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René Descartes, hijo póstumo del fideísmo medieval (página 12)


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Al margen de esta consideración de carácter general, Descartes enumeró algunas leyes particulares pretendiendo de modo absurdo haberlas deducido de la perfección divina de la inmutabilidad. Y así, con un engreimiento insuperable, aunque a la misma altura que su frivolidad, se atrevió a escribir:

"Después de esto mostré cómo la mayor parte de la materia de ese caos debía […] disponerse y ordenarse de cierta manera que la hacía semejante a nuestros cielos; cómo, mientras tanto, algunas de sus partes debían componer una tierra, y algunas otras, planetas y cometas y, algunas otras, un sol y estrellas fijas. Y […] sobre el tema de la luz, expliqué muy por lo largo cuál era la que se debía encontrar en el sol y las estrellas y cómo desde allí atravesaba en un instante los inmensos espacios de los cielos…"[384].

Como comentario a estas afirmaciones, tan arrogantes como falsas, hay que decir que indudablemente habría sido un signo evidente de asombrosa sabiduría que Descartes hubiera podido deducir la evolución que iba a seguir el Universo a partir de su no menos asombroso conocimiento de la naturaleza divina. Pero en realidad sus deducciones no parecen otra cosa que la muestra de una jactancia insensata, lo cual resulta todavía más claro si tenemos en cuenta que gran parte de sus afirmaciones tan "evidentes" eran evidentemente falsas y sólo representaban la aceptación acrítica y por simple inercia y frivolidad de antiguas teorías ya superadas.

En efecto, como ya se ha dicho antes, resulta especialmente osado afirmar que

"aunque Dios hubiera creado muchos otros mundos no podría haber ninguno en que [estas leyes] dejaran de ser observadas"[385],

pues, al realizar esta afirmación Descartes incurre en la contradicción de no haber tenido en cuenta que una consecuencia de la omnipotencia divina, cualidad especialmente valorada por él cuando le interesaba, es que, si su dios omnipotente lo hubiera querido, el mundo podría haber sido creado de infinitos modos y de acuerdo con leyes enteramente distintas a las que rigen en éste. ¿Acaso podía él saber cuál iba a ser la voluntad de ese dios?

Habría resultado igualmente asombroso que, tal como afirma con su jactancia habitual, él hubiera podido deducir, a partir de su conocimiento de las cualidades divinas, que iban a existir la tierra, los planetas, los cometas, el sol y "las estrellas fijas". Pero esta deducción, al margen de tener el inconveniente de no tener en cuenta que la omnipotencia divina habría podido crear el Universo de infinitos modos totalmente distintos, tiene también el de que llega a la conclusión -¡tan evidente!- de la existencia de algo que no existe, como sucede con las llamadas "estrellas fijas", que no eran más que una creencia ya refutada de la Astronomía antigua y que representaba uno más de esos engaños de los sentidos a los que Descartes se había referido en la primera parte del Discurso del Método.

Por otra parte además –y como era lógico-, en aquellos casos en los que Descartes hace referencia a algún fenómeno real sólo afirma su deducción a partir de la inmutabilidad divina, pero en ningún momento presenta nada que se parezca ni de lejos a un proceso deductivo en el que, a partir de aquella supuesta cualidad divina, llegase a demostrar la realidad presuntamente deducida.

Entre las leyes que Descartes dijo haber deducido puede hacerse referencia, entre otras, a las que se relacionan con diversas cuestiones, cuya interpretación no pudo haber sido deducida de la supuesta inmutabilidad divina porque, entre otros motivos, era errónea:

a) La velocidad de la luz: Respecto a esta cuestión, afirmó lo que casi todos creían entonces, y cayó, por ello, en el error de "deducir" que la luz se trasladaba instantáneamente. Pero su frívola deducción era más grave porque quienes defendieron anteriormente esa teoría al menos se basaban en las apariencias, mientras que él pretendía saber que eso era así ¡por la evidencia derivada de una deducción racional! que tomaba como punto de partida la naturaleza divina, de forma que ¡la realidad no podía ser de otra manera! El único valor importante de esta "evidencia" era el de contribuir, junto con otras del mismo calibre, a confirmar que un método que daba lugar a tales "evidencias" no podía conducir a ningún sistema seguro de conocimientos.

