Lo sé con tanta seguridad como si una gigantesca mano de fuego lo hubiera dejado escrito en la pared. En cierto modo, se había preparado para ello, y su última caja de tierra estaba preparada para ser embarcada. Por eso tomó el dinero y se apresuró tanto; para evitar que lo atrapáramos antes de la puesta del sol. Era su única esperanza, a menos que pudiera esconderse en la tumba de la pobre Lucy, que él pensaba que era como él y que, por consiguiente, estaba abierta para él. Pero no le quedaba tiempo. Cuando eso le falló, se dirigió directamente a su último recurso…, a su última obra terrestre podría decir, si deseara una double entente. Es inteligente; muy inteligente. Comprendió que había perdido aquí la partida, y decidió regresar a su hogar. Encontró un barco que seguía la ruta que deseaba, y se fue en él. Ahora vamos a tratar de descubrir cuál era ese barco y, sin perder tiempo, en cuanto lo sepamos, regresaremos para comunicárselo a usted. Entonces lo consolaremos y también a la pobre señora Mina, con nuevas esperanzas. Puesto que es posible conservar esperanzas, al pensar que no todo se ha perdido. Esa misma criatura a la que perseguimos tardó varios cientos de años en llegar a Londres y, sin embargo, en un solo día, en cuanto tuvimos conocimiento de sus andanzas, lo hicimos huir de aquí. Tiene limitaciones, puesto que tiene el poder de hacer mucho daño, aunque no puede soportarlo como nosotros. Pero somos fuertes, cada cual a nuestro modo; y somos todavía mucho más fuertes, cuando estamos todos reunidos. Anímese usted, querido esposo de nuestra señora Mina. Esta batalla no ha hecho más que comenzar y, al final, venceremos…

Estoy tan seguro de ello como de que en las alturas se encuentra Dios vigilando a sus hijos. Por consiguiente, permanezca animado y consuele a su esposa hasta nuestro regreso.

VAN HELSING

Del diario de Jonathan Harker

4 de octubre. Cuando le leí a Mina el mensaje que me dejó van Helsing en el fonógrafo, mi pobre esposa se animó considerablemente. La certidumbre de que el conde había salido del país le proporcionó consuelo ya, y el consuelo es la fortaleza para ella. Por mi parte, ahora que ese terrible peligro no se encuentra ya cara a cara con nosotros, me resulta casi imposible creer en él. Incluso mis propias experiencias terribles en el castillo de Drácula parecen ser como una pesadilla que se hubiese presentado hace mucho tiempo y que estuviera casi completamente olvidada, aquí, en medio del aire fresco del otoño y bajo la luz brillante del sol…

Sin embargo, ¡ay!, ¿cómo voy a poder olvidarlo? Entre las nieblas de mi imaginación, mi pensamiento se detiene en la roja cicatriz que mi adorada y atribulada esposa tiene en la frente blanca. Mientras esa cicatriz permanezca en su frente, no es posible dejar de creer. Mina y yo tememos permanecer inactivos, de modo que hemos vuelto a revisar varias veces todos los diarios. En cierto modo, aunque la realidad parece ser cada vez más abrumadora, el dolor y el miedo parecen haber disminuido. En todo ello se manifiesta, en cierto modo, una intención directriz, que resulta casi reconfortante. Mina dice que quizá seamos instrumentos de un buen final. ¡Puede ser!

Debo tratar de pensar como ella. Todavía no hemos hablado nunca sobre lo futuro. Será mejor esperar a ver al profesor y a todos los demás, después de su investigación.

El día ha pasado mucho más rápidamente de lo que hubiera creído que podría volver a pasar para mí. Ya son las tres de la tarde.

Del diario de Mina Harker

5 de octubre, a las cinco de la tarde. Reunión para escuchar informes. Presentes: el profesor van Helsing, lord Godalming, el doctor Seward, el señor Quincey Morris, Jonathan Harker y Mina Harker.

El doctor van Helsing describió los pasos que habían dado durante el día, para descubrir sobre qué barco y con qué rumbo había huido el conde Drácula.

