Descargar

Municipio de Cuaspud – Carlosama (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9

Los Protopastos nos dejaron ver su versatilidad e ingenio en la elaboración de piezas, que van desde simples vasijas y copas hasta elaboradas representaciones de jarros-estatuillas, con esfinges antropomórficas-zoomórficas de caciques y coqueros, copas atlánteas, jarras y ocarinas, lo mismo que pinturas de la vida de los Pastos sobre platos de fina cerámica y ornamentales en oro y tumbaga, con esfinges de los dioses Protopastos como el sol, la luna y algunos animales, especialmente monos del Valle del Guamuez y todo el alto Putumayo.

Según los mitos y tradiciones de los aborígenes de la región oriental del Guáytara, estos llegaron atravesando la Cordillera Central. Estudios realizados por Gonzalo Correal determinan que todas las tribus de las partes altas de la cordillera llegaron viajando desde la Sabana de Santafé de Bogotá en un periodo de 3 mil años. De esta explicación se desprende la comprensión de su lengua Pasto con raíces Chibchoide-Kamza.

Los Chibchas experimentaron el cultivo del maíz en la selva amazónica y después de fracasar con sus débiles semillas llegaron hasta esta región. Las otras tribus que llegaron de la Costa Pacífica se asentaron a orillas del río Guáytara y sus afluentes y plantaron sus semillas de maíz mejoradas en el Ecuador. Los que llegaron de la Amazonía pronto abandonaron el cultivo de raíces como la yuca y lo cambiaron por el de tallos, también importados del sur. En la altiplanicie recibieron la influencia de los grupos tribales del Ecuador, especialmente de la cultura Valdivia, Machalilla y Jama-Coaque, transmitida por sus vecinos de Caranques. En estas nuevas tierras cultivaron papas, ullocos, ocas, mashua y quinua. Criaron llamas de donde sacaron la lana para los tejidos y los cuyes que eran la única fuente de proteínas de animal, puesto que los ríos y lagunas no tenían peces. Los cronistas españoles aseguran que a los Pastos no les gustaba comer carne y cuando se les ofrecía cerraban fuertemente los dientes; en cambio a sus vecinos los quillacingas, asentados en el Valle de Atriz, les gustaba tanto la carne que eran capaces de comerla en descomposición.

Habitaban en bohíos redondos hechos en barro y madera, en poblados que llegaron a tener hasta cien casas, distribuidos en todo el altiplano desde Funes hasta Pimampiro en el Ecuador, según los pozos funerarios y las observaciones de Pedro Cieza de León entre 1.546 y 1.547, quien inicialmente no nombra a Carlosama pero posteriormente enumera los pueblos de los Pastos, así: Yascual, Mallama, Túquerres, Sapuyes, Iles, Gualmatán, Funes, Males, Ipiales, Pupiales, Turca, Cumbas, Puerres, Comichala, Tiscuas, Carlusania, Chunga, Yapueta, Yarabal, Putisnán, Capuis, Pastas, Nastar, Potosí, Guaytarilla, Ymués, Ancuya, Calcan, Guacha Ocal, Mullamaz, Chapal comprendía cuatro poblados que en el segundo censo de 1570 se identificaron como Chapal 1, Chapal 2, o Puerres, Chapal 3 o Canchala y Chapal 4 o Tescual.

Los primeros Protopastos pertenecientes al Complejo Cultural Piartal fueron prósperos según los hallazgos de bellas piezas de oro en las veredas de Miraflores y Las Cruces. Pero, cuando a la prosperidad le siguen la profusión de hijos, el lujo, el derroche y el sedentarismo, viene la decadencia. Parece que esta cultura no escapó a esta razón sufrida por otros pueblos del mundo y es por esto que a la llegada de los españoles los nativos aparentemente no tenían oro.

Los portadores de la cerámica Capullí tenían especial veneración por la coca según revelan documentos arqueológicos de cerámica enterrados a profundidades hasta de 40 metros, se descubrieron y aún se siguen descubriendo jarros con esfinge de coqueros con adornos de orejeras y narigueras en oro de buena ley.

Según los pozos funerarios, los censos y descripciones de cronistas, las familias más numerosas de los andes nariñenses y de los Pastos fueron los de Ipiales y Pupiales.

Al parecer la convivencia de estos grupos fue pacífica. Tuvieron magnificas relaciones de intercambio comercial con los nativos de la costa Pacífica, prueba de ello son las numerosas piezas de cerámica de la Cultura Tumaco encontradas en pozos funerarios de los Protopastos. Comerciaron la sal, las mantas, el algodón y la hoja de coca en las poblaciones vecinas de Esmeraldas y Pimampiro. Los comerciantes recibieron el nombre de Mindalaes y sus cuentas se rindieron al cacique de su poblado. Estos utilizaron los collares de huesos y de trozos pequeños de conchas marinas, insertados en finos hilos de lana de llama para la contabilidad; sus comidas las condimentaron con ají y sal, que guardaron con mucha reserva cuando llegaron los europeos; se situaron junto a las lagunas, pero no para obtener pesca o caza de animales, sino para obtener el agua y admirar las aves viajeras y otros animales que dibujaron en la cerámica y telares. Las lagunas y ríos pequeños carecían de peces, según han confirmado los cronistas. La agricultura los ocupaba tan solo 90 días al año y el resto de tiempo lo ocupaban en actividades sociales intelectivas como las meditaciones sobre la muerte, la organización de los gobiernos, la educación familiar sobre valores, como la solidaridad por medio de "mingas", la libertad y la conciencia ecológica. Solidaridad-libertad-conciencia ecológica, constituyeron la significación de hombre y la realización como personas.

La danza primitiva tenía dimensiones ceremoniales religiosas que les permitió desarrollar la inteligencia o malicia indígena, tan reconocida por nacionales y extranjeros. Un ejemplo que ha llegado hasta nuestros días es la danza de Males.

