Descargar

El hijo de un desplazado. Momentos con el escritor colombiano Germán Castro Caycedo (página 2)

Enviado por memoriasmadera


Partes: 1, 2

Lamenta no haber venido con Catalina, su hija arquitecta residente en Francia; con su hijo político de nacionalidad francesa, documentalista de televisión y con Gloria Moreno, La tortuguita, su esposa desde 1976, colega profesional y directora de la fundación Medios para la Paz, de quien estuvo pendiente todo el tiempo vía celular.

Afirma que su vicio es escribir, pero debemos confesarles que descubrimos otro de sus vicios: conversar y lo hace tan agradable y con tanta entrega a sus interlocutores, como cuando escribe a sus lectores. Cuántas historias albergará su memoria, producto de tantas otras vivencias en distintos lugares del mundo y en circunstancias tan disímiles. Sin embargo, aprovecha cualquier pausa en las tertulias, para hacer memoria en voz alta de la inolvidable Chavita, la mujer que cuidó su niñez:

-Niño Germán, no se olvide hacer sus baños de asiento.

-¿Y qué son esos baños de asiento, Chavita?

-Echarse sopitas de agua tibia en el culito, termina Germán, mientras acciona su mano derecha en ademán de empujar agua hacia el cuerpo.

En el marco de esa simplicidad desarrollamos nuestra conversación, en la que hablamos de todo un poco, pero también dejamos otro tanto sin tocar. Como sea, presentamos a nuestros lectores un perfil de Germán Castro Caycedo relatado en primera persona, al que agregamos algunas notas que consideramos de ayuda para la rápida comprensión del texto. El zipaquireño de aguda critica cuya vida es una cátedra, que entendió su destino a muy temprana edad, que transpira nacionalidad, que se declara pesimista ante el futuro de lo colombiano y que no necesita presentación.

Hijo de un desplazado

Empecé a leer la prensa diaria a los 16 años. A mi casa llegaba El Espectador y a casa de mi abuela llegaba El Tiempo. Vi a mi papá siempre haciendo lo mismo, mientras me insistía en la necesidad de leer algo. Encontré a los grandes cronistas colombianos de la década del sesenta especialmente en El espectador, empecé a leerlos muchísimo y me dije: Yo quiero ser esto.

Alejo Arturo Castro Morales era escribiente de un juzgado -el empleado más modesto- primero, y después secretario. A pesar de tener, póngale, quinto de primaria, era un hombre culto; mi papá no tuvo más, creo yo, pero fue un lector impresionante. La colección de historia de Colombia que dejó a la Biblioteca Nacional ocupó camión y medio de libros.

Llegó a Zipaquirá huyendo de la violencia, con miedo. Provenía de un sitio llamado Fosca en Cundinamarca, que queda cerca a Medina, parte de los llanos orientales. De manera que soy hijo de un desplazado, aunque no me parece que el nombre sea desplazado. El nombre es desterrado. Hijo de un desterrado soy yo.

Conoció a Elena Caycedo, una mujer que se pasó toda su vida leyendo. Muy culta era mamá. Lo que pasa es que ella despuntó cuando Colombia no le daba muchas ni grandes oportunidades a la mujer, que era criada y educada para ser esposa, es decir, esclava de un hombre. Entonces las artes que aprendían era a administrar su casa, de la que mamá fue gran administradora. Como gran cosa fue bachiller. El bachillerato de las mujeres era el bachillerato menor, no se le daba el chance de hacer los seis años sino cuatro, mi mamá, no sé por qué milagro consiguióဦ bueno mi abuelo, ser bachiller mayor, pero nunca pudo estudiar la carrera que quería, ella quería estudiar historia. Ese chance no; mamá tenía que prepararse en otras cosas. Nos irradió su disciplina.

Hacerle ver una película a la gente con un estilógrafo

Parte de los cronistas y de la gran crónica colombiana de esa época nació en la página roja, tal vez por ese sentimiento trágico de los colombianos ¿no? Todavía tengo en la cabeza unas historias de Luís de Castro, gran cronista de El Tiempo, acerca de un tipo llamado Richard que con otro, mató a un taxista y huyeron hacia el llano y Luís de Castro va detrás de ellos, me imagino que con la policía. Lo apasionante de esas crónicas diarias, de ese diario de campo de Luís es que empecé a conocer el llano, el entorno del sitio por donde estaban huyendo. Eso fue una fantasía, me mostró cómo a través del periodismo podía uno conocer a Colombia.

