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El coste social de la guerra: casos de 1915


  1. Austria-Hungría: divergencias entre militares y políticos
  2. Rusia: los deberes del gobierno
  3. Estados Unidos, Japón y los Aliados
  4. Notas
  5. Bibliografía

Tras los primeros meses de la primera guerra mundial, las potencias involucradas en ella comenzaron a sufrir recortes sociales, importantes pérdidas en vidas humanas y dificultades económicas. La guerra se convirtió en un fenómeno de alcance universal que puso a las sociedades civiles de las potencias enfrentadas en una serie de pruebas sobre su vitalidad, su cohesión y su justicia interna. Las naciones mejor organizadas y más justamente gobernadas comenzaron a superar las pruebas cada vez más duras y amargas que la guerra les iba imponiendo. Los países peor dirigidos, más injustos socialmente y menos dispuestos a asumir sacrificios colectivos, comenzaron a flaquear. El año 1915 se convirtió así en "una hora de la verdad" para la mayor parte de la población europea y sus gobernantes, no sólo para los reclutas movilizados para luchar en la primera guerra mundial.

Austria-Hungría: divergencias entre militares y políticos

A principios de 1915, el alto mando del Imperio Austro-Húngaro, el "A.O.K." o "Armee-Ober-Kommando" determinó que la intervención de las autoridades civiles para adecuar la economía a la guerra había sido demasiado lenta, débil e inadecuada, y que por ello suponían un lastre para la empresa bélica austro-húngara. El A.O.K. se vio así legitimado para suplantar a dichas autoridades, y comenzó a conspirar para hacerse con el control directo de Bohemia y los Sudetes, vigilando de paso más de cerca la lealtad política de los civiles y los soldados checos. Sin embargo, sus intenciones toparon con la oposición del gobierno nacional austro-húngaro, dirigido por su presidente, el conde Stürgkh. Se llegó así al enfrentamiento entre los gobiernos de Austria y Hungría, y entre los funcionarios civiles y los generales. En mayo de 1915 los problemas aumentaron con la entrada de Italia en la primera guerra mundial contra Austria-Hungría, por la apertura de un frente bélico muy cerca de Austria. Dado que Austria se hallaba a retaguardia del nuevo frente italiano, el mando militar encargado de dirigirlo se hallaba más cerca de Viena que cualquier otro; la retaguardia de los frentes ruso y balcánico estaba constituida por Hungría.

En mayo de 1915 el jefe del A.O.K., general Franz Conrad von Hötzendorff, aprovechó la nueva guerra contra Italia para aumentar su poder en el ámbito civil: detuvo a dos importantes políticos checos antimilitaristas, y acusó a un tercero, Karel Kramár —aliado político del conde Stürgkh, jefe del gobierno austro-húngaro— de reunirse clandestinamente con el cónsul italiano en Praga a espaldas del gobierno y del A.O.K. Su afán por demostrar que el gobierno trataba a los checos con demasiada indulgencia lo llevó a actuar con precipitación y a cometer varios errores políticos, pues acusó a los tres implicados de cargos que no pudo probar. También en mayo de 1915 el general Conrad defendió la firma de una paz negociada con Serbia, la incorporación al esfuerzo bélico austro-húngaro de las comunidades eslavas de Bosnia y Herzegovina, el otorgamiento de representación parlamentaria a esas mismas comunidades, y la apertura de negociaciones de paz con Rusia. El 18 de junio de 1915, el emperador Francisco José I advirtió al general Conrad de que si no abandonaba sus iniciativas políticas, tomadas sin su permiso ni conocimiento, lo destituiría. Conrad obedeció al emperador, pero lógicamente no renunció a su ambición por ampliar el poder de las fuerzas armadas en el gobierno del Imperio Austro-Húngaro. Ansiaba poner el reino de Bohemia bajo control militar, y anular los privilegios históricos de los checos en el seno del imperio, sometiéndolos a un régimen militar igualatorio junto a los austríacos. También mantuvo sus iniciativas para eliminar el poder de las autoridades civiles en la provincia polaca de Galitzia y en la de Bucovina, convirtiéndolas en una "zona de administración militar exclusiva". Conrad también trabajaba para poner bajo control militar el comercio y suministro de productos alimenticios en todo el imperio, imponer controles militares a toda la administración civil, al sistema educativo y a toda actividad civil susceptible de ser relacionada con el esfuerzo de guerra. Dada la oposición del presidente del gobierno Stürgkh a estas maniobras de Conrad, éste no dudó en implicar al A.O.K. en una conspiración para derrocarlo.