Seguramente, a causa de su alimentación vegetariana no desarrollaron gran estatura, tan solo promediaban 1,35 metros. Eran más bajos de talla que sus vecinos quillacingas, inclusive en el siglo XIX no pasaban de 1,40 metros, tal como describe la ficha militar del Coronel Agustín Agualongo.

El gobierno de la tribu lo ejercía el soldado más astuto y valeroso, otras veces el más belicoso o también el más simpático con los miembros de la tribu. Después de la invasión de los españoles, los gobiernos se ejercieron por herencia, al estilo de los monarcas. El heredero era el primogénito y en caso de muerte o de no existir el cacicazgo lo ejercía la mujer primogénita. La mujer llevaba el apelativo de la medre y el hombre el del padre. De igual manera, se cambió la costumbre de regalar mantas al cacique el día de la posesión, por el bastón de mando que actualmente usan los caciques y gobernadores de los cabildos. Los pueblos eran confederados, es decir, cada tribu tenía autonomía y no dependía de un poder central de la nación de los Pastos.

Los Pastos creían en otra vida después de la muerte y por esta razón tenían preocupación por conseguir el ajuar funerario: el de los caciques era costoso, por que se utilizó lana de vicuña. Algunos de los señores o caciques se enterraban con sus sirvientas e inclusive con las de otros caciques amigos; cuando algunos cronistas informaron que se enterraban hasta con veinte sirvientas parecía exagerado, pero hoy se tiene seguridad, por la cantidad de esqueletos encontrados en sus tumbas funerarias.

Las tumbas funerarias las construían desde su bohío y por el sitio donde estaba el fogón, con profundidades hasta de 40 metros, si el cacique era principal, o hasta de dos metros si el difunto no pertenecía a ningún rango.

Es claro que en materia de costumbres los Cuaspudes repartían las tierras por parcelas a lo jefes, pero sin autorizarles dominio propio. Al morir los caciques eran enterrados con todo aquello que alcanzaban a fabricar, esto se prueba con los hallazgos líticos en arcilla labrada encontrados en excavaciones verificadas en el sector de Macas y en la vereda Chautalá.

En materia de religión, tanto los pastos como los quillacingas fueron demoniólatras, aunque en los círculos de cultura agrario-matriarcal, totémico-patriarcal y terciarias rindieron culto al sol, al agua, a la rana, a la serpiente, al mono, y a otros animales y elementos.

Hablando de unos y de otros, Cieza de León dice: "No tienen templo ni creencia. Los quillacingas hablan con el demonio que se les aparece (según ellos dicen) espantables, temeroso y les hace entender que han de tomar a resucitar en un gran reino que él tiene aparejado para ellos".

El totemismo o sea la veneración de ciertos animales y elementos con los cuales ellos se creían estrechamente aparentados, fue de larga práctica entre ellos. Además del tótem principal o de toda la tribu, cada familia tenía uno especial del cual tomaba el nombre y al cual consideraba como su más bondadoso protector.

Los principales animales totémicos de los pastos y de los quillacingas fueron el mono, la rana y la serpiente, cuyas figuras estilizadas plasmaban en sus lucientes cerámicas o grababan en las duras rocas, junto a los ríos, a las orillas de las lagunas o en los alrededores de las fuentes, el mono se halla representado en diversas actitudes, pero siempre con la cola entorchada. La rana, por una línea vertical cortada en el lugar de las extremidades por dos líneas horizontales. La serpiente por una línea espiral.

Tanto al demonio como a los animales y demás elementos totémicos se les rindieron culto permanente, el cual en ocasiones llegó hasta los sacrificios humanos, como fue de usanza en todos los pueblos primitivos.

En fuerza de sus ideas religiosas, los pastos y los quillacingas tenían un concepto avanzado sobre la inmortalidad del alma. Pues unos y otros, en testimonio de Cieza de León, creían que después de la muerte irían a vivir en otras partes alegres y deleitosas. Creían también en la reencarnación totémica. Por otra parte, sus ritos funerarios eran una confesión explícita de la inmortalidad del alma. Los quillacingas, por ejemplo, cavaban grandes y profundas sepulturas para sus muertos. Metían en ellas a los difuntos con todos sus haberes y teneres, menaje y viandas necesarias para el largo camino y, muchas veces copia de gente para presentarse, como ellos pensaban, con grande autoridad en el otro mundo. Cuando el difunto era señor principal, no solamente se sepultaban con él las mujeres e indias de su servicio, sino que también los parientes y amigos rendían postrer homenaje a la sangre y a la amistad, aportando cada uno dos o tres de las propias mujeres, a las cuales previamente embriagaban con chicha. De suerte, que concluye el cronista, ninguno de estos bárbaros muere que no lleve 20 personas arriba en su compañía.

Idénticos eran los ritos funerarios de los pastos con añadidura de que estos lloraban a sus muertos durante varios días.

En cuanto a la vestimenta, los pastos las confeccionaban de yerbas y de cortezas de árboles; el algodón apenas les fue conocido. Las mujeres usaban dos mantas, una angosta a manera de costal con la que se cubrían los senos hasta las rodillas, y otra pequeña encima, en forma de lo que comúnmente se llamaba rebozo. Los indios se cubrían con una manta de cuatro varas de largo, con la cual se daban la vuelta por la cintura y otra por la garganta, colocándose una extremidad sobre la cabeza.

Los quillacingas usaban maures y además una manta de algodón cosida, ancha y abierta por los lados. Estos fueron antropófagos; en cambio, los pastos no. De armas no tuvieron sino piedras y palos, lanzas muy pocas y mal hechas, como lo dijimos antes, citando a Cieza de León.

