El modo como se propone la educación desde hace siglos, y sobre todo en y desde los representantes más destacados de la Ilustración, comparte este punto de vista. Se habla entonces de "orientar correctamente" el hombre y la sociedad futura con una adecuada educación. Se potencia así de manera paralela el interés en los asuntos ambientales y de interrelación con los semejantes como modo de lograr esa organización deseable. Pero lo que la investigación etológica viene mostrando desde hace varias décadas es la importancia de reformular este problema, sopesando de nuevo y cuidadosamente los elementos hereditarios. No todo ni en todos los momentos puede ser aprendido. Los niños, por ejemplo, pasan en particular por un período básico de "comportamiento interrogativo" el cual, de no ser atendido adecuadamente, puede interferir en el desarrollo futuro de manera indeleble. Eibl-Eibesfeldt no ha dudado en vincular casos de neurosis a esas situaciones de inseguridad derivadas de la inexistencia de respuestas y Gregory Bateson, estudiando los procesos de comunicación, ha vinculado la esquizofrenia, en algunos de sus casos, a la ambivalencia en las respuestas que el niño obtiene en el período de su primera educación. [2]
En una pregunta por el hombre y la sociedad en términos de naturaleza y cultura la historia de la especie nos lleva a preguntarnos por pautas que son el resultado de las adaptaciones filogenéticas. No se trata de desconocer el papel del medio ambiente sino de volver a plantear la pregunta por esa interacción entre nuestra naturaleza y el medio, entendido también como cultura, en cuanto repertorio de formas y modos que se pueden asumir y utilizar en el proceso vital. En el caso de las situaciones individuales es claro que el aporte es mínimo: si el medio actúa, es en ese mismo proceso de reacción de las adaptaciones filogenéticas que recibimos bajo la forma de un acervo genético frente a estímulos exteriores. También esto lleva a la necesidad de reformular viejas cuestiones filosóficas como la de la naturaleza de nuestra libertad, por ejemplo. De allí se derivan también asuntos vitales como nuestra clara responsabilidad en el proceso de autoconstrucción de la personalidad y moldeamiento del carácter.
La imagen de la hoja en blanco o la "tabula rasa" se va mostrando en su inconveniencia y parcialidad y van emergiendo o reapareciendo otras metáforas para comprender nuestra mente y naturaleza propias. A esas imágenes de la tabla de cera o el papel en blanco oponemos una que nos parece valiosa; se trata de considerar nuestra capacidad mental y natural de ser impresionados como a su vez lo puede ser la madera; bajo la herramienta del grabador. En la labor de xilografía el artista o el artesano saben bien que todo corte o incisión debe consultar el hecho original de la disposición de la fibra, su orientación y disposición. Para el caso de nuestra especie la Etología viene identificando la imbricación, las direcciones de esa fibradura. Esto sencillamente significa que no es posible; por ejemplo, lograr propósitos con el mismo esfuerzo en todos los individuos. Cualquier cosa que nos propongamos con nosotros mismos, y con la sociedad, o el grupo particular; debe contar con esas preprogramaciones, con esas disposiciones. Las facilidades de impresión y las resistencias tienen una raíz que es indispensable identificar para revaluar definitivamente la vieja imagen empirista de nuestra mente y naturaleza como una "tabula rasa".
Hay autores que al calor de la polémica extreman por momentos sus posiciones: "Todo parece indicar que las preprogramaciones codeterminan el comportamiento humano, pues el hombre, pese a todas las experiencias de la historia, da muestras en su conducta social de una asombrosa incapacidad de aprendizaje"[3]. Ya Lorenz había recalcado la distancia en ocasiones patética que se observa en el hombre entre los logros en su control del medio ambiente y los avances lentísimos en el manejo de su dotación íntima y la subsiguiente incapacidad para resolver completamente los problemas que dependen de esa fibra de la acción humana.
Es un hecho real que lo que nos dio prevalencia sobre otras especies es lo que obstaculiza hoy la producción de unas condiciones deseables en la perspectiva intraespecífica. La relación con nuestros semejantes está fuertemente coaccionada por nuestra herencia o componentes innatos de la conducta. La tendencia a la agresión, en particular, lesiona las formas de asociación cualificadas o las erosiona peligrosamente. Tenemos que hasta en la denodada búsqueda de la paz se perfila una forma de lucha, un temple de ánimo, la defensa de unos principios o perspectivas. Paradójicamente hay muchos pacifistas que no lo son tanto al defender sus convicciones. Si observamos la serie de conflictos que pertenecen a la historia de la especie, el panorama sugiere una raíz más vigorosa aún que es necesario reconocer. Debemos revisar entonces los resultados de una investigación empezada hace ya más de un siglo como exploración del instinto en cuanto automatismo heredado.
En la historia de las ideas se ha convertido casi en lugar común el intentar explicar, por ejemplo, la presencia de las guerras por la perspectiva lockeana de la primicia de las causas ambientales. La Etología humana no quiere desconocer el papel de la cultura en la determinación de la determinación de la conducta sino que quiere definir, a partir de la investigación biológica del comportamiento, el alcance de los componentes innatos.
Eibl-Eibesfeldt, cuya dedicación a estos problemas venimos siguiendo, ha rebatido la ligera acusación de biologismo, como intento de comprensión y explicación unilateral, que tanto a su maestro Lorenz como a él y a otros muchos se les hace, sobre todo desde la fácil posición de muchos sociólogos y antropólogos que siguen habitando en el terreno, mas parece un nicho ecológico intelectual, de una disociación entre naturaleza y naturaleza humana. Estos nichos intelectuales no le ha dado sino desorientación por parcialidad a los intentos por conocer el hombre y la sociedad.
Los etólogos, quienes han desarrollado conceptos y métodos adecuados para reconocer la conducta animal, han intentado con éxito su aplicación al estudio del hombre y ello se deriva no de un simple traslado sino de una pregunta bien planteada por la singularidad y especificidad del hombre. Esta singularidad es visible de manera segura cuando se hace el esfuerzo por situar la especie en la naturaleza. Ya Lorenz había señalado hace varios lustros la posición que los etólogos han mantenido al respecto:
Lejos de subvalorar la diferencia entre las conductas (…) de los animales superiores y esas acciones humanas gobernadas por una razón y una moral responsables, yo afirmo: nadie es capaz de apreciar con tanta nitidez la originalidad de esas acciones específicamente humanas como aquel que las ve emerger del trasfondo de esas pautas de actuación y de respuesta mucho más primitivas que todavía hoy tenemos en común con los animales superiores. [4]
Eibl-Eibesfeldt, por su parte, ha señalado en diversas partes de sus investigaciones que "el hombre es, por naturaleza, un ser cultural". Y añade sobre esta diferencia entre el animal y el hombre: "En los animales a menudo las pautas de comportamiento dependen hasta en los detalles más nimios de adaptaciones filogenéticas. En el caso del hombre el determinismo no es tan rígido. El hombre precisa un control adicional de los estímulos: la cultura"[5].
La situación real que se pondrá de presente con el desarrollo de la investigación etológica es predecible: preguntando inicialmente por los automatismos animales, tematizados desde hace tiempos como instinto, se le ha terminado por dar un nuevo contenido al viejo tema y problema en términos de adaptaciones filogenéticas, el estudio de las cuales está por renovar de manera decisiva las investigaciones sobre cultura humana al reformular la importancia dinámica y estratégica de lo innato. El hecho es que las adaptaciones filogenéticas actúan como determinantes de la conducta al lado de los aspectos ambientales.
De lo anterior un pesimista estaría tentado a sacar dudosas conclusiones en cuestiones como la posible autonomía o la realidad de la elección libre. Y no es en esta dirección donde están las consecuencias decisivas sino en el reconocimiento, de la importancia de emprender la investigación de la raíz biológica de las normas éticas[6]En esto los etólogos de este siglo les están dando una lección de responsabilidad a los científicos sociales. En este caso se trata no solamente de la reivindicación de la objetividad, bajo la forma de búsqueda de relaciones causales, poniendo cuidadosamente la naturaleza humana dentro de la naturaleza, sino también afrontando la pregunta más urgente.
