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La nueva era bio: consideraciones políticas, éticas y filosóficas. Una reflexión para el porvenir

Enviado por ALFONSO INSUASTY


    PRÓLOGO

    COMENTARIOS EN TORNO A LA PRESENTE OBRA

    La riqueza de pensamiento del autor de la presente obra estimula la reflexión del lector. No hay capítulo ni párrafo que deje muda la capacidad de reaccionar, sea para sumar nuevas ideas que corran las fronteras de las que hilvanan el texto, o para despertar controversia crítica que convierte al escritor en un provocador de debates sobre temas cruciales de la contemporaneidad.

    No es este un libro anodino. Tiene el encanto y la fuerza de la cátedra universitaria que, como el buen vino, recoge las mejores vendimias de la investigación persistente del profesor universitario, para añejarlas pacientemente en los robles curados de la interlocución meditativa, con alumnos de dentro y de fuera de las aulas. Estos últimos somos los lectores privilegiados del presente texto.

    El espacio temático de la "era bio", (del griego bios=vida en todas sus manifestaciones: biológica y cultural. Si fuese solamente la vida biológica, se utilizaría la palabra griega zoé), propuesto por el profesor Alfonso Insuasty Rodríguez, acicata las potencias intelectivas y emocionales de los ciudadanos del mundo para hacernos conscientes y responsables de la vida, puesta en alto riesgo de destrucción por el ser humano, la más reciente especie parida por nuestro planeta. Es paradójicamente demencial que el homo sapiens sapiens, a quien la naturaleza dotó de inteligencia y conciencia moral, también de inmenso poder, vaya en contravía de la madre naturaleza, arruinándole su tarea que le ha tomado miles de millones de años: dar a luz el prodigioso milagro de la vida biológica y cultural. Este doble milagro, que ha devenido en necesidad, se ha dado por conjunción del caos y el azar, en interacción de las cuatro fuerzas de la materia-energía del universo (la fuerza gravitatoria, la electromagnética, la nuclear fuerte y la nuclear débil). Lógicamente, nos dice la biofísica, el fenómeno de la vida, tal como ha acontecido y la conocemos, es irrepetible. Si destruimos la vida, sería imposible que se repitan las condiciones que tuvieron lugar para su emergencia y evolución.

    No sabemos si existe vida en otros planetas. En el caso de que existiese, ¿será como la nuestra?, ¿diferente?, ¿más evolucionada que la nuestra?, ¿una amenaza para nosotros?… De averiguarlo se están ocupando la NASA y demás empresas que lanzan espías mecánicos al sistema solar, con la convicción de buscar afanosamente otra vivienda que sustituya nuestra casa terrenal, ante la ruina progresiva a la que estamos llevando a nuestro hogar materno, haciéndolo inhóspito con todo tipo agresiones. ¿En qué anda el homo sapiens? Ciertamente no en agregarle inteligencia a su inteligencia, es decir, sabiduría. Progresamos sorprendentemente en desarrollar el conocimiento de cuanto se nos ocurre indagar con nuestra curiosidad investigativa científica, pero somos lentos y torpes para inteligir y ordenar sapiencialmente nuestras conductas a favor del cuidado prioritario de la vida, de su calidad y de su sentido. Tres misiones trascendentales que asume la Bioética. Esta ética nueva centra su atención en el ethos vital como objeto de estudio, con la convicción de que la suerte de la evolución biológica depende ahora de la evolución cultural, puesto que esta última es la conciencia que la naturaleza tiene de sí misma. El ser humano es naturaleza devenida en conciencia.

    Bien pudiera decirnos el Dr. Insuasty que, desde el "Siglo de las Luces", la Ilustración se ha propuesto introducirnos cada vez más en el cultivo y exaltación de la razón como punto de partida y de llegada del interés humano. Cultivamos la inteligencia en los sistemas educativos, de socialización, de producción económica, de recreación…; todo esto para dotarnos de libertad y autonomía que nos permitan agenciar nuestros propios intereses de realización existencial, entorno a nuestros anhelos de bienestar y de felicidad. Todo para construir la historia a nuestra manera, arrebatándole al fatum su perversa manera ancestral de manipular al hombre. Y para muchos, también, con la clara intención de distanciar a Dios de su vida personal, so pretexto de que el ser humano ha llegado a una adultez suficiente que ya no necesita de Dios para nada.