Del idioma de los pastos y de los quillacingas no tenemos, por desgracia, otro rastro y huella que la mescolanza muda y, a veces, torpemente profanada de topónimos y onomásticos. Del idioma de los quillacingas conocemos tres palabras, con beneficio de inventario: minchina, visás, viko que se traducen por carne, cabeza y corazón. Del idioma de los pastos solamente una, que en feliz oportunidad descubrimos en un documento del siglo 17 de la Notaría No. 1 de Ipiales: iscualquer, que quiere decir llano de lombrices, y que fue el gran nombre de un lugar cercano a Pupiales.

Habida cuenta de los nombres geográficos y de los apellidos que restan todavía en los territorios ocupados por los pastos y los quillacingas se puede establecer con toda certeza que la desinencia característica del idioma quillacinga es OY, como Anganoy, Patascoy, Navisoy, Chindoy, etc. Algunos en INO, como Tajumbino, Pejendino, Mocondino, etec.

Son peculiares del idioma de los pastos las terminaciones QUER, BI, LES, con el significado, respectivamente, de llano, agua y quizá pueblo para la tercera.[14]

4.1.2. La ocupación Incaica

En 1.538 a poco de la conquista, estas tierras eran jurisdicción del Obispado del Cuzco y de la vicaría del Marqués Francisco Pizarro en los dominios de las provincias de Quito y Quillacinga.

Según las narraciones de Mateo Yupanqui (memorizador del Imperio Inca), hechas al clérigo Miguel Cabello de Balboa, los Incas pocos años antes de llegar los españoles estaban en un periodo expansionista: querían llegar hasta los confines de América. En este proyecto llegaron por el camino del sol desde el sur e invadieron estas regiones con el ánimo de dilatar sus dominios e imponer sus costumbres y leyes a los Pastos, como lo hicieron con otros pueblos de América. Tan solo lograron en parte su propósito: dominaron a los Pastos del lado ecuatoriano, pero no pudieron en esta zona, al norte de Rumichaca, debido a la gran resistencia planteada por estas tribus numerosas, que unidas con los Quillacingas, conformaron un gran ejército, capaz de derrotar al ya disminuido ejército inca que por mucho tiempo venía combatiendo de sur a norte. Estos se conformaron con establecer puestos de avanzadas militares por el lado de la cordillera central, o "camino de la montaña" como lo llamaban. En este camino se encontraban pueblos menores como Potosí, Males, Tescual, Canchala, Puerres, Chapal y Funes. Cabello de Balboa y Cieza de León recibieron información de los Incas y los puestos de avanzada en los pueblos de Funes y Chapal (hoy corresponden a Chitarrán de Funes y Puerres). Finalmente, cansado de esperar, el mismo Huayna Capac huyó por la vía de la montaña hasta Funes y de allí, siguiendo el curso del río Guáytara, hasta Barbacoas y el Océano Pacífico hasta llegar al Perú, según datos que han sido confirmados por John Murra, Cristóbal de Molina y Gracilaso de la Vega.[15]

A propósito de la ocupación incásica, se encuentra consignado un artículo de Ignacio Rodríguez Guerrero conocido con el nombre de Perfiles Nariñenses de Antaño, en el número 6 de la Revista Cultura Nariñense de Diciembre de 1.968 y que lleva el nombre de Capusigra y Tamasagra que creo merece ser reproducido en este trabajo:

CAPUSIGRA Y TAMASAGRA

Fama de bravos y altivos tuvieron siempre los habitantes de estas comarcas del Sur de Colombia, circunscritas al septentrión del Carchi, al mediodía del Mayo y extendidas de levante a poniente, desde las selvas amazónicas, pobladas de leyendas, hasta las mudas y tenebrosas soledades del mar que descubrió Balboa, donde la fantasía calenturienta de los primitivos conquistadores puso la morada de las Gorgonas.

La guerra magna está tachonada de episodios que acreditan aquella verdad. Pero en todo tiempo hubo entre nosotros gente que llevaron el valor a un grado superlativo, más allá de lo heróico. Y no solo después del encuentro de Europa con el Nuevo Mundo, a través de la heroisísima España, a fines del siglo XV y comienzos del siguiente, sino antes del descubrimiento, en plena época precolombina, como lo comprueban los pocos datos que la historia ha logrado conservar a este respecto.

Sabido es que siglos antes de que Colón realizara su hazaña sin segundo y que los portugueses circunvalaran la tierra, floreció en el llamado Nuevo Mundo una civilización de excepcional pujanza, cuya característica primordial consiste en el combativo imperialismo de que hizo gala, extendiendo su territorio desde el Cuzco, circuido de montañas inaccesibles, hasta el norte del país de los araucanos y el sur del actual departamento del Huila – sede de la misteriosa civilización agustiniana – que equivale a medio continente sudamericano.

Guayna-Cápac, conquistador del reino de Quito, no satisfecho con tal conquista, quiso seguir adelante, para lo cual tomo consejo de sus más expertos capitanes, suceso en el que a decir del Padre Bernabé Cobo, cronista del siglo XVII, hubo diversos pareceres. "Pero la última resolución -escribe el historiador- fue que se emprendiese la conquista de Pasto y demás provincias que desde allí corren para el Nuevo Reino de Granada…"

Bastaría atenerse a los resultados conseguidos por la acción bélica de los incas, en la segunda mitad del siglo XV, para advertir, sin más averiguaciones, que se ejército era por entonces el más poderoso del Continente y, sin duda, uno de los más numerosos y mejor organizados del mundo en esa época. No se trataba de montoneras armadas, sin preparación suficiente ni disciplina técnicamente organizada, sino de todo lo contrario. Múltiples testimonios históricos así lo acreditan. Bastaría recordar a tal propósito lo que al respecto consignan el Inca Gracilazo de la Vega en sus Comentarios Reales y el Padre Juan de Velasco, jesuita ecuatoriano, en su Historia del Reino de Quito, las dos fuentes más antiguas y autorizadas al respecto.