Conrad estaba persuadido, y así lo expresó sin rebozo, de que las derrotas austro-húngaras frente a Rusia y Serbia eran consecuencia de que el gobierno estaba dividido, monopolizado por políticos ineptos y entregado a disputas entre los reinos miembros del imperio. Esa división provocaba una falta de coordinación en el esfuerzo bélico que se traducía en una falta crónica de municiones y equipos militares, que ponían a los ejércitos austro-húngaros en desventaja frente a sus enemigos. Por último, Conrad no dejaba de insistir en que en Bohemia, Galitzia y las regiones italoparlantes del imperio —las que Italia pretendía conquistar— existían focos de colaboradores con sus enemigos. Aunque Conrad tendía a magnificar el poder de estos núcleos de desafectos para justificar sus intentos de poner el Imperio Austro-Húngaro bajo administración militar, sus críticas a la coherencia interna de éste no estaban del todo injustificadas. El Reino de Hungría, en particular, llevaba tiempo actuando únicamente en pro de sus propios objetivos bélicos, y no sentía ninguna inclinación a subordinarlos a la política de guerra austro-húngara. El parlamento de Budapest y el primer ministro húngaro Tisza aprovecharon el estallido de la guerra en julio de 1914 para arrancar concesiones crecientes a su autonomía a cambio de su colaboración en el esfuerzo bélico imperial. Esta falta de adhesión al esfuerzo común liderado por Austria no tardó en abrir un debate parlamentario sobre cuál había de ser el grado de implicación de los diversos reinos del imperio en él. Hungría aparecía como el mayor productor agrícola del imperio, más deseoso de hacer valer sus reivindicaciones políticas que de apoyar el triunfo de las armas austro-húngaras. A Conrad esa actitud le exasperaba, un sentimiento muy extendido entre la oficialidad de las fuerzas armadas, mayoritariamente austríaca.

Tisza acusó a Austria de estar eximiendo del servicio militar a un número demasiado alto de hombres para dedicarlos a su industria, con lo que Hungría estaba asumiendo la mayor parte de las bajas de guerra. Esto, a parte de ser una mentira descarada, ponía de relieve que la clase política húngara no se sentía para nada comprometida con el esfuerzo bélico nacional. El presidente Stürgkh rebatió ante los medios de comunicación las mentiras de Tisza, demostrando mediante estadísticas que en el primer año de guerra habían muerto muchos más austríacos que húngaros. A medida que aumentaban las divergencias entre la Corona de Austria y la de Hungría, el gobierno imperial buscaba el apoyo de Alemania con mayor vehemencia, y esto era aprovechado por los políticos y los militares alemanes, que exigían cada vez mayores compensaciones a cambio de su apoyo. Alemania había estado vendiendo armas y municiones a Austria-Hungría desde julio de 1914 a cambio de alimentos y materias primas agrícolas e industriales. En 1915, Berlín y Viena comenzaron a unificar su producción armamentística, y la industria austro-húngara se volvió cada vez más dependiente de la alemana, mucho más potente y mejor organizada. Alemania y Austria-Hungría firmaron una serie de tratados comerciales relativas al suministro de armas y pertrechos militares en 1915 en los que la dependencia austro-húngara de la industria alemana se agravó mucho a consecuencia de la desunión entre las coronas austríaca y húngara. De hecho, en aquellos acuerdos no fueron tenidos en cuenta una serie de problemas que afectaban seriamente a los intereses económicos de Hungría. La banca alemana firmó una serie de préstamos en condiciones desventajosas al Imperio Austro-Húngaro que permitieron a éste ofrecer, más adelante, créditos similares al Imperio Otomano y Bulgaria, basados en el intercambio de armas y municiones a cambio de alimentos y marterias primas, pero en condiciones muy desventajosas para el que compraba las armas y vendía los alimentos. [1]