En relación con esta última "evidencia", ya en la antigüedad griega Empédocles había defendido la tesis contraria, al igual que posteriormente la defendieron los filósofos árabes Avicena y Alhazen, al igual que en el siglo XIV la defendió Nicolas d"Autrecourt y, a comienzos del siglo XVII, J. Kepler. En ese mismo siglo de Descartes, el XVII, se investigaba esta cuestión e incluso se llegaron a realizar experimentos para calcular la velocidad de la luz, considerando, en consecuencia, que la luz no se trasladaba instantáneamente. En la actualidad y desde hace ya más de un siglo se sabe que la luz se traslada a gran velocidad, pero limitada y muy próxima a los 300.000 kilómetros por segundo. Es, comprensible, sin duda, que Descartes ignorase a qué velocidad se trasladaba la luz, pero lo que no le honra como filósofo ni como científico es que se atreviese a afirmar de manera dogmática y en contra de la verdad, haber mostrado o deducido que la luz se trasladaba instantáneamente, es decir, a una velocidad infinita

b) La doctrina de los elementos de Empédocles: De acuerdo con una fantástica aunque sospechosa capacidad deductiva, Descartes pretendió igualmente haber deducido, como se ha dicho antes,

"los principios o primeras causas de todo lo que es o puede ser en el mundo sin considerar para esto nada más que a Dios, que lo ha creado […] Después de esto examiné cuáles eran los primeros y más ordinarios efectos que se podían deducir de esas causas: y me parece que por ahí encontré cielos, astros, una tierra e incluso en la tierra, agua, aire, fuego, minerales y algunas otras cosas"[386].

Este texto resulta especialmente significativo como muestra evidente de la megalomanía del francés, que le lleva a afirmar haber deducido el modo de ser de la realidad a partir de Dios, como si, además de haber demostrado la existencia de tal supuesta realidad, hubiese alcanzado un conocimiento tan exhaustivo de ella que le hubiese permitido deducir cómo iba a actuar a la hora de crear el mundo y a la hora de configurarlo de acuerdo con determinadas leyes, perfectamente accesibles para su portentosa inteligencia.

Pero, por otra parte y a pesar de tal asombrosa genialidad, al menos aparente, resulta ciertamente sospechosa la casualidad de que descubriera precisamente aquellos principios últimos de que habían hablado los primeros filósofos griegos desde Tales de Mileto y, en especial, desde Empédocles, que fue el primero que habló de los cuatro famosos elementos (arkhai), aunque Descartes añadió "otros minerales y algunas otras cosas". Así que lo que sí parece evidente es que las pretendidas deducciones cartesianas de los "elementos" no eran otra cosa que una muestra de su orgullosa frivolidad al haber aceptado me manera acrítica aquellas antiguas doctrinas ya superadas, que en consecuencia sólo podían gozar de una evidencia subjetiva y que en nada se correspondían con una verdad objetiva. Por cierto, al estudio y descripción de esos cuatro elementos de Empédocles dedicó de forma especial la cuarta parte de sus Principios de la Filosofía, algo así como 200 epígrafes explicados con cierto detalle que en general supondría una pérdida de tiempo exponer por lo inútil de una tarea semejante.

c) Las Manchas solares: Descartes consideró que las manchas solares descubiertas por Galileo no constituían propiamente una parte del Sol, sino que eran "cuerpos opacos" que se movían por encima de su superficie. Proclamó en este sentido:

"Ha de considerarse también que los cuerpos opacos que con el auxilio de anteojos de larga vista se descubren sobre el Sol y que son llamados sus manchas se mueven sobre su superficie y emplean veintiséis días en rodearlo"[387].

Aquí, al margen de la dificultad para conocer en aquel tiempo qué eran en realidad aquellas manchas solares y al margen de que lo afirmado por Descartes fuera erróneo, lo más anticientífico de la actitud cartesiana fue su forma dogmática de expresarse cuando escribe "ha de considerarse", que refleja nuevamente el mismo dogmatismo que preside muchas de sus investigaciones pretendidamente científicas

