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La cultura del rosa y el celeste (página 2)


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Aunque El Patriarcado es un sistema universal y longevo que va adaptándose a cada nueva estructura económica y política, el mismo no posee un fundamento esencial u ontológico que lo legitime, a pesar de los intentos realizados por diversos autores ( Poulain de la Barre, J. Rousseau; Bachofen, H. L. Morgan; F. Engels; Tiger), por explicar y argumentar el surgimiento del mismo. No hay esencias masculinas o femeninas eternas, sino que se va construyendo en lo simbólico, en la organización social y en un sistema de prácticas que crean lo material y lo espiritual y le dan continuidad a niveles macro, medio y micro estructurales a través del proceso de socialización. (Fernández, L. 2001). Sin embargo las características o rasgos del mismo funcionan como axiomas, totalmente incuestionables, desde donde se constituyen relaciones de género; relaciones de poder entre hombres importantes, que deben ser importantes, y mujeres inferiores, no importantes. Se trasmiten así mitos, actitudes, cualidades, roles, e identidades como inherentes a la naturaleza del varón y la hembra (Hembra_mujer_feminidad_madre; Varón_hombre_masculinidad_héroe), a través de un guión social, casi inconsciente, disfrazado, invisible.

Así, de acuerdo con este guión socialmente determinado, un alto porcentaje de niñas y niños aprenden, desde muy temprana edad, que "el mundo de la mujer es la casa y la casa del hombre es el mundo." (Asturia, L. 1997) . Los varones juegan a ver quién es el más fuerte y audaz en ese mundo que es su casa; quién es el más hábil y valiente, quien el más capaz de desafiar las normas establecidas y salirse con la suya. No es de extrañar entonces que los juguetes de los niños varones esten relacionados con actividades violentas, u objetos propios del mundo público – armas de fuegos, soldaditos, bates, pelotas, carros, barcos, caballos, etc.  Es decir, aprenden a jugar a "ser hombres" y se supone que todo ello afianza la masculinidad tal como nuestra sociedad la prescribe.

A las niñas, por su lado, se les induce no a jugar a "ser mujeres" sino a jugar a "ser madres amas de casa", y se les proveen los implementos necesarios para un buen entrenamiento desde la actividad lúdica — muñecas, juegos de cocina, planchas diminutas y escobas con recogedores plásticos — que les permiten desempeñar, desde muy temprano, el papel que se les asigna para beneficio de la comunidad en su conjunto: el de amas de casa, esposas y madres.

Estas asignaciones socio-culturales de género, entre otros factores, condicionan el proceso paulatino de construcción de una identidad personal en cada individuo, influyendo particularmente en el proceso de construcción socio-cultural de identidades de género.

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX y, posteriormente en los años 70 y 80, del propio siglo XX, surgieron movimientos feministas en contraposición al monopolio patriarcal en lo que se ha denominado la revolución femenina, por la elevada repercusión, en logros alcanzados por la mujer, que han tenido estos movimientos en nuestras sociedades. La entrada de la mujer al sector público, el derecho al voto y a la educación superior, la lucha por la equidad entre hombres y mujeres, son ejemplos de ello.

Paradójicamente la revolución femenina lejos de debilitar el modelo patriarcal, ha provocado un efecto bumerán, fortaleciendo dicho modelo. Los cambios profundos en este han traído como consecuencia la diversificación del mismo hasta el punto, que los especialistas hablan de diversas formas particulares del patriarcado (patriarcado coersitivo, patriarcado de consentimiento, patriarcado de consenso, etc.). La innovación femenina que toma como modelo, al tradicional masculino o patriarcal, para poder introducirse en un mundo público diseñado para hombres, no permite el enriquecimiento social en cuanto a atributos "femeninos" tan necesarios en estos momentos históricos concretos, haciendo que el mundo público sea cada vez más masculinizado, competitivo y homo fóbico.

Analizando esta paradoja, Arés, P, (1996), comenta que " la ideología patriarcal está en función de una forma de dominación por lo que tiene canales de transmisión muy poderosos que una revolución social no alcanza a denunciar, pues su mecanismos de reproducción no son concretizados por quienes lo trasmiten y por que muchas veces los mismos grupos humanos que promueven cambios sociales, sin darse cuenta son portadores, reproductores, y sostenedores de esta ideología". Este análisis no lleva a preguntarnos: ¿qué mecanismos psicosociales promueven la reproducción del género como expresión del modelo patriarcal imperante en sus diversas formas particulares?.

A esta interrogante Marcela Lagarde propone cuatro factores esenciales que reproducen el género y que son, a su vez, su medio de expresión (Herrera. R. 1998, p4).