Es sorprendente. Pero leyendo la moderna obra de Walter Goerlitz sobre El Estado Mayor Alemán respecto de la guerra preventiva, planes de campaña y organización de la formidable maquinaria bélica germana, se encuentran numerosos puntos de contacto entre esta y la del ejército incásico en los días que precedieron al descubrimiento de América. Lo cual no es extraño si no echamos en el olvido los avances que en su organización político-social y en las realizaciones de la ingeniería vial por ejemplo, ejecutaron los incas peruanos, para admiración y pasmo de la posteridad y sorpresa no disimulada de viajeros ilustres que tales cosas conocieron, siglos después de ejecutadas, como el sabio varón de Humboldt, como es de todos conocido.

Resuelta, pues, por Guayna-Cápac, la conquista de pastos, quillacingas y demás pueblos situados al septentrión de Quito, se encomendó la arriesgada empresa a cuatro de los más avezados generales cuzqueños. Mollo-Covana, Mollo-Pucara, Apu-Cavac-Cavana y Apu-Cumti-Mullu, y al aguerrido capitán Auqui-Tuma, que se decía del linaje de Viracocha-Inca y quien comandaba dos mil caballeros orejones del Cuzco, flor y nata del ejército que por su fidelidad y bravura evocan las virtudes de la guardia imperial napoleónica.

Fray Bartolomé de las Casas, en su Apologética Historia de las Indias narra extensamente no solo los prolijos preparativos bélicos de los incas, sino la organización militar de sus compañías y la formación de éstas para los combates. Ocupaban la vanguardia los honderos muy diestros en el arte que permitió a David dar al traste con Goliat; les seguían los flecheros con sus arcos, los lanceros con sus lanzas y rodelas, y, en último término, la infantería o grueso de las tropas, armadas con mortíferas porras de piedra horadada, y de metal o cobre, de forma estrellada, para hender la cabeza de los adversarios. "Traían eso mesmo -añade el puntual historiador dominico- unas hachuelas pequeñas como de armas, al otro lado, las cuales se ataban a las muñecas con ciertas manijas de cuerda como fiadores, porque no se les soltasen peleando, con un astil como de tres palmos, y con estas se hacían grade daño y cortábanse las cabezas como con una espada…"

Al frente de las tropas conquistadoras, como supremo comandante del ejército, y, en cierto modo, como representante de la autoridad imperial, Huayna-Cápac puso a su hermano, el general príncipe Auqui-Toma, con arrestos y ambiciones del caudillo, quien con un golpe de gente no inferior a cincuenta mil hombres -la cuarta parte, aproximadamente, de los efectivos que fueron necesarios para sojuzgar, en tiempos anteriores, el Reino de Quito- hizo una lenta movilización hacia la frontera del país de los Pastos, que lo era el río Carchi.

Espías y exploradores previamente destacados hacia tales comarcas, habían oportunamente informado a sus generales de sus características geográficas y de la índole indomable de sus pobladores. Por la cual Auqui-Toma resolvió acampar en Huaca, fijando en este sitio su cuartel general.

Cieza de León, en su Crónica del Perú declara que los generales incas no quisieron aventurarse en territorio enemigo sin haber fortificado la frontera del imperio, al Sur de Angasmayo, erigiendo fortalezas, "de donde daban guerra a los pastos y salían a la conquista de ellos", como refiere el cronista en su añejo estilo castellano. Buena prueba del tacto y prudencia militar de los caudillos de Huayna-Cápac, por una parte, y de la indudable bravura e intrepidez de los pastusos y quillacingas, por otra.

El primer encuentro de armas entre el grueso de las tropas incásicas y de las guerrillas estratégicamente organizadas por los aborígenes de estas comarcas actualmente nariñenses, tuvo lugar en las breñas del Carchi, con tanto ímpetu que los peruanos cejaron en la acometida, a tal punto que en grupos numerosos empezaron a desertar camino de Quito y del Cuzco. Indignado de ello Auqui-Toma, decide aplicar ejemplar castigo en los desertores y acuerda construir, al otro lado de la orilla septentrional del Angasmayu, una fortaleza para ser ocupada por guarniciones fieles y probadas, que impidiesen las deserciones.

Pronto se recuperan las tropas conquistadoras, y en tres grandes columnas avanzan territorio adentro. La marcha fue lenta y penosa, tachonada de acechanzas y de peligros, en la que los rezagados recibían muerte segura, a manos de los enemigos. Así van superando obstáculos, pero sembrando de cadáveres la ruta, en una odisea guerrera verdaderamente legendaria. Ni bastimentos, ni guías, ni agua ni cosa alguna útil en su camino. Tierra calcinada, devastada, era todo lo que encontraron por obra de la implacable tenacidad de los defensores de su patria contra la voracidad extranjera. De los que fueron asiento propicio de núcleos indígenas, Ipiales, Gualmatán, Funes y Buyzaco, no quedaban sino cenizas. Así, abrumados de cansancio, sin suficiente sueño reparador, constantemente amagados por los guerrilleros, llegan las tropas de Auqui-Toma a las márgenes del Río Caliente. Una gigantesca trampa puesta por la naturaleza para facilitar a sus habitantes la defensa de la comarca, donde pastos y quillacingas se habían parapetado, después de conducir al enemigo, mediante hábiles movimientos, por tierra previamente arrasada, al terreno elegido por aquellos para combatir.

Cuando el último de los adversarios había penetrado ya en la garganta del Río Caliente, de súbito, una lluvia de inmensas piedras, desprendidas de lo alto de las rocas, siembra en los invasores el desconcierto. Auqui-Toma y sus generales hacen prodigios de valor para contener la desbandada. A pié firme, los orejones cuzqueños, hacen frente al embate formidable. Pero los flecheros y los honderos pastos y quillacingas completan la obra de la trampa de la muerte, de la que solo un exiguo número de jefes y soldados incas logró escapar.

