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Biografia política de Josep Stalin (página 6)


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 Ante el fracaso de la revolución en Occidente la «oposición» proclamaba la necesidad de que el proletariado ruso y su Partido de vanguardia se encerraran en un espléndido aislamiento, se consideraran dentro de la misma Rusia como una fortaleza sitiada, defendieran el «socialismo» en contra de todos y de todo según el método defendido por Trotski de «sacudir» a los sindicatos y a las masas y se dedicaran a esperar, dentro de esta desesperación («desesperación permanente» decía Stalin) y soledad, la revolución socialista europea. Si ésta no se producía -y aún hoy (1979) no se ha producido la revolución rusa perecería entre fuego, relámpagos y truenos, proporcionando al mundo un hermoso espectáculo de impotencia y heroísmo.

 El «izquierdismo» de Trotski se sustentaba en estos relámpagos y truenos, en la «frase revolucionaria», pero escarbando por debajo de ésta lo que salía a flote era el burocrático y apacible «vegetar en las contradicciones» y son estos rasgos del trotskismo los que acabarían atrayendo a Kámenev y Zinoviev en el momento en que las terribles dificultades implícitas en el duro camino escogido por el Partido, les harán vacilar una vez más y retroceder.

 El paso a la «oposición» de Kámenev y Zinoviev supuso graves dificultades para el Partido. Zinoviev tenía una gran influencia en la organización de Leningrado y la mayoría de los delegados en el XIV Congreso lo apoyaban. En la «Historia del PC(b)» Stalin escribe: «Desde que el Partido existía jamás se había  visto una delegación de un gran centro del Partido, como Leningrado, prepararse a intervenir en contra de su Comité Central».

 Sin embargo, Kámenev y Zinoviev fueron completamente derrotados en el Congreso. Efectivamente, por las características mismas que tiene un Congreso de Partido, en el curso de sus sesiones se vieron obligados, no solamente a atacar la perspectiva de la construcción del socialismo en un sólo país, defendida por Stalin, sino también a defender una alternativa propia. Se vio entonces claramente que, no sólo la oposición no tenia más alternativa que el «vegetar», sino que ese mismo «vegetar» consistía, en realidad, llana y sencillamente, en la completa restauración del capitalismo en la URSS, en la rendición, en toda la línea, ante el imperialismo.

  «El zinovievista Sokolnikov opuso al plan de industrialización socialista de Stalin, el plan burgués que se cotizaba entre los tiburones del imperialismo. Este plan consistía en que la URSS siguiese siendo un país agrario que produjese, fundamentalmente, materias primas y artículos alimenticios exportando estos artículos e importando la maquinaria que no producía ni debía según ellos, producir. Dentro de las condiciones existentes en 1925, este plan tenia todo el carácter de un plan de esclavización económica de la URSS por los países extranjeros industrialmente desarrollados, de un plan destinado a mantener el atraso industrial de la URSS en provecho de los tiburones imperialistas de los países del capitalismo». («Historia del P. C. (b) de la URSS» Ed. cit, págs. 353 y 354)  En realidad la política de «sanear esta o aquella llaga» en 1925 ya no era viable. En 1925 la base económica de la URSS ya se había  reconstituido y lo que se planteaba era el camino a seguir en el futuro. ¿El camino socialista o el camino capitalista? La «oposición» al negar la posibilidad de construir el socialismo abogaba por el camino capitalista, que, en las condiciones de atraso de la URSS significaba la supeditación del país al imperialismo extranjero, la claudicación completa ante el imperialismo.

 Pero ¿existía la posibilidad de construir el socialismo en Rusia? Stalin afirmaba con fuerza que si. «¿En qué consiste la posibilidad de la victoria del socialismo en un sólo país? Es la posibilidad de resolver las contradicciones entre el proletariado y los campesinos apoyándose en las fuerzas internas de nuestro país, es la posibilidad de la toma del poder por parte del proletariado y de la utilización del poder para edificar una sociedad socialista integral en nuestro país, con la simpatía y con el apoyo de los proletarios de los demás países, pero sin la previa victoria de la revolución proletaria en los demás países».

 Stalin insistía en que la desconfianza de la «oposición» en la imposibilidad de construir el socialismo en Rusia basándose en las propias fuerzas de la URSS tenia su base, no en erróneas valoraciones de las posibilidades técnico-materiales de la URSS, sino en una profunda desviación ideológica del leninismo, en el abandono de la concepción leninista de la revolución ininterrumpida . La clave seguía siendo la actitud de los campesinos.

 Stalin, siguiendo a Lenin, negaba que los campesinos (sus masas fundamentales, es decir, los campesinos pobres y los medios) acabarían oponiéndose a la construcción del socialismo. A su juicio la desconfianza en la victoria del socialismo en la URSS consistía:

 «Ante todo, falta de seguridad en que las masas fundamentales del campesinado, debido a determinadas condiciones del desarrollo de nuestro país, puedan incorporarse a la edificación socialista. Significa, en segundo lugar, falta de seguridad en que el proletariado de nuestro país, dueño de las posiciones dominantes de la economía nacional, sea capaz de arrastrar a las masas fundamentales del campesinado a la edificación socialista».

 Gran parte de las obras de Stalin en este periodo están dedicadas a dilucidar esta cuestión. Stalin lo aborda en «Los Fundamentos del Leninismo» y en «Cuestiones del Leninismo» y en gran número de artículos, escritos y discursos.

 En «Los Fundamentos del Leninismo» Stalin aclara que:

 «No hay que confundir al campesinado de la Unión Soviética con el campesinado de Occidente. Un campesinado que ha pasado por la criba de tres revoluciones, que ha luchado del brazo del proletariado y bajo la dirección del proletariado contra el Zar y el poder burgués, un campesinado que ha recibido de manos de la revolución proletaria la tierra y la paz y que por ello se ha convertido en reserva del proletariado…»  Pero no se trata solamente de esto. La «oposición» no solamente pasa por alto las transformaciones producidas en la conciencia de los campesinos por todo un período histórico de luchas revolucionarias del lado del proletariado; la «oposición» pasa por alto las nuevas condiciones materiales creadas por el poder soviético.

 «No hay que confundir la agricultura de Rusia con la de Occidente. En Occidente, la agricultura se desarrolla siguiendo la ruta habitual del capitalismo, en medio de una profunda diferenciación de los campesinos, con grandes fincas y latifundios privados capitalistas en uno de los polos, y, en el otro, pauperismo, miseria y esclavitud asalariada. Allí son completamente naturales, a consecuencia de ello, la disgregación y la descomposición. No sucede así en Rusia. En nuestro país, la agricultura no puede desarrollarse siguiendo esa ruta, ya que la existencia del Poder Soviético y la nacionalización de los instrumentos y medios de producción fundamentales no permiten semejante desarrollo. En Rusia, el desarrollo de la agricultura debe seguir otro camino, el camino de la cooperación de millones de campesinos pequeños y medios, el camino del desarrollo de la cooperación en masa en el campo, fomentada por el Estado mediante créditos concebidos en condiciones ventajosas».

 La vía capitalista de desarrollo de la agricultura:

 «Es inevitable en los países capitalistas, porque el campo, la economía campesina, depende de la ciudad, de la industria, del crédito concentrado en la ciudad, del carácter del Poder, y en la ciudad impera la burguesía, la industria capitalista, el sistema capitalista de crédito, el Poder capitalista del Estado».

 La vía socialista:

 «Consiste en incorporar en masa los millones de haciendas a todos los terrenos de la cooperación; en unir las haciendas campesinas dispersas en torno a la industria socialista en implantar los principios del colectivismo entre el campesinado, primero en lo tocante a la venta de los productos agrícolas y al abastecimiento de las haciendas campesinas con artículos de la ciudad, y, luego en lo que se refiere a la  producción agrícola".

 Está de moda hoy acusar a Stalin de "subjetivismo". Esta acusación la lanzan en coro los trotskistas y los revisionistas modernos. La cuestión se plantea casi como si Stalin hubiera defendido, ante el retrasarse de la revolución en occidente, su propia línea por un deseo subjetivo de "seguir adelante" independientemente de las condiciones objetivas existentes. Esta acusación, como estamos viendo, es completamente falsa. Stalin basaba su convencimiento en consideraciones científicas y, hay que recalcarlo, apoyándose en Lenin.

 Cuando Lenin afirmaba que Rusia estaba madura para el socialismo, que "Rusia podía empezar", no se refería solamente a la toma del poder sino a la posibilidad de construir el socialismo. En cuanto a los argumentos y los enfoques en base a los cuales Lenin sustentaba este convencimiento suyo, aparte los planteamientos de tipo general (teoría del desarrollo desigual), poco antes de morir Lenin, en una serie de escritos, bosquejó algunas soluciones particulares basadas en los primeros años de la experiencia soviética: Stalin se mantuvo fiel a estas indicaciones del hombre a quien siempre consideró como su maestro. La acusación del subjetivismo no va por lo tanto en contra de Stalin solamente, sino también en contra de Lenin.

 Stalin, por otra parte, jamás subvaloró las dificultades de la industrialización.