El Imperio Austro-Húngaro se vio acosado ya en 1915 por la escasez de carbón, mano de obra y medios de transporte. La industria siderúrgica y las acerías existentes en Austria-Hungría se adaptaron rápidamente a la producción de material bélico; pero otros sectores industriales y extractivos de la economía austro-húngara prácticamente tuvieron que cerrar. Con todo, la demanda del reclutamiento militar agotó la reserva de obreros industriales, y la producción de la industria de municiones hubo de recurrir a regañadientes a la contratación de mujeres y refugiados de guerra, y posteriormente al empleo de prisioneros de guerra como esclavos. Pese a las larguísimas jornadas de trabajo establecidas por ley, los obreros de la industria bélica austro-húngara se mostraron dóciles y asumieron grandes sacrificios salariales y laborales, debido a que sus sindicatos se mostraban partidarios de apoyar el esfuerzo bélico nacional. Así mismo, a despecho de las restricciones impuestas por el gobierno con respecto al consumo de carne a principios de 1915 —período en que se instauraron dos días a la semana sin carne— y no obstante el racionamiento, que provocó un alza general de precios y la aparición del mercado negro en medio de una marcada inflación monetaria, la sociedad civil austro-húngara parecía resuelta a asumir importantes mermas en su bienestar material en pro de la victoria bélica. Prueba de ello es la respuesta favorable que halló en mayo de 1915 el lanzamiento de un empréstito de guerra, que mucha gente suscribió voluntariamente.

Rusia: los deberes del gobierno

En 1915 se hizo evidente que el paso de la paz a la guerra exigía cambios, y que el gobierno ruso andaba muy retrasado en la aplicación de dichos cambios. Los políticos rusos se limitaban a importar, a precios exorbitados, todo lo que la economía nacional no era capaz de producir por sí misma, sin hacer nada por promover la producción nacional; los analistas más críticos tachaban esa actitud de "oportunista, voluble e incoherente". [2] La retirada de la Galitzia arrebatada a Austria-Hungría, en abril de 1915, se sumó a las malas noticias sobre la depreciación del rublo, la desorganización del sistema de transportes y la falta de municiones en el frente; el descontento hizo mella en las clases medias urbanas, que comenzaron a protestar por los crecientes sacrificios que debían realizar en pro del esfuerzo bélico, un esfuerzo que en su opinión estaba mal dirigido. Si en Europa occidental y central el gobierno había sido el primero en asumir sacrificios e imponer cambios para hacer frente a las exigencias de la guerra, en Rusia los políticos estaban siendo presionados por la opinión pública para que afrontaran sus obligaciones. Ante las críticas a la guerra que arreciaban durante la primavera de 1915, provenientes sobre todo de hombres de negocios de clase media, las autoridades constituyeron comisiones encargadas de satisfacer las diversas necesidades de abastecimiento surgidas, aunque no de intervenir en la producción ni en las relaciones laborales, como ya se había hecho con gran éxito en Gran Bretaña.