  • Lo simbólico: el género como contructo simbólico social del sexo biológico.
  • Lo normativo: conjunto de normas y prescripciones que la sociedad establece para definir los roles específicos a desempeñar por los individuos pertenecientes a cada genero, (masculino – femenino).
  • Lo político – social – institucional: potencia o reprime los comportamientos del sujeto de acuerdo a lo normativo, en función de que los roles desempeñados por los individuos socialmente cumplan las expectativas del género.
  • La identidad subjetiva: resultado de la relación entre lo asignado socialmente y lo asumido por el sujeto, los que se encuentra inmerso en una reestructuración constante.

Sustentado por estos mecanismos las sociedades patriarcales están diseñadas para trasmitir su ideología utilizando diferentes agentes socializadores. Entre ellos encontramos: la familia como grupo humano, en cuya estructuración destacamos la existencia de roles y funciones donde el aporte de lo cultural y lo individual en la interrelación de lo asignado y lo asumido es importante, condicionada al contexto socioeconómico especifico en que está inmersa; la escuela, los grupos de pertenencia y los medios audiovisuales entre otros.

Por lo que la influencia del género (categoría que refiere la forma en que la sociedad organiza los modos de vida, de pensamiento, actitudes, comportamientos, entre otras cuestiones, prestableciendo el lugar que le corresponde a cada individuo según sus características corporales), caracterizado por una construcción social dentro de un mundo patriarcal; se extiende a todas las esferas de nuestra vida cotidiana determinando siempre de alguna manera el como nos relacionamos.

1.2. La identidad de género

La velocidad de los cambios sociales

"impiden que nuestros mapas sociales

se ajusten a nuestros paisajes"

R.Jenkins

Hablar de construcción social o cultural de la identidad de género ya es, hoy en día, un tópico común en los trabajos investigativos que abordan temas relacionados con la problemática del género. Muestra de ello son los múltiples trabajos desde la antropología, la sociología, la historia, la psicología, el psicoanálisis y la politología, que problematizan distintos aspectos de dicha identidad desde presupuestos teóricos y metodológicos variados.

La aparición de una perspectiva de género para el análisis de los procesos sociopsicológicos ha sido uno de los factores que ha contribuido a este hecho. Dicha perspectiva implica pensar que toda la realidad social está atravesada por las consecuencias de un sistema de género operando desde sus fundamentos. Entiéndase, "sistema de género", como un conjunto de prácticas , ideas, discursos y representaciones sociales que generan realidad y dan sentido a la conducta objetiva y subjetiva de las personas en función de su sexo. (Lamas, 1995:62).

¿Pero qué vamos a entender por identidad de género?. (Por lo menos en lo que a esta investigación se refiere).

Para comenzar el análisis de que vamos a entender por identidad de género queremos partir de la definición general de identidad.

Se puede definir la identidad como el hecho de que una persona se reconozca como ella misma, con una continuidad en la historia, con determinadas características y una ubicación en un contexto social determinado.

Según Marcela Lagarde, la identidad es la referencia que tenemos no sólo de ¿quién soy?, sino también quién debo ser. Involucra, todas las representaciones, los sentimientos y los pensamientos de sí mismo/a y de los y las otros/as se tengan. Tener una identidad no sólo es una condición psicológica para vivir, marca el hacer de las personas en el mundo. No es suficiente saber, ¿quién soy?, sino reconocer qué posibilidades de ser y hacer me facilita esa identidad. (Lagarde, M, 2000).

También se puede definir la identidad como aquel conjunto de representaciones por medio del cual el sujeto comprueba que es siempre igual a sí mismo y diferente de los otros. Es necesario agregar que esta unidad tiene su origen en el reconocimiento de los otros y es corroborada permanentemente por ellos. La identidad desempeña un papel estructurante que da coherencia a la existencia como existencia social, y establece puentes entre la experiencia individual y la vida social. (Fuller: 17)

Otra definición de identidad es la presentada por la Dr. Carolina de La Torre. Esta autora Plantea que cuando se habla de "identidad de algo, se hace referencia a los procesos que nos permiten suponer que una cosa, en un momento y contexto determinado, es ella misma y no otra (igualdad relativa consigo misma y diferencia – también relativa- con relación a otros significados), que es posible su identificación e inclusión en categorías y que tienen una continuidad relativa con el tiempo". (De La Torre, C, 2001).

