Dos peligros, dos errores podían cometerse en la situación que se habla creado durante el mes de julio, y Stalin supo luchar con eficacia, en una serie de vigorosas intervenciones, contra ambas. El primer peligro consistía en que los bolcheviques, ante el declive de los Soviets, y por el control que los oportunistas ejercían sobre el Comité Ejecutivo Central, decidieran abandonar por completo a los Soviets. Esto hubiera constituido un grave error, porque, como se vio sucesivamente, aún existía la posibilidad, por parte de lOs bolcheviques de hacerse con el control del movimiento soviético, y de utilizarlo como una poderosa palanca para la insurrección.
El segundo error, mucho mas grave, consistía en valorar incorrectamente lo sucedido en julio, en una interpretación de los acontecimientos de julio como un síntoma de retroceso de la revolución, como un alejamiento de la perspectiva de la insurrección.
Ya en la Conferencia Urgente de la organización de Petrogrado, Stalin había llamado la atención sobre la afirmación de Marx según la cual «cada paso adelante de la revolución provoca como réplica un paso atrás de la contrarrevolución». Lo acontecido en julio era un reflejo del avance de la revolución y de la profundización de todas las contradicciones de la sociedad rusa. Como resultado de ello la burguesía se había pasado abiertamente del lado de la contrarrevolución, así como también, los oportunistas. Los sectores intermedios de la sociedad rusa se iban escindiendo. Las capas superiores (en particular del campesinado) se iban inclinando del lado de la burguesía, mientras el campesinado pobre se sentía atraído cada vez más por el proletariado. Un síntoma de todo ello se manifestaba en la escisión cada vez más profunda del Partido Socialista Revolucionario.
«Bujarin afirma que el burgués imperialista ha concertado un bloque con el mujik. Pero con qué mujik? En nuestro país hay mujiks diversos. El bloque es con los mujiks de derechas, pero tenemos también a los mujiks de abajo, los de izquierdas, que constituyen las capas pobres del campesinado. Con estos mujiks no ha podido concertarse tal bloque».
Stalin, en el curso del Congreso, insiste una y otra vez sobre el concepto de que no es cierto que la situación apunte en dirección de un «retroceso». «Si en unas barriadas éramos detenidos, en otras nos acogían con aplausos y excepcional entusiasmo. Y ahora el estado de ánimo de los obreros de Petrogrado es excelente y el prestigio de los bolcheviques muy grande».
En realidad, la fuerza del Partido había crecido enormemente entre abril y julio. El número de organizaciones había aumentado de 78 a 1ó2. El número de militantes de 80.000 a 240.000. No cabía, por lo tanto, hablar de retrocesos. Lo que si se estaba manifestando era una profundización del proceso revolucionario que producía un claro deslindamiento de campos, que determinaba el paso de la burguesía a posiciones claramente contrarrevolucionarias, y que situaba, de forma cada vez más evidente, al proletariado en una posición de vanguardia, junto a su aliado principal, el campesinado pobre.
Esto último (las clases que se veían impulsadas irresistiblemente hacia el poder y que se situaban en la vanguardia de la revolución) determinaba la transformación de la revolución rusa en revolución proletaria, en revolución socialista.
La primera fase de la revolución Había sido burguesa porque la burguesía, aún no participando directamente en la insurrección, se había hecho con el poder por una serie de circunstancias. Pero la burguesía en el poder no podía resolver ninguna de las cuestiones para cuya solución las masas se habían sublevado (la guerra, el hambre, la tierra) Por ello, el desarrollo del proceso revolucionario (de la lucha de clases) iba creando las condiciones de la toma del poder por parte de la clase obrera. «Si la crisis es una lucha de clases por el poder, nosotros, como marxistas, debemos preguntarnos: ¿qué clase está subiendo ahora al poder? Los hechos dicen que es la clase obrera la que está subiendo al poder. Evidentemente la clase de la burguesía no la dejará subir al poder sin lucha. La pequeña burguesía, que constituye la mayoría de la población de Rusia, vacila, uniéndose unas veces con nosotros y otras con los demócratas constitucionalistas, dejando caer así la última pesa en el platillo de la balanza. Este es el contenido de clase de crisis de poder que atravesamos».
Este ascenso de la revolución, este acercarse de la clase obrera al poder, determinaba la reacción de la burguesía que se veía amenazada, había creado las condiciones de los acontecimientos de julio.
Sobre estos puntos Stalin libró una gran batalla en el VI Congreso. Algunos delegados (entre ellos algunos destacados miembros del Partido) interpretaban los acontecimientos de julio como un consolidarse de la revolución en sentido burgués y negaban que en las condiciones atrasadas de Rusia pudiera realizarse una revolución de tipo socialista. Stalin combatió a fondo estas posiciones. «Algunos camaradas dicen que, como en nuestro país el capitalismo está poco desarrollado, es utópico plantear el problema de la revolución socialista. Tendrían razón si no hubiese la guerra, si no existiera la ruina, si no se hallaran resquebrajadas las bases de la organización capitalista de la economía nacional… Seria indigna pedantería exigir que Rusia "esperase" a efectuar transformaciones socialistas hasta que "comenzara" Europa. "Comienza" el país que dispone de más posibilidades…» Y contestando a Preobrazhenski, el cual sostenía que la revolución socialista era posible en Rusia a condición de que triunfara también en la Europa occidental, Stalin dijo: «No está descartada la posibilidad de que sea precisamente Rusia el país que abra el camino hacia el socialismo. Hasta ahora, en las condiciones de la guerra, ningún país ha disfrutado de tan amplia libertad como Rusia ni ha intentado llevar a cabo el control obrero de la producción. Además, la base de nuestra revolución es más amplia que en Europa occidental donde el proletariado, completamente solo, se enfrenta con la burguesía, mientras que en nuestro país las capas pobres del campesinado apoyan a los obreros. Por último, en Alemania, el aparato del Poder del Estado funciona incomparablemente mejor que el imperfecto aparato de nuestra burguesía que es, ella misma, tributaria del capital europeo. Hay que rechazar esa idea caduca de que sólo Europa puede señalarnos el camino. Existe un marxismo dogmático y un, marxismo creador. Yo me sitúo en el terreno del segundo».
Hemos dedicado bastante espacio a la actuación de Stalin en el VI Congreso. Este acontecimiento tuvo gran importancia en un momento particularmente delicado, en una situación de viraje en la cual, cualquier decisión errónea podía malograr el trabajo realizado por el Partido durante años. Resulta sintomático que, en ausencia de Lenin, la figura más destacada del Congreso fuera Stalin (junto con Sverdlov) Ninguno de los «líderes» mencionados por Deutscher como dirigentes del Partido que «hacían sombra» a Stalin aparecen como figuras destacadas.
Antes de cerrar esta cuestión queremos llamar la atención sobre otro hecho esencial: en las intervenciones de Stalin en el VI Congreso éste aborda toda una serie de cuestiones que volverán a aparecer en los años siguientes: la cuestión de la posibilidad de una revolución socialista en Rusia y en particular, frente a Preobrazhenski, si esa revolución era posible sin que el socialismo triunfara en el resto de Europa. La cuestión del campesinado que Stalin aborda, como era su costumbre, destacando las contradicciones de clase dentro del mismo campesinado y negándose a considerarlo como una masa única. Se trata de temas que volverán a aparecer más tarde, en otro contexto, pero con la misma raíz ideológica.
Sobre todas estas cuestiones el VI Congreso adoptó el punto de vista propuesto por Stalin, que coincidía con el de Lenin (aparte la cuestión táctica de cara a los Soviets en la cual había diferencias de matices, cuestión en la cual Stalin llevaba razón) Esto es importante para valorar -de forma científica y no en base a las especulaciones novelescas típicas de los «estudios» burgueses de la figura de Stalin- las razones de la consolidación del prestigio de Stalin en el Partido en la situación de aguda lucha ideológica que se creó después de la toma del Poder y, sobre todo, después de la muerte de Lenin. La verdad es que, en todas las cuestiones que se plantearon más tarde, las posiciones que Stalin mantuvo frente a sus adversarios, tenían un entronque directo con toda la tradición ideológica del Partido, con las posiciones de Lenin y en particular con algunos aspectos de la batalla ideológica que se había librado dentro del Partido en vísperas de la insurrección de octubre. El Partido acabó alcanzando la victoria porque fueron derrotadas posturas y tendencias que se oponían a la insurrección, no solamente basándose en consideraciones tácticas, sino también en argumentaciones ideológicas erróneas, que el Partido deshizo en una encarnizada lucha. Cuando estas posiciones ideológicas volvieron a aparecer (por lo general defendidas por las mismas personas), el Partido se orientó muy rápidamente y cerró filas alrededor de Stalin, que fue, una vez más, el más firme defensor del leninismo, es decir, de toda la tradición ideológica y política del Partido. En estos hechos hay que buscar las razones del afirmarse de la figura y de la personalidad política de Stalin en el Partido bolchevique, y no en las conjuras e intrigas inventadas por sus calumniadores.