En relación con estas manchas Descartes vio lo que quiso ver: Desde los tiempos de la Astronomía griega el mundo supralunar era considerado como el mundo de la perfección, y tal perfección era incompatible con la idea de que el Sol no fuese un reflejo de lo divino y tuviese imperfecciones como esas "manchas" descubiertas por Galileo. En aquellos tiempos, en los que el telescopio comenzaba a utilizarse como instrumento de observación científica, podía ser aceptable que unas mismas imágenes se interpretasen de un modo o de otro, pero así como Galileo tuvo sus dudas acerca de cómo interpretar los anillos de Saturno, demostrando así su ausencia de prejuicios y su extraordinaria integridad científica, Descartes prejuzgó que tales manchas solares en realidad no pertenecían al propio Sol, porque partía ya del prejuicio de que el Sol no podía tener "impureza" alguna. En este planteamiento el punto de vista de Galileo fue más correcto desde el punto de vista científico y rompió con la doctrina tradicional acerca de la "perfección" del Sol, por efecto de la cual en teoría éste no podía contener "impurezas", y dijo que no podía precisar si las "manchas" se encontraban en el propio Sol o a cierta distancia de él, pero afirmó que en cualquier caso su traslación se debía a la propia traslación del Sol, de manera que su movimiento no era independiente de él.

Por lo que se refiere al planteamiento de Descartes, hay que decir que, si al menos hubiera utilizado con acierto los datos relativos al tiempo de rotación de aquellos supuestos "cuerpos opacos", habría podido descubrir que el Sol tenía un movimiento de rotación sobre sí mismo y que ese tiempo era aproximadamente el de esos 26 días que él calculó para esos "cuerpos opacos" y que, si no hubiera estado condicionado por la tradición aristotélica, habría podido abrirse a una descripción más fiel y a una interpretación más abierta del sentido de aquellas manchas solares.

d) La circulación de la sangre: Una nueva y deplorable deducción cartesiana es aquella por la que explicó la circulación de la sangre desde un planteamiento erróneo según el cual el corazón sería como una especie de pequeña máquina de vapor que en la que la sangre venosa determinaría el aumento de la temperatura de este órgano y el calentamiento de la sangre entrante hasta el punto de ebullición, o algo parecido, de forma que, como consecuencia de la alta temperatura alcanzada, se produciría una presión tal que empujaría a la sangre a salir por las válvulas arteriales para pasar a circular por las arterias y las venas. Así lo indica el pensador francés cuando escribe:

-"mientras vivimos hay un calor continuo en nuestro corazón, una especie de fuego mantenido en él por la sangre de las venas, y […] este fuego es el principio corporal de todos los movimientos de nuestros miembros"[388].

-"este calor es capaz de hacer que si entra alguna gota de sangre en [las] concavidades [del corazón] ésta se infle en seguida y se dilate, como hacen generalmente todos los líquidos cuando se los deja caer gota a gota en algún vaso que está muy caliente"[389] .

La fantástica explicación cartesiana, además de ser falsa, incluía otros inconvenientes como el de tener que explicar cómo hubiera podido soportar el corazón y el organismo humano en general una temperatura tan alta como la que debería tener para conseguir no sólo que la sangre se evaporase al entrar en él sino que tanto el corazón como los órganos contiguos no quedasen fritos en pocos minutos.

Por cierto y aunque sólo sea un paréntesis anecdótico, tiene interés hacer una pequeña alusión al punto de vista de Rodis-Lewis, "importante biógrafa" de Descartes, quien en relación con esta cuestión, menciona como un mérito especial del pensador francés su comunicación al público en general del hecho de la circulación de la sangre[390]pero sin mencionar el error de su explicación y la crítica desacertada que hizo a Harvey, quien había dado la explicación correcta de este fenómeno, haciendo referencia a las contracciones y dilataciones del corazón. Pero, de nuevo, lo más asombroso de la explicación car-tesiana no fue la explicación en sí misma sino el hecho de que tuviera la osadía de presentarla como una ¡verdad necesaria!, apoyada tanto en consideraciones racionales como incluso en la misma experiencia:

"…este movimiento que acabo de explicar se sigue tan necesariamente de la sola disposición de los órganos que están a la vista […] que se puede conocer por experiencia, como el movimiento del reloj se sigue de la fuerza"[391].

Resulta lamentable que una de las pocas ocasiones en que Descartes quiso hacer uso de la experiencia sólo le sirviera para ver como necesario y, por lo tanto como evidente, lo que era simplemente falso y absurdo. En cualquier caso hay que agradecerle que, a pesar de haber consagrado un tiempo de sus investigaciones a la medicina, no se dedicase a ella más que para hacerle, con teatralidad y trazas de doctor entendido en la materia, algunas recomendaciones a la princesa Elisabeth cuando ésta le consultó acerca de una dolencia personal.