Según esta autora algunos de estos procesos identitarios serían:

  1. Las igualdades y diferencias relativas que van contribuyendo al establecimiento de límites.
  2. Esas igualdades y diferencias y esos límites no son siempre esenciales, estables, o totalmente objetivos; los limites serán casi siempre relativos, cambiantes, emergentes y socialmente construidos.
  3. Al interior de las fronteras o límites no todo es homogéneo; sino que cada identidad, cada grupo o cada categoría tiene otros tantos internos y externos, relativamente heterogéneos y provisionalmente divisibles o unificables entre sí.
  4. Para diferentes identidades los límites pueden ser más o menos, objetivos y reales; o más o menos, subjetivos y construidos.
  5. Las igualdades y diferencias no bastan ni funcionan como límites de identidad si no son, más o menos percibidas como tales y como elementos de continuidad (con mayor o menor conciencia y elaboración).
  6. Los contenidos y contarnos de las identidades, aparecen como más objetivos y se hacen más conscientes, en función, por un lado de las experiencias históricas, sociales o naturales concretas, y, por otro, de procesos no espontáneos, sino manipulados, creados desde relaciones de poder y reforzados por los medios de socialización.

Esta definición resulta de gran utilidad para el análisis de la identidad de una persona o grupo como en el caso que nos ocupa de la identidad de género pero no es suficiente. La propia autora señala: cuando hablamos de la identidad de un sujeto individual o colectivo hacemos referencia a procesos que nos permiten asumir que ese sujeto, en determinado momento y contexto, es y tiene conciencia de ser el mismo, y que esa conciencia de sí se expresa en su capacidad para diferenciarse de otros, identificarse con determinadas categorías, desarrollar sentimientos de pertenencia, mirarse reflexivamente y establecer narrativamente su continuidad a través de transformaciones y cambios. (De La Torre, C, 2001). Esta última definición de identidad nos parece la más acertada para nuestros fines investigativos, pues permite acotar una categoría tan difícil de delimitar como la identidad a la vez que nos brinda un instrumento de análisis para el estudio, en nuestro caso, de la identidad de género.

Al hablar de identidad de género nos referimos a los procesos que permiten a cada sujeto, en determinado momento y contexto, tener conciencia de mismidad como hombre o mujer; conciencia que se expresa en su capacidad de diferenciarse de otros, identificarse con determinados roles y categorías de género, desarrollar sentimientos de pertenencia, mirarse reflexivamente y establecer su continuidad como Hombre o mujer, a través de transformaciones y cambios como resultado del proceso histórico-social. (De La Torre, C, 2001). Se nutre o contiene, entre otras de: la imagen corporal sexuada, las fantasías sexuales, las experiencias eróticas, como hembra, varón o ambivalente, y la autoconciencia del género a que se pertenece, complementándose con los roles de género.(Orlandini. A. 1995).

Es necesario distinguir identidad de género de orientación sexual: la identidad de género asumida hace referencia a la conciencia de mismidad, al sentimiento de pertenencia al género masculino o femenino. La orientación o preferencia se refiere al hecho de preferir relaciones heterosexuales, homosexuales o ambas.

La construcción de una identidad de género juega un rol importante en el proceso de formación y desarrollo de la personalidad si bien es parte de la misma como configuración personológica. La asunción de una conciencia de mismidad como hombre, mujer o ambivalente, esta acorde con un sistema de valores, que la inclina hacia un conjunto de propósitos, a partir de necesidades, motivos, sentimientos, actitudes, intereses, conocimientos, y otras formaciones psicológicas. La misma en imbricación con otras identidades, y la concepción del mundo integran la conciencia de identidad, que constituye el centro de la personalidad, con la gran complejidad y singularidad que implica la combinación de diversas configuraciones personológicas, lo que genera una forma singular de apreciar la realidad, y dentro de ella, diseñar su propio espacio como subjetividad (Tejeda, Lecsy, 1999).

El proceso de construcción socio cultural de la identidad de género comienza a partir de las igualdades y diferencias sexuales relativas que van contribuyendo al establecimiento de límites que al ser, esencialmente social y subjetivamente construidos, son casi siempre relativos, cambiantes y emergentes en dependencia de los disímiles contextos histórico social en el que se interrelacione y desarrolle el individuo a lo largo de su vida. Si bien las personas elaboran una imagen de sí mismas a partir de sus ideas particulares, tienen una identidad de género que le es asignada conforme a los mitos relevantes en la sociedad en que viven, en dependencia al sexo al que pertenezca dicho individuo. Por lo tanto la primera asignación de identidad es una mirada: otro u otra nos mira y nos dice quiénes somos. Nos da una referencia (siempre filtrada por nuestra subjetividad), sobre nosotros/as mismos/as que nos determina como hombres o mujeres.