Posteriormente se perdieron en la selva que hay saliendo de Neiva hacia el Caquetá dos esposos gringos: Los Cantrell; y Germán Pinzón se fue a buscarlos. Se fue con unos guías, una comisión de campesinos que salio a buscarlos. Germán un periodista urbano, pero el cronista más grande que yo conocí en el sesenta, se hizo una serie sobre los Cantrell que me llevó a la selva y me hizo sentir el calor y el rigor de la selva. Unas crónicas maravillosas y entonces volví a decir, ahora sí quiero ser esto en mi vida.

Más allá de las aventuras, me atraía el poder de hacerle ver una película a la gente con un estilógrafo. Ese era el poder que implicaba ser cronista: que la gente leyera una crónica y viera una película. Era toda esa creatividad maravillosa lo que me llevaba más allá de la aventura. Era escribir con imágenes, con todo el mundo sensorial, es decir, que se vieran colores, que se olieran aromas, que se oyeran sonidos. Esa es parte de la metodología que luego utilicé y que descubrí en los grandes cronistas.

Publicaba notas muy pequeñas en la revista del colegio La Salle, donde estudiaba, porque la hacían los mayores, los de quinto y sexto de bachillerato, pero luego tuve un periódico que era una hoja de mimeógrafo -la fotocopiadora del momento-, donde daba noticias del colegio. Se llamaba El Aguijónဦsiempre el cuento ¿no?… Con cinco hojas que vendiera ya tenia para el otro.

Estudié en Zipaquirá hasta los 17, cuando me expulsaron del colegio. Nunca perdí una materia pero, por mamar gallo, los hermanos de La Salle me pusieron una nota muy baja en conducta, me pusieron tres y medio; con esa calificación no podía uno pasar por frente al colegio, entonces me mandaron a estudiar a Bogotá. Creo que fue como deliberado, Zipaquirá me quedaba estrecha, yo quería liberarme de un mundo tan reducido y entonces terminé bachillerato en Bogotá.

Estudie dos años de antropología pensando en ser periodista, no antropólogo, para tener herramientas que me ayudaran a conocer mejor a Colombia. Lo que pasa es que escuché una charla una vez de lo que era la antropología y dije bueno, esa debe ser la carrera que le permite a uno conocer más a fondo el país desde el punto de vista de sus culturas.

Por dos avivatadas

Simultáneamente fui corresponsal de la mejor revista taurina del mundo que se llama El Ruedo, de Madrid. Corresponsalía que me gané por una avivatada. Mi papá era un buen aficionado a los toros; me llevó a los toros desde muy niño, a los siete años vi a Manolete, a los seis vi a Conchita Cintrónဦ algo entendía yo, entonces comencé a escribir de toros.

Supe que habían botado a Pepe Alcázar, corresponsal de El Ruedo en Colombia, por pedir plata a los toreros. Yo tenía la dirección y el nombre del director de la revista en España -Don Alberto Polo Fernández- y le disparé una carta.

En ese momento trabajaba en el correo aéreo de Avianca como subsecretario de prensa, que era un puesto pequeñísimo. Le escribí a Don Alberto Polo Fernández, pero de entrada le dije: "Mi querido Amigo", nada de ponerle don Alberto ni ¡qué carajos! "Soy un ejecutivo de la empresa Avianca de Colombiaဦ" ¡no joda! La dejé y esa noche me imaginé el final, de modo que al día siguiente madrugué y la rematé. Decía "Aunque nos separe la pequeñez de un océano, nos une la inmensidad de la hispanidad. Germán Castro Caycedo"ဦA los quince días, corresponsal de El Ruedo de Madrid en Colombia, Ecuador y Venezuela pa` no joder mucho. Y ahí ya un grande en el medio taurino, ya era el chacho. Los periodistas taurinos eran hombres maduros de treinta y tantos años, yo tenía como veinte.