Es bueno recordar que el dejar de lado esa pregunta casi siempre evadida o no afrontada acompaña la inauguración de las disciplinas sociales y humanas. Como parte de la misma intención de objetividad, y en nombre de un equívoco ascetismo, las ciencias sociales en mucho de los casos han desplazado las cuestiones propias del interés, suponiéndolas vinculadas a cuestión de valoraciones indeseables para el estudio objetivo. El problema de los intereses, las intenciones y el subsiguiente problema de los aspectos éticos relacionados con la naturaleza humana y su estudio objetivo no son irrelevantes para la mayoría de los científicos sociales, se les escapan por exclusión; pero es el caso que la etología ha emprendido su identificación, contribuyendo a que las reflexiones y discusiones sobre el asunto estén debidamente esclarecidas por el reconocimiento de que existen algunas normas éticas de carácter innato[7]y de que procedemos en la vida intelectual poniendo en escena prejuicios y posiciones que le pertenecen de cierta manera a nuestra herencia filogenética y que informa previamente nuestras intenciones. Como ya lo he señalado, esto nos propone problemas filosóficos, como el del libre albedrío, sino también de tipo pedagógico al implicar la existencia de preformaciones, modos previos que llegan a regular las direcciones posibles para la conducta y en ese sentido para la expresión y para las motivaciones de la asociación, por ejemplo. Veamos este panorama de los elementos innatos que la Etología y algunas ramas de la investigación biológica replantean.
Lo innato
El elemento innato, en las observaciones de biólogos, se puso de presente muy rápidamente. Son enteramente observables a simple vista las habilidades automáticas de muchos animales. Los insectos, por ejemplo, emprenden labores complejas apenas han abandonado su estado larval. Construyen redes muy elaboradas las arañas, alzan inmediatamente el vuelo mariposas y abejas. Sin lugar a dudas que cada especie de animales está dotada de un repertorio de conductas innatas.
La investigación biológica sería parcial sin tener en cuenta el concentrado interés que han despertado estos "automatismos animales". La tematización de ellos en términos de instintos es parte sustantiva de la historia de la Biología moderna. Fue Oskar Heinroth quien propuso, estudiando los movimientos de distintas especies de patos en época de celo, la comparabilidad de las estructuras o modos del comportamiento así como en el pasado se habían comparado estructuras orgánicas. Por el camino de establecer semejanzas graduales se fueron obteniendo datos valiosos sobre el origen y la filogenia de movimientos de cortejo.
Con este procedimiento se dio origen a la Etología moderna; la nueva disciplina concentró sus esfuerzos en temas como el aprendizaje y la percepción logrando mostrar, por ejemplo Jacob Von Uexküll, que los animales, en su caso las abejas, son expertas en captar determinados detalles o aspectos del medio ambiente. La idea misma de la percepción se fue afinando de manera categórica. La concepción de los "sentidos" también, ya no se trataba de considerarlos al modo de una ventana olfativa o auditiva al mundo exterior. Se empezó a comprender que funcionan como tamizadores de registros regidos por lo que algunos etólogos han identificado como "modelos prefijados de percepción". Estos modelos serían a su vez heredados.
Los trabajos de Heinroth y Uexküll fueron pioneros de una disciplina que se vio enfrentada al esclarecimiento de sus conceptos básicos. Fue necesario adoptar y clarificar una nueva terminología para el viejo problema de los automatismos. Tinbergen y Lorenz fueron los principales aportadores al esclarecimiento de los conceptos[8]Refinado el aparato conceptual fue obra directa el demostrar la nueva región que para el estudio de los seres vivos se abría. La capacidad innata de movimiento y de reaccionar ante determinados estímulos desencadenadores con pautas complejas de acción se puso de presente.
Además de los mecanismos orgánicos que actúan en el movimiento se pusieron de manifiesto los funcionamientos selectivos del aparato sensorial ya mencionados y se esclareció la naturaleza del aprendizaje; siendo este el resultado de las "preprogramaciones" que llevan el animal a realizar las tareas más convenientes para la preservación de la especie. Esas preprogramaciones no excluyen la plasticidad pues ellas a su vez son resultado de las adaptaciones filogenéticas. Por ello para el hombre y los animales es taxativa una afirmación como la de Eibl-Eibesfeldt: "No es verdad que los animales aprendan con igual facilidad todo y en todo momento, sino que prefieren determinadas cosas con base a disposiciones innatas al aprendizaje". [9]
Si bien en el aprendizaje y la percepción se observaron analogías profundas entre el animal y el hombre quedaba por estudiar el camino de este último. Desde el inicio mismo de la filosofía y la historia de las ideas en Occidente se ha insistido en el gran salto, la otra orilla que representa el homo sapiens. Numerosos estudiosos del pasado, basados en la autoridad bíblica, se habían negado a estudiar el problema. Ser el hombre "creado a imagen y semejanza de Dios" fue, en algunos momentos de la historia de las ideas, un obstáculo para la investigación etológica comparada, se estableció hace ya muchos siglos una barrera infranqueable que disfrazada permanece como una reacción dura e irracional contra el "biologismo" en ciencias sociales, pero lo básico que podemos decir sobre esto ya ha sido magistralmente explicitado por un antropólogo estructuralista[10]Sólo queremos recordar que en esa separación se agazapa una monstruosidad, el hombre está en la obligación de reinsertarse en la naturaleza de una manera orgánica, sin esa "hibrys" u orgullo exacerbado que lo lleva permanentemente a perder el pie de la mesura. Por lo pronto la visión de la Etología, y en general la Biología, representan una punta de lanza en la historia de las ideas hacia ese reencuentro y esa reinserción. Es también desde estos investigadores de donde ha partido la propuesta de los modelos de interacción.
Es pertinente entonces la pregunta en la anterior dirección y el resultado final no será la imposición de un reduccionismo en las ciencias del hombre sino el reingreso de una perspectiva enriquecida por la exploración y el debate en el terreno animal y el establecimiento de las correspondencias, las semejanzas y las analogías a propósito del hombre. Esas semejanzas resultan harto sugestivas cuando se encuentran en especies que se desarrollaron independientemente desde el punto de vista genético.
Los elementos innatos de la conducta humana
Por innato debemos entender entonces el resultado de la interacción entre esas pautas heredadas y una experiencia y un medio correcto. Con el término innato más exactamente denominamos esas adaptaciones filogenéticas que son el resultado del proceso evolutivo. Se habla también de "coordinaciones hereditarias" y su determinación previa está organizada por la existencia de una base orgánica que le sirve de fundamento. Esas bases orgánicas, redes de interconexiones neurales, por ejemplo, son a su vez resultado de la evolución y decimos que son hereditarias sin querer minimizar el hecho de que a su vez son el resultado de interacciones entre herencia y medio en el pasado remoto, por ello a pesar de su rigidez también mencionamos su plasticidad. [11]
El conjunto de movimientos (taxias) de un pato, las manifestaciones sonoras del canto de muchas especies de aves, se desencadenan aunque estos animales sean aislados tempranamente. En el caso del hombre nos preguntamos que partes de su conducta son "naturales" e incluso que partes de su cultura obedecen a la acción de esas coordinaciones heredadas. Siguiendo la misma pregunta algunos etólogos han puesto su atención en el comportamiento expresivo de niños sordos y ciegos de nacimiento ya que sus casos, por la crucial privación de experiencia, brindan una valiosa fuente de estudio de estos elementos innatos. La incapacidad relativa en la cual están esos niños de imitar, copiar o recibir instrucciones es manifiesta. Basado en su estudio se ha llegado a la conclusión de que muchos de los movimientos del rostro son el resultado en el hombre de adaptaciones filogenéticas. La risa, el llanto, el gozo, la expectativa, la espera, la decisión, la ira, el enojo circunstancial, el rechazo, el temor ante el extraño, la búsqueda de contacto, la desconfianza, la atención y muchas otras emociones traen aparejada su manifestación facial propia. Skinner y otros conductistas insisten en que son las respuestas reforzadas por la actitud de los circundantes, es decir que una conducta de sonrisa se vería reforzada por las respuestas que genera, pero lo que es claro es que cualquiera de esos gestos tienen una estructura básica que no provocaría una respuesta sino estuviera configurado con una claridad meridiana de manera innata. Muchos de esos gestos, además, no tienen propiamente estímulo o refuerzo por su naturaleza, es decir el niño al emitirlos no encuentra aprobación sino rechazo e incluso castigo; sin embargo se presentan y ello es prueba suficiente de su autonomía frente a la experiencia y que se encarga de fortalecerlos o modificarlos en una u otra dirección. Lo que la investigación de Eibl-Eibesfeldt [12]en el instituto Max Planck al parecer ha logrado corroborar, con testimonios recogidos en Hamburgo, Taipei o la selva del Orinoco, es la unidad en la mímica infantil.