Es en este momento cuando se define no su especificidad como persona, sino como persona o individuo semejante al grupo perteneciente a determinado género.

Además de la identidad de género asignada, mujeres y hombres tenemos una autoidentidad, y tiene que ver con lo que pensamos de nosotros/as mismas, pero también tiene relación con lo que los demás piensan de nosotros/as. Esta autoidentidad permite que cada individuo asuma su variante de identidad de género a través de una especie de negociación subjetiva, entre la identidad de género asignada y la autoidentidad. Este proceso conlleva además a un nuevo redimencionamiento de la identidad de genero que asignamos a personas pertenecientes al otro sexo; o sea la asunción de identidades de genero masculina o femenina, tiene como primer axioma la diferenciación con la otredad. Esta especie de negociación subjetiva que se mantiene a lo largo de la vida del individuo, como resultado y parte de los procesos identitarios, permiten a cada sujeto, en determinado momento y contextos diferentes, tener conciencia de mismidad como hombre o mujer; identificarse con determinados roles y categorías de género, desarrollar sentimientos de pertenencia, mirarse reflexivamente y establecer su continuidad como hombre o mujer, a través de transformaciones, cambios y nuevas experiencias como resultado del proceso histórico-social. (De La Torre, C, 2001). Es también la consecuencia de que los límites entre masculinidad y femineidad sean cada vez mas difusos.

El Vivir en un tiempo y un contexto determinado que nos sitúa y determina socialmente dentro de una cultura fragmentada y multifacética; nos conlleva a una constante interpretación y reestructuración de nuestras interrelaciones con otros poseedores de una singularidad personal (Hamlet.2000) — Léase proceso de asignación-asunción de identidad de género antes explicado–. Como consecuencia, el proceso de construcción social de la subjetividad sexuada; dentro del grupo de personas de un mismo género dista mucho de ser similar, aún cuando pertenezcan a la misma generación, comunidad u hogar.

Esto facilita un cierto movimiento o diferenciación en cuanto a la forma en que la sociedad organiza los modos de vida, de pensamiento, actitudes, comportamientos, a cada individuo según sus características corporales y por lo tanto los contenidos que caracterizan la identidad de género asumida por un sujeto dista mucho de ser similar a los contenidos que estructuran la identidad de otro sujeto del mismo género; incluso pueden algunos elementos integradores de esas identidades del mismo género, ser "socialmente contradictorias". Existe una diversidad dada, entre otras, por las formas en que las distintas comunidades construyen sus identidades de género, y la reconstrucción subjetiva de dicha identidad que realiza el propio individuo; cruzadas a su vez por la edad, su status socio- económico, orientación sexual, la historia personal y características de la familia de origen de cada sujeto.

A esto último se suman los cambios socioculturales, ya comentados con anterioridad, acontecidos en el siglo XX; que han revolucionado de manera importante este proceso de construcción social de la identidad de género. La ruptura, de estereotipos tradicionales masculinos y femeninos, han conducido a la asunción, por parte de las nuevas generaciones, de modelos transicionales, caracterizados por un sincretismo en cuanto a roles, valores, sentimientos tradicionales y no tradicionales, que se entremezclan en la configuración de la identidad de género asumidas por varones y hembras.

Dada esta multiplicidad de posibilidades, dentro de un amplio espectro, que comienza a aparecer a nuestros ojos gracias, fundamentalmente, a los estudios de género; en este momento parece más pertinente hablar de identidades masculinas, e identidades femeninas, evitando la visión reduccionista utilizada hasta ahora sobre la existencia de una masculinidad o una femineidad, que no permite una adecuada aproximación al estudio de un proceso tan complejo como es la construcción de las identidades de género.

Al respecto, algunas teóricas feministas insisten en la mutabilidad de las identidades relacionadas con el género y la sexualidad, no para evitar los términos "hombre" o "mujer", por ejemplo, sino para describir de una manera más precisa y más flexible estas clasificaciones culturales como procesos y no como entidades fijas. Joan Scott, por ejemplo, escribe:

"Hombre" y "mujer" son, al mismo tiempo, categorías vacías y de desbordamiento. Vacías porque no tienen un sentido final y trascendente. Se desbordan porque aún cuando aparecen estar fijas, todavía contienen dentro de si mismas definiciones alternativas, negadas o suprimidas. (Scott, J,1988: Pág. 49)

1.3 Construcción de las identidades masculinas.

"la virilidad es un guión simbólico,

con un sin fin de variantes"

(Gilmore: 224).

