Las glaciaciones e interglaciaciones desarrollaron ambientes y características morfológicas que modificaron gran parte de la superficie terrestre, y sobre la cual, la sedimentación actual del Holoceno o Reciente es una continuación dentro de un estado Interglacial de los eventos anteriores del Pleistoceno Las glaciaciones se conocen como Gunz, Mindel, Riss y Wurm; consisten en periodos mas o menos constantes de inviernos crudos y largos y veranos cortos, en que baja la línea de nieves perpetuas y predomina la precipitación en forma de nieve sobre la fusión anual de hielos, con los que se acumula el agua helada sobre amplias extensiones de tierra, bajando el nivel del mar, estabilizándose un clima continental con largos periodos glaciales y subsuelos permanentemente helados en las zonas periglaciares, secas. Entre estos periodos fríos se intercalaban los períodos interglaciares y húmedos: Prevalecía la fusión sobre la precipitación, retrocedían los casquetes continentales de hielo, volvían a correr los ríos, excavando valles y rodando cantos que depositaban cerca de sus niveles de base, y finalmente se remansaban inundando los valles de arcilla, a medida que tornaban a ascender los niveles marinos en el interglacial y se desarrollaban suelos vegetales o se oxidaban las tierras.
Las variaciones de temperatura y del clima terrestre, condicionan el Período Cuaternario. Actualmente se conoce, que durante el Cuaternario (1,61 millones de años), se originaron diecisiete ciclos glaciales y veinte en los últimos dos millones de años. Cada ciclo glacial comprende una etapa fría o glacial y una etapa caliente o interglacial. Dentro de los glaciales se encuentran etapas más calurosas, sin llegar a los niveles de los interglaciales, y se denominan "interestadios". Las interglaciaciones, igualmente, presentan avances de glaciaciones menores denominados "estadios".
El periodo Cuaternario, que dio comienzo hace 1.600.000 años, se divide en dos fases: El Pleistoceno y el Holoceno. Durante el Pleistoceno, que se divide en tres grandes periodos: El Pleistoceno temprano, el Pleistoceno medio, y el Pleistoceno tardío, se produjeron tres hechos fundamentales: La inversión del polo magnético de la Tierra (hace 740.000 años), la sucesión de las glaciaciones, y la expansión de la humanidad por Europa y Asia.
Durante la parte final del último ciclo glacial, hace unos 20.000 años, los hielos cubrían una tercera parte de la superficie de los continentes, alcanzando un espesor de varios kilómetros en gran parte de América del Norte y de Europa. Además, el nivel de nieves eternas descendió notablemente en cadenas montañosas tales como los Alpes y los Andes. Fue tan grande la transformación de agua en hielo que el nivel del mar bajó más de 100 metros con respecto al actual. Las grandes capas de hielo y consecuente reducción de los mares hicieron disminuir considerablemente la evaporación y con ello el régimen de lluvias, lo cual a su vez restringió la vegetación y contribuyó a la aridez de muchas regiones del planeta.
El Holoceno es la época geológica actual, que se considera iniciada con el retroceso de los hielos hace 10.000 años. Aquí termina la última glaciación, continuando la retirada de los hielos. La topografía era semejante a la actual. Los climas se fueron equilibrando, y se hicieron cálidos, produciéndose una creciente sequedad en el ambiente terrestre. Los territorios se cubrieron de bosques y de selvas. Coincide prácticamente con la aparición de la economía de producción, la agricultura y la ganadería. Vivimos actualmente en esta época..
Estos cambios de los climas produjeron modificaciones en las poblaciones animales y vegetales, a través de la extinción, adaptación y migración de especies. En el estudio de estas modificaciones se basan los métodos biológicos de estimación de las condiciones climáticas y ambientales del pasado. A lo largo de la historia geológica del planeta, muchos grupos de animales han evolucionado y luego se han extinguido. Entre ellos resaltan los dinosaurios, los mamuts y otros representantes de la megafauna. Al extinguirse, en su mayoría por causas naturales, estos animales han dado paso a nuevos grupos, algunos de talla mucho menor a la de sus predecesores como el mastodonte, el megaterio y el gliptodonte. La extinción de estos mamíferos, que tuvo lugar entre fines del Pleistoceno y comienzos del Holoceno (entre los 12.000 y 8.000 años antes del presente), se ha vinculado principalmente a las actividades del ser humano y al deterioro climático. Entre las diferentes especies de megafauna extinguida existen algunos ejemplares que despiertan gran interés, entre otras razones por sus características mismas, así como también por el hecho singular de haberse encontrado sus restos fósiles en Venezuela, y en este caso particular por su comprobada existencia en la zona de los llanos de El Baúl.
El estudio y conocimiento de estas y otras especies extinguidas corresponde a una ciencia denominada Paleontología, cuyo objetivo aborda el análisis y descripción de las formas vegetales y animales que han poblado la tierra desde sus orígenes, cuya existencia es posible conocer gracias al testimonio que ofrecen los restos fósiles. La Paleontología es la ciencia que estudia a los seres orgánicos que vivieron en épocas anteriores sobre la Tierra, bajo todos sus aspectos y muy especialmente busca sus posibles relaciones mutuas, o con el medio ambiente en que se desarrollaron, y su ordenación en el tiempo. Este estudio es posible gracias a los restos de los organismos, que han llegado a nosotros formando parte de las rocas sedimentarias y se han conservado en el transcurso de los tiempos geológicos; es decir los fósiles. Luego podremos definir la Paleontología como la ciencia que estudia los fósiles
Los fósiles son importantes por la información que brindan. A partir del estudio de los fósiles podemos saber, por ejemplo, que una pereza terrestre (megaterio) pesaba entre 4.000 y 5.000 kilogramos, un mastodonte 4.000 a 6.000 kg. y un gliptodonte 1.200 a 2.000 kg. Un fósil es toda evidencia de vida de épocas geológicas pasadas. Estas evidencias pueden ser huesos, dientes, impresiones dejadas en los sedimentos que constituyeron el fondo de cuerpos de agua, polen, partes duras de organismos microscópicos, caparazones de moluscos y animales momificados naturalmente. Se define como fósil a los restos y huellas de animales y plantas que vivieron hace cientos, miles o millones de años; estos restos constituyen elementos de gran valor para comprender la evolución de los seres vivos. A partir de ellos, la mayoría de las veces solo fragmentos, el paleontólogo intenta reconstruir todo el animal, situarlo en su ambiente, descubrir su modo de vida, hábitos alimentarios, movimientos migratorios, reproducción.
Gracias a los fósiles es posible reconstruir la historia de la vida en el planeta. Así, los sucesivos hallazgos de restos fósiles permitieron conocer el origen de muchos grupos de animales y plantas que viven actualmente.
En Venezuela la paleontología es una ciencia casi desconocida. Relativamente pocos han sido los avances logrados, lo cual ha hecho que el conocimiento acerca de la paleofauna criolla sea muy restringido hasta ahora. Pero al reducido panorama paleontológico venezolano se le abrieron nuevas e interesantes perspectivas, con los hallazgos de restos fósiles pertenecientes a varias especies de megafauna extinguida, en los llanos de El Baúl, en el Estado Cojedes, una región que, según las teorías sustentadas en la paleobotánica y el paleoclima estimado para la época de la última glaciación, permanecía descartada por los paleontólogos como hábitat de los grandes animales que existieron hace miles de años, y por tanto invalidaba la posibilidad de encontrar allí evidencias físicas de su presencia.
A comienzos del 2001, en el período de verano, varios pescadores que habitan en la comunidad Zanja de Lira, ubicada a orillas del río Portuguesa, 50 kilómetros al sureste de la población de El Baúl, en el municipio Girardot del Estado Cojedes, encontraron numerosos fragmentos óseos fosilizados, pertenecientes a grandes animales. El departamento de antropología de FLASA en Cojedes inició ese mismo año una serie de actividades destinadas a recoger las piezas colectadas por los campesinos pescadores de la zona, a la vez que ha venido orientándolos sobre la importancia y el valor que tienen estos materiales para el conocimiento científico regional y nacional. Paralelo a ello se ha propuesto colectar e identificar nuevas piezas y especies, que permitan un mayor conocimiento e interpretación de la fauna y flora que pobló esta región de los llanos en épocas pasadas.
Los restos fósiles encontrados, corresponden a varios animales de la megafauna pleistocenica extinguida, entre los que se han identificado muestras de las especies megaterio y mastodonte. El termino megafauna (fauna gigante) ha sido definido para comprender al conjunto de animales (en particular mamíferos) cuya masa adulta excede una tonelada, lo cual equivale a un millón de gramos, cantidad que determina el uso del prefijo mega.
Hasta ahora se han colectados varios fragmentos de extremidades de Megaterio, así como el húmero completo de un mastodonte adulto y uno de sus molares, además de otros tres molares de mastodontes que han sido sacados clandestinamente de la zona en estudio, los cuales han permitido una clara identificación de las especies mencionadas, y nos revelan una clara evidencia de su presencia en esta micro-región llanera.
El Megaterio, que significa "BESTIA GRANDE", fue un mamífero herbívoro de gran talla, el más grande de todos los xenartros conocidos, llegó a medir más de 5 metros de longitud total. Su cabeza era relativamente pequeña en relación con su tamaño corporal y tenía un corto cuello. Su cuerpo era muy voluminoso, pero a pesar de sus dimensiones fue capaz de ponerse de pie sobre sus patas traseras. Sus miembros posteriores eran mucho más fuertes que los anteriores, pero no más largos y su cola bien robusta. Se extinguió a fines del Pleistoceno hace aproximadamente unos 10.000 años
Este gigantesco perezoso terrestre se desplazaba sobre sus cuatro extremidades y se alimentaba exclusivamente de vegetales. Los ejemplares adultos superaban los 6 metros de altura y pesaban varias toneladas. Aunque eran animales inofensivos, poco agresivos y de movimientos lentos, al sentirse amenazados se apoyaban sobre sus miembros posteriores y su robusta cola, formando un "trípode" que le permitiría adoptar una postura semi erguida intimidatoria (como hacen los actuales osos hormigueros) y el fortísimo brazo, terminado en una garra armada con enormes uñas curvas, amenazaba con un poderoso zarpazo que resultaba mortal para cualquier depredador.
El Mastodonte pertenece a la misma familia de mamíferos que los elefantes, la orden de los Proboscídeos. Era un elefante grande, con capas de piel gruesas y pesadas, y los colmillos largos de la quijada superior curvados hacia arriba. Las medidas de los mastodontes adultos eran de 2,5 a 4 metros de alto desde los pies hasta el hombro, y cerca de 15 pies (4,5 metros) de la base de los colmillos a la raíz de su cola. Pesaban entre 3.500 y 5.400 kilogramos (4-6 toneladas). Su cráneo tenía un canto aplanado en la frente. El Mastodonte alcanzaba su madurez sexual a los diez o doce años, podía vivir mas de 60 años y la hembra solo podía tener un hijo en cada parto, cuya gestación duraba 22 meses La peculiaridad de sus dientes dio origen a su nombre: Mastos quiere decir pezón, y Odóntos es diente (ambas palabras de origen griego), lo cual traduce que Mastodonte significa dientes de pezón. Los mastodontes surgieron hace poco mas de 25 millones de años y se extinguieron diez mil años atrás.
La evidencia fósil encontrada en Zanja de Lira certifica la existencia de diversas especies de megamamiferos en esa zona de los llanos, lo cual lleva indefectiblemente a concluir, a su vez, la existencia de condiciones climáticas y botánicas favorables al desarrollo de estos grandes animales en un período que hasta ahora los científicos (geólogos y paleontólogos) han considerado adverso para la vida de este tipo de especies, debido entre otras cosas, a que durante el último glacial la zona llanera carecía de un amplio manto herbáceo, lagunas y corrientes de agua, así como tierras blandas y húmedas que constituyeran un contexto vegetal apropiado para la existencia de megafauna.
Es obvio que la presencia de fósiles en las cercanías de El Baúl contradice la adversidad climática que se cree predominaba en los llanos e impedía el desarrollo de estas especies, y obliga a plantear una nueva interpretación sobre la base de estudios mas profundos al respecto, que permitan comprender con mayor exactitud y certeza el proceso geológico de esta región y su relación directa con el desarrollo de una biodiversidad que se creía ajena a ella. Por eso es de tanta importancia continuar profundizando en los estudios paleontológicos en El Baúl.
Población aborigen
Esta amplia región cojedeña estuvo densamente poblada por comunidades indígenas antes de la llegada de los europeos. Esos habitantes autóctonos dejaron numerosas huellas de su existencia, algunas de las cuales se pueden apreciar en el extenso y rico reservorio de materiales cerámicos y líticos que hasta ahora se ha reportado y prospectado en el municipio Girardot, localizado en los yacimientos arqueológicos La Ollita (en hato Piñero, a orillas del Portuguesa), cercano a la desembocadura del río Cojedes, y el sitio arqueológico El Tiestal, ubicado en el sector Zanja de Lira, también a orillas del río Portuguesa, sin contar además con otros sitios aun no estudiados, como La boca del Frasco y Paso Real, donde han sido encontrados importantes restos de cerámica prehispánica.
Numerosos fueron los grupos aborígenes que habitaron este territorio, coexistiendo en forma relativamente equilibrada hasta la irrupción del invasor europeo en el siglo XVI. No quiere decir esto que no había conflictos y enfrentamientos entre ellos, porque si los hubo, pero en todo caso estos habitantes primigenios tenían sus propias reglas territoriales, que hacían posible esa cohabitabilidad.
La mayoría de estos grupos estaban ubicados entre los cazadores, recolectores y pescadores, que se extendían por los espacios llaneros, especialmente en los paisajes ribereños de los grandes ríos como el Cojedes, Pao, Portuguesa, Chirgua, y Tinaco, hábitat propicio para las actividades que les facilitaban el sustento. Ellos obtenían su alimentación de la caza de animales silvestres, la pesca de especies en ríos y lagunas, la recolección de raíces y frutas silvestres, y hubo comunidades que practicaron un modelo de agricultura estacional en períodos de bajadas de agua, al finalizar la época de invierno. Estas comunidades no desarrollaron construcciones firmes para vivir ya que muchas de ellas estaban en constante movilidad, según los determinantes climáticos y la abundancia de recursos naturales encontrados. No obstante una parte de estos grupos estaba constituida por comunidades sedentarias, practicantes de la agricultura y con una organización social y religiosa más compleja que los anteriores, aunque eran de mayor tendencia a la guerra. La caza para ellos era una forma complementaria en la obtención de proteínas para su dieta alimentaria.
Entre los principales grupos que moraban en la zona llanera se hallan Los Guamos, Achaguas, Taparitas, Otomácos, Cherrechenes, Chiricoas, Guises, entre otros. De ellos, esbozaremos algunos datos acerca de Guamos, Taparitas, Otomacos y Achaguas.
Los indios Guamos
Este grupo étnico, también denominado GUAMONTEY, era el más numeroso y extendido en los llanos cojedeños. Vivían básicamente de la pesca, pero ocasionalmente practicaban cultivos y, aunque no eran realmente cazadores, practicaban anualmente una cacería ecológica.
Al igual que sus vecinos Otomácos, eran diestros en la captura del manatí y el caimán, especies de gran abundancia en los ambientes naturales donde se encontraban dichos grupos. Estos dos animales eran vitales en la vida de Los Guamos, ya que les proveían abundante alimentación en los momentos cuan do las grandes crecientes de los ríos dificultaban la pesca, pero también les servía para obtener una rica manteca, además de los nutrientes obtenidos en las cuantiosas nidadas de huevos de estos saurios. Según narran los capuchinos, la forma como capturaban este animal, valiéndose de una especie de soga extraída de la piel del manatí, es la misma que aun practican los llaneros en varios lugares del país, enlazando estos reptiles dentro del agua, en los grandes ríos.
Las formas de pesca ejercitadas por este grupo étnico tampoco ha perdido vigencia entre los actuales habitantes ribereños del llano, como se evidencia en los habitantes de El Tiestal, caserío ubicado a orillas del río Portuguesa, en el municipio Girardot. En los ancestrales Guamos destacan dos técnicas tradicionales de pesca masiva y selectiva: Una es la construcción de Tapas o Cañizos, consistente en la colocación de una especie de reja o palizada hecha con troncos incrustados en el lecho del río o caño, recubiertos de una malla o tejido vegetal que impide el paso de peces de gran tamaño como el bagre, el valentón y el dorado, codiciadas presas par el pescador. Este entramado artificial se construye antes de que baje el caudal del río, de forma que al hacerlo se produce el movimiento migratorio de los peces hacia aguas mas profundas y son cazados con arpones en su intento de cruzar la Tapa. La otra forma de pesca tradicional (que aun se practica) es la sub-acuática, consistente en la inmersión del pescador en los lugares de refugio de estas codiciadas especies, que no es otro que las denominadas caramas y cuevas sub-acuáticas de las barrancas del río, lugares de refugio igualmente de los caimanes y anacondas, en los cuales el avezado pescador, sumergido en las turbias aguas y sin visibilidad alguna, se vale de su agudo instinto y experiencia en la identificación táctil de las especies, para cazar con arpones o ganchos el pez que le interesa, descartando aquellas que no convienen como el cocodrilo, baba o culebra de agua.
Los Guamos no eran de vocación cazadora, pero su instinto de conservación y el profundo conocimiento de la naturaleza los llevaba a practicar lo que los capuchinos denominaron "una cacería clamorosa", ejecutada una sola vez al año, en un solo día, en el cual salían a matar todos los animales que encontraban. Lo hacían como una medida de equilibrio, ya que afirmaban que era necesario mutilar la muchedumbre de animales para que posteriormente no se alzaran contra ellos. Por lo general esa matanza no era para comer, sino para mantener un control y evitar la sobrepoblación animal.
Aunque Los Guamos no eran agricultores, aprendieron de Los Otomacos a practicar cierto tipo de cultivo de maíz, que los capuchinos denominaban "de dos meses"en razón a que ese era el tiempo transcurrido desde la siembra a la cosecha, probablemente se trate del conocido y escaso maíz cariáco, el cual era sembrado en el fértil terreno que iba quedando libre a orillas de las lagunas a medida que avanzaba el período de verano, espacio donde obtenían abundantes y diminutas mazorcas para el consumo, pero especialmente para la preparación de la chicha fermentada, su licor preferido, aunque también preparaban bebidas de las frutas de maya y cumbujul o quiribijul, las cuales al igual que el maíz, diluían en agua natural y luego guardaban en tinajas bien tapadas hasta que estaban bien fermentadas y con capacidad para embriagar.
Al igual que los demás grupos étnicos llaneros, Los Guamos eran nómadas. Solo se asentaban transitoriamente en un lugar mientras se mantenía la abundancia de pesca para ellos, construyendo desechables aldeas que poco tiempo después abandonaban para continuar su periplo viajero en busca de nuevas fuentes de alimentación.
Andaban desnudos y se practicaban mutilaciones en sus orejas, especialmente en los lóbulos, llegando incluso a usar esta pequeña parte del cuerpo como especie de pequeña alforja o deposito para guardar diminutos trozos de hojas de tabaco. Eran diestros navegantes en los ríos de su hábitat, y sus canoas se diferenciaban de las de otros grupos étnicos por su forma y rusticidad, eran de gran tamaño, planas por debajo y cuadradas por dentro, sin ninguna estética, pero especialmente aptas para la caza del manatí y el caimán.
Los Guamos eran buenos tejedores de chinchorros y sabían trabajar muy bien la cerámica, destacando entre ella la vasija de doble vertedero. Además elaboraban los arcos y flechas que usaban como armas de ataque y defensa. Practicaban la hemoterapia, que consistía en usar la sangre como elemento medicinal, especialmente para el saneamiento de los niños, a los cuales impregnaban con la sangre de la madre, el padre o el cacique, quienes, usando un objeto cortante hecho de hueso, se practicaban incisiones en la lengua y la sangre brotada la regaban en el cuerpo del enfermo. Igualmente se practicaban incisiones en la frente y la sien, con puntas de hueso, para provocar sangramiento y con ello contrarrestar los efectos de la resaca producida luego de la embriaguez con chicha fermentada.
Usaban ciertos instrumentos musicales en sus danzas rituales y festivas, tales como flautas elaboradas con carrizos, y en ocasiones construían botutos, que era un instrumento compuesto de varias cañas o carrizos de considerable tamaño.
Este grupo indígena practicaba la poligamia, en la que los hombres tomaban las mujeres que querían, con la sola condición de tener la aceptación femenina, sin necesidad de retribuir dote alguna a sus padres. Ejecutaban un rito funerario en el cual colocaban el cadáver tendido en el suelo, en medio del espacio del transitorio rancho o bohío habitado circunstancialmente en ese momento, sobre dicho cuerpo depositaban las pertenencias del difunto (por lo general arco y flechas), y luego el resto del clan familiar se sentaba o colocaba en cuclillas haciendo un circulo a su alrededor, realizando una ceremonia que consistía en llorar y cantar en tono bajo y triste, sobre todo las mujeres, lamentando que esa persona no usaría mas esos objetos, ritual que se mantiene durante horas, hasta que al fin decidían enterrar el cuerpo, lo cual por lo general ejecutaban en el mismo centro de la desechable vivienda.
Los Guamos constituyeron el grupo étnico de mas abundancia en los poblados misionales fundados y desarrollados por los frailes capuchinos a partir de la segunda mitad del siglo XVII.
Los Taparitas
Eran comunidades de recolectores que vivían a orillas de los ríos Cojedes, Portuguesa y sus afluentes. Eran mas nómadas que sus vecinos los Guamos, pues en época de verano se movilizaban constantemente. No construían ranchos o viviendas para habitación, en casos necesarios hacían enramadas desechables, pues siempre andaban por los montes caminando. En verano dormían en el suelo, recostándose en las hojas, y en invierno lo hacían en trojas construidas sobre los árboles. No practicaban ningún tipo de agricultura; comían las frutas y raíces que recolectaban en su desandar y los animales silvestres que cazaban. Eran muy buenos flecheros y elaboraban un curare muy fuerte. Poseían una piel de color clara, casi blancos y eran de contextura fuerte. Mataban a sus enemigos y luego los quemaban. Andaban desnudos, pero los hombres usaban una taparita seca y hueca, adosada al cuerpo con bejucos, en la cual colocaban el pene u órgano sexual, para protegerlo, de ahí deriva el cognomento de TAPARITAS. En período de invierno elaboraban Quiripas, una especie de lentejuela hecha de concha de caracoles, que luego canjeaban a sus vecinos por maíz, yuca, y otros productos agrícolas que ellos no cultivaban. Eran muy diestros en el uso del arco y la flecha, armas que aumentaban su eficacia con el uso del curare. Muy previsivos en la guerra, ya que siempre tenían carcajes o almacenamiento de flechas escondidas cada cierto trecho, para asegurar provisión de armamento en la huída, ante la arremetida de sus enemigos. Creían en un Dios denominado YUIULLA, pero no mantenían rituales de culto. No usaban ningún instrumento musical porque solían ser muy silenciosos, evitando así ser fácilmente descubiertos. No enterraban a sus muertos, sino que los quemaban y luego los colocaban en trojas sobre los árboles, cubriéndolos con cáscaras vegetales para evitar que los devorasen los zamuros.
Los Otomacos
Sus bases de subsistencia eran la caza, la pesca, la recolección y la horticultura; sus sembradíos los hacían aprovechando el descenso de las aguas en lagunas y esteros, y el limo resultante de ese proceso. Cultivaban una variedad de maíz denominado ONONA, que producía mazorcas a los dos meses de sembrado, y según afirma el antropólogo Rafael Strauss, esta variedad solo se encontraba en Popayán, al sur de Colombia. Estos grandes guerreros, que nunca pudieron ser dominados por los Caribes en sus constantes guerras, eran consumidores de pescado, caimanes y manatíes, al igual que las tortugas, cuyos huevos y manteca les eran de mucho provecho, no solo para el consumo, sino también para el trueque. El trabajo se distribuía por sexos: La agricultura, pesca y recolección eran propias de los hombres, quienes también elaboraban una fina cerámica y tejían cestos de fibra de moriche, con fines comerciales. La actividad de pesca era ejecutada por grupos especializados seleccionados por el cacique. Todos los productos de sus actividades eran distribuidos colectivamente por el cacique. Aunque eran diestros pescadores, uno de sus métodos preferidos consistía en el apaleo y flechado en pozos y lagunas, lo cual les daba grandes dividendos. Alternaban las jornadas de trabajo de un día con igual tiempo de descanso, pero como se turnaban las labores, siempre estaban en actividad productiva; así mientras un grupo estaba cazando, pescando o sembrando, otro grupo se entretenía en el juego de pelota por ellos practicado.
Consumían crudos los huevos de tortuga, pero ahumaban el sobrante para conservarlos; también eran expertos en conservar la carne de manatí, la cual cortaban en delgadas tiras que eran secadas al sol o al fuego. Un rasgo singular Otomaco es la geofagia o consumo de tierra, para lo cual confeccionaban una especie de panes de arcilla, que les servía a manera de entretenimiento, una especie de chicle primitivo elaborado por las mujeres. Estas hacían hoyos en sitios de greda fina, allí enterraban frutas o maíz que pocos días después amasaban impregnando la arcilla con manteca de caimán, elemento que además de darle flexibilidad a la pasta era un laxante que evitaba la plena absorción orgánica de la tierra y facilitaba su rápida expulsión; estos panes no se consumían crudos sino que llevaban cierto nivel de cocción en hornos.
Cultivaban tabaco para consumo y para trueque. Cortaban sus hojas en pequeñísimos trozos que envolvían en hojas de maíz, a manera de cigarrillos, pero solo era consumido por los adultos, en especial los ancianos, pues estaba prohibido para los jóvenes.
Sus precarias viviendas eran una especie de paravientos o techos vegetales para cubrirse de los rayos solares y dormían en la arena, cubiertos de unos mosquiteros elaborados con fibra de moriche, al efecto traían arena de la playa del río, en la cual se introducía el grupo familiar (padre, madre e hijos) que a su vez estaba protegido por el mencionado mosquitero. Esa precariedad constructiva y el uso de rancherías desechables les permitía movilizar periódicamente sus poblados, cambiándolos de lugar con frecuencia, entre otras cosas debido a razones estratégicas de tipo militar, así como a la adecuación a condiciones ambientales mejores para su modo de vida.
Como distintivo de rango los hombres usaban pelo largo y cierta especie de barba. Las mujeres cubrían sus genitales con un guayuco, tipo delantal, que era teñido con tinte del árbol paraguatán, y usaban como ornamento collares de cuentas de quiripa colgados de medio lado en su cuerpo. La organización social Otomaca se basaba en la monogamia para los jóvenes y la poligamia para los ancianos, además de practicar la exogamia (casarse con personas de otros grupos étnicos), especialmente con sus vecinos Los Guamos. Casaban los jóvenes con las viudas más ancianas, para que estas les enseñasen los secretos de la vida conyugal y como cuidar a los hijos, y al morir estas entonces los jóvenes viudos se casaban con otras mujeres jóvenes. Igual ocurría con las mujeres jóvenes y los viudos ancianos.
Paralelo a la concepción y modo de vida comunitario existía en ellos cierta forma de propiedad privada, en la cual si algún miembro de la tribu encontraba en el monte un área o sector que le gustase en particular, lo marcaba con cortes de ramas de arbustos o lo limpiaba y demarcaba, haciendo un sembradío, que era respetado por el resto de la comunidad, pero dicha propiedad era transitoria, solo mientras duraban sus siembras (uno o dos ciclos) porque luego que lo abandonaba este quedaba libre y volvía a ser comunitario.
Practicaban un bautismo de sangría a los recién nacidos en el momento mismo del parto, que consistía en traspasar la lengua del padre con una puya de raya (especie de hueso-aguijón en forma de serrucho que constituye la cola de este temido animal, cuya herida es muy dolorosa) para provocar un sangramiento que era vaciado sobre el cuerpo del niño. Si el padre de la criatura no se hallaba presente en el momento del alumbramiento el ritual debía ser cumplido por la parturienta. El padre estaba obligado a guardar ayuno total (solo podía consumir agua) hasta que secase el ombligo del niño, para lo cual permanecía acostado, ahorrando energías. Cuando los niños habían crecido les practicaban una especie de circuncisión, que no consistía en cortar el prepucio sino en proferirles incisiones o perforaciones en su pene, que les dejaban cicatrices de por vida.
En la guerra sus armas consistían en macanas, arcos y flechas, a las cuales no colocaban veneno. Atacaban sin usar los gritos de guerra comunes en otros grupos étnicos, y las mujeres les acompañaban para recoger las flechas de sus enemigos que erraban el blanco. Antes de ir a la guerra los hombres consumían estupefacientes y se laceraban el cuerpo con huesos afilados, en especial el de la puya de raya.
Practicaban un juego de pelota que además de ser recreativo tenía carácter ritual. Este se efectuaba en un espacio amplio cercano a su aldea (una cancha), usando una gran pelota hecha con el látex del árbol de caucho. Indiscriminadamente participaban dos equipos de doce integrantes cada uno y se acostumbraba la apuesta, consistente en canastícos de maíz o sartas de quiripa. Los jueces eran adultos, casi ancianos, que determinaban las faltas y los ganadores. El saque y rechazo solo podía hacerse con el hombro derecho, por tanto no podían tocarla con ninguna otra parte del cuerpo. Mientras jugaba en la cancha, cada participante se causaba heridas a si mismo en los brazos y muslos con puntas de hueso, produciéndose abundante sangramiento para cubrir su cuerpo, y al final del juego se bañaban en el caño u orilla del río.
Los Otomacos no practicaban rituales de adoración a sus deidades, pero creían en la existencia de un ser supremo a quien denominaban JIVI-URANGA, que significa "el que está en lo alto". Creían en la inmortalidad del alma, y que una vez separada esta del cuerpo se encaminaba hacia occidente, donde había un lugar en la que descansaban sus antepasados, pero corría el riesgo de ser capturada por el gran pájaro TIGITIGI, enemigo del hombre, quien las devoraba, excepto la de aquellos que se le resistían virilmente. Cuando moría un miembro de la tribu lo enterraban con sus pertenencias (arco, flecha, macana) y luego quemaban su rancho. Después la viuda iba y arrancaba todo lo que este había sembrado en las sementeras, con el objeto de arrancar de su memoria al difunto. Los piaches, denominados MOJAN o ALABUQUI, creían tener poderes sobrenaturales que les daban la facultad de metamorfosearse en animales feroces como el tigre, animal al que temían. Igualmente aseguraban poseer capacidad para adivinar el futuro, para lo cual consumían el tabaco CURUBA. En sus curaciones usaban baños de agua fría con agregados de plantas, mientras consumían tabaco. Tenían gran poder sobre el resto de su comunidad, quienes le proveían de todo para no provocar su ira y hacer que este se sintiese bien.
Atribuían a sus mujeres cierto poder sobre la luna, tanto que en los eclipses de este astro, cuando ellos temían la desaparición del mismo, las mujeres eran las que suplicaban para que recobrase su luz y esplendor. Las danzas o bailes Otomacos se realizaban al final de la rutina diaria y duraban hasta medianoche. No usaban ningún tipo de instrumento musical, solo se valían de sus propias voces, a manera de un gran coro: Para ello se organizaban en tres círculos humanos, uno detrás del otro: Había un primer círculo formado por los hombres, agarrados de la mano; luego un segundo círculo a su alrededor, constituido por las mujeres; y después un tercero conformado por niños y jóvenes. Todos ellos entonaban tonos y cantos en respuesta a una especie de director, creando así un gran coro u orfeón. También tenían un baile al que denominaban MAÉMA, en honor al tigre (maéma es el nombre que daban al tigre). Este consistía en ocho o diez hombres bailando y cantando alrededor de uno que estaba sentado en medio, encerrado; de pronto como si se acercase un tigre a llevárselo, los danzantes se volteaban hacia afuera, hacia los observadores, en tono amenazante con sus lanzas, como si observaran en cada uno la presencia del tigre.
Existen registros (hechos por los Misioneros) de voces Otomacas, que hablan de su parentesco, entre ellas están las siguientes: AUA = padre. AMONO = madre. DURIRI = hijo. DAORE = hija. AMÁ = hermano. ANOA = hermana. AÁ = esposo. UGUA = esposa.
Los Achaguas
Xaguas, Axaguas, Ajaguas y Achaguas, son los diferentes nombres con los que se conoce a este grupo étnico que habitó, extensamente, en las dilatadas regiones del llano venezolano y sectores aledaños, en especial ocupando áreas ribereñas de los caños y ríos que circulan por esta vasta zona de la geografía venezolana, entre estos se hallaban diversos lugares del territorio cojedeño.
Esta nación indígena desarrolló un modo de vida mixto, es decir, que simultáneamente ejecutaban actividades agrícolas y labores de pesca, caza y recolección, derivado de las condiciones ofrecidas por el medio ambiente natural, pródigo en frutas y animales silvestres, fuente de alimentos que no podían despreciar aún cuando lograsen cierto desarrollo en el cultivo de algunos rubros vegetales. Además de la yuca y el maíz, trabajaron la batata, la calabaza o auyama y el ají, muy usado por ellos como condimento. También cultivaron la piña, la lechoza y el tabaco. Utilizaron tres técnicas agrícolas: Una mediante la tala y quema de un área boscosa, igual a como lo ejecutan actualmente nuestros campesinos; otra aprovechando espacios abiertos y desprovistos de vegetación (pequeños valles o sabanas); y una tercera que consistía en aprovechar el desecamiento de lagunas para sembrar en las áreas que iban quedando despejadas, igual como lo hacían los Otomacos. Los utensilios de labranza eran hechos de madera, pues hasta la llegada de los europeos no conocieron los objetos metálicos. Adicional a ello, los Achaguas practicaban la domesticación de animales (agricultura animal), algunos de los cuales usaban como alimento, y una vez que entraron en contacto con los españoles incorporaron las nuevas especies traídas por ellos, haciéndose muy diestros con los caballos en las primeras actividades ganaderas.
Sus labores respondían a una organización del trabajo basada en el sexo y en función del beneficio comunitario. Mientras los hombres iniciaban limpiando el terreno, las mujeres ejecutaban la siembra y posterior cuido del cultivo, tejían hamacas, preparaban los alimentos, fabricaban la cerámica y teñían el pelo de sus maridos para ciertas actividades rituales según reglas del clan. Igualmente a los hombres correspondían las labores de pesca y caza, así como la fabricación de los utensilios de madera y sus armas (arcos, flechas, macanas y curare).
En cuanto a la pesca, utilizaban el arpón y la flecha, así como el veneno extraído de la raíz del barbásco, pero su método preferido era el utilizado para la pesca comunal, actividad celebrada ceremonialmente por la tribu. En este tipo de pesca a gran escala los Achaguas construían barreras o empalizadas, también denominadas tapas o cañizos, que se colocaban en medio de ríos o caños en la época de abundante caudal, para esperar su disminución y obstaculizar el proceso migratorio de los peces hacia aguas más profundas, momento en que eran capturados con arpones y atarrayas, obteniendo así una importante provisión alimentaria.
En materia de recolección ellos lo hacían con frutas y raíces silvestres, tales como la maya, hongos, cactus, fruta de palma, fruta de guama, miel de abejas, y algunos insectos como el bachaco y el gusano de la palma.
Una actividad que desarrollaron bastante bien fue el comercio o trueque con otros grupos indígenas (inicialmente) y con los europeos (después del contacto). Al efecto había grupos especializados en esas faenas, quienes debían movilizarse a otros territorios con sus productos. Los productos principales que ellos elaboraban para el canje eran el aceite de ABAY (tortuga) que tenía múltiples usos, especialmente curativos, y las QUIRIPAS o cuentas de collares, hechas de concha de caracol de río (QUIGUA), cuyo valor de cambio era muy extendido y valorado por casi todos los demás grupos étnicos. En los Achaguas existían artesanos especializados en la elaboración de las Quiripas para el trueque.
Fueron muy buenos en la preparación del cazabe y la arepa, así como en la confección de bebidas embriagantes, siendo su preferida la BERRIA, una especie de cerveza hecha sobre la base de diluir en agua con miel varias tortas o bollos gruesos de cazabe, dejándolos fermentar durante cierto tiempo. El producto al momento de su preparación (antes de avinagrarse) constituía una bebida suave a la que denominaban SUCUBE, pero en esta forma no producía embriaguez, razón por la que preferían consumirla en su estado fuerte o ácido al final de la fermentación. También usaban el yopo para fines rituales, al igual que lo hacen actualmente las comunidades Yanomamis del alto Orinoco.
Como buenos navegantes sabían construir sus propios medios de transporte acuático: Canoas (de cierto tamaño), piraguas (grandes), y curiaras pequeñas y rápidas. Dominaban la artesanía en el área de producción de tejidos con fibra de moriche, canastos de hoja de palma, artículos de madera y una excelente cerámica, parte de la cual era polícroma (pintada de varios colores), para lo cual usaban un tinte extraído del algarrobo.