    La mejor expresión de la inteligencia cultivada por la Modernidad son las ciencias y tecnologías. Estas se han ubicado en el centro de la razón ilustrada contemporánea, a modo de "cor intelligenciae", el corazón de la inteligencia que pone a funcionar todo el organismo sociopolítico y económico del mundo actual. Las ciencias y tecnologías astutamente se han asociado con el nombre de "tecnociencias", con el propósito de multiplicar a la enésima potencia su capacidad motora de producir conocimiento nuevo, con el cual la especie humana accede a resolver sus necesidades reales y deseadas. Es así como desarrollamos el conocimiento tecnocientífico, con sus características de ser: útil, práctico, funcional, eficiente, eficaz, oportuno, pertinente, creíble, confiable, fascinante, dinamizador del desarrollo, transformador de la realidad, promesa de un futuro mejor, y riqueza productora de riqueza. En síntesis, el conocimiento es la flor y nata de la evolución cultural y, en la "era bio", el directamente responsable de la evolución biológica, una vez que, con la genética, hemos burlado el secreto del código de la vida para penetrar en su lógica y modificarla a nuestro antojo, incluyendo la humana.

    Somos actores activos o pasivos en la actual "Sociedad del Conocimiento", que nos ha tocado en suerte vivir, en un mundo cada vez más globalizado de conocimiento que escribe y nos entrega un libreto invisible de sí mismo para que lo representemos. Es el ser humano quien produce conocimiento. Pero, a su vez, el conocimiento se socializa y va moldeando al ser humano con categorías que bien pueden ser superiores a la capacidad personal de reaccionar, constituyendo superestructuras ocultas, a modo de "superyo social", que se apoderan de la intimidad de la conciencia para orientar heteroconcientemente el devenir de la colectividad. Porque el conocimiento es la dinámica que teje la trama social y da lugar, tanto a la autoridad intelectual y moral de quien posee conocimiento riguroso y reconocido acerca de algo, como al poder que utiliza el conocimiento propio o ajeno para agenciar intereses individuales y colectivos, no siempre en la dirección correcta. A la autoridad le acompaña ordinariamente el reconocimiento que la comunidad de pertenencia hace en términos de ser una persona con: prestigio intelectual y moral, prudencia, sabiduría, templanza, humildad, visión justa y ponderada de las decisiones y don de consejo. Con el poder vienen otros atributos: capacidad de obtener información para utilizarla con objetivos precisos, arrojo y fuerza en la toma de decisiones cotejando riesgos y beneficios, astucia para inventar estrategias políticas de tipo pragmático y facilidad de convocar voluntades entorno de propósitos colectivos.

    Autoridad y poder, en la actual Sociedad del Conocimiento, no siempre vienen juntas en la misma persona, como sería lo esperado, pues ambas provienen del saber. La disyunción está asociada al saber-hacer. Más aún, al saber hacer-hacer, lo cual implica liderazgo para visualizar metas, proponerlas y conducir los procesos pertinentes a su consecución. No basta saber algo, sino qué hacer con el saber que se tiene. No es suficiente poseer información, sino cómo usarla para obtener resultados operativos, benéficos, reconocidos como tales por la comunidad moral de pertenencia. En otras palabras, el poder hace referencia a la capacidad administrativa del conocimiento a favor de lo público. De esta manera, el poder es un plus del saber, en consecuencia un plus de la autoridad, aceptado y aplaudido socialmente en cuanto esté al servicio comunitario y no de intereses egoístas de sospechosa honradez. El poder sin autoridad termina por destruir a quien se lo toma por asalto, debido a las malas consecuencias que acarrea para la comunidad. Si bien nos motiva una pasión fascinante por el estudio y accenso al conocimiento, una mayor y turbulenta pasión envuelve al corazón humano que aspira al ejercicio del poder político, comparable este a los irrefrenables instintos sexuales y a los deseos voraces de riqueza económica. Cualquiera de estas pasiones sin control ocasiona innumerables daños, peor aún si ellas se dan juntas.

    También la Sociedad del Conocimiento ha recibido el nombre de "Sociedad del Riesgo". Porque cuanto más conocimiento produzcamos, mayores serán los riesgos para el hombre y para la naturaleza, a sabiendas de que el conocimiento tecnocientífico lleva consigo un aumento descomunal de poder para quien lo administre. Poder de hacer el bien o el mal en proporciones gigantescas. Poder para construir o para destruir.