Al analizar las particularidades del proceso de construcción social de las identidades masculinas encontramos que los niños aprenden acerca de la masculinidad a través de diferentes modelos promovidos por medio de disímiles agentes socializadores.

El primer modelo, para los niños varones, lo constituye el padre (en función). Este modelo por extraño que parezca se caracteriza por ser un modelo ausente o "faltante" (Corneau. Guy, 1991), lo cual no excluye la existencia de padres que realicen un paternamiento adecuado. Esta ausencia tiene sus raíces en las propias asignaciones socioculturales relacionadas a la masculinidad:

  • Sobrexcelencia sexual.
  • Sobredimensión de necesidades sexuales.
  • Poligamia.
  • Iniciativa sexual masculina.
  • Transmisión de valores (todos aquellos valores reflejados en la educación del hijo varón).
  • Control emocional (tendencia a no ser excesivamente afectivo en el trato).
  • Proveedor económico.
  • Dominio – liderazgo.
  • Reparador solucionador de problemas.
  • Violencia.
  • Toma de decisiones unilaterales.
  • Tendencia al éxito.
  • Seguridad, independencia emocional.

Si analizamos cada una de estas asignaciones encontramos que el lugar del padre se encuentra en el sector público, alejado del cuidado de los hijos en el hogar. Aún cuando tenga la posibilidad de compartir el cuidado y la educación de los hijos, siempre debe mostrar seguridad, independencia y control emocional en sus relaciones, en especial con los niños varones a los cuales hay que enseñar a ser "hombres" desde pequeños. Entiéndase: importantes, exitosos, fuertes, violentos, hábiles en la solución de problemas, líderes, y activos sexualmente. Saber tomar para compartir con otros "hombres", y no tolerar a otros hombres dentro de sus dominios (homofobia), entre otros. La propia ausencia paterna ya sea física o emocional, constituye un modelo de masculinidad a seguir, a la vez que da paso a otro modo de aprender a ser Hombre.

Esta forma o segundo modelo es por reacción (Asturia L. 1997), o sea el niño aprende a ser hombre a partir del modelo femenino representado fundamentalmente por la madre. "El niño llega a interpretar el concepto de "masculino" como "no femenino". que usualmente se acompaña del desarrollo de una actitud antagónica hacia las mujeres, de una

cultura anti-mujer en la cual se degrada todo lo percibido como "femenino" y se evitan a cualquier costa cuestiones tales como mostrar emociones, cuidar de otras personas, del propio cuerpo, hablar sobre sentimientos, y también algo crucial para la educación de los varones:  ser buenos en la escuela. (Asturia L. 1997).

Otros agentes socializadores que promueven modelos de masculinidad son los medios de comunicación. Según estudios realizados, un niño de la media está más tiempo frente al televisor consumiendo los mensajes proporcionados por este medio que compartiendo con su padre. Dentro de la televisión es usual que se presente tres tipos de hombres: el deportista ultracompetitivo y exitoso, el hombre violento, agresivo o criminal ( donde generalmente son héroes no importa lo que hagan) y el alcohólico o drogadicto. Esto conlleva a que las imágenes percibidas por el niño varón sean, de hombres agresivos, fuertes, invulnerables, exitosos, arriesgados, inescrupulosos, insensibles, y muy reprimidos emocionalmente.

Otros modelos masculinos presentados por la TV suelen ser: el amanerado u homosexual, el hombre cazuelero (entiéndase que realiza labores del hogar, se mete en "cosas de mujeres"), el hombre débil y engañado por la mujer. Estos modelos masculinos están muy asociados a programas humorísticos, lo que no los excluye de otros tipos de productos televisivos, pero el factor común de la presentación de los mismos, es el tratamiento diminutivo, negativo, burlesco, que los categoriza, en todo momento, como lo que no puede ser un "hombre verdadero".

Otra fuente de modelos de masculinidad (no menos importante), viene del grupo de pertenencia de los niños o jóvenes varones. Este grupo de iguales tiene una gran importancia para todo varón, precisamente por que su credibilidad (sobre todo en la adolescencia), es mayor que la de la familia y la escuela. (Marqués, 1997). En estos grupos de amigos se suministra información relacionada a como comportarse como hombre teniendo como referente prácticas y discursos que preponderan lo más espectacular, aparentemente, rudo y exagerado del comportamiento tradicional masculino. (ídem). Como resultados es usual la existencia de un elevado nivel competitivo por disímiles cuestiones: prevalencia de una idea, el liderazgo en el grupo, quien enamora a una muchacha, quien es más fuerte entre otros. Generalmente gana el más agresivo y violento, el que más desafía la autoridad.  Y es, este ganador, quien termina dando el ejemplo de una masculinidad "exitosa". (Asturia L. 1997).