5.3.5. El mecanicismo

Descartes introdujo una interpretación mecanicista de toda la naturaleza que consistía en considerar el Universo como un inmenso mecanismo en el que todas sus piezas estaban ensambladas y funcionando de acuerdo con el principio determinista de causalidad. Este mecanicismo se aplicaba no sólo al mundo inorgánico sino también a las plantas, a los animales y el mismo cuerpo humano, puesto que, siendo modos de la sustancia material (res extensa), tenían que ser explicados por las mismas leyes que regían en ella, de manera que para explicar la vida de los cuerpos orgánicos no era necesario admitir un alma, vegetativa o sensitiva, sino sólo las mismas fuerzas mecánicas que actuaban en el resto del Universo. Según él, la investigación ponía de manifiesto que el comportamiento animal podía ser exhaustivamente descrito sin necesidad de suponer la existencia de ningún "principio vital" ajeno al propio cuerpo, y consideró el cuerpo humano y el de los animales

"como una máquina que, habiendo sido hecha por la mano de Dios, está incomparablemente mejor ordenada y tiene en sí movimientos más admirables que ninguna de las que pueden ser inventadas por los hombres"[392].

El mecanicismo cartesiano tuvo una trascendencia científica especialmente importante en cuanto proporcionaba una nueva visión del conjunto de la realidad material, comprendida como un inmenso mecanismo en el que todas sus piezas interactuaban de acuerdo con leyes deterministas. Sin embargo tuvo el inconveniente de forzar demasiado la situación hasta llegar al extremo de negar la existencia de auténticos procesos psíquicos en los animales, considerando que las apariencias de que así fuera no se correspondían con la realidad, pues sólo el ser humano estaba formado por un alma (res cogitans), en la que se darían tales procesos, unida a un cuerpo (res extensa), que se comportaría de acuerdo con las leyes mecánicas de la Naturaleza, aunque dirigido por el alma en diversos aspectos de su comportamiento, y que, por ello, sólo el ser humano era capaz de realizar auténticas acciones libres que escaparían al determinismo de la realidad física. El error de Descartes no consistió en su afirmación de que los seres vivos fueran máquinas sino en haber rechazado que esas máquinas, tan enormemente complejas, incluido el ser humano, fueran capaces de sentir, de percibir, de gozar, de sufrir, de conocer o de recordar, siendo ésas sus mayores diferencias con respecto a las máquinas construidas por el ser humano, incomparablemente más simples que las producidas por la propia Naturaleza. El pensador francés, para mantenerse fiel a las doctrinas católicas, no podía aceptar que los animales tuviesen un alma similar a la del ser humano, y por ello consideró que el comportamiento animal podía ser explicado de modo exhaustivo sin necesidad de suponer en él la existencia de vida auténtica. Sin embargo, si sus prejuicios religiosos y la coerción política, religiosa y social no le hubieran presionado tanto, hasta el punto de cerrarle la posibilidad de ampliar su hipótesis mecanicista extendiéndola hasta el propio ser humano, hubiera podido vislumbrar que la estructura y el funcionamiento del ser humano era similar a la del resto de los seres vivos, con una diferencia meramente cuantitativa, pero no cualitativa y radical respecto a sus diferentes capacidades.

Frente a esta interpretación, ni la Ciencia ni el sentido común han aceptado una interpretación tan inerte del mecanicismo hasta el punto de negar la existencia de auténticos procesos psíquicos en los seres vivos no humanos y, además, los progresos de la Biología han demostrado la existencia de una base genética común entre todos los seres vivos y la existencia de toda una serie de facultades psíquicas animales similares a las humanas.

Por lo que se refiere a la doctrina mecanicista, aunque son muchos los manuales y biografías sobre Descartes, que le consideran como el fundador de esta doctrina, conviene tener en cuenta que en el siglo anterior el español A. Gómez Pereira defendió esta misma doctrina mecanicista aplicada a los animales y que además, según P. D. Huet y otros filósofos, Descartes conocía la obra de Gómez Pereira. En una carta al padre Mersenne, Descartes negó conocer la obra Antoniana Margarita en la que aparecían estas ideas, pero parece que, de un modo directo o indirecto, la obra de Gómez Pereira influyó en Descartes. Conviene recordar, en relación con esta influencia bastante probable de Gómez Pereira, que no parece que se limitase a esta cuestión sino que igualmente pudo haber influido en el pensador francés con su proposición "quidquid noscit, est, ergo ego sum"[393] como precedente de la proposición "cogito, ergo sum", las cuales mostraban una verdad absoluta que superaba cualquier duda.