Las líneas fundamentales trazadas por el VI Congreso encontraron una confirmación plena en la intentona de Kornilov. El 25 de agosto, en Moscú, el Gobierno Provisional Había abierto una «Conferencia de Estado» que tenía el objetivo de consolidar la tendencia contrarrevolucionaria que se había afirmado tras las jornadas de julio y proceder a la liquidación de todas las conquistas de la revolución y en particular de los Soviets. En la Conferencia estaban representadas todas las tendencias de la burguesía (banqueros, industriales, terratenientes, oficiales del Ejército) y las distintas camarillas oportunistas (mencheviques, eseristas, etc.) La Conferencia de Moscú constituye un auténtico delirio contrarrevolucionario. Los distintos delegados en sus intervenciones trataron de echar la culpa a las masas del desbarajuste económico, de las derrotas en el frente, del hambre, de todos los males de Rusia. Numerosas voces se levantaron pidiendo la disolución de los Soviets. La «estrella» de esta representación reaccionaria fue el general Kornilov. Alrededor de este hombre comenzó a realizarse una enorme campaña publicitaria, «fabricándole» una imagen de «soldado valiente», de salvador de la Patria. Se le inventaron gestas militares totalmente imaginarias. «Se produjo entonces en el Gran Cuartel General una verdadera procesión de banqueros, de grandes comerciantes, de industriales que acudían a Kornilov para ofrecerle dinero y ayudas. Fueron a visitar al general Kornilov también los representantes de los «aliados», es decir, de Inglaterra y de Francia, que exigían que se apresurara la ofensiva en contra de la revolución».
La burguesía se orientaba rápidamente hacia el complot militar. Este complot debía culminar la obra contrarrevolucionaria emprendida por el Gobierno Provisional y se realizaba con la complicidad del mismo.
Como es sabido, el complot kornilovista fracasó miserablemente. El mismo Kerenski tuvo que abandonar al general sublevado ante la evidencia del fracaso. En realidad, tal y como Stalin había afirmado en el VI Congreso, la revolución se encontraba en ascenso y el aislamiento de los bolcheviques era pura apariencia. «En respuesta a la revuelta de Kornilov el Comité Central del Partido bolchevique invitó a los obreros y a los soldados a empuñar las armas y a dar su merecido a los contrarrevolucionarios. Los obreros se arman rápidamente y se preparan para la Lucha. Las unidades de Guardias rojas ven, en aquellos días, aumentar rápidamente sus efectivos. Los sindicatos movilizan a sus afiliados. Las unidades militares revolucionarias de Petrogrado están en pie de guerra. En la periferia de Petrogrado se cavan trincheras, se ponen alambradas, se inutilizan las vías del ferrocarril…» La intentona de Kornilov, que representaba un intento por parte de la burguesía de avanzar aún más en el camino de la contrarrevolución, determinó, en realidad, un gran avance revolucionario. La lucha de clases se agudizó en todos los planos. En los meses de agosto y septiembre una oleada de huelgas sacudió el país. En el transcurso de gran parte de ellas los obreros adoptaron medidas revolucionarias asumiendo ellos mismos el control de la producción. En cuanto a las grandes masas campesinas, éstas «se daban cuenta, paulatinamente, de que solamente el Partido bolchevique era capaz de vencer a los terratenientes y estaba dispuesto a dar las tierras a los campesinos». Los campesinos intensificaron muchísimo su acción autónoma, negándose a esperar las decisiones de la Asamblea Constituyente (solución pregonada por mencheviques y eseristas) para solucionar la cuestión de la tierra. Según las estadísticas de la época, los «delitos» de ocupación de tierras y saqueo aumentaron de 152 en el mes de mayo, hasta 958 en septiembre.
Un proceso decisivo se produce en el Ejército. Con el asunto Kornilov los soldados toman conciencia definitiva de que la aplastante mayoría de sus oficiales están del lado de la contrarrevolución. Al mismo tiempo quedó absolutamente claro que el Gobierno Provisional quería continuar la guerra imperialista. Todo ello provocó una reacción en el Ejército de alcance y consecuencias nuevas. Los soldados destituían a los viejos oficiales y nombraban a nuevos jefes. Los bolcheviques iban conquistando la mayoría del Ejército lo cual, con palabras de Lenin, «representaba la fuerza de choque política que les aseguraba una superioridad aplastante en el sitio justo, en el momento justo».
Pero, al mismo tiempo que se producía todo esto, un nuevo hecho, de importancia capital, hacia que los bolcheviques volvieran a adoptar otra vez la consigna de «todo el poder a los Soviets». En la batalla contra Kornilov, los Soviets volvían a aparecer por todas partes, se rentalizaban y, lo que representaba un hecho decisivo, el Partido bolchevique conquistaba la mayoría de los mismos. En el articulo «La segunda oleada», Stalin escribía: «En la lucha frente a la contrarrevolución de los generales y de los demócratas constitucionalistas, reviven y se fortalecen los casi difuntos Soviets y Comités en la retaguardia y en el frente. En la lucha, frente a la contrarrevolución de los generales y de los demócratas constitucionalistas, surgen nuevos Comités revolucionarios de obreros y de soldados, de marinos y campesinos, de ferroviarios y de empleados de correos y telégrafos. En el fragor de esta lucha se forman nuevos órganos locales de poder en Moscú y en el Cáucaso, en Petrogrado y en los Urales, en Odessa y en Járkov». Y más adelante: «Se trata de que en la lucha contra los demócratas constitucionalistas, y a despecho de ellos, crece un nuevo Poder, que en combate abierto ha vencido a los destacamentos de la contrarrevolución».
Como vemos, ante el resurgimiento de los Soviets y el triunfo en los mismos de las posiciones auténticamente comunistas, los bolcheviques vuelven a hablar de un doble poder. Pero en esta fase el contenido de este concepto, como el de la consigna «Todo el poder a los Soviets» es profundamente distinto al que se asignaba antes de julio. «La derrota de la sublevación de Kornilov inauguró la segunda etapa. La consigna de « ¡Todo el poder a los Soviets!» se puso de nuevo a la orden del día. Pero ahora esta consigna no significaba ya lo mismo que en la primera etapa. Su contenido había cambiado radicalmente. Ahora esta consigna significaba la ruptura completa con el imperialismo y el paso del Poder a los bolcheviques, Pues los Soviets eran ya, en su mayoría, bolcheviques. Ahora, esta consigna significaba que la revolución abordaba el establecimiento de la dictadura del proletariado mediante la insurrección. Es más: esta consigna significaba, ahora, la organización de la dictadura del proletariado y su constitución en Estado».
La consigna de: « ¡Todo el poder a los Soviets!» que el Partido bolchevique vuelve a lanzar después de la intentona kornilovista tiene, por lo tanto, un contenido insurreccional, significa un llamamiento a las masas para derrocar por la fuerza de las armas al Gobierno Provisional e implantar el nuevo Poder proletario.
Lenin escribió dos cartas al Comité Central (12 y 14 de septiembre) planteando la necesidad de la insurrección armada. En toda su actividad en el periodo inmediatamente anterior a la insurrección, dos son sus principales preocupaciones: 1) demostrar la absoluta necesidad de la insurrección y que existían todas las condiciones para ello, 2) insistir en la absoluta necesidad de preparar prácticamente la insurrección (mediante técnicas) y de actuar en el plano político consecuentemente con la decisión de la insurrección armada.
En el Comité Central seguía subsistiendo el problema de Kamenev, al cual pronto se uniría Zinoviev; ahora se encontraba en el Comité Central también Trotski, que se había incorporado al Partido a raíz del VI Congreso y que asumía, según su costumbre, una actitud «centrista», es decir, aparentemente «intermedia» entre los planteamientos leninistas y los de Kamenev, pero de hecho proporcionando a éste, como veremos, una cobertura.
Kamenev, nada más recibirse las cartas de Lenin, se pronunció en contra de las indicaciones que contenían y presentó una resolución desautorizando a Lenin. Stalin se opuso, planteando la necesidad de que las cartas de Lenin fueran enviadas a las organizaciones más importantes para que allí se discutieran. El Comité Central rechazó la resolución de Kamenev.
Pero el problema volvió a plantearse cuando hubo que decidir la actitud a adoptar ante el Preparlamento. La iniciativa de crear el Preparlamento (un organismo «representativo» que debería funcionar hasta la convocatoria de la Asamblea constituyente), había sido tomada por una Conferencia Democrática que se había reunido el 14 de septiembre por iniciativa de eseristas y mencheviques. El 1ó de septiembre, Stalin escribía: «La cuestión principal de la revolución es la del poder. El carácter de la revolución, su desarrollo y desenlace están enteramente determinados por el hecho de quién tiene el poder en sus manos, de qué clase se encuentra en el poder. La llamada crisis de poder no es más que la expresión exterior de la lucha de las clases por él». Y más adelante, tras observar que la Conferencia Democrática no había podido eludir esta misma cuestión: «En esta Conferencia se han perfilado dos líneas sobre la cuestión del poder. La primera línea es la de una coalición franca con el partido demócrata constitucionalista, propugnada por los defensistas mencheviques y eseristas… La segunda línea es la de una ruptura radical con el partido demócrata constitucionalista, propugnada por nuestro Partido y por los internacionalistas eseristas y mencheviques… La primera línea expresa confianza en el Gobierno existente y deja en sus manos todo el poder. La segunda expresa desconfianza en ese Gobierno y lucha por el paso del poder a los representantes directos de los Soviets Obreros, Campesinos y Soldados».
En el mismo número del «Rabochi Put» Stalin publicó un editorial con el significativo titulo de « ¡Todo el poder a los Soviets!». En él, escribía: «La revolución sigue desarrollándose. Tiroteada en las jornadas de julio y "enterrada" en la Conferencia de Moscú, de nuevo levanta la cabeza, barriendo los viejos obstáculos y creando un nuevo poder. La primera línea de trincheras de la contrarrevolución ha sido tomada. Después de Kornilov retrocede Keledin. En el fuego de la lucha resucitan los Soviets casi difuntos, Y de nuevo empuñan el timón, guiando a las masas revolucionarias».