El aprendizaje de las masculinidades, a través de estos modelos, es marcado por medio de una serie de rituales de iniciación, que varían de una sociedad a otra y dentro de los diferentes sectores de una misma sociedad, por medio de los cuales se logra la separación el futuro hombre respecto del mundo femenino en el que vivió sus primeros años, como producto de la propia ausencia del padre en el sector privado.

Estos rituales generalmente refuerzan los valores y asignaciones socioculturales antes expuestos negándole toda posibilidad de manifestación de ternura, la expresión de sentimientos y la capacidad de crianza, clasificándolos como "débiles" al tener alguna de estas características que sustentan, lo que diversos especialistas han denominado, el miedo a la homosexualidad. A la vez esta represión unido al costo personal y social que traen consigo la actuación de lo roles y asignaciones que implican la asunción de una identidad masculina en cualquiera de sus variantes, son promotoras de conflictos personales conocidos por los estudiosos del tema como el malestar del varón, del cual se hablara más adelante.

En nuestro momento histórico concreto el proceso de construcción social de las identidades masculinas se caracteriza, también, por la marca de la exigencia de cambio, de flexibilización. Los cambios sociales relacionados a la revolución femenina están redimensionando las relaciones de género y con ello cambia, al mismo tiempo, aquellos roles y características asignadas a la identidad femenina como otredad indispensable para el establecimiento de los límites (cada vez más difusos), entre masculinidad y feminidad. Ante esta disyuntiva el varón solo tiene como presupuestos para afrontar una exigencia de cambio, estos modelos sociales de masculinidad que en esencia promueven un solo modelo rígido patriarcal que prácticamente no posibilita alternativas posibles. En este sentido se ha producido un repliegue e inhibición de muchas conductas, roles, y actitudes asignadas a la virilidad, sin tener por otra parte referentes de cambios (Arez, P. 1996), lo que se convierte en un nuevo afluente al casi desbordado malestar del varón.

1.4 Construcción de las identidades femeninas.

¿Que tiempo del génesis marca a la mujer?.

El tiempo del después. Después del hombre,

después de la creación, incluso después de la ley.

Inés Barrio

Médico Psicoanalista

Al analizar las particularidades del proceso de construcción social de las identidades femeninas encontramos que las mujeres a diferencia de los hombres, generalmente, si poseen un modelo femenino materno presente. Pero, ¿qué características posee este modelo femenino materno?.

Este modelo de feminidad esta inmerso, en este momento histórico concreto, en dos características identitarias que se pueden extrapolar a las identidades femeninas en general: la diversidad y la transición. La diversidad entre las mujeres y la diversidad de cada una consigo misma. Diversidad, también, frente a las representaciones simbólicas y normativas del ser mujer, y entre los mandatos trazados y la experiencia vivida. Las identidades femeninas son identidades en transición todas tienen las huellas de la innovación cultural que promueven referentes variados de identidades que cada una sintetiza, sincretiza (Lagarde, M, 2000).

El modelo de feminidad promovido por la figura materna no es, hoy en día, similar al que promovía hace una centuria atrás. Se caracteriza por una diversidad, de un nivel muy profundo definido por la complejidad de la condición femenina, resultante de la conjugación de estereotipos de ser mujer que cada uno integra y desarrolla a lo largo de su biografía y los cambios socioculturales (Lagarde, M, 2000); que transita desde:

  • un modelo muy cercano al tradicional de mujer del hogar, madre ante todo, cuidadora de niño, ancianos y enfermos, dominada por las decisiones masculinas, amorosa, tierna, sumisa;
  • un modelo transicional al que han llamado diversos autores como "supermujer", que lleva todos los cuidados de la casa tradicionales a la vez de trabajar en un sector público construido para hombres muy exigente y competitivo; hasta
  • un modelo con cambios evidentes generalmente asociados a la asunción de roles y actitudes tradicionalmente asignados a la masculinidad, saliendo completamente del sector privado o ámbito del hogar, donde la maternidad es generalmente relegada a un segundo plano, y es hiperbolizado el desempeño profesional en aras del éxito, la competitividad y la toma de cargos y responsabilidades en el sector público.