Me enrolo entonces con el medio taurino, pero a través de ese periodismo conozco a Carlos Alberto Rueda: Un gran periodista que tuvo grandes cargos; fue reportero de la UPI acreditado en Casa Blanca y en el Centro Kennedy, pero antes de esos puestos que, por supuesto reconocen la calidad de él, fue director de Deporte Grafico. Ese fue mi maestro, porque Germán Pinzón y los demás fueron maestros porque yo aprendía leyéndolos. Pero ya Carlos Alberto era maestro con tareas, con explicaciones y con "hay que leer tal libro y tal otro y tal otro y por esto y por esto".

Recomendaba mucho libro periodístico. Recuerdo que, cuando Watergate, me recomendó el libro de Woodward y Bernstein; me recomendóဦotros y mucho periodista colombiano del ayer ¿no? A Marco Tulio Rodríguez, Germán Pinzón, Camilo López, un gran cronista.

Me llevó primero a Deporte Grafico que fue una revista de Carvajal y compañía súper financiada y súper bien hecha. A través de la revista me llamaron a la redacción deportiva de El Tiempo, porque Humberto Jaimes, su director, me leía. Llamé a Humberto y me dijo "Aquí está la puerta abierta maestro. Pero Carlos Alberto me detuvo:

-Tienes que hacer un año antes o te quemas.

Entonces me consiguió puesto en La República. Al año ya creía que tenía alas para volar y volví a tocar en El Tiempo donde me recibieron inmediatamente. No creo que haya estado dos semanas en la redacción deportiva. Cuando llegué a El Tiempo le propuse a Humberto hacer una columna por cada partido que se llamara Desde el banco deဦ y el "de" era el apellido del entrenador visitante que fuera o del entrenador extrovertido que hubiera ahí.

Vino el Cali a jugar con Santa Fe. El entrenador del Cali era Don Pancho Villegas, un viejo maravillosoဦ entonces Desde el banco deဦ era copiar toda la sinfonía de gritos que daba el entrenador durante el partido y a la mitad, me venía con el entrenador al camerino a ver que le decía a los futbolistas. Una columna dialogada. Me acuerdo que el viejo Pancho era muy vulgar. Si no estoy mal, el arquero del deportivo Cali era Ayala. Iban perdiendo 2-0 y cuando entra Ayala de último al camerino, haciéndose el loco, lo llama Don Pancho y le dice (pone acento argentino):

-Achiolo Vení, conseguite un parche y tapate el ojo y vestite de pirata, hijo de pဦ Salimos de nuevo al campo y el Zipa Gonzáles, que era puntero izquierdo y tenia una velocidad que le permitió desmarcarse, le mete el tercer gol al Cali. Me vuelve a mirar Don Pancho y me dice refiriéndose al Zipa:

-El hijo de pဦ tiene una turbina en el orto.

Entonces con esa sinfonía de dichos de Pancho Villegas, que era genial, me salió una columna muy buena y Don Hernando subió a la sección de deportes ese lunes y dijo:

-¿Quién hizo esta columna?

-Mierda me echaronဦMe agarró de las solapas y dijo:

-Lo voy a volver el mejor cronista de este país, camine pa" Redacción General.

Son cosas de mucha suerte, porque si me toca otro entrenador que no tuviera la genialidad de Pancho Villegas, la columna no pega.

Pasé a cronista general sin fuentes de información, porque a todos los periodistas les dan unas fuentes a las que tienen que estar llamando todos los días: Gobernación, Ministerio del trabajo, Congreso… Entonces para que no me pusieran eso, que era una esclavitud y de ahí no salían más que noticitas todos los días, le dije, en otra avivada mía, a Don Hernando Santos:

-¿Qué habrá aquí?, mientras le señalaba la banda izquierda del Golfo de Urabá: Acandí, Chocó.

-¿Por qué no me voy para Acandí y hacemos una serie de crónicas a ver que hay allá? Me contestó:

-Váyase. ¿Cuánto se demora?

-Me demoroဦocho días

-Bueno váyase.

Me demoré como tres semanas, por lo difícil de ir y venir y porque me gusto beber aguardiente allá en Acandí, eso era un paraíso. Entonces cuando llegué traje tres crónicas que no fueron la sensación, pero fueron diferentes. Mostraban un mundo desconocido, donde nacieron las bananeras de verdad, por donde pasaron hacia Chile miles o centenares de refugiados alemanes de la primera guerra. Un país con Miami a tiro de piedra. En ese momento todos los periodistas de Colombia estaban encerrados en sus redacciones. No viajaban como lo hacían en la década del sesenta, cuando iban al sitio donde ocurrían las cosasဦSuerte de encontrarme un periodismo refugiado en las redacciones y conocer el ayer de mi profesión a través de los grandes cronistas.

Me quedé a viajar y ya empecé a querer saber que había en cada punto y si había una noticia, por ejemplo, de contrabando de ganado hacia Venezuela, como ocurrió, me fui a buscar las trochas. La trocha más famosa que había por Pamplona; fui hasta Saravena que en ese momento no era nada. Después fue una zona de violencia bárbara, a la que volví cuando renació el ELN. Ese era mi trabajo: descubrir un país. Me pagaban por hacerlo y la gente me leía.

Diez años estuve en eso. Tampoco es que uno sea la estrella. No, son oportunidades que la vida a uno le da y creo que el asunto está en aprovecharlas, descubrirlas y en parte crearlas.

La otra suerte es que mi jefe era el dueño de El Tiempo. Yo no dependía de un mando medio que me pudiera sentar allá a no hacer nada. El dueño era mi jefe directo. Esa es otra suerte que no la tienen hoy los jóvenes.

Escribe de tu pueblo y serás universal

Pienso que hay que escribir de lo nuestro, pero de tal forma que no sea tan localista sino que sea más internacional, sin devaluar nada de lo nuestro, pero tal vez con un mensaje más universal. Por ejemplo, hay un libro que es muy colombiano para mi, que es Mi alma se la dejo al diablo. Una historia de selva. Ha sido traducido a once idiomas, no con el éxito de García Márquez porque yo no escribo ficción, sino, no-ficción, pero es un libro en once idiomas: en chino, japonés, francés, húngaro, griegoဦ Está en los idiomas más raros que usted imagine.

Me convencí de que tenía que ser yo, que tenía que ser colombiano, que en los libros tenía que ser Colombia; solamente que no ponerle por ejemploဦ "esto fue un camello", porque no lo entienden: "esto fue un trabajo increíble" es otra vaina; sin quitarle tampoco su pátina colombiana.

Mi deseo ha sido trascender las fronteras. Mostrar lo que es nuestro país. Hoy estoy convencido de que el periodismo tiene que responder a la índole de cada pueblo. La técnica es universal, pero el contenido, el sentimiento, tiene que corresponder a cada país. En ese sentido no creo que los estadounidenses, ni los europeos sean mejores periodistas que nosotros. Ellos son muy buenos en Europa o en Estados Unidos. Aquí no son mejores. Aquí somos mejores nosotros. Estamos interpretando nuestro sentimiento cultural ¿no?

Para mi crónica y reportaje es lo mismo. Es posible que esté equivocado, pero hasta donde me di cuenta, aquí siempre se le llamó crónica al género mayor del periodismo, que nace con los cronistas de indias llegados con los conquistadores, y da su gran paso adelante, hasta donde yo sé, en 1861 a 1868 ò 9 con Papel Periódico Ilustrado dirigido por un periodista extraordinario: Alberto Urdaneta, dibujante además. Investigaba mejor de lo que investigamos hoy y escribía mejor. Hasta que un señor bogotano, muy cachaco, que se va para París, descubre que se dice reportage y vuelve a los dos años diciendo "¡Mierda! Hay que decir reportage, porque es que crónica suena a indios y los colombianos somos blancos. Yo soy blanco". Y se quedó llamando reportaje, en una anécdota que muestra la falta de identidad de nuestro país. Crónica o reportaje es lo mismo.

En los sesenta y setenta hay que nombrarဦyo no sé. Es ilimitado el número de cronistas que ni vale la pena nombrar porque puedo olvidar a muchos. Desgraciadamente no los conocen en las facultades de comunicación. No se estudian. Se estudia a Oriana Fallaci o se estudia al periodismo de Miami en los estados unidos, pero los nuestros no se estudian.