 "En primer lugar, sólo existían las viejas fábricas y empresas industriales, con su técnica vieja y atrasada, que podían quedar inservibles muy pronto. La tarea consistía en equipar de nuevo estas fábricas y empresas industriales con arreglo a la nueva técnica. En segundo lugar, el periodo de restauración de la economía se encontró con una industria cuya base era demasiado reducida, pues entre las fábricas y empresas industriales existentes se echaban de menos decenas y centenares de fábricas de construcción de máquinas, absolutamente necesarias para el país, fábricas que no existían entonces y que eran indispensable construir, ya que sin ellas no puede existir una verdadera industria. La tarea consistía por tanto en crear estas fábricas y equiparlas con una maquinaria moderna. En tercer lugar, el período de restauración de la economía se preocupaba, primordialmente, de la industria ligera, que desarrolló y puso a flote. Pero el progreso mismo de la industria ligera tropezaba con la dificultad representada por la existencia de una industria pesada pobre, aparte de que otras exigencias del país reclamaban también para su satisfacción una industria pesada desarrollada. Planteábase pues el problema de hacer pasar a primer plano, en adelante, la industria desarrollada" (Ibidem, pág. 359)  Stalin no se desanimó en absoluto ante la dificultad de la tarea: veía que por su carácter de clase el nuevo poder soviético poseía una base para su desarrollo industrial que ningún país capitalista jamás había podido soñar. Pero esa misma circunstancia indicaba que este desarrollo podía producirse exclusivamente en un sentido socialista.

 "La URSS descubrió fuentes de acumulación desconocidas en todos los Estados capitalistas. El Estado soviético disponía de todas las fábricas y empresas industriales, de todas las tierras confiscadas por la Revolución Socialista de Octubre a los capitalistas y terratenientes, del transporte, de los bancos, del comercio exterior e interior" (Ib. pág. 360)   Todas las ganancias de la industria podían dedicarse al desarrollo industrial, así como el dinero que anteriormente era absorbido para amortizar la deuda zarista. Además:

 «Al abolir la propiedad de los terratenientes sobre la tierra, el Poder Soviético liberó a los campesinos de la obligación de abonar todos los años a los terratenientes cerca de 500 millones de rublos oro, a que ascendían las rentas de la tierra. Las masas campesinas, libres de esta carga, podían ayudar al Estado a construir una nueva y poderosa industria» (lb. Pág. 3ó0)  Los argumentos de Stalin convencieron plenamente al XIV Congreso. La «nueva oposición» de Trotski, Kamenev y Zinoviev fue derrotada en toda la línea. Sus dirigentes trataron de organizar el contraataque y Zinoviev logró que el Comité Provincial de la Juventud de Leningrado decidiera no aplicar las decisiones del Congreso. Pero pronto se puso de manifiesto que la aplastante mayoría de los militantes de la ex-capital no se sentían representados por sus dirigentes. En una conferencia extraordinaria la inmensa mayoría de la organización de Leningrado acabó apoyando las decisiones del Congreso.

 A partir de ese momento comienza el inexorable declive de la «nueva oposición». A pesar de que en 1926 y 1927 arreciaron sus ataques contra el Comité Central, sus exponentes se encontraban cada vez más aislados dentro del Partido. En las elecciones de delegados para el XV Congreso (1927) su derrota resultó evidente: por el Comité Central votaron 724.000 miembros, por la «oposición» 4.000  A partir de ese momento el «bloque» pasó a la actividad clandestina. Montó una imprenta ilegal y trató de organizar manifestaciones callejeras que fracasaron estrepitosamente. La «oposición» pasaba del fraccionalismo a la escisión abierta, tratando de organizar en la URSS, un partido clandestino contrapuesto al Partido Comunista, sobre la base de su «plataforma» opuesta a la construcción del socialismo. El 14 de noviembre de 1927 Trotski y Zinoviev eran expulsados del Partido.

 La política de industrialización alcanzó rápidamente éxitos importantes. La producción industrial superó rápidamente los niveles de antes de la guerra. El peso del sector socialista pasó del 81 por 100 (1924-25) al 86 por 100 (1926-27) El comercio privado pasó del 42 por 100 (1924-25) al 32 por 100 (1926-27) Sin embargo, muy pronto, el mismo proceso de la industrialización socialista puso al descubierto la grave situación de la agricultura que no lograba caminar al ritmo del desarrollo industrial.

 La Revolución de Octubre había  destruido el poder de los grandes terratenientes cuyos inmensos latifundios  habían sido confiscados. Pero la Revolución, al entregar la tierra a los campesinos, había  determinado también una fragmentación de las explotaciones agrícolas. Hasta la guerra en Rusia existían unos 15-16 millones de haciendas agrícolas. Con la Revolución éstas  habían pasado a ser unos 24-25 millones.

 El desarrollo de la economía socialista necesitaba de una agricultura moderna, basada en explotaciones en las que pudiera utilizarse una técnica avanzada. Esta condición podía cumplirse exclusivamente sobre la base de una extensión de las dimensiones de las explotaciones agrícolas.

 En su «En el frente del trigo» Stalin proporciona una tabla estadística de la cuál extrae importantes conclusiones. Antes de la guerra las grandes explotaciones agrícolas (terratenientes) producían 600 millones de punds de trigo [5].

 En 1926-27 las grandes explotaciones (sovjos y koljos) producían 80 millones solamente. En cambio, los campesinos pequeños y medios antes de la guerra producían 2.500 millones de punds; en 1926-27 su producción era de 4.052 millones. Conclusión: la gran masa de la producción de trigo procedía del pequeño y medio productor independiente: la Revolución había  reforzado la pequeña explotación agrícola».

 Esta situación era incompatible con la construcción del socialismo, la cual estaba ligada a la industrialización del país y requería abastecer de abundantes productos agrícolas a las ciudades y exportar parte de la producción ante la imposibilidad de obtener créditos del extranjero. Ahora bien, los datos proporcionados por Stalin demostraban que mientras las grandes explotaciones daban el 47 por 100 de su producción para el mercado, los pequeños productores daban solamente el 11,2 por 100. El reforzamiento de las pequeñas explotaciones agrícolas había  determinado una escasez de cereales para las ciudades y la exportación.

 Es evidente la necesidad de reorganizar la agricultura sobre la base de las grandes haciendas agrícolas. Pero ¿cómo realizar esto? Trotski, a la luz de la «revolución permanente», interpretaba esta situación como una prueba de la justeza de su planteamiento según el cual las tareas de la construcción del socialismo llevarían a un enfrentamiento directo entre e1 proletariado y los campesinos.

 La conclusión de Stalin era completamente distinta: era absolutamente necesario ampliar las dimensiones de las haciendas agrícolas sobre la base de la colectivización de la agricultura. Pero esto sólo era posible manteniendo la alianza con los campesinos, en la medida en que el proletariado podía atraer a la producción colectiva (sovjos y koljos) a la gran masa de los campesinos. Stalin insistía mucho en que se trataba de atraer a los campesinos pobres y medios, de que se trataba de convencerles sobre la base de la demostración práctica de la superioridad de la producción colectiva frente a la individual.

¿Era posible esto? Stalin insistía que sí. No solamente era posible de cara a los campesinos pobres, sino también de cara a los medios, que se  habían acercado al poder soviético después de la Revolución de Octubre. Stalin afirmaba que los elementos intermedios de la sociedad rusa, que  habían permanecido a la espera cuando el poder soviético aún no había  sido instaurado o no se había  aún consolidado, al darse cuenta de que el nuevo poder tenía una fuerte base, iban aceptando un compromiso con ese nuevo poder y amoldándose a las nuevas condiciones de vida. En el campo, si se actuaba con la necesaria prudencia y se respetaban ciertos intereses de estas capas, seria posible atraerlas paulatinamente hacia la construcción del socialismo.

 Sin embargo, para Stalin, esto no significaba en absoluto atenuar la lucha de clases en el campo. En el campo seguían existiendo elementos capitalistas, los kulaks. Como se ha indicado anteriormente, los kulaks en 1926-27 producían aún 617 millones de punds de trigo. De las cifras citadas se deduce también otro dato de gran importancia. Si antes de la guerra los kulaks entregaban al mercado el 34 por 100 de su producción global, en 1926-27 este índice había  descendido al 20 por 100. ¿Qué significaba esto?  «Hay muchos que hasta ahora aún no pueden explicarse el hecho de que los kulaks hayan entregado espontáneamente su trigo hasta 1927 y a partir de esta fecha hayan dejando de entregarlo de la misma manera espontánea… Si antes el kulak era relativamente débil, si no tenía la posibilidad de organizar seriamente su economía, no contaba con bastante capital para fortalecerla, lo cual le obligaba a lanzar al mercado todo o casi todo el sobrante de su producción de cereales, ahora, después de una serie de años de buenas cosechas, después de conseguir organizar su economía y acumular el capital necesario, cuenta ya con la posibilidad de maniobrar en el mercado, con la posibilidad de ir almacenando trigo, esta divisa de las divisas, formándose una reserva personal, y prefiere llevar al mercado carne, avena, cebada y otros artículos de segunda categoría» («Sobre la desviación derechista en el PC (b) de la URSS» en «Cuestiones del leninismo». Ed. cit. pág. 275).

 La aceptación voluntaria, por parte de los campesinos pobres y medios, de la colectivización de la agricultura no debía concebirse como una atenuación de la lucha de clases en el campo. Colectivizar la agricultura suponía intensificar la lucha de clases en contra de los residuos capitalistas, a saber, en contra de los kulaks, los campesinos ricos. Estos se oponían con uñas y dientes a la colectivización, boicoteaban la industrialización socialista almacenando y ocultando el trigo, aprovechaban cualquier ocasión y cualquier recurso para dañar a los sovjoses y a los koljoses, recurriendo incluso al incendio y al asesinato.