La creación del Preparlamento reflejaba claramente la voluntad por parte de la burguesía de evitar el paso del poder a las manos de los soviets. Después de la intentona de Kornilov el Gobierno Provisional se veía claramente desprestigiado. La creación del Preparlamento constituía un intento de apuntalar al Gobierno Provisional creando un organismo que ante el cual éste fuera «responsable», sembrando nuevas ilusiones en las masas y atrasando así la insurrección. Lenin, Stalin y la mayoría del Comité Central eran partidarios del boicot al Preparlamento. Además consideraban que la participación en instituciones parlamentarias era inconcebible en vísperas de la insurrección.
Kamenev enseguida se opuso a esta línea de acción, y logró arrastrar a sus posiciones a la mayoría del grupo parlamentario bolchevique (77 miembros en contra de 50), Trotski, como correspondía a su papel, defendía una tesis «intermedia»: de momento no participar en el Preparlamento, y decidir en el Congreso de los Soviets. Stalin se opuso con vigor a la entrada en el Preparlamento. En este momento Stalin era el director del órgano central del Partido, el Rabotchi Put, Stalin entendía perfectamente que en vísperas de la insurrección todo el trabajo debía concentrarse en la preparación del combate, que toda la actividad política debía centrarse en convencer a las masas de la necesidad de derrocar al Gobierno Provisional y de establecer un nuevo Poder basado en los Soviets. En ese momento, en el que se necesitaba poner en tensión todas las energías para la lucha ¿cómo cabía participar en un órgano que era expresión de ese mismo Poder en contra del cual había que librar el combate decisivo? En sus artículos, día tras día, a veces en editoriales escritos en el mismo día, Stalin iba orientando a las masas en dirección de la insurrección armada. Evidentemente, en estos articules casi nunca se formula un llamamiento abierto a la insurrección. Pero constantemente se insiste sobre la necesidad de que los Soviets se hagan con el Poder. En una de sus cartas Lenin había escrito: «Estudiar cómo se puede promover la agitación, sin utilizar, sin embargo, en la prensa este término» [1]. Muchos años después, Stalin escribiría: Conviene señalar una particularidad original de la táctica de la revolución en este periodo. Consiste esta particularidad en que cada paso, o casi cada paso, de su ofensiva, la revolución procura darlo como si fuera un paso defensivo. Es indudable que la negativa a evacuar las tropas de Petrogrado fue un serio paso de la ofensiva de la revolución, pero, no obstante, esa ofensiva se hizo bajo la consigna de la defensa de Petrogrado contra una posible ofensiva del enemigo exterior. Es indudable que la formación del Comité Militar Revolucionario fue un paso todavía más importante de la ofensiva contra el Gobierno Provisional, pero, no obstante, se dio bajo la consigna de organizar el control de los Soviets sobre la actividad del Estado Mayor de la zona. Es indudable que el paso abierto de la guarnición del lado del Comité Militar Revolucionario y la organización del sistema de comisarios soviéticos, señalaron el comienzo de la insurrección, pero, no obstante, estos pasos los dio la revolución bajo la consigna de defensa del Soviet de Petrogrado contra posibles acciones de la contrarrevolución. Parecía como si la revolución camuflara sus acciones de ofensiva con la envoltura de la defensa para que le fuese más fácil arrastrar a su órbita a los elementos indecisos, vacilantes».
En el Rabotchi Put, Stalin supo utilizar hábilmente estas particularidades de la táctica bolchevique para hacer propaganda para la insurrección de una forma extraordinariamente eficaz, aún dentro de los límites de un diario legal.
Por ello Kamenev, en la reunión del 20 de septiembre, se lanzó contra el órgano del Partido que, en su opinión, mantenía un tono demasíalo violento. El Comité Central adoptó una decisión en la que se afirmaba: «El Comité Central aún reservándose un análisis detallado de las cuestiones relativas a la dirección del órgano central, reconoce que la orientación que se ha seguido corresponde completamente a la línea política del Comité Central». E1 Partido se encontraba cada vez más firmemente en el terreno de la insurrección y las posiciones de Kamenev encontraban un eco cada vez más restringido. Lenin, desde su refugio, había atacado duramente sus posiciones de cara al Preparlamento: «No todo funciona bien en las altas esferas parlamentarias del Partido; sigámoslas con más atención; los obreros deben vigilarlas más de cerca».
Lenin decidió, a pesar del peligro, regresar a la capital. Stalin tenía alrededor suyo a la mayoría del Comité Central, pero el margen con el que se había aprobado el boicot del Preparlamento era demasiado exiguo (8 votos contra 7) Estaba en juego el futuro de Rusia, del Partido, de decenios de trabajo revolucionario, y todo se iba a decidir en unos cuantos días. Hacia falta que Lenin personalmente encabezara la batalla.
Lenin, tras su regreso, participó en la reunión del Comité Central del 10 de octubre. Stalin le puso rápidamente al corriente de los últimos acontecimientos. En las actas del Comité Central bolchevique se encuentran las líneas centrales de su intervención. Lenin insistió sobre el aspecto técnico de la cuestión. Políticamente la situación estaba madura. La mayoría del pueblo estaba con el Partido bolchevique, pero había que dar paso a una acción decisiva porque «las masas están cansadas de palabras y resoluciones». Por otra parte estaba claro que la reacción estaba preparando una segunda acción «a lo Kornilov». Había que decidirse por la insurrección y decidirse de una vez a prepararla técnicamente. Lenin propuso una resolución, en la que entre otras cosas, se decía: «Reconociendo… que la insurrección armada es inevitable y completamente madura, el Comité Central invita a todas las organizaciones del Partido a orientarse sobre la base de esta constatación y a discutir y a resolver según este punto de vista todas las cuestiones prácticas». Todos los miembros del Comité Central menos dos (Kamenev y Zinoviev) votaron a favor. En esta reunión se decidió también la creación de un Buró Político del Comité Central, que se ocuparía del trabajo ejecutivo en la etapa insurreccional. Stalin pasó a formar parte del Buró Político.
Kamenev y Zinoviev explicaron su punto de vista en una larga declaración. En ella decían: «Nuestro Partido tiene magnificas posibilidades de éxito en las elecciones para la Asamblea Constituyente… Con una justa táctica podemos conquistar un tercio, tal vez más, de los escaños en la Asamblea Constituyente. La postura de los partidos pequeño-burgueses en la Asamblea Constituyente no puede seguir siendo tal como se presenta ahora».
Kamenev y Zinoviev trataron de empujar al Partido por el camino del parlamentarismo. Los bolcheviques, correctamente, habían mantenido la consigna de participar en la Asamblea Constituyente, consigna que durante muchos años mantuvo el Partido y que se había hecho muy popular entre las masas. Pero jamás se habían hecho la ilusión de que la Asamblea Constituyente pudiera resolver la cuestión del Poder. Kamenev y Zinoviev además se hacían la ilusión de que los oportunistas (mencheviques y eseristas) acabarían evolucionando, por la presión de los hechos, hacia el bando revolucionario («el agudizarse de las necesidades, del hambre, del movimiento campesino, les presionará cada vez mas y les obligará a buscar la alianza del Partido proletario en contra de los latifundistas y los capitalistas, representados por el partido de los cadetes») Se trataba de un grave error de principios, que no tenia en cuenta el hecho de que, por su naturaleza conciliadora y burguesa, los partidos oportunistas se veían irresistiblemente atraídos por la contrarrevolución.
Kamenev y Zinoviev afirmaban además que, en las condiciones de la guerra mundial, tomar el Poder representaba un suicidio, porque los bolcheviques en el Poder se verían forzados a una guerra revolucionaria que las masas campesinas no estaban dispuestas a realizar. Su conclusión era la siguiente: «El enemigo puede obligarnos a una batalla decisiva antes de las elecciones de la Asamblea Constituyente. Ante el intento de una nueva rebelión korniloviana no tendríamos desde luego posibilidad de elegir… Pero, en la medida en que podemos escoger, podemos y debemos limitarnos a una postura defensiva. Su propuesta era de mantener «una pistola apuntando en la sien» al Gobierno Provisional y actuar solamente en la medida en que éste decidiera pasar a la ofensiva.
Stalin contestó a estas argumentaciones de Kamenev y Zinoviev en la reunión siguiente del Comité Central, el 1ó de octubre. En el acta de la reunión se lee, en el resumen de su intervención: «Se puede decir que hace falta esperar el ataque de los demás, pero hace falta entender en qué consiste este ataque; la subida del precio del pan, el envío de cosacos de la región Donez, etc.; todo esto ya constituye un ataque. ¿Hasta cuando tendremos que esperar para ver si se produce o no un intento armado? Lo que proponen Kamenev y Zinoviev lleva objetivamente a que se dé a la contrarrevolución la posibilidad de organizarse: nosotros nos replegaremos sin fin y perderemos la revolución. ¿Por qué no darnos a nosotros mismos la posibilidad de escoger el día y las condiciones, al objeto de no permitir a la contrarrevolución organizarse?».
