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La comunidad religiosa y su función simbólica (página 2)

Enviado por Jorge Antonini


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Me parece válido aclarar el modo que tendré de ver el tema. La forma de estudio será internalista. Con esto, no sólo estoy manifestando mi profesión religiosa, sino que estoy queriendo decir que de ningún modo puedo ver el tema como algo externo. Mi interés es mayormente religioso que filosófico, aunque el tema lo encare desde una perspectiva filosófica. Esto no significa que no pueda ser objetivo, simplemente que será mi modo –inevitable- de abordar la temática.

El trabajo será buscar el modo en que, en este tiempo presente, cada comunidad religiosa se hace símbolo para las gentes.

Capitulo I

Planteo y definiciones

"Hoy la globalización presenta un reto brutal a la identidad de los pueblos y la cultura individualista pregonada por el neoliberalismo, significa un desafío a viejos valores que están pegados a la naturaleza social del hombre."[1] Estos serán los valores a redescubrir y fomentar. Buscar la unidad y la identidad de los pueblos debe partir desde las raíces, desde las "células básicas". Una familia o una comunidad cristiana, una comunidad religiosa, son células que pueden renovar la sociedad. A la luz de la historia humana, madre y maestra, se puede encender una luz de esperanza que marque el camino a seguir. Es necesario que nazca una nueva cultura comunitaria.[2]

I.1.1 Situación actual: la "posmodernidad".

Para hablar de actualidad se habla de "posmodernidad".

Es muy descriptivo -aunque carente de precisión- decir que "la posmodernidad es un estado de ánimo, el resultado de un desengaño…" Es lo que se vive hoy, en el ámbito cultural, social, político, educativo, hasta afectivo. La idea no será describir detalladamente la posmodernidad, sino tener en cuenta algunos aspectos que atañen.

Un autor define la posmodernidad como "inhibición respecto a los asuntos públicos" y da algunas características: "Ya no se invierte afectivamente en los grandes sistemas ideológicos… todos los estereotipos sobre nuestra cultura apuntan a una evasión de la realidad: no se espera poder interpretar el mundo, ni tampoco poder transformarlo. Por ello todo cambio histórico hacia la justicia aparece como un círculo cuadrado histórico. Se tiene la experiencia de un mundo duro, sórdido que no acepta, pero que no se puede cambiar… La ética del "todo vale" se instala en todos los corazones… Como no hay futuro, la salvación acontece en el presente, es instantánea y se produce en la aceleración de las experiencias (adicción a los km/h, el estéreo, la droga)."[3] El hombre posmoderno es individualista, carece de grandes ideales y esto le impide comenzar un camino de renovación, las soluciones las quiere ya. Esto también lo expone a las frustraciones. La revaloración del presente "no es, en sí misma, un punto negativo", continúa el autor: "El tomar distancia de un pasado transmitido como Tradición intocable, ha permitido cortar con desgraciadas tradiciones profundamente arraigadas, como la inferioridad de la mujer y su consiguiente subordinación al hombre, la inferioridad de unas razas en relación a otras, el antijudaísmo inmemorial, las guerras de religión, etc."[4] Esto da la pauta de que en lo profundo de la posmodernidad hay cosas "rescatables", transformables en valores fundamentales que el hombre ya tiene, no hay que inventar nada, simplemente me parece poner de relieve y fomentar estos valores y desde allí comenzar un nuevo proceso.

El autor agrega que la posmodernidad no es sólo un estilo de vivir, sino también un modo de pensar.

Se puede sintetizar en los siguientes puntos:

  • Desencanto de la razón: La razón no es un espejo de la realidad…se genera un socratismo pesimista que sabe demasiado sobre las miserias de la razón.

  • La aceptación de la pérdida de fundamento: …el posmoderno no llora la pérdida de seguridad; se avista un tiempo de indeterminación.

  • El rechazo de los grandes relatos: …fascinan por su oferta de sentido y salvación pero han justificado la barbarie… Tras ellos anida la legitimación del terror, la eliminación de las diferencias y la imposición militar, mecánica o espiritual del uniformismo…

  • El fin de la historia: …esto no es una tragedia sino la ocasión para realizarse: vivimos en la inmediatez (predominio del presente sobre el pasado y el futuro).

  • La estetización general de la vida como política: la razón pasa a ser un instrumento fruitivo, no objetivante… [5]

Estos aspectos repercuten a la hora de los compromisos. Hoy en día los compromisos que se asumen son "mini-compromisos light, poco estables y de corta duración". Esto resiente en todos los terrenos, en el profesional y el político, en el familiar y el religioso.[6]

I.1.2 Cristianismo y posmodernidad

La vida religiosa no escapa a la posmodernidad.

En la antigüedad, en la Edad Media, se notaba claramente la concepción del mundo como un cosmos religioso, se podía ver en las funciones sociales, en las costumbres; el hombre era de por sí religioso, no separaba religión y vida, estaban profundamente ligadas, era su modo de entender el mundo. Ya en la modernidad, la religión queda reducida a una especie de ideología, como un "subsistema", no como un estilo de vida característico. Según Gómez Caffarena, la religión no es que desaparece sino que se privatiza.[7]

El vínculo entre cosmos cristiano y vida cotidiana se ha ido debilitando con el tiempo. Esta crisis que en un principio se manifestaba en una minoría "laicista" hoy, en cambio, "afecta a la mayoría de la gente, pero ya no para orientarse hacia un laicismo algo trasnochado sino hacia otro estilo de religiosidad, menos institucional que el anterior. Antes, el cura, la hermanita, los ritos, los obispos, todo configuraba una sólida institución. Ahora no se es anti-clerical, sino anticonstitucional, en un estilo muy individualista."[8] Se puede decir que hay una individualización de la religión. La noción de trascendencia se volvió a pequeñas trascendencias: la nación, la clase social, la familia, la ecología, el altruismo, la autorrealización. La vida se individualizó.

Hoy se ve una gran "oferta religiosa" donde los "consumidores" seleccionan el surtido a su disposición, cada uno se construye su propia creencia y su propio horizonte último, reducidos, a corto plazo. La religiosidad deja de ser un mero copiar un modelo establecido.

Esta es la realidad que hay que salvar, o por lo menos mejorar. Maza Bazán concluye su artículo con estas palabras y de ahí se pueden derivar las conclusiones: "Antes se atacaba a la Iglesia por ser infiel a la utopía, ahora se dice que la Iglesia no tiene utopía, así la posmodernidad justifica su falta de aliento utópico propio… Nadie tiene que morir por nadie, la generosidad ha desaparecido. Sólo la recuperación de la utopía evangélica de la paz y la justicia, ajena a dualismos que terminan por arrinconar a la religión en el campo de lo espiritual y personal, puede devolvernos a nuestra dimensión original como profetas del Reino que no es de este mundo pero que comienza aquí."[9]

I.1.3 Identidad o singularidad

Uno de los problemas de la globalización es que genera uniformidad. Por un lado perjudica y por otro beneficia. Generalmente se puede observar en las relaciones entre las personas afectando directamente al planteo de una vida comunitaria. Se plantea la vida comunitaria con este estilo uniformado que con el tiempo deviene en una especie de "sociedad cerrada". Esto es despersonalizante.

Aquí se plantea la diferencia entre identidad y singularidad. Identidad aparecería como esta uniformidad. En cambio singularidad sería otra cosa: "no se trata de la unidad cuantitativa o del conjunto homogéneo, dominado por un rasgo común."[10] Si bien Scavino utiliza este modelo para otra cosa, se hace propio y justo aplicarlo a esta temática de la vida comunitaria para plantear una pauta. Con esta consigna, los integrantes de la comunidad se unirían en su diversidad no por "relaciones imaginarias de semejanza (yo soy uno de los suyos) sino por relaciones reales de cooperación y solidaridad. Ya no se trata, en consecuencia, de una unidad homogénea sino necesariamente heterogénea: en lugar de identificación se puede hablar aquí de participación. Justamente, entendida como unidad de cooperación o comunidad, la singularidad se sustrae a cualquier representante, ya que este último precisa homogeneizar o uniformizar la diversidad representada."[11] Para estos tiempos es un signo de normalidad, de "encarnación", un quite de rareza. No se pueden imponer modelos únicos, hay un rechazo a esto, es de carácter cultural. Es necesaria la creatividad. Los cambios se fraguan en el mundo de las ideas y luego se plasman en la realidad. El hombre es un forjador de ALTERNATIVAS.[12] Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los focolares, plantea la vida comunitaria plena de esa diversidad. El ejemplo del "focolar" es algo particular pero se puede tomar un buen ejemplo de lo que sería esta singularidad. En un focolar conviven personas de distintas razas, edades, culturas, naciones, oficios… "Este hecho, que para nosotros es normal, para los demás es insólito y ya de por sí da testimonio de una igualdad que es un milagro en la tierra. Por otra parte, la clave de la unidad, de la igualdad, la tiene sólo Dios". [13]

Es oportuno involucrarse ahora en un aspecto eclesiológico importante. La catolicidad de la Iglesia acentúa la universalidad del Evangelio, así se puede ver cómo está presente en todas las culturas y países y no de una manera "uniforme" sino con la riqueza de la diversidad de esas culturas que enriquecen esa catolicidad.

I.1.4 Algunos aspectos positivos

Ahora hay que buscar los aspectos y elementos favorables de la posmodernidad.

Se puede ver, en primera instancia algunos presupuestos como punto de partida:

  • Los adultos son sensibles a los grandes relatos fundantes del pasado, como las promesas hechas a Abrahán o los mandamientos dados a Moisés.

  • Los jóvenes, en cambio, son sensibles a las grandes utopías colectivas, que permiten soñar un mundo de paz, fraternidad y alegría. Son alérgicos a los mandamientos tradicionales, que imponen los mayores, pero aceptan los "mandamientos" o pautas implícitas que surgen de las utopías, y que ellos pueden imponer a los mayores, como ocurre en el terreno de la ecología."[14]

Se puede decir que hay un rechazo por lo institucional porque representa rigidez, falta de libertad. No así con lo trascendente. El hombre de hoy busca a Dios de mil maneras, porque busca la verdad. Pérez del Viso observa: "El lado positivo de este proceso es que el creyente se siente sujeto y no mero objeto de la acción institucional. Experimenta la emoción de buscar a Dios, comenzando por una captación de lo espiritual"[15]. Esto que se constata no siempre está bien orientado; a veces esta búsqueda tiene matices "importados de Oriente", las formas de oración, de meditación,etc. A veces también se deforma con la idea de la reencarnación o con una divinización "a nivel de la naturaleza más que de la persona, de fuerzas superiores más que de un Dios que se revela. Se da hoy una sensibilidad religiosa similar a la que encontraron los cristianos del primer siglo, con las religiones mistéricas."[16] Lo que se puede destacar y recatar aquí es la apertura del hombre a lo trascendente.

Capítulo II

El símbolo

II.1 Definición

El símbolo "es una señal no natural, es decir, una señal convencional."[17] Entonces, convencionalmente, hay algo que se quiere simbolizar, darle carácter de simbolismo. Se entiende por simbolismo "toda tendencia que destaca la importancia que desempeñan los símbolos en la vida humana individual y, sobre todo, colectiva."[18]

San Agustín, hablando del signo[19]dice que es "toda cosa que, además de la fisonomía que en sí tiene y presentan a nuestros sentidos, hace que nos venga al pensamiento otra cosa distinta".[20] Santo Tomás va a agregar que "es connatural al hombre llegar al conocimiento de las cosas inteligibles a través de las sensibles."[21]

El símbolo tiene una dinámica propia que parte de su etimología: "proviene del verbo griego symballein, que, en su forma transitiva, significa poner en común, reunir, intercambiar y, en su forma intransitiva, encontrarse, juntarse. El sustantivo sym-bolon significa conjunción, pacto, reunión de las dos partes que se dividía el objeto."[22] Podemos poner los ejemplos de la "media medalla" que se regalan los novios o mismo las alianzas matrimoniales.

El símbolo se abre a una dimensión trascendente: "presencializa una ausencia y actualiza algo que no puede alcanzarse, que es imposible de percibir o no es conocido. Lo específico del símbolo es ser epifanía del misterio, manifestación de lo indecible. El símbolo nos abre a la trascendencia en el seno de la inmanencia, apunta a la presencia en medio de la ausencia, remite a la comunicación cuando se experimenta la soledad. Pero precisamente por su carácter inexaurible, el símbolo, además de desvelar, vela, además de manifestar, oculta, para no disolver el misterio."[23] Se puede agregar que "el símbolo tiene valor en sí mismo como capacidad de acceder de manera inmediata a lo trascendente escondido detrás de una realidad inmediata"[24], "como signos representativos de realidades no accesibles por medio de la razón teórica."[25] Eduardo Pérez hace otra observación: "Ante la cerrazón anti-metafísica y anti-trascendente del mundo contemporáneo, el símbolo aparece como la única ventana abierta a la trascendencia en la actual cultura inmanente y materialista. En esta civilización de los medios de comunicación masivos, la cultura de la imagen anula al acceso a la vía conceptual, pero no a la simbólica. El desarrollo del simbolismo aparece como una exigencia para el acceso al misterio del ser."[26] Continúa: "El símbolo muestra y oculta y en esto reside su humildad y su grandeza. El símbolo respeta con reverencia lo inaccesible del misterio que lo supera y se contenta con dejarnos gustar sólo una parte de su riqueza infinita." [27]

II.2 El lenguaje simbólico

El lenguaje simbólico, la simbolización, es un modo particular de conocer de una manera profunda y pluridimensional, aunque incompleta. Es una función intelectual, el entendimiento "aprehende su objeto, por analogía, en concomitancia con la sensibilidad interna. Dicho de otro modo, la simbolización requiere de la potencia intelectiva una profunda encarnación, pues sólo puede asimilar su objeto considerando, en íntima unión con la sensibilidad, la experiencia, lo vivido, una realidad, en algún grado, protagonizada."[28]

Contemplar los símbolos no es ponerse delante de ellos con una actitud pasiva, "es un conocimiento valorativo, no especulativo"[29]. El símbolo "me interpela, exige mi respuesta, no permite mi indiferencia", va a lo más profundo del hombre, le exige participación "en la captación de su contenido y en la elaboración de su expresión" con "alma, cuerpo, inteligencia, voluntad, sentimientos, afectos, sentidos, apetitos, etc."[30] Se puede agregar que se expresan "vivencialmente los niveles más profundos del hombre: lo afectivo, lo axiológico y lo personal, referido a las grandes opciones y compromisos últimos. La comunicación simbólica es la comunicación propia del amor, siendo típicamente generadora de comunidad y expresiva de la comunión."[31]

El símbolo no se puede intelectualizar del todo, la intelectualización, la conceptualización "debe colaborar con el simbolismo en el acceso del ser para darle objetividad fundada en su universalidad y delimitación." Se termina diciendo que "el exceso del racionalismo es tan peligroso como el de su opuesto irracional."[32]

II.3 El hombre, los símbolos, lo sagrado

Se habla del hombre como "animal simbólico". Este es un rasgo que lo diferencia del resto de los animales. El hombre es el único capaz de simbolizar su existencia. Se puede ver desde los comienzos de la humanidad, en las pinturas rupestres, de qué manera el hombre simbolizaba su vida cotidiana. De algún modo, simbolizar es dar carácter sagrado a eso que se simboliza, carácter religioso (en el sentido de re-ligar). El hombre simboliza aquello a lo que se quiere re-ligar. Aquí se puede deducir que si se trata de re-ligar, se trata de "volver" a ligar, de retomar un vínculo ya existente.

"El ser humano puede representar el mundo de dos maneras: directa o indirectamente. La directa tiene lugar cuando la cosa se representa en "carne y hueso" y se hace presente al espíritu en sí misma. La indirecta sucede cuando el objeto está ausente y se le re-presenta al ser humano en imagen. Una de esas formas indirectas de re-presentación es el símbolo."[33]

Eso a lo que el hombre se quiere re-ligar, eso que caracteriza como sagrado, eso que simboliza, tiene carácter de bien que debe alcanzar. Para Mircea Elíade "la forma simbólica es la especie inteligible que el alma obtiene de la realidad vivida para aprehender intuitivamente su apetibilidad (su bondad, conjuntamente con su belleza, unidad y verdad)." [34]

El símbolo tiene aptitud "para colocar al hombre ante valores, sacarlo de la indiferencia espiritual y permitirle la aprehensión del bien para su naturaleza espiritual encarnada. El símbolo tiene aptitud para "otorgar sentido". [35]Aquí se encerraría una de las funciones simbólicas de la comunidad religiosa: conducir al hombre mediante su simbolización a un bien, demostrarle que su vida tiene un sentido que va más allá de lo que se pueda decir. La comunidad religiosa sería una hierofanía, una revelación al hombre. Mircea Elíade aclara esto: "El hombre entra en conocimiento de lo sagrado porque se manifiesta, porque se muestra como algo diferente por completo de lo profano. Para denominar el acto de esa manifestación de lo sagrado hemos propuesto el término de hierofanía, que es cómodo, puesto que no implica ninguna precisión suplementaria: no expresa más que lo que está implícito en su contenido etimológico, es decir, que algo sagrado se nos muestra."[36]

Al mostrarse la comunidad como una hierofanía se da una ruptura en la homogeneidad del espacio y también la revelación de una realidad absoluta. Esta realidad se opone a la no-realidad de la inmensa extensión circundante (aquí se puede recordar la no-realidad que nos ofrece la posmodernidad, la "hiperrealidad" de la que habla J. Baudrillard). La manifestación de lo sagrado fundamenta ontológicamente el Mundo.[37] Continúa con otra cosa importante que abre las posibilidades de hierofanía: "Cualquiera que sea el grado de desacralización del mundo al que haya llegado, el hombre que opta por una vida profana no logra abolir del todo el comportamiento religioso. Habremos de ver que incluso la existencia más desacralizada sigue conservando vestigios de una valoración religiosa del mundo."[38]

II.4 Dimensión utópica del símbolo

El símbolo debe llevar a la unión con eso que presencializa, llevar a ese misterio del que es epifanía. En este sentido de misterio se puede decir que aquello que está representando el símbolo (que es una de las cosas que lo diferencia del simple signo) es de un carácter casi inalcanzable. Según Tamayo Acosta se ubica en un horizonte utópico marcando "una tensión entre la realidad tal cual es y la realidad tal como debe ser, entre el ser y el deber-ser." Con esa función utópica, el símbolo "anticipa el futuro". Pone aquí el ejemplo de los símbolos sacramentales en los que lo que "se anticipa son los valores del reino, el nuevo cielo y la nueva tierra, en los que se hace presente la salvación".[39] Otro autor tomará esta característica: "El símbolo traduce ciertos aspectos fundamentales de la situación del hombre en el Mundo. Es un espacio humano organizado y un importante punto de apoyo contra la extensión amorfa, amenazante, demoníaca …"[40]

II.5 Carácter comunitario del símbolo

Se considera que los símbolos son signos no naturales, signos conscientes, signos convencionales. Lo corriente es utilizar el término "símbolo" como una clase particular de "signo". Lo que caracteriza al signo es el hecho de ser "individual", a diferencia del símbolo, que es de carácter social, colectivo.[41]

Tamayo se refiere al hombre como animal simbólico y así lo define con certeza, "pues uno de los rasgos que lo definen y lo diferencian del resto de los animales es su capacidad de simbolización, que empieza con el lenguaje y culmina con la simbolización de la relación de la persona con el mundo y con las cosas." El hombre tiene la singular capacidad de "simbolizar la existencia".[42]

Michel Meslín explica que "todo símbolo es un signo visible y activo que se revela portador de fuerzas psicológicas y sociales."[43] Tamayo también le da su carácter comunitario y social al explicar que el símbolo no es una creación individual sino que nace, brota del seno de una comunidad, de una colectividad, de una sociedad, "de ella se nutre y en ella adquiere sentido". El hombre no "fabrica" los símbolos arbitrariamente sino que son generados de manera colectiva.[44]

Meslín da una buena explicación entre el significado del símbolo y su carácter comunitario: "Originalmente, como se sabe, el término griego designaba un fragmento de tableta que las partes contratantes de un pacto conservaban celosamente. La unión de los fragmentos les permitía reconocer su amistad y atestiguaba que la unión concluida había permanecido intacta durante la separación. Era una bonita imagen que ponía de manifiesto la unidad conservada en la diversidad. En un principio, el símbolo es un signo de relación por el cual se reconocen los aliados y se sienten unidos los iniciados. La primera función del símbolo consiste, pues, en establecer un vínculo, una relación entre hombres. Por esta función de referencia, el símbolo determina un acto social."[45]

Me parece importante destacar que el símbolo manifiesta la "unidad conservada en la diversidad". El símbolo debe ser representativo de la comunidad, el hombre no sólo se debe sentir interpelado por el símbolo sino que, además, debe sentirse representado, en cierto modo identificado, partícipe con ese símbolo. Tamayo afirma: "El símbolo no es para contemplarlo desde fuera cual espectador pasivo y ajeno; hay que entrar en su dinámica. El símbolo no se comprende sólo –ni quizá principalmente- con la cabeza, sino en la medida en que todo el ser humano se implica en él."[46]

II.6 Cambios de tiempo, cambios de símbolos

Los cambios de símbolos responden no sólo al paso del tiempo sino también a las nuevas necesidades del hombre. Según Tamayo "el mundo de los símbolos constituye un ejercicio de equilibrio entre la herencia recibida y la creatividad. El ser humano no parte de cero, ni las comunidades creyentes pueden hacer tabla rasa del pasado. Los símbolos no se inventan todos los días, como tampoco cambian arbitrariamente cual si de productos de moda se tratara. Perviven por encima de los avatares a los que están expuestos y resisten los múltiples embates a los que están expuestos. Lo que suele cambiar con el tiempo no son los símbolos, sino su significado."[47] Y aquí hay un punto de conexión con el tema. Pienso que en tiempos de las primeras órdenes mendicantes, ver a los monjes caminar con sus hábitos era signo de despojo, de pobreza; las ropas de las monjas lo mismo, era la ropa de la mujer más pobre de su época. Con el tiempo ese símbolo fue siendo su identidad perdiendo el carácter inicial, se los identificaba por sus ropas, ver a alguien con hábito era ver una persona de Dios, con el tiempo hasta degeneró en un distintivo social, de una dignidad distinta, de una clase privilegiada. Hoy, en esta sociedad secularizada donde los símbolos religiosos no representan nada (o casi nada), para las personas estos símbolos sólo representan a gente que lleva una vida "extraña". Según Tamayo: "Mantener la vieja simbólica inmutable en medio de los cambios socio-culturales y religiosos es tan estéril y tan poco coherente como hechar el vino nuevo en odres viejos o como poner un remiendo en un traje recién estrenado." [48]Continúa: "El desafío radica en armonizar tradición y renovación en el mundo de los símbolos. La fidelidad a la tradición responde a la radicación del ser humano en el tiempo y al profundo arraigo de los símbolos en la historia anterior. La renovación responde también al carácter histórico de la persona, que no se queda anclada en el pasado, sino que vive experiencias nuevas en el presente y re-crea su mundo cultural."[49]

Tamayo define esto tiempos como una era de "símbolos rotos". Ve la causa en la ciencia y la técnica que desmienten todo lo que sea símbolo, ritos, sacramentos. Llama a este fenómeno el "imperio de la razón instrumental".[50] Habla de esta causa de destrucción de los símbolos revestidas de dos modalidades: "una por defecto, la rigorista, que aboga por la pureza del símbolo contra el realismo desmesuradamente antropomórfico; es propio de la cultura bizantina. Otra, por exceso, por evaporación del sentido; es propia de la cultura occidental y, dentro de ella, de buena parte de la tradición cristiana. Los tres rasgos del carácter iconoclasta de la civilización occidental son: el predomino de los dogmas y del clericalismo sobre la presencia epifánica de la trascendencia; la priorización del concepto y del pensamiento directo sobre el indirecto; la preferencia de largas cadenas de razonamientos, de hechos explicados positivistamente, sobre la imaginación comprensiva." [51]El hecho está en que los tiempos cambian, los hombres y las culturas al mismo tiempo y la simbólica, lógicamente, irremediablemente con todos ellos. El desafío consta en mantener las cosas esenciales aunque los tiempos y símbolos cambien.

Muchas veces se entiende la vida religiosa como un conjunto de costumbres ancestrales, llenas de rarezas, como una vida de otro tiempo. Esto porque se hace una mirada poco profunda y también porque a veces se han entendido mal las cosas. Un monje trapense contaba una vez que en muchos casos se había entendido la renovación del Concilio[52]como un simple "recortar las telas de los hábitos". Este fue el caso contrario, se cambio el signo exterior "acordando con los tiempos" pero el cambio interior, que es de donde nace el símbolo y de donde se dan las verdaderas renovaciones, no se dio.

II.7 Símbolo, religión y analogía

Scannone trata de mostrar que los símbolos religiosos "dan que pensar y qué pensar no sólo hermenéuticamente, sino también analógicamente…"[53] Esto quiere decir que el símbolo hace pensar al hombre y le da contenido a su pensamiento. La Lic. Ruschi relaciona la analogía con "todo paso arduo de la inteligencia hacia los objetos espirituales". Continúa Scannone: "El lenguaje analógico está al servicio (hermenéutico) del lenguaje religioso que, según dijimos, utiliza la narración, la metáfora y el símbolo para hablar de lo sagrado y de Dios respetando su misterio… la fenomenología de la religión nos muestra que las hierofanías (incluida la revelación por la palabra) se expresan en símbolos (naturales, personales, históricos), y en lenguaje simbólico, aunque el Misterio santo los trascienda."[54] Se puede ver que se da un paso de lo que el hombre capta con sus sentidos y su inteligencia a lo que entiende luego, analógicamente, con su espíritu y viceversa. Según Scannone "el lenguaje religioso simbólico es anterior a su interpretación conceptual. Claro está que, en cuanto lenguaje, ya él mismo es una primera interpretación de la experiencia y, como quedó dicho, forma parte de la misma."[55]

Se puede hablar de una interacción entre el intelecto y el espíritu en el momento de conocer. En el símbolo se da una "transgresión semántica". Según Scannone, esta transgresión actúa sobre dos campos de referencia, articula dos niveles de significación, una "primera o literal, y la segunda o simbólica". La primera se relaciona con la experiencia espacio-temporal. La significación segunda o simbólica, que se trata precisamente de dejar aparecer y sólo puede ser alcanzada por medio de la primera y de su trans-gresión. Es –en cambio- relativa a un campo de referencia para el cual no se dispone de medios de caracterización directa (por ejemplo, el ámbito de lo sagrado y de Dios). De ahí que sólo en, a través y más allá del sentido primero o literal de los signos se puede acceder al sentido simbólico o segundo y, gracias al mismo y mediante él, al campo de referencia segundo o trascendente."[56] En el sentido primero tendríamos lo que muestra la comunidad religiosa con su vida, lo que los demás captan con los sentidos y el intelecto. Esto es básico. La simbolización se da sobre esto. En el segundo sentido encontraríamos la vivencia más profunda de esa comunidad religiosa cuando hace presente al Reino con su vida cotidiana. Se estaría dando algo que trasciende el campo de la representación, tanto empírica como teórica. Continúa Scannone: "…a través de acciones y palabras (tanto simbólicas como analógicas) se llega a intencionalizar… y nombrar aquello que trasciende toda acción y discurso: el silencio desde donde surge el símbolo, la palabra y la acción."[57]

Capítulo III

Propuesta

En este capítulo se corre el riesgo de topar con lo teológico, pero aunque se trate de evitarlo es considerable correr este riesgo.

III.1 La comunidad religiosa como símbolo

En la antigüedad, las partes contratantes de un pacto llevaban cada una un fragmento de tableta que conservaban celosamente. Al reencontrarse unían esos fragmentos y así reconocían su amistad y se atestiguaba que la unión concluida había permanecido intacta durante la separación.

En un principio, el símbolo es un signo de relación. La primera función del símbolo consiste, pues, en establecer un vínculo, una relación entre hombres.[58]

La comunidad religiosa ha de ser ese punto de encuentro, para los hombres consigo mismos, entre ellos y con Dios.

Se puede hacer una observación a partir del Concilio Vaticano II: la Iglesia comienza a tomar más conciencia de su dimensión "peregrinante" como pueblo de Dios, y de su llamado a hacer presente el Reino de Dios en el mundo. Se incorporan al léxico eclesial las categorías diálogo y discernimiento; comunión y misión; historia y encarnación. La misma Iglesia se autocomprende como misterio de comunión misionera.

Es evidente que las profundas y constantes transformaciones socio-culturales obligan a la Iglesia en general y a la vida consagrada en particular (aquí se ubicarían las comunidades religiosas) a querer hablar el mismo lenguaje de la gente, y a procurar responder teologalmente a sus justas aspiraciones "con" ellos y "desde" ellos. [59]Esta identificación sería el cumplimiento de la función simbólica.

En un principio las sociedades concebían al mundo como un cosmos sagrado, no sólo la naturaleza, sino las funciones sociales estaban identificadas, ligadas a lo religioso. Con el tiempo y la secularización, esto se fue perdiendo. Hay una división entre religión y vida cotidiana. Esto es lo que hay que recuperar. En la edad moderna la religión queda arrinconada como un subsistema, como una ideología, no un estilo de vida característico. La religión no desaparece, sino que se privatiza.[60]

En una sociedad secularizada, que ha perdido en gran parte su tradición religiosa o ha perdido el sentido que ella comporta, una comunidad religiosa debe transmitir, en primera instancia, valores que el resto de la sociedad comprenda, valores civiles básicos, virtudes que anidan en el corazón anhelante de los hombres. Se puede volver a hablar aquí de un re-ligar, conectar al hombre de hoy lastimado por la corrupción de las estructuras humanas con esos valores que espera ver en concreto, que él ya posee pero el desánimo de estos tiempos le impiden ver.

Una comunidad religiosa es símbolo en la medida que atestigüe su amistad con Dios, que demuestre que el Dios vivo vive entre ellos. Esto será en la medida que vivan primordialmente una relación de amor recíproco entre sus integrantes, en la medida que con su trabajo y su andar diario compartan con los hombres la lucha de la vida, las tristezas, las alegrías, los desengaños; pero con algo especial. Ese algo especial, ese "plus" sería la medida del amor, la medida de la simbolización. Dice Chiara Lubich hablando del amor de los cristianos, del "arte de amar": "Si se ama de esta manera… la gente no permanece indiferente, comienza a abrir los ojos y a peguntar: ¿qué sucede? ¿por qué? … La consecuencia, a menudo, es que muchos dicen: pruebo yo también. Por otra parte, Jesús quiere que este amor, el que él ha traído a la tierra, se vuelva recíproco: que uno ame al otro y viceversa, hasta llegar a la unidad…" Continúa: "Dando vida a Jesús en lo social en el fondo respondemos a la exigencia del hombre actual: exigencia de unificación entre lo humano y lo divino, exigencia de trascendencia y deseo de permanecer contemporáneamente en las realidades humanas." Esto es comprensible, perceptible para todos. Una comunidad en medio de la sociedad se convierte en célula que se reproduce. Este sería el fin de una comunidad inserta.

Agrega Ramos con un ejemplo parecido: "Una comunidad inculturada en estas condiciones de todos se enriquece y a todos enriquece, a partir de un estilo profético, novedoso y actual… Sin renegar de su eclesialidad, la vive desde una cierta secularidad; sin secularismo evita el anacronismo; y siendo profundamente humana, vive en una dimensión teologal. Y entonces he aquí la tercera acotación: desde esa experiencia, los miembros de una determinada comunidad tendrán que pensar qué significa vivir testimonial y proféticamente su vocación y misión, su consagración y sus votos, su vida de oración y su dimensión comunitaria, su ser y quehacer; y realizar opciones de vida de acuerdo a esas nuevas "significancias". Cada aspecto de su vida se "teñirá", así, de un talante particular e irrepetible; y en ese particular e irrepetible estilo de vida se manifestará –una vez más, e inculturadamente- el ser católico (universal) del pueblo de Dios."[61]

La Lic. Ruschi afirma: "El momento último de la simbolización es éste, que indica un bien, del que un corazón saborea (aún entre lágrimas o con la más dura confrontación de un mal) y al cual ansía adherirse." La comunidad religiosa hará tocar al hombre lo profundo de su realidad, lo más hondo de su ser, ese punto en que el hombre se sabe verdadero y buscador de la verdad. Llevará al hombre al reposo en un bien, a la búsqueda de la felicidad (podemos recordar los conceptos de sindéresis y la famosa "Regla de Oro"). Esto es un elemento común a todos los hombres. Así acontece una "interiorización" hacia la aprehensión espiritual del bien sostenida en las valoraciones que muestra la comunidad. Por esto se dice que "La simbolización… es un conocimiento valorativo, mas no especulativo…" En esta simbolización la sociedad encontrará un horizonte de búsqueda. "La simbolización es el modo natural más alto de iluminación para los fines de la vida anímica. Este conocimiento es capaz de producir modificaciones en la habitualidad intelectual y afectiva, y de la actualidad de los sentidos internos." Continúa: "Por los símbolos el hombre conocerá la realidad vivida en tanto portadora, manifestativa, de los valores que permiten conducir esa misma vida hacia su fin. Digamos que el oriente está marcado, desde el inicio, por el hábito de los primeros principios morales…" Al contenido del símbolo lo llama sentido y agrega: "El sentido da a conocer valores; su aprehensión mueve la voluntad originando actos libres y creativos." Hay un diálogo entre la persona y la realidad que experimenta (que capta con sus sentidos en la comunidad religiosa), la persona llega a conocer "por connaturalidad: se conoce la apetecibilidad de la realidad, y la cualidad del propio acto de apetecer. La simbolización ofrece un sentido que aunque se refiere a la realidad, se devela en un "corazón", develándolo." Termina su artículo con esta palabras: "Esto es de suma importancia para un ser que sólo puede alcanzar su fin en un ser superior a él, su felicidad, en Dios, y lo hará necesariamente como hombre, en unión sustancial de cuerpo y alma, por vía de conocimiento y amor. (S.Th. 1-2 q 1a8)."[62]

Así, la comunidad religiosa mostrará a la sociedad valores morales y religiosos como ese bien último a alcanzar. Este será un símbolo bien claro. La comunidad religiosa ha de ser en sí misma "proclamación de la Palabra de Dios presentada como cumplimiento de una promesa hecha por Yavhé a su pueblo, cada acontecimiento de la Nueva Alianza está precedido, en la historia de Israel, por un tupos, por una imagen,. una prefiguración, cuya significación resulta explícita. En virtud de esta coherencia interna del pensamiento, la significación religiosa de un símbolo sólo puede ser unívoca."[63] Esta imagen, este símbolo, esta alianza es la que debe representar la comunidad religiosa.

Tamayo Acosta hace una observación: "…la dimensión simbólica del cristianismo ha sufrido similar deterioro al de las paredes de los templos románicos y góticos. Si éstas fueron objeto de revoques, que sofocaron la riqueza del arte originarios, el simbolismo ha sufrido un estéril y empobrecedor enlucimiento hecho de dogmatismo, autoritarismo, burocratismo y ritualismo. Tales deformaciones han desembocado en una perversión del símbolo, que se ha visto agudizada por la crisis del símbolo en la filosofía y cultura occidentales.

Los propios sacramentos han perdido buena parte de su carácter simbólico y se han tornado con frecuencia ritualidad estática y vacía."[64]

III.2 Ser cristianos hoy

 Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Pero los tiempos cambian y los cristianos también, o por lo menos deberían de hacerlo acorde a los tiempos. Esto no significa cambios esenciales, sino justamente adaptarse a los tiempos históricos. Tamayo Acosta afirma que "La revelación misma no es una transmisión de verdades inmutables que hayan de acatarse en sus más rígidas formulaciones. Es, más bien, un acto de encuentro humano-divino, una experiencia de comunicación interpersonal libre que se realiza por medio de hechos y palabras liberadores. El momento actual, a su vez, no es, culturalmente hablando, tiempo de rigideces dogmáticas impuestas autoritariamente por poderes superiores que no se sabe muy bien a quién representan. La revelación de Dios, el movimiento de Jesús y los tiempos actuales coinciden precisamente en su carácter histórico, vivo y dinámico."[65] Es lo que llamamos muchas veces "inculturación". Este tema es una fuerte constante a partir del Concilio Vaticano II, pero leyendo un poco la historia de la Iglesia se ve este intento, muchas veces mal que mal, de acercar el evangelio al "lenguaje" de la época.

Tamayo Acosta trae a la memoria algo de los inicios del cristianismo afirmando que el proyecto de Jesús de Nazaret nunca fue un movimiento "maximalista", por eso habla de "mínimos":  Los mínimos facilitan el diálogo y la comunicación con otros mínimos y fomentan la tolerancia entre los seres humanos y entre las personas creyentes de diferentes religiones.  Los "mínimos" no diluyen la identidad, pues ninguna identidad es estática ni se define de una vez por todas. Debe ser capaz de reformulación en cada contexto histórico."[66] Muchas veces pareciera haber un gran afán por las cosas masivas, como que así se asegura el "éxito".

Observando cómo en los primeros siglos de la cristiandad, cuando los apóstoles se desparramaban por el mundo llevando la Buena Noticia sin que ésta fuera modificada por las diversas culturas y tendencias, ideologías y filosofías, sino que se enriquecía y alcanzaba claridad para todos se puede afirmar que "la identidad cristiana, por paradójico que parezca, no se volatiliza con los cambios culturales, ni se diluye con el diálogo interreligioso, ni se deteriora con los conflictos."[67]

La identidad cristiana "debe articularse armónicamente con otras identidades que conviven en cada uno de nosotros —la personal-interior, la cultural-popular, la sociopolítica, etc.— y dialogar con otras identidades religiosas y culturales." Remarca con fuerza que esa identidad se da "Hoy", "no en los cuatro primeros siglos del cristianismo, ni tampoco en el siglo XXIII. Aquí y ahora, en el presente, en medio del pluralismo cultural y religioso… se trata de un hoy que hunde sus raíces en el ayer y valora en sus justos términos la tradición como ámbito histórico de sentido… El hoy con raíces en el pasado —tradición— no puede quedarse en la añoranza de lo que fue ni instalarse cómodamente en el presente o en el pasado. Tiene que mirar al futuro con imaginación, creatividad y, sobre todo, con esperanza."[68] Si no se producen estos cambios, estas adaptaciones, esta inculturación, las expresiones de fe "pueden volverse enteramente irrelevantes en sus figuras histórico-culturales para las generaciones posteriores, e incluso pueden vaciarse de sentido en una pura repetición material".[69]

En el pasado las circunstancias hermenéuticas eran distintas así como también los desafíos a afrontar. Hoy en día –dice Tamayo- vivimos en tiempos de "razón instrumental", de "reduccionismo racionalizante" y ahí está el desafío, "en plena era de los símbolos rotos, es necesario rehabilitar el mundo de los símbolos, los sueños y las utopías, reavivar la fantasía ritual y hacer florecer de nuevo la imaginación festiva en las relaciones humanas, personas y sociales, y en la experiencia religioso-sacramental."[70] Sostiene que "hay que activar otras formas de razón, que la enriquezcan y dinamicen: dialógica, comunicativa, práctica, solidaria, compasiva, sensible, etc.", aunque el racionalismo de estos tiempos lo estimen débil e irrelevante; es ahí "donde reside la verdadera fuerza de la razón".[71]

Los cristianos de hoy han de ser: "luz, levadura, sal. De hecho, Jesús, compara el apostolado con la luz, con la sal, con la levadura. Tenemos que ser sal para dar testimonio al ambiente que nos acoge, luz para iluminarlo, levadura para que Cristo crezca en cuantos ya lo conocen."[72] Esto no siempre será algo explícito, "Antes de sembrar la palabra, primero tenemos que demostrar con los hechos, día tras día, que estamos dispuestos a morir por el hermano que está a nuestro lado. Sólo después de haber dado prueba que estamos dispuestos a dar la vida, podremos dar la palabra que es la semilla. Llegados a este punto, convencerá, porque está respaldado por el testimonio de la vida. En fin, la palabra es el "último cartucho"."[73] Chiara Lubich continúa: "Es así que en ciertos ambientes en los cuales estamos presentes no tanto con un amor explícito, sino hecho de paciencia, de servicio a los otros, nos transformamos en sal; es decir, logramos dar sabor a todas las cosas. Y la gente que está a nuestro alrededor, y que tal vez no sabe para qué vive, llegado un momento comienza a encontrar el gusto de vivir."[74] Comportarse con el prójimo "amándolo, por amor a Jesús, con hechos, practicando las catorce obras de misericordia[75]de manera que las palabras de verdad que puedas decirle, antes hayan sido expresadas por tu persona, por tu vida hecha palabra viviente, Evangelio vivo, y él lo haya podido ver."[76]

Tamayo propone algunos cambios a tener en cuenta: "lo simbólico sobre lo discursivo, lo ritual-dinámico sobre lo oral-pasivo, lo festivo-desbordante sobre lo ascético-represivo, el misterio sobre la magia, la gratuidad sobre el interés, lo corporal-expresivo sobre el espiritualismo-estático, lo comunional sobre lo sacrificial, el gesto sobre la palabra, el espíritu comunitario sobre el individualista, la narración sobre la argumentación."[77]

Siempre se dice que los discursos mueven pero los ejemplos arrastran. Los hombres de hoy agobiados por los desengaños, descreídos de todo discurso, decepcionados por las incoherencias esperan de los cristianos de hoy hechos, acciones que lo hagan creer nuevamente, en el hombre y en Dios. "Dando vida a Jesús en lo social en el fondo respondemos a la exigencia del hombre actual: exigencia de unificación entre lo humano y lo divino, exigencia de trascendencia y deseo de permanecer contemporáneamente en las realidades humanas."[78] Esto, lógicamente, exige un reafirmamiento de las verdades de fe, una formación catequética sólida, cambiar en muchos casos las creencias infantiles y reducidas, exigirse un verdadero compromiso con un Dios vivo, personal, con un Dios amor.

Conclusión

Sería tonto si como conclusión estableciera cómo debería ser una comunidad religiosa, borraría con el codo todo lo escrito y reflexionado hasta ahora.

Sabemos claramente que en los tiempos que nos tocan vivir podemos perecer en nuestros ideales como nos lo propone el vértigo de esta época o podemos lanzarnos en la verdadera transformación del mundo.

Este mundo nuestro necesita ser empapado de una sabiduría distinta, no la de la técnica ni la de las grandes teorías.

Hay alguien que dijo que el mundo es de quien más lo ame. Y otro que propuso que al mundo no lo salvarán las investigaciones sino la imaginación, una imaginación tan osada que sea capaz de ver al resto de los mortales que lo rodean con una mirada nueva, con una mirada de hermano.

Y los cristianos en esto tenemos la posta. Tenemos la capacidad para transformar este mundo. Mi propuesta, que en mi corazón se vuelve certeza, es ésta; desde mi lugar, desde nuestro lugar, el que nos toca vivir en este tiempo y al que debemos dedicarle alma, corazón y vida.

Digo y vemos que nuestro mundo está carente de valores, o en el mejor de los casos, estos valores están relativizados. Nosotros debemos cambiar ese valor relativo por un valor Absoluto. Ese valor que nos hace dejar todo para dedicarnos con todo nuestro sudor en una empresa colosal: hacer presente aquí el Reino.

Y a este mundo que ya no cree en Dios, que fatalmente lo "ha matado" debemos hablarle en su mismo idioma. No le podemos hablar directamente de Dios. Por eso el lenguaje simbólico ha de ser nuestra herramienta. Y las palabras sobrarían, por lo menos por el momento. Así nuestra vida se convertiría en símbolo que se haría reconocible. Y digo re-conocible para reafirmar un volver a conocer. El hombre sabe de Dios pero lo niega y nuestro deber es ese, que lo reconozcan en sus vidas reflejadas en las nuestras, que se re-liguen. Este sería el símbolo. Eso que el intelecto capta con los sentidos y analógicamente lo aprehende en su corazón. Nuestro estilo de vida ordinario, sobrio y alegre dará la pauta.

En esta era de "símbolos rotos" nos corresponde la reparación.

Viviendo en una comunidad religiosa, como es la del Seminario, muchas veces me pregunto qué cree la gente que somos y hacemos todos aquí dentro. Me causa gracia cuando se admiran de que uno lleva una vida normal de ordinario, que come, se recrea, duerme, se divierte, mira TV, navega en internet, goza y sufre. Pero a la vez se me plantea el hecho de demostrar con mi vida y la de mi comunidad que a Jesús se lo sigue en lo cotidiano. Se me presenta muchas veces la idea de cómo sería nuestra vida de formación si viviéramos en comunidades más pequeñas, más parecida a la vida del común de la gente. Por esto me surgen estos interrogantes. Pienso que nuestras comunidades religiosas (aquí no hablo sólo del Seminario, sino de toda comunidad religiosa) pueden ser en medio de la gente esas células que generarían en la sociedad los cambios, como semillas pequeñas, como las de mostaza "que llegan a ser grandes arbustos y los pájaros se posan sobre ellos".

Mostrar con nuestras vidas una cara novedosa del reino, del Evangelio. Que seamos entre la gente ese símbolo con el que se identifiquen, con el que sueñen horizontes lejanos, utópicos. Devolverle al hombre la mirada tierna de Dios, re-ligarlo con eso que tiene y cree que perdió, ayudar al hombre a recuperar a Dios y devolverle a Dios su creación recuperada. Borrar con nuestro testimonio la individualización de nuestra sociedad, alcanzarle al hombre sus sueños e ideales más altos de paz, de fraternidad, convertirnos en verdaderas familias donde todos puedan reflejarse.

Que nuestra vida sitúe al hombre frente a los valores morales y religiosos que cree perdidos o tiene dormidos, despertarlo de su indiferencia, otorgarle sentido a su existencia, que el bien se convierta en nuestro testimonio y resplandezca con toda su verdad para hacerse aprehensible.

La transformación de hoy exige de este carácter simbólico. Nuestras comunidades religiosas han de ser el símbolo que brote de la entraña de la sociedad humana, hombres del pueblo para el pueblo, revelación del misterio más hondo del hombre, como un tótem que identifique a los pueblos, aquello esencial invisible a los ojos, será la cruz de Cristo levantada en alto que atrae a todos hacia sí.

Apéndice

"Si una ciudad se prendiese fuego en distintos puntos, aunque fuese un fuego modesto, pero que resistiera todos los embates, en poco tiempo la ciudad quedaría incendiada.

Si en una ciudad, en los puntos más dispares, se encendiera el fuego que Jesús ha traído a la tierra y este fuego resistiera al hielo del mundo por la buena voluntad de los habitantes, en poco tiempo tendríamos la ciudad encendida por el amor de Dios…

En cada ciudad estas almas pueden surgir en las familias: padre y madre, hijo y padre, nuera y suegra; pueden encontrarse en las parroquias, en las asociaciones, en las sociedades humanas, en las escuelas, en las oficinas, en cualquier parte.

No es necesario que ya sean santas, porque Jesús lo habría dicho; basta que estén unidas en nombre de Cristo…

Cada pequeña célula encendida por Dios en cualquier punto de la tierra, se propagará necesariamente…

Pero hay un secreto para que esta célula encendida se propague hasta formar un tejido…: el secreto es que los que la componen se lancen a la aventura cristiana, que significa hacer de cada obstáculo un trampolín de lanzamiento…

Este es el pequeño secreto con el cual se construye, ladrillo a ladrillo, la ciudad de Dios en nosotros y entre nosotros…"

LUBICH, Chiara. Meditaciones. Buenos Aires, Ciudad Nueva, 1993. p.p.74-77.

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Autor:

Jorge Daniel Antonini Akerr

Seminario Interdiocesano La Encarnación

Síntesis Filosófica

Resistencia 2002

[1] ROMERO G., Rodolfo. Introducción a Una Nueva Cultura Comunitaria. PÉREZ DEL VISO, Ignacio. www.utal.org 8/4/2002.

[2] Cf. Ibid.

[3] Cf. MAZA BAZÁN, Pedro. Para entender la posmodernidad. En: Selecciones de teología. Instituto de Teología Fundamental. Catalunya. Barcelona. 1991. Vol. 30, abril-junio, N° 118. pp. 154-160.

[4] PÉREZ DEL VISO, Ignacio. Una Nueva Cultura Comunitaria. Introducción Rodolfo Romero G. www.utal.org 8/4/2002.

[5] Cf. MAZA BAZÁN, Pedro. Op.cit. pp. 154-160.

[6] Cf. PÉREZ DEL VISO, Ignacio. Op.cit.

[7] Cf. GÓMEZ CAFFARENA, José. La religión como universo simbólico. En: Revista de filosofía. Departamento de filosofía de la Universidad Iberoamericana, Plantel México. México DF, N° 85, enero-abril 1996. p.p.62-87

[8] PÉREZ DEL VISO, Ignacio. Op.cit.

[9] Cf. MAZA BAZÁN, Pedro. Op.cit. pp. 154-160.

[10] SCAVINO, Dardo. La era de la desolación. Ética y moral en la Argentina de fin de siglo. Buenos Aires, Manantial, 1999. p.144.

[11] SCAVINO, Dardo. Op.cit. p.144.

[12] Cf. ROMERO G., Rodolfo. Introducción a Una Nueva Cultura Comunitaria. PÉREZ DEL VISO, Ignacio. www.utal.org 8/4/2002.

[13] LUBICH, Chiara y otros. Como un Arco Iris. Los "aspectos" en el movimiento de los focolares. Traducción: Honorio Rey. Buenos Aires, Ciudad Nueva, 2000. p.128.

[14] Cf. PÉREZ DEL VISO, Ignacio. Op.cit.

[15] Cf. PÉREZ DEL VISO, Ignacio. Op.cit.

[16] Cf. Ibid.

[17] FERRATER MORA, José. Diccionario de filosofía. Madrid, Alianza,1982. T.4, Q-Z, p. 3039.

[18] Ibid.

[19] Se entiende símbolo como una especie de signo.

[20] AGUSTÍN, San. De la Doctrina Cristiana. En: Obras. Editor: Balbino Martín. Madrid, B.A.C., 1969. Tomo XV, libro II, cap I. p.97.

[21] TOMAS de Aquino, Santo. Suma de teología V. Traductor: Sangrador P. y otros. Madrid, B.A.C., 1997. 2° ed. (Parte III, q60, a4, ad 3) p.p. 512.

[22] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia la comunidad. 3. Los sacramentos, liturgia del prójimo. Madrid, Trotta, 1995. p.94.

[23] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia la comunidad… p.p. 96-97.

[24] PÉREZ, Eduardo. El símbolo desde una óptica realista. www.psicoterapiasimbolica.com 30/10/2002.

[25] FERRATER MORA, José. Op. Cit. p. 3039.

[26] PÉREZ, Eduardo. Op.cit.

[27] PÉREZ, Eduardo. Op.cit.

[28] RUSCHI, Mariana De. La simbolizacion. www.psicoterapiasimbolica.com 30/10/2002.

[29] Cf. RUSCHI, Op.cit.

[30] Ibid.

[31] GONZALEZ DORADO, Antonio. Los Sacramentos del Evangelio. Sacramentología fundamental y orgánica. Bogotá,CELAM, 1988. P.122.

[32] PÉREZ, Eduardo. Op.cit.

[33] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia la comunidad… p.94.

[34] RUSCHI, Mariana De. Op.cit.

[35] Ibid.

[36] ELÍADE, Mircea. Lo sagrado y lo profano. Traducción: Luis Gil. Barcelona, Ed. Labor, 1985. 6a ed. p. 19.

[37] Cf. Ibid. p. 26.

[38] Ibid. p. 27.

[39] Cf. TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia la comunidad… p. 99.

[40] JUNG, Karl Gustav .Filologías y semánticas.El hombre y los símbolos. www.roemmers.com.ar. 8/4/2002.

[41] Ibid.

[42] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia la comunidad…. p.94.

[43] MESLIN, Michel. El simbolismo religioso. En: Mito, rito, símbolo. Lecturas antropológicas. Recopilación: Fernando Botero, Lourdes Endara. Quito, Instituto de Antropología Aplicada, 1994. p. 287.

[44] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia la comunidad… p. 100.

[45] MESLIN, Michel. Op.cit. p. 287.

[46] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia la comunidad… p. 100.

[47] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia la comunidad… p. 112.

[48] Ibid. p.p. 112-113.

[49] Ibid. p.113.

[50] Cf. Ibid. p. 101.

[51] Ibid. p.103.

[52] Se refiere al Concilio Vaticano II.

[53] SCANNONE, Juan Carlos. Op.cit. p.19.

[54] Ibid. p.26.

[55] Ibid.

[56] SCANNONE, Juan Carlos. Op.cit. p.27.

[57] Ibid. p.39.

[58] Cf. MESLIN, Michel. Op.cit. p.p. 287-288.

[59] Cf. RAMOS, Gerardo Daniel. Inculturación de la vida religiosa. Perspectiva histórica y pautas metodológicas. En: Stromata. Universidad del Salvador, Filosofía y Teología, San Miguel. Argentina, año LVII, N° 3/4, julio-diciembre 2001. p.232.

[60] Cf. GÓMEZ CAFFARENA, José. Op.cit. p.p.62-87.

[61] RAMOS, Gerardo Daniel. Op.cit. p.236.

[62] Cf. RUSCHI, Mariana De. Op.cit.

[63] MESLIN, Michel. Op.cit. p.p.291-292.

[64] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Hacia la comunidad… p. 106.

[65] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Mínimos fundamentales para ser cristianos hoy. www.dei-cr.org. 9/4/2002.

[66] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Mínimos fundamentales…

[67] Ibid.

[68] Ibid.

[69] Ibid.

[70] Ibid.

[71] Cf. Ibid.

[72] LUBICH, Chiara y otros. Como un Arco Iris. Los "aspectos" en el movimiento de los focolares. Traducción: Honorio Rey. Buenos Aires, Ciudad Nueva, 2000. p. 144.

[73] Ibid. p. 135.

[74] Ibid. p. 145.

[75] Las obras de misericordia son :instruir, aconsejar, corregir, consolar, perdonar, sufrir con paciencia, rezar por los vivos y difuntos, dar de comer al hambriento y de beber al sediento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos, dar limosna a los pobres, redimir al cautivo.

[76] LUBICH, Chiara y otros. Como un Arco Iris… p. 148.

[77] TAMAYO-ACOSTA, Juan José. Mínimos fundamentales…

[78] LUBICH, Chiara y otros. Como un Arco Iris… p. 149.

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