5.3.6. Las leyes de la Física

Los descubrimientos de Descartes en el terreno de las Matemáticas y en el de la Física fueron muy relevantes en algunos casos, como el de la enunciación precisa del principio de inercia, pero otros vinieron acompañados de bastantes errores como consecuencia de su irracionalismo teológico, que partía de un fundamento místico y olvidaba casi siempre la experiencia, y como consecuencia igualmente de una aplicación incorrecta de su inteligencia para deducir determinadas leyes físicas, lo cual hubiera podido subsanar al menos con la ayuda de la experiencia si la hubiese valorado adecuadamente en lugar de dejarse cegar por su frívola autosuficiencia orgullosa a la hora de realizar sus deducciones.

Era evidente, sin embargo, que la actitud del "teólogo" francés, que decía partir de Dios para deducir el conjunto de las leyes de la realidad física, era absurda, pues lo que en realidad hizo fue partir de un análisis de dicha realidad y tratar de enlazarla de algún modo con la supuesta realidad divina, como si hubiese deducido de ella de un modo puramente racional el mundo sensible y sus cualidades, pero haciéndolo de manera que, si no encontraba el modo de deducir determinado aspecto del Universo a partir de la inmutabilidad divina, siempre tenía el recurso de suponer que lo que sucedía era que dicho aspecto era una consecuencia de la omnipotencia divina. Y así, jugando con estas dos supuestas cualidades de la supuesta divinidad, todo encajaba perfectamente: Lo que podía relacionar con la inmutabilidad divina lo consideraba racionalmente deducible de ella, mientras que lo demás consideraba que era una consecuencia de la omnipotencia, ya que en tales casos las diversas realidades "han podido ser ordenadas por Dios de innumerables formas, y solamente la experiencia puede enseñarnos cuál de ellas haya elegido"[394].

Como ya se ha dicho, Descartes no llegó a tomar conciencia de que la afirmación de que el Universo tuviera su explicación en la existencia de aquellas dos cualidades del supuesto dios católico resultaba contradictoria en cuanto, al menos desde el punto de vista de la acción, la inmutabilidad divina habría significado una negación de la omnipotencia, mientras que la omnipotencia habría significado una negación de la inmutabilidad. Su orgullo y su vanidad le impidieron llegar a considerar una tercera posibilidad: La de que, suponiendo que el dios católico existiera, el hecho de que no encontrase relaciones deductivas entre los fenómenos naturales y la divinidad podía deberse o bien a la complejidad intrínseca de los fenómenos estudiados, o bien a la limitación de su propia capacidad como científico. Y había además una cuarta posibilidad: La de que no pudiese descubrir tal relación deductiva en cuanto el dios católico fuera una simple quimera. Pero esa cuarta posibilidad era impensable para una persona que desde el principio manifestaba su plena sumisión a las doctrinas de la organización católica.

Y así, a partir de la afirmación de la inmutabilidad divina, Descartes consideró que se deducía el principio de la conservación de la cantidad de movimiento:

"En cuanto a la primera [causa del movimiento] me parece evidente que no puede haber otra que Dios mismo, que ha creado en el principio la materia con el movimiento y el reposo, y que conserva ahora en el Universo, por solo su concurso ordinario, tanto movimiento y reposo como puso en él al crearlo"[395],

Este enunciado fue un anticipo importante de lo que hoy constituye el primer principio de la termodinámica: "La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma", que fue explicado en términos más exactos por Lavoisier en el siglo XVIII y por otros científicos como Carnot y Clausius en el siglo XIX. Descartes lo enunció de forma mística e imprecisa, en cuanto acompañó el concepto de movimiento con el de reposo, dando por hecho, como en la Astronomía antigua, que éste fuera algo más que una simple abstracción mental, es decir, un concepto que no procedía sino de impresiones subjetivas, en cuanto a través de ellas podía hablarse de un reposo relativo, pero no absoluto, ya que la realidad, como ya comprendió Heráclito, se encuentra en constante movilidad.

A partir de la inmutabilidad divina y estimulado por los trabajos de Galileo y por los de su amigo Beeckman, Descartes formuló adecuadamente el principio de inercia y otras leyes de la naturaleza, como las que constituyen las leyes fundamentales de su física:

1) El principio de inercia, primera ley de la Física cartesiana, quedó formulado del siguiente modo:

"cada cosa, en tanto que simple e indivisa, se mantiene en su mismo estado, sin cambiar jamás, como no sea por causas externas"[396].

Como ya se ha dicho, este principio había sido vislumbrado pocos años antes por Galileo, que no llegó a formularlo con precisión, a pesar de haberse servido de él en la práctica. Hubo también otros pensadores anteriores que se habían aproximado al descubrimiento de este principio, como especialmente el propio Aristóteles, Ockam y Beeckman.

Por lo que se refiere a Aristóteles no se le suele mencionar como predecesor en la línea de pensadores que de algún modo intuyeron este principio, pues es mucho más conocida su explicación del movimiento a partir de sus conceptos metafísicos de potencia (dýnamis? y acto (enérgeia?, considerando el movimiento como "el acto de la potencia en cuanto tal", entendiendo el movimiento local como el resultado de la tendencia de cada sustancia a ocupar su "lugar natural" de acuerdo con su propia naturaleza (phýsis?? y entendiendo igualmente el movimiento violento a partir de aquella aplicación de las categorías de potencia y acto referidas a las sucesivas partículas de aire que servirían de soporte al móvil para que siguiera una trayectoria distinta a la que por naturaleza le correspondía.

Sin embargo, en su Física y desde una perspectiva racionalista como la cartesiana, se aproximó a la intuición del principio de inercia, cuando escribió: "…no es posible dar una razón de por qué un cuerpo movido se parará en alguna parte. ¿Por qué, en efecto, se parará aquí más bien que allí? Luego será llevado necesariamente hacia el infinito de no haber nada más fuerte que él que lo pare"[397]. La explicación aristotélica iba por buen camino, pero no fue suficientemente precisa y además no encajaba con su teoría más general acerca del movimiento, por lo que no trató de profundizar en ella y esto pudo determinar que sus seguidores ni siquiera llegasen a reparar en este texto.

Posteriormente, Guillermo de Ockham, aunque no dio una definición precisa del principio de inercia, consideró con acierto y desde un planteamiento tan racionalista como el del propio Descartes que un cuerpo en movimiento se movía por el simple hecho de que estaba en movimiento, de manera que no era necesario suponer la existencia de ningún motor para explicar la continuidad de tal movimiento.

Por su parte, Galileo algunos años antes intuyó el principio de inercia en sus reflexiones e investigaciones sobre el movimiento hipotético de una bola lanzada sobre un plano horizontal y sin rozamiento alguno. Escribe Galileo que, en estas condiciones teóricas, "su movimiento ha de ser uniforme y perpetuo sobre el mismo plano, si el plano se extiende infinitamente"[398]. Sin embargo, Galileo, tal vez llevado del prejuicio de la Astronomía antigua o tal vez por no haber hecho abstracción de la fuerza gravitacional de la Tierra –o de cualquier otro cuerpo del Universo-, consideró que el plano aparentemente rectilíneo, en realidad sería curvo, y este prejuicio representó un error en el que inicialmente también incurrieron Beeckman y Descartes, aunque posteriormente el pensador francés corrigió esta interpretación y adoptó la correcta, relacionada con un movimiento rectilíneo en cuanto se hiciera abstracción de la fuerza gravitacional. Galileo había defendido el principio de inercia en el año 1613 en su Carta acerca de las manchas solares, mientras que Descartes lo hizo cuando escribió su obra El Mundo, hacia el año 1633, por lo que es bastante probable que hubiera una influencia del científico pisano sobre el francés. En este punto además hay que tener en cuenta el estímulo que en estas investigaciones pudo tener sobre Descartes su amigo Beeckman, que mantuvo una postura similar a la de Galileo[399]

En estos planteamientos tiene interés señalar su componente racionalista existente en cuanto un principio como éste no podía ser verificado o contrastado sino sólo deducido mediante abstracciones racionales que, entre otras cosas, se referían a "cosas simples e indivisas" o a un movimiento en el que si hiciera abstracción de la existencia de cualquier otra realidad en el Universo que pudiera influir en la trayectoria del cuerpo que hubiera recibido aquel primer impulso inercial y sobre el que se quisiera realizar el experimento, pero tales condiciones, en cuanto no se dan en la realidad, no podrían ser en ningún caso objeto de experiencia alguna ya que no existía la posibilidad de experimentar en el vacío, inexistente por otra parte, sino sólo la de trabajar en condiciones más o menos aproximadas a ese vacío hipotético en el que no interviniesen fuerzas ajenas a la de la propia hipótesis.