    Con la tecnociencia, la humanidad da cumplimiento al mito prometeico, al robarle astutamente Prometeo el fuego a Zeus, símbolo helénico del poder divino, para hacerse poderoso como el dios Zeus y ganar la inmortalidad. Al adueñarse del fuego, el ser humano se adueña también de su propio yo, de sus decisiones, deviene en ser libre y autónomo, en ser consciente de sus actos, es decir, se constituye en sujeto moral, puesto que ya no está a merced de la voluntad caprichosa de los dioses. Es tan poderoso como ellos o más, y deja de padecer heteronomías, para darse sus propias normas morales. Prometeo, al acceder a la divinidad, simboliza el empoderamiento moral que el hombre logra para orientar su propio destino, siendo dueño y señor de sí mismo.

    En la Sociedad del Conocimiento, la tecnociencia es el nuevo símbolo del fuego, es el gran poder divinizador de quien la posea, pues con ella se presume que todo se puede y que se gana total autonomía. Si no se puede hoy, se podrá mañana, cuando hayamos mejorado las condiciones tecnocientíficas. La implicación moral de esta presunción va en la línea de creer falsamente que si algo es tecnológicamente posible, es de por sí éticamente deseable.

    Riesgo cero no existe. Menos cuando la dinámica económica del mercado cayó en la cuenta de la importancia del conocimiento tecnocientífico para aumentar descomunalmente sus rendimientos y se lo apropió desmadrando así su poder. El riesgo que connota a la Sociedad del Conocimiento tiene dos perspectivas: riesgo como "peligro" de destrucción, y riesgo como "oportunidad" de hacer ganancias. El primero fatal, negativo y pesimista. El segundo promisorio, positivo y optimista. Ambos necesariamente comprometidos con valores y antivalores morales. Es decir, con opciones que implican una conciencia ética de la realidad, anticipadora de futuro previo a la acción, minimizadora de riesgos y responsable de las consecuencias. Minimizar los riesgos negativos es un imperativo ético para toda persona, y con mayor razón para quienes deben asumir decisiones tecnocientíficas de macro impacto, a corto, mediano y largo plazo. Fundamentalmente es la vida la que corre con los mayores riesgos de perecer con estas decisiones de macro impacto. La vida humana y todo tipo de vida en el planeta.

    Siendo que la vida es la víctima principal en nuestros días jalonados por los avances del conocimiento tecnocientífico, puesto que contra ella apuntan todas las amenazas de las demencias humanas y las catástrofes naturales, es urgente y necesario ocuparnos de su cuidado. Así lo entendió el Dr. Van Rensselaer Potter, científico investigador en bioquímica del cáncer, en la Universidad de Wisconsin, cuando en 1970 alertó sobre la necesidad de articular las ciencias con las humanidades en perspectiva sapiencial, para hacer una ética nueva que tenga la protección de la vida como objetivo fundamental. Llamó Bioética esta propuesta. Con este neologismo dio origen a una interdisciplina que está en efervescente construcción, tanto en los principales claustros universitarios del mundo, como en los capitolios legislativos de los países, en la intimidad de los hogares y en los conversatorios populares de cafetines y plazoletas. El Dr. Potter reclama un humanismo científico dotado de sabiduría, para preñar de moralidad el quehacer de la ciencia y la tecnología, y las decisiones políticas de las mismas. Define la sabiduría como "aquel conocimiento que necesitamos urgentemente para orientar correctamente el conocimiento".

    La intuición de Potter nos ha llevado a caer en la cuenta que las ciencias de la vida suministran un insumo fundamental para la reflexión ética. La filosofía práctica, es decir, la ética, ya no puede seguir con los esencialismos de otrora, divagando en discusiones bizantinas bastante alejadas de la realidad humana, o confundiendo la ética con una moral específica religiosa que no puede ser universalizable, faltando al respeto debido a la diversidad cultural y religiosa. Necesitamos una nueva ética. Una ética mínima, de valores comunes que favorezcan equitativamente, por consenso, los anhelos de una vida buena a la que aspiramos los seres humanos, y que parta de los datos que las ciencias de la vida nos aportan para tomar conciencia de asumir comportamientos favorables al cuidado de la vida toda en el planeta. De la vida biológica y de la vida cultural. Esta Bioética debe dar cuenta de una antropología filosófica que entienda al hombre moderno, sumido en dilemas morales propios de la sociedad del conocimiento tecnocientífico, dilemas que comprometen tanto la vida personal como la suerte misma de la humanidad y del planeta. En consecuencia, el Bios se ha constituido en prefijo de discernimiento ético para todos los quehaceres humanos. Así lo ha entendido la Universidad de Harvard para hablar de biopolítica, bioeconomía, bioingeniería, bioderecho, etc. Así también lo entiende el autor del presente libro.