La reunión del 1ó de octubre fue una reunión histérica y de ella existe gran número de descripciones y relatos. En la Historia de la Revolución Rusa (redactada por Gorki, Molotov. Vorosilov, Kirov, Zdanov y Stalin) se dice: «En la sala reinaba un silencio absoluto. En algunos momentos Vladimir Illich subía el tono de voz, como si quisiera imprimir sus conceptos en la mente de los presentes. A veces, con los dedos en los sobacos del chaleco, medía a grandes pasos la habitación siguiendo su discurso. Cuando contestaba a los adversarios de la insurrección, su voz se hacia mis áspera, sus ojos más oscuros. Sarcástico, se acariciaba la cabeza con su gesto acostumbrado y deshacía todos los argumentos de quienes se oponían a la insurrección».
Prácticamente todos los miembros del Comité Central acabaron pronunciándose en contra de Kamenev y Zinoviev. Estos, derrotados, tuvieron que replegarse sobre las posiciones de Trotski. Este, como de costumbre, pretendía mantener una posición independiente: ni a favor ni en contra de la insurrección. Su postura era la de «esperar el Congreso de los Soviets». La postura de Lenin era la de que «esperar» representaba un suicidio y además que la fecha del Congreso de los Soviets era la menos indicada porque en esa fecha el enemigo se prepararía con particular esmero. Además Lenin temía que, en cualquier momento, la contrarrevolución entregara la capital a los alemanes. Trotski fue el que involuntariamente aclaró la situación, al declarar públicamente (el día 18) que la fecha escogida para la insurrección era la del Congreso del Soviet. Evidentemente, después de su metedura de pata, había que derrocar al Gobierno Provisional antes de esa fecha.
El Comité Central del día 1ó acabó derrotando las posturas de capitulación y aprobó una resolución en la que se insistía aún más resueltamente en la necesidad de preparar la insurrección y en la cual se invitaba «a todas las organizaciones, a todos los obreros y soldados a reforzar en todos los sentidos la preparación de la insurrección armada, a sostener el centro creado a este fin por el Comité Central y a expresar la plena confianza en que el Comité Central y el Soviet indicarán oportunamente el momento favorable y los medios oportunos para el ataque».
El Centro al que se hace referencia en el Comunicado era el Centro Revolucionario Militar del Comité Central, cuya creación se había decidido en el curso de la reunión, y que debía encargarse de la dirección de la insurrección armada. Stalin fue puesto a la cabeza del Centro Militar del Comité Central.
En cierto momento de la reunión del día 1ó, en su empeño de derrotar a Lenin, Kamenev dijo: «Ha pasado una semana desde la adopción de la resolución [2] y esto demuestra que es imposible realizar la insurrección: en esta semana, nada se ha hecho». Lenin, una semana después anotaría: «No podía desmentirle porque era imposible decir lo que verdaderamente se había hecho».
En realidad, ya desde el día 10, bajo la directa dirección de Lenin (apoyada fundamentalmente por Stalin y Sverdlov), hervían los preparativos para la insurrección. El Comité de Petrogrado había nombrado un grupo insurreccional de tres miembros que debía ocuparse de los cuarteles y controlar las armas de las que se disponía. Se decidió intensificar la agitación y reforzar el adiestramiento de las masas en el empleo de las armas. Se reforzaron las conexiones con los Comités de Zonas y se establecieron contactos estrechos entre éstos y las fábricas y el Comité Central.
La presencia en las fábricas más importantes se aseguró a través de turnos permanentes. Se reforzó la Guardia Roja. En pocos días las fábricas principales de la capital se convirtieron en verdaderos campos atrincherados. Por todas partes se recuperaban armas, se escondían, se almacenaban. En los principales barrios obreros se constituyeron Comités Militares Revolucionarios.
El 10 de octubre se había abierto el Congreso de los Soviets del Norte, la inmensa mayoría se había pronunciado por la insurrección.
El día anterior el Estado Mayor de la Región de Petrogrado había ordenado que la mitad de la guarnición de la capital saliera para el frente debido a las necesidades de la guerra. Se trataba así de alejar de la capital a los regimientos más revolucionarios y, al mismo tiempo, de entregar Petrogrado al enemigo. Esta medida había sido apoyada por los mencheviques. Para oponerse a ella los Soviets habían creado un Comité Militar Revolucionario encargado de la defensa de la ciudad y también para impedir su entrega.
Este Comité desempeñó un papel muy importante, pues acabó designando un gran número de comisarios cuyas directrices eran seguidas por los soldados, que no se fiaban de sus propios oficiales. Sucedió así que, en plena insurrección, el Gobierno Provisional pudo movilizar fuerzas muy escasas, pues el Comité Militar Revolucionario pudo paralizar las órdenes de los oficiales reaccionarios.
Lenin se ocupó de una manera minuciosa de todos los preparativos de la insurrección. Insistiendo una y mil veces sobre el hecho de que la insurrección «es un arte», logró que el Partido llegara a la fecha establecida con un plan cuidadosamente preparado en todos sus aspectos técnicos, desde la ocupación de los puentes de la capital, hasta la ocupación de los nudos ferroviarios, la detención del Gobierno Provisional, el papel asignado a los buques de guerra «Aurora» y «Alba de la Libertad»; y centenares de otros detalles cuyo conjunto forma un completo y armónico plan insurreccional.
Contrariamente a lo pretendido por Kamenev mucho se había hecho y mucho se estaba haciendo de cara a preparar la insurrección. Como se sabe Kamenev y Zinoviev derrotados en el Comité Central, hicieron públicas sus divergencias, poniendo al enemigo sobre aviso y causando un grave daño a la revolución. Lenin pidió su expulsión por «esquiroles» de las filas del Partido.
Pero ni Kamenev ni Zinoviev pudieron parar los preparativos insurrecciónales, ni macho menos el gran empuje revolucionario que iba ganando, día tras día, a las grandes masas de obreros y trabajadores. El Partido bolchevique, guiado por Lenin llegaría compacto e invencible a la cita decisiva del 24 de octubre.
No vamos a relatar los acontecimientos de los días de la insurrección. Son suficientemente conocidos y por otra parte el hacerlo requeriría mucho espacio. Stalin estuvo al frente de la insurrección desde el principio hasta el fin, desde el primer intento del Gobierno de ocupar la sede del periódico para impedir su salida la mañana del 24, hasta el asalto del Palacio de Invierno y los acontecimientos sucesivos. Cuando Lenin, en la noche entre el 24 y el 25 llegó al edifico Smolny (el Estado Mayor de la Revolución) fue recibido por Stalin. Stalin fue sin duda uno de los principales protagonistas de aquellas jornadas.
En realidad el papel de Stalin en la Revolución de Octubre es tan evidente que casi parecería que la cuestión no merece comentario alguno, Pero este hecho que, es evidente, ha sido negado tan frecuentemente, como una ceguera tan interesada y tozuda que lo contrario, desgraciadamente, se ha hecho casi un tópico.
Por ello, pensamos, que merece la pena dedicar algunas palabras, al acabar este capitulo, a la cuestión.
Reivindicar el papel de Stalin en la Revolución de Octubre es importante por tres razones: a) por un acto de justicia hacia un gran revolucionario, un gran dirigente comunista, cuyo nombre se ha pretendido manchar y cuya obra se ha pretendido disminuir más allá de todos los limites de la decencia, b) porque constituye ana campaña de denigración del comunismo, de todas sus tradiciones y principios, c) porque negando el pape] de Stalin en Octubre se pretende negar al Partido y la negación del Partido del proletariado, de su naturaleza y de su papel constituye el eje, la esencia de la actual campaña revisionista, en sus diferentes versiones «eurocomunista», jruschovista y maoísta.
Algunos hechos. En el momento de la Revolución de Octubre Stalin era:
Director del órgano central del Partido.
Miembro del Comité Central del Partido.
Miembro del Buró Político (7 miembros).
Responsable del Centro Revolucionario Militar del Comité Central (5 miembros) encargado de dirigir la insurrección.
Por otra parte Stalin:
-Había sido uno de los dos relatores en el único Congreso del Partido que había tenido lugar entre febrero y octubre.
– En todo momento fue uno de los más firmes defensores de la insurrección y de la línea leninista dentro del Partido.
Nadie puede negar todo esto. ¿Cómo es posible concebir que un hombre que desempeñara tareas políticas de tanto relieve dentro del Partido no desempeñara un papel de importancia o de importancia escasa en la insurrección, si ese mismo Partido había sido el principal organizador, el alma misma de la insurrección?.
Dejemos la palabra a Stalin:
«Escuchando a Trotski, podía suponerse que en todo el periodo de preparación, de marzo a octubre, el Partido bolchevique no hacía sino agitarse sin ton ni son; que estaba corroído por contradicciones internas y ponía a Lenin toda clase de estorbos, y que, de no haber sido por Trotski, nadie sabe cómo habría terminado la Revolución de Octubre. Hasta cierto punto divierten estas peregrinas palabras acerca del Partido en boca de Trotski, quién en el mismo prefacio al Tomo III declara que el «fundamental instrumento de la revolución proletaria es el Partido»… En fin, ni el mismísimo Alá alcanzará a comprender cómo pudo triunfar nuestra revolución si «su fundamental instrumento» resultó inservible y si «dando de lado al Partido» no hay ninguna posibilidad de vencer».
La realidad es que Trotski, el trotskismo y todo su séquito de «historiadores» burgueses y revisionistas tratan de negar el papel del Partido bolchevique en la Revolución de Octubre y de presentar a ésta como la obra de algunas «vedettes revolucionarias» y unas no bien definidas «masas». (Trotski, basándose en una errónea información de John Reed, llegó a difundir el cuento de que en el Comité Central bolchevique la decisión de la insurrección fue defendida por él y Lenin en contra de todo el Comité Central. En cierto momento de la reunión un «obrero» se levantaría amenazando a los miembros del Comité Central si éstos no aprobaban la insurrección. Estos, despavoridos, votarían en favor de la insurrección. John Reed no estaba en las reuniones del Comité Central y queda excusado. Pero Trotski si estaba en las reuniones y no queda excusado en absoluto cuando difunde versiones desmentidas por las Actas del Comité Central y el buen sentido).