 A esta posición de Stalin se opuso abiertamente Bujarin. Bujarin afirmaba que el plan de Stalin era completamente utópico, y que para garantizar unas dimensiones mínimas de las explotaciones agrícolas había  que basarse precisamente en los kulaks. Bujarin, para defender esta posición, formuló la teoría de la suavización progresiva de las contradicciones de clase en el socialismo que más tarde seria desempolvada por Jruschov. Según esta teoría, a medida que el socialismo avanzaba, las antiguas clases dominantes, al verse derrotadas, disminuían su resistencia, lo que suponía que se podía prever una integración pacifica de los kulaks en el socialismo.

 Como se ve, Bujarin extendía a los kulaks, al enemigo de clase, lo que Stalin había  afirmado de los campesinos pobres y medios, de los aliados del proletariado en la construcción del socialismo.

 Aparentemente las posiciones de Bujarin y Trotski eran absolutamente distintas. Trotski negaba toda posibilidad de participación de los campesinos en la construcción del socialismo. Bujarin extendía esta posibilidad hasta los kulaks. Pero había  algunos elementos ideológicos en común y, sobre todo, unas conclusiones políticas comunes.

 El elemento ideológico en común era el de la consideración de todo el campesinado como una masa única, sin diferenciaciones internas de clase, sin una dinámica interna, sin contradicciones de clase entre los distintos sectores campesinos.

 Este elemento ideológico común había  llevado a Bujarin, en el pasado, a posiciones casi idénticas a la «revolución permanente». Por ejemplo, en 1917, durante el VI Congreso, había  planteado un esquema de la revolución en dos etapas con las siguientes palabras: «La primera etapa contará con la participación de los campesinos que quieren tener la tierra; la segunda fase, después de que los campesinos se hayan retirado satisfechos, será la fase de la revolución proletaria; entonces el proletariado de Rusia será apoyado solamente por elementos proletarios y por el proletariado de la Europa Occidental». En el VI Congreso Stalin había  calificado este esquema de «pueril» y había  planteado la pregunta (de cara a la segunda etapa del esquema de Bujarin): ¿En contra de quién está dirigida esta segunda revolución?».

 Quince años más tarde, Bujarin, sobre la misma base ideológica de considerar a los campesinos como una masa única, había  "revolucionado» su esquema y se encontraba aparentemente muy lejos de Trotski: ahora a su juicio todos los campesinos podían incorporarse al socialismo. A la pregunta que Stalin le había  dirigido en el VI Congreso, Bujarin contestaría que no había  enemigo de clases contra el cual dirigir una segunda revolución porque en la URSS no existía un enemigo de clase capaz de ofrecer una resistencia apreciable.

 Sin embargo, Bujarin mantenía una clara coincidencia política con Trotski. Ambos predicaban una política de claudicación total ante el capitalismo en la URSS. El primero, sobre la base de su «izquierdismo» afirmaba que, al no tener aliados (fuerzas suficientes) el proletariado no podía construir el socialismo en la URSS. El segundo, al negar que en la URSS existiera una encarnizada resistencia por parte del enemigo de clase, predicaba que no era necesario luchar en contra del capitalismo en la URSS. Arrancando de premisas distintas llegaban ambos a la misma conclusión; idénticas eran sus proposiciones políticas y sus alternativas.

 Trotski y Bujarin acabaron por ello coincidiendo en la misma plataforma y, a través de Kámenev, estrecharon su alianza.

 «Para Bujarin el punto de partida no es el ritmo rápido de desarrollo de la industria, como palanca para la reconstrucción de la economía agrícola, sino el desarrollo de la hacienda campesina individual. Para él, lo primordial es la «normalización» del mercado y la admisión del libre juego de los precios en el mercado de los productos agrícolas, lo que equivale, en el fondo, a admitir la libertad completa de comercio. De aquí su actitud recelosa hacia los koljoses… De aquí su actitud negativa ante todas y cada una de las formas de medidas extraordinarias contra los kulaks para el aprovisionamiento de cereales» (lb. pág. 305).

 Estas eran las posiciones de Bujarin. En este contexto Bujarin afirmaba la necesidad de disminuir el «ritmo de desarrollo» de la industria socialista. Stalin atacaba esta posición:

 «Amortiguar el ritmo de desarrollo de la industria significaría debilitar a la clase obrera, pues cada paso de avance que damos en el desarrollo de la industria, cada nueva fábrica, cada nuevo establecimiento industrial, representa, según la expresión de Lenin, una «nueva fortaleza» de la clase obrera que afianza las posiciones de ésta en la lucha contra las tendencias anárquicas pequeño burguesas y contra los elementos capitalistas de nuestra economía. Por el contrario, debemos mantener el ritmo actual de desarrollo de la industria y debemos, en cuanto se nos presente la ocasión, acelerarlo, para llenar de mercancías el campo y sacar de él más trigo, para dotar a la agricultura, y sobre todo a los koljoses y sovjoses, de maquinaria, para industrializar la agricultura y elevar el contingente comercial de su producción» («En el frente del trigo», en «Cuestiones del leninismo» Ed. Cit. pág. 24142).

 Stalin trató de analizar las razones del surgimiento de la desviación bujarinista:

 «No se puede decir que estos errores de la nueva oposición hayan caído del cielo. Lejos de ello, están relacionados con esa fase de desarrollo que hemos recorrido ya y a la que se da el nombre de periodo de restauración de la economía nacional durante el cual el trabajo de edificación marchaba por la vía pacifica, de un modo espontáneo, por decirlo así, durante el cual no se daban aún esos cambios en las relaciones de las clases que existen ahora, no se daba aún esa agudización de la lucha de clases con la que en los momentos actuales nos encontramos» (En «Sobre la desviación derechista…» Ed. cit. pág. 285)  Las concepciones de Bujarin tienen muchos rasgos en común con el revisionismo jruschovista y casi constituyen un antecedente del mismo. Ello, explica el que, a menudo, los «eurocomunistas» pidan la «rehabilitación» de este hombre tan ligado a ellos por comunes lazos ideológicos. Por ello queremos concluir este apartado con una cita de Stalin que (por desgracia) resulta casi profética:

 «Cuando algunos círculos de nuestros comunistas intentan hacer retroceder a nuestro Partido para que no aplique los acuerdos del XV Congreso, negando la necesidad de la ofensiva contra los elementos capitalistas del campo, o exigiendo el amortiguamiento del desarrollo de nuestra industria, par entender que su ritmo actual de desarrollo es ruinoso para nuestro país, o negando la conveniencia de asignar subvenciones del Estado a los koljoses y a los sovjoses por creer que esto es dinero tirado a la calle, o negando la conveniencia de la lucha contra el burocratismo sobre la base de la autocrítica, par entender que la autocrítica quebranta nuestro aparato, o exigiendo que se suavice el monopolio del comercio exterior, etc., etc., esto quiere decir que en las filas de nuestro Partido hay gente que -sin que tal vez ella misma se dé cuenta de lo que hace- intenta adaptar la obra de nuestra construcción socialista a los gustos y a las necesidades de la burguesía «soviética»… el triunfo de la desviación de derechas en nuestro Partido significaría la maduración de las condiciones necesarias para la restauración del capitalismo en nuestro país» («Sobre el peligro de derecha en el PC (b) de la URSS» en «Cuestiones del leninismo», Ed. cit. pág. 2ó0),  La ofensiva para la colectivización de la agricultura y en contra de los kulaks se decidió en el XV Congreso del Partido que se abrió el 2 de diciembre de 1927. Stalin defendió el punto de vista de que la única salida para resolver los problemas de la agricultura estaba en la colectivización «gradual pero constante», basada en la «persuasión», es decir «no ejerciendo en absoluto presiones sino a través de la enseñanza de los hechos». Se decidió también «desarrollar ulteriormente la ofensiva en contra de los kulaks y tomar una serie de nuevas medidas que limiten el desarrollo del capitalismo en el campo y orienten la economía campesina hacia el socialismo».

 Como vemos, Stalin seguía planteando esta cuestión con la necesaria prudencia, es decir, asegurándose de que la colectivización se realizara sobre la base de la alianza con las masas fundamentales de campesinos. En «Sobre la desviación de derecha», preguntándose si el plan koljosiano no había  sido lanzado con retraso, escribía:

 «Para poder llevar a la práctica el plan de un movimiento de masas en pro de los koljoses y sovjoses, era necesario ante todo, que la dirección del Partido se viese apoyada en esto por la masa del Partido,.. Para ello era necesario, además, que entre los campesinos se produjese un movimiento de masa hacia los koljoses, que los campesinos no desconfiasen de los koljoses, sino que afluyesen a ellos por su propio impulso, convenciéndose por experiencia de las ventajas de los koljoses sobre la hacienda individual… Era necesario, además, que el Estado dispusiese de los medios materiales precisos para financiar el movimiento, para financiar los koljoses y sovjoses… Era necesario, finalmente, que se hubiese desarrollado la industria en el grado mas o menos suficiente para dotar a la agricultura de la maquinaria agrícola, de tractores, de abonos orgánicos, etc…» («Sobre la desviación derechista… « Ed. cit. pag. 308-9).

 Como se ve, Stalin planteaba la necesidad de que la colectivización de la agricultura se realizara con los ritmos y en la medida en que se hubieran creado las bases sociales y materiales para emprenderla. Con el mismo espíritu la ofensiva en contra de los kulaks, en una primera fase no adoptó la forma de un intento de liquidar a los kulaks como clase, sino que consistió en el establecimiento de una serie de trabas, legales y económicas, para debilitarles.