    La Bioética no es simplemente la misma ética antropocéntrica que lleva 25 siglos posesionándose en la cultura dominante occidental, más el prefijo bios para sensibilizar, por piedad, sobre el cuidado de la vida. ¡No! El centro de esta ética nueva es la vida como tal. Hablaríamos entonces de un biocentrismo ético y no de antropocentrismo, propuesta que choca contra las categorías filosóficas y teológicas que han nutrido de fundamentación teórica a la ética. Otros, como Leonardo Boff, con mayor audacia proponen una ética cosmocéntrica.

    Potter, por ejemplo, terminó sus días indagando para la Bioética un soporte en la ecología profunda, lo que daría un giro hacia la ecoética. Si el ethos deseable hacia el cual el hombre debe ajustar su conducta es la "lógica de la vida", surgen dos preocupaciones: primeramente, si la vida tiene lógica, la vida como fenómeno biofísico, o si el único que tiene logos (entendido aquí como razón) es el ser humano, lo que haría inapropiado el término, pues sólo podría servir como metáfora moral y con muchas limitaciones epistémicas; y en segundo lugar, si caeríamos en la "falacia naturalista" denunciada por Hume, de regir los actos morales con leyes de la naturaleza o sutilezas de la misma, subyugando a la cultura a determinismos biologistas. Términos como "ley natural" o "contra natura", propios de la ética escolástica, caen bajo sospecha de falacia naturalista y son de muy difícil digestión para el hombre tecnocientífico.

    Usar el término "lógica de la vida" se topa con la radical dificultad de pretender racionalidad donde no la hay, pues la vida natural no la tiene, es decir, no dispone de un pensamiento ordenador que incluya la finalidad como teleonomía, a la cual se dirijan los procesos biofísicos para cumplir con una intencionalidad sujeta a responsabilidad moral. Esto significa que los determinismos biofísicos de sus leyes van en la línea de la necesariedad, algo muy diferente a la libertad, y no equivalen al concepto de lógica, de racionalidad, que la filosofía práctica presupone para otorgarle a los actos humanos la categoría de actos morales.

    Por otra parte, la filosofía anglosajona del "Principialismo ético", con el cual nació la Bioética y vino en auxilio de la deontología médica de corte kantiano, caída en profunda crisis por culpa de los revolucionarios avances de la ciencias biomédicas (principio de no maleficencia, de beneficencia, de justicia y de autonomía) no puede ocultar su antropocentrismo entronizador de la libertad autónoma y de las decisiones pragmáticas, en una sociedad liberal y pluralista en la que todo vale, hasta la eutanasia, contradiciendo así el prefijo bios acerca del cuidado de la vida humana como imperativo fundamental.

    La "Ética comunicativa" de Habermas, excelente desde el punto de vista de los procesos dialógicos sociales, ofrece aportes significativos para hacer expeditos los debates interdisciplinarios en que se mueve la Bioética, en el caso de discernimiento y toma de decisiones en grupos cerrados, como los comités de bioética hospitalaria. Pero el acento antropocentrista que subyace en la filosofía habermasiana y la dificultad de obtener consensos dialogales tan amplios que puedan ser asumidos como normas universales de moralidad, siguiendo el criterio idealista kantiano del imperativo categórico, se topan con limitaciones severas originadas en la pluralidad de culturas, razas, etnias y religiones, a la vez que cae bajo sospecha si lo que se negocia en los diálogos es la verdad o conveniencias de la misma. Objeciones como estas llevan a la Bioética a no quedar contenta con la Ética comunicativa, entre otras razones porque los datos de las ciencias de la vida, propio de los postulados bioéticos, parece que se desdibujan ante las estrategias políticas de la acción dialógica.