La transición en la que esta inmersa la mujer como producto del redimensionamiento de las relaciones de género con la salida de la misma al sector público, promovidas por el propio movimiento feminista, ubica a las mujeres en una doble vida. El aprender a estar subordinada y con poderes reducidos en un ámbito (sector privado) y, el mismo día, transitar a otro espacio, ocupar posiciones de mando, cumplir con responsabilidades, tomar decisiones, y además ser exitosa (sector público). Esta doble vida implica, marcas de rupturas identitarias y exige la capacidad de reaccionar ante identidades asignadas que resultan diversas y contradictorias, como los modelos antes mencionados, cargadas de expectativas que se entrecruzan y chocan promoviendo la ocurrencia de crisis y conflictos de identidad desgarradores (Lagarde, M, 2000), que se suman a los conflictos tradicionales de la mujer relacionados a su posición inferior en el sistema de relaciones sociales y de género.

Algo parecido sucede con los modelos femeninos promovidos por los medios de difusión masiva como la televisión como reflejo de este proceso social. Si bien aún existe un predominio de un modelo tradicional, con la utilización de la feminidad como objeto sexual, ya aparecen materiales televisivos donde la protagonista o el tema tratado se relaciona más con mujeres que asumen identidades de género progresistas, con un marcado cambio en las relaciones de género. Asi vemos mujeres dirigentes, obreras, campesinas, cantantes, artistas, pero que siempre son compensada con la otra imagen de la buena madre y esposa dueña del hogar.

Por el contrario cuando se quiere recalcar que un personaje femenino es negativo, esta mujer dirigente, obrera o intelectual; es mala madre, infiel, mala esposa, mala hija, mala abuela . Como apreciamos los medios de comunicación en especial la televisión realizan un manejo y promoción de una serie de mitos sociales acerca de la feminidad, desde una propuesta patriarcal, depositados en lo que Jung llamó el inconsciente colectivo social.

Según Fernández A. (1993, p-245), "son tres los mitos sociales que se han convertido en piezas claves para la construcción de la vulnerabilidad de las mujeres: el mito de la mujer igual a madre; el mito de la pasividad erótica femenina; y el mito del amor romántico, del amor como elemento central y estructurador de la vida". Muchos de estos mitos han logrado que las mujeres construyan una identidad enajenada donde los demás ocupan el centro del sentido de sus vidas, de sus pensamientos y afectos, además le dicen quién es y cómo debe ser. ¿Quién es ella? ¿Quién soy? ¿Cuan buena debo ser?: la hija de…, la hermana de.., la novia de.., la esposa de.., la madre de.., la abuela de.

Al mismo tiempo que ocurre un redimensionamiento de la identidad femenina caracterizada por la diversidad y la transición se redimensiona el universo de roles, actitudes y valores que nutren la identidad masculina como otredad.

1.5 Conflictos personales, identidades de género y relaciones de género.

El reconocimiento del Otro, siempre tiene un costo

u éste es el constitutivo de la identidad del sujeto de esa relación.

Y como no hay creación sin relación, no hay sujeto sin costo.

(Rosenberg, M, 2000).

Muchos de nuestros conflictos personales son intrínsecos al proceso de asignación – asunción de las identidades de género. Estos se expresan en el malestar vivenciado por hombres y mujeres durante las relaciones de género, que atraviesan las relaciones sociales.

Las relaciones de género pueden ser definidas como los modos en que las culturas asignan las funciones y responsabilidades distintas a la mujer y al hombre. Ello a la vez determina diversas formas de acceder a los recursos materiales como tierra y crédito, o no materiales como el poder político. Sus implicaciones en la vida cotidiana son múltiples y se manifiestan por ejemplo, en la división del trabajo doméstico y extra-doméstico, en las responsabilidades familiares, en el campo de la educación, en las oportunidades de promoción profesional, en las instancias ejecutivas, por lo que constituyen en si relaciones de poder. (Scott, J. 1991).

En el caso del hombre, el malestar del varón esta más asociado con el costo del poder que le otorga una sociedad, patriarcal. Este malestar se encuentra a un nivel inconsciente fundamentalmente por que la experiencia masculina del dolor viene acompañada de un mecanismo de compensación:  la posibilidad de confirmar su poder y dominio sobre quienes no son hombres (las mujeres), quienes todavía no lo son o nunca lo serán (los niños y las niñas) y aquellos que no están conformes con las normas hegemónicas de la sexualidad masculina (los homosexuales). Este nivel de inconsciencia o supresión del malestar se debe además a que desde lo asignado por la cultura el hombre no tiene de que quejarse ni le es permitido tal queja.