Estos indígenas desarrollaron buenos sistemas constructivos para sus viviendas, las cuales eran de tipo comunal, denominadas MALOCAS, de forma circular y de gran tamaño, paredes de barro, techo de palma cónico y de gran altura, con una sola puerta de entrada muy pequeña y protegida por una cortina que servía para bloquear el ingreso de los insectos. En cada Maloca podían alojarse hasta cien individuos, y tenían la particularidad de construir la cocina externa a la vivienda residencial. Además de este inmueble habitacional multifamiliar, los Achaguas construían en sus aldeas una vivienda especial que denominaban DUARY, similares a las otras pero mucho mas grandes y abiertas por varios lados, este recinto era una especie de club masculino (con capacidad hasta para 500 individuos), donde las mujeres no tenían acceso y servía para realizar actividades especiales vetadas a las hembras de la tribu, tales como el CHUBAY, ceremonia de pubertad o iniciación masculina en la cual celebraban, embriagados, el paso natural de los niños a adolescentes, quienes eran azotados por los adultos para fortalecerlos y sembrar en ellos el espíritu de confidencialidad, evitando que los iniciados comentasen fuera del recinto lo que allí vivenciaban y presenciaban. Otra ceremonia practicada en ese recinto era el MIRRAY, una actividad presidida por el cacique, en la cual este jefe sentado en cuclillas, cabizbajo, con los codos puestos sobre sus rodillas, en la mano izquierda sus armas y con la derecha libre y puesta sobre la mejilla, iniciaba su Mirray u oración retórica que todos aprendían desde pequeños, expresada entre dientes y en forma rápida (casi inentendible), mientras todos permanecían en silencio, hasta que el cacique remataba la primera parte con un tono alto en forma de lamento y un golpe de voz seco al final, luego respondía el individuo que estaba colocado de primero (a quien estaba dirigida la ceremonia), con igual retórica oral, y así se iban confrontando (a manera de contrapunteo) su sermoneo religioso hasta que, al cabo de unas dos horas de enfrentamiento verbal, finalizaba el acto y empezaba la celebración festiva, acompañada del efecto narcotizante de la Berria. El Mirray por lo general era realizado para evitar las confrontaciones guerreras interclanes, es decir, entre diferentes tribus de los mismos Achaguas, quienes preferían resolver sus diferencias en la forma antes expresada, dentro del Duary.
Las aldeas Achaguas se instalaban preferentemente entre dos pequeños caños o afluentes de un gran río, garantizándose con ello estar cerca de sus campos cultivados y una expedita vía de comunicación que facilitaba su movilidad, a la vez que se situaban en un área que les ofrecía abundante provisión de peces para el consumo. La aldea era cercada con empalizadas como medida de protección, tanto de animales salvajes como el tigre, como de sus enemigos los Caribes.
Practicaban la poligamia, destacando en los hombres la preferencia por tener como esposas a varias hermanas juntas (poliginia sororal), y muchas veces lo hacían con sus propias sobrinas, siempre y cuando estas fuesen hijas de una de sus propias hermanas, pero nunca de uno de sus hermanos. También era común en ellos la separación o divorcio, lo cual generalmente ocurría por riñas maritales o por un exceso de castigo masculino. Dividían el parentesco en tres categorías: Una de acuerdo al linaje individual; otra en relación a sus parientes por línea materna; y otra en relación a sus vínculos por línea parental de la esposa. El matrimonio era visto como una carga para la mujer, una especie de desventura, pues era ella la responsable de la mayor parte de las tareas o labores del hogar y el conuco, siendo común y normal el maltrato recibido de sus maridos. Antes del matrimonio la mujer era preparada en un encierro parecido al "blanqueo" que ejecutan los Guajiros, durante el cual no podía ser vista por los hombres de su comunidad. Era sometida a fuertes ayunos durante la menstruación y recibía instrucción de las responsabilidades de la mujer casada, en especial en lo relacionado con su trabajo en los cultivos. En el vocabulario Achagua aparecen las siguientes palabras: SARICANASI = Padre. NAO = madre. ABÍ o ABINAY = Abuelo. CHYAPI = Abuela. NUBERRÍ = Hermano mío. NUBECANATA = Hermano mayor mío. NUICHERRO = Hermana.
Se organizaban en tribus o clanes totémicos constituidos por grupos humanos con un promedio cercano a cien miembros, quienes se identificaban por creer ser descendientes de animales del medio ambiente circundante, tales como Amarizan (la culebra de agua), Isirri (el murciélago), autodenominandose Amarizanes (hijos de la serpiente), Isirriberrenais (hijos del murciélago), o Univerrenais (hijos de los ríos).
En lo religioso contaban con la conducción y sapiencia de los Piaches, depositarios del saber de su tribu, conocedores de sus tradiciones, lengua, costumbres, propiedades medicinales de la naturaleza que les rodeaba. Estaban entrenados desde su infancia para esas funciones y eran identificados por su larga cabellera y vida solitaria. Creían tener la propiedad de convertirse en animales feroces, y para sus labores medicinales utilizaban combinadamente la aplicación de extractos de plantas, las sangrías (producir sangramientos con heridas), baños con agua fría y zumos de plantas, ayunos, además de acompañarse con el sonido de una maraca ceremonial solo usada por ellos. También eran pronosticadores del futuro, en especial de las faenas a emprender por la tribu, como por ejemplo las pesquerías, premonizadas según los primeros ejemplares flechados. Había dos tipos de Piaches: Uno era el MOHAN, pronosticador de la suerte del clan en todo lo relacionado con cacería, salud, comercio; otro era el MARICACAY, interpretador de sueños y pronosticador de acontecimientos meteorológicos como lluvias, inundaciones y sequías.
En el mundo religioso Achagua existían varias figuras de Dioses: Primero el Ser Supremo para ellos, el creador de todo, al que denominaban GUAYGERRI; luego otras deidades menores como JURRANA-MINARI, Dios de las labranzas o la agricultura; CUISABIRRI, Dios del fuego; PRUBISANA, de los temblores; ENO, de las tempestades; ACHACATÓ, de los truenos; JUMENIRRO, nombre dado al lucero de la tarde; TANASAMI, el demonio. Entre las leyendas Achaguas se hallaba una que hablaba del diluvio universal, denominado CATANA, en la cual narraba que un aguacero muy grande cubrió la tierra y mató a todos los hombres, pero un antepasado Achagua viendo esta gran inundación se subió con su familia al monte mas alto y se salvó, reproduciendo luego a la especie humana.
Cuando un enfermo estaba muy grave, desahuciado, que no respondía a los tratamientos recibidos, a su lado colocaban sus armas para que se defendiese de la muerte, luego el Piache desahumaba su cuerpo soplándolo con humo de tabaco y después lo dejaban solo para que luchara por la vida enfrentándose a la muerte. Al morir retornaban a su lado con grandes muestras de dolor, llorando sobre su cadáver y profiriendo altisonantes gritos lastimeros; luego de uno en uno iban pasando a llorarle, besando sus manos, recordando y alabando todo lo que hacía con ellas, haciendo memoria de su valentía y hazañas. Durante tres días efectuaban este ritual mortuorio, consumiendo bebidas embriagantes; luego abrían una fosa en el centro de la Maloca y lo enterraban junto con sus pertenencias, posteriormente su viuda o viudo se trasladaba a la sementera para arrancar todo lo que el difunto había cultivado con sus manos, borrando así su memoria, ya que el nombre de los muertos era tabú.
Los Achaguas creían que el cielo era una gran bóveda que se apoyaba sobre la tierra, y las estrellas eran los ojos de gente que habitaba en lo alto. En cuanto al cacicazgo, que tenía carácter hereditario, se sabe que cada tribu o clan tenía su cacique, pero a su vez había un cacique superior que dominaba a varias tribus vecinas y al cual se subordinaban los caciques locales.
Aspectos históricos
Esa nutrida presencia indígena que, después de los primeros contactos con las avanzadas europeas, se mantuvo en esta zona durante los siglos XVI, XVII y XVIII, entusiasmó el espíritu de los misioneros Capuchinos en el proceso colonizador, estableciendo aquí un asiento poblacional misional en la primera mitad del siglo XVIII.
Este pueblo de misión fue fundado el 1º de mayo 1744 por el Padre Capuchino Fray Pedro José de Villanueva, con el nombre "San Miguel Arcángel de la boca del río Tinaco", alias El Baúl. Su ubicación en la desembocadura del río Tinaco en el Cojedes sirvió para su nombre inicial, anteponiéndole, como era característico en el proceso misional, el nombre de uno de los santos patronos de la congregación religiosa Capuchina, como es ente caso San Miguel Arcángel.
El proceso fundacional fue llevado a cabo con 150 indios de las naciones guaiquires, mapoyes y tamanacos que, luego de haber sido llevados a la misión de San Francisco de Cojedes, la actual capital del municipio Anzoategui, marcharon el 20 de abril de 1744 río abajo, en pequeñas canoas de madera, hasta un punto cercano a la desembocadura del río Tinaco en el río Cojedes, donde una vez hecha la fundación aquel 1º de mayo del año 1744, empezaron a levantar una capilla provisoria en la cual el capuchino fundador celebró su primera misa el 14 del mismo mes, día de la Ascensión.
El Baúl era apenas un recién nacido que comenzaba a crecer a orillas de un río que le daría vida en los siguientes dos siglos y medio de su existencia, cuando el 24 de mayo de 1744 bautizaron al primer bauleño, y en abril de 1752 contaba ya con 256 habitantes, además de las 180 personas que en los tres últimos años habían muerto a causa de una epidemia.
Para 1758 El Baúl contaba con 307 habitantes, todos indígenas, de origen guaiquire, mapoyes, tamanacos y guamos. Había una iglesia nueva, cobijada de tejas y fabricada con obra limpia, tenía ornamentos y vasos sagrados. Seguía al frente del pueblo el Padre Villanueva, de 49 años de edad y 16 de misionero, lo cual indica que cuando fundó a El Baúl apenas llevaba 2 años como misionero. Lo ayudaba en 1758 el Padre Fray Cristóbal de Alcalá.
En 1770 sus habitantes eran 226, y el Padre Villanueva seguía en El baúl, pero ya existían otros grupos étnicos, compuestos por 60 familias de blancos, negros y pardos, que vivían en sus alrededores y tenían casas, labranza y ganado. Cuatro años más tarde, el 1º de julio de 1774, el fundador entregó su alma al Creador y fue enterrado en la iglesia por él construida, la primera iglesia, la misma de la cual apenas sobrevive un pequeño muro en la falda del cerro morrocoy. El padre Pedro José de Villanueva deriva su apellido del lugar del cual era nativo, Villanueva, pueblo originado en la fundación de la aldea de Encina Nava en 1155, que se pasó a llamar Villanueva de Córdoba o de La Jara en 1553, alcanzando el título de Villa gracias a los servicios prestados a Carlos V en el siglo XVI. Actualmente esta ciudad esta ubicada en la provincia de Córdoba, en la región de Andalucía, en el sur de España, cuenta con unos 10.000 habitantes. y desde la antigüedad su santo patrono es San Miguel Arcángel, lo cual como vemos, fue trasladado por el fundador al recién nacido pueblo en las riberas del río Cojedes, al cual bautizo con el nombre de San Miguel Arcángel de la boca del río Tinaco, alias El Baúl. La celebración del día de San Miguel Arcángel para el momento de la fundación del pueblo, en el año 1744, se realizaba el día 8 de mayo, pero luego, en el año 1858 por decisión del Papa fue cambiada para el 29 de septiembre, tal como hoy se mantiene, he allí el motivo por el cual el patrón espiritual de El Baúl es San Miguel, pues se trata de una traslación cultural derivada del arraigo telúrico del fundador, que además responde al contexto histórico de mediados del siglo XVIII.
El 22 de marzo de 1781 llegaba al pueblo el Obispo de la Diócesis de Caracas, Mariano Martí, en visita pastoral, quien ofrece una interesante descripción de este joven poblado llanero, señalando que tenía una iglesia de tejas, bajo la advocación de San Miguel Arcángel. Tenía paredes de Tapias y adobes, cubierto de cañas el cuerpo; la capilla mayor de una bóveda de tablas pintadas, con un aseado retablo mayor, que en su nicho principal albergaba a la Virgen del Amparo, de bulto y vestida. En el nicho colateral de la banda del Evangelio se hallaba el patrono San Miguel, y en el otro nicho colateral, en la banda de la Epístola una imagen de bulto de San José. La Sacristía, detrás del presbiterio, esta medianamente adornada; el templo tenía coro alto, pila bautismal, y además del altar mayor había otro altar dedicado a las ánimas del purgatorio, y otro en honor a San Antonio. El templo era de 34 varas de largo (30 mts), de una sola nave dividida en tres partes; tenía dos puertas grandes. Los costados del templo tenían corredores con pilares de ladrillos. El templo no tenía un campanario propiamente dicho, sino un torreoncito de cuatro pilares de ladrillo, techado de tejas, donde se hallaban las campanas, y delante del pórtico, en una plazuela, estaba el cementerio. Para el momento de la llegada del obispo Martí el pueblo estaba dividido en dos sectores, uno donde vivían los españoles, y otro donde estaban los indios, y la iglesia se hallaba externa, en el cerro morrocoy. Ese año El Baúl tenía 538 habitantes: 168 indios, 201 blancos, 51 mulatos, 112 negros libres y 6 esclavos. Los indios componían 37 familias que vivían en igual cantidad de casas, y los españoles eran 58 familias distribuidas en 50 casas. Además de la iglesia, el padre Villanueva tenía una casa de tapia y tejas, que los vecinos bautizaron con el nombre de convento. Hubo un hermano del fundador que se radicó en El baúl y contrajo matrimonio con una dama de apellido Sosa, al morir este la viuda caso con alguien de apellido Landaeta, del cual también enviudó, y caso por tercera vez con un señor de San Carlos, de apellido Sandoval.
Según testimonia Martí, el pueblo originalmente había sido fundado en otro lugar, ubicado río Tinaco arriba, como a un cuarto de legua(1 Km), en la margen izquierda del río, terrenos de la familia Tovar. Luego fue trasladado al lugar donde hoy se encuentra, y esta acaudalada familia ayudó a construir la iglesia.
El 28 de noviembre de 1795 el Obispo de Caracas emitió un decreto para admitir como curato de doctrina al pueblo misional de El Baúl, el cual pese a ello no fue entregado de inmediato sino en 1797, quedando a partir de entonces en manos de sacerdotes seculares el control eclesiástico del poblado.
En 1802 el Padre José Damián Acosta levantó un padrón poblacional, registrando un total de 2.026 personas, es decir un crecimiento del orden del 390 % con relación al año 1781; pero que además ofrece otros datos muy interesantes para la comprensión del proceso de mestizaje y sincretismo cultural que empezó a generarse en esos años: El número de indios era de 316, indicando un crecimiento del 100 %; los blancos eran 742, con crecimiento de 350 %; los negros libres habían crecido un 290 % y eran 301; los pardos (mestizos) eran 549, mostrando un incremento de 1000 %; y los esclavos, cuya cifra era de 118, mostraban un incremento de 2000 %, lo cual es un claro indicador de un acelerado crecimiento en la actividad productiva, básicamente orientada a la ganadería y la agricultura. Es esa la época cuando empieza a conformarse el perfil identitario de El Baúl. Esto se comprueba en el hecho de que el Padre Acosta se quejaba en 1803, ante el Obispo, porque en el pueblo se daba la frecuente realización de fandangos que duraban toda una noche, y el Teniente de Justicia Mayor, máxima autoridad local, no los impedía, sino que los permitía. Consideraba el sacerdote que el fandango, baile o fiesta española de larga duración, era la fuente de numerosos pecados. Con el tiempo el fandango se transformó en el joropo, como fiesta y como interpretación musical usada en dicha fiesta. Esto nos indica que esa singularidad bauleña, que identifica al pueblo como "la cuna de los arpistas en Venezuela", se fundamenta y tiene su raíz en ese elemento originario, que se remonta a dos siglos, cuando los primeros bauleños eran aficionados y practicantes de la fiesta del fandango, baile matriz del cual emana el joropo, en su género musical y dancístico.
En 1805 el padre Acosta hizo una nueva matricula que arrojó los siguientes datos: Población total 1750 personas, lo cual indica una disminución del 20%; había 717 blancos, 343 indios, y 579 pardos, mostrando en general los mismos niveles de 1802, pero destacando una fuerte disminución en la presencia de negros, tanto libres como esclavos, siendo los primeros apenas 91 (70 % menos) y los segundos eran solo 20 esclavos, lo que equivale a una reducción del 80 %. Seis años mas tarde, en 1811, el Padre Clemente Antonio Pérez hizo una matricula que dio los siguientes resultados: Población total 2.666 habitantes; de ellos 1.050 eran blancos, 456 indios, 854 pardos y 306 esclavos, evidenciándose un notable incremento en todas las castas. En 1815 descendió a 1.560 personas, lo cual se debió a la guerra, pero en 1817 subió a 1.816 habitantes, debido a que desde el año anterior y hasta 1818 la zona disfrutaría de una relativa paz; En agosto de 1818 llegó el sacerdote José López Serrano, levantó un inventario que arrojó entre otros los datos siguientes: La iglesia era de una sola nave, de tapia de pisón y techo de tejas. Tenía dos capillas cerca del presbiterio, y se llovía por todas partes. Un solo altar con su tarima. Se conservaban las mismas tres imágenes: Nuestra señora del Amparo, San Miguel y San José.
La guerra independentista usara las sabanas bauleñas como recurso libertario, y entrara al corazón de su gente, para que uno de sus hijos, el Comandante Juan José Díaz, se coronase de gloria al lado del general Páez en las jornadas épicas de las Queseras del Medio y de la batalla de Carabobo.
Unos de los combates mas importantes ocurrido ese año en tierras cojedeñas tuvo lugar en la población de El Baúl el día 15 de abril de 1818, tal como lo testimonia la comunicación enviada por el jefe realista Capitán Miguel León al Comandante de San Carlos, Ramón González, en la cual hace el siguiente relato: "En esta hora, que serán las tres de la tarde, he entrado en este pueblo, donde he batido y derrotado completamente los enemigos, cuyo número era de 200, y mas, según voz general del pueblo, y la tropa que me acompaña de 140, habiéndoseles matado 21 y prisioneros solamente 8, y los demás se escaparon por haberse tirado al río. Se les cogió 14 carabinas y un trabuco, 35 lanzas, 20 paquetes de cartuchos y 69 bestias entre yeguas y caballos, porción de sillas y algunos sables y puñales de mano. En el día de mañana salgo a marcha redoblada a tomar el punto de Guadarrama, de donde daré a Ud. Parte inmediatamente" (Gaceta de Caracas, Vol VII, p 1421).
Durante la independencia El Baúl no sufrió demasiado los embates de la guerra, porque en sus calles apenas hubo un solo combate, y el poblado fue fiel a la corona española hasta después de 1821. Incluso hubo resistencia de algunos vecinos, que se alzaron en 1822 contra el gobierno republicano, hecho que fue sofocado por el Coronel Fernando Figueredo, autoridad política y militar de la época en el Cantón San Carlos, lo que actualmente es el territorio del estado Cojedes.
El crecimiento demográfico se refleja en el padrón de 1825 levantado por el Padre Jacinto Pérez, donde figuran 2.645 personas, de las cuales 787 eran blancos, 376 indios, 1444 pardos, 24 esclavos y 14 negros libres, mostrando con ello un alto incremento del mestizaje y una drástica reducción de los negros.
A comienzos de 1827 la iglesia se hallaba en mal estado, según lo refiere el sacerdote del pueblo Juan Vicente Cisneros, debiendo celebrar las misas en la casa de un vecino. Por esta razón empezó a recabar fondos para construir una nueva iglesia, logrando para 1828 la suma de 200 pesos. En octubre de ese año, por instrucciones del Arzobispo Méndez, llegó al pueblo el Padre José maría Magdaleno, con el objeto de escoger un lugar para levantar la nueva iglesia, determinándose que este debería tener su fachada hacia el poniente. En 1835 aun no estaba concluida la obra, según lo testimonia el nuevo sacerdote Mateo García, quien a su llegada el 9 de diciembre señaló: "La iglesia está en fabrica, concluida la capilla mayor y sacristía, techado el caney de teja hasta la mitad del templo…" Los oficios religiosos se practicaban en otro lugar.
A partir de la década de 1830 se intensificaron los movimientos comerciales que utilizaban, desde El Baúl, la vía fluvial del sistema del río Cojedes (eje Orinoco-Apure). Aquí confluían los tráficos drenados por el río San Carlos, además de los caminos de herradura (transito de mulas, caballos y burros) que lo unían con Barquisimeto, Acarigua, El Pao, Valencia y San Carlos. La cuantía de movimientos comerciales que utilizaban ese sistema fluvial se puede constatar al registrarse, entre febrero y octubre de 1844, un total de 543 embarcaciones (tipo bongo) entradas al puerto fluvial de El Baúl. Esto vino acompañado de importantes instalaciones de comerciantes, peones, bogas, campesinos, ganaderos. El proceso se fortificó a partir de 1856 con la llegada de los primeros vapores a este puerto. Los intercambios entre los diferentes centros poblados fueron recíprocamente favorables. Remontando el Orinoco y sus afluentes los guayaneses llegaban a cada uno de los poblados ribereños antes mencionados y otros cercanos a estos, donde fácilmente adquirían productos agrícolas y pecuarios que eran sacados para el consumo de las grandes ciudades venezolanas y también para la exportación, trayendo de regreso productos manufacturados importados para surtir los centros comerciales de dichas poblaciones. Esto condujo al fomento de las actividades económicas basadas en la producción agropecuaria y el comercio. Este intercambio obligó a las principales casas comerciales ubicadas en los principales puertos y ciudades del país a fundar casas de giro y representaciones en los principales puertos fluviales del contexto llanero. El pueblo de El Baúl se convirtió en lugar de enlace de la extensa zona cojedeña-portugueseña-larense, y se transformó en un importante centro de comercio por el cual entraban y salían frutos, mercancías y víveres, gracias a su privilegiada ubicación al lado del entonces caudaloso río Cojedes. Este progreso, de la mano del surgimiento de filiales de las grandes firmas comerciales, conllevó a generar una inmigración a este poblado que marcó huella en su desarrollo histórico futuro, ya que eran estos inmigrantes quienes estaban al frente de las principales casas comerciales locales, pero que luego decidieron echar raíces y quedarse en El Baúl, creando núcleos familiares permanentes.
En 1846 el pueblo vivió momentos agitados por los vientos de guerra sufridos a consecuencia del alzamiento de "Las Empalizadas", a orillas del río Portuguesa, hecho que fue dominado por las fuerzas gubernamentales a cargo de José Laurencio Silva. Luego, en 1848, el Comandante bauleño Juan José Díaz, hombre de confianza del General Páez en la independencia, se levantó en armas con 200 individuos para movilizarlos a Calabozo en apoyo a su antiguo jefe, que estaba alzado contra el presidente Monagas. El Comandante Díaz se movilizó por la vía de "Zanja de Lira", lugar donde reclutó gente, y siguió a Guadarrama, población que atacó e incendió, pero luego se devolvió a El Baúl.
En el verano de 1849 un científico alemán, de nombre Karl Ferdinand Appun, discípulo de Humbolt, llegó a El Baúl en visita científica, y allí describe interesantes aspectos que reflejan el nivel de progreso del poblado. Entre otras cosas señala lo siguiente: " Eran las cuatro de la tarde de un día sábado, cuando nos encontramos frente a la misión de El Baúl, separados de ella por el río Cojedes, de tamaño considerable. Entramos a una pulpería, situada en la ribera izquierda, para refrescarnos y preparar lo necesario para pasar a la otra ribera. Un panorama sumamente interesante y vivo se ofrecía a mis ojos. El pueblo en que me hallaba consistía en muchas casas que eran pulperías en su mayoría y presentaban un aspecto muy agradable por la pintura blanca de las paredes de adobe y por sus rojos techos de tejas. Delante de ellas una gran plaza abierta, sombreada en parte por un gigantesco tamarindo, se extendía hasta el río, en cuya ribera, allí plana, se hallaba una multitud de bongos, barcas, curiaras o como se llamen los botes de menor tamaño. Detrás de las casas se levantaban desnudas colinas cubiertas solo de vez en cuando por matas aisladas. De una de esas colinas bajaba saltando alegremente por su lecho rocoso un bello arroyo claro, para saludar de prisa, con graciosos murmullo, el tamarindo colosal, y luego afluir velozmente al río. Las riberas rocosas del arroyo, desde la cumbre de la colina hasta su pie, ofrecían a mis ojos un extraño espectáculo: en fila continua se encontraban allí viejas y jóvenes lavanderas, vestidas de blanco, …con la falda recogida en alto. … Bajo el tamarindo había muchísimo movimiento: vendedores de carne fresca o seca, de chigüire y pescado, de frutas, de casabe y maíz exponían allí sus mercancías que en parte colgaban y en parte yacían sobre esteras en el suelo. Algunos arrieros, entre ellos el mío, esperaban con sus bestias descargadas, la barca de la orilla opuesta, a la sombra del tamarindo a fin de llevar a la misión las cargas, amontonadas en el suelo; vendedores de vajilla, loros vivos, monos y pollos se encontraban allí con el mismo propósito: todo ofrecía pues el espectáculo de un vivo mercado. Con sus trajes pintorescos, llaneros y ganaderos, hateros y peones, los caballos o mulas atadas a las rejas de las pulperías, se hallaban en su interior tomando guarapo y ron, sus bebidas favoritas. Cuando entramos todos nosotros a la barca larga y ancha para pasar a la otra orilla, esta se hallaba lista y sobrecargada de pasajeros. Mis compañeros de pasaje eran un gran número de aquellas lavanderas ocupadas en la colina, que regresaban a la misión con su ropa… Había entre ellas muchachas trigueñas muy lindas y desarrolladas, que me hicieron formar el mejor juicio sobre las bellezas femeninas de El Baúl. Las bestias de carga, así como la mula del arriero, tuvieron que nadar a la otra ribera, lo que en realidad era un riesgo, ya que había muchos caimanes en el río; pero como se atravesó este ininterrumpida y ruidosamente, estando los botes llenos de gente y el ganado se hallaba nadando, no era de temerse un ataque de aquellos reptiles a las bestias. También aquí, en el desembarcadero de la ribera derecha, había mucho movimiento y pronto fuimos rodeados por una gran cantidad de gente trigueña. La casa a la que "el Sabio" (baquiano) me condujo se hallaba al principio de una calle muy ancha y larga, no lejos de la orilla. Tenía una notable longitud, aunque era solamente de un piso, como los otros edificios… Detrás de la casa había una plaza grande y libre, rodeada por algunos edificios pertenecientes a la dueña…. En el centro de la plaza se levantaba un gran cocotero de 80 pies de altura, en el mejor desarrollo y recargado de frutas, un fenómeno rarísimo en esta región. Fue este el lugar mas lejano de la costa, en el interior de Sudamérica tropical, donde viera un cocotero. En la comida fui sorprendido por muchos platos exquisitamente preparados, acompañados de varias delicadezas europeas: sardinas, ciruelas pasas, frutas conservadas en vinagre, olivas, etc, y finalmente un excelente dulce de guayaba. No faltaban ni el vino ni la champaña y lucían en la mesa sardinas "a l´huile", langosta, "clams" (almeja de carne comestible), queso holandés, salchichas envueltas en papel de estaño, etc. El comercio del pueblo es activo, tanto con San Fernando de Apure como con la costa, llevando con esta el intercambio de ganado, queso, pescado seco y chigüire." Especialmente en tiempo de Cuaresma, grandes cantidades de estos dos últimos artículos son enviados a todas partes del país, pues al venezolano le está permitido comer como plato de ayuno la carne de chigüire. Abrazado por ambos lados por el río, que exactamente aquí se vuelve resueltamente desde el Oeste hacia el Sur, el pueblo, situado en una considerable colina, se extiende a través de una serie de pintorescos ranchos y edificios a lo largo del río. Por último, el sabio alemán señala: "La misión de El Baúl lleva su nombre por la región en que se halla, rodeada de ríos por todas partes: el río Tinaco, el río Pao, el río Cojedes y el Portuguesa, a causa de lo cual formando un largo cuadrado, se asemeja a un baúl". Situado en la confluencia de los ríos Tinaco y Cojedes, el pueblo es de notable tamaño y consiste principalmente en dos largas calles anchas y rectas, donde se encuentran las blancas casas al estilo rústico venezolano, gran parte de las cuales son pulperías.
Durante más de ochenta años este poblado perteneció, territorial, eclesiástico y administrativamente a la Villa de San Carlos de Austria, hasta que en 1830, con la creación del Cantón Pao quedó comprendido dentro de su jurisdicción como una parroquia. Veintiséis años después, fue creado el CANTON GIRARDOT (actual municipio Girardot), por decreto del Congreso de la República, el 02 abril de 1856. Desde ese momento El Baúl pasó a ser la capital de dicho Cantón, luego denominado Departamento, posteriormente Distrito y ahora Municipio Autónomo.
El primer maestro o preceptor de El Baúl fue el señor José Estrada, quien ejerció su labor desde comienzos de la década de 1830 y fue jubilado, mediante decreto, por el gobernador Guillermo Tell Villegas en 1856, nombrando como su sustituto al maestro Pedro León Torres (siendo este el primer caso de jubilación de un docente en territorio cojedeño).
En ese mismo año 1856 comenzó la navegación de vapores por el río Cojedes, iniciada con la llegada a El Baúl del vapor Meta, el 20 de septiembre de ese año, procedente de Ciudad Bolívar; una nave de 44 metros de largo por 14 de ancho, capitaneada por Juan Hammer. El 21 a las 8 am el barco siguió en un paseo a Sucre, con 200 personas a bordo y llegó hasta "la vuelta de las tortugas", donde se devolvió al Baúl, allí llegó a las 2 pm. En la noche hicieron una gran fiesta a bordo de la novedosa nave y en la mañana del 22 salió con rumbo a Ciudad Bolívar, iniciando así el comercio y transito de vapores entre El Baúl y la capital guayanesa, extensible a puertos extranjeros.
La epidemia de cólera propagada en el país en 1854 también llego a El Baúl, razón por la cual el gobierno provincial, a cuyo frente estaba Guillermo Tell Villegas, nombró al Dr. Daniel quintana para que se instalase en el pueblo a prestar sus servicios médicos. Con este médico llegó también, un poco mas tarde, el Dr. Carlos Manuel Cárdenas, su cuñado. Además incorporó la población al servicio de correos, con dos visitas a la semana, interconectándolo con San Carlos. Un dato importante de señalar es el reflejado por el gobernador Villegas en su memoria a la Diputación Provincial en 1856, porque allí acota que El Baúl carecía de un templo, cuyos datos no ofrecía por no tenerlos a la mano, pero se comprometió a entregarlos oportunamente. Esto nos indica que acaso ¿la obra construida 20 años atrás se había derrumbado?¿Por qué razón no había iglesia?
En 1858 El Agachao, celebre caudillo federalista, se alzó con 200 hombres en los alrededores del Baúl, iniciando allí, prematuramente, la guerra federal.
En el curso de la guerra federal este pueblo sintió el efecto devastador de la contienda. En sus calles se combatió muchas veces y destaca el sitio y batalla del 7 de octubre de 1859, cuando las fuerzas federales que estaban en El Baúl, unos 300 hombres al mando del Coronel Pedro Archila, fueron atacadas por las tropas del gobierno, integradas por unos 500 soldados comandados por Jacinto López Gutiérrez, José Leandro Martínez, Hermenegildo Gámez y Andrés Morales. El combate fue terrible, muy sangriento, quedando 140 muertos en los federales, incluido su jefe el Coronel Archila, 32 prisioneros y muchas armas capturadas. La gente del gobierno solo tuvo 5 muertos y 15 heridos, lo que demuestra que muchos federales fueron pasados por las armas después de haberse rendido. Cuatro años mas tarde, el 29 de julio de 1862, se produjo otro combate importante en el territorio del actual municipio Girardot, el cual aparece reflejado por González Guinán en el tomo VIII del libro Historia Contemporánea de Venezuela: "El Comandante Dr Gonzalo Cárdenas, jefe del Estado Mayor del jefe de Operaciones del Guarico y Cojedes, hacía por separado una excursión con fuerzas de infantería y gran parte de caballería. Cuando la mañana del 29 de julio encontró en la Boca del caño de los Aceites al Gral. Magdaleno Barreto, que iba de travesía con su Estado Mayor, ciento y pico de hombres y una madrina de bestias. Para el Gral. Barreto fue aquello una sorpresa. En pocos momentos fue dispersada su pequeña tropa, quedando él y otros de sus compañeros prisioneros. Los federalistas tuvieron en aquella jornada 22 muertos, entre ellos los Comandantes Francisco y Salustiano Caballero, los oficiales José Ramón Gamarra, Higinio Hernández y Tiburcio Sandoval, y 46 prisioneros, entre los que figuraban el citado Gral. Barreto, el Coronel Leoncio Matute, el Comandante José Ángel Barreto y los oficiales Eugenio Alvarado, Cipriano Barreto, Higinio Bustos, Manuel Salinas, Bartolo Monagas y Matías Cortez".
El 03 de junio de 1858 Juan Miguel Iturriza y Patricio Fernández constituyeron una sociedad mercantil en El Baúl: "Hemos establecido en esta plaza una tienda de mercancías secas, la cual gira bajo la razón social de "patricio Fernández", y será administrada dicha tienda por Patricio Fernández, siendo su firma la que autorice todos los actos de esta sociedad, la cual no tiene un capital fijo, pues se ha establecido con la suma de dos mil quinientos sesenta y siete pesos, importe de mercancías, prendas, mobiliario, que hemos comprado al Sr. Carlos Aliaga, y cuatrocientos noventa y un pesos, importe de las tomadas el dos del presente del establecimiento del socio Iturriza. La duración de esta sociedad será de dos años, pero puede disolverse antes si así lo acordaren sus contratantes. .En 1863 Juan Miguel Iturriza, un rico comerciante que participó en la guerra federal pero no perdió su fortuna, construyó la famosa casa de alto para establecer allí una casa de comercio, aprovechando el auge de esta actividad por efecto del incremento del trafico de vapores que, desde Ciudad bolívar y otros puertos, traían al Baúl mercancías importadas y de regreso se llevaban los productos locales como cueros de res y de venados, queso, manteca de cerdo, aceite del gusano de palma, tabaco y productos agrícolas, y algún tiempo después comercializaron las plumas de garza, un producto codiciado en Europa que generó grandes ingresos a los llaneros del Baúl, pero mucho más a los comerciantes que las exportaban. Finalizando el siglo XIX la casona fue vendida a Don Luis Sosa; posteriormente este la vendió a José de Jesús Salazar Olivo, comerciante y maestro. En 1930 la adquirió Don Alonso Tosta e instaló su botica; en 1950 la casa volvió a manos de la familia Iturriza, cuando Ladislao la adquirió.
En 1859: el español José Marquez (Mayorca) señala en testamento en El Baúl, una bodega de 3.000 pesos de capital, y acusa deudas con Real Cª de San Fernando; Eugenio Barrios Cª, Matías Paz y Tomás San Miguel del comercio valenciano. En 1860 Leonardo Igarza poseía casa comercial en El Baúl y un billar.
En 1867, un viajero de apellido Michelena que llegó a El Baúl, señaló: "ninguna población de cuantas había visitado hasta ahora me sorprendió más que esta,… Desde luego me encontré con una gran población de mas de 6.000 almas, y como 15.000 contando sus campos inmediatos: muy buenas casas, buenas tiendas de ropas y comestibles, todo el mundo bien vestido, y no vi un solo mendigo… la mayoría de este poblamiento corresponde a emigrantes de otras regiones cercanas, en particular San Carlos, El Pao y Valencia, junto a lugareños bien asentados por las condiciones de su agricultura, ganadería, pesca y artesanía. Esa abundancia de población allí reconcentrada tiene su origen en la abundancia de víveres que ofrece; tiene bastante ganado, pescado de las mejores calidades y en abundancia, de que hacen salazones para enviar a otras poblaciones; hay muchos pequeños trapiches para moler la caña y hacer papelón y azúcar; el cazabe es inmejorable, y tienen gran abundancia de aves; el aguardiente es otro de sus mejores artículos de exportación. Sus embarcaciones trafican además los productos que descienden por arreos de mulas del Estado Lara, particularmente café, sacos y mochilas de henequén y los llevan hasta Ciudad Bolívar, de donde transportan al retorno mercancías importadas. El aprovisionamiento de víveres de San Fernando de Apure casi es exclusivo de El Baúl, saliendo diariamente 6 o más bongos cargados, y trayendo en cambio dinero, mercaderías de Angostura u otros efectos venidos de la provincia de Caracas."
En 1865: Eleuterio Gutiérrez, comerciante instalado en El Baúl.; en 1866: Miguel Calafat (español) tenía casa comercial en El Baúl.; ese mismo año existía la casa comercial "Hermanos Garrido", en El Baúl, propiedad de José Jesús y Joaquín Garrido. y el joven Teodosio Estrada inicio actividad comercial ambulante en El Baúl.
En Octubre 1867: Simón Levinson, acepta (documento registrado) que debe y pagará a Juan Miguel Iturriza Cª del comercio de El Baúl, la cantidad de 1926 pesos y 32 centavos, provenientes de la liquidación de la casa comercial mantenida en sociedad con esta firma hasta el 07-10-1867, en esa población; la deuda la componen 1201 pesos de su cuenta particular y 724 pesos como mitad de las perdidas habidas en dicha sociedad, comprometiéndose a cancelarla por abonos en plazos establecidos al respecto. Ese mismo año Antonio Peña con establecimiento en El Baúl.
En 1868 Pedro Celestino Mujica (español) con negocio en El Baúl. También Manuel Ávila y Olegario Montes, este último, al igual que Carlos Villamediana ya estaban en 1866
Durante todo el resto del siglo XIX y las primeras dos décadas del siglo XX, era común encontrar en las casas comerciales del Baúl (muchas de las cuales eran filiales de grandes firmas nacionales como Boulton, Blohm, Röemer, Baasch, Kolster, Mestern,), finos productos importados como licores, telas, sombreros, ropa, objetos de reciente invento, cremas, medicinas, etc. En esa época llegaron muchos extranjeros a establecerse en El Baúl y luego echaron raíces, apellidos como De Bona, Pignataro, Trestini, Cavalcanti, Toche, Falótico, Alquibi, Grimaldo, Lavieri, Lévison, Ricart, entre otros. Desde El Baúl se surtían poblaciones como El Amparo, Lagunitas, El Pao, San Carlos, Tinaco, Cojeditos y hasta la propia Acarigua, desarrollándose una intensa actividad comercial que generó riqueza y prosperidad no solo en El Baúl, sino en todo Cojedes.
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