    Tampoco la teoría ética del "Personalismo", que tanto respeto me merece, puede ser el mejor soporte teórico para una Bioética global, por su exaltado antropocentrismo que se columpia entre los extremos de una incomprensible afirmación neoescolástica de ley natural y los argumentos de autoridad eclesial. Ambos extremos argumentativos retuercen los datos de las ciencias biológicas y tecnológicas para hacerles decir lo que no pretenden, además de sesgar hacia lo religioso con intenciones apologéticas lo que es tan laico y aconfesional, como la Bioética.

    En consecuencia, para darle fundamento filosófico serio y novedoso a la Bioética, y desde ella hacer discursos apropiados de biopoder y biopolítica -incluyendo la perspectiva asumida por Michel Foucault, tan de las entrañas teórico-afectivas del Dr. Insuasty Rodríguez – tenemos que superar las limitaciones teóricas que hemos mencionado anteriormente. Quizás tengamos que asumir posiciones eclécticas para darle fundamentación filosófica a la ética de la vida propuesta intuitivamente por el científico Potter, pensando en una Bioética global y no restrictiva a los aspectos médicos, y con mayor razón tratándose de la vasta y disímil casuística que debe afrontar. Vienen bien a su propósito los aportes de la filosofía de la "Nostridad" desarrollada con buen juicio por Miguel Manzanera, S.J., director del Instituto de Bioética de la Universidad Católica Boliviana, aportes asimilados por el autor del libro que prologamos.

    Ayuda mucho la filosofía del "Devenir", a la cual confluyen, además del pensamiento de Heráclito sobre el cambio permanente y de Darwin sobre la evolución por selección natural de las especies, las investigaciones científicas de Ilya Prigogine y del Instituto Santafe sobre complejidad creciente, las de James Lovelock acerca de lo vivo generalizado a todo el planeta con la Hipótesis Gaia, las reflexiones sociológicas de Edgar Morin sobre la realidad compleja, y las características del paradigma naciente expuestas en el capítulo 12 del libro de Boff titulado Principio-tierra, que mucho recomiendo.

    Cave preguntarnos, a la postre, ¿si la Bioética es una ética por hacer con fundamento teórico propio, o si se trata de una ética aplicada como cualquiera de las éticas regionales o profesionales, subsidiaria de la filosofía práctica tradicional, o si responde al reclamo de un humanismo científico que tantos hombres y mujeres de ciencia anhelan para sentirse moralmente legitimados en la Sociedad del Conocimiento? Detrás de las posibles respuestas está la conciencia de sentimiento de culpa por los demenciales daños que ocasionamos al hábitat y a nosotros mismos, la necesidad urgente de cambiar nuestros malos hábitos y de construir un discurso ético que permita a las presentes y futuras generaciones vivir con dignidad.

    Recientemente ha sido publicado en Bogotá el libro Biopolítica de la guerra, de Carlos Eduardo Maldonado. Además de referirse a los fundamentos de la biopolítica y los temas que asume como propios esta área del conocimiento, el filósofo Maldonado incursiona en el análisis biopolítico de la guerra que padecemos en Colombia. Con gran lucidez intelectual hace aportes conceptuales a las políticas de Estado que deben ocuparse del cuidado de la vida, del desarrollo de las biotecnologías, de la genética, de las ciencias biomédicas, de la regulación medioambiental y de muchos otros aspectos del desarrollo de país que afectan de manera macro nuestra biota natural y cultural. Menciono esta publicación, porque en Colombia poca literatura seria encontramos sobre biopolítica, y porque contextualiza muy bien las enjundiosas reflexiones tituladas Consideraciones políticas, éticas y filosóficas en torno a la nueva era "Bio".

    Finalmente, el libro que he tenido el honor de comentar no está acabado. Cada uno de sus cuatro capítulos deja innumerables páginas en blanco para continuar escribiendo a profundidad sobre los temas que, como decíamos al principio de este prólogo, suscitan serias reflexiones en los lectores y nos convierten en coautores virtuales de una obra que bien vale la pena construir mancomunadamente, gracias a la inteligencia expositiva del profesor Alfonso Insuasty Rodríguez.

    Gilberto Cely Galindo s.j.

    INTRODUCCIÓN

    En este escrito se procura recopilar una serie de artículos, notas de clase, reflexiones varias que den cuenta de una interpretación de la que se presenta como la era "BIO", la cual paso a paso se posesiona, estructurando una cosmovisión particular "Biocéntrica" que supera y asume algunos planteamientos fundamentales del antropocentrismo moderno.