Al respecto Michael Flood (1995) señala :  "Los hombres ganamos mucho con el sexismo:  tenemos alguien que cuida de nosotros, que cocina, lava y limpia para nosotros; que nos alimenta, nos consiente, nos alivia y nos halaga.  Si el sexismo desapareciera, tendríamos que crecer y cuidar de nosotros mismos.  Y tendríamos que aceptar que, después de todo, no somos tan especiales como nos hemos creído."

El malestar de la mujer esta asociado más con el conflicto de poder inherente a las relaciones de género dentro de una sociedad sexista, patriarcal, por lo que es un malestar más consciente a niveles individual y social, que ha resultado el detonante para el comienzo del movimiento feminista que ha revolucionado el sistema social.

La propia labor del movimiento feminista ha promovido la exacerbación del malestar "genérico". La cultura patriarcal tradicional supone una serie de valores que pueden intentarse desterrar a través de leyes, códigos, preceptos, disposiciones, pero ello no garantiza que se borren, de las mentalidades, actitudes y formas de valorar la vida y la relación entre los sexos (Ares. P, 1996). Estos cambios son generadores de malestar por

parte de varones y mujeres inmersos en lo que podríamos llamar conflictos genéricos, asignación – asunción – rol – poder.

Desde la perspectiva histórico-social, el mundo de los hombres es el campo donde se obtiene el poder y donde se lucha contra los otros – incluidos los propios hombres – para obtener dicho poder. Para mantener el poder sobre los demás el hombre necesita evidencias que demuestren su hombría. Estas evidencias deberán contener elementos indispensables tales como: el éxito, la fortaleza la capacidad para correr riesgos, el ser confiable y ejercer un buen control sobre sí mismo. Ser el proveedor, el que manda, el que decide lo que se ha de hacer, estar siempre listo sexualmente, y buscar la conquista sexual, entre otras, (Pildaín y Hernandez. 1999).

Estas exigencias de la sociedad patriarcal son en si generadoras de conflictos y malestar en el varón, muy limitado esencialmente en la esfera emocional, el cual debido a diversas causas sociales se le dificulta enormemente el poder cumplir con estas expectativas. La propia entrada de la mujer a este mundo, en franca competencia con el hombre en cuanto al juego de estos roles sociales, con toda una serie de cambios en las relaciones y vínculos interpersonales en los sectores público y privado (entiéndase hogar); y la no presencia de un referente de cambios, sumerge al varón en un malestar in crechendo que cada vez se hace más evidente.

El mundo de la mujer tradicionalmente es el mundo privado, de la casa, donde recaen todas las labores domésticas, cuidado y educación de los hijos y ancianos de la familia. Deben ser coquetas, cariñosas, tiernas, sumisas, monógamas, respetuosas ante el hombre de la casa y ser ante todo madres. Estas exigencias sociales han sido el argumento de toda una historia de maltrato, físico y social, de la mujer en las diferentes culturas y sociedades, a lo largo de la historia.

Luego de las "conquistas sociales" alcanzadas el pasado siglo, la mujer, no solo mantiene sus roles tradicionales vinculados al sector privado; (el cuidado del hogar, la alimentación, los hijos, los ancianos (en el caso de Cuba), sino que a partir un modelo de innovación femenina que toma como patrón básico y esencial al tradicional masculino, como vía para poder introducirse en un mundo público diseñado para hombres; asume también todos aquellos roles que desde lo social son tradicionalmente asignados al hombre, lo que lógicamente implica una sobrecarga laboral cuya vivencia por parte de la mujer es también evidente.

Lo cierto es que la vivencia de malestar por parte de varones y mujeres inmersos en este conflicto de poder va en aumento en la medida que aumenta la diversidad de formas de socialización. Las nuevas generaciones se educan tanto en familias que promueven una educación "progresista" y sincrética hacia los roles de género, (donde los límites son más difusos), como en familias donde permanece la promoción de estereotipos de género rígidos a partir de lo asignado por lo más tradicional de la cultura. En consecuencia hoy coexisten toda una gama de tipos de socialización, desde lo más tradicional y conservador hasta lo más avanzado y progresista, que promueve la existencia de conflictos genéricos a todos los niveles; interpersonal e intrapersonal, que pueden ser vivenciados en mayor o menor medida; en los que juegan un papel importante los mecanismos psicosociales de reproducción y expresión del género al entrar en contradicción con los cambios socioculturales.

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Autor:

Carlos Pildain Alfonso

Licenciado en Psicología.

Consultor Empresarial

Publicista.

Fecha de nacimiento 1977, Licenciado en Psicología en la Universidad de laHabana,

Consultor Empresarial y Publicista.

Ciudad de la Habana, Noviembre del 2002

 

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