Esto es solamente la primera fase de un asunto evidentemente más complejo pues en el mundo de la cultura los más elaborados procedimientos que tengan implicados los gestos van aparejados a conjuntos de informaciones auditivas y visuales. Es de importancia sin embargo retener este dato objetivo pues también resulta que en el caso de los niños normales estamos frente a elaboraciones mayores o menores de ese aspecto básico en la mímica que señalamos.
Las teorías ambientalistas, o como por ejemplo la de los antropólogos difusionistas culturales, según las cuales el contacto intercultural la base de una explicación del fenómeno, se muestran como parciales. No se trata de negar el hecho mismo de la cultura sino de entender mejor su naturaleza. Los hombres de todas las sociedades tienden a ver modificada su conducta básica por la acción de la cultura. La multiplicidad de las lenguas y las formas culturales es el mejor ejemplo de ello, pero por otra parte la misma Antropología ha puesto el interés en los asuntos de los universales de la cultura intuyendo correctamente que al fondo permanece, cambiando muy lentamente, una naturaleza humana básica cuyo reconocimiento puede ser más directo por la vía del conocimiento biológico. Por lo demás no es fácil sintetizar los elementos comunes de la especie por encima del extraordinario proceso de diferenciación que suponen las culturas. Pero el reto no puede ser soslayado.
Al respecto la dificultad de adoptar una perspectiva netamente naturalista y en ese sentido objetiva es expresada con toda claridad a propósito de los registros fotográficos o fílmicos de la conducta humana, los cuales ya entrañan la dificultad inherente al extraordinario celo que muestran todos los hombres y sociedades conocidas a dejarse registrar sin que el percatarse de ello represente una modificación a su conducta natural.
El hombre es, con toda seguridad, la criatura más filmada en la tierra, y lo lógico es que uno espere encontrara en los grandes archivos fílmicos del mundo numerosas tomas de gente saludándose, coqueteando (…) y a saber: no con expresión teatral, sino natural. Si uno se toma la molestia (…) constatará que escasean los documentos no ficticios del comportamiento social humano. Encontrará abundante documentación sobre la preparación del pan, el tejido de esteras, la construcción de botes, las maneras de hacer fuego, pero cómo mima a sus hijos una madre papúa, una samoana, o una india waika y una mujer esquimal, cómo se compartan cuando se enfadan o sienten timidez, nada de esto ha sido filmado. Lo cual es tanto más de lamentar por cuanto tales modos de comportamiento no suelen dejar, en la mayoría de los casos, ninguna huella fósil.[13]
Aquí lo "natural" puede ser pensado como la cultura misma y concluir que al hombre le pertenece por naturaleza ese artificio en el estar, la tendencia a la pose y el aparentar, en una palabra, la simulación, es una salida en extremo fácil. La investigación seria requiere algo más para satisfacerse que ciertas verdades de Perogrullo. Sobre todo es urgente una concepción de la cultura renovada por el esfuerzo de una investigación contemporánea que supere las disociaciones entre naturaleza y cultura inteligentemente; es decir con investigación cuidadosa y ecuanimidad.
En esta dirección la Etología ha identificado, no ya en el caso de los niños privados de oído y vista, sino en muchas culturas, algunas formas básicas del saludo humano: "Los hombres de todas las culturas, al saludar amistosamente, sonríen, inclinan la cabeza y elevan las cejas con un rápido movimiento de un sexto de segundo" [14]Varía de una cultura a otra la facilidad con la cual tal comportamiento puede ser desencadenado. Japoneses y europeos no utilizan este saludo más que para sus íntimos amigos, en otras culturas la pauta puede ser desencadenada más fácilmente y acompañar mayor diversidad de actos cotidianos. En términos generales el funcionamiento de este tipo de pautas permite explicar el cuidado de las cejas incluido el párpado y las zonas aledañas, en el caso de las mujeres. También la investigación etológica ha profundizado en ese lenguaje de los gestos, describiendo con precisión y preguntándose por la secuencia y el contexto, muy al modo como lo hace también la etnografía más cuidadosa. [15]
De la anterior manera han terminado por ponerse de presentes elementos de la naturaleza humana que se han considerado tradicionalmente parte de la cultura. El mirar fijo amenazador y el levantar las cejas como signo de asombro o sorpresa también se han establecido como propios; inclusive cuando este último arquear las cejas va acompañado de levantamiento de la cabeza, desvío de la mirada y espiración vigorosa (pareciera que no se quisiera "ni oler" a la persona) estamos frente a un signo claro de altivez, desprecio y arrogancia.
También son pautas innatas, comunes a muchos primates y por lo tanto filogenéticamente más antiguas, el abrazo y el beso, universalmente extendidos, pero al igual que el saludo, y también restringidos de diversa manera por los ambientes culturales específicos, están los intercambios directos, boca a boca, de comidas y líquidos. De esta serie de pautas apenas unas pocas habían sido señaladas. La mímica había llegado a realizar un trabajo plástico con los gestos pero vinculándolos a la actividad de expresión, sin comprender, por no ser de su interés, la raíz filogenética. La Etología ha señalado una nueva dirección para comprender ese tipo de fenómenos.
Cuando las pautas tienen un mayor grado de complejidad, lo que pareciera un elemento básicamente cognitivo implícito, habla la Etología de la operación de mecanismos desencadenadores innatos (MDI). La complejidad se refiere a que estamos en presencia no ya de movimientos simples sino de conjuntos de acciones que son puestos en funcionamiento por combinaciones de estímulos, o estímulos simples. Los MDI se pueden poner en funcionamiento a lo largo de la vida del organismo individual, existen algunos relacionados con el cortejo que requieren de la madurez sexual del organismo, otros se ponen en acción no bien empieza el organismo su existencia.
Lo interesante de los MDI es que suponen una capacidad de reaccionar de manera innata frente a un estímulo, pero no cualquier estímulo. Cuando el renacuajo está en cierta fase de su desarrollo lame con sus quijadas cartilaginosas las algas de su entorno, al entrar en la fase siguiente caza pequeños insectos con un movimiento intentado tomar todo cuanto en su entorno se mueva; en experimentos con simuladores se ha podido observar cómo en principio actúa así, es decir indiscriminadamente, para luego terminar por seleccionar sus presas.
Los MDI suponen el funcionamiento del sistema nervioso, donde sus preformaciones actúan como filtros selectivos innatos. Los MDI no se ponen en acción con cualquier estímulo indiscriminado sino que reaccionan frente a tal o cual situación estimulante específica.. Estos estímulos o situaciones estimulantes reciben técnicamente el nombre de "desencadenadores". Lo importante sobre estos MDI es que la Etología los va descubriendo a la base de la mayor parte de las reacciones en los animales altamente socializados. Quiere decir esto que están a la base del establecimiento de la jerarquía, es decir de la competencia, la lucha y la sumisión o la dominancia implícitas al juego de la jerarquía; acompañan también los procesos de apareamiento y cuidado de las crías, para mencionar sólo los más significativos.
Los MDI suponen un conocimiento, es decir un conjunto de informaciones previas que se hacen orientación efectiva de la acción impulsiva. En insectos y aves son abundantes y de gran importancia vital. En los mamíferos están presentes de manera abundante y un poco menos estudiados y establecidos en el hombre. Al respecto los etólogos interesados en el tema investigan confirmando su existencia. Lorenz, precursor indiscutible en esta materia, era de la opinión de que muchas de nuestras formas de pensar y juzgar se basaban en MDI.[16] La investigación cuidadosa no llega a confirmar con detalles esta opinión pero si se ha progresado en la identificación de interesantes grupos de MDI en nuestra especie.
De una manera rudimentaria sí se había llegado a pensar con variados argumentos y en otros contextos diferentes al del conocimiento objetivo, que no todo es posible ni en todos los momentos, coincidiendo con la posición actual de esta disciplina en el sentido en que nuestra dotación innata se pone de manera estratégica en acción a propósito de determinados estímulos.
Steiner y Horner pusieron de presente que las expresiones faciales correspondientes a lo dulce, lo ácido y lo amargo se desencadenan con los respectivos estímulos en los recién nacidos desde las pocas semanas. También con recién nacidos Ball y Tronick mostraron la capacidad innata de reacción de defensa, agitación o intento de esquivar frente a objetos que se agrandan simétricamente, simulando un posible impacto. Experimentando con recién nacidos también se pusieron de presentes su tendencia a tomar objetos suponiendo una cierta fijeza del mundo circundante, su temor innato al vacío al colocarlos sobre vidrios o con adecuados simuladores de caída.
Bower, en experimentos también con lactantes, demostró la existencia de preformaciones que hacen parte de nuestra estructura neural y que llevan a que atendamos los objetos que se mueven sobre un fondo que consideramos fijo. Este tipo de preformaciones son las que nos llevan a que sucumbamos con tanta facilidad a cierto tipo de ilusiones ópticas, así, el creer que la luna se mueve o, al estar en un puente sobre un río, el pensar que lo que se mueve es el puente mientras el río permanece fijo. Del hecho de que caigamos en ese tipo de ilusiones podemos deducir correctamente que el proceso de elaboración de datos sensoriales va por un camino que dificulta el comprender la percepción y el aprendizaje como procesos mecánicos de impresión de una hoja en blanco. Los sentidos no pueden ser considerados, en esta misma dirección, como ventanas al mundo de las impresiones y los estímulos sino que constituyen canales restrictivos por donde empieza una compleja elaboración de la experiencia de acuerdo a patrones preexistentes.
Lorenz investigó simuladores simples del rostro humano y descubrió que un círculo con dos puntos y una línea arqueada era tomado inmediatamente como un rostro amistoso. Con sus trabajos al respecto permitió comprender asuntos como los patrones de producción de muñecos: frente y mejillas abultadas, cabeza desproporcionada frente al cuerpo, repitiendo algunas características corporales de los niños, lo que desata reacciones innatas de ternura y cuidado. Es de sospechar que no solamente en este caso la publicidad y la industria se han valido intuitivamente de estos MDI para lograr eficiencia en las ventas.
El funcionamiento de nuestros sentidos y el proceso mismo de percepción está presidido, al parecer, por MDI. La mujer por ejemplo tiene una mayor capacidad olfativa a determinadas sustancias almizcleñas y el umbral olfativo se extiende en el período de la ovulación. Al respecto se ha observado que el umbral olfativo del hombre se modifica al serle inyectada la hormona femenina estrógeno.
Lorenz, como ya lo señalamos, plantea la existencia de MDI en actividades humanas consideradas complejas, como el juzgar o el deliberar, incluso cuando tal juzgar tiene una connotación ética. Lorenz y Eibl-Eibesfeldt coinciden en recalcar la importancia de investigar los tipos de MDI que están a la base de valores éticos aceptados por casi todas las culturas y sociedades: la valentía del hombre en el combate y en la esfera de su acción cotidiana, el amor a su patria y su territorio, la fidelidad al cónyuge, la lealtad al superior, la gratitud a los padres, el respeto a los mayores etc. Fértil terreno en el cual la Etología contribuye a la fundamentación biológica de la Etica, descubriendo la dimensión vinculante y vital de muchas normas. De hecho el conocimiento biológico representa una precisión para las preguntas por lo bueno y lo malo al situar el orden de la respuesta del lado de la conservación de la especie. Se trata de saber si además de las normas y reglas que habitualmente están implícitas a tal o cual cultura hay algunas que estén garantizadas por su carácter innato, es decir por tener un respecto biológico propio.
Por otra parte el conocimiento biológico permite comprender las direcciones en situaciones donde hay un conflicto de funciones. Como en el caso de las especies donde se presenta conflicto entre la necesidad de alimentarse y el hecho de resguardarse de depredadores, conflicto también presente entre la necesidad de hacerse visible y la de aparearse en el caso de muchas especies; así también en el hombre se dan este tipo de conflictos. Entre nosotros la actitud compasiva y altruista puede entrar en conflicto con la necesidad de obedecer y surgen genuinas dificultades cuando nos planteamos cual valor es más importante para la supervivencia. Así por ejemplo: ¿Es bueno educar para la obediencia irrestricta o debemos proteger los gérmenes de singularidad y de heterodoxia (neotenia) sabiendo que en ellos reposa buena parte de las posibilidades de renovación?
Volviendo a los MDI señalemos finalmente como Kneutgen, a propósito de la existencia de pautas de escucha y expresión musical, ha indicado la existencia de algunos lemas o claves musicales que se repiten en los repertorios musicales del mundo debido a nuestra reacción innata frente a ellos. Algo similar sucede con las canciones de cuna. Thorpe ha sugerido, con abundante cantidad de datos sobre el estudio de aves, incluido su canto, el cual es uno de los campos de su mayor interés, que los patrones de belleza y elegancia no son exclusivos de nuestra especie. También las hembras de los pavos reales consideran espléndidos[17]a juzgar por su comportamiento, los plumajes de los machos de su especie. Quiere decir esto que lo que tradicionalmente le asignamos a la conciencia moral y estética puede muy bien ser parte del funcionamiento de nuestros sistemas heredados, es decir parte importante de nuestras impulsiones básicas y sin las cuales la vida en sociedad sería imposible y el progreso mismo de la cultura inexplicable. Lo interesante y sugestivo para el estudioso de estos temas es que exista una disciplina que se plantea frente a estos fenómenos, tradicionalmente considerados inasibles, de una manera objetiva y llena de perspectivas de investigación.
En esta dirección es imprescindible una anotación sobre la que sería una de nuestras tendencias más interesantes y a la que le debemos parte sustantiva de nuestro éxito en la naturaleza. Me refiero al impulso cognitivo básico, aquello que nos ha convertido en animales exploradores por naturaleza y sin lo cual la predominancia no sería el hecho irrefutable que ahora presenciamos. Es necesario plantear esta dirección cognitiva básica de la especie pues allí radican las posibilidades de reconocimiento y manejo adecuado de otra cantidad de impulsiones o instintos que de una forma alarmante amenazan con llevar la experiencia humana por caminos catastróficos y disgregadores de los fines deseables para la especie, para decir lo menos. Me refiero en particular al impulso agresivo, objeto final de esta exposición dada su importancia vital.
El impulso hacia el conocimiento
Una de las indudables características de la evolución de los animales es la transformación de su sistema nervioso en dirección a ofrecer varias alternativas de solución a los problemas. Si el medio ambiente no cambiase mayor cosa seguramente la rigidización generalizada de sus respuestas sería un hecho. Pero aún especies que no estamos habituados a considerar de ésta manera deben elegir entre varias respuestas posibles a las situaciones problemáticas que enfrentan pero, sobre todo y básicamente, deben responder a esos problemas, estímulos o situaciones que se les presentan.
En palabras de Eibl-Eibesfeldt: "Los animales se muestran específicamente dotados de la facultad de aprender, tanto en lo tocante a la materia a aprender como al momento del aprendizaje y a la facultad de retener o apropiarse lo aprendido"[18]. Estas facultades de aprender, memorizar y enseñar las ha relacionado otro etólogo [19]con la rigidez o flexibilidad de las respuestas, situando la mayor rigidez en la condición más primitiva, caso de insectos y otros invertebrados donde se encuentra la información para una respuesta rígida o fija. Una situación más compleja se encuentra en aquellos organismos que pueden responder de más de un modo, pudiendo, por decirlo así, elegir entre al menos dos alternativas de comportamiento. Un tercer nivel incluye ya una flexibilidad en las respuestas "mostrando éstas cierta continuidad sobre un abanico de estímulos afines pero cuantitativamente variados", es el caso, por ejemplo, de la abeja enfrentada a señales indicadoras de diversos grados de distancia o dirección. En un cuarto nivel el individuo debe dar la respuesta correcta a un estímulo teniendo en cuenta un conjunto de información o de factores, en vez de proporcionar una respuesta rígida, automática e innata. La cantidad de problemas resueltos y la calidad de las respuestas en relación con los fines vitales son definitivas.
Ahora bien, en el caso del hombre esta capacidad de aprender y de ofrecer respuesta por tanto a los problemas propios está, al igual que en muchas especies, condicionada por el carácter propio de los momentos del desarrollo típico para su especie y por la disponibilidad de informaciones apropiadas para la exploración de las respuestas posibles. Además de este aspecto hay que tener en cuenta el "temple de ánimo" o "estado de ánimo". Los animales, incluido el hombre, no actúan como autómatas frente a los estímulos o desencadenadores del medio ambiente sino que también están provistos de impulsiones internas. El hombre al igual que el animal puede experimentar estados de ánimo provenientes de la falta de alimentos, de la necesidad sexual, simplemente de la excitación agresiva o de la curiosidad. Es conveniente señalar entonces que el estado o temple de ánimo es el estado preliminar de "carga" o "predisposición para la acción" necesaria para la ejecución de un determinado comportamiento considerado instintivo e innato. Decimos entonces que hay un impulso cuando coincide un complejo de estados internos bajo la forma de informaciones previas y una percepción de elementos externos en forma de estímulos los cuales generan un comportamiento determinado; ahora bien estos comportamientos no siempre llevan a una consumación o realización satisfactoria.
Los impulsos o instintos se expresan como patrones de acción fijos y un aspecto especialmente importante de la naturaleza y función de los patrones de acción fijos es que además de ser propios de la especie pueden ser ritualizados de diversas maneras. Como lo señala Thorpe en otro texto[20]hay abundantes pruebas de que en el curso de la evolución de los movimientos de intención la actividad de desplazamiento se ha desarrollado, modificado o esquematizado, dando lugar al surgimiento de un elemento que sirve como señal social, el cual a su vez actúa como desencadenador de comportamiento adecuado dentro de los miembros de la misma especie. Es así como acciones que originalmente se realizaron como movimientos de intención o actividad de desplazamiento se llegan a transformar en símbolos o señales.
Por ritualización debemos entender entonces ese procedimiento por el cual una acción no realizada con su logro funcional final, es decir no consumada en su forma original o realizada en el vacío, o sea desplazada; se ha llegado a convertir en algo dotado de significado y estar así dotada de una connotación particular. En la sociedad humana es el caso, por ejemplo de muchas normas de "cortesía" las cuales a su vez son, posiblemente, ritualizaciones de antiguos actos de confrontación, como el apretón de manos en el saludo.
Es importante comprender este proceso de interacción porque no solamente de él depende el desenvolvimiento de los impulsos sino la posibilidad de controlarlos mediante la ritualización, el aprendizaje o alguna forma similar de elaboración o desplazamiento. Igualmente permite este comprender el acceder a lo que se nombra cuando se habla de competencia de patrones y en general cuando se está frente a expectativas de la especie para interactuar de manera mucho más consciente en su propio proceso evolutivo. Es el caso de la situación que tenemos con la agresión la cual en cuanto impulso debe ser a su vez conocida, valiéndonos de nuestra propia dotación instintiva, oponiéndonos así a lo que en su momento se vio como el signo de una vieja tragedia.
Los mismos autores quienes involuntariamente levantaron una oleada de preocupación, en algunos casos indignada, al referirse a la agresión como una adaptación filogenética, también entrevieron esta dirección. Lorenz, siguiendo a Arnold Gehlen, nos recuerda que una de las propiedades constitutivas del ser humano "(es) su continua polémica investigadora –guiada por la curiosidad- con el mundo de las cosas; la actividad, específicamente humana de seguir construyendo de una forma activa dentro de su propio mundo." Y agrega mas adelante: "No resulta difícil ver el sentido que tiene para la conservación de la especie esta apetencia por lo desconocido y esta "tácticas" que emplean el animal de probar todas las formas posibles". Y a propósito del hombre afirma: "La cualidad que tiene el hombre de ser un ente inacabado –tan fundamental para el carácter- es, sin lugar a dudas, un don que hemos de agradecer a la propia neotenia. Mas, por su parte, la neotenia –o sea el hecho de liberarse de la rigidez de las normas innatas de acción y reacción- es con muchísima probabilidad, una consecuencia de la domesticación humana". Finalmente señala Lorenz la dirección posible para el ejercicio de la conducta de curiosidad y la expectativa de conocimiento: "La función que, en el hombre, reemplaza los "instintos" perdidos, es la polémica interrogadora, investigadora y dialogadora con el mundo que nos rodea; el llegar a un entendimiento con la realidad exterior, contenido también etimológicamente en la palabra razón"[21]. Eibl-Eibesfeldt, por su parte, sigue una línea de pensamiento análoga al sugerir: "Un comportamiento de origen filogenético puede perder su función original. Así un fuerte instinto de agresión pudo haber provocado en otro tiempo el desarrollo intelectual del hombre por alguna competencia entre los grupos humanos y haber asegurado la difusión del género humano por toda la tierra"[22]. Bien lo dice Eibl-Eibesfeldt, "pudo", lo que nos interesa en este momento es cómo plantear ese impulso cognitivo frente al "fuerte instinto a la agresión", no ya en la dimensión de la posibilidad pasada del "pudo" sino en la exigencia de un futuro que queremos hacer presente y en el cual nuestra impulsión al conocimiento tiene frente a nuestra dotación innata una gran responsabilidad desde el punto de vista evolutivo.
El asunto de la agresión
Cuando Lorenz hace varias décadas lanzó sus afirmaciones sobre este crucial elemento innato de la conducta, un tanto de manera polémica y dirigida a revisar la imagen bastante ingenua de la naturaleza humana, no faltaron las rasgaduras de vestiduras, las acusaciones y el revuelo intelectual el cual no se compadeció con la inenarrable realidad de los recién pasados campos de concentración y exterminio y los efectos de las armas atómicas. Indicativa política de autoengaño en condiciones desesperadas que, al parecer, compartimos con avestruces en aprietos. Se vivía el júbilo colectivo de la posguerra y una paz de almíbar debía estar recorriendo el planeta al comienzo de esta segunda mitad del siglo XX.
La piedra del escándalo fue la afirmación de Lorenz en el sentido en que hay que entender la agresión, desde el punto de vista estrictamente funcional, como una adaptación filogenética el curso de la actual es dirigido por un impulso agresivo innato. Muchos otros estudiosos y etólogos en particular han emprendido el estudio de la ontogenia de la agresión y algunos recalcan la importancia de tener en cuenta no solamente la impulsión interna sino los factores ambientales y culturales que junto con los estímulos desencadenan el proceso agresivo.
En este último las teorías más adaptadas entre los etólogos se diferencian de otras teorías de la agresión y coinciden a su vez con otras concepciones de los impulsos como la del psicoanálisis y algunas atrás especulaciones más antiguas. Veamos la posición de la Etología.
La posición diametralmente opuesta, como ha sido señalado desde un principio, es la fundada en la concepción empirista de la cultura y el aprendizaje. A saber, el ser humano es como la blanda cera, de allí que no solamente el comportamiento agresivo sino toda clase de comportamientos se aprenden. La temprana eficiencia en la aplicación de procedimientos de tal o cual naturaleza lleva a su utilización permanente, el ejemplo, es decir el uso generalizado a nivel social del procedimiento llevaría a un reforzamiento. No hay razón desde esta perspectiva para preguntar por universales o constantes de la cultura o de la naturaleza humana; la cultura, la personalidad, son indiscutibles reflejos de la experiencia. Toda la insistencia se hace en los procedimientos. Esta perspectiva la comparten, entre otras disciplinas, la psicología del aprendizaje[23]y el conductismo, tal como esta planteado en Watson y Skinner. Y el presupuesto es, a mi modo de ver, evidente. Se considera que en el fondo todos somos iguales y buenos por naturaleza, es el contacto con el "mal ejemplo", bajo la forma de estímulos sociales inconvenientes, lo que activa nuestra capacidad mimética y lleva a la adopción de conductas inadecuadas.
Por otra parte, los investigadores que utilizan el modelo carencia-agresión, partiendo de otra concepción distinta de la naturaleza humana, en este caso como dotada de una capacidad de respuesta fuerte y uniforme, llevan a afirmar la existencia de una relación entre la privación y la agresión. Suponen que la agresión es la respuesta que el ser humano configura como única posible frente a las dificultades provenientes de la carencia o la privación. Se supone este modelo al anterior en la medida de la diferencia del presupuesto sobre la condición de la naturaleza humana. En un caso la afirmación sobre nuestra bondad en el otro la visión del hombre como enérgico propósito de la naturaleza.
En una perspectiva diferente encontramos la visión etológica. Consideremos su versión amplia, es decir aquella que cobija los diferentes matices que encontramos en autores como Lorenz, Eibl-Eibesfeldt o Thorpe. No hay unanimidad en la forma como plantean la importancia y la prelación de los diferentes aspectos del problema y como matizan y privilegian algunos de ellos. La posición de Lorenz, que podemos dominar la posición de línea de fuego, es deliberadamente fiel al conjunto de los argumentos propios de una disciplina que ha realizado un refinamiento y depuración en los conceptos. Esfuerzo por lo demás adecuado para dotar de nuevos sentidos a los antiguos, pero no menos interesantes y cruciales temas de los instintos o los automatismos animales en nuestra propia naturaleza y en aquello que entendemos como resultado en la experiencia, la cultura.
Eibl-Eibesfeldt y Thorpe insisten por su parte en los argumentos de tipo cultural y ambiental y exponen con especial énfasis el hecho mismo de la naturaleza de la adaptación filogenética, mostrando su plasticidad a largo plazo, su dinamismo por capacidad de transformación. Estos autores, al igual que muchos otros etólogos, coinciden en reconocer en la agresión una adaptación filogenética la cual determina el aparecimiento de tal conducta, de manera total o parcial. Esto quiere decir que el impulso hacia la agresión le pertenece a nuestra herencia. Es, junto con los elementos ya mencionados, y en el sentido señalado, parte importante, sustantiva de la energía que hace posible muchos de nuestros actos. Reconoce igualmente la investigación, específicamente en el caso de Eibl-Eibesfeldt, la existencia de un impulso filial o tendencia hacia la socialización como parte de nuestras tendencias innatas.
Ahora bien, en lo que se aleja la Etología de otros modelos o perspectivas es en el considerar esa naturaleza humana como algo fijo e inamovible; rechaza en este terreno las respuestas taxativas del tipo "es bueno esencialmente" o "está marcado por la contradicción entre sus fines y las posibilidades" o simplemente, "decidamos por acuerdo o convención sobre lo que es". Afirma la disciplina mencionada, por el contrario, el que somos un proceso en el cual las preprogramaciones hereditarias cumplen un papel que es necesario reconocer. En este caso el estudio de la agresión entraña una responsabilidad para nuestra curiosidad la cual, como parte de la dotación instintiva, está llamada a jugar un papel importante, para no decir clave, en el estudio y manejo de esa otra parte de nuestra herencia.
Las dudas sobre el peso de los argumentos de los etólogos sobre este problema de la agresión han venido a ser finalmente saldadas por la investigación no propiamente etológica pero del mismo corte, es decir: objetividad y cuidado crítico con los presupuestos de teoría que ponemos en acción. Valzelli y Thorpe [24]y en parte del mismo Eibl-Eibesfeldt, entre otros, se han preocupado por integrar los datos animales y humanos relacionados con la agresión, sobre la base de un adecuado conocimiento de ramas de la investigación como Genética, Neuroanatomía, Neurofisiología, Embriología, Endocrinología, entre otras que sería dispendioso enumerar.
Constituyen sus obras las pruebas concretas de la utilidad de poner en funcionamiento los que en su momento se llamaron modelos de interacción. Estos modelos suponen la necesidad, dada la naturaleza del problema o asunto, de poner en interacción diversas teorías, observaciones y experimentos, de tal manera que se evidencien posibilidades de comprensión y explicación excluidas de entrada por teorías monísticas. Estas últimas suponen que sus explicaciones son válidas de manera exclusiva.
A partir de los modelos de interacción vamos comprendiendo el valor de supervivencia que tiene la agresión, en otras palabras, es conveniente recordar que la intolerancia tiene rendimientos que la hacen resurgir permanentemente. Sin agresión no hay control y dominio de territorio, no hay incentivo hacia la búsqueda de las mejores condiciones para la realización de los fines propios del individuo y de la especie. No hay sin un grado de ella realización eficiente de las tareas de reproducción. La agresión es tan constitutiva de nuestro ser como lo es el impulso al conocimiento y el otro vigoroso conjunto de nuestros impulsos como es el de filiación. Antes de hacer una consideración sobre el impulso filial veamos una última anotación sobre la agresión, a propósito de la necesidad de distinguirla de la violencia.
La agresión ínter específica se puede justificar plenamente con la solución del problema alimentario que trae aparejada, el hambre es tal vez el disparador básico de la agresión, en la mayor parte de los casos la activa. La agresión contra miembros de la misma especie (intraespecífica) si requiere un poco de atención. Vale la pena recordar que, desde el punto de vista neural, se activa con descargas eléctricas en diferentes zonas cerebrales[25]
Además de esta distinción, entre al menos dos tipos de agresión básica, es conveniente diferenciar la agresión de otras conductas orientadas a realizar daño, en este último caso hablaríamos de violencia, a diferencia de los impulsos agresivos que se manifiestan, por ejemplo, como actividades depredadoras, es decir relacionadas con la necesidad de ingerir alimentos. Conviene anotar que por el tipo de punto de vista la Etología no introduce esta distinción sino que su responsabilidad es atribuible a otras concepciones las cuales consideran el problema objetivo del daño al otro como parte de la realidad a explicar.
Thorpe y Valzelli coinciden en este punto[26]Se separan es este sentido de la perspectiva meramente etológica al abrir un campo para el tema del daño, lo cual es para etólogos como Eibl-Eibesfeldt un punto de vista irrelevante[27]Para una cuidadosa valoración del asunto de la agresión nosotros no podemos coincidir con él en la irrelevancia del punto de vista sobre las intenciones y las consecuencias. Por ello para una definición de la agresión debemos optar por resaltar aspectos decisivos en los mismos modelos de interacción que el etólogo defiende en algún momento, pero que no practica con la receptividad hacia ciertos puntos de vista importantes, como sería deseable[28]
Thorpe, en la dirección adecuada, ha propuesto que se consideren los aspectos internos de la agresión pero también la influencia de los factores ambientales o externos. Para él la conducta agresiva puede verse fuertemente influida por aspectos ambientales. Su propuesta es separar el concepto de agresión "que inicialmente entrañaba el "salir hacia" un área nueva, de la conducta dirigida hacia la violencia física en sí". En el primer caso se trata de una conducta autoasertiva de consecución que se puede originar a partir de una gran cantidad de causas (escasez de comida, aglomeración, etc.) y la otra es conducta dirigida a hacer violencia física sobre los otros: "Necesitamos dos términos, agresividad, en el sentido biológico normal y violencia como conducta claramente dirigida a hacer daño a otros".[29]
Encontramos en Valzelli una definición de agresión que también abre la posibilidad de distinguirla de la violencia;
Agresividad es el componente de la conducta normal que, con diferentes formas vinculadas al estímulo y orientadas a un objetivo, se libera para satisfacer necesidades vitales y para eliminar o superar cualquier amenaza contra la integridad física y/o psicológica que está orientada a promover la conservación propia y de la especie de un organismo vivo, y nunca, excepto en el caso de la actividad depredadora, para producir la destrucción del oponente[30]
Se pone de presente entonces la urgencia de incorporar, a los modelos de interacción en los cuales varias disciplinas participan, en la tarea de comprender y explicar un problema, aquellos discursos o disciplinas que plantean los modos de identificar y comprender la dimensión intencional de algunas formas de la conducta agresiva. En particular nuestra especie, por efecto de la cultura, está en posibilidad permanente de exceder los controles biológicos que la propia cultura alimenta. Como si la cultura, en su plasticidad y dinamismo, exacerbara aquello mismo que debe ayudar a controlar. Al mismo tiempo, en su condición de resultado de la vida y epifenómeno autónomo de ella, parece que ofreciera las posibilidades de interactuar con nuestros elementos innatos.
A mi modo de ver, y para efectos del manejo de la agresión, es estratégicamente importante concentrar la atención en los procesos de ritualización. Es un territorio neurálgico donde se puede cruzar nuestra disposición hacia el conocimiento con los diferentes impulsos de nuestra dotación instintiva.
El deporte y la competencia académica, para mencionar dos ejemplos, como puestas en escena y en obra de las tendencias agresivas ritualizadas, vienen señalando la dirección y las posibilidades. Ritualizar cualquier impulso tiene una importancia dinámica y estratégica crucial, supone el reconocerlo, el verlo actuar en el vacío; el asistir a su ritualización bien puede implicar la incitación para su estudio cuidadoso. De allí la importancia de atender a la naturaleza de los procesos de la ritualización. Este concepto de la Etología permite entender cómo los impulsos agresivos se pueden desplazar y nuestra disposición impulsiva hacia el conocimiento puede sintetizar de una manera genuina lo que produce la propia conciencia de esos otros impulsos, bajo la forma de comprensión efectiva de direcciones de los procesos. Es por ello que hay que tener en cuenta el asunto del daño.
Así también, y de una manera objetiva, se pondrá de presente la urgencia de una pregunta por el sentido a la hora de hacer la investigación sobre las raíces naturales de nuestra cultura y a propósito de los que pueda ser nuestra condición más esencial.
Para el caso del impulso filial, su planteamiento en la Etología por parte de Eibl-Eibesfeldt, coincide en los aspectos de dirección y sentido con el psicoanálisis. Por supuesto que su vía de llegada al reconocimiento del impulso filial o amoroso es distinta a la de Freud. En la perspectiva del etólogo fueron los estudios de los rituales de saludo el primer caso. Luego empezó a comprender una cantidad de actividades humanas en términos de rituales de vínculo al atender a su función básica. Pronto encontró elementos suficientes para llamar la atención sobre aquello que precisamente controla la agresión de un modo más efectivo, constituyendo un complejo de actividades y actitudes el cual identificó como el impulso filial.
El impulso vinculante o filial es lo que la naturaleza humana le opone a las agresiones intraespecíficas e interespecíficas y, considerando el grupo social como una entidad, es también el impulso vinculante lo que controla en parte las formas de agresión inter e intragrupal.
Este impulso filial, además de ser el responsable de la actividad reproductiva, está a la base de lo que el autor considera el núcleo mismo de la vida social y se puede observar en dos procesos que constituyen a su vez la principal fuente de surgimiento de la identidad personal y de facilidad para la gestión social. Se trata del desarrollo del vínculo personal y la confianza primordial.
La capacidad que tiene una persona para tener relaciones maduras y desenvolverse con un mínimo de seguridad depende de la firmeza del primer vínculo, es decir el vínculo con la madre. Ese vínculo, que se establece desde el momento de la conciencia de la gestación, teniendo entonces una dimensión prenatal [31]tiene unos momentos cruciales posteriores al parto y es cuando se establecen nexos muy profundos entre madre e hijo. Se denomina, uno de ellos, "pauta de fijación de mirada del lactante", su carácter innato recalca su importancia, implica a la madre de manera íntima y vigorosa y su desenvolvimiento, positivo para al niño cuando se cumple adecuadamente, le permite a este la organización de su confianza primordial, fuente de los adecuados procesos de identidad personal.
Esos primeros vínculos filiales son la clave para el posterior proceso de socialización y no dependen exclusivamente de la madre sino, también más adelante, del padre y de los adultos que rodean al niño. Dificultades y tropiezos en este proceso traen aparejadas tendencias nocivas para la vida social[32]
En lo que se refiere al control biológico de los impulsos agresivos este impulso filial, junto con otros MDI, se manifiestan bajo la forma de una tendencia a manejar los conflictos de manera coordinada y eficiente en la mayor parte de los casos. Una fuente importante de control es la ritualización del enfrentamiento, pero también lo son la presencia oportuna de comportamientos de sumisión, la mediación de terceros, la activación de la jerarquía bajo la forma de movilización o confirmación de los estatutos o roles, los comportamientos pacificadores y las conductas claramente vinculadoras, la evitación de las provocaciones y lo que me parece estratégicamente significativo, el incremento de las formas de conciencia.
Las formas de conciencia se incrementan por el éxito final del impulso cognitivo y son las de mayor peso proyectivo en el proceso de evolución de la humanidad y en el control de la agresión, no siempre por la vía directa de la resolución del conflicto de una manera inmediata, pero siempre creando las formas culturales que permitan reconocer el conflicto y elaborarlo de una manera humana, como corresponde a la capacidad propioceptiva de la especie manifestada también como conciencia y expresión cultural. Dos ejemplos bien pueden servir para ilustrar este funcionamiento del impulso cognitivo activando formas de conciencia y de cultura orientadas hacia la convivencia y la construcción de formas de la identidad y de la territorialidad realmente cosmopolitas.
Una interesante polémica que se suscitó a finales de 1991 por la aprobación en la Cámara de Diputados italiana de una ley protegiendo las minorías lingüísticas (10 lenguas y dialectos locales con 3.000.000 de hablantes). La ley es defendida por un diputado socialista, pero intelectuales de su mismo partido la combaten en carta abierta por "representar un verdadero y real atentado a la unidad cultural de la nación" y precipitar al país "en aquel municipalismo que ha acompañado los momentos más oscuros de nuestra historia". Vemos aquí el conflicto entre lo que nos identifica a un nivel micro como pequeño grupo y lo que como humanidad debemos construir en el sentido ecuménico y cosmopolita de la ilustración. Evidentemente hay una contradicción en los procesos de construcción de la identidad regional y esa otra saludable tendencia hacia la obtención de formas de identidad más amplias. Por lo demás la evolución de los seres vivos está llena de esas contradicciones o competencias entre direcciones.
Un segundo caso, en la misma dirección, lo constituye el "manifiesto de Strasbourg", firmado por un grupo también de intelectuales europeos, el 8 de noviembre de 1991. En él se empieza por alertar a la opinión pública mundial y europea "contra los peligros que hace correr en toda Europa el clima actual de xenofobia y fanatismo nacionalista". Recordemos que se está hablando desde una Europa unida, pero cerrada también al otro. Por ello el manifiesto termina por recordar que "el Goethe audaz, abierto al oriente, que ama a Góngora por su fidelidad a la cultura árabe, hizo más por Alemania que los políticos nacionalistas de los años 30". Reclama el manifiesto la urgencia de mirar al otro de una manera genuina: "no habrá una renovación en Europa sin una audaz apertura de la conciencia hacia los otros hombres, otras naciones, otras culturas".
La humanidad aún está por entender cabalmente lo que genios visionarios como Rimbaud o Holderlin soñaron con palabras. El primero en su paradoja: "Je est un Autre", el poeta alemán recordándonos: "nadie sin alas puede conocer al más próximo". En esto el manifiesto de los intelectuales europeos es punta de lanza del impulso cognitivo frente a la evitable repetición del pasado. Está el manifiesto escrito a propósito de la expresión clara de esa paradoja implícita al impulso que nos lleva a identificarnos con un grupo, una comunidad o una sociedad, convirtiéndose paradójicamente en la fuente de la intolerancia con otros y lo otro. Nos permite ver por un momento que la mejor respuesta a la pregunta por el sentido está en el descubrimiento de lo otro, del otro; en la construcción de humanidad como un proyecto cotidiano de conocimiento, reconocimiento y exploración.
Bibliografía
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Vélez, Antonio. El hombre herencia y conducta. Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1989.
Autor:
Eufrasio Guzmán Mesa
Profesor
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia
[1] . Harris, Marvin. El desarrollo de la teoría antropológica. “Una historia de las teorías de la cultura”. México, Siglo XXI Editores, 1981. p.9. La cita es Hart y proviene de Political writes of eigteenth century Engranda. Nueva York , Knof, 1964. p 9
[2] Eibl-Eibesfeldt, Irenäus. El hombre preprogramado. Madrid Alianza Editorial, 1980. P. 82-83 y Bateson, Gregory. Doble Vínculo y Esquizofrenia, Buenos Aires, Ediciones Carlos Lohle, 1969.
[3] Eibl-Eibesfeldt, Irenäus. El hombre preprogramado. Madrid Alianza Editorial, 1980. P. 15. En adelante este texto será citado: EHP, agregando el número de la página.
[4] En R.J. Humm, Der Mann, der die Tiersprache Verstenht. Zurich, 1958. Cit, por Eibl-Eibesfeldt en Guerra y Paz. Barcelona, Salvat Editores S.A. 1987. En adelante este texto de Eibl-Eibesfeldt será citado: EGP, mencionando el número de la página.
[5] EGP p, 4.
[6] EHP pp, 14-15.
[7] Eibl-Eibesfeldt, Irenäus. Amor y Odio. Barcelona Salvat Editores, 1987. pp. 89-105, en adelante este texto será citado EAO, mencionando el número de la página.
[8] Thorpe, W.H. Breve historia de la etología. Barcelona, Alianza Edit, 1980. Tinbergen, Niko. El estudio del instinto. México, Siglo XXI, Edit, 1977.
[9] EHP p, 20.
[10] "Se empezó por cortar al hombre de la naturaleza y por constituirlo en reino soberano; se creyó así borrar su carácter más irrecusable, a saber que es ante todo un ser vivo. Y manifestando ceguera ante esta propiedad común, se ha dejado el campo libre a todos los abusos. Nunca mejor que al término de los últimos cuatro siglos de su historia pudo el hombre occidental comprender que arrogándose el derecho de separar radicalmente la humanidad de la animalidad, otorgándole a la una todo lo que le quitaba a la otra, abría un ciclo maldito, y que la misma frontera, constantemente alejada, serviría para apartar a los hombres de los otros hombres" Lèvi-Strauss, C. "Jean Jacques Rousseau fundador de las ciencias del hombre", en Antropología Estructural, México, Siglo XXI Edit. 1979. P 37.
[11] En palabras de Eibl-Eibesfeldt: "Las adaptaciones moldean las particularidades del medio ambiente, y ahí que haya tenido que hacer siempre en alguna ocasión un enfrentamiento del sistema adaptado con aquella particularidad del medio con la cual se muestra que está adaptado. Este proceso de adaptación puede haber ocurrido mediante el aprendizaje individual en el curso del desarrollo juvenil o en el curso de la historia de la especie." EHP pp. 22-23.
[12] Eibl-Eibesfeldt, I. GrundiB der vergleichenden Verhalstens forchung. Tercera edic. Munich, Piper. 1972. "The Expressive Behaviour of the Deaf and Blind Born" en M.V. Cranach y I. Vine (edit) Nonverbal Behavior and Expressive Movements, Londres, Academic Press
[13] EHP p. 35.
[14] EHP p. 40.
[15] A propósito de este tipo de filmaciones se insiste en la importancia de la descripción cuidadosa, no solamente de la secuencia y el contexto, sino también de aquellos datos generales que permitan comprender la situación: "¿Cómo fue introducido el investigador en el correspondiente grupo de personas? ¿Cómo se desarrollo el primer contacto? Qué hizo para acostumbrar las personas a su presencia? ¿Hubo acontecimientos especiales (defunciones, guerras) en el pasado inmediato? ¿Qué contactos tiene el grupo con blancos y otras personas ajenas a la tribu? ¿De qué tipo son las interacciones entre el observador y los observados? ¿Hay intercambio de actos de cortesía? ¿Regalos? ¿Vive en el grupo?” Etc. EHP p. 39.
[16] EHP p. 65.
[17] Desde el ya clásico estudio de Lorenz "¿Tienen vida subjetiva los animales?" publicado originalmente en Jahrbuch der Technischen Hochschule Muchen, 1963 y recogido en Consideraciones sobre las conductas animal y humana, Barcelona, Plaza y Janés, 1974, los etólogos se vienen interesando por lo que pareciera hace apenas unas cuantas décadas imposible: estudiar las formas de conciencia, pensamiento y vida subjetiva de los animales. En esto no ha sido menos hábil esta crucial disciplina al diseñar los mecanismos observacionales, las experiencias y los procedimientos que permitan inferir los fenómenos mencionados. Al respecto véase también el libro de Donald Griffin mencionado en la bibliografía.
[18] EAO p. 26.
[19] Tyler Bonner, John, La evolución del cultura en los animales, Madrid, Alianza Edit. 1982. P, 144. De este autor es el planteamiento sobre la diferencia entre respuestas rígidas y flexibles y la clasificación de las mismas pp. 122-172.
[20] Thorpe W.H. Breve historia de la etología. Madrid, Alianza Editorial, 1980.
[21] Lorenz K. Consideraciones sobre las conductas animal y humana. Barcelona, Plaza y Janés. 1974. Pp. 206-217.
[22] EAO P. 3
[23] Bandura, A. y Walthers, R.H. Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad. Buenos Aires, Paidós, 1968.
[24] Valzelli, Luigi. Psicobiología de la agresión y la violencia. Madrid, Editorial Alhambra, 1983. (Raven Press Books. 1981). Thorpe, W.H. Naturaleza animal, naturaleza humana, Madrid, Alianza Editorial, 1980.
[25] La interespecífica implica núcleos hipotalámicos anteriores y la que va contra otras especies la maneja el cerebelo anterior, la primera la suprime la cabeza del núcleo caudado, la segunda es controlada entre otros por los núcleos ventromediales del hipotálamo y los cuerpos mamilares. Valzelli, op.cit. p 57 ss, p 91 ss.
[26] Valzelli op.cit. p. 64 ss y Thorpe op.cit p. 253 ss.
[27] "En las obras de psicología se indica frecuentemente como rasgo determinante del comportamiento agresivo la "intención" de perjudicar a un congénere. Por razones fáciles de comprender, los biológicos no pueden hacer absolutamente nada con un rasgo determinante de este tipo." EHP p. 92.
[28] En repetidas ocasiones manifiesta el etólogo mencionado en la anterior nota la incapacidad, hasta cierto punto real, de tematizar con exactitud y objetividad el asunto de las intenciones y los daños desde el punto de vista biológico. Esto es correcto si uno se niega, por cualquier razón a salir de los marcos de una teoría o una estrategia explicativa en particular, pero cuando se trata de atender a los términos de un problema que exceda estos límites es conveniente hacer los esfuerzos para hacer operativos los modelos de interacción que, en este caso, él mismo propone. EHP p. 90.
[29] Thorpe, W.H. Naturaleza animal, naturaleza humana. Barcelona, Madrid Alianza Edit, 1980. p. 253
[30] Valzelli. L. Op.cit. p. 64.
[31] Thorpe, W.H. Naturaleza animal, naturaleza humana. Madrid, Alianza Editorial, 1980. p 223-224
[32] Thorpe, op.cit. pp. 215-276. Eibl-Eibesfeldt, AO pp. 209-237; GP pp. 113-131. Valzelli, op.cit. pp. 153-167.
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