-Sabíamos que deseaba regresar a Transilvania. Estaba seguro de que remontaría la desembocadura del Danubio; o por alguna ruta del Mar Negro, puesto que vino siguiendo esa ruta. Teníamos una tarea muy difícil ante nosotros. Omne ignotum pro magnifico; así, con un gran peso en el corazón, comenzamos a buscar los barcos que salieron anoche para el Mar Negro. Estaba en un barco de vela, puesto que la señora Mina nos habló de las velas en su visión. Esos barcos no son tan importantes como para figurar en la lista que aparece en el Times y, por consiguiente, fuimos, aceptando una sugestión de lord Godalming, a Lloyd's, donde están anotados todos los barcos que aparejan, por pequeños que sean. Allí descubrimos que sólo un barco con destino al Mar Negro había salido aprovechando las mareas. Es el Czarina Catherine y va de Doolittle Wharf con destino a Varna, a otros puertos y, luego, remontará por el río Danubio.

"Entonces", dije yo, "ese es el barco en que navega el conde." Por consiguiente, fuimos a Doolittle's Wharf y encontramos a un hombre en una oficina tan diminuta que el hombre parecía ser mayor que ella. Le preguntamos todo lo relativo a las andanzas del Czarina Catherine. Maldijo mucho, su rostro se enrojeció y su voz era muy ríspida; pero no era mal tipo, de todos modos, y cuando Quincey sacó algo del bolsillo y se lo entregó, produciendo un crujido cuando el hombre lo tomó y lo metió en una pequeña billetera que llevaba en las profundidades de sus ropas, se convirtió en un tipo todavía mejor, y humilde servidor nuestro. Nos acompañó y les hizo preguntas a varios hombres sudorosos y rudos; esos también resultaron mejores tipos cuando aplacaron su sed.

Hablaron mucho de sangre y de otras cosas que no entendí, aunque adiviné qué era lo que querían decir. Sin embargo, nos comunicaron todo lo que deseábamos saber.

"Nos comunicaron, entre otras cosas, que ayer, más o menos a las cinco de la tarde, llegó un hombre con mucho apresuramiento. Un hombre alto, delgado y pálido, con nariz aquilina, dientes muy blancos y unos ojos que parecían estar ardiendo. Que iba vestido todo de negro, con excepción de un sombrero de paja que llevaba y que no le sentaba bien ni a él ni al tiempo que estaba haciendo, y que distribuyó generosamente su dinero, haciendo preguntas para saber si había algún barco que se dirigiera hacia el Mar Negro, y hacia qué punto. Lo llevaron a las oficinas y al barco, a bordo del cual no quiso subir, sino que se detuvo en el muelle y pidió que el capitán fuera a verlo. El capitán acudió, cuando le dijeron que le pagaría bien, y aunque maldijo mucho al principio, cerró trato con él. Entonces, el hombre alto y delgado se fue, no sin que antes le indicara alguien donde podía encontrar una carreta y un caballo. Pronto volvió, conduciendo él mismo una carreta sobre la que había una gran caja, que descargó él solo, aunque fueron necesarios varios hombres para llevarla a la grúa y para meterla a la bodega del barco. Le dio muchas indicaciones al capitán respecto a cómo y dónde debería ser colocada aquella caja, pero al capitán no le agradó aquello, lo maldijo en varias lenguas y le dijo que fuera si quería a ver como era estibada la maldita caja. Pero él dijo que no podía hacerlo en ese momento; que embarcaría más tarde, ya que tenía muchas cosas en qué ocuparse. Entonces, el capitán le dijo que se diera prisa… con sangre… ya que aquel barco iba a aparejar… con sangre… en cuanto fuera propicia la marea… con sangre. Entonces, el hombre sonrió ligeramente y le dijo que, por supuesto, iría en tiempo útil, pero que no sería demasiado pronto. El capitán volvió a maldecir como un poligloto y el hombre alto le hizo una reverencia y le dio las gracias, prometiéndole embarcarse antes de que aparejara, para no causarle ningún trastorno innecesario. Finalmente, el capitán, más rojo que nunca, y en muchas otras lenguas, le dijo que no quería malditos franceses piojosos en su barco. Entonces, después de preguntar dónde podría encontrar un barco no muy lejos, en donde poder comprar impresos de embarque, se fue. "Nadie sabía adónde había ido, como decían, puesto que pronto pareció que el Czarina Catherine no aparejaría tan pronto como habían pensado. Una ligera bruma comenzó a extenderse sobre el río y fue haciéndose cada vez más espesa, hasta que, finalmente, una densa niebla cubrió al barco y todos sus alrededores. El capitán maldijo largo y tendido en todas las lenguas que conocía, pero no pudo hacer nada. El agua se elevaba cada vez más y comenzó a pensar que de todos modos iba a perder la marea. No estaba de muy buen humor, cuando exactamente en el momento de la pleamar, el hombre alto y delgado volvió a presentarse y pidió que le mostraran dónde habían estibado su caja. Entonces, el capitán le dijo que deseaba que tanto él como su caja estuvieran en el infierno. Pero el hombre no se ofendió y bajó a la bodega con un tripulante, para ver dónde se encontraba su caja. Luego, volvió a la cubierta y permaneció allí un rato, envuelto en la niebla. Debió subir de la bodega solo, ya que nadie lo vio. En realidad, no pensaron más en él, debido a que pronto la niebla comenzó a levantarse y el tiempo aclaró completamente. Mis amigos sedientos y malhablados sonrieron cuando me explicaron cómo el capitán maldijo en más lenguas que nunca y tenía un aspecto más pintoresco que nunca, cuando al preguntarles a otros marinos que se desplazaban hacia un lado y otro del río a esa hora, descubrió que muy pocos de ellos habían visto niebla en absoluto, excepto donde se encontraba él, cerca del muelle. Sin embargo, el navío aparejó con marea menguante, e indudablemente para la mañana debía encontrarse lejos de la desembocadura del río. Así pues, mientras nos explicaban todo eso, debía encontrarse lejos ya, en alta mar. "Y ahora, señora Mina, tendremos que reposar durante cierto tiempo, puesto que nuestro enemigo está en el mar, con la niebla a sus órdenes, dirigiéndose hacia la desembocadura del Danubio. El avance en un barco de vela no es nunca demasiado rápido; por consiguiente, podremos salir por tierra con mucha mayor rapidez. y lo alcanzaremos allí. Nuestra mejor esperanza es encontrarlo cuando esté en su caja entre el amanecer y la puesta del sol, ya que entonces no puede luchar y podremos tratarlo como se merece. Tenemos varios días a nuestra disposición, durante los cuales podremos hacer planes. Conocemos todo sobre el lugar a donde debemos ir, puesto que hemos visto al propietario del barco, que nos ha mostrado facturas y toda clase de documentos. La caja que nos interesa deberá ser desembarcada en Varna y entregada a un agente, un tal Ristics, que presentará allá sus credenciales. Así, nuestro amigo marino habrá concluido su parte. Cuando nos preguntó si pasaba algo malo, ya que de ser así podría telegrafiar a Varna para que se llevara a cabo una encuesta, le dijimos que no, debido a que nuestro trabajo no puede llevarse a cabo por la policía ni en la aduana.

Debemos hacerlo nosotros mismos, a nuestro modo." Cuando el doctor van Helsing concluyó su relato, le pregunté si se había cerciorado de que el conde se había quedado a bordo del barco. El profesor respondió:

-Tenemos la mejor prueba posible de ello: sus propias declaraciones, cuando estaba usted en trance hipnótico, esta mañana.

Volví a preguntarle si era necesario que persiguieran al conde, debido a que temía que Jonathan me dejara sola y sabía que se iría también si los demás lo hacían.

Me habló al principio con calma y cada vez de manera más apasionada. Sin embargo, conforme continuaba hablando, se airaba más cada vez, hasta que al final vimos que le quedaba al menos aún parte de aquel dominio de sí mismo que lo hacía maestro entre los hombres.

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