A toda prisa pero inútilmente, Auqui-Toma demanda de Huayna-Cápac el envió de refuerzos. El emperador no podía proporcionárselos, ocupado como estaba con todas sus tropas en el sitio de las fortalezas de Cochasquí y Gualcalá en el asedio de las defensas de Atuntaqui.

Auqui-Toma comienza entonces a desandar lo andado, con andrajosos restos de su aniquilado ejército, en el que ya no flameaban el sol, como en días de gloria, las banderas del iris, soberbio símbolo del incario.

Los pastos y quillacingas, embriagados por la decisiva victoria, no cuidaron de perseguir inmediatamente a los adversarios en retirada. Sin embargo, en el valle de Yaramal y cerca de los aposentos de Colimba y Mayasquer, les dan alcance y los hostilizan con saña. Hacen alto en las orillas del Carchi, en tanto que Auqui-Toma -más de pesadumbre que de insolación y agotamiento- encuentra la muerte en los tétricos arenales del Chota.

Este fue el fin y remate del ejército incásico, a manos de pastos y quillacingas, pocos años antes del descubrimiento de América por Cristóbal Colón.

El sitio donde se libró la batalla, llamóse desde entonces con el nombre de Guajansango, que según el historiador Sañudo quiere decir "llorar sangre". Nombre maravillosamente puesto por los vencidos al teatro de guerra donde vieron el sangriento ocaso de su poderío.

El suceso ocurrió en la década comprendida entre 1.470 y 1.480, según vehementes indicios. Y los caudillos nuestros que dirigieron portentosa acción de armas contra los imperialistas peruanos, llamábanse CAPUCIGRA y TAMASAGRA, los primeros héroes quillacingas de que se tenga noticia en el tiempo, como se pueden ver en la Relación de los sucesos de Pedrarias Dávila que publicó Fernández de Navarrete en su magna colección de los Viajes y descubrimientos. "Caribes y flecheros de muy mala yerba", los apellida Pedrarias a aquellos héroes, que supieron defender como buenos la heredad de sus mayores. Su nombre pertenece a nuestra historia vernácula y sus hechos son timbre de honor y de gloria para nuestro pueblo.[16]

4.1.3. La conquista española

Para el año 1.519 aparece en los anales de la historia Francisco Pizarro, cuando detiene a su propio comandante Balboa, a nombre del Gobernador Pedrarias. A los 53 años de edad resuelve emprender viaje desde Panamá hacia el Perú y en enero de 1531 llega como Capitán General y Gobernador del Perú. Desde allí empieza la invasión hacia el norte. Sus aliados Pedro de Puelles, Lorenzo de Aldana y Sebastián de Belalcázar son nombrados como tenientes de Gobernador en Quito.

La primera expedición que llegó a Nariño y pasó por Carlosama, fue comandada por el Capitán Diego de Tapia, quien salió de Quito en febrero de 1.535, con 30 caballos y 30 infantes a conquistar y sujetar a los Pastos.

Los españoles tomaron posesión sobre las tierras de Carlosama a través de la modalidad de las Mercedes y Capitulaciones, instrumento utilizado por la corona para compensar las empresas de conquista y colonización.

Sebastián de Belalcázar en Latacunga al tener noticias de un indígena chibcha que allí se encontraba y que aseguraba que en Cundelemarca, al norte de Quito, existían caciques que se bañaban en oro lanzándose luego a una laguna, se llenó de codicia y resolvió rebelarse al Gobernador General Francisco Pizarro. Para poner en marcha su plan envió a sus subalternos Pedro de Añasco, Juan de Ampudia y Miguel López Muñoz, al mando de 40 jinetes, 40 caballos de reserva y 200 indígenas Cumandá de Quito. Primero salió Añasco; dos meses después Ampudia y López, con igual número de soldados. Estos al llegar a la nación de los Pastos al principio no tuvieron enfrentamientos; por la sorpresa que causaron los caballos y sus jinetes, eran vistos como "fantasmas de pelos en la cara".

Tomando el camino de Rumichaca, las Cruces, Pupiales, Iles y Funes, atravesando la cordillera por el cerro de Maicira en Puerres y de allí al valle de Sibundoy, al Huila y finalmente al Valle del Cauca. Al recibir buenas noticias, el mismo Belalcázar marchó con 300 armados españoles y dos mil indios alcanzando a los primeros el domingo de Ramos en Arroyo Hondo, cerca de donde hoy es Cali.[17]

4.1.4. Fundación Española

Si se trata de rastrear la fundación española de Carlosama, lo más acorde es tener en cuenta como posibles fundadores a los capitanes de las tantas expediciones españolas realizadas a estas regiones entre ellos: Diego de Tapia, en la primera quincena de 1.535; Pedro de Añasco, en los primeros días de abril de 1.535; Juan de Ampudia, en los primeros días de junio de 1.535; Pedro de Puelles, el primero de los capitanes de la campaña de Sebastián de Belalcázar, en los primeros días de enero de 1.536.

La fundación española de Carlosama podría atribuírsele incluso a Sebastián de Belalcázar, en cabeza de Diego de Tapia; don Sebastián de Belalcázar quien realizó cuatro viajes a nuestra comarca, en la campaña correspondiente a su segundo viaje, repartió las tierras de las etnias de los Pastos y Quillacingas, cuya expedición abarca desde abril de 1.535 a enero de 1.536.