En mayo de 1915 los empresarios rusos, preocupados por la incompetencia y la corrupción que detectaban en el gobierno y en la administración pública, establecieron una serie de "Comisiones de la Industria Bélica" a fin de movilizar con mayor eficiencia las empresas asociadas al esfuerzo bélico. Tales comisiones contaban entre sus miembros con representantes del gobierno, la industria, el comercio y los trabajadores, y trataron de alentar una distribución más amplia y mejor organizada de los contratos militares. Sin embargo, en tanto que las pequeñas y medianas empresas obtuvieron una participación activa en los contratos de suministro militares cumpliendo voluntariamente con sus obligaciones sin necesidad de controles, el gobierno, las grandes empresas y los sindicatos de izquierdas se dedicaron a perseguir intereses particulares contrarios al esfuerzo bélico nacional. A partir de junio de 1915 los salarios empiezan a perder poder adquisitivo a gran velocidad, debido a que los alimentos comienzan a escasear en las ciudades y sus precios se disparan. Esta situación desencadenó huelgas inmediatamente, ya que los sindicatos obreros trabajaban junto a los partidos socialistas, aprovechando la guerra para provocar la revolución política y social. A mediados de agosto, las Comisiones de la Industria Bélica se vieron respaldadas por la tardía creación de Consejos Especiales para la Defensa Nacional, el Transporte, los Combustibles y el Avituallamiento, integrados por representantes del parlamento ruso, la Duma, el Consejo de Estado, la Confederación de Zemstva (parlamentos regionales) y la Confederación de Municipios.

El 23 de agosto de 1915, cuando apenas había transcurrido una semana desde la creación de los Consejos Especiales, sucedió algo que para algunos historiadores constituye un momento decisivo en el desarrollo de la primera guerra mundial en Rusia, si bien en realidad, aunque trascendental no hizo sino subrayar la desorganización existente en la élite dirigente del Imperio Ruso: el zar Nikolai II abandonó Petrogrado —nombre con el que fue rebautizada en 1914 San Petersburgo, por entonces la capital de Rusia, para neutralizar la imagen "alemana" de su nombre— para asumir el mando supremos de las fuerzas armadas, dejando en manos de la zarina Aleksandra —alemana de nacimiento— el gobierno de la nación. El consejo de ministros había implorado al zar que no abandonase la capital, pero el joven monarca no hizo caso de tales súplicas. Esto provocó que el zar se volcase sobre el mando militar de manera exclusiva y desatendiese los problemas internos de Rusia, que eran mucho más graves de lo que aparentaban. Nikolai II tenía la esperanza de que la dividida y enfrentada sociedad rusa, siguiendo el ejemplo de su rey, abandonase sus querellas para centrarse en ganar la guerra. Sin embargo, esta esperanza se reveló infundada; la zarina Aleksandra no supo reemplazar a su marido y la popularidad del gobierno cayó en picado, sobre todo debido a la impopularidad del monje Rasputín —consejero particular de la zarina al que ésta, erróneamente, concedió demasiada influencia— y del presidente del gobierno en funciones, el anciano y reaccionario príncipe Goremikin, muy desacreditado por varios escándalos de corrupción. La zarina y sus colaboradores más directos se convirtieron en un blanco perfecto para los partidos socialistas revolucionarios, que se lanzaron a una campaña feroz de desprestigio de la corona y de las fuerzas armadas.

La Duma, reunida en sesión parlamentaria desde junio hasta septiembre de 1915, abrigaba una desconfianza cada vez mayor en relación con el gobierno y, coincidiendo con la formación de un bloque renovador en su seno, comenzó a exigir la constitución de un gobierno con responsabilidad parlamentaria. Ante esta exigencia, el gobierno de la zarina reaccionó de la peor forma posible, enajenándose sus ya escasos apoyos: decretó la disolución de la Duma por criticar sus errores y pedir más poder. Si ya se había creado una fama deplorable a causa de su corrupción e ineptitud, con aquel decreto para silenciar a la oposición parlamentaria no hizo más que ahondar en su impopularidad. Las deficiencias en los suministros militares y las malas condiciones en las que vivían los soldados del frente, tradicionales en el ejército ruso desde tiempos muy antiguos, comenzaron a ser aireadas insistentemente en la capital y otras ciudades por los periódicos, lanzados a una campaña feroz de críticas contra el gobierno. A las unidades militares les faltaban municiones, víveres y armas, y no porque la industria rusa hubiese sido incapaz de producirlos en número suficiente, sino debido a que la intendencia militar y la administración civil eran corruptas e ineficaces, y las deficiencias del sistema ferroviario nacional habían sido ignoradas y desatendidas desde el principio de la guerra en agosto de 1914. Aun así, cuando llegó el invierno de 1915, la industria rusa de armamentos había aumentado su producción con la ayuda de suministros provenientes de las naciones aliadas, Gran Bretaña y Francia. [3]

En noviembre de 1915, tras un año de intercambios comerciales con la industria de los países aliados —que hasta entonces no habían producido resultados apreciables, pero sí escándalos como la adquisición de automóviles extranjeros por valor de 300 millones de rublos— las fuerzas armadas decidieron promover la industria militar rusa en ámbitos tan diversos como la automoción, la aviación, la producción química, o la fabricación de aparatos de radio, heliógrafos y sistemas ópticos de señales. Con el propósito de remediar el problema más grave de todos, el de la escasez de municiones, la Comisión de Aprovisionamiento de Artillería se retractó de una decisión inicial, la de centrarse en las compras en los mercados internacionales de una serie de suministros químicos clave, para promover la producción nacional de esos mismos productos químicos y la fabricación nacional de explosivos. Los científicos rusos, que habían desdeñado en otro tiempo la investigación aplicada en favor de las ciencias puras, respondieron al aislamiento de Rusia con la creación de Sociedades Científicas Nacionales semejantes a las que existían en Gran Bretaña y Francia, y colaborando con las empresas industriales en el desarrollo de aplicaciones prácticas del conocimiento científico de utilidad militar. [4]

Estados Unidos, Japón y los Aliados

La influencia de los Estados Unidos en el éxito logrado por los Aliados a la hora de movilizar sus recursos en 1915 fue mucho más importante de lo que pudo parecer a simple vista. El primer banco de Nueva York, la banca J. P. Morgan, se constituyó en agente de compras para Gran Bretaña y Francia en el mercado norteamericano, e hizo mucho por organizar y coordinar la producción bélica norteamericana destinada al esfuerzo bélico aliado. En otoño de 1915 emitió un préstamo anglofrancés en Estados Unidos y acordó un crédito para adquisiciones bélicas británicas que sirvió de trampolín para el creciente suministro de municiones al Reino Unido por parte de la industria norteamericana, que alcanzaría cifras récord en el bienio 1916-1917. Aun cuando oficialmente los Estados Unidos eran neutrales en relación a la primera guerra mundial, los efectos de los acuerdos patrocinados por J. P. Morgan combinados con el dominio del Atlántico norte por las flotas mercantes británicas apuntaban a que la economía estadounidense estaba cada vez más cerca de ponerse de parte de un bando, el de los Aliados. En enero de 1915, el presidente norteamericano Woodrow Wilson envió a Europa a su asesor militar el coronel Edward House, a fin de tratar de una paz negociada, pero sin éxito. Aquel mismo mes, la norteamericana Jane Addams convocó en Washington un encuentro al que asistieron 3.000 mujeres y del que surgiría la fundación del Women's Peace Party.

La prensa norteamericana condenó unánimemente el hundimiento del trasatlántico Lusitania por un submarino alemán a principios de mayo de 1915, en el que murieron 128 pasajeros de nacionalidad estadounidense. La severa advertencia del presidente Wilson al gobierno alemán, al que aseguró que consideraría la repetición de otro episodio como aquél como una acción "hostil deliberada", dejó bien claro que simpatizaba con los Aliados, y que su neutralidad no iba a durar mucho. El secretario de estado norteamericano William Jennings Bryan, partidario de la neutralidad por sus principios pacifistas, presentó su dimisión al observar que Wilson se estaba inclinando de forma cada vez más notoria por el intervencionsimo del lado de los Aliados. Si bien hubo quien, como el militarista republicano Theodore Roosevelt, exigiera una respuesta más firme, en el discurso que pronunció el 10 de mayo de 1915, el presidente Wilson trató de quedar bien con todo el mundo presentándose como "un hombre […] demasiado orgulloso para luchar; una nación […] tan recta que no necesita convencer a otros por la fuerza de su rectitud". Sin embargo, Wilson no era tan orgulloso ni tan recto como para defender "un estado de preparación razonable" para entrar en la guerra mundial. Así las cosas, la propuesta de aumentar el tamaño de las fuerzas armadas norteamericanas y de sustituir la National Guard por un ejército federal de 400.000 hombres, presentadas a finales de 1915, chocaron con la resuelta oposición del Partido Demócrata de los estados rurales del sur y el oeste, al que preocupaba más la salvaguardia de los derechos de los estados y la elusión del conflicto bélico que la necesidad de enmendar las evidentes carencias militares de los Estados Unidos, por entonces una gran potencia económica con unas fuerzas militares muy reducidas.

Los estadounidenses siguieron aferrándose a una neutralidad que tenía más ventajas que inconvenientes. La población norteamericana, que en 1917 era de unos 100 millones de habitantes, estaba experimentando un rápido crecimiento, que había hecho que entre 1900 y 1914 aumentara en 9,5 millones de personas. La diversidad demográfica, por otra parte, era tan considerable como su magnitud. Los negros representaban un 10% aproximado del total poblacional, y en tiempos recientes habían cruzado las fronteras un número nada despreciable de europeos oriundos de la cuenca mediterránea y los Balcanes. Aunque no había aún más de un 50% de norteamericanos viviendo en el campo, los Estados Unidos se estaban industrializando y urbanizando a gran velocidad. Su sociedad estaba marcada por un marcada desigualdad, dado que la política y el gobierno se hallaban dominados por un reducido grupo de empresarios acaudalados, señores de potentes monopolios relacionados con el estado, en tanto que en el campo y las ciudades millones de personas vivían sumidas en unas condiciones de miseria total. Los potentados habían optado por emplear a los inmigrantes italianos, irlandeses y de otras naciones europeas en sus industrias antes que contratar negros norteamericanos, de los cuales el 90% seguía viviendo en los estados del sur agrícola que habían sido derrotados en la Guerra Civil de 1861-1865. Hacia 1900 esta población negra había comenzado a emigrar hacia el norte industrial, donde vivían segregados de los inmigrantes blancos, por más que éstos vivieran apiñados en unas condiciones de miseria material muy similares a las suyas, en insalubres barrios de chabolas, y se vieran abocados a los mismos jornales de miseria por la realización de trabajos agotadores, peligrosos y tóxicos, en jornadas de trabajo inacabables, de 12 horas y más. En palabras de un historiador especializado en la sociedad norteamericana de los años de la primera guerra mundial, "la lucha de clases, la pobreza, las enfermedades y el sufrimiento persistían de manera ubicua." [4]

La patronal no dudaba en recurrir a una violencia homicida, a veces practicada por nerviosas unidades de la National Guard, a veces por la policía, e incluso por matones a sueldo, a fin de reventar huelgas y doblegar la conflictividad laboral de los sindicatos obreros. Los jornaleros agrícolas, los mineros y los trabajadores industriales se hallaba divididos por motivos raciales, nacionalidades e ideologías, y los sindicalistas formaban también un mosaico muy dividido por cuestiones ideológicas e intereses particulares. Los historiadores de los EE.UU. han denominado Progressive Era la que va de 1900 a 1917 por la diversidad de movimientos sociales que trataban de poner solución a problemas como el alcoholismo, la prostitución o la corrupción mediante la intervención gubernamental. La misma denominación abarca tanto la causa del sufragio femenino como la de los que se oponían a la inmigración extranjera desde premisas ultranacionalistas. No deja de ser curiosa la semejanza existente entre el concepto de "progresista" que se aplica a los Estados Unidos anteriores a 1917 y a la Europa de la belle époque, ni tampoco el carácter inapropiado de ambas designaciones. Las clases obreras de los países europeos involucrados en la primera guerra mundial no conocieron mejores condiciones materiales y sociales que los negros y los inmigrantes en Norteamérica. Mientras que las mujeres blancas conquistaban representación política, los negros experimentaban un claro deterioro de sus condiciones de vida.

Los blancos de origen anglosajón en los Estados Unidos intensificaron entre 1900 y 1917 las medidas de discriminación y segregación racial con intimidaciones, así como los linchamientos de negros aislados a manos de grupos de blancos y otras prácticas de violencia callejera y tumultuaria a fin de aterrorizar a los negros y plegarlos a una posición de sumisión social total. Ni Theodore Roosevelt ni su sucesor Woodrow Wilson, ambos autoproclamados "progresistas" por más que Roosevelt fuera republicano y Wilson demócrata, hicieron nada significativo por mejorar las condiciones de la comunidad negra estadounidense mientras fueron presidentes. De hecho, la llamada Nueva Libertad que puso en marcha Wilson no se aplicó al colectivo negro, por cuanto su gobierno no restituyó a los negros los cargos de que se habían visto desposeídos, practicó la segregación racial en lo tocante a los puestos de trabajo en la administración pública, permitió la presentación en el Congreso de proyectos de ley discriminatorios en lo racial y no adoptó medida alguna contra los linchamientos públicos de negros. De hecho, el común de los reformistas no dio muestras de preocupación por la grave situación en que se hallaba la población negra estadounidense. En general, todos los políticos norteamericanos entre 1900 y 1917 creían en la superioridad de la raza blanca y estaban resueltos a mantener la tradición de que el poder en los Estados Unidos estaba reservado a los llamados "w.a.s.p.", o "white anglo-saxon Protestants", de los que no formaban parte, desde luego, los inmigrantes italianos, irlandeses y de otros países del sur y sudeste de Europa, que no eran protestantes ni de origen anglosajón. Títulos de libros como The negro is a beast (1900) de Charles Carroll; The negro: a menace to American civilization (1907), de Robert Shufeld, y The Clansman (1915), exaltación descarada del Ku Klux Klan firmado por Thomas Dixon, ilustran lo extendidas que estaban en la "era progresista" las ideas racistas en Norteamérica. El último de estos libros proporcionó a D. W. Griffith la semilla de la que surgió su película muda El nacimiento de una nación, de 1915, un clásico en el que los negros son representados como seres casi inhumanos, ignorantes, violentos y depravados. Los Estados Unidos de la "era progresista" estaban sometidos a unas tensiones sociales nada desdeñables en lo racial, lo ético y lo social.

En Asia, el gobierno japonés supo sacar provecho de la guerra en Europa para perseguir los intereses expansionistas que poseía en China. En noviembre de 1914, tras conquistar la base naval alemana de Tsingtao eliminando así la presencia militar y naval de Alemania en el Pacífico occidental, Japón (aliado de Gran Bretaña) respondió a las exigencias del presidente chino Yuan, que había exigido la retirada japonesa de la región china de Shantung, en el marco de sus famosas "XXI Demandas". Éstas denunciaban no sólo la perpetuación de las antiguas prácticas imperialistas de las grandes potencias europeas sobre China, sino también el ascenso de Japón a la condición de una nueva potencia imperialista. Japón reclamaba el derecho a hacer suyas las posesiones alemanas de la Península de Shantung y a ampliar por 99 años sus concesiones mineras, industriales y agrícolas en Manchuria. Las exigencias japonesas ponían en cuestión la soberanía de China, incluyendo el nombramiento obligatorio de asesores financieros y políticos japoneses para el gobierno chino y la implantación de cuerpos policiales japoneses en las ciudades manchúes. Lo que el gobierno japonés pretendía a la vista de todo el mundo era dominar China, y que las grandes potencias europeas reconocieran jurídicamente la hegemonía japonesa en el gran país asiático. Las aspiraciones japonesas se centraban de forma muy concreta en reivindicaciones de contenido económico tendentes a la explotación de China en interés de la economía japonesa. El ejército japonés tenía la intención de desplegarse en China y monopolizar el poder político y militar en el país, conspirando para derrocar el régimen republicano del presidente Yuan Shikai a fin de provocar una guerra civil que sirviese de excusa para justificar la ocupación. Si bien el gobierno japonés fue convencido por los Aliados para que retirase sus exigencias de hegemonía en China y renunciase a una parte de los territorios que había ocupado en 1914, su voracidad despertó vivas reacciones tanto en China como en Estados Unidos, que acabarían estallando en conflicto abierto entre 1937 y 1941, llevando al Japón al doble desastre nuclear de 1945. [5]

La élite gobernante en Japón estaba constituida tanto por admiradores de la "civilización anglosajona", que deseaban la instauración de un estado parlamentario y la continuación de la alianza establecida con Gran Bretaña en 1902, como por admiradores de Alemania, partidarios del autoritarismo militar, la preeminencia de la organización militar sobre la sociedad civil y la expansión territorial que habían tenido lugar cuando los emperadores de la Era Meiji emulaban a la Alemania del II Reich entre 1871 y 1895. La política japonesa durante la primera guerra mundial fue un trasunto, a pequeña escala, del enfrentamiento europeo, entre "germanófilos" y "anglófilos". Las negociaciones entabladas por China y Japón en torno a las "XXI Demandas" del presidente Yuan alcanzaron su culminación en mayo de 1915 cuando, tras algunas modificaciones por parte japonesa, los chinos aceptaron un ultimátum nipón consentido por Gran Bretaña, claramente desventajoso para China. En septiembre, a instancias del ministro británico de exteriores Edward Grey, Japón reiteró su adhesión a la Alianza Anglo-Japonesa de 1902 y ratificó la "Declaración de Londres" de septiembre de 1914, por la que las potencias aliadas proclamaban su solidaridad frente a Alemania y se comprometían a no firmar con ella una paz separada. Los Aliados sabían que había en Japón un fuerte partido proalemán, con un fuerte arraigo en el ejército japonés, y que Alemania había establecido contactos secretos con políticos y militares japoneses en enero de 1915 con el fin de firmar una paz separada. De hecho, fue tal conocimiento lo que dio lugar a que se exigiera la renovación de la Alianza de 1902 y el compromiso japonés con la Entente. El gobierno japonés sabía que los británicos no aprobaban su expansión en China, y que más que actuar como sus aliados, trataban de vigilar de cerca la expansión japonesa y limitarla.

Notas

[1] V. G. Liulevicius, War and land on the Eastern front: culture, national identity and German occupation in Worl War I. Cambridge, Cambridge University Press, 2000, pp. 165-170.

[2] M. Florinsky, The end of the Russian Empire. New York, Collier, 1961, pp. 52-53.

[3] A. Kojevnikov, The Great War, the Russian Civil War and the invention of big science in Russia. London, Imperial College Press, 2009, pp. 12-13.

[4] N. Wynn, From progressivism to prosperity: World War I and American society. New York, Holmes & Meier, 1986, p. 22.

[5] C. Wrigley (ed.), The First World War and the international economy. Cheltenham, Edward Elgar, 2000, p. 115.

Bibliografía

Michael Florinsky, The end of the Russian Empire. New York, Collier, 1961.

Gerhard Hardach, The First World War 1914-1918. Berkeley, University of California Press, 1977.

Aleksei Kojevnikov, The Great War, the Russian Civil War and the invention of big science in Russia. London, Imperial College Press, 2009.

Vejas G. Liulevicius, War and land on the eastern front: culture, national identity and German occupation in Worl War I. Cambridge, Cambridge University Press, 2000.

Christian Wrigley (ed.), The First World War and the international economy. Cheltenham, Edward Elgar, 2000.

Neil A. Wynn, From progressivism to prosperity: World War I and American society. New York, Holmes & Meier, 1986.

 

 

Autor:

Jorge Benavent Montoliu