 «El Poder Soviético sometía a los kulaks a un elevado impuesto, les obligaba a vender el trigo al Estado a precios de tasa, restringía hasta cierto punto el disfrute de la tierra por los kulaks, con arreglo a la ley sobre los arriendos de tierras, limitaba las proporciones de las explotaciones de los kulaks, mediante la ley sobre empleo del trabajo asalariado por los campesinos individuales» («Historia del PC (b) de la URSS» Ed. cit, pag. 389).

 Sin embargo los bujarinianos se insurgieron muy pronto contra todo intento de combatir a los kulaks. Comenzaron a decir que se estaba «arruinando la agricultura», que la colectivización de la misma era una «utopía innecesaria», que ésta se produciría de una forma espontánea y paulatina y que el plan de industrialización socialista era irrealizable.

 Bujarin encontró el apoyo de Rykov, de Tomski y de algunos dirigentes de la organización de Moscú. Sin embargo ya en 1928 esta «oposición» de derechas estaba prácticamente aislada y derrotada en los organismos dirigentes del Partido. En 1929 Bujarin fue excluido del Buró Político.

 No es nuestra intención relatar aquí todas las vicisitudes de esta lucha contra la «oposición» hasta 1938. De manera deliberada hemos preferido centrarnos en las cuestiones ideológicas y políticas, es decir, sobre el contenido de las divergencias. Por lo general, la burguesía suele presentar esta lucha como una lucha «entre camarillas» para adueñarse «del poder» dejando completamente de lado las razones de fondo, los reales motivos de esta lucha. En realidad, el conflicto tenía unas bases ideológicas y políticas muy claras, raíces que pueden ser fácilmente comprobadas pues los escritos e intervenciones públicas de unos y otros han sido publicadas y están a disposición de todo el mundo.

 La lucha entre el Comité Central, encabezado por Stalin y el «bloque» de la «oposición» fue una lucha a muerte por el socialismo en contra del capitalismo, entre el marxismo-leninismo y la ideología burguesa disfrazada de «marxismo». El significado de esta lucha puede comprenderse claramente cuando se consideren las consecuencias de la victoria que mas tarde alcanzó la camarilla jruschovista en la URSS, a raíz del XX Congreso. Jruschov fue el epígono de la oposición, el sucesor de Trotski y de Bujarin, que se impuso en el XX Congreso esgrimiendo en gran parte los argumentos políticos e ideológicos de sus antecesores. El resultado de ello puede ser fácilmente comprobado: transformaciones de la URSS en una superpotencia imperialista, en uno de los puntales del campo imperialista.

 La agudeza del conflicto que se planteó en el Partido esta relacionada con lo que allí estaba en juego y no con el «mal genio» de Stalin, su «rudeza» o «intransigencia». Las raíces de la lucha fueron políticas e ideológicas y no «psicológicas», debidas a las características personales de éste o de aquél.

 En su entrevista a Emil Ludwig, Stalin dijo: «… Cuando los bolcheviques llegaron al poder eran débiles e indulgentes con sus enemigos. Mencheviques y Socialistas Revolucionarios tenían ambos su periódico; hasta el partido de los cadetes tenía sus órganos de prensa. Cuando el viejo general Krasnov marchaba sobre Leningrado y le hicimos prisionero, debería haber sido fusilado en base a la ley marcial, por lo menos encarcelado. Nosotros le dejamos libre aceptando su palabra de honor. Más tarde nos dimos cuenta de que de esta forma debilitábamos a nuestro régimen. Habíamos comenzado con un gran error: la tolerancia hacia esta gente constituía un delito en contra de las clases trabajadoras. Reconocimos que había  que actuar con severidad y dureza…».

 En realidad, bastante antes de la muerte de Lenin, el Partido se dio cuenta claramente de que la lucha contra la burguesía no se había  acabado. Más tarde el mismo Lenin formuló el principio de que esta lucha se agudizaba cada vez más a medida que se consolidaba en todos los órdenes el poder del proletariado. Lo que resultó perfectamente claro además es que no se trataba solamente de una lucha en contra de errores y desviaciones, sino que su esencia era la de una lucha en contra de la burguesía y del imperialismo, en contra de los intentos de restauración del capitalismo en la URSS.

 La «oposición» acabó evolucionando según esta lógica. Los «errores» y desviaciones ideológicas acabaron desembocando en una abierta alianza entre el imperialismo internacional y el «bloque». El imperialismo apoyaba a los «oposicionistas» con el fin de debilitar a la URSS y los oposicionistas acabaron buscando el apoyo de las distintas camarillas reaccionarias internacionales para «acabar con Stalin». El resultado fue la completa degeneración de la «oposición» en una camarilla antisocialista, de traidores al marxismo-leninismo y de agentes del imperialismo.

 Stalin, en todo momento, trató, apoyándose en el Partido, en el espíritu de Partido, en la crítica y la autocrítica, de salvar a los distintos miembros de la «oposición»; de atraerlos a las posiciones correctas y al trabajo constructivo, al Partido, y en muchos casos tuvo éxito. Pero fue implacable en su defensa del socialismo y en ningún momento perdió de vista que estaba en juego el destino de la revolución en su país e incluso en el mundo entero.

 Hoy, a la luz de la degeneración de la URSS, de sus terribles consecuencias a escala mundial, sobre la base de esta trágica experiencia, debemos estar aún más agradecidos a Stalin, al espíritu intransigente e intrépido con el cual, hasta el último momento, defendió el socialismo y la revolución proletaria en contra de sus enemigos.

 En su «Stalin» el conocido escritor francés Henri Barbusse, poco después de haber conocido a Stalin en el Kremlin, hizo de él la siguiente descripción: «Se sube al piso que tiene visillos blancos. Estas tres ventanas son las de la vivienda de Stalin. En el reducido vestíbulo tropiézase uno con un capotón de soldado colgado bajo una gorra. Hay tres habitaciones, más un comedor. Las habitaciones son sencillas, como las de un hotel -decoroso- de segundo orden. El comedor es de forma ovalada y en él se sirve una comida que traen de un restaurante o que prepara una sirvienta… Un chiquillo juega en el local. El hijo mayor, Jascheka, duerme por la noche en el comedor, en un diván que se transforma en cama. El hijo menor en un pequeño reducto que se abre allí a manera de alcoba.

 Terminada la comida, el hombre fuma su pipa junto a la ventana, sentado en un sillón cualquiera. Siempre viste lo mismo. ¿De uniforme? Seria macho decir. Es más bien una evocación de uniforme, simplificación del indumento de un soldado raso: botas altas, y pantalón y guerrera de color caqui. Repasa uno la memoria, pero no, nunca le ha visto de otro modo, a no ser en verano, de blanco. Gana al mes los escasos cientos de rublos que constituyen el exiguo sueldo máximo de los funcionarios del Partido Comunista».

 Desde estas sencillas habitaciones del Kremlin a partir de 1927 y durante los años 30 el hombre que allí habitaba dirigió la más colosal transformación social y económica que jamás la historia había  conocido. El XV Congreso había  tomado la decisión de lanzar el Primer Plan Quinquenal. Se trataba de una inversión de 64.400 millones de rublos en la industrie, la agricultura y los transportes. Pero esa cifra de por si no refleja cabalmente la magnitud de las transformaciones planteadas. Se trataba de transformar en el plazo de cinco años a un país atrasado, esencialmente agrícola (atrasado también en el plano agrícola), con una industria escasa, anticuada y mal distribuida, en un país moderno, industrial; se trataba de construir literalmente desde la nada, ramas enteras de la producción; se necesitaba equiparlo con la base técnica necesaria para esta transformación; se trataba de colectivizar la agricultura y proporcionarle los instrumentos técnicos necesarios para ello; se trataba de hacer todo esto absolutamente sin ninguna ayuda del exterior, basándose en las propias fuerzas.

 ¿Se trataba de un milagro? ¿De un desesperado esfuerzo voluntarista con el cual se pretendía obtener en pocos años lo que el mundo capitalista había  alcanzado a través de decenios? No se trataba de eso. Se trataba de una confianza total, pero lúcida, en la absoluta superioridad del sistema socialista sobre el capitalista, con la seguridad de que a través de una movilización consciente, centralizada, armónica de los hombres y de los recursos, la URSS podrá alcanzar un poderío económico comparable al de los países industriales, y ello sin explotar ni saquear a otros pueblos como  habían hecho los países capitalistas. Y se trataba de alcanzar tales índices sobre la base de la construcción del socialismo, es decir, liquidando las bases explotadoras, desarrollando el bienestar general, garantizando el poder del proletariado y su alianza con las grandes masa campesinas.

 El primer Plan Quinquenal se cumplió en cuatro años. Veamos algunas cifras: en esos cuatro años la URSS se convirtió en la segunda potencia industrial del mundo (después de los Estados Unidos) En 1934 (con respecto a 1928) la producción nacional se había  triplicado. El peso de la industria en la producción global había  pasado del 48 por 100 al 70 por 100. Entre 1928 y 1932 se crearon las siguientes ramas industriales de la producción que antes no existían: siderurgia, tractores, automóviles, máquinas herramientas, industria química, aeronáutica. La participación del sector socialista en la producción industrial global alcanzó el 99,93 por 100. La renta nacional aumentó en un 85 por 100. El monto total de salarios de 8.000 a 30.000 millones de rublos. El número de obreros de 9.500.000 a casi 14 millones. El paro fue aniquilado.