    Además, como valor agregado, esta nueva era "BIO" supera la era "POST" y a su vez se presenta como una mirada holística e integradora que pretende brindar sentido, explicación y orientación de la realidad, perfilándose como un sistema general de pensamiento capaz de vindicar la vida y con ella al hombre en su dignidad y desde una acción integradora orientar el progreso y su sustentabilidad ya no sólo del hombre sino de la VIDA. No se pretende elaborar una estructuración de dicha era: se intentará presentar una interpretación, reflexión y propuesta que aporte a la comprensión de la misma.

    De esta manera es claro entender la necesidad de una orientación ético–moral frente a las nuevas situaciones que está afrontando el campo tecno-bio-médico. Así, en la presente "reflexión" en los capítulos uno y dos, se hace un breve acercamiento a la labor Bioética, asumiendo la "ética comunicativa" como propuesta de solución posible al conflicto ético que enfrenta y que afecta, como es claro, la naturaleza colectiva e individual del hombre y su entorno, teniendo presente que el avance tecno-bio-médico marcha a un ritmo acelerado, impidiendo generar un espacio adecuado, suficiente y necesario para reflexionar, asimilar y dar una orientación precisa y certera a estos nuevos avances.

    La historia nos muestra una búsqueda incansable en la consecución de criterios éticos – morales comunes que unifiquen el pensar y el actuar del hombre, intento del que no escapó la modernidad y en el cual fracasó, ya que surgieron, gracias al uso de la razón, muchos criterios morales con pretensión de universalización y por lo tanto, de validez. Es en medio de esta pluralidad moral en la que la bioética ha de hacer frente a las diversas situaciones problémicas producto de los rápidos y acelerados avances tecno bio médicos.

    Así, la bioética ha de valerse de la reflexión filosófica para poder orientar el actuar del hombre en la defensa de la vida y con ella del hombre mismo, y a su vez ha de acudir al diálogo, al acuerdo en la búsqueda de criterios morales que respeten la identidad de las diversas cosmovisiones y que converjan en puntos mínimos comunes; además, se hace necesario replantear un punto clave como es el del antropocentrismo en la medida en que esta mirada ha hecho del hombre el amo, señor y verdugo de la fisis en nombre de la razón: es necesario que el hombre entienda que no es el centro, que no es sino una parte del todo, una parte del gran sistema armónico e integral de la vida del que debe ponerse al servicio, como camino necesario para asegurar la permanencia de la vida y de la vida humana junto con las condiciones adecuadas para ser vivida. Se trata entonces de humanizar la naturaleza en la naturalización del hombre.

    En este sentido la Bioética debe hacer sentir, de manera radical, una visión frente a la defensa de la vida y con ésta del hombre, puesto que una mirada limitada, sesgada en lo económico o lo meramente político en tanto lucha exclusiva por el poder, trae consecuencias siempre contrarias al Bien Común. Esto es claro en medio de una realidad globalizánte, postmoderna, llena de contradicciones e injusticias ocultas en argumentaciones diversas, frente a un mundo inequitativo, carente de alimentos y de tratamientos contra las enfermedades en grandes sectores de la población mundial y que sufre en una realidad mediada por la explotación y la miseria.

    Del mismo modo, en los capítulos tres y cuatro, se presentará una aproximación histórica a una época concreta, y a su vez una contextualización de aquellos hechos significativos, que den cuenta de la necesidad de replantear el concepto de poder como biopoder y que de la misma manera fundamente la biopolítica. Para ello se describirán algunas características que perfilan las líneas de acción que identifican la época actual, en el contexto de la posmodernidad o modernidad tardía, esto con el único objetivo de ubicar la propuesta en medio de los hechos concretos. Se describirán de manera general aquellas situaciones reales que consolidan hoy una cosmovisión que pide el cambio del paradigma antropocéntrico a un biocentrismo vinculante fortalecido sobre la base de el respeto por "lo otro".

    Así que. se pretende ubicar el contexto propio en que se hace viable una propuesta particular en torno al poder; posterior a ello se presentarán las características y fundamentos centrales de la misma. La lucha por las patentes del genoma humano, el desarrollo de las máquinas inteligentes y la manipulación de las fuerzas de la vida, entre otros, ponen en discusión el concepto del biopoder en tanto demarcan unas nuevas formas de comprender y asumir la vida.

    Este "biopoder" aparece gracias a que el hombre tiene técnica y políticamente la posibilidad de disponer sobre la vida, su inicio, fábrica, proliferación, transformación; también sobre la muerte, el tiempo de vida, la longevidad, la enfermedad, etc. De esta manera la vida ha pasado de ser un concepto universal realizable en la individuación de la misma a estar y desarrollarse dentro de cada nueva posibilidad individual, redefiniendo conceptos en torno a ella como por ejemplo su dignidad.

    Si se entiende, desde Foucault, que el poder viene desde abajo, en tanto que las fuerzas de la vida, que son las potencias del cuerpo, constituyen múltiples y heterogéneas relaciones que fundan el poder como la integración y coordinación de dichas fuerzas (múltiples y heterogéneas), se puede concluír que el poder sobre la vida da paso a una biopolítica basada en el "juego estratégico" entre libertades mas no como estado de dominación (como es la unilineal tendencia global unificadora), en tanto que las relaciones de poder han de estar fundadas en el reconocimiento del "otro" como "sujeto de acción" que se resiste a su objetivación, es decir a todo aquello que intenta instaurar y fortalecer el régimen de control.

    Así, se configuran nuevas identidades es decir, nuevos sujetos de acción distintos a los que construye el Estado de dominación, evitando que las relaciones asimétricas sean cristalizadas por las nuevas técnicas de manipulación que impide la facultad creativa de la vida misma y por ende de todo aquello que se sustenta en ella. Sobre la base explicativa del biocentrismo, se instaura la bioética, el biopoder, la biopolítica que en una relación armónica, explicativa y orientadora del actuar humano, entendido como miembro de y no como centro y dueño, propende por la dignidad, el respeto por el y lo otro, lanzados hacia la construcción de nueva sociedad equilibrada, equitativa y vinculante.

    1. EL DESAFÍO DE LA BIOÉTICA

    En este capítulo se presentará una serie de características propias del mundo que nos ha tocado vivir, y se buscará ubicar en medio de las mismas la labor propia de la bioética resaltando su pertinencia en medio de un entorno confuso y paradójico:

    La dinámica mundial de dominio y poder mediada por la guerra, (la cual se presenta con justificaciones diversas); la situación económica mundial recesiva; el proceso mundial hegemónico unipolar que genera contrastes frente a una creciente multiplicación de identidades culturales que piden se les respete su lugar, generando conflictos regionales de repercusión global; el neocolonialismo de tipo impositivo económico de unos pocos países desarrollados (industrializados) sobre los países en vía de desarrollo o subdesarrollados y los excluidos de dichos procesos.

    Por otra parte, la confusión global y regional al concebir la guerra como única salida a un conflicto cuyas causas son poco conocidas por el común de la población, dejando su análisis a los medios masivos de información locales los cuales presentan en algunos casos intencionalidades poco claras; la pérdida de la autonomía o autodeterminación de los pueblos; las políticas económicas incoherentes que presentan niveles de crecimiento fundamentadas en informes técnicos que contradicen y difieren de la realidad (en donde impera la carencia de empleo, alimentos y oportunidades), realidad que salta a la vista de todos en cualquier esquina, semáforo, en la propia tragedia personal, en la cotidianidad local y global de los desterrados.

    Así mismo la realidad de la explotación, de la injusta repartición de la riqueza, son situaciones que explotan en reclamos cada vez más fuertes que al no encontrar interlocutor efectivo (posiblemente el Estado o grupos sociales en calidad de dominadores), estallan en violencia irrefrenable e irracional que termina por justificar el uso de cualquier medio por parte de los dos (oprimido y opresor) para infligir un daño tal, que obligue a tomar en serio las peticiones hechas de parte y parte; el flujo mundial de armas de destrucción masiva al alcance de todo grupo sea agresor o agredido; el hambre; la pobreza generalizada a nivel mundial; la pérdida de la biodiversidad; el deterioro del medio ambiente.

    Además, la escasez de recursos, la mala utilización de la tierra; políticas de "desarrollo sobre todo en pueblos sometidos por la deuda y el retraso tecnológico y educativo; estructuras de estado poco eficientes, algunas manchadas por la corrupción, naciones orientadas por dirigentes que terminan siendo juzgados por desfalcos, robos, manipulaciones, violaciones de los derechos humanos, etc.; grandes empresas que mueven, ellas solas, las ganancias que sacaría del subdesarrollo a muchos países; todo esto y mucho más caracterizan al mundo hoy.

    Se puede anotar también, como características del mundo hoy: la creciente avanzada en cuanto a investigación se refiere, la exploración del espacio, el uso de la tecnología de punta para el beneficio del cuerpo humano, el acceso a los recursos y medios necesarios para disminuir el dolor y curar enfermedades, el desarrollo biotecnológico, el desarrollo de la robótica, la telemática, la electrónica, las redes de comunicación, el avance en el proyecto genoma humano, el logro alcanzado en la prestación de servicios básicos en el plano tecnológico, el progreso de la nanotecnología, la posibilidad de prevenir enfermedades hereditarias, la inmunización de la población contra enfermedades en el pasado altamente peligrosas, la combinación genética, etc….

    Es claro que nos encontramos ante un evidente y desmedido contraste:

    ¿qué podría resultar de la sumatoria de esos dos bloques de características?. Una posible respuesta depende de la prioridad que el hombre como "gran comunidad" logre elaborar: si esta prioridad es netamente económica, la desgracia mayor estará a la esquina; si dicha prioridad gira en torno a la consolidación del poder hegemónico unipolar, se teme que no es mucho lo que se puede esperar en términos valorativos positivos y mucho en lo negativo; así que nos corresponde hacer frente a la pregunta sobre cuál es la prioridad común que debemos construir.

    Para lo anterior, se hace pertinente analizar otra pregunta: ¿para qué la ética? y la respuesta que se puede elaborar se orienta en una doble dirección: primero en lo individual, en donde se puede decir que la ética proporciona unidad existencial, en la medida en que permite fundamentar y consolidar criterios que se constituyen en la base que oriente el actuar del individuo, de manera conciente y clara, en la búsqueda de un objetivo; segundo, en lo colectivo, en tanto que permite la construcción de criterios colectivos comunes y vinculantes que orienten de manera racional y consciente el "cuerpo social" y al hombre, procurando su permanencia como especie y evitando su autodestrucción.

    Es en medio de esta realidad donde hace presencia la bioética, la cual asume su tarea haciendo énfasis en la segunda misión antes descrita. Es en medio de un mundo postmoderno, "global", hijo de la tecnología, de la bio–tecnología, de las telecomunicaciones, etc., donde se inserta la bioética, asumiendo un reto grande, ya que su tarea se inscribe en la defensa de la Vida en sus diversas manifestaciones, y con ella, como es claro, la del ser humano, y su dignidad, lo que constituye una gran tarea, y el llegar a violarla supone la expresión del mal radical, una actitud profanadora.

    Se constituye en tarea de la bioética orientar la reflexión en la búsqueda de posturas y argumentaciones que clarifiquen la prioridad común que debemos acordar en la lucha por lograr unidad existencial en la conservación de la vida y por lo tanto de la especie humana.

    A la bioética le corresponde asumir un papel como orientadora y defensora de la VIDA (en donde por supuesto se vincula al hombre), procurando encontrar posturas acordes con las diversas maneras de enfrentar el problema que trae o puede traer el uso mal intencionado o desorientado de la tecno-bio-ciencia, logrando una postura tal que presione de manera real y efectiva unas políticas estatales –regionales y globales- de respeto por la vida, orientadas al mejoramiento de la calidad de la misma, la justicia, la equidad, conceptos de desarrollo que vinculen la permanencia de los recursos para las generaciones futuras, que hagan del avance una herramienta para el hombre y no del hombre una herramienta para el mal entendido "desarrollo". Se debe reflexionar en torno a los problemas que genera el uso intencional y diverso que el "homo-económicus", de la mano con el "homo–políticus" hacen, orientados por la testarudez del tener y del poder que pregonan dichos avances.

    Del mismo modo, no es permitido que de manera irresponsable el hombre se dé el privilegio de usar la libertad de otros seres humanos presentes y futuros en beneficio de unos intereses particulares de tipo político-comerciales, ya que, como es evidente hoy, estos últimos van de la mano en una desquiciada carrera en la consecución y consolidación del poder de las naciones o grupos sociales y económicos que pretenden ser hegemónicos en el enclave global, acudiendo, entre otras, a la producción y creación tecno-bio- médica para dichos fines.

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