La tradición oral confirma que, en el sitio denominado hoy Cruz Grande, se hizo la fundación española en 1.535 y que el nombre de Cruz Grande se derivó del hecho, de que el sacerdote que acompañó al conquistador Diego de Tapia, dejó en constancia una cruz de madera como símbolo de dominación; muy posteriormente hacia 1.920 los sacerdotes Jesuitas colocaron una enorme cruz de madera que luego y ya casi en nuestros días fue reemplazada por una cruz en cemento; desde este lugar se domina la hermosa meseta en donde hoy esta ubicada la población. Para el año de 1.550 la iglesia fue trasladada al sitio que actualmente ocupa.

Si bien es cierto lo anterior es solo una especulación, también se podría retomar apartes de lo que se considera la posible fundación de Ipiales que de la misma manera podría ser la fundación de Carlosama al no existir claridad a este respecto, por lo que nos atrevemos a anexar estos apartes de la investigación del Profesor José Vicente Cortés Moreno consignada en la Revista Ruptura que con motivo de los 135 años de la Municipalidad de Obando escribió en 1.998:

Al enterarse Pizarro de la rebelión de Belalcázar nombró como Teniente de Gobernador de San Francisco de Quito a Pedro de Puelles; luego, en Marzo de 1537, lo envió en persecución de Belalcázar, con orden expresa de "conquistar y fundar un poblado español en tierras del norte"; este tan solo salió en Mayo del mismo año. Pedro de Puelles, en cumplimiento de la comisión que le impartiera Pizarro, lleva como acompañantes a Rodrigo de Ocampo, Cristóbal Rodríguez, Juan Arévalo, Juan Ayuso y Melchor de Valdés. En un lugar perteneciente a parcialidades de la nación de los aborígenes Pastos que habitaban al norte del río Carchi, situado a 30 leguas de Quito, a tres leguas al septrión (Norte) del puente de Rumichaca y 18 leguas al sur del Valle de Atríz, ubicado posiblemente en Cuaspud-Carlosama, Panán-Pastás, Yaramal-Téquez, según las cuentas matemáticas en leguas del historiador Álvaro Gómezjurado. Pero, si tenemos en cuenta los centros de población indígena y el camino común que se utilizaba en ese entonces hacia el Valle de Atríz y que todavía hoy existe, bien podría afirmarse que el lugar más adecuado era Ipiales o Pupiales, por su mayor población indígena, como preferían los españoles, para el pago de tributos y servidumbre y a la ves para controlar la entrada y salida de españoles que buscaban el territorio de los Quillasingas; además, si tenemos en cuenta que el centro de mayor población indígena en el primer censo español estaba ubicado en la Tola de las Cruces, esto coincide con la distancia descrita por Puelles en varias oportunidades. Por esta razón formulamos la hipótesis que Pedro de Puelles fundó en la primera década de Junio de 1537, la villa de Villaviciosa de la Concepción de los Pastos en tierras del cacique Ipial y que hoy corresponde al Alto de las Cruces. Sobre la existencia de la población fundada por Pedro de Puelles en la provincia Quillasinga de los Pastos, existen múltiples constancias documentales. El fundador, en la obranza de servicios, fechada en Santafé de Bogotá el 14 de Abril de 1539 y tramitada ante Gonzalo Jiménez de Quesada, consigan:"…poblé y fúndela villa, la cual puse por nombre la Villaviciosa de la Concepción…"; igualmente en su carta al soberano, escrita en Quito a finales de 1541, expresa que "…ha poblado a la villa Villaviciosa…". En la declaración rendida ante el Gobernador de Cartagena, Juan de la Santa Cruz, el 5 de Julio de 1539, dejó constancia de que con anterioridad a su prisión por Belalcázar, "…residía en la Villaviciosa de la Concepción, que es término y jurisdicción de la Gobernación de Francisco Pizarro, que es treinta leguas de Quito".

Las declaraciones de los testigos Melchor Valdés, Juan de Arévalo y Juan de Ayuso, también se hallan consignadas en la probanza de servicios del fundador. Antonio Porras y Gonzalo de la Peña también tuvieron noticias de la existencia y la posterior despoblación. Las cartas geográficas publicadas en Europa, entre 1579 y 1602, hacen figurar a la Villaviciosa, ubicada un poco al norte del río Carchi, como población situada al sur de la de Pasto, que también aparece en ellas como en el Atlas de Mercator-Hondius.

Las parcialidades de aborígenes de los Pastos, que habitaban al norte del río Carchi, asocian sus diversos cacicazgos y múltiples poblados levantándose en guerra generalizada atacan las huestes de Puelles; a mediados de Agosto de 1537 asaltan a la Villaviciosa de la Concepción y reducen la población a cenizas. Puelles escribe entonces a las autoridades de Quito en demanda de refuerzos para continuar la lucha y reconstruir la arrasada población, e igualmente envía comunicación a Pizarro a quien da cuenta de los hechos. La carta de Puelles llegó a Quito a finales de agosto. Para esta fecha, Belalcázar ya se encontraba en Quito al frente de la Gobernación, motivando la determinación del cabildo, "para no prestar ayuda a Puelles, además de la prohibición a los vecinos de prestar ayuda a los españoles que se empeñan en defender lo conquistado en la Provincia de los Pastos", como constata en los libros capitulares.

Pizarro ordena proceder a reestablecerla o a fundarla nuevamente, pero a Belalcázar, que aspiraba a la creación de la gobernación de San Sebastián de Popayán, no le convenía la existencia jurídica y material de la villa de la Villaviciosa de la Concepción; muchos españoles llegan a Quito con Rodrigo de Ocampo para pedir ayuda y proseguir la guerra contra los Pastos, pero, a no conseguir este apoyo militar, abandonaron la provincia aborigen. Para consumar el hecho, Belalcázar deja encargado de la Gobernación de Quito a Pedro de Añasco y viene a tomar prisionero a Pedro de Puelles y a sus acompañantes. Conseguido el propósito, lo remitió a Popayán. Ante al despoblación de la villa española de la Villaviciosa de la Concepción quedó extinguida como entidad jurídico administrativa.