 La revista Norteamérica «The Nation» escribía en 1932: «El rostro del país se transforma literalmente, al punto de ser hoy irreconocible. Esto es cierto en lo que se refiere a Moscú con sus centenares de calles y avenidas recientemente asfaltadas, con sus nuevos edificios, sus barrios y un cinturón de nuevas fábricas en la periferia. Es también cierto en lo que se refiere a las ciudades menos importantes. Nuevas ciudades han surgido en las estepas y en los desiertos, y no unas pocas, sino por lo menos cincuenta, con una población de 50.000 a 250.000 habitantes. Todas ellas han surgido en los últimos cuatro años, y cada una es el centro de una nueva empresa o de una serie de empresas construidas para la explotación de las riquezas naturales del país. Centenares de nuevas centrales eléctricas locales y algunas gigantescas, como la central eléctrica del Dnieper convierten en realidad la fórmula de Lenin «El socialismo es el poder soviético más la electrificación»… La Unión Soviética ha organizado la producción en serie de un número de objetos que Rusia antes jamás había  producido: tractores, segadoras-trilladoras, aceros extrafinos, caucho sintético, rodamientos, motores Diesel, turbinas de más de 50.000 kilowatios, material telefónico, máquinas eléctricas para la minería, aviones, automóviles, bicicletas y centenares de nuevas máquinas… Por primera vez en su historia Rusia produce aluminio, magnetitas, apatitas, yodo, potasa y muchos otros productos. Los puntos de referencia en las llanuras soviéticas ya no eran las cruces y las cúpulas de las iglesias, sino los elevadores de trigo y las torres de los silos. Los koljoses construyen establos, casas. Los obreros aprenden a trabajar con las máquinas más modernas».

 En el campo, las grandes transformaciones estuvieron marcadas por la colectivización y la lucha contra los kulaks. Se pasó de la política de limitación de los kulaks, a su liquidación como clase. Se procedió a confiscar el trigo que los kulaks se negaban a entregar garantizando a los campesinos pobres el 25 por 100 del trigo confiscado. En los años de 1929-30, se había  producido la adhesión masiva de los campesinos y los koljoses.

 «Los campesinos acudían en masa a los sovjoses y las estaciones de máquinas y tractores, veían cómo trabajaban éstos y las máquinas agrícolas, manifestaban su entusiasmo y decidían allí mismo ingresar en los koljoses» («Historia del PC (b) de la URSS» Ed. cit. pág. 380)  Este movimiento de masas permitió liquidar a los kulaks como clase, expropiándoles y pasando sus medios de producción a los koljoses. Haciendo el balance del Primer Plan Quinquenal, Stalin podía anunciar que se  habían organizado más de 200.000 granjas colectivas y que la superficie sembrada había  aumentado en 21.000.000 de hectáreas. El dato más importante era sin embargo el siguiente: los koljoses comprendían más del 70 por 100 de las tierras de los campesinos. La batalla para la colectivización de la agricultura se había  ganado. La producción colectiva había  desplazado a un segundo plano a la producción individual.

 Stalin se preocupó mucho de que la campaña de colectivización se basara en la alianza obrero-campesina, es decir, que esta campaña consistiera en atraer a los campesinos pobres y medios, a la producción colectiva. Hablando de los campesinos medios, Lenin había  dicho: «En primer lugar debemos basarnos sobre esta verdad: que aquí con los métodos violentos no es posible en sustancia obtener nada… Aquí actuar con la violencia quiere decir arruinarlo todo. Nada más insensato que la idea misma de aplicar la violencia en la esfera de las relaciones económicas del campesino medio». Lenin observaba que el campesino medio representa un estrato de muchos millones, y que era absolutamente necesario ganarle para la causa del socialismo. Como ya hemos observado esta cuestión había  constituido uno de los mayores puntos de desacuerdo con los trotskistas. En 1930, ante la aparición de graves errores que consistían esencialmente en un intento de forzar los ritmos de la colectivización a través de medidas burocráticas y acudiendo incluso a medidas violentas contra los campesinos, Stalin publicó algunos escritos de gran importancia». En ellos Stalin insistía en que, en ningún caso, podía admitirse la violencia en contra de los campesinos medios, que no se podían confundir los aliados con el enemigo de clase, que había  que tener en cuenta la diversidad de condiciones en las distintas regiones de la URSS y que había  que realizar la colectivización en intima ligazón con las masas. Por ello Stalin afirma que, al crear los koljoses, había  que basarse en la forma del artel (en la cual se colectivizaban los principales medios de producción pero no el terreno alrededor de la casa, las casas de habitación y parte del ganado) respecto a la comuna.

 A pesar de estos errores, el Plan Quinquenal había  determinado, también en la agricultura, una transformación completa de los métodos de producción y de las condiciones de vida de los campesinos. El Parque de Tractores había  pasado de 34.000 tractores en 1929 a 204.000 en 1933. En 1930 había  7 trilladoras; en 1932 había  11.500 En 1930 había  100 talleres de reparación para maquinaria agrícola, en 1932 había  2.000. En 1930 los campesinos podían disponer de 200 camiones, en 1932 de 13.500. Estos resultados se  habían obtenido en una situación de cerco imperialista, creando literalmente desde la nada ramas enteras industriales. Ninguno de estos productos se producían en la URSS antes de 1930.

 Este extraordinario desarrollo económico estuvo acompañado por un gran desarrollo y elevación de las condiciones de vida y culturales de los trabajadores. El salario medio subió de los 991 rublos en 1930 a los 1,519 en 1933 (manteniendo fijos los precios) En toda la industria se adoptó la jornada de 7 horas. El analfabetismo bajó del 33 por 100 al 10 por 100. Los alumnos de las escuelas pasaron de 14 millones a 26 millones. Los niños en guarderías de 800.000 a 6 millones. Los institutos superiores de 91 en 1814 a 600 en 1933. Los cines de 10.000 a 30.000. La tirada de periódicos de 12 millones de copias en 1929, a 36 millones en 1933.

 El triunfo del Plan Quinquenal no fue un triunfo puramente técnico e industrial. Constituyó una gran victoria política del Partido encabezado por Stalin. En la lucha contra la derecha revisionista de Bujarin, la cuestión había  sido precisamente la siguiente: la derecha afirmaba que dado su atraso industrial, Rusia no podía respaldar con máquinas y medios técnicos la colectivización de la agricultura y que al mismo tiempo la agricultura atrasada de Rusia no podía proporcionar a los ciudadanos (a la industria) la producción suficiente para su desarrollo. Este era también el punto de vista de Trotski, el cual veía la única salida en la revolución socialista en los países más desarrollados y en la ayuda por parte de éstos. El Plan Quinquenal, demostró que esto no era cierto y que el control de los principales medios de producción, por parte del proletariado, podía permitir la construcción del socialismo sobre la base de la alianza obrero-campesina. El Plan Quinquenal significó la victoria en la práctica de la línea de la revolución ininterrumpida de Lenin formulada por primera vez en 1905 y en nombre de la cual en 1917 el Partido bolchevique había  realizado la victoriosa insurrección y Revolución de Octubre.

CAPITULO VI 

La II Guerra Mundial

  Los grandes éxitos alcanzados por la Unión Soviética durante el 1er Plan Quinquenal, el constante ascenso de su economía, se había  producido mientras el mundo capitalista se veía sacudido por una de las mayores crisis económicas de su historia. Los índices de la producción industrial de todos los principales países capitalistas descendieron en vertical. El paro, se extendió masivamente.

 En 1933 la crisis se transformó en estancamiento. Después de 1934 hubo cierta reanimación, pero a partir de 1937 aparecieron los primeros síntomas de una nueva crisis económica. Esta crisis era particularmente grave en los Estados Unidos y ya se extendía a Francia e Inglaterra. Menos afectados aparecían los países que  habían procedido a una intensa militarización de su economía (Alemania, Italia, Japón) Pero Stalin preveía que pronto esta crisis se extendería también a estos países:

 ¿Qué significa encarrilar al país por los cauces de la economía de guerra? Significa imprimir a la industria una dirección unilateral, de guerra; extender por todos los medios la producción de artículos necesarios para la guerra, producción que no está relacionada con el consumo de la población; restringir por todos los medios la producción y, sobre todo, el suministro al mercado de artículos de consumo popular; por lo tanto reducir el consumo de la población y llevar al país a una crisis económica». («Informe ante el XVIII Congreso del Comité Central del PC (b)» en «Cuestiones del leninismo» Ed. cit. pág. ó97)  Stalin preveía que:

 «La crisis actual será más dura y será más difícil de combatir que la crisis anterior» porque «la nueva crisis se ha iniciado no después de un florecimiento de la industria, como ocurrió en 1929, sino después de la depresión y de una cierta reanimación, la que, no obstante, no se convirtió en florecimiento» (Ibíd. pág. ó94-5)  Por otra parte la guerra, que estaba a punto de extenderse a escala mundial complicaba extraordinariamente la crisis y la agravaba.

 Mientras el mundo capitalista se debatía en estas contradicciones, la economía de la URSS experimentaba un ascenso incontenible. El segundo Plan Quinquenal, presentado en el XVII Congreso (1934) preveía que la Unión Soviética alcanzaría una producción industrial ocho veces superior a la de antes de la I Guerra Mundial. El segundo Plan preveía una inversión global de 133.000 millones de rublos (en el primer Plan  habían sido 64.000 millones)  En el siguiente Congreso (1938) Stalin pudo anunciar que el volumen de la producción industrial de la URSS se había  casi quintuplicado con respecto a 1929. En el mismo periodo la producción industrial había  bajado en un 28 por 100 en los Estados Unidos en un 30 por 100 en Francia, y en los demás países capitalistas había  permanecido estancada o se había  incrementado ligeramente. La economía soviética había  crecido impetuosamente sin verse afectada por la «gran depresión».

