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Las dos hijas de la Revolución


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Una hija legítima de 1917, Eli Dr.
  3. Los "locos años veinte" en la URSS
  4. La Revolución de la vida privada y familiar
  5. Notas
  6. Bibliografía

Contra toda evidencia, la apología nostálgica del paraíso soviético de los trabajadores aún sigue sonando entre las voces arrulladoras de los intelectuales de América Latina y España, de los más ingenuos y soñadores quizá, pero que son los que tienen los puestos de preferencia en las salas de edición y en los repartos de fondos televisivos, cinematográficos y editoriales. Son intelectuales, cantautores, cineastas, periodistas y escritores que nunca lo conocieron y que, por tanto, proyectan en él sus idilios revolucionarios soñados. Pero la voz anónima de los muertos y de los vivos, rusos, ucranianos y centroasiáticos, ha sido registrada en los micrófonos y las grabadoras de la Historia Oral, por antiguos ilusos convertidos a su pesar en notarios de una realidad inesperada. Para ilustrarla han recuperado voces, biografías e historias de los que sí tuvieron la dicha de vivir en él, y las han dado a conocer con un intachable rigor científico. Y para asombro de nostálgicos y soñadores, sus anotaciones han dado como resultado el hecho de que existieron en él no sólo brillantes pioneros y muchachas del Komsomol, hijos legítimos de 1917, sino también presos políticos de nacimiento. En el presente artículo se presenta a contraste esta doble faz del mundo soviético: el rostro de dos mujeres, una bolchevique de casta y una paria del Gulag. Y es que como dijera Orwell en "Rebelión en la granja": "algunos camaradas son más iguales que otros". Se quedó corto: hubo iguales y ceros; a éstos, la URSS los mantuvo ocultos y en silencio, sepultados en regiones remotas y cercanas a sus lugares de origen.

La realización, análisis y presentación de entrevistas a testigos directos de la Historia del siglo XX ha sido un campo fértil en experiencias historiográficas, que ha rendido evidentes beneficios a la hora de ilustrar para el gran público situaciones como las vividas por los soldados y civiles involucrados en las dos guerras mundiales. El historiador británico Orlando Figes, formado en el ambiente de la new left británica, la misma que hizo un hueco a Ken Loach en el cine con su Tierra y libertad, y reivindicó al hasta hace unas décadas polémico George Orwell, decidió en la década de 1990 aplicar la metodología de la Historia Oral a la Historia soviética. Valiente y arriesgada labor: se dio de bruces con lo que muchos sospechaban, otros callaban, y la intelectualidad progresista occidental negaba. Halló que en la época de la Unión Soviética se vivió callando casi todo, diciendo muy poco de lo que ocurría en realidad, y recitando cotidianamente que la realidad era lo que no era, es decir, paradisíaca. Y no es que la vida cotidiana fuera medio buena o medio mala; era simplemente terrorífica. El presente artículo presenta una más de las fotografías bifrontes de aquella realidad soviética que Figes recogiera y publicara en su voluminoso estudio Los que susurran: el de dos mujeres que representan a dos colectivos típicamente soviéticos, el de los comunistas de pro, los que condujeron la apisonadora soviética, y el de los millones de rusos, ucranianos y caucásicos de a pie, con los que se amasó el asfalto de sus carreteras.

Aunque ofrecen el aspecto de dos personajes de novela histórica, los dos retratos soviéticos escogidos son rigurosamente históricos, y para que no quede duda, se han aportado las fuentes documentales de archivo, correctamente citadas, de las que brotan sus testimonios. El lector iniciado en el vocabulario y las referencias a personajes, organizaciones y hechos históricos soviéticos podrá interponer reparos a tal o cual identificación, o a la trascripción fonética de las palabras rusas, pero no podrá quitar ni un ápice de verdad a las situaciones y a los contrastes que aportan las memorias de estas dos mujeres soviéticas, Eli Dr. y Valia Kr. Al lector no iniciado en ese vocabulario y colección de referencias indirectas le pido perdón de antemano, porque muchas cosas le van a sonar extrañas e indescifrables; sólo le pido que se salte aquello que no entienda, y que retenga el meollo de las trayectorias vitales, los grandes problemas y los hechos decisivos de estas dos semblanzas biográficas, y que luego las compare. En buena teoría, ambas mujeres vivieron en el mismo Estado, un Estado que desde antes de sus inicios juró imponer la igualdad universal de todos los hombres y mujeres. Lo que dejó hecho está aquí a la vista: para que se lea y se juzgue, cada cual según su mejor opinión y entendimiento.

Eli Dr. no consiguió reconocer a su padre cuando lo vio en el Instituto Smolny, el cuartel general bolchevique, en noviembre de 1917. La última vez que lo había visto, ella tenía sólo cinco años, justo antes de que él desapareciera en la clandestinidad revolucionaria de 1905. Ahora, doce años más tarde, ya no recordaba su aspecto. Sólo lo conocía por el seudónimo que utilizaba en el partido. Como secretaria del Instituto Smolny, Eli estaba familiarizada con el nombre de Sergei G., que aparecía en docenas de decretos firmados por él en calidad de Presidente del CMR-SP, el Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado, la organización que estaba a cargo de imponer orden que los comunistas deseaban en las calles de la nueva capital de su nueva Rusia. [1] Recorriendo los largos corredores abovedados del Smolny, donde los guardias rojos de descanso y los soldados bolcheviques lanzaban obscenidades y silbidos a su paso, la joven distribuía esos decretos en las improvisadas oficinas del nuevo gobierno bolchevique, situadas en las aulas, semejantes a módulos, de aquel edificio que hasta la víspera había sido un colegio para señoritas aristocráticas.

Sin embargo, cuando les dijo a las otras secretarias que la firma pertenecía a su padre, a quien había dejado de ver tanto tiempo atrás, a nadie le resultó notable ese hecho. Nadie le sugirió siquiera que lo abordara o le hablara de su relación como padre e hija. En aquellos círculos en los que se esperaba que cada bolchevique se entregara a la causa revolucionaria, estaba mal visto hablar de temas personales como aquél. [2] Finalmente el hambre impulsó a Eli a acercarse a su padre. Acababa de terminar su comida en el comedor del sótano, lleno de humo, cuando entró un hombre bajo, musculoso, con uniforme militar y quevedos, seguido de una comitiva de bolcheviques y guardias rojos, y se sentó ante la mesa presidencial alargada, donde varios soldados servían sopa de col y gachas a los comunistas. Eli aún tenía hambre. Desde una mesa más pequeña, situada en un rincón, la joven observó al recién llegado tomar su sopa, empuñando la cuchara con una mano y esgrimiendo un lápiz en la otra, para firmar los papeles que sus acólitos ponían frente a él. Eli le pidió tres rublos para poder comer y le dijo que era su hija, pero G. ignoró esto último y le dio los tres rublos. [3]

Lenin adoraba esta historia. Hacia 1924, durante los años anteriores a su muerte, los años de parálisis y demencia, cuando ella estuvo muy cerca de él, con frecuencia llamaba a Eli Dr. para que volviera a contársela. La historia se hizo legendaria en los círculos del partido, como ejemplo del ideal bolchevique de sacrificio en pro de la revolución. Como más tarde diría Stalin: "Un verdadero bolchevique no debería ni podría tener familia, porque debería entregarse por completo al partido". [4] Algo así como el celibato del clero católico, pero en clave comunista.

Los Dr. constituyen un buen ejemplo del ideal revolucionario. El padre de Eli, cuyo verdadero nombre era Jakob Dr. se había unido a Lenin y los suyos cuando aún era un joven estudiante, en 1895. Su madre, Feodosia, era una importante agente bolchevique en la clandestinidad, conocida como Natacha, que usaba a su hija como cobertura durante sus frecuentes viajes a Helsinki, por entonces Helsingfors, para comprar armas y munición destinadas a los revolucionarios de San Petersburgo. La dinamita y los cartuchos para sus atentados eran pasados de contrabando en la bolsa de los juguetes de Eli. Después de la abortada revolución de 1905, los padres de Eli tuvieron que ocultarse a raíz de la persecución de la policía política zarista, la Okhrana. La niña, de cinco años, fue despachada a Rostov, donde vivía su abuelo, donde permaneció hasta marzo de 1917, cuando los revolucionarios de todos los partidos fueron excarcelados por el primer gobierno provisional. Dicho gobierno estaba formado por liberales y socialistas, con la aspiración de encaminar a Rusia hacia una paz separada con los Imperios Centrales [5] y unas elecciones libres para una nueva Asamblea Constituyente. Sin embargo, su autoridad muy pronto se derrumbó por su falta de firmeza y su decisión de permancer en la guerra. Eli se reunió con su madre en Petrogrado, nombre que recibió San Petersburgo en 1914, en clave patriótica, para darle un aspecto más "eslavo" y menos "teutónico". A sus 17 años fue afiliada por su madre al partido bolchevique, y encuadrada como fusilero en los guardias rojos; participó en la marcha sobre el Palacio de Invierno del 7 de noviembre de 1917, tras la que el golpe de estado bolchevique triunfó, y fue reclutada como secretaria para Yakov Sverdlov, secretario de organización del partido bolchevique. Con ese empleo llegó al Instituto Smolny, donde trabajaba su padre bajo el nombre de Sergei G. [6]

Ya en el poder, los bolcheviques urgían a sus seguidores a seguir el ejemplo de los revolucionarios de los años de lucha clandestina bajo la Rusia zarista, quienes "habían sacrificado su felicidad personal y renunciado a sus familias para servir a la clase trabajdora". Hubo muchos ejemplos de una abnegación inspirada en esta máxima, como el de Aleksandr Fadeyev, padre de un famoso escritor soviético, que dejó a su esposa con sus tres hijos para dedicarse a la "causa del pueblo" en 1905, o el de Ljuba Ratschenko, que dejó a su marido con sus dos hijas pequeñas porque, tal como consignó en su diario, "era el deber de una verdadera revolucionaria no estar atada a una familia". Rendían culto al "revolucionario desinteresado", basándose en una "nueva moral" en la que todos los mandatos heredados del pasado eran reemplazados por el único principio de servir al partido y a su causa. En esta visión utópica, el activista revolucionario era el prototipo de un "hombre nuevo" —arquetipo de una "personalidad colectiva" que sólo había de vivir pensando en el bien común— que poblaría la futura sociedad comunista. Muchos socialistas consideraban la creación de ese ideal como el objetivo principal de la revolución. [7]

"La nueva estructura de la vida política nos exige una nueva estructura del alma", escribió Maksim Gorki en la primavera de 1917. [8] Para los bolcheviques la concreción de la "personalidad colectiva" implicaba "destruir la coraza de la vida privada". Permitir una "distinción entre la vida privada y la vida pública —sostenía la mujer de Lenin, Nadiezhda Krupskaya— conduciría tarde o temprano a la traición al comunismo". [9] Según los bolcheviques, la idea de una "vida privada" separada del terreno de la política carecía de sentido, ya que la política incidía en todo: no había nada en la llamada "vida privada" de una persona que no fuera político. La esfera personal por tanto debía someterse a la supervisión y al control públicos. Los espacios privados que estaban más allá del control público eran considerados por los bolcheviques peligrosos caldos de cultivo de contrarrevolucionarios, que debían ser descubiertos y eliminados. Impresionante enajenación de la vida de las personas, destinadas a existir aprisionadas por un poder totalitario que mataba su personalidad.

Eli rara vez vio a su padre después de su fugaz encuentro en 1917. Ambos vivían dedicados a la actividad revolucionaria. Después de 1917 la joven siguió trabajando para el despacho de Sverdlov. Durante la Guerra Civil fue movilizada y sirvió en el Ejército Rojo, primero como auxiliar sanitaria y más tarde como artillera de ametralladoras, luchando contra el ejército blanco o contrarrevolucionario y las potencias occidentales que lo respaldaban en Siberia, los Países Bálticos y Ucrania. Durante la ofensiva del almirante Kolchak en el frente oriental —este de Rusia y Siberia Occidental— combatió en cierta ocasión bajo el mando de su propio padre, quien por aquella época seguía en el CMR, el centro de mando de las fuerzas bolcheviques encabezadas por Lev Trotsky. Eli escuchó muchas veces las arengas que su padre dirigía a los soldados, pero nunca se acercó a él porque, según diría más tarde, creía que los bolcheviques "no debían prestar atención a asuntos personales". Sólo se encontraron dos veces durante la Guerra Civil: una en el funeral de Sverdlov en 1919, y luego, ese mismo año, en una reunión oficial en el Kremlin. En la década de 1920, cuando padre e hija participaban en el trabajo del partido en Moscú, se vieron con mayor frecuencia, e incluso vivieron juntos un tiempo, pero nunca mantuvieron una relación digamos que estrecha. Habían vivido separados durante tanto tiempo que no pudieron establecer entre ellos una relación familiar normal. "Mi padre nunca me habló de sí mismo —recordaría Eli— y ahora me doy cuenta de que sólo llegué a conocerlo después de su muerte en 1933, cuando la gente empezó a contarme historias sobre él". [10]

La Guerra Civil no fue sólo un acontecimiento militar contra los ejércitos blancos: fue una guerra revolucionaria contra los intereses de la antigua sociedad prerrevolucionaria, rápidamente destruida. Para combatir a los blancos, los bolcheviques desarrollaron su primera versión de la economía planificada (comunismo de guerra), que se convertiría en el modelo de los Planes Quinquenales de Stalin. Trataron de erradicar el comercio y la propiedad privada; incluso se proyectó reemplazar el dinero por un sistema universal de racionamiento. Confiscaron las cosechas de los campesinos para alimentar a los comunistas de las ciudades y a sus guardias y soldados, dejando morir de hambre a millones de personas ajenas a sus centros de poder. Reclutaron a millones de personas para los "ejércitos de trabajadores" que se usaban en el "frente económico" de los campos de concentración del camarada Bokiy para talar árboles con los que hacer leña para calentar a los comunistas; para construir caminos que se tendían, literalmente, sobre los cadáveres de los peones camineros forzados; la construcción de vías férreas también se cobró muchas vidas de detenidos políticos y esclavos capturados al azar. Impusieron formas experimentales de trabajo colectivo, alojando a los trabajadores en barracones construidos junto a las fábricas, adelantándose en más de veinte años al imperio industrial de las SS. Persiguieron con saña la religión, linchando, deteniendo y asesinando a sacerdotes y creyentes, y expropiando cientos de iglesias y transformándolas en garajes, cuadras, cuarteles y sedes comunistas. También ahogaron en sangre a todos sus oponentes políticos en nombre de la dictadura del proletariado. [11]

En el "frente interno" de la Guerra Civil los bolcheviques desencadenaron una campaña de terrorismo de estado, el llamado "Terror Rojo" contra "la burguesía" —antiguos funcionarios zaristas, terratenientes, comerciantes, campesinos "kulaks", pequeños comerciantes y la antigua intelligentsia o intelectualidad demócrata y pluralista— cuyos valores individualistas los convertían en potenciales partidarios de los blancos y otros "contrarrevolucionarios". Los bolcheviques creían que esta criminal purga de la sociedad era un atajo de sangre para alcanzar la utopía comunista, el genocidio proletarista. En la primavera de 1921 las políticas instrumentadas por el comunismo de guerra habían arruinado la economía del antiguo imperio ruso y condenado a la muerte por inanición a gran parte del campesinado ruso y no ruso (contribuyeron a agudizar una grave crisis humanitaria, la Hambruna de 1922, de la que sólo se preocuparon de salvar a sus cuadros y fuerzas armadas). El 25% de los campesinos de la Rusia bolchevique sufrió los efectos devastadores de la hambruna. En todo el país los campesinos se sublevaron contra el régimen bolchevique que los había condenado a morir de hambre confiscándoles todo grano, en una serie de rebeliones que, según el propio Lenin, fueron "mucho más peligrosas que todos los blancos juntos". [12]

En pleno apogeo de las revueltas rurales de 1921-1922, en gran parte de la Rusia rural el poder bolchevique prácticamente había desparecido, y los campesinos habían tomado el control de aldeas y pueblos, cortando el suministro de grano a las ciudades. Los obreros que sufrían hambre iban a la huelga. Los marinos de la base naval de Kronstadt, que habían ayudado a los bolcheviques a tomar el poder en la vecina Petrogrado en noviembre de 1917, se rebelaron contra ellos en un motín cuyas pancartas, de inspiración democrática, exigían elecciones libres, "libertad de palabra, de prensa y de reunión para todos los trabajadores", y "libertad para trabajar la tierra para el campesinado como mejor le parezca". Era evidente que la dictadura bolchevique se enfrentaba a una segunda revolución que exigía libertad, derechos civiles y políticos, es decir, una revolución genuinamente popular y democrática, legítima. [13]

"Apenas resistimos", reconoció Lenin a principios de marzo de 1922. Trotsky, que había llamado a los marinos de Kronstadt "el orgullo y la alegría de la revolución", dirigió el criminal ataque contra la base naval. El poder militar y un salvajismo implacable y asesino salieron a relucir tanto frente a los marinos como frente a los campesinos, el alma del pueblo ruso. Cerca de 100.000 personas fueron detenidas, maltratadas, salvajemente encerradas en checas y comisarías sin las mínimas condiciones de dignidad e higiene, para ser luego deportadas a una muerte casi segura en el Gran Norte y Siberia. Al menos 15.000 murieron durante la represión de 1921. Lenin advirtió que para aplacar la oleada de revueltas populares y lograr que los campesinos tuvieran algo de comida para llenar los estómagos bolcheviques, no bastaba con combatirlas: los bolcheviques estaban matando la vaca que daba de comer a Rusia con sus confiscaciones y robos en nombre del "comunismo de guerra"; había que permitir cierto comercio libre a pequeña escala. [14] Tras haber derrotado a los blancos en la guerra civil, los bolcheviques no tuvieron más remedio que ceder ante el campesinado. [15]

La NEP que Lenin impuso en el X Congreso del partido en marzo de 1921 reemplazó la confiscación salvaje de comida —los destacamentos alimentarios les arrancaban a las familias campesinas hasta el grano de las sementeras (las semillas que se sembrarían el año siguiente en los campos), condenándolas a morir de hambre— por impuestos sobre los campesinos, un 39% más altos que los que pagaba en tiempo del zarismo. Legalizó el retorno al comercio privado y la manufactura a pequeña, todo ello estrechamente vigilado por la Cheká y los Órganos de Seguridad. Simplemente dejando en paz a la gente para vender sus excedentes de comestibles, la agricultura rusa comenzó a experimentar una lenta recuperación después de la terrible Hambruna de 1922. [16]

Pensar en dotar a Rusia de industria pesada, habiendo destruido la Revolución y la Guerra Civil la que existía antes de 1917, que no era en modo alguno despreciable, era utópico. Hacía falta al menos no perjudicar la producción de bienes básicos de consumo, sobre todo alimentos. La gente siguió estando tan vigilada como antes de 1921, pero al menos los comunistas y ciertos sectores sociales y profesionales podían comer. Los campesinos, reprimidos y diezmados, apenas tenían para sí mismos, pero parecía que las represalias sobre ellos iban a disminuir. Sólo se trató de una tregua temporal: los comunistas, enfurecidos por la tranquila actividad comercial de los campesinos, gente humilde con poco que vender, pronto inventaron la figura demoníaca del "Kulak", un mito confuso con el que se podía detener, deportar o asesinar a cualquier habitante de las zonas rurales, acusándolo de "oprimir a los campesinos pobres", que en realidad eran todos los campesinos por definición. Nadie supo a ciencia cierta quién era o no un "Kulak", pero el partido comunista dio instrucciones a cada circunscripción de detener a un determinado porcentaje de su población rural tildándolos de ser "Kulaks", sin mayores contemplaciones. Los bolcheviques odiaban al campesinado como clase social porque apoyaba a los SR o Socialistas Revolucionarios, mucho más influyentes históricamente en el medio rural que ellos.

Lenin sabía que la NEP era una concesión, un paso atrás en las metas revolucionarias, un "Brest-Litovsk alimentario" frente a los campesinos, para evitar que el caos desatado acabara de tragarse lo poco que quedaba en pie, y Rusia acabara en unas condiciones propias de la Edad Media. Previó que la NEP debería durar "por lo menos una década, y posiblemente más". El comercio entre particulares respondió con cierta rapidez al respiro coyuntural que se le dió. Tras la criminal Hambruna de 1922, inusitada por su virulencia y el trato despiadado dispensado a los productores de alimentos, el campo respiró aliviado y supo que aún no estaba listo para morir. En 1921 no había ropa ni zapatos, y la gente vestía y calzaba lo mismo que antes de 1917, remendado y parcheado, cocinaba en cacharros abollados, fruto del pillaje en casas ajenas, y bebía en tazas desportilladas. Había necesidad de todo tipo de prendas de vestir y útiles domésticos. Aparecieron tenderetes de buhoneros ambulantes, humildes e inofensivos, y mercados como los de toda la vida, aunque con menor variedad de productos en venta. Todos ellos eran celosamente vigilados por la "Militsia" o policía de orden público, y por los Chekistas, que detenían al primero que hiciera algo sospechoso en su opinión. Autorizado por las nuevas leyes apareció algún que otro café, algún restaurante, unos pocos comercios estables, algún cabaret, clínicas, centros médicos, cooperativas de crédito y ahorro e incluso pequeños talleres industriales. Moscú y Petrogrado, convertidas en ciudades fantasma desde 1917, fueron lentamente reviviendo, con una vida muy modesta que pugnaba por salir adelante, recordando con nostalgia la vida prerrevolucionaria, que a todo el mundo le parecía cosa de leyenda, algo inalcanzable. [17]

Muchos bolcheviques veían en aquella triste recuperación de la vida común de las gentes una traición a su revolución. Las bases del partido recibieron con indignación e incluso furia la NEP. Incluso Nikolai Bujarin, uno de los subordinados más respetados de Lenin, que más tarde defenderia los beneficios de la NEP, tuvo que aceptarla a regañadientes en 1921 y la criticó cada vez que tuvo ocasión hasta 1923. Lenin tuvo que emplear todo su poder de convicción y su autoridad personal para imponer la NEP a sus subordinados del partido y del estado. Los obreros politizados que apenas iban por sus fábricas, faltas de combustible, manterias primas y repuestos, pusieron todos los obstáculos posibles a la NEP, diciendo que ésta sacrificaba sus intereses de clase para favorecer al campesinado, que se enriquecía a su costa debido a los precios de la comida que, como seguía escaseando, eran muy altos. Los sindicalistas de las centrales autorizadas y las células locales del partido insistían en que la recuperación del comercio privado llevaría a restablecer la brecha entre ricos y pobres, y a la restauración del capitalismo. En muchos sentidos, lo que defendían eran su posición privilegiada como guardianes y protagonistas absolutos de la sociedad en su conjunto, acostumbrados a repartirse la escasa riqueza que había quedado del masivo saqueo de todo que hubo a partir de 1917. Hablaban de la NEP como la "nueva explotación del proletariado", porque no tenían en ella ningún protagonismo: escapaba a su control personal directo. Su furia recaía sobre los "nepmani", que iban prosperando poco a poco a medida que avanzaba la década de 1920. En la imaginación de las masas comunistas, adoctrinadas por la propaganda oficial, los "nepmani" cubrían a sus mujeres de pieles y joyas, cosas que habían desaparecido de Rusia hacía años, y conducían grandes coches de importación —que no había modo de importar, dado que la URSS estaba sometida a embargo comercial internacional desde 1922—. Lógicamente, su frustración se desahogó con personas de carne y hueso, los hijos "rebeldes" de la Revolución Bolchevique, de los que vamos a conocer algunas historias:

3.1. Una niña campesina.

Klavdia Rb. nació en 1913, la tercera de los once hijos de una familia campesina de la región de Irbei en Krasnoiarsk, Siberia. Su madre murió en 1924 mientras daba a luz al más pequeño de sus hermanos, dejando a Ilia, su padre, solo y con once hijos que criar. Hombre emprendedor, Ilia aprovechó la NEP para cambiar de oficio, de granjero a horticultor. Cultivaba semillas de amapola y pepinos, que podían ser cuidados por sus hijos con facilidad. A causa de ello fue acusado de ser kulak, detenido y encarcelado, y luego enviado a un campo de concentración, dejando a todos sus hijos al cuidado de Klavdia, que tenía entonces apenas 17 años. Despojaron a los niños de todas las pertenencias de su padre: la casa, que él mismo había construido, fue confiscada por el Soviet de la aldea, mientras que caballos, vacas, ovejas y herramientas fueron transferidos al Koljoz. Durante varias semanas los niños debieron vivir en una casa de baños públicos, hasta que llegaron las autoridades para llevárselos a todos a un orfanato. Klavdia escapó con el menor de los niños a Kansk, cerca de Krasnoiarsk, donde vivía su hermana mayor, Raisa. Antes de irse vendieron lo poco que les quedaba a los vecinos: "No nos quedaba mcho por vender, éramos niños. Teníamos una manta forrada de piel y un viejo vellón de oveja, un colchón y un espejo, que vaya usted a saber cómo logramos rescatar de nuestra casa. Eso era todo lo que teníamos para vender." [18]

3.2. La hija de un "kulak", Valia Kr.

Valia Kr. nació en 1930 en el seno de una familia de campesinos pobres de Bielorrusia. Fueron acusados de ser kulaks en 1932 y reprimidos. El primer recuerdo de Valia es de cuando ella y sus padres tuvieron que huir de su casa en llamas, incendiada por orden de los comunistas de la aldea. Le prendieron fuego en medio de la noche, mientras la familia dormía en el interior. Los padres de Valia apenas tuvieron tiempo de rescatar a sus dos hijas antes de escapar, con quemaduras severas, de la casa devorada por el fuego. El padre de Valia fue detenido esa misma noche. Fue encarcelado y deportado a la región siberiana del río Amur —al noroeste de Manchuria, región fronteriza entre la URSS y China—, donde pasó los siguientes seis años en diversos campos de concentración. La casa y el granero familiares ardieron hasta los cimientos; la vaca y los cerdos fueron confiscados para la granja colectiva; los frutales del jardín fueron talados, y la cosecha fue incendiada y consumida por el fuego. Sólo les dejaron un saco de arvejas. A la madre de Valia, una campesina analfabeta llamada Yefimia, se le negó el ingreso al Koljoz. Fue abandonada junto a sus dos hijas en las ruinas de la casa calcinada. Yefimia construyó una casucha sobre los escombros de su antiguo hogar, en los arrabales del pueblo. Se ganaba la vida limpiando para otros. Valia y su hermana no podían ir a la escuela: por ser "hijas de kulaks" no pudieron matricularse durante varios años. Crecieron en la calle, acompañando a su madre adonde fuera a trabajar. "Todos los recuerdos de mi infancia son tristes —recordaría más tarde— Lo que mejor recuerdo es la sensación del hambre, que no se iba nunca." [19]

Interesa conocer también el punto de vista de los entusiastas verdugos que daban pie a historias como la de Valia Kr.: Lev Kp., un joven comunista que participó en una de las mayores atrocidades cometidas contra los campesinos —la llamada "deskulakización" de Ucrania [20]—, describió cómo trataba muchos años después de los hechos, de racionalizar sus crímenes. Kp. fue voluntario en una brigada del Komsomol que hacía requisiciones del 100% de su grano a los campesinos etiquetados como kulaks en 1932. Se lo llevaban todo, hasta el último mendrugo de pan. Mirando atrás, en los años 1970, Kp. recuerda el llanto de los niños y el aspecto de los campesinos condenados a muerte: "Aterrados, suplicantes, odiosos, estúpidamente impávidos, extinguiéndose con desesperación o ardiendo de furia demencial… Era espantoso de ver y de oír. Y peor aún participar en ello… Yo me convencía, trataba de razonar conmigo mismo. No debo ceder, la compasión es debilidad. Estamos cumpliendo con una necesidad histórica, nuestro deber revolucionario. Estamos consiguiendo alimentos para la patria socialista, para el Plan Quinquenal." [20]

Entre 1924 y 1928 hubo una distensión de la guerra revolucionaria contra la religión: dejaron de clausurarse las iglesias —aunque no se reabrió ninguna—, y el clero —del cual quedaba muy poco, quizá un 30% del que había en 1916, aunque la cifra sólo es estimativa— ya no sufrió la intensa persecución con la que se lo había acosado hasta entonces —y que se reanudaría más adelante—, aunque la propaganda anticristiana continuó difundiéndose a buen ritmo, según los informes y circulares internas del partido. Pero los comunistas no soportaban que la gente viviera en paz: "Por haberse apoderado de la mente de millones de trabajadores, las actitudes y hábitos de la vieja sociedad son el enemigo más peligroso del socialismo", afirmó Stalin en 1924. La mayoría de los bolcheviques no aceptaba que la NEP exigiera dejar en paz la vida privada de la gente. Por el contrario, cada vez estaban más convencidos de que era esencial entrometerse y controlar cada momento y cada actividad de la vida cotidiana —la familia, el hogar y el individuo— donde la persistencia de la vieja mentalidad era una amenaza considerable para los objetivos ideológicos básicos del partido. Anatoli Lunacharski, ministro soviético de educación y cultura, escribió en 1927: "La así llamada esfera de la vida privada no puede estar fuera de nuestro alcance, porque es precisamente allí donde debe cumplirse el objetivo final de la revolución"… [21]

La familia fue el primer escenario al que los bolcheviques condujeron su ofensiva. En los años 1920 era para ellos un artículo de fe que la familia "burguesa" era perjudicial para la sociedad: miraba hacia adentro de sí misma, era conservadora, un bastión de religión, ignorancia, superstición y prejuicios; alentaba el egoísmo y la codicia material, y oprimía a mujeres y niños. Los bolcheviques querían que la familia desapareciera a medida que la Rusia soviética pasara a ser un sistema plenamente socialista en el que el estado se hiciera con el control de todas las funciones básicas del hogar imponiendo guarderías infantiles, lavanderías, comedores en los centros públicos y en los bloques de viviendas. Todo de todos, pero de nadie, sino del partido. Liberadas de las tareas del hogar, las mujeres ya no tendrían trabas para ingresar en la fuerza de trabajo en igualdad de condiciones con los hombres ¿y la maternidad?…·"El matrimonio patriarcal, con su moral sexual implícita se extinguiría para ser reemplazado por "uniones amorosas libres". Según los bolcheviques, "la familia era el mayor obstáculo para la socialización de los niños: al amarlo, la familia convierte al niño en un ser egoísta y lo alienta a creerse el centro del universo" escribio la teórica de la educación soviética Zlata Lilina. Los bolcheviques decían que había que reemplazar ese "amor egoísta" por un "amor racional" de una "familia social" más amplia. [22]

El "ABC del Comunismo" de 1919 argumentaba que el partido debía actuar con firmeza para "destruir la familia de manera inmediata". Los bolcheviques agravaron los problemas de vivienda para acelerar la desintegración de las familias: obligaron a la gente a meter en sus pisos gentes sin techo, lo que se llamaba "condensación" (uplotnenie). En cada piso vivían varias familias, controladas por el o los comunistas que vivieran allí, gobernando el apartamento comunitario o Kommunalka. Cada individuo debía (en teoría) disfrutar de 13,5 m2 (1926), luego reducidos a 9 m2 (1931). Las cosas, en vez de mejorar, fueron a peor. A nadie se le ocurrió construir viviendas: las ciudades estaban sucias, con edificios astrosos, parcheados y superpoblados. Mientras tanto, la Unión de Arquitectos Contemporáneos fantaseaba sobre casas comunales (doma kommuny) que nunca llegaron a construirse. El único edificio de la época, el del ministerio soviético de hacienda pública y finanzas o Narkomfin, no tuvo en cuenta esas teorías. El Código de Matrimonio y Familia de 1918 tendía claramente a facilitar la desintegración de la familia. Matrimonio y divorcio eran simples actos administrativos, y daba igual vivir de hecho que casado. El caos de la Revolución y la Guerra Civil se llevó por delante todas las normas: nadie se casaba, hombres y mujeres se unían y separaban según la corriente de los acontecimientos. El partido exigía a sus miembros estar siempre disponibles, y no casarse ni echar raíces en ningún lugar ni con ninguna pareja. El Komsomol se hizo célebre por su promiscuidad, que era jaleada por los bolcheviques como "modernidad soviética", mientras que atacaba la vida en pareja, porque podía predisponer a no estar disponible para el partido. [23]

4.1. La praxis revolucionaria: un caso real.

Mientras se trataba de destruir lo existente, la cosa funcionaba; pero una vez destruido todo, la gente era obligada a vivir sola y afectivamente aislada. Los bolcheviques no se ocupaban de sus hijos ni de sus mujeres, vivían para el partido, o eso decían ellos. Las mujeres politizadas hacían otro tanto. Y Trotsky decía que la "vanguardia comunista simplemente pasa más pronto y más violentamente por un proceso inevitable" para toda la población, antes o después. Pero la realidad era distinta:

Anna Karpitskaya y su marido Piotr Nizovtsev eran altos cargos del partido en Leningrado. Vivían en un apartamento privado —no estaban obligados a vivir en una Kommunalka, eso era para casi todos, pero no para ellos— cerca de Smolny con sus tres hijos, incluyendo a Marxena —el nombre viene del de Karl Marx—, hija de un primer matrimonio de Anna que había nacido en 1923. Marxena casi nunca veía a sus padres, que se iban al partido por la mañana antes de que ella despertara y volvían muy tarde por la noche. Marxena recordaría más tarde: "Sentí la falta de atención de una madre, y siempre estuve celosa de los niños cuyas madres no trabajaban." En ausencia de sus padres, los niños quedaban al cuidado de dos criadas un ama de llaves y una cocinera —como en las casas de la aristocracia prerrevolucionaria— ambas campesinas traídas del campo. Marxena recordaría que por ser la hija mayor tuvo desde sus cuatro años "completa autoridad sobre el hogar, del que era responsable". La cocinera le debía preguntar qué tenía que preparar para la cena, y le debía pedir el dinero para hacer la compra en un comercio especial reservado para los funcionarios del partido. La igualdad era para otros, para los bolcheviques era el privilegio.

Marxena le contaba a su madre si las criadas "hacían algo que a mí no me parecía correcto", pero lo más habitual era que "yo misma las reprendiera cuando hacian algo que no me gustaba". Marxena entendía que su madre no quería saber nada de la casa, y que quería vivir en la sede del partido: "Mi madre dejó perfectamente claro que lo que ocurría en casa no era cosa de ella, y yo nunca se lo cuestioné." Educada para "reflejar los valores de la nueva sociedad", Marxena fue una "Hija de 1917". Sus padres la consideraban "una pequeña camarada". No tenía juguetes, ni un espacio propio donde jugar libremente como una niña: "Mis padres me trataban como una igual y me hablaban como a una adulta. Desde temprana edad me enseñaron a ser independiente y a hacer todo por mí misma". El primer día que fue a la escuela primaria, cuando ya tenía siete años —no había ido nunca a ninguna escuela antes— su madre la acompañó caminando a la escuela y le dijo que memorizara el trayecto —una complicada excursión de 3 km— para que pudiera regresar sola esa misma tarde. "Desde el primer día, siempre fui y volví caminando sola a la escuela. Nunca se me pasó por la cabeza que alguien debía acompañarme." Marxena compraba todos sus libros y cuadernos —bienes de auténtico lujo— en un comercio del centro de la ciudad —donde sólo podían comprar los hijos de los funcionarios del partido y del Estado, los únicos bien pagados de la época—, al que tardaba una hora en llegar andando desde su casa. A los ocho años empezó a ir sola al teatro, usando un pase que tenían sus padres por ser cargos del partido, con el que podía ocupar un palco lateral muy cerca del escenario: "Nunca nadie me dijo qué debía hacer. Me crié yo sola." [24]

[1] Fuentes: [1.1] MSP, Legajo nº 3, Documento nº 14, folio 2, línea 31. [1.2] MSP, Legajo nº 3, Documento 14, líneas 18-19.

[2] Fuentes: [2.1] Archivo Nacional Ruso de Literatura y Arte, Moscú (siglas en ruso: RGALI), Legajo nº 3084, Documento 1, pág. 1389, línea 17. [2.2] RGALI, Legajo 2804, Documento 1, pág. 45.

[3] Elisawjeta Drabkina, Chernije sujari. Moscú, 1975, pp. 82-83.

[4] S. Sebag Montefiore, Stalin: The Court of the Red Tsar. Londres, 2003, p. 61.

[5] Por aquel entonces, este grupo beligerante estaba compuesto por Alemania (II Deutsches Reich), Austria-Hungría (Kaiserliche Österreichische und Königliche Monarchie Ungarns), Turquía (Imperio Otomano), Bulgaria, y una serie de países menores, protectorados y territorios militarmente ocupados, sobre todo por Alemania, como Oberost, compuesto por Kurland (Curlandia), Lettland (Letonia), Livland (Livonia) y parte de una República Polaca satélite de Alemania, reconocida oficialmente —sólo por las fuerzas alemanas de ocupación— en 1916.

Partes: 1, 2
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