La verdad es, que en la medida en que situamos -al Partido en el centro de los acontecimientos de Octubre, destaca con particular evidencia la figura de Stalin, hombre del Partido, dirigente del Partido, cuadro bolchevique hasta la médula.
Los historiadores burgueses han destacado la figura de Trotski y negado la de Stalin, basándose en una concepción puramente burguesa, individualista de la política y de la Historia, según la cual los protagonistas de la Historia son «estrellas», «primeros actores» construidos según el modelo y el rasero de las técnicas publicitarias burguesas. Esta «historia» ha considerado como «su» protagonista a Trotski y no podemos negar que éste haya hecho mucho para merecerse este destino.
Pero Stalin fue protagonista (auténtico, verdadero protagonista) de otra historia, de nuestra historia de comunistas en uno de sus más altos momentos, tal vez el más grandioso e importante de todos, hasta el momento.
Por ello, reivindicar el papel de Stalin en la Revolución de Octubre, no es una pura cuestión «histórica», de determinar el papel, mayor o menor, de un individuo, de una personalidad revolucionaria. Es, sobre todo, una cuestión ideológica, de concepción de Partido y de su papel en la revolución, de concepción de la militancia comunista, de su significado y su carácter.
CAPITULO IV
Stalin, comisario para las nacionalidades
Stalin entró a formar parte del primer Gobierno soviético (Consejo de Comisarios del Pueblo, como se le llamó) y se encargó de la cuestión de las nacionalidades. Resulta difícil imaginar hoy, a tantos años de distancia, las condiciones de precariedad y de falta de medios en las cuales tuvieron que desenvolverse aquellos primeros órganos del nuevo Poder revolucionario. E1 concepto de «ministerio» evoca la imagen de grandes edificios, largos pasillos y amplios despachos llenos de funcionarios. Pero los bolcheviques comprobaron muy pronto la exactitud de la afirmación de Marx según la cuál el Estado proletario tiene que crearse sobre la base de la destrucción hasta los cimientos del viejo Poder estatal. Casi ninguno de los viejos funcionarios estaba dispuesto a colaborar. No había dinero. Los cuadros del Partido no tenían ninguna experiencia en asuntos de gobierno. La contrarrevolución aún no había sido aplastada y el país estaba sumido en el caos.
Pestkovsky, que fue colaborador de Stalin en este periodo, nos cuenta así su primer encuentro con el nuevo Comisario: «-Camarada Stalin -dije- ¿eres el Comisario del Pueblo para los asuntos de las nacionalidades? -Si.
-Pero, ¿tienes un Comisariado? No.
-Bueno, entonces yo te haré un Comisariado.
-Magnifico, ¿qué necesitas primero? De momento me basta una credencial».
Pestkovsky acabó encontrando en una habitación del Smolny una mesa y dos sillas vacías. Las arrimó a la pared y colgó un cartel escrito que decía: «Comisariado del Pueblo para los Asuntos de las Nacionalidades». Así había nacido el Comisariado.
La cuestión de las nacionalidades, en la Rusia de finales de 1917, era una de las cuestiones más delicadas y de acuciante importancia política. La Revolución de febrero había tenido un profundo reflejo en las regiones de la periferia del país: «Las nacionalidades de Rusia, oprimidas y explotadas durante siglos por el viejo régimen se sintieron fuertes por primera vez y se lanzaron al combate contra los opresores… En un abrir y cerrar de ojos las regiones de la periferia de Rusia cubriéronse de instituciones "comunes a toda la nación". A la cabeza del movimiento marchaba la intelectualidad nacional democrático-burguesa. Los «consejos nacionales» en Letonia, en el territorio de Estonia, en Lituania, en Georgia, en Armenia, en el Azerbaiján, en el Cáucaso del Norte, en Kirguizia y en la región central del Volga; la Rada en Ucrania y en Bielorrusia; el Sfatul-Tseri en Besarabia; el Karultai en Crimea y en Bashkiria, el Gobierno autónomo en el Turkestán: he aquí las instituciones comunes a toda la nación en torno a las cuales agrupaba sus fuerzas la burguesía nacional». Esta larga lista nos da idea del nivel de desintegración hacia el cual la Revolución de febrero había llevado al imperio zarista. «El derecho de las naciones a la autodeterminación se interpretaba como el derecho de la burguesía nacional de las regiones de la periferia a tomar en sus manos el poder y a aprovecharse de la Revolución de febrero para crear `sus' Estados nacionales».
Las repúblicas embrionarias que nacieron con la Revolución de febrero entraron en contradicción con el Gobierno Provisional central. Este Gobierno tenía un carácter imperialista y perseguía una política de expansión y conquista cuyo objetivo era de extender aún más el Imperio ruso. Por ello entró en contradicción aguda con los movimientos nacionalistas de la burguesía que aspiraban a la independencia.
Con la Revolución de Octubre la situación y la naturaleza de las contradicciones cambió por completo. La burguesía de las nacionalidades siguió insistiendo en sus propósitos separatistas, pero ya no se trataba de separarse de la Rusia imperialista. El movimiento separatista perseguía ahora la separación de las regiones periféricas de la Rusia revolucionaria. A través del separatismo, basándose en el sentimiento nacional que era muy vivo entre las masas de las nacionalidades oprimidas de Rusia, la burguesía de esas nacionalidades trataba de levantar un dique ante el avance de la revolución y de salvar sus propios privilegios. El imperialismo alemán (no hay que olvidar que la Revolución de Octubre se produce mientras Rusia está en guerra con Alemania), acudió en apoyo de los gobiernos burgueses de las nacionalidades. Cuando Alemania fue derrotada, y aún antes la Entente hizo lo mismo para tratar de derrocar al Gobierno soviético. Además, los exponentes políticos del régimen derrotado, incluidos los mencheviques y los eseristas, unidades del Ejército que habían permanecido fieles al viejo régimen acabaron concentrándose en aquellas regiones que, por ser las de menos presencia obrera y por la fuerza del nacionalismo, eran las más débiles del régimen soviético.
Esto explica la situación política y militar de la guerra civil con un Poder bolchevique sólidamente asentado en el centro y una periferia que a menudo se escapaba a su control, en manos de los Guardias blancos, del imperialismo extranjero, de los mencheviques o de los nacionalistas.
Como se ve, la cuestión nacional, después de la Revolución de Octubre, tenía implicaciones directas con la cuestión militar, implicaciones que se agudizaban por el hecho de ser, algunas de estas regiones, los principales abastecedores de trigo, de carbón y de petróleo.
¿Cual fue la posición del Partido de cara a esta importantísima cuestión? Stalin dejo claro que "el Poder soviético no podía, sin hacer violencia a su naturaleza, mantener la unidad con los métodos del imperialismo ruso" Los bolcheviques siempre habían defendido el principio de la autodeterminación y admitían el derecho a la separación de las distintas nacionalidades. Pero por autodeterminación entendían autodeterminación del pueblo, es decir, fundamentalmente de los obreros y de los campesinos de las nacionalidades. Autodeterminación significaba sobre todo y en primer lugar, autodeterminación par parte de los Soviets de las nacionalidades que representaban a las masas obreras y campesinas. La burguesía de las nacionalidades entendía por "autodeterminación" fundamentalmente el reconocimiento de la independencia de los gobiernos burgueses que ella misma había creado unilateralmente después de la Revolución de febrero. Esa misma burguesía se dedicó, a partir de octubre y con el apoyo del imperialismo extranjero, a reprimir ferozmente a los Soviets y a los bolcheviques de las nacionalidades.
De cara al problema de la Rada de Ucrania el 12 de diciembre Stalin declaraba que el Poder soviético estaba «dispuesto a reconocer como república a cualquier región nacional de Rusia, si lo desea así la población trabajadora de la región interesada. Está dispuesto a reconocer la estructura federativa para la vida política de nuestro país si lo desea así la población trabajadora de las regiones de Rusia. Ahora bien, cuando se confunde la república popular con la dictadura militar de Kaledin, cuando el Secretariado General de la Rada intenta presentar a los monárquicos Kaledin y Rodzianko como pilares de la República, el Consejo de Comisarios del Pueblo no puede por menos de decir que el Secretariado General juega a la República, encubriendo con tal juego su plena supeditación a los ricachones monárquicos. Somos partidarios de la República Ucraniana, pero nos oponemos a que se encubra con la bandera de la República a los enemigos, jurados del pueblo».
La bandera de la "autonomía" -la concepción burguesa de "autonomía"- se convertía en la bandera de la burguesía contrarrevolucionaria de las nacionalidades. En el Cáucaso los «Consejos Nacionales» inspirados por Zordana masacraban a los campesinos que reclamaban la tierra, fusilaban a los bolcheviques, se unían en una alianza de hierro con los terratenientes y los generales zaristas. Lo mismo sucedía en las demás regiones del inmenso país cuyos cimientos habían sida sacudidos por la insurrección bolchevique.
Stalin, al frente del Comisariado para las Nacionalidades, tuvo que abordar la compleja tarea de evitar que las masas populares de las nacionalidades fueran arrastradas por sus sentimientos patrióticos a remolque de sus propias burguesías reaccionarias. Hubo que compaginar el respeto del principio de autodeterminación con la lucha a muerte contra tales burguesías. Para lograrlo hubo que dedicar un gran esfuerzo a impulsar el movimiento obrero y campesino, sobre todo en las regiones más atrasadas del país para lograr que, sobre la base de la lucha de clases, se produjera un claro deslindamiento de campos en el seno mismo de las sociedades nacionales. Fue una tarea dura y difícil que hubo que cumplir entre graves obstáculos y dificultades.
Kámenev y Zinoviev se habían reincorporado al C.C. en el momento de la insurrección. Pero, inmediatamente después del poder, suscitaron graves problemas en el Comité Central y en el Gobierno Soviético. El Consejo de los Comisarios del Pueblo había sido formado por el II Congreso del Soviet y se declaraba responsable frente al nuevo Comité Ejecutivo Central, también nombrado por el Congreso. Lenin había propuesto a los socialistas revolucionarios de izquierda de entrar a formar parte del nuevo Gobierno, pero éstos no habían aceptado, alegando que solamente se integrarían en un Gobierno de coalición integrado por todos los partidos "socialistas". Lenin opuso una negativa terminante a esta pretensión, pues sabia perfectamente que los mencheviques y los eseristas de derechas eran unos agentes empedernidos del imperialismo, habían sido los principales enemigos de la insurrección e intrigaban en contra del Poder soviético.
Los primeros días después de la insurrección de Petrogrado fueron particularmente difíciles. Los bolcheviques aún no se habían adueñado del poder en Moscú y Kerenski había logrado reunir unas cuantas unidades militares con las cuales amenazaba la capital. Los mencheviques y los eseristas comenzaron a chantajear al Gobierno revolucionario, alegando que se trataba de un Gobierno puramente bolchevique y no «soviético». El día 29 el Vikzel, es decir, el Comité Ejecutivo del Sindicato de los Ferroviarios, dominado por los oportunistas, lanzó un comunicado en el que se admitía que "el Gobierno Kerenski ha sido incapaz de mantener el poder" pero se añadía que "el Consejo de Comisarios del Pueblo formado en Petrogrado con el apoyo de un sólo Partido no puede ser reconocido y apoyado por todo el país". El comunicado afirmaba que se necesitaba un Gobierno que tuviera la confianza de todos los "demócratas".
Ante este chantaje, Kámenev y otros miembros del C.C. vacilaron. En la reunión del día 29 (en la cual Lenin y Stalin estaban ausentes) el C.C. aprobó una decisión en la cual se aprobaba la ampliación del Gobierno y el ingreso en el Comité Ejecutivo Central de los Soviets de los oportunistas y de los representantes del Vikzel. Kámenev dio comienzo a unas negociaciones con los oportunistas.
Lenin se opuso enérgicamente a esta política de concesiones. Dijo abiertamente que algunos miembros del C.C. vacilaban ante las dificultades, que era inconcebible considerar a eseristas y a mencheviques como «demócratas» y «socialistas», dijo que se trataba de agentes de la reacción que estaban tratando de debilitar el Poder soviético, que trataban de introducirse en el Gobierno como un caballo de Troya. Dijo que había que interrumpir toda clase de negociación, que el Gobierno bolchevique era un Gobierno soviético legítimo porque había sido elegido en el Congreso de los Soviets, que el Vikzel era un sindicato oportunista y que lo fundamental era que las masas apoyaban al Gobierno soviético. Buscar el apoyo de los oportunistas era un absurdo. Concluyó su intervención con estas palabras: "Hemos propuesto al Vikzel de transportar las tropas a Moscú. Se ha negado. Tenemos que dirigirnos a las masas y ellas lo derrocarán».
Pero Trotski logró que la proposición de Lenin fuera rechazada. Comenzó proponiendo que la "oposición" ingresara en el Gobierno en una proporción del 25 por 100. Logró también que el C.C. decidiera seguir negociando con el Vikzel «para desenmascararle» Como siempre Trotski adoptaba una posición "intermedia", conciliadora.
Pero al día siguiente Lenin ganó en toda la línea. El C.C. adoptó una resolución en la cual se afirmaba que: «la oposición que se ha formado en el interior del Comité Central se ha apartado integralmente de todas las posiciones fundamentales del bolchevismo y, en general, de la lucha proletaria de clases» y que «el C.C. confirma que es imposible renunciar a un Gobierno puramente bolchevique sin traicionar la consigna de "Todo el poder a los soviets", puesto que la mayoría del II Congreso Panruso de los Soviets, sin ninguna exclusión, ha entregado el poder a este Gobierno».
El 3 de noviembre la mayoría del Comité Central, de la cual formaba parte Stalin, lanzó un ultimátum a la minoría instándola a someterse a las decisiones del Comité Central. En respuesta, la minoría (Kámenev, Zinoviev, Rykov, Milyutin y Noghin) dimitió del Comité Central, afirmando que no podía asumir la responsabilidad de una "política desastrosa» y que se reservaban el derecho de decir toda la verdad a las masas sobre la base de su consigna de « ¡Viva el Gobierno de todos los partidos soviéticos!».
Los «cinco» afirmaban que «sin un acuerdo con los demás partidos socialistas existe un único camino: el mantenimiento de un Gobierno puramente bolchevique sobre la base del terror político».
En realidad, Kámenev y Zinoviev seguían sin estar convencidos de la posibilidad, por parte de los bolcheviques, de mantener el poder. Las mismas vacilaciones que habían tenido en vísperas de la insurrección las mantuvieron después. Seria un error, sin embargo, pensar que las contradicciones en el seno del Comité Central fueran divergencias tácticas, de apreciación de la situación y que la diferencia estribaba en que Lenin, Stalin y la mayoría del Comité Central tenían simplemente una mayor confianza en la solidez del nuevo Gobierno soviético, etc. Evidentemente existía este elemento. La obsesión de los «cinco» en pedir un acuerdo con los oportunistas reflejaba una incomprensión absoluta de la situación que se había creado, del desprestigio de los oportunistas y de la fuerza que el apoyo de las misas proporcionaba al Poder soviético. Pero, por encima de todo ello existía una contradicción sobre una cuestión de principio, es decir, sobre la cuestión de la naturaleza de la política de los partidos revisionistas.
Muchos años después, Stalin escribiría:
« ¿En qué consiste la regla estratégica fundamental del leninismo? Consiste en reconocer:
1) que cuando se avecina un desenlace revolucionario, los partidos conciliadores constituyen el más peligroso apoyo social de los enemigos de la revolución.
2) que es imposible derribar al enemigo (al zarismo o a la burguesía) sin aislar a estos partidos.
3) Que por ello en el período de preparación de la revolución, los principales golpes deben dirigirse a aislar a estos partidos, a separar de ellos a las grandes masas trabajadoras».
En esto estriba la divergencia. Kámenev y Zinoviev en el mes de octubre se habían opuesto a la insurrección alegando que, por agudizarse las contradicciones, mencheviques y eseristas se verían necesariamente arrastrados a apoyar la revolución. Este es el punto de vista que mantienen después de la insurrección. Lenin estaba en total desacuerdo con esto: su opinión era que los revisionistas eran agentes de la contrarrevolución y que al profundizarse la revolución les arrojaría cada vez más en brazos de la reacción. Se trataba, como se ve, de una divergencia de fondo, de principios.
Las divergencias en el Comité Central se complicaron y se agudizaron ante el problema de la paz con Alemania. Rusia seguía estando en guerra con los alemanes. Por otra parte, los bolcheviques habían conquistado el poder prometiendo al pueblo ruso la paz. Naturalmente, en línea de principio, la guerra, en caso de prolongarse, después de la insurrección tendría otro carácter. Si los alemanes se empeñaban en seguir combatiendo para someter a Rusia, cabria la posibilidad de apelar al pueblo y llamarle a la guerra revolucionaria, para defender el poder recién conquistado. Pero, en primer lugar había que entablar inmediatas negociaciones de paz con el enemigo; se trataba de un primer paso imprescindible para aclarar, ante el pueblo ruso y el mundo, que el gobierno soviético deseaba, por todos los medios posibles, acabar con la guerra.
Además Lenin estaba convencido de que era necesario hacer todo esfuerzo posible para lograr que las negociaciones da paz alcanzarán su objetivo. Por ello opinaba que había que hacer cualquier concesión y aceptar las condiciones que los alemanes presentaran, por duras que fueran estas condiciones. Lenin veía claramente que seguir la guerra con Alemania constituía un auténtico suicidio. El nuevo poder no se había consolidado. El ejército seguía siendo el viejo ejército y aún no se había realizado en él una profunda depuración. Pero, sobre todo, los soldados estaban cansados de luchar. Sin duda la clase obrera hubiera respondido a un llamamiento del Partido y se hubiera sumado a la guerra revolucionaria. Pero los campesinos no lo harían. Y en la estrategia leninista, el apoyo de los campesinos constituía el elemento clave. Lenin veía claramente que el proletariado mantendría el poder a condición de conservar el apoyo del campesinado, y los campesinos querían ardientemente la paz. Hacer la paz significaba conservar la alianza obrero-campesina.
El 9 de noviembre Lenin se dirigió telefónicamente a Dukhonim, jefe del Estado Mayor del Ejército y le pidió entablar inmediatas negociaciones de paz. Stalin se encontraba junto a él. Dukhonim opuso una negativa afirmando que «el nuevo gobierno no gozaba del apoyo popular.». La respuesta de Lenin fue inmediata: «En nombre del Gobierno de la República rusa y par orden del Consejo de los Comisarios del Pueblo, le destituyo por desobedecer al Gobierno y porque su conducta causa perjuicios incalculables a las masas trabajadoras de todos los países y sobre todo a los ejércitos». Stalin cuenta: «El momento era terrible… Recuerdo que, después de haber permanecido un segundo en silencio frente al aparato, Lenin se levantó y su cara estaba iluminada por una luz interior. Se veía que había tomado su decisión».
Una hora más tarde Lenin y Stalin se dirigían con un llamamiento «a todos los soldados, a todos los marineros». En el llamamiento se decía: «Soldados, la causa de la paz está en vuestras manos. No permitáis a los generales contrarrevolucionarios de comprometer esta gran causa…» También se pedía que «los regimientos que mantienen las Posiciones en las trincheras elijan inmediatamente representantes plenipotenciarios para comenzar negociaciones oficiales de armisticio con el enemigo».
Este llamamiento permitió a Lenin y Stalin desbaratar la resistencia y las maniobras contrarrevolucionarias del Alto Estado Mayor y reforzar las posiciones bolcheviques en la dirección del Ejército. De esta forma se crearon las condiciones para entablar negociaciones con el imperialismo alemán. Trotski fue encargado de dirigir las negociaciones.
Pero el 10 de febrero de 1918 Trotski interrumpió unilateralmente las negociaciones. Trotski tenía orden de aceptar las condiciones alemanas, por duras que éstas fueran. Pero cuando tales condiciones -muy duras en efecto fueron presentadas, Trotski declaró que el Gobierno Soviético no las aceptaba y que, aunque la paz no se había firmado, Los bolcheviques desmovilizarían el Ejército.
¿A qué se debía esta posición de Trotski? Sobre la cuestión de la guerra con Alemania se habían formado en el Partido tres posturas. De la posición de Lenin y Stalin ya hemos hablado. La segunda posición era la de Bujarin y de los llamados «comunistas de izquierda». Estos afirmaban que, ante la dureza de las condiciones alemanas, el Partido debía asumir la iniciativa de una guerra revolucionaria. Lenin y Stalin estaban terminantemente en contra de esta postura pues estimaban que la prosecución de la guerra llevaba inevitablemente a la ruptura de la alianza obrero-campesina. En cuanto a Trotski, su posición, como siempre «intermedia» era la de «ni guerra ni paz». Si los alemanes insistían en sus pretensiones, no había que aceptarlas, pero tampoco había que proclamar la guerra revolucionaria. El Gobierno soviético debía desmovilizar el Ejército y no oponer ninguna resistencia ante el avance enemigo. Ante esta actitud «pacifica» los proletarios de occidente se sublevarían, y los soldados alemanes reclamarían la paz. Esta posición de Trotski, absolutamente descabellada, reflejaba las profundas diferencias de principio existentes entre Trotski por un lado, y Lenin y Stalin por el otro, y representaba un anticipo de la posterior discrepancia acerca de la «construcción del socialismo en un solo país». Para Trotski, ante las dificultades de la revolución, la única y sola reserva estaba constituida por el proletariado europeo. Esta posición, que mantuvo además siempre con absoluta rigidez, le conducía, en los momentos de crisis, a conclusiones totalmente aberrantes como en el caso de la paz de Brest-Litovsk.
Para Lenin y Stalin el reforzamiento y consolidación de la alianza obrero-campesina siempre constituyó la condición necesaria del éxito de la revolución. Para ellos, la revolución en Occidente, de la cual había numerosos síntomas, constituía un importante factor de consolidación de la revolución soviética. Pero ante cualquier decisión particular siempre se negaron a «apostar», de una forma aventurera, sobre el estallido de la revolución en este o aquel país y adoptaron las decisiones políticas más adecuadas en el marco de la consolidación de la base social del poder soviético.
Por ello, en las reuniones del Comité Central en la época de la paz de Brest-Litovsk, Lenin habla continuamente de que sus adversarios «juegan» a la guerra revolucionaria, de que no hay condiciones para ganar la guerra revolucionaria, basándose en las fuerzas internas de la revolución rusa y de que la revolución en Occidente era una posibilidad pero no una realidad en marcha.
Stalin y Sverdlov apoyaron con fuerza las posiciones de Lenin. En una primera fase, Trotski logró que su tesis «intermedia» se impusiera en el C.C. Los resultados fueron desastrosos. A los pocos días de suspenderse las negociaciones, los alemanes desencadenaron una ofensiva en todo el frente y, como Lenin y Stalin habían previsto, el Ejército ruso no logró oponer ninguna resistencia. En la reunión del C.C. del 18 de febrero Lenin dijo: «La historia dirá que vosotros habéis cedido la revolución. Podíamos haber firmado una paz que no hubiera amenazado en absoluto la revolución. No tenemos nada: en la retirada no lograremos siquiera volar lo que dejamos atrás». Y concluía con las siguientes palabras: «Es preciso proponer la paz a los alemanes». Stalin apoyó la propuesta de Lenin y añadió que a su juicio eran suficientes cinco minutos de fuego intensivo para que en el frente no quedara un sólo soldado ruso.
Los bujarinistas y los trotskistas afirmaban que el firmar la paz no resolvería absolutamente nada y que, caso de hacerlo, la revolución se enfrentaría con toda una serie de ultimátums por parte de los alemanes, los cuales quebrantarían la paz y pretenderían imponer concesiones cada vez más duras.
En la reunión del Comité Central del 23 de febrero Stalin dijo: «El suponer que no tendremos una tregua y que habrá continuos ultimátums significa pensar que en occidente no hay absolutamente ningún movimiento. Nosotros pensamos que el alemán no puede hacerlo todo. Además, nosotros confiamos en la revolución…». Esta afirmación de Stalin ilumina claramente la verdadera postura suya y de Lenin sobre la cuestión de la paz. Como se sabe, en los textos trotskistas la postura de los dirigentes bolcheviques partidarios de la paz ha sido interpretada siempre como un primer síntoma de «nacionalismo», de abandono de las posiciones del internacionalismo proletario y de la revolución mundial. Trotski y los suyos insisten constantemente en que ellos tomaban en consideración el «factor internacional». Pero está absolutamente claro que. Lenin y Stalin también tomaban en cuenta este «factor». Lo que pasa es que lo tomaban en cuenta dentro del marco de la concepción leninista del carácter desigual del desarrollo imperialista. Trotski, por su parte, concebía la revolución como algo que se produciría simultáneamente en todos los países europeos y menospreciaba la importancia de las contradicciones interimperialistas.
Resultaba de ello, una valoración profundamente divergente de la situación ante la cual se encontraba la revolución rusa. Lenin opinaba que la revolución debía buscar una pausa («necesitamos estrangular a nuestra burguesía y para ello necesitamos tener libres las dos manos») y que era posible hacerlo firmando la paz con Alemania. Lenin y Stalin veían claramente que Alemania no podía «hacerlo todo» debido al movimiento obrero en la misma Alemania y a sus contradicciones con las demás potencias imperialistas. En el marco de esta concepción Lenin y Stalin enfocaban la revolución europea como un proceso dialéctico, contradictorio, con sus avances y retrocesos, de carácter desigual y en sucesivas etapas: por ello se opusieron vehementemente a una concepción infantil, mecanicista, totalmente metafísica, que veía la revolución europea como un enfrentamiento directo, frontal e inmediato entre el proletariado del continente europeo y el imperialismo considerado como un bloque monolítico. Una y otra vez Lenin insistió en que la relativa facilidad del triunfo bolchevique se debía a que se había logrado romper el eslabón más débil de la cadena imperialista. Pero el imperialismo conservaba toda su fuerza. El proletariado europeo, a través de la revolución rusa victoriosa había logrado abrir una brecha. Esa brecha debía ser mantenida y defendida. Ello era posible porque mediante la paz el Gobierno soviético podía consolidar su alianza con el campesinado pobre y porque el proletariado internacional y la guerra no dejaban las manos completamente libres al imperialismo.
Según Trotski y sus acólitos, la línea a seguir era la de irrumpir directamente por esa brecha que se había abierto, y atacar frontalmente las posiciones más fuertes del imperialismo. Para Lenin y Stalin esta eventualidad era concebible solamente si, efectivamente, la revolución se producía en Alemania: «Si Liebknecht ganara en las próximas dos o tres semanas -ello es posible- desde luego nos sacaría de todas nuestras dificultades. Pero sería simplemente una tontería, significaría transformar en un escarnio la gran consigna de la solidaridad internacional de los trabajadores, al decir al pueblo que Liebknecht ganará seguramente y necesariamente en las próximas semanas». Para Lenin y Stalin la revolución europea avanzaría por etapas y no era posible predecir exactamente el orden y el ritmo de estas etapas. Por ello, la revolución europea no podía concebirse como una ofensiva permanente e indiscriminada, en todos los frentes al mismo tiempo, en contra del imperialismo. Ellos (Lenin y Stalin) insistían en que, de seguir la línea de Trotski-Bujarin, el Partido se encontraría aislado, sin el apoyo de su base interna, enfrentado a un enemigo exterior poderosísimo, y correría el riesgo de una estrepitosa derrota. Esta derrota era segura si no se producía la revolución en Alemania, lo cual no podía asegurarse en absoluto.
Las previsiones de Lenin y Stalin se vieron completamente confirmadas por el desarrollo de los acontecimientos. Tras la ruptura de las negociaciones de Brest-Litovsk, entre el 18 y el 24 de febrero, la ofensiva alemana logró un éxito total. Las tropas rusas huyeron desordenadamente sin casi oponer resistencia. Las tropas de los imperios centrales amenazaban Petrogrado, En la capital hubo que movilizar a 100.000 voluntarios en su defensa.
El día 23 llegaron nuevas proposiciones alemanas para la paz. Estas condiciones, como Lenin había previsto en el momento de la suspensión de las negociaciones por parte de Trotski, eran aún más duras que las anteriores: Rusia perdía Polonia, Lituania, Estonia, Letonia, Finlandia, parte de Bielorrusia, Ucrania, había que ceder algunos territorios a Turquía, pagar 6.000 millones de marcos-oro y desmovilizar al Ejército. Como Lenin también había previsto, el Partido, ante la evidencia de los hechos, se decidió a aceptar las tesis que él, junto con Stalin y Sverdlov, había defendido en el Comité Central. Después de la firma de la paz se produjo una oleada de «dimisiones»: Bujarin dimitió del C.C., Trotski abandonó su puesto de Comisario para los Asuntos Exteriores.
La cuestión de la paz de Brest-Litovsk no fue una cuestión, tal como la pintan algunos autores, de apreciación táctica o de valoración de las condiciones revolucionarias de Alemania. En realidad fue una batalla ideológica alrededor de la concepción leninista del «desarrollo desigual», una batalla que anunciaba nuevas luchas y nuevas contradicciones que se manifestaría en los años siguientes cuando resultó claro que la revolución en occidente no iba a tardar semanas o meses en producirse, sino años, e incluso muchos años.
La conclusión de la paz de Brets-Litovsk suscitó descontento y temor entre los imperialistas de la Entente. Estos «temían que la conclusión de la paz entre Alemania y Rusia pudiera mejorar la situación militar alemana y empeorar la de los ejércitos de la Entente. Temían, además que la conclusión de la paz entre Rusia y Alemania reforzara la aspiración a la paz en todos los países, en todos los frentes y comprometiera así la causa de la guerra, la causa de los imperialistas. Ellos temían por fin que la existencia del poder soviético en el territorio de un inmenso país y sus éxitos internos, debidos al derrocamiento del poder de la burguesía, se convirtieran en un ejemplo contagioso para los obreros y los soldados de occidente». Los imperialistas de la Entente encontraron un aliado aún poderoso en todas las fuerzas reaccionarias de Rusia que se veían amenazadas por el nuevo poder de obreros y campesinos: capitalistas, terratenientes, kulaks, generales reaccionarios, nacionalistas burgueses, mencheviques, eseristas, etc., todos ellos comenzaron a conspirar en alianza con la reacción exterior. «La contrarrevolución en Rusia tenía cuadros militares y reservas humanas, sobre todo entre las capas superiores de los cosacos y entre los kulaks… Pero no tenia ni armas ni dinero. Los imperialistas extranjeros, por su parte, tenían dinero y armas, pero no podían utilizar en la intervención fuerzas militares suficientes, no solamente porque estas fuerzas les eran necesarias para la guerra contra Alemania y Austria, sino también porque podían resultar poco seguras en la lucha contra el poder soviético».
Esta fue la base de la intervención exterior contra el poder de los soviets y el origen de la guerra civil.
En diciembre de 1917 los imperialistas franceses e ingleses establecieron un acuerdo para repartirse la Rusia meridional en «zonas de influencia». La parte francesa comprendía Besarabia, Ucrania, Crimea y la cuenca del Donetz; la parte inglesa, el Cáucaso del Norte, Transcaucasia y Asía Central. En la primera mitad de 1918 comenzaron las hostilidades. Los japoneses desembarcaron en Vladivostok, restaurando el poder de la burguesía. Las fuerzas de la Entente en el norte, estableciendo un Gobierno de Guardias blancos, la dictadura del general Miller (al cual abrió paso un breve paréntesis de Gobierno pequeño-burgués compuesto de ex-diputados de la Asamblea Constituyente). En la zona del medio Volga el cuerpo del Ejército checoslovaco, que se había formado durante la guerra con prisioneros checos y eslovacos, y al que se le había autorizado volver a Francia a condición de entregar las armas y de regresar en pequeños grupos, tras juntársele muchos oficiales y junkers, se amotinó el 25 de mayo de 1918, se adueñó de Samara y formó un «Comité de la Asamblea Constituyente». Los generales Denikin y Kornilov, apoyados por oficiales cosacos, se adueñaron del norte del Cáucaso con el apoyo de los imperialistas anglo-franceses.
Ante esta situación los imperialistas alemanes decidieron que no podían permanecer con los brazos cruzados. A pesar de la paz de Brest-Litovsk decidieron apoyar a los generales Krasnov y Mamontov, quienes se adueñaron de la región del Don. Los alemanes ocuparon también Ucrania y, junto a los turcos, Tiflis y Baku.
A finales de 1918 la República soviética estaba completamente cercada. Las ciudades sufrían hambre y la producción se encontraba paralizada por falta de materias primas. La prensa imperialista hablaba de que el poder soviético estaba a punto de derrumbarse ante el poderío de sus adversarios y la pobreza de sus recursos.
El Partido bolchevique movilizó todos sus medios para la guerra: La primera tarea fue la creación de un Ejército Rojo. En los dos primeros meses después de la Revolución de Octubre 100.000 hombres (esencialmente obreros revolucionarios) se habían incorporado voluntariamente al Ejército. Pero esta cifra resultó absolutamente insuficiente ante los nuevos acontecimientos. Por ello, en mayo de 1918 se estableció el servicio militar obligatorio. De esta forma se logró que, bastante rápidamente, el Ejército alcanzara el millón de hombres. Se crearon los comisarios políticos para elevar la moral de los combatientes, educarlos políticamente y establecer un control del Partido. Se creó un Consejo de la Defensa Obrera, dirigido personalmente por Lenin, para resolver el problema de los abastecimientos (militares y civiles) que era absolutamente dramático. Como ya hemos observado, la contrarrevolución controlaba las zonas más ricas en recursos. La guerra civil, efectivamente, era una guerra de tipo moderno y el Ejército Rojo necesitaba armas modernas que solamente la industria podía producir. Pero la industria necesitaba materias primas. Las ciudades necesitaban trigo. La situación era dificilísima, casi desesperada.
Fue para resolver un problema de abastecimientos que Stalin hizo su primera aparición en un frente de guerra. El 6 de junio de 1918 Stalin llegó a Tsaritsin (la futura Stalingrado) enviado por el Consejo de la Defensa Obrera, pero su misión adquirió pronto un carácter militar. Será la primera de una larga serie. Kaganovitch escribirá más tarde: «Allí, donde el Ejército Rojo flaqueaba, cuando las fuerzas contrarrevolucionarias acrecentaban sus éxitos, cuando la agitación y el pánico podían convertirse a cada instante en catástrofe, allí se presentaba Stalin. Pasábase las noches sin dormir, organizaba, empuñaba el mando, rompía resistencias, insistía y pasaba la curva, resolvía la situación». En los tres años de guerra Stalin se trasladará incesantemente de un frente a otro, en los momentos y situaciones de mayor peligro, resolverá las cuestiones más enrevesadas. En el curso de la guerra civil, Stalin se verá a menudo en la necesidad de hacer frente a importantes tareas de dirección militar y Lenin recurrirá a menudo a él, sobre todo a partir de los éxitos que cosechó en Tsaritsin.
La ciudad de Tsaritsin tenía una gran importancia estratégica. La ciudad conectaba a la Rusia soviética con el bajo Volga y con el Cáucaso del norte. Por ello, para los «blancos» resultaba de gran importancia adueñarse de Tsaritsin, porque de esta forma podrían unificar el frente este, controlado por las unidades checoslovacas, y el meridional, controlado por Krasnov. De esta forma les sería posible lanzar una ofensiva contra Moscú y al mismo tiempo aislar a la capital de las fuentes de trigo y de petróleo.
Un día después de su llegada, Stalin escribe a Lenin que ha encontrado en la ciudad «un desbarajuste increíble». La administración soviética y el Partido están en plena disgregación. En la ciudad pululaban elementos contrarrevolucionarios, envalentonados por el avance enemigo. Muchos de los mandos militares, compuestos en gran parte por ex-oficiales del Ejército zarista, han resultado ser unos traidores, dispuestos a pasarse con armas y bagajes al enemigo. Tampoco la tropa es muy segura. Se ha producido un viraje en el «mujik -que en octubre luchó por el Poder Soviético- contra el Poder Soviético (odia con toda su alma el monopolio cerealista, los precios fijos, las requisas, la lucha contra la especulación)». Algunas unidades son de composición cosaca y muchos elementos se han unido a ellas «para recibir armas, informarse del dispositivo de nuestras unidades y después desertar al campo de Krasnov, llevándose a regimientos enteros».
El día 7 Stalin escribe a Lenin: «Expulso y amonesto a cuantos es preciso… Puedes estar seguro de que seremos implacables con todos, con nosotros mismos y con los demás, y que enviaremos cereales a toda costa. Si nuestros "especialistas" militares (¡chapuceros!) no se hubieran dormido, ni hecho el vago, no habría quedado cortada la línea, y si se restablece, no será gracias a los militares, sino a pesar de ellos». La referencia a los «especialistas militares es una referencia a Trotski el cual, como veremos más en detalle, aplicaba una política de sistemática postergación de los cuadros militares comunistas en beneficio de los ex-oficiales zaristas.
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