  Con respecto a la preguerra (1913) la producción industrial había crecido en un 900 por 100: los objetivos del Plan habían sido superados. Con respecto al mismo periodo la producción de los Estados Unidos se había incrementado en un 20 por 100, la de Inglaterra en un 13 por 100, la de Alemania en un 31 por 100. La de Francia había bajado en un 7 por 100.

 En la industria el sector socialista había desplazado casi totalmente al sector privado (0,03 por 100 del total) En el XVIII Congreso (10 de marzo de 1939) Stalin afirmaba:

 «La desaparición de la industria privada no puede ser considerada como una casualidad. Sucumbió, ante todo, porque el sistema socialista de la economía es superior comparado con el capitalista. Sucumbió en segundo lugar, porque el sistema socialista de la economía nos dio la posibilidad de reequipar, en el curso de unos cuantos años toda nuestra industrie socialista sobre una base técnica nueva, moderna. Semejante posibilidad no la proporciona ni puede proporcionarla el sistema capitalista de la economía. Es un hecho que, desde el punto de vista de la técnica de la producción, desde el punto de vista del grado de saturación de la producción industrial con nuevos elementos técnicos, nuestra industria ocupa el primer puesto en el mundo» (Ibíd., pág. 708)  Stalin indicaba que, desde el punto de vista de la producción industrial, la URSS estaba por detrás de los países industrializados del Occidente solamente desde el punto de vista de la producción industrial per cápita. Para alcanzarles también en este terreno aún se necesitarían algunos anos.

 En la agricultura se había experimentado un constante incremento de la producción. La superficie sembrada había aumentado en un 30 por 100 con respecto a 1913. El número de tractores había pasado, en el curso del Plan, de 200.000 a 400.000. El número de trilladoras de 25.000 a 600.000. El número de camiones en el campo de 26.000 a 730.000.

 La colectivización de la agricultura había dado un ulterior paso hacia adelante. Los koljoses agrupaban al 93,5 por 100 de todas las familias campesinas. La superficie cerealista cultivada individualmente había bajado al 0,6 por 100.

 Las condiciones de vida y culturales del pueblo habían experimentado una extraordinaria mejoría. El salario medio había subido de 1.500 rublos a 3.500 rublos. Las inversiones del Estado en obras culturales y sociales habían aumentado de 6.000 millones a 35.000 millones. El número de alumnos en las escuelas había aumentado en un 142,6 por 100.

 A partir de 1935 el movimiento stajanovista, que fue esencialmente un movimiento de apropiación de la técnica por parte de la clase obrera, se extendió por todo el país.

 «Observad, en efecto, a los camaradas stajanovistas. ¿Quiénes son estos hombres? Son, principalmente obreros y obreras jóvenes o de mediana edad, hombres preparados desde el punto de vista cultural y técnico, modelos de precisión y de exactitud en el trabajo… Están exentos del conservadurismo y de la rutina de algunos ingenieros técnicos y dirigente de la economía. Marchan audazmente hacia adelante, destruyendo las normas técnicas anticuadas y creando otras nuevas, más avanzadas. Introducen enmiendas en las previsiones de capacidad de las empresas o de los planes económicos establecidos por los dirigentes de nuestra industria. A menudo completan y corrigen a los ingenieros y técnicos. Frecuentemente los instruyen y los empujan hacia adelante, pues son hombres que dominan plenamente la técnica de su ramo y saben hacer que la técnica rinda al máximo de lo que se le puede hacer rendir» («Discurso pronunciado en la 1 Conferencia de stajanovistas» en «Cuestiones del leninismo» Ed: cit. pág. ó15)  En 1939, en el XVIII Congreso, Stalin podía anunciar que las clases explotadoras  habían visto su poderío económico aniquilado y que el socialismo había triunfado en la URSS. Los pueblos de la Unión estaban reunidos alrededor del Gobierno soviético y del Partido Comunista que había acabado con la explotación del hombre por el hombre y que había abierto el camino del bienestar a la inmensa población del viejo imperio zarista. Stalin dijo:

 «He aquí donde reside la base de la solidez del régimen soviético y la fuente de la fuerza inagotable del Poder de los Soviets. Esto significa, entre otras cosas, que en caso de guerra, la retaguardia y el frente de nuestro Ejército, dada su homogeneidad y unidad interior, serán más sólidos que los de cualquier otro país, lo que no deberían olvidar los aficionados extranjeros a los conflictos militares» («Informe ante el XVIII Congreso» Ed. cit. p g. 725)  Uno de los aspectos de la actividad de Stalin que ha sido más atacado y que ha dado lugar al mayor número de calumnias y difamaciones, ha sido su obra de dirigente de la URSS y del Partido Comunista durante la II Guerra Mundial. Como todos saben la guerra mundial terminó con una clamorosa, derrota del nazi fascismo, con la victoria de la URSS (que políticamente salía considerablemente reforzada del conflicto), con una extensión extraordinaria del campo socialista y el reforzamiento del movimiento comunista internacional. Sin embargo un gran número de historiadores se dedican a calumniar o a deformar la obra de Stalin en aquella época. Entre ellos, en primera fila se encuentran los «historiadores» trotskistas para los cuales, en el curso de la II Guerra Mundial la URSS actuó según una lógica completamente nacionalista y chovinista. Más tarde Jruschov, en el curso del XX y del XXII Congreso del PCUS se unió al coro de los calumniadores de Stalin proporcionando una versión alucinante de la actuación de éste en el curso del conflicto, con afirmaciones del tipo de que, «Stalin preparaba las operaciones sobre un mapamundi» e insinuando la idea de que era «un perfecto incapaz en cuestiones militares»; estas calumnias han tenido gran difusión en la URSS y fuera de ella en los últimos años. Según Jruschov la principal «victima» de Stalin y a la vez artífice de la victoria seria Zukov el cuál, sin embargo, en plena «era» jruschoviana escribiría en sus memorias: «Tuve la posibilidad de estudiar a fondo a Stalin como estratega militar, porque hice toda la guerra junto a él. Stalin dominaba los problemas organizativos inherentes a las operaciones de frentes enteros o grupos de frentes y dirigía estas operaciones con pleno conocimiento, porque era competente también en las grandes cuestiones estratégicas. Estas cualidades de Stalin como Comandante Supremo se manifestaron sobre todo a partir de Stalingrado. En la dirección general de la guerra Stalin se apoyaba en su ingenio natural y en su rica intuición, Sabia encontrar el elemento principal de una situación estratégica y basarse en él para resistir al enemigo o para conducir ésta o aquélla operación ofensiva. Está fuera de duda que fue un excelente Comandante Supremo».

 Sin embargo, estas afirmaciones de Zukov (escritas en «una época en la cuál el hablar bien de Stalin no resultaba nada provechoso en la URSS) no se recogen en los escritos de los historiadores burgueses, que citan por otra parte sin recato las tonterías de Jruschov sobre el «mapamundi».

 Recientemente se ha difundido un tercer tipo de deformación de la política staliniana durante la Guerra Mundial: es la de los teóricos «tercermundistas» (nos referimos a los revisionistas chinos) que pretenden, a veces, basarse en Stalin para defender su política chovinista de gran potencia. Para ello presentan la táctica de Stalin en vísperas y durante la guerra bajo un ángulo que en nada se diferencia de la versión trotskista: abandono de toda perspectiva revolucionaria y actuación a remolque de las grandes potencias imperialistas. Como veremos se trata pura y simplemente de burdas calumnias: nos limitaremos aquí a indicar que la oreja trotskista -la intoxicación ideológica trotskista acerca de la cuestión de Stalin-, asoma detrás de las argumentaciones de los revisionistas chinos.

 La política de Stalin en vísperas de la II Guerra Mundial representa en realidad uno de los máximos logros del gran dirigente revolucionario. Para juzgar este aspecto de la dirección política de Stalin deberían ser suficientes los éxitos que al fin y al cabo se alcanzaron. La mayoría de los historiadores burgueses acepta que la actividad política de Stalin en vísperas del conflicto fue absolutamente genial y fue coronada por el éxito. No renuncian, sin embargo, a rodear esta política de cierto halo «maquiavélico» y «sin principios» para desprestigiar a Stalin en el plano de la «moral», para transformarlo todo en un turbio complot.

 En realidad los éxitos de Stalin en esta época se deben sin duda alguna a la aplicación por su parte de una política de principios, es decir, una política basada en criterios científicos marxista-leninistas y movida por el deseo de servir la causa revolucionaria del proletariado.  Stalin supo apreciar desde un primer momento que la guerra que se iba aproximando tenía su origen en las contradicciones ínter imperialistas y en particular en la voluntad expansionista de la Alemania hitleriana cuyo potencial económico y militar requería un nuevo reparto del mundo entre las distintas potencias imperialistas. Stalin supo apreciar también que esta situación encerraba graves peligros para la URSS. Efectivamente la Unión Soviética -el primer país socialista del mundo- constituía, en el marco de las contradicciones a escala mundial, el enemigo de todas las potencias imperialistas; surgía por lo tanto el peligro de que la agresión hitleriana se desencadenara directamente en contra de la URSS, con el beneplácito de los mismos «adversarios» imperialistas de Alemania (las potencias imperialistas occidentales) Por otra parte, éstas, no podían permitir un excesivo reforzamiento de Alemania, ni siquiera a expensas de la Unión Soviética. Pero podían aplazar su intervención en el conflicto hasta el momento en que lo estimaran más oportuno, reservando sus fuerzas, haciendo que el peso de la guerra recayera en primer lugar completamente sobre la URSS, desgastándola, al mismo tiempo que se debilitaría también Alemania.

 Stalin interpretó en este sentido el constante retroceder (hasta 1939) de las potencias occidentales ante el chantaje nazi-fascista. Su opinión era que este retroceder no era producto de la debilidad (como se debía demostrar más tarde, el Occidente era muy fuerte) sino del designio -sobre todo por parte del imperialismo británico- de evitar un conflicto con Alemania antes de que ésta entrara en guerra con la URSS.

 "¿Cómo ha podido ocurrir que los países no agresores que disponen de formidables posibilidades, hayan renunciado tan fácilmente y sin resistencia a sus posiciones y a sus compromisos en favor de los agresores?…

 La causa principal es que la mayoría de los países no agresores, y ante todo Inglaterra y Francia, renuncian a la política de la seguridad colectiva, a la política de resistencia colectiva a los agresores; que pasan a las posiciones de no intervención, a las posiciones de 'neutralidad'". (Informe ante el XVIII Congreso. Ed. cit. pág. 701)  Pero ¿se trataba de una auténtica política de neutralidad? Stalin contestaba que no:

 «En la política de no intervención se trasluce la aspiración, el deseo, de no impedir a los agresores que lleven a cabo su obra funesta; no impedir, por ejemplo, que el Japón se enrede en una guerra contra China, y mejor aún contra la Unión Soviética; no impedir, por ejemplo, que Alemania se hunda en los asuntos europeos, se enrede en una guerra contra la Unión Soviética; hacer que todos los beligerantes se empantanen profundamente en el cieno de la guerra, alentarlos para esto por debajo de cuerda, dejarles que se debiliten y agoten entre si, para luego, cuando ya estén suficientemente quebrantadas, aparecer en la liza con fuerzas frescas, intervenir, claro está, «en interés de la paz»y dictar a los beligerantes, ya debilitados, las condiciones de la paz» (Informe ante el XVIII Congreso págs. 702-3)  La guerra de España, la agresión italiana en contra de Abisinia, la invasión japonesa de China y de Manchuria, la ocupación de Austria. de los Sudetes y por fin la conferencia de Munich y su desarrollo, confirmaron esta afirmación. En una primera fase, Stalin se orientó hacia una alianza de tipo defensivo con Francia e Inglaterra. El objetivo era el de desalentar a Hitler quitándole toda ilusión de poder enfrentarse a sus enemigos por separado. Pero los británicos perseguían justamente el objetivo de un enfrentamiento separado y frontal entre la URSS y la Alemania nazi. Hasta abril de 1939 los soviéticos insistieron en lograr esta alianza. El 17 de abril propusieron a Francia e Inglaterra un pacto de no agresión y de reciproco apoyo. Pero la respuesta inglesa fue inaceptable. Los ingleses pretendían de parte de la URSS una intervención inmediata en el caso de producirse una agresión en contra de Francia y de Inglaterra, pero no aceptaban una actitud correspondiente en el caso de una agresión alemana contra la URSS o en contra de los Estados del Báltico.

 Bajo estas circunstancias y en estas condiciones, un pacto con Francia e Inglaterra, lejos de desalentar a Hitler, le orientaría justamente en dirección de una agresión en contra del país de los Soviets.

 Por ello Stalin acabó inclinándose por un pacto con Alemania. Si la actitud inglesa hacía imposible un frente común entre los países que constituían el blanco potencial de las miras expansionistas alemanas, había que evitar que la URSS se convirtiera en el primer objetivo de la agresión nazi. Stalin entendió inmediatamente que este objetivo era alcanzable porque Alemania, que se encontraba cercada, no podía no valorar positivamente el ofrecimiento de la URSS; Hitler, además, presionaba sobre Polonia, y tenía interés en que la URSS mantuviera una actitud neutral.

 Este fue, muy en resumen, el trasfondo del pacto Von Ribbentrop-Molotov. Y este pacto precisamente ha dado origen a un sin fin de interpretaciones calumniosas y de falsas «teorizaciones».

 En su apreciación de las circunstancias Stalin se basó en un análisis de clase marxista-leninista. En primer lugar supo valorar a los adversarios de la URSS por lo que eran: potencias imperialistas agresivas. Stalin rehuyó cualquier análisis mecanicista y en su apreciación no se encuentra rasgo alguno de las brumosas y confusas teorías acerca del supuesto «ascenso» o «descenso» de éste o aquél imperialista como lo hacen hoy los revisionistas chinos. Stalin sabía muy bien que el conflicto que se acercaba podía asumir formas distintas y que no podía formularse una previsión exacta sobre «quién atacaría a quién». Por ello no encerró la política exterior de la URSS en un molde estrecho, basado en ideas preconcebidas sobre el desarrollo de los acontecimientos futuros. Su preocupación primordial fue: 1) mantener a la URSS al margen del conflicto, si ello resultaba factible; 2) hacer que la URSS, en caso de verse implicada en la guerra, interviniera en las mejores condiciones posibles.

 El segundo punto implicaba la necesidad de «ganar tiempo» y la idea de evitar el aislamiento de la URSS y, sobre todo, su intervención en la guerra en una situación de inferioridad y sin aliados.

 Para lograr estos objetivos, debido a la naturaleza de clases del enemigo y de los potenciales aliados, había que mantener la absoluta independencia de acción de la política soviética, adaptándola al desarrollo de los acontecimientos.

 Aunque Stalin sabia que Alemania representaba el principal peligro de agresión en contra de su país, entendió perfectamente que las contradicciones entre la URSS y Alemania eran de naturaleza distinta de las contradicciones entre Alemania y los demás países imperialistas; por ello jamás consideró a las potencias occidentales como aliados «naturales» de la URSS y supo crear las condiciones de la alianza con espíritu táctico, sacando todas las ventajas posibles a partir de una postura independiente, sin encajonarse en una «alianza» predeterminada que muy probablemente le hubiera dejado solo frente al enemigo.

 La política de la URSS antes del conflicto fue sobre todo una política de paz. Stalin, hizo todo lo posible por evitar la guerra en primer lugar y para mantener a la URSS al margen de la misma. Esta fue la base de la actitud independiente de la URSS, pues la URSS fue el único país que trabajó activamente para evitar la masacre. Por ello la política de la URSS no se confundió en ningún momento con la de ningún país imperialista. Basándose en esta posición de principio y manteniéndola hasta el final, Stalin supo sacar de ella todas las ventajas tácticas, valorando todas las posibilidades de maniobra que esta posición independiente le proporcionaba. Pero, sobre todo, Stalin jamás perdió de vista la perspectiva revolucionaria, el hecho de que la política de la URSS se situaba en el marco más amplio de la revolución mundial socialista y de las necesidades del movimiento comunista internacional. Esta posición la mantuvo antes y durante la guerra.

 La mayor parte de los historiadores burgueses (en primer lugar los trotskistas) sostienen la tesis de que Stalin en esta época abandonó por completo la perspectiva de las necesidades de la revolución mundial para escoger una línea de actuación completamente chovinista. Según ellos el movimiento comunista internacional fue sacrificado frente a las necesidades de la política de Estado de la URSS. Esta versión está en completa contradicción con los hechos. De todos es sabido que el movimiento comunista salió extraordinariamente reforzado del conflicto mundial. Su posición y desarrollo después de la guerra no puede ni lejanamente compararse con la situación de antes del conflicto.

 Algunos escritores hablan de la «inexplicable» popularidad de Stalin entre los comunistas del mundo entero en un momento en que los «abandonaba». Pero hay una explicación muy sencilla de ello: en realidad jamás se produjo tal «abandono». Lo cierto es que la II Guerra Mundial fue acompañada por un desarrollo sin precedentes del movimiento revolucionario dirigido por los comunistas. El eje de este proceso consistió en la participación en primera línea de los comunistas en los movimientos de liberación y democráticos que se desarrollaron en el marco del conflicto, sobre todo en Europa y en Asía.

Esta participación de los comunistas en primera línea, verdadera posición dirigente y de vanguardia, fue preparada por toda la política de los Frentes Populares y por la actividad de la Internacional Comunista. Los partidos comunistas de los diferentes países se convirtieron, ya antes de que estallara el conflicto mundial, en los principales animadores de la resistencia al fascismo en el frente interno y en un poderoso respaldo de la política de paz de la Unión Soviética. Cuando los Ejércitos de las potencias del Eje invadieron países de Europa, Asía y África, los partidos comunistas se convirtieron en los principales abanderados de la lucha por la democracia y por la resistencia nacional. Esta fue la línea seguida también de cara a nuestra guerra nacional revolucionaria en contra de la rebelión franquista. La URSS por su parte apoyó al Gobierno republicano en el plano material y en el plano político, y la Internacional Comunista envió a sus mejores hijos a luchar en nuestras trincheras.

 En realidad Stalin supo, en vísperas y durante la II Guerra Mundial, combinar eficazmente las necesidades de la defensa de la URSS (el primer y hasta entonces único país socialista) con los intereses del movimiento revolucionario internacional. La prueba está en las justas posiciones de principio que siempre mantuvo y en los resultados prácticos que acabó por alcanzar.

 El 21 de junio de 1941 Alemania atacó por sorpresa a la URSS. El pacto de no agresión había permitido a la Unión Soviética ganar algunos meses para reforzarse militarmente y, sobre todo, había creado las condiciones para que Alemania entrara en guerra con Francia e Inglaterra antes de atacar a la URSS. Pero la extensión del conflicto hacia el Este se había hecho prácticamente inevitable. Francia se había desplomado de manera asombrosamente rápida ante las divisiones hitlerianas. No existió prácticamente un frente occidental. Según parece, Hitler llegó a la conclusión de que había que aprovechar el momento favorable para «acabar» con la URSS antes de que la apertura de un frente en el Oeste, por parte de los norteamericanos e ingleses, le atara definitivamente las manos.

 Jruschov en el XX Congreso acusó a Stalin de haber dejado a la URSS sin defensas adecuadas ante unos claros síntomas de agresión por parte de Alemania y de no haber previsto el ataque. Esto no es cierto. A primeros de mayo Stalin sustituyó a Molotov como Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Oficialmente se explicó que Molotov estaba sobrecargado de trabajo, pero era evidente que también Stalin lo estaba. Efectivamente, había síntomas de una actitud distinta de Alemania hacia la URSS. En primer lugar la «fuga» de Herman Hesse a Londres que podía interpretarse como un «cable» lanzado por los alemanes a los ingleses. Al respecto se lanzaron un sin fin de rumores que fueron recogidos par la prensa y por los servicios de información. Pero, justamente, Stalin se mantuvo extraordinariamente cauteloso ante tales rumores. En realidad, desde el comienzo de la guerra, los ingleses difundieron cuanto antes toda clase de falsas noticias para provocar ese enfrentamiento entre Alemania y la URSS que constituía el objetivo de su política exterior desde hacia varios años. Jruschov, en su famoso «informe secreto», habla de que se capturó a éste o aquél desertor, que el tal desertor dijo que se iba a producir un ataque, etc. Es absolutamente ridículo pensar que las decisiones del Gobierno soviético pudieran basarse sobre tales hechos. En realidad Stalin actuó muy correctamente resistiéndose a movilizar al Ejército Rojo hasta el momento de la evidencia de la agresión: sabía muy bien que la movilización significaba la guerra y no quería verse envuelto en la misma como resultado de una trampa británica.

 En realidad, desde el comienzo del conflicto, Stalin mantuvo una actitud totalmente coherente: siempre se esforzó por basarse en los factores permanentes de fuerza que estaban del lado de la URSS y dejó en un segundo plano (aún sin perderlos de vista) los aspectos circunstanciales y secundarios. Su actitud de evitar a toda costa asumir la iniciativa de la guerra fue una decisión acertada pero difícil y que supuso pagar un precio muy alto: la pérdida de la iniciativa en la primera fase del conflicto. Las tropas alemanas, con su ataque traicionero y por sorpresa, lograron penetrar profundamente en el territorio soviético.

 El 3 de julio Stalin habló por radio a los pueblos de la URSS. Sus primeras palabras fueron, al mismo tiempo, solemnes y emocionadas: «Hermanos, hermanas, me dirijo a vosotros amigos míos». Pidió al pueblo que se mantuviera unido alrededor del Partido. Volvió a reiterar las razones del pacto con Alemania, resaltó que a través del mismo se había ganado año y medio y agradeció el ofrecimiento de ayuda por parte de ingleses y norteamericanos. Luego pasó a analizar la situación en el frente.

 Stalin no ocultó en absoluto las dificultades de la situación y las graves pérdidas sufridas. Grandes extensiones de la URSS se encontraban ocupadas por el enemigo. Numerosas ciudades  habían sido bombardeadas. Pero no había que desanimarse. Los alemanes habían atacado de improviso y no había que olvidar que se encontraban en pie de guerra desde hacia dos años. El Ejército Rojo, en el momento del ataque, aún no había sido movilizado. A continuación lanzó sus primeras directrices al pueblo de cara a la resistencia: había que formar la milicia popular en las ciudades amenazadas, hacía falta «formar grupos guerrilleros, a caballo, a pie, crear grupos de combate para luchar contra las unidades enemigas, para desencadenar en todas partes la guerra de guerrillas, para volar los puentes, las carreteras, para interrumpir las comunicaciones telefónicas y telegráficas, para incendiar los bosques, los almacenes…»  Con su primer discurso Stalin llamaba al pueblo de la URSS a sumarse a la guerra, instándole a que hiciera «tierra quemada» de la retaguardia del enemigo. Desde el primer momento Stalin consideraba al pueblo como el primero y fundamental factor de la victoria.

 Muchos observadores, más tarde, han destacado las analogías entre la táctica adoptada por Stalin en la primera fase del conflicto y la que había empleado más de un siglo antes Kuzutov para hacer frente a la invasión napoleónica. Stalin, efectivamente, supo aprovechar el que el enemigo se viera cada vez más alejado de sus fuentes principales de abastecimiento.

 Los alemanes al adentrarse cada vez más en el territorio enemigo, se enfrentaban en la retaguardia con la hostilidad y a menudo con la resistencia abierta de la población local. Como veremos, Stalin supo aprovechar también los factores climatológicos (el invierno ruso) para la contraofensiva en los alrededores de Moscú. Sin embargo en los años de 1941-42 el papel de estos factores no fue el mismo que en el siglo pasado.

 La guerra en curso era una guerra moderna, en la cuál participaban Ejércitos mucho más numerosos. La tecnología reducía las distancias, y algunos factores que en el pasado  habían sido decisivos, ya no lo eran. Por ello el Ejército Rojo no pudo limitarse a una simple retirada sino que tuvo que aplicar una táctica de defensa activa, librando encarnizados combates, esforzándose por inflingir el mayor número de pérdidas y de bajas al enemigo, retirándose, pero defendiéndose ininterrumpidamente.

 Esta retirada basada en la defensa activa desgastó al enemigo hasta que en las puertas de Moscú se dieron las condiciones para la contraofensiva. Jruschov se ha esforzado por desfigurar esta fase de la guerra, presentándola como una especie de desastre militar, causado por los «errores» de Stalin, y tratando de separar mecánicamente la primera fase del conflicto de la segunda.

 Algunos comentaristas insisten en presentarnos a un Stalin casi «aterrorizado» por el desarrollo de los acontecimientos.

 La táctica seguida en la primera fase de la guerra había sido dictada, según ellos, por un desesperado y casi irracional deseo de impedir el avance del enemigo. Se habla a menudo de una tozuda y ciega hostilidad de Stalin contra cualquier forma de «retirada estratégica». En realidad Stalin sabía valorar las condiciones de la guerra moderna y temía un avance demasiado rápido y sin resistencias del enemigo.

 Pero en sus discursos de esta época se aprecia una lúcida conciencia de que el avance enemigo en las condiciones en que se realizaba iba creando para los alemanes problemas cada vez más insolubles.

 La encarnizada resistencia del Ejército Rojo iba impidiendo a los alemanes utilizar su táctica favorita basada en los planes-horario y en la guerra relámpago. El factor sorpresa, que había constituido el elemento principal de sus primeros éxitos iba perdiendo cada vez más eficacia.

 Otros factores iban pasando a un primer plano: la solidez de la retaguardia, el número de divisiones y su armamento, la capacidad de los mandos y el espíritu de las tropas.

 Por otra parte, Stalin sabía perfectamente analizar todo el conjunto de factores que determinaban, por encima de los éxitos parciales logrados por los alemanes, una evolución de la guerra favorable a la URSS.

 El 7 de noviembre de 1941 Stalin había pronunciado un importante discurso en el desfile militar con ocasión del aniversario de la Revolución de Octubre. El desfile tenía lugar con la capital prácticamente sitiada por el enemigo, y su celebración constituía a la vez un desafío y una gran prueba de firmeza y de serenidad. El día anterior una importantísima reunión, presidida por Stalin, del Consejo de la Capital había tenido lugar en el ferrocarril subterráneo. Stalin, a pesar de la amenaza del enemigo, se había negado a que el Gobierno abandonara la ciudad (solamente el Cuerpo diplomático había dejado Moscú.)  Según su costumbre, Stalin no ocultó las dificultades del momento. Dijo claramente que la situación era gravísima y que gran parte del territorio de la URSS había sido ocupado por el enemigo. Sin embargo, añadía, la situación era favorable. El enemigo, a medida que avanzaba en el territorio soviético se alejaba de sus propias bases. En estas circunstancias la acción de los guerrilleros se convertía en un factor de primera importancia. Un segundo factor estaba constituido por el hecho de que el imperialismo no había logrado fraguar una «santa alianza» en contra de la URSS. Además, el régimen soviético había demostrado ser interiormente sólido y tenía el apoyo de la abrumadora mayoría del pueblo. Existían además otros factores, políticos y morales. La ideología nazi, por su carácter corrompido y decadente, constituía un elemento de debilidad del enemigo. Los nazi-fascistas, en todos los territorios ocupados, se  habían abandonado a actos de un salvajismo monstruoso. Un colosal movimiento de resistencia armada iba surgiendo en todos los países de Europa: «solamente los tontos hitlerianos no logran entender que los pueblos esclavizados de Europa lucharán y se sublevarán en contra de la tiranía hitleriana». En último lugar Stalin mencionaba la coalición militar en contra del imperialismo alemán.

 Como se ve, Stalin estaba lejos de encontrarse a remolque de los acontecimientos. Por el contrario mantenía intacta su extraordinaria capacidad de analizar los acontecimientos en profundidad, de sintetizar los aspectos esenciales de la situación, relegando a un segundo plano lo accesorio. En particular siempre colocó en un primer plano lo político y lo ideológico, y jamás consideró la guerra como un asunto puramente militar. Por ello incluso en una fase en que el Ejército Rojo sufría graves reveses, es decir, en una fase en que las cosas, en el plano militar, no marchaban de manera satisfactoria, jamás perdió la confianza en la victoria final, porque sabía que el esfuerzo bélico que su país estaba soportando estaba respaldado por una justa política y por una ideología revolucionaria.

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