Cuando por estas tierras de los ipiales pasaron hacia Popayán en Octubre de 1538 los ejércitos de Lorenzo de Aldana, no encontraron ni siquiera vestigios de esta población, como lo atestiguaron los capitanes Diego de Benavides y Diego de San Martín en declaraciones rendidas en 1559. Vale la pena aclarar que Pedro de Puelles nunca entró al Valle de Atríz, puesto que este quiso seguir el camino de Túquerres y se regresó de Sapuis (Sapuyes), tomando el camino de Pupiales, Gualmatán, Iles, Putiznán; cruzó el río Guáitara para pasar por Puerres y de allí por el cerro de Maicira hasta Guamuez, por donde hoy es monopamba. Por el Valle de Sibundoy avanzó hasta el Huila y de allí a Cali, siguiendo por los caminos de los aborígenes y al no alcanzar a Belalcázar, a su regreso fundó la villa de la Villaviciosa de la Concepción de los Pastos en tierras de Ipiales o Pupiales tal como ordenó Francisco Pizarro.

Lo que si esta verdaderamente claro es que a la llegada de los primeros conquistadores a nuestra región, Carlosama ya existía como un asentamiento de tipo Pasto semidisperso en lo que actualmente se conoce como el Municipio de Cuaspud, sin embargo este territorio fue asiento de habitantes por unos 5.000 años a.c. aquella es solamente una referencia que se toma a partir de la llegada de los conquistadores españoles y como aparece en innumerables documentos, especialmente en los consignados por el cronista Pedro Cieza de León.

Después de 1.541, cuando esta población quedó incorporada a la Gobernación de San Sebastián de Popayán, con el nombre de Provincia de los Pastos, y no a la de Nueva Castilla, como ocurrió hasta 1.539 y de 1.539 á 1.541 a la gobernación de Quito, al mando del Teniente General Gonzalo Pizarro, se empezó la distribución de las tierras y los indígenas tributarios y a cada pueblo se le nombró un encomendero

Según el primer censo de población realizado sobre estas comarcas en 1.558 por el Licenciado Tomás López Méndel, a las poblaciones a las cuales se les nombró encomenderos, fueron:

Funes: Juan Armero, 600 tributarios.

Chapal: Theodosio Hurtado, 160 tributarios

Puerres: Juan Garcés, 144 tributarios

Canchala: Vicente Rodríguez, 130 tributarios

Tescual: Hernando Álvarez, 144 tributarios

Cumbal: Hernán Núñez de Trejo, 260 tributarios

Males: Cap. Mancio Pérez, 530 tributarios

Ipiales: Cap. Hernando cepeda, 1400 tributarios

Cuaspud: Cap. Mancio Pérez, 418 tributarios

Pupiales: Juan Sánchez de Xerez, 700 tributarios

Gualmatán: Lorenzo hurtado, 350 tributarios

Putiznan: Alonso del Valle, 200 tributarios

Iles: (No es legible el nombre), 500 tributarios

Guáytara: Luis Pérez Leyva, 200 tributarios

Túquerres: Francisco de Chaves, 950 tributarios

Ancuya: Diego de Meneses, 500 tributarios

Calcan y Capuis: Hernando Ahumada

Yascual: Alonso Osorio, 800 tributarios

Guacha Ocal: Diego Esquivel, 205 tributarios

Pastás: Hernán Núñez de Trejo, 150 tributarios

Mallama: Juan de Argüello M., 1000 tributarios

Muellamaz: Pedro Alonso, 400 tributarios

1.558, Total de tributarios Pastos: 10.241

A cada tributario se le calcula para el siglo XVI en promedio 4 miembros de su familia: 1 esposa y 3 hijos. Los Pastos, en 1.558, serían 40.964 habitantes. En el momento de la conquista, 20 años antes, se tiene calculado que eran el triple, unos 123 mil habitantes, pero que murieron a causa de las enfermedades, como el sarampión y viruela, traídas por los españoles.

Todos los españoles se convirtieron en propietarios por derecho de conquista o compradores directos a la Corona. Ella no permitió que estos estuvieran entre los nativos y debían estar radicados en Pasto bajo el mando de Lorenzo de Aldana y luego del Capitán Diego de Benavides. Claro está que estos si podían llevar como mitayos (sirvientes jóvenes que se rotaban cada dos años), para que les ayuden en la construcción de las casas, en el mantenimiento de las caballerizas y los cerdos de engorde.

Más tarde, la Corona lo prohibió y solo admitía que se llevarán indios que estuvieran cercanos a 10 leguas de Pasto, llevando grupos de 30 nativos de Gualmatán, Funes, Puerres, Canchala y Tescual, argumentando que estos eran pacíficos y los Quillacingas y Abades eran belicosos.

Durante la gobernación del Teniente General de Gobernador Sebastián de Belalcázar no hubo fundaciones en esta región.

En 1.569 en Carlosama se organizó la doctrina de los sacerdotes Alfonso de Jerez y Fray Francisco de Jerez quienes fueron los comisionados para enseñar la doctrina cristiana, técnicas agrícolas, filosofía y ciencia universal. Las primeras estadísticas de la doctrina se conocieron en 1.596 estando como doctrinero en Carlosama Fray Pedro de Quiroga, gracias a los estudios realizados por el Obispo Fray Luis López de Solís.

Para el año de 1.576, Carlosama fue encomienda de Diego de Benavides según acta del Cabildo de Pasto el 5 de mayo de 1.576 en donde figuraba lo que hoy es Carlosama, Aldana con las parcialidades indígenas de Pastas, Yaputag y Chunganá.