La crónica se siguió haciendo pero ya sin viajar, que es definitivo, es elemental, básico. Hay que ir a donde ocurren las cosas y por lo menos ver un amanecer y un atardecer ahí. Entonces volví a hacerlo yo, porque así lo hicieron mis maestros, porque así lo leí y porque esa fue la tradición que heredé.

Era una maravilla poder descubrir el país, Salir más allá de la Avenida Jiménez que era donde estaba El Tiempo. En el caso de televisión ir más allá de la calle 26 que era donde estaba la Televisora Nacional.

Enviado especial

Fernando Gómez Agudelo, dueño de RTI Televisión, era un genio de las comunicaciones, era abogado y además ingeniero electrónico, el mejor melómano del país y un demócrata extraordinario. Se imaginó una televisión que descubriera al país. Hasta ese momento no había sino dos programas periodísticos en la televisión de Colombia: El de Elkin Mesa y el de Margarita Vidal que eran ambos de entrevistas en estudio.

Yo acababa de publicar Colombia Amarga que es un libro de viajes por todo el país, algunas de esas crónicas ya habían sido publicadas por El Tiempo y otras eran inéditas. En eso Me llamo Fernando Gómez y dijo:

Tengo un programa que se debe llamar Enviado especial y no había encontrado la persona.

Cuando dijo eso, yo casi pego un grito.

-Quiero que seas tú, prosiguió.

En ese momento yo me ganaba en el Tiempo $2.800 pesos mensuales, que era un dinerito para vivirဦ ya estaba enamorado de mi señora pero no nos podíamos casar porque no había plata; eso no alcanzaba y me ofrece ¡$25.000 pesos al mes! Casi diez veces másဦ Pegué un brinco.

Ahí me cambió la vida no solamente en lo emocional, en lo maravilloso, sino en lo profesional, porque entonces hice un curso con un productor que venia de estudiar cine y televisión en Cinecittá en Italia: Bernardo Romero Pereiroဦ ¡tronco de maestro! Hicimos un entrenamiento de tres meses, muy intenso, para pasarme del medio escrito al audiovisual. Hicimos como tres o cuatro programas que nunca salieron al aire porque eran para cometer errores y solucionarlos. Tuve la suerte de semejante maestro.

Fácilmente encontré que no hay diferencia estructural en esos dos medios. Para decirlo en una forma más sencilla: las descripciones que hacía con la maquina de escribir, en televisión pasaban a ser descritas por la cámara que yo dirigía y editaba, incluyendo los sonidos que son parte del testimonio. Las entrevistas que hacía para el periodismo escrito, ahora las hacía con una cámara de televisiónဦ hablando de lo más elemental. Comprendí desde el primer día que era el mismo periodismo, con dos expresiones diferentes.

El primer Enviado Especial sale al aire la víspera de mi matrimonio, un viernes de abril de 1976. Lo que había hecho los últimos diez años fue ir mucho al llano y a la selva; sin embargo hicimos un programa muy urbano: Un ladrillo impresionante de una horaဦ ¡pero un ladrillo! De la inmigración de gente a las canteras de Bogotá.

En la casa había fiesta de entrega de regalos. Toda la familia de Gloria, antioqueña, llegó de Medellín, una familia muy grande y muy prestante. Mi familia también estaba presente y parte de la noche fue ver el programa. ¡Una hora! Cabeceaban, bostezaban, para no dormirse se paraban y daban una vueltica y luego volvían y yo, ¡claro! El chacho en televisiónဦ

Después hicimos un programa en el que se ve la selva. Ese ya mejoró. Fueron mejorando muy rápido, a medida que Bernardo me iba corrigiendo los errores. Era un aprendizaje extraordinario sobre la marcha.

Se producía en blanco y negro en cine de 16mm con sonido magnético. Por un lado el audio en una grabadora y por el otro lado el video; vertíamos en un video tape y mezclábamos. Era un poco la edad de piedra del sonido. El sonido óptico fue un paso más adelante.

Ahora tenemos una televisión muy comercial; el país ha abandonado ese tipo de programas. No se anuncia en ellos, porque se caen con el gobierno, porque pueden tener problemas o "dejamos de ser amigos de tales doctores dueños de las programadoras".

La preparación de Enviado Especial duraba quince días. Yo tenía dos investigadores que iban delante de mí con otro tema que previamente les escogía. Determinaban a dónde valía la pena ir, hacían los contactos y establecían citas. Luego llegaba yo. La edición de media hora de televisión nos demoraba veinte horas continuas, disponíamos de mucho material, pues filmábamos diez a uno, en los comienzos. Luego cuatro a uno, que no es demasiado.

La mayoría de tales programas eran de denuncia. Por ejemplo el que tuvo por tema la contaminación de la bahía de Cartagena con mercurio metálico por derrame. Nosotros averiguamos antecedentes: Escribí a la Sociedad Americana para el Avance de la Ciencia en Estados Unidos y me respondieron con los casos de contaminación en un lago norteamericano y en la bahía de Minamata en Japón. La embajada del Japón me dio materiales sobre lo que fue el caso. Ayudados por un señor de la zona, fuimos al lugar del vertimiento llamado Caño Casimiro; pusimos un colador que estuvo diez o quince días en el sitio y llevamos esos residuos a un laboratorio que confirmó la presencia del metal. Con esos antecedentes más lo que hallamos en Cartagena, hicimos una serie de tres programas y logramos el cierre de la planta contaminadora de Álcalis de Colombia, no obstante que ellos lo negaron desde el principio.

Otra denuncia grande, que ocupó cuatro programas, fue sobre el contrato absurdo que firmó Colombia cediendo El Cerrejón. No pasó nada. El gobierno se hizoဦpero se creó una polémica nacional. Luís Carlos Galán terminó participando en ella y escribió un libro llamado Los carbones de El Cerrejón. Por lo menos se agitó el tema. Se le dijo a la gente "esto es lo más irregular, Colombia va a salir perdiendo, como siempre en este tipo de negocios, pero perdiendo muchísimo" y la historia de los veinticinco años posteriores a la firma del contrato lo ha demostrado: Colombia no ha ganado. ¡Colombia ha pagado porque se le lleven el carbón! Yo ceo que El Cerrejón no genera más de cuarenta empleos. Imagínese, en una inversión de esas.

Estábamos mucho en contratos leoninos en contra del país y estábamos en las cosas maravillosas de este país, más allá de los gobiernos y más allá de los partidos. Por ejemplo en riquezas naturales hicimos programas muy elaborados, desde Buenaventura hasta el límite con Panamá, todo el Pacífico, en una primera parte y luego, desde la misma Buenaventura, hasta el limite con Ecuador, todo el Pacíficoဦ ese gran potencial que sigue inexplorado ¿no?

La prensa en general no es fiscal a nombre de su propia sociedad. Es una prensa muy oficialista, muy con el establecimiento, demasiado dócil. Uno debe ir por la calle del centro, pensando siempre en que no hay más que un interés para el periodista que su público, el que lo lee o el que lo ve y escucha. No más. Eso fue lo que practicamos durante veinte años sin una sola rectificación.

El paso por televisión sirvió para que me conociera la gente, lo cual es importantísimo para una persona que escribe y, por otro lado, conocí mucho mejor el país, más a fondo, con más detalle.

Colombia apagó la luz

Me han ofrecido que me lance a la política, que me candidatice al Senado. Qué voy a hacer al Senado si soy un decepcionado de la política colombiana; de los políticos colombianos, del congreso. Colombia nunca ha podido, ni nunca podrá esperar nada bueno del Congreso. ¡Jamás! Cada día menos. Un congreso tomado por el paramilitarismo básicamente y penetrado en una parte por el narcotráfico, ha sido un Congreso lamentable para mí. Por eso la política local no me seduce. Tengo una posición política muy crítica frente a la decadencia del país. Yo creo que hay que mirar por encima de esa política liberal – conservadora. Nunca hablamos de política con mi hermano Fernando. El Es liberal. También soy liberal, pero lo que se llamaba liberal doctrinario, por doctrina, por principios, como fue el liberalismo a finales del 1800 y primeros pasos del 1900 ¿no? Un partido ante todo libertario frente a la ignorancia, a la cultura, al pensamientoဦ

No se hasta que punto haya gente con identidad nacional. Después de tanto ejemplo, tanto modelo, lo que ve uno es todo lo contrario de un querer lo bueno para el país. Por ejemplo, nadie quiere saber o entender qué es el TLC, o la gente se hace la loca, pero el TLC es destruir al país. Sencillamente destruir todo. Dejar de producir lo que producimos y ponernos a importar todo. Un desempleo absoluto y una miseria absoluta. Es aterrador.

Creo que Colombia es un país que apagó la luz y no ve qué hay adelante. Soy muy pesimista en cuanto al mañana del país porque analizo las estructuras y la mentalidad de la dirigencia colombiana. Me parece terrible: es tan pequeña, tan diminuta. Una falta de pensar en grande, tan entregada a intereses extranjeros que no veo nada. Es lamentable.

De los periodistas de hoy me impacta Daniel Coronell por lo certero de su oficio. Estuvo exiliado dos años y su columna en Semana mantuvo una actualidad, un conocimiento tan supremamente profundo del país, mayor que el que tenemos los que estamos aquí. Eso es admirable.

Me gustan mucho Claudia López, y Pedro Medellín columnistas del El Tiempo y hay un muchacho Soto, en ese mismo periódico, buenísimo, pero no se por qué publica tan poco si tiene esa calidad única.

Ahora en manos de Planeta, ultraderecha, me pregunto qué irá a decir El Tiempo, además de ponernos a leer lo que piensan y quieren que sea nuestro país. Entonces cómo va uno a tener mucha ilusión en el mañana cuando el periódico nacional más importante de Colombia, está en manos de extranjeros diciendo y mostrando lo que quieren que veamos de nuestro país.

El periodismo de hoy está tan alejado del entendimiento y de la exaltación de las culturas, de las costumbres que se transmiten de una generación a otra, de la comida, la música, de esos rasgos que diferencian a Colombia en cinco naciones culturales. Si se mete un poquito en descifrarlas, en un trabajo que no es difícil sino de tiempo y de saber cuáles son los parámetros para medir las culturas, descubre esos países y va exaltando los nacionalismos.

Es que si abandonamos lo local vamos a ser una brizna, vamos a ser nada. La globalización es una teoría económica, pero no cultural; en cuanto abandonemos nuestra cultura, que es el problema en que está Colombia, seremos nada en el mundo. Cada día tenemos que conocer más lo nuestro, ser más nosotros. Que lo económico vaya por otro lado, es cosa diferente. La globalización no consiste en repetir lo que hagan los demás, es hacer lo nuestro. Como lo sentimos y como nos viene de atrás. Es seguirnos poniendo de negro en el luto los de la zona andina, es seguirse poniendo de blanco en el pacífico y es seguir los llaneros bailando el baile del angelito -un zumba que zumba- cuando mueren los niños.

Aquí comemos de lo que da la naturaleza nuestra. El alimento de mar nuestro es diferente al de Europa. La fauna del Pacífico y del Caribe es diferente a la de los mares del Norte o a la del mar Mediterráneo. Esa es nuestra comida, No veo por qué tengamos que importar pescado de España. No ¡qué coños!, si aquí tenemos el nuestro.

Un autor en busca de tema

Escribir me gusta mucho, es mi vida. Escribir es un vicio. Ahora estoy buscando tema, no lo he encontrado. No quiero que mi próximo libro sea de guerrilla de hoy, ni de paramilitares, ni de narcotráfico. Por eso me ha costado trabajo encontrarlo. Escribo literatura no-ficción, lo que pasa en este país. Colombia es un país en el que pasan tantas cosas increíbles que no habría que escribir ficción. La realidad nuestra va más allá.

Del Autor: Nació en Bogotá y se trasladó a Medellín desde el año 1973. Ha publicado el libro La Madera. Crónicas de un barrio invisible, a cuyo contenido puede el lector aproximarse en http://www.barrioinvisible.netfirms.com/

De igual modo puede leerse su ensayo titulado Acerca de la superstición de la pureza en el portal de monografías.com, en

http://www.monografias.com/trabajos16/supersticion-de-pureza/supersticion-de-pureza.shtml?monosearch

Contactos:

y

 

 

 

Autor:

Edgar Alonso Muñoz Delgado

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente