En las últimas décadas cuando las viejas teorías del primer mundo han demostrado su incapacidad para comprender las nuevas realidades, los nuevos conocimientos deben llegar desde la periferia o de las márgenes y nosotros somos la periferia y siempre hemos estado marginados. Ha llegado la hora de vernos a través de nosotros; no podemos seguir manteniendo a ultranza el coloniaje teórico al que hemos sido sometidos hasta ahora. Ese vernos a nosotros mismos primero y después ver a los demás (la mirada tiene que ser por demás subjetiva), a través de la creación de nuevas teorías y nuevos métodos, es el primer gran reto de la microhistoria. Los espejitos que le dejaron los españoles a nuestros indígenas solo nos han servido para ver otra realidad distorsionada.
Como es sabido las historias universales escritas hasta ahora, no son más que el mundo visto desde y para Europa (así como la globalización es tratar de occidentalizar o norteamericanazar al mundo). Y las historias de Venezuela han sido escritas desde la Silla de Caracas; es decir, la versión caraqueña del país, y una gran mayoría de historia de los estados siguieron la periodización y ritmo histórico caraqueño. Un venezolano de Caracas y un venezolano de un pueblito del interior del país, no se sienten depositarios de todos los valores históricos impuestos por las elites que han detentado el poder y las próximas a ejercerlo: el caraqueño concibe su destino como el de la deseada modernidad, en constante cambio de sus referentes identitarios ("Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra"), en donde el hombre, rodeado de concreto, se siente un extraño con respecto no solo a su entorno y al otro, sino también con respecto a sí mismo. Como diría Augé (1993) se ha convertido en no lugares; es decir, espacios que no son en sí lugares antropológicos y que contrariamente a la modernidad, no integran los lugares antiguos, porque no existían en el pasado; esos no lugares están habitados por seres anónimos con su individualidad a cuestas. En cambio, el habitante del pueblito (lugar) concibe su destino como una armonía entre su espacio reducido y su tiempo detenido, entre la preservación de los antiguos valores, sus representaciones sociales y la pertenencia de las decisiones concretas para el presente, a pesar de la influencia de los medios de comunicación que han caraqueñizado a todo el país. Luis González expresa que: "La historia universal y las historias nacionales están pobladas de gente "importante": estadistas y milites famosos por sus matanzas, explotadores ilustres o intelectuales soberbios y cobardes. Los autores de la vida menuda rara vez merecen los apelativos de sabios, héroes, santos y apóstoles" (1973, p.29).
Las historias regionales y locales, las parroquiales y de los barrios han logrado un avance al desprenderse de las ataduras temporo-espaciales de las capitales de los países y el desarrollo de nuevas temáticas, de ahí priva la gran importancia que ha tenido esta manera de ver la historia. El problema ha sido, sin negar su trascendental importancia, que sus cultivadores han seguido la concepción histórica de la Modernidad con sus esquemas teóricos, ideológicos y metodológicos, bajo el manto del positivismo, marxismo, estructuralismo, funcionalismo o todos ellos; aferrándose a la cientificidad de la historia. Debido a la crisis de los paradigmas Straka (2002) señala que la historia volvió a la intemperie. Rotas las certezas y deshechos muchos de los paradigmas de la Modernidad, quedó indefensa.
Los historiadores lucharon durante siglos para que la historia fuera considerada como una ciencia, por todos los medios trató de demostrar su carácter científico. La investigación histórica comenzó a seguir al pie de la letra, los pasos metodológicos de las ciencias duras, inclusive llegaron a proponer leyes (inexorables) históricas. El modo moderno de pensar estuvo caracterizado por la razón (que explica y ordena el mundo), el orden, la jerarquía, la universalidad, la verdad, el progreso, un pensamiento unificador y disciplinario y el dominio de la naturaleza. La modernidad será la época de la legitimación metafísico-historicista; la historicidad lineal, progresiva y de plenitud, fundarán la contextura del saber moderno. Los grandes metarrelatos legitimaron la marcha histórica de la humanidad y el papel guía que los historiadores desempeñarían en ella. Mires (1996) dice que durante la modernidad; fue realizado el traspaso del concepto de transcendencia desde el campo de la religión al de la historia y, por supuesto, al de la política, como medio de realización de la historia, en dirección de una utopía preestablecida. La historia legitimó a la civilización occidental de acuerdo a Hottis (1999), la historia judeo-cristiana, hegelianismo, positivismo, progresismo, evolucionismo, todos los cuales aspiraban a conducir a la humanidad a una salvación única y segura.
La historia como ciencia o disciplina (el estatuto de la historia como disciplina permanece irresoluto), así como los marcos conceptuales con los que ha operado, se forjó en el interior de la tradición moderna cuando ésta entró en crisis (imposibilidad constitutiva de resolver nuestras incertidumbres) teniendo que provocar, irremediablemente, una fractura de los paradigmas historiográficos establecidos y una desnaturalización de los conceptos analíticos de la historia tradicional (idealista, cronológica-narrativa) como el de la historia social (con su modelo dicotómico y objetivista), con respecto a esta última, recordemos que la historia social está constituida por dos corrientes o tendencias: el materialismo histórico y la escuela de Annales (aunque hay historiadores que no están adscritos a ninguna), Seguidores de Annales, cliometristas (escuela estadounidense) y marxistas se movían en la misma dirección, pese a sus concepciones políticas y sociales divergentes por haber superado los estrechos confines del paradigma historicista con su focalización de la narrativa en los grandes acontecimientos, hombres e ideas, el cual había dominado la profesión histórica desde Ranke, es decir, los tres superaron y condenaron a la historia episódica.
Ante la creciente reconsideración acrítica a la que han sido sometidos los principales supuestos teóricos-epistemológicos en los cuales se habían basado hasta el momento la investigación histórica, se han estado gestando paulatinamente "una(s) nueva(s) teoría(s) de la sociedad"; es decir, ha ido tomando cuerpo entre los historiadores, una forma cualitativamente distinta de entender el funcionamiento de la sociedad, sin caer en el subjetivismo idealista de la historia tradicional. Han ido en aumento las deserciones en las filas de la historia social, de la historia global, de la historia problema, de la historia como ciencia del cambio y están retornando las antes atacadas, combatidas y vilipendiadas en la historiografía internacional los géneros tradicionales, pero con una nueva visión, tales como. Las historias biográficas, políticas, narrativas, de las instituciones militares, diplomáticas entre otras. Lo que debe quedar claro es que hemos llegado al final de una historia determinista, lineal y homogénea.
La neomicrohistoria no pretende ser una ciencia ya que ella no busca desarrollar leyes generales, ni se adscribe al método científico de la Modernidad, porque éste, como bien lo expresa Wallace (1980) intentan eliminar deliberadamente el punto de vista individual del sujeto que conoce, que están concebidos como reglas que permiten establecer una distinción adecuadamente nítida entre el productor de un enunciado y el procedimiento por el cual es producido. La neomicrohistoria estará cara a cara con la tardomodernidad, sobremodernidad o la hipermodernidad que no es la superación de la Modernidad sino su ampliación radical en sus ejes fundamentales (Lipovetsky, 2004). La neomicrohistoria no se planteará problemas de investigación (por aquello que si no hay problema no hay investigación) ya que no está orientada a la solución de problemas, sino que se sumerge en ellos, dialoga con ellos, viéndolos desde diferentes perspectivas.
Los futuros lectores buscarán o complicarán las posibles soluciones. En la historia es inútil tratar de buscar en ella leyes sociales o convertirla en una "especie de tribunal para juzgar la conducta de los hombres que pasaron por el mundo"(Arcila F., 1957).
La ideología estará presente en el objeto de estudio y en el sujeto que estudia; el problema se complica cuando en la historia el investigador es sujeto y objeto de su disciplina. La ideología es un nivel de significación que puede estar presente en cualquier tipo de mensajes, aún en el discurso científico (Veron, 1971). El sujeto (historiador) subjetiviza al objeto (hecho histórico o personaje) y éste subjetiviza al sujeto "…el historiador no prescinde, no puede prescindir, en su labor profesional de su sistema de valores ideológicos o filosóficos, su experiencia vital, política y social, ni de su grado de formación cultural, como de su preocupación de demostrar" (Moradiellos, 2001, p. 73). Todo acontecimiento histórico es un producto ideológico, desde una batalla independentista hasta la vida cotidiana; desde la vida de un héroe hasta la vida del hombre débil. Y cuando el historiador reproduce fielmente el pasado, a través de su discurso, lo que está haciendo es la reproducción de la ideología dominante de aquel pasado, contaminándose con la ideología de éste o contaminando a éste con la del investigador. Así como la escuela, los sindicatos, los medios de comunicación, entre otros, son aparatos ideológicos del Estado, la historia con mayor razón, ya que la clase dominante escribe su historia de acuerdo a sus intereses, para mantener el Estado o su Estado. Con razón muchos expresan que la historia la escriben los vencedores, sus hijos la repiten y sus nietos la reescriben. Los historiadores oficiales (o no) siempre expresan que su investigación y los resultados son producto de la objetividad, cuando en realidad todos conocemos las cargas ideológicas de éstos inmersas en su objetividad. Por ejemplo, una biografía de Zamora (caudillo de la guerra federal venezolana) narrada por Brito Figueroa no sería igual que una narrada por Morón, es decir, las concepciones ideológicas de Zamora son analizadas desde otras perspectivas ideológicas.
Cuando Venezuela se separa de la Gran Colombia (una ilusión Ilustrada), dejamos de ser colombianos y comenzamos a ser venezolanos, siendo la primera preocupación ideológica de la clase dominante escribir, su historia. Esta historia nacional y las posteriores, será la concepción caraqueña de lo nacional, ya que olvidaron los ritmos y tiempos históricos de las regiones históricas del actual territorio venezolano, Será una historia ideológica ya que es parcial e inconexa (ocultando las contradicciones) ignorando que no solo la parte está en el todo sino que el todo está en la parte (hologramático). Ese olvido intencional es producto de la ideología.
Algunos justifican esa postura por la necesidad de un proyecto nacional y buscarle al país-nación-Estado, no siendo más que una manipulación ideológica. Por permitir o asumir, en la neomicrohistoria, la carga ideológica de los hechos, de los actores y del investigador (sujeto-objeto) no la hacen científica en el sentido académico moderno del término. El sujeto y el objeto estarán fundidos en uno solo, inclusive, el investigador entraría a formar parte de su propia tela de araña (donde él solo puede moverse), construyéndola y atrapándose hasta desparecer. La ideología servirá para legitimar las creencias o el comportamiento de un grupo social mientras que las representaciones sociales servirán para dar sentido y comprender la realidad social de la cotidianidad. Se parte de la idea que un discurso será ideológico cuando oculta las contradicciones, mientras más afloramos las contradicciones más nos alejamos de la ideología. Para Eco (1991) el discurso no ideológico es un aserto metasemiótico que muestra la naturaleza contradictoria del espacio a que se refiere.
Si la neomicrohistoria no sigue el método histórico moderno, entonces cuál será su método. Serán métodos convertidos en caminos que hacen caminos al andar, adaptándolos a las exigencias particulares de cada investigación al aparato erudito de cada investigador. El plan de trabajo o el proyecto no serán una camisa de fuerza sino una guía que se irá modificando en la medida que avanza la aventura de conocer, dejándonos llevar de la mano por el azar.
La neomicrohistoria será la historia menuda, de las migajas de los fragmentos, de las partículas, de la cotidianidad, de lo que va quedando en la memoria colectiva como una suma de individualidades. La cotidianidad es una vida compleja en la que cada individuo juega múltiples roles sociales, de acuerdo a quien sea en sociedad, en su trabajo, en la calle, en su casa, con los amigos, con los enemigos o con los desconocidos Vemos así que cada individuo tiene una multitud de identidades, una multicidad de personalidades en sí mismo, una multicidad de opiniones y decisiones, un mundo de fantasmas, de amores, de sueños y simulacros que lo acompañan el montaje de la obra teatral que es la vida de las cotidianidades.
La neomicrohistoria se fundamenta en una triple subjetividad (aunque puede llegar a cuatro), la primera que está presentada por el hecho histórico y el autor-creador-actor de la fuente; el documento puede decir una verdad o una media verdad o una falsedad en su totalidad, por ejemplo: una compra ficticia o simulada o el personaje es un testaferro o ¿Qué hay detrás del documento? O ¿Quién está detrás del documento? Con respecto al actor o al personaje es indudable su carga ideológica, todas sus acciones y actividades son el producto de su sistema de ideas. La segunda, representada por el historiador que ve la fuente desde los ojos del presente con toda su carga ideológica, de perjuicios e intencionalidades; está en las manos del historiador convertir un hecho cualquiera e insignificante en histórico, puede proyectar a su personaje en un héroe o en un villano si comparte o no su posición ideológica. Pero lo que busca la neomicrohistoria es ver a su personaje tal como uno cree que fue o es, con o sin posturas, con o sin ataduras, con sus contradicciones. La tercera, estará representada por el lector, quien también con su carga de ideología, de valores y perjuicios aceptará o no lo que está ante sus ojos. El historiador no escribe para él, para guardarlo en su archivo o cargarlo guindando en un pen drive, él escribe para que otros lo lean y lo reconozcan y quien lo va a leer tiene su carga ideológica, compartirá, dudará, criticará o simplemente rechazará lo leído. Esto dará pie a una historia discursiva en forma de prosa subjetiva, en donde el historiador a través de su discurso, interviene y opina sobre su mismo discurso, porque es su creación, es su invención, inclusive hablará de los inconvenientes y obstáculos encontrarlos en la investigación o expresará como fue el proceso de búsqueda.
Uno de los aportes de la neomicrohistoria son las categorías de encriptación histórica, la criptohistoria y la apohistoria. Con respecto a la primera se tiene que las clases dominantes y las organizaciones de poder, a lo largo de la historia, han hecho del secreto de muchos de sus actos un principio fundamental de su actividad. Cuando informan a la colectividad (si hay necesidad de ello) dirán lo que ellos quieren que se sepa y esa información encriptada es la que pasará a la historia y ella será la estudiada por los investigadores sociales e historiadores; es decir, siempre conocerán verdades a medias o medias mentiras, convirtiéndose la mentira, en la mayoría de los casos, en una fuente histórica. En virtud de lo anterior se puede dar como ejemplo el uso de las partidas secretas de los gobernantes: ¿Cuántas informaciones habrán comprado? ¿Cuántas conciencias cambiaron de rumbo? Otro ejemplo se tiene en las entrevistas privadas de los presidentes con sus pares, con sus ministros, con personeros de la oposición o aquello de que los muertos no hablan o sin testigo no hay crimen; ¿Cuántos secretos de familia no llegaron a la tercera generación?
Con respecto a la apohistoria consiste en que el historiador retrodice o postdice, ya que el pasado no puede reconstruirse en su totalidad, todavía el hombre no ha construido una máquina del tiempo; solamente estudiamos partículas de ese pasado que teóricamente no existe. El hombre y las sociedades necesitan olvidar para poder continuar con su vida y solo el recuerdo le permitirá conectarse con fragmentos de su pasado. No podemos mantener vivo e intacto los sucesos de una guerra o de las matanzas en nombre de cualquier causa noble y patriótica, por nuestra salud mental individual y colectiva hay que olvidar. El pasado, para Jorge Bracho, se asume que se hace inteligible bajo el flujo del presente. A partir de la retrodicción se infiere lo que pasó, partiendo de lo que sucede (1999). Siempre reconstruimos medias verdades y medias mentiras; siempre existirá una historia oculta y enigmática: Esa historia que nunca llegaremos a conocer o un hecho histórico que no ha sido historiado y por tal motivo no existe serán criptohistoria. Una pléyade de historiadores ha caído en la trampa historiográfica y han dedicado gran parte de su producción en averiguar quién fue el fundador de Caracas, quién y cuándo se fundó Valencia la guerra simétrica de guaicaipuro; qué trataron Bolívar y San Martín cuando se reunieron, buscar por todos los medios: "narrar los hechos tal como sucedieron".
La reconstrucción discursiva histórica en forma de prosa de las partículas del pasado, verdaderas o falsas, será la apohistoria. Esto quiere decir que toda la histografía existente es apohistoria, una partícula reproducida de lo que pudo haber sucedido, de acuerdo al criterio del historiador desde el presente.
Como ya hemos visto, la neomicrohistoria, no verá a la historia como una ciencia, ni como un arte; sino simplemente como historia, cargada de pensamiento complejo, entendiendo que la complejidad es una palabra problema y no una palabra solución; se trata de ejercitarse en un pensamiento capaz de tratar, de dialogar, de negociar, con las realidades que son deconstruidas por el historiador. La neomicrohistoria será diluida en y con otras disciplinas llegando a la transdisciplinariedad, reconociendo que ella es producto de la crisis de los paradigmas, permitiendo un sincretismo teórico producto del eclecticismo y del reacomodo historiográfico de Clio.
La neomicrohistoria trascenderá el espacio físico convirtiéndolo en espacio histórico, ya que el hombre en su actividad económica, política, social, cultural y cotidiana va más allá de las regiones geográficas, políticas y administrativas; más allá de los puntos y las rayas de los mapas. Transcenderá el tiempo cronológico lineal para convertirlos en tiempos históricos, de acuerdo a la actividad cotidiana el tiempo lineal cronológico pasará lento o pasará volando. Hablar cinco minutos con una suegra odiosa es una eternidad, pero al hablar dos horas con una hermosa mujer las horas se hacen minutos. Cuando sufrimos un accidente todo el suceso lo vemos y lo sentimos como en cámara lenta, son las milésimas de segundo más largas de nuestras vidas. Cada individuo, cada colectividad, cada hecho, llevan un diferente ritmo histórico que hay que deconstruir, hay que localizar o hay que inventar. Así podemos ver un tiempo para trabajar, para enfermarse, para la vida, un tiempo para el amor, un tiempo litúrgico en fin para todo a un tiempo a un ritmo diferente. Y digamos (Villalba, 2002), con algún dejo de incerteza que estamos en presencia de un tiempo ilusorio, que no se deja acorralar para ser convertido en esclavo de los detentores del tiempo lineal. Identificar los ritmos de los espacios y de los tiempos históricos en las cotidianidades, colectivas, locales y de los barrios darán una periodificación muy particular que variará metodológicamente dependiendo que se estudie y quien lo estudie. Federico Villalba (2001) expresa que asistimos a la aparición de nuevos mapas, topologías sorprendentes o vértices amenazantes. Y del cosmos llega la radiación de fondo que invita a estudiar al pasado y el futuro (si es que se puede separar del azaroso presente) en términos transrelativistas; es decir, no solamente como una fusión inconsútil como espacios de creación transfinitos. El hombre débil, la familia, el barrio, la localidad y cada hecho llevan su propio ritmo temporo-espacial ajeno e indiferente a la cronología nacional y mundial. Ellos han periodizado su vida, siempre tendrán un antes de… y un después de… El historiador tiene que encontrarlos, tiene que estudiarlos o tiene que inventarlos.
Se ha dicho que la realidad no existe, la realidad se construye; pero no hay una realidad en singular. Si existen múltiples realidades, la que construye, reconstruye o deconstruye el historiador puede ser una realidad simulada, un montaje que puede ser verdadera o falsa de acuerdo al autor y al lector. Vistas las cosas de esta manera podemos hablar de una historia virtual, ya que se pueden estudiar o agregar qué aspectos de la historia fueron inevitables y que otras fueron contingentes ordenadas pueden sufrir cambios abruptos y catastróficos, por ejemplo la URSS, el imperio azteca entre otros.
La neomicrohistoria es reconocer que es imposible conocer la verdad histórica, los hechos tal y como sucedieron, reconstruir el pasado, ver un solo tiempo, reducir el espacio, creer en la objetividad, buscar leyes generales, pensar que se está haciendo ciencia. La neomicrohistoria será la hija del evento, de la incertidumbre, el caos, el azar, vista desde la complejidad en un mundo planetario y de realidades simuladas y lo más importante hecha con la mayor libertad, sin las ataduras del pensamiento científico moderno. En el futuro quizá sea otra cosa pero hay que hacer camino.
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