Los primeros pobladores españoles erigieron villas, ciudades, pueblos o asentamientos de indios. Carlosama fue catalogado como pueblo junto con Túquerres, Guachucal, Cumbal, Pupiales, Guaitarilla, entre otros. Fue dirigido por caciques, según documentos del siglo XVIII, donde se referencia que Sebastián García Carlosama fue un cacique que recibió este honor por descendencia en el año de 1.600.

En 1.570 se realiza un segundo censo, levantado por García Valverde y en el año de 1.590 se realiza un tercer censo levantado por García Ortega. En el primero aparece el Capitán Juan Rosero de Solís como encomendero de Carlosama y aillus de las parcialidades de Cupacán en 1.589, con 162 tributarios y con una tasa de tributación de 5. En dichos censos se puede apreciar que el número de tributarios disminuye ostensiblemente a consecuencia del maltrato y las epidemias que redujeron la población aborigen en un 50 %. En el año de 1.619 Carlosama fue encomienda de Juan de Velasco y Zúñiga, payanés, casado con María Merchancano, a su muerte le heredó su hijo Manuel de Velasco y Zúñiga, que según testimonios del doctrinero Fray Lorenzo de Narváez Zúñiga en 1.660 hizo algunos donativos a la parroquia. Así:

Un ornamento de damasco rosado, terno entero de casulla, frontal, capa de oro, palio, mangas de cruz guarnecido todo con servilleta de oro y por un valor de 416 patacones con 2 reales y que fueron comprados por intermedio de Nicolás de Masabel.

Un sagrario grande con frontal de madera, todo dorado, por valor de 350 patacones.

Además como la iglesia tenía solo una campana mediana "hicimos fundir la campana grande que tiene hoy dicho pueblo, por valor de 186 patacones, de los cuales el pueblo ayudó 36 patacones".

Como hubiese de reedificar media iglesia y hacer un coro de tablas con sus pilares, en el tiempo de año y dos meses que duraron los trabajos, don Manuel de Velasco y Zúñiga pagó y sustentó durante todo ese tiempo a los carpinteros y a los indios, y puso la clavazón con un gasto total de 217 patacones.

Regaló también dos albas de ruán florete con sus puntos y cordeles y amitos y cíngulos de listón, y dos pares de manteles valorizado todo en 143 patacones con 4 reales.

Con mas un cáliz con su patena y un par de vinajeras con su asta de plata, valor 174 patacones con 4 reales. Y un incensario de plata todo por valor de 47 patacones.

Posteriormente, se establecen diferentes formas de administración de estos territorios a través de la encomienda y es hasta en 1.580 que no había visos de fundación, ranchos y bohíos diseminados por ahí cerca, en el mejor sitio, la Iglesia y el desmantelado convento o casa doctrinal, granjas y dehesas del encomendero y nada más.

En 1.593, se nombraron corregidores de indios, quienes recibían los tributos para la corona, que antes lo hacían los encomenderos. Las encomiendas eran áreas asignadas a una comunidad indígena, bajo el mando de un cacique. A través de la encomienda, los encomenderos percibieron el tributo y los servicios personales del indígena. Los encomenderos obligaban a los nativos a tributar todo: alpargatas, cintas para cinchas de los caballos, leña, maíz, frijoles, papas, mantas de algodón, yerba, etc., de tal manera que no podían cumplir con estos tributos y por tal razón eran encarcelados los caciques, según las investigaciones de Antonio Borja en 1.641, Frank Salomón, Cristóbal Landázuri y la traducción paleográfica de la española Berta Ares Queija.

La mita es una institución de origen incaico, proveniente del quechua mit'a, turno, semana de trabajo, fue un repartimiento que en América se hacía por sorteo en los pueblos de indios, para sacar el número correspondiente de vecinos que debían emplearse en los trabajos públicos. En Carlosama se dio la mita de traer leña y hierba para alimento de los animales; de la construcción de obras públicas y edificaciones importantes como iglesias, canales y casas. En Noviembre 24 de 1.604 se conoce que en Carlosama la iglesia había sido destruida por un terremoto que azotó a la zona, posteriormente dicha iglesia había sido reconstruida en base al sistema de mita.

Más tarde, en 1.606, la Gobernación de San Francisco de Quito ordenó fundar la villa de Ibarra como punto intermedio a los que viajaban entre Pasto y Quito y para entregar tierras a algunos vagabundos españoles que se estaban entrometiendo en los pueblos indios.

En 1.616, se nombró como administrador del repartimiento de Ipiales a Luis Antonio Fernández en lugar de Juan Caro. Debido a las intrigas que ejercían los españoles por la gobernación de Popayán, la Corona la vendió a Juan Miera Cevallos, quien exigió se le entregara, pero el Marqués Navares se negó, lo que generó una verdadera guerra civil, que vino a terminar entre Carlosama y Pastás.

Para el año de 1.693 aparece Juan Carlosama como gobernador de los indios de Carlosama, encomienda y repartimiento del Capitán Agustín Fernández de Belalcázar y Aragón.

4.1.5. Carlosama en la Colonia [18]

En la Colonia la economía de Carlosama giraba alrededor de instituciones como el Resguardo, la Encomienda y la Mita. Esta última proveía de mano de obra barata a la agricultura.

En 1.591, cédula del PARDO – Felipe Segundo se crearon los resguardos, cuyo objeto es preservar la mano de obra indígena, pero sin poder venderla o adquirir más tierras. Para Carlosama se entregaron los resguardos de Macas y Chavisnán y luego se extendió a El Carchi y San Francisco.

Posteriormente en 1.653 se tiene referencia de que la CACICA Esperanza Carlosama traspasa en testamento sus tierras a su esposo Sebastián Carlosama e hijo, y en 1.722 se vuelve a dar amparo y deslinde de tierras por el Marquéz de la Vega.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente