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Cultura, identidad y razón utópica de nuestra América (página 2)

Enviado por Rigoberto Pupo


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La obra de Martí, en esencia, síntesis de pensamiento y acción postula un ideario ético-político de raíz humanista que en calidad de paradigma media y trasciende el presente y sirve de base proyectual del futuro. Precisamente por esto, devino modelo para transitar de la nación en sí frustrada por la intervención norteamericana (nación fuera de sí) hacia la nación para sí, donde el pueblo devendría verdadero sujeto histórico.

Es indudable la existencia de una misma línea de pensamiento en continuo ascenso y superación en Cuba. Una tradición revolucionaria genuina, original y auténtica, penetrada por una tradición ético-política de base humanista, donde las diferencias entre Varela, Martí, Mella, Fidel, en tantos hombres que sintetizan dicha tradición en distintas etapas del proceso, sólo se determinan por las respuestas que han tenido que dar a sus momentos históricos. Problemas comunes en una historia que no se detiene y es fuente de contradicciones y nuevas mediaciones en su devenir.

En esta dirección, es totalmente racional y certera la tesis de J. A. Portuondo, en el sentido que "la declaración de La Habana, constituye el manifiesto de la nación para sí, como fuera el de Montecristi, firmado en 1895 por José Martí y Máximo Gómez, el manifiesto de la frustrada nación en sí".

Es un proceso continuo, ascendente, de acceso y penetración de esencias, donde identidad nacional, tradición política con sentido cultural, en su acción recíproca se superan y determinan en nuevos niveles de concreción y enriquecimiento, para potenciarse con nuevas energías creadoras y nuevos objetivos, en correspondencia con las exigencias de la contemporaneidad.

Así el triunfo, desarrollo y obra de la revolución, fundada en raíces martianas y marxistas-leninistas concreta la existencia de una nación para sí, y por consiguiente un pueblo libre e independiente, dueño de su destino histórico. Esto al mismo tiempo comporta y cualifica una nueva identidad nacional basada en posibilidades reales de realización humana, pues "… por primera vez en la historia de las Américas, un poder realmente descolonizado -señala R. Depestre- un poder dotado de imaginación y audacia, se da a la tarea de estructurar con vigor las virtualidades de una identidad fundada sobre la igualdad, la dignidad, la belleza de todos los hombres. La creatividad revolucionaria garantiza la liberación socio-psicológica de negros y blancos, dentro de un proceso de integración cultural que unifica cada día de manera más perfecta las capas étnicas del país y humaniza las relaciones interraciales. La lucha por identificar al campesino, al obrero, al intelectual, a la mujer, al niño, -en una palabra, por identificar la condición humana dentro de una historia que ha dejado de ser dolorosa- se lleva a cabo mediante la implantación de una pedagogía revolucionaria que está llamada a romper sin ningún género de duda los circuitos emocionales, los viejos reflejos de animalidad que el egoísmo y el racismo del sistema capitalista habían sembrado en la conciencia desdichada de la gente".

Una revolución original, que recogiendo lo más revolucionario y valioso de la cultura cubana, latinoamericana y universal ha fundado una identidad de nuevo tipo, una identidad desmistificadora y humana, donde el hombre y el pueblo se proyecten como sujetos de la historia. Por eso el Che, consciente de la realidad cubana y su devenir futuro, exigía la necesidad de "tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos, en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los días -enfatizaba el guerrillero heroico- hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización".

Este movimiento real de la cultura, devenida en pensamiento, sentimientos y praxis ha encontrado expresión concreta en el ensayo, la poesía, la narrativa, etc.

En América Latina, el ensayo deviene urgencia histórico-cultural. Su propia conformación histórica y su ímpetu de resistencia a no ser eco y sombra de culturas exógenas determinan una posición crítica ante su realidad y la alienación que la acompaña. Emancipación humano-cultural, política y social impulsan una específica actitud. Los hombres de letras y su producción espiritual se convierten en autoconciencia de las ansias de identidad, con vocación de raíz americana y espíritu ecuménico. A todo esto se une una cualidad inmanente al hombre latinoamericano, al "hombre natural", en el decir de José Martí: su rica espiritualidad y creciente humanidad emprendedora que lo llevan a ser imaginativo, soñador, utópico y a veces permeado de ingenuidad. Una cultura, fundada en una naturaleza diversa, cósmica, pero única en sus propósitos. Un ser pletórico de ilusiones que no tiene que esforzarse para revelar realismo mágico y lo real maravilloso porque está presente en sus propias circunstancias. Esto y mucho más cualifican la existencia de toda una pléyade de ensayistas latinoamericanos, capaces de "ver con las palabras y hablar con los colores" y expresar un discurso propio con imágenes y conceptos de alto valor cogitativo y numen cosmovisivo. En fin, tematizan su mensaje, uniendo filosofía y literatura como totalidad orgánica y con cauces culturales de riqueza inusitada. Porque, según expresa Martí en su magistral ensayo Nuestra América: "La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de idea." Cargada de idea por la vitalidad que le imprime el alma filosófico-cultural que lleva dentro el discurso.

El ensayo, si es consecuente con su misión, no puede operar con rigidez discursiva. Ante la revisión de valores los esquemas sólo funcionan para crear esquemas y resultan ineficaces y poco atrayentes. La osadía, la exposición al riesgo y la valentía son atributos cualificadores del buen ensayista. Como también lo son la gracia, el tono y el relieve de las ideas. "Fue Ariel -refiere M. Vitier al excelente ensayo de Rodó- un arrullo por la forma y una señal (…) Observo en Ariel dos caracteres, que en los casos más logrados, el ensayo concilia: la dignidad de las ideas y el encanto de su comunicación. Flota en sus períodos también ese polvo inasible del misterio humano (…) Insisto en ese don de encanto intelectual que es atributo de los mejores ensayos. Dígase gracia estética si se quiere."

Gracia estética que, sin proponérselo el escritor, subyuga al lector, por la elocuencia, el tono, el color, el calor y el relieve y vitalidad de las idas. Unido a la coherencia del discurso, la armonía, la sinceridad y nobleza expresivas. El ensayo Cecilio Acosta, de Martí, subyuga, paraliza, nos hace cómplice y concentra la atención: "Ya está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y yerta, junto a la pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal, rebelde. Ha muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto. Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres; se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo ver morir, en lo más recio de la faena, a tan grande trabajador!

Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de crearlos. Para él el Universo fue casa; su Patria, aposento; la Historia, madre; y los hombres, hermanos; y sus dolores, cosas de familia que le piden llanto. El lo dio a mares (…) Cuando tenía que dar, lo daba todo; y cuando nada ya tenía, daba amor y libros (…) Él, que pensaba como profeta, amaba como mujer."

Estamos en presencia -por supuesto, ante un ensayo literario-, pero la belleza ensayística expresiva no está reñida con el tema de objeto discursivo. La sensibilidad del escritor, su creciente humanidad y el devenir en sus cauces culturales, imprime razón estética. La coherencia armónica y su consecuente gusto estético como están insertos a una cultura de la razón y de sentimiento, despierta esa bondad, verdad y belleza que el hombre lleva dentro, que sólo espera por cauces humanos para revelarse. ¿Quién puede negar la bondad, la verdad y la belleza de un ensayo científico, cuando un escritor con profesionalidad y oficio es capaz de insertar el discurso a la cultura, pues la cultura, más que acumulación de conocimiento, es sensibilidad humana para captar lo pequeño, lo grande y lo absoluto con sentido histórico, acorde con el presente y lo por venir, sin olvidar la buena tradición del pasado que sirve de raíz?

Por eso, en mi criterio, el elan filosófico-cultural es inherente al buen ensayo. Todavía más: es su mediación central. Porque lo dota de sentido cosmovisivo al hacer centro suyo la subjetividad en sus varios atributos cualificadores: conocimiento, valor, praxis y comunicación y al mismo tiempo porque los concibe insertos en la cultura. Los valores humanos, que tanto privilegia el ensayo, sólo funcionan cuando se culturalizan, cuando son alumbrados y guiados por una cultura de la sensibilidad y la razón.

En fin, el elan filosófico-cultural, inmanente al buen ensayo, implica conciencia crítica, razón utópica realista y cultura de la sensibilidad.

En los tiempos actuales, cuando la globalización se esfuerza por la homogeneidad cultural, en detrimento de nuestras culturas nacionales que sirven de pivotes de reafirmación identitaria, el buen ensayo tiene mucho que decir y hacer. ¿Oposición a la globalización? Por supuesto que no. Es un fenómeno objetivo, engendrado por la historia y la cultura. Pero no se puede olvidar la divisa principal de la herencia ensayística fundadora de nuestra América: la necesidad de partir de las raíces con vocación ecuménica.

El ensayismo latinoamericano, rico por su espiritualidad y compromiso social, no puede hacer coro con el presentismo, la idea del fin de la historia, el nihilismo cultural y la negación de los principios humanistas que propagan algunas corrientes postmodernistas. No se puede perder el sentido de identidad que une nuestros propósitos verdaderamente humanos ni subvertir la cultura del ser por la cultura del tener, fuente del desarraigo, la crisis de valores y los vacíos existenciales.

Ante el pesimismo y el escepticismo que tanto impera ya en pleno siglo XXI nuestro ensayismo no puede olvidar que vivir es creer. Hay que asirse al valor de las ideas, pues como enseña el Apóstol de nuestra América: "no hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados (…) Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras".

En resumen, no permitamos que muera la utopía, porque es matar la esperanza. Los síntomas visibles de la crisis de la civilización no pueden aplastar los sueños que encarnan y dan vitalidad a nuestra espiritualidad. Hagamos que siga primando el ensayismo optimista y no el pesimista que también existe. La salvación de la humanidad y el progreso social que también hoy se pone en duda, debe encontrar su baluarte inexpugnable en la cultura. La cultura, como expresión del ser esencial humano y medida de su ascensión, continuará alumbrando las sendas del porvenir.

En esta dirección, la narrativa de Carpentier hizo mucho y dijo más. Una obra filosófico – literaria, de raíz americana , vocación ecuménica, utópica , y por todo ello, creadora.

La historia y la cultura "le hablan" y se comunican con él, porque posee una profunda conciencia estética, forjada en el conocimiento, los valores, la praxis y la comunicación. No se funda en a priori, que no sea una rica cosmovisión humanista, con cauces culturales.

Carpentier no parte del pensamiento y de la sensibilidad "puros", sino de la necesidad, para convertirla en libertad y de aquí dimana su fino cosmos de sensibilidad para captar la unidad en lo diverso, lo diverso en la unidad, lo simple en lo complejo y viceversa. Por supuesto, nadie puede revelar lo real maravilloso, si no lo lleva dentro. Y llevarlo dentro, también es un ejercicio cultural con historia, trabajo, lucha y praxis.

En el creador –y Carpentier es un caso particular- existe un elan estético especial, fundado en una fuerte base cultural, que le permite "ver" más lejos, abordar el hombre en su complejidad, como posibilidad de búsqueda teórica y como imagen de posibilidades varias. Al hombre en relación con su mundo y su quehacer práctico. Por eso lo real maravilloso, compendia en síntesis la rica cosmovisión de Carpentier, y es, al mismo tiempo, resultado de una cultura con vuelo de altura y concreción de una elaboración artística secular, que con bellas palabras revela a nuestra América, en su ser esencial y en su devenir, para insertarse con voz propia en la universalidad.

Lo real maravilloso, es también un descubrimiento de raigal humanismo centrado en el hombre y los problemas que lo hacen grande. "Pero la grandeza del hombre – y Carpentier da rienda suelta a la razón utópica que es inmanente a los grandes espíritus- está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificios, reposo y deleite. Por ello agobiado de penas y tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida, en el Reino de este Mundo."

En el creador humanista, comprometido con el destino del hombre y el drama humano, no encuentran asidero el pesimismo y el escepticismo. Es un creador que no hace de su creación un fin en sí mismo, sino un medio para que emerja con fuerza la espiritualidad del hombre "natural" de nuestra América y para que la literatura y el arte se pongan en función de ello.

Su rica cosmovisión, devenida ideal estético encauzador de humanidad, concreta en su descubrimiento de lo real maravilloso, una cultura de resistencia y de lucha; y aunque para algunos parezca paradójico, vehicula un mensaje político de sorprendente valía para ayer, hoy y mañana. La consagración de la primavera da cuenta de ello. Por eso introduce su noveno capítulo con una frase vital y paradigmática del Segundo Fausto de Goethe: "Solo merece la libertad y la vida aquel que cada día debe conquistarlas".

La presencia de la utopía y la realidad es consustancial a toda obra creadora, y la razón utópico-realista, un atributo cualificador de todo creador con vuelo de altura.

Carpentier es un caso de mente privilegiada. Su pensamiento profundo, escrutador de esencias, fundado en la realidad histórico-cultural, marcha junto al hombre sensible que busca sentido y razón de ser a toda obra humana. Pero razón de ser para proyectar y trascender y no para quedarse en ella como simple espectador. Su miraje sensible –siempre cogitativo- busca sentido para acercarse al ser mediato o transitar y realizar el deber-ser. Por eso afirma: "(…) Los hombres pueden flaquear, pero las ideas siguen su camino y encuentran al fin su aplicación (…) Me apasiono por los temas históricos (…): porque para mí no existe la modernidad en el sentido que se le otorga; el hombre es a veces el mismo en diferentes edades y situarlo en su pasado puede ser también situarlo en su presente (…) Amo los grandes temas, los grandes movimientos colectivos. Ellos dan la más alta riqueza a los personajes y a la trama".

Es un hombre de ideas grandes y su intelección y su praxis se dirigen a lo grande y absoluto. Como en Martí –y Carpentier lo toma de referente en múltiples ocasiones- el hombre es posibilidad infinita de excelencia y creación. Un rico cosmos pleno de espiritualidad, capaz de descubrir grandeza, porque la lleva dentro.

Su rica cosmovisión concibe la historia como hazaña de la libertad, y al hombre como su protagonista, que movido por grandes ideas y sentimientos, construye la cultura y se realiza en ella.

Hay en Carpentier un mundo inagotable, que concreta y despliega en su obra artístico-literaria. Una obra con constante presencia del hombre en relación con el mundo.

Cada obra del gran escritor cubano realiza un proyecto humano o le abre vías de acceso. Y cada proyecto, un modo particular de realizar la utopía sin agotarla.

Su método y su estilo, plenos de raíz identitaria latinoamericana, como tienen por base al hombre, son al mismo tiempo cauce desbordante de ansias de ecumenismo, vocación cósmica y sentido cultural. Y su discurso, un incesante "viaje a la semilla", como "(…) búsqueda de la madre o búsqueda del elemento primigenio en la matriz intelectual o telúrica". Pero una búsqueda que no termina en lo que encuentra. Lo encontrado es base generatriz de nuevas aprehensiones, discernimientos, proyectos y nuevas búsquedas de trascendencia humana. Porque lo humano en Carpentier es trascendente por esencia. Su huella indeleble lo marca todo para vivificar el presente y proyectar el futuro, lo por venir.

Por eso en Carpentier, tal y como señala Alexis Márquez, "hay un aspecto (…) que cada día adquiere mayor importancia y significación, como es el sentido premonitorio que está presente con harta frecuencia en sus escritos. Releyendo sus trabajos periodísticos de hace veinte o treinta años, se sorprende uno al descubrir la aguda intuición que lo llevó a señalar hechos futuros que hoy son realidad plena y tangible. Lo mismo ocurre en sus novelas y cuentos".

Su sentido premonitorio fundado en todo un quehacer práctico-espiritual, capaz de vehicular pensamiento y sensibilidad, a través de grandes ideas e imágenes, da cuenta no sólo de la razón utópica realista que la encauza, sino además, de una excelsa capacidad anticipatoria, que algunos llaman "reflejo anticipado".

El reflejo anticipado o la capacidad anticipatoria es inmanente a la creación artístico-literaria de Alejo Carpentier, como le es propio, también a Martí y a los grandes creadores. Y no es, en modo alguno, una intuición ideatoria "pura", incondicionada y a priori. Es un ejercicio creador que traduce la necesidad, los intereses y los fines humanos, mediados por la praxis, en resultados culturales para bien del hombre y la sociedad latinoamericana.

Resultados culturales –la creación en sí misma- que nucleados en su filosofía humanista con cauces literarios de expresión, captan la existencia humana como proceso complejo, al hombre con sus fuerzas y debilidades, con sus fisuras psíquicas y sus ansias de afirmación. Al hombre en el drama humano y sus deseos de ser, para trascender. Pero no al hombre aislado, sino en sus circunstancias y contextos que le imponen la historia y la sociedad en que se desenvuelve.

Al mismo tiempo, el creador humanista, sin "colorear" la realidad de la vida, sus determinaciones y condicionamientos histórico-culturales, no impone a ultranza la sinrazón del vivir y la resistencia y la lucha. No dispone, ni impone reacciones deterministas trilladas de comportamientos. Todo lo contrario, propone alternativas de salida a los sujetos. Crea espacios comunicativos que posibiliten la elección, es decir, la libertad que cada cual debe encontrar con sus propios esfuerzos para ser y encontrarse. Cree en el hombre y sabe que se impone tareas para mejorar, sin olvidar que no siempre alcanza lo que quiere, pero debe luchar por lograrlo. Porque la lucha misma acompaña al destino del hombre y a su sentido de la vida. Lo que el hombre no puede olvidar es el horizonte que tiene ante sí, es decir, la utopía que todo lo mueve y los proyectos que dan acceso a ella.

Es que para Carpentier, el hombre mismo es un proyecto en pos de la libertad. Un proyecto con necesidades que debe asumir en la praxis para realizar su ser esencial. Si ciertamente es hijo de su época, de su tiempo histórico, de su espacio geográfico, esto no significa que fatalmente el destino predestine su existencia. Su subjetividad, hacedora de proyectos, si bien no es una "varita mágica" salvadora, ella puede abrirle caminos, pero "caminos que se hacen al andar". Se requiere de la acción asumida con pasión, fuerza y dolor para vencer obstáculos y abrirse al porvenir.

La obra de Carpentier es universal por su esencia y propósitos, y realiza su universalidad en nuestras tierras de América. También por la conjunción de un raigal espíritu identitario latinoamericano y su siempre vocación ecuménica, en su obra, nuestra América se inserta a la universalidad con status propio.

Su gran utopía, la realización de nuestra América, continúa toda una tradición con sólidos fundamentos en el pensamiento y la obra de Bolívar, Martí y otros fundadores. Revelar el ser esencial de América Latina, las potencialidades creadoras de nuestros hombres y pueblos devino propósito primario, y su rica y vasta obra literaria, su determinación concreta. Como en Martí, su producción literaria penetró con creces en la realidad latinoamericana e hizo mucho y dijo más para la contemporaneidad. Consciente de los retos y acechanzas internos y externos aboga por la unidad de nuestra América, "Nuestros destinos están ligados ante los mismos enemigos (…), ante iguales contingencias. Víctimas podemos ser de un mismo adversario. De ahí que la historia de nuestra América haya de ser estudiada como una gran unidad, como la de un conjunto de células inseparables unas de otras, para acabar de entender realmente lo que somos, y qué papel es el que habremos de desempeñar en la realidad que nos circunda y da un sentido a nuestros destinos. Decía José Martí en 1893, dos años antes de su muerte: "Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, nos darán la clave del enigma hispanoamericano", añadiendo más adelante: "Es preciso ser a la vez el hombre de su época y el de su pueblo, pero hay que ser ante todo el hombre de su pueblo". Y para entender ese pueblo –esos pueblos- es preciso conocer su historia a fondo, añadiría yo".

He ahí, el valor de una utopía cuando se hace terrenal y dialoga con la realidad. Impulsado por la utopía de nuestra América, Carpentier echa mano a la obra. Asume nuestra América con visión holística y compleja. Estudia profundamente sus raíces, su historia, su cultura. Cada obra suya, con los recursos literarios iluminadores que posibilita su oficio como creador, revela aristas inagotables de aprehensiones del ser latinoamericano y al mismo tiempo busca y crea conciencia identitaria, de pertenencia. "Y es, además –refiere Padura a lo real maravilloso- esencia histórica, orígenes, literatura comprometida, rostro y alma de América".

En la gran utopía de nuestro Premio Cervantes, lo real maravilloso, como síntesis cosmovisiva, como asunción estética de la realidad o método creativo, es al mismo tiempo un proyecto que accede a la utopía, sin culminarla. Lo mismo que junto a él, y dándole concreción, operan entre otros, tres invariantes que asoman sin cesar en el discurso: el tiempo, el hombre y la revolución, avalados por el elan barroco "(…) que emana de nuestra realidad y se magnifica en su estilo literario". En fin, una totalidad cosmovisiva capaz de hacer transparente a la razón y a la sensibilidad la América nuestra en todas sus concreciones, en la unidad de lo diverso y en su perenne ímpetu de ser y trascender con personalidad propia en el concierto de las naciones.

Utopía y realidad, tematizan un diálogo perenne en la cosmovisión y en la praxis de Alejo Carpentier. Y esto no es casual. Estamos en presencia de un creador sensible que hizo de su oficio y la misión una totalidad unitaria inseparable.

Su oficio, como escritor proteico, todo un artista de la palabra y la imaginación creadora. Una voluntad de estilo, con recursos literarios múltiples para recrear la realidad en relación con el hombre con inusitada originalidad y elevado espíritu cogitativo.

Su misión, un hombre consagrado al trabajo, alumbrado por una filosofía humanista que hizo del hombre y su ascensión, objeto primario de su vida.

Es difícil encontrar a un hombre creador que haga del oficio y la misión, "las dos caras de una misma moneda", que no desarrolle en su máxima expresión la razón utópica.

Carpentier como Martí, Marinello y tantos otros fundadores, es por naturaleza y vocación, utópico. Su raigal humanismo le abre infinitos horizontes. No hay consagración humana al margen de la utopía, como no hay utopía al margen de la consagración humana.

Hombres de esta naturaleza creen en el valor de las ideas, y en su quehacer teórico-práctico, se guían por ellas y las construyen de nuevo, si las circunstancias lo exigen.

Carpentier fue un eterno cazador de utopía, porque creyó en el perfeccionamiento humano y en la posibilidad real de la reconciliación del hombre consigo mismo en la cultura. Por eso hizo de su literatura grande, cauce expresivo de pensamiento alado, con luz de estrellas.

En él, filosofía y literatura se complementan recíprocamente, para imprimir al discurso, vocación ecuménica y sentido cultural: todo un cosmos en búsqueda del hombre y de su creciente humanidad para realizar la grande utopía de Nuestra América.

 

Dr. Rigoberto Pupo

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