El supuesto que subyace en las consideraciones de estos filósofos y científicos acerca del principio de inercia era en definitiva que lo que había que explicar era el cambio de cualquier realidad pero no su permanencia siendo lo que era o manteniéndose en el mismo estado en que se encontraba.

Sin embargo y en favor del punto de vista de Galileo habría que decir que el planteamiento cartesiano era correcto como hipótesis absolutamente racionalista, en la que haciendo abstracción total de la existencia de otras fuerzas en el Universo, efectivamente la inercia tendría ese carácter rectilíneo. Sin embargo, en cuanto era un hecho que en el Universo existían otras fuerzas, como en especial la gravitacional, el planteamiento de Galileo era coherente con la existencia de tales fuerzas, que en efecto, determinan la trayectoria curva de planetas, naves especiales y otros cuerpos espaciales que, una vez en su órbita, siguen una trayectoria curva, resultante de la acción de la inercia y de la gravedad, que, aunque se la pueda eliminar mentalmente, siempre se encuentra presente.

2) La segunda ley de la física cartesiana señalaba que

"cada parte de la materia en particular no tiende a continuar moviéndose según líneas curvas sino solamente según líneas rectas"[400].

Descartes entiende que tanto esta ley como la precedente depen-den de la inmutabilidad de Dios y de la simplicidad de la operación por la cual conserva el movimiento de la materia y que, en consecuencia, todo cuerpo que se mueve circularmente tiende sin cesar a alejarse del centro del círculo que describe[401]En este punto además, Descartes superaba la "inercia circular" de Galileo, que presentaba dicho principio en relación con trayectorias circulares como las que los planetas parecían describir alrededor del Sol. Por cierto, a este respecto Galileo siguió considerando que las órbitas de los planetas eran circulares y no elípticas, sin llegar a aceptar el descubrimiento de Kepler.

3) Finalmente, de acuerdo con la tercera ley, afirma que en el choque de los cuerpos entre sí el movimiento no se pierde, sino que su cantidad permanece constante, aunque se trasmita de unos a otros[402]

Descartes consideró que las tres leyes de su Física bastaban para explicar todos los fenómenos de la Naturaleza y la estructura de todo el Universo, que comprendió como un mecanismo gigantesco, del cual había que excluir las explicaciones basadas en la causalidad final aristotélica, como ya había hecho Galileo anteriormente.

Por lo que se refiere a la constancia de la cantidad del movimiento, el pensador francés volvió a introducir a Dios como explicación de este principio, considerándolo, al igual que Tomás de Aquino, como causa eficiente primera del movimiento en el mundo y estimando además que la inmutabilidad divina determinaba que el universo conservase una cantidad de movimiento igual, aunque hubiera transferencia de movimiento de unos cuerpos a otros. En este punto, como no podía llegar al absurdo de negar la evidencia del movimiento en el mundo, por ello, olvidando que de acuerdo con su omnipotencia Dios habría podido actuar de cualquier otro modo, y pasando por alto la imposibilidad de deducir el movimiento del mundo a partir de la inmutabilidad divina, se conformó con deducir (?) que Dios

"obra de una manera sumamente constante e inmutable, de tal modo que, fuera de los cambios que vemos en el mundo y los que creemos porque los ha revelado Dios, […] no debemos suponer otros en sus obras, por temor de atribuirle la inconstancia. De donde se sigue que tenemos sobrada razón para considerar que, puesto que ha movido en muchas formas diferentes las partes de la materia al crearlas y que conserva toda esta materia del mismo modo y con las mismas leyes que cuando la creó, conserva también en ella una cantidad siempre igual de movimiento"[403].

Ahora bien, si el "teólogo" Descartes deseaba ser coherente con su "racionalismo teológico" aplicado a la inmutabilidad divina, hubiera podido deducir, de acuerdo con esa cualidad divina, que Dios no debería haber creado el Universo, puesto que el momento en que decidió crearlo implicaba un cambio en sí mismo –la propia decisión de crearlo y, por ello, una contradicción con su inmutabilidad en cuanto tal decisión, según el Génesis[404]se produjo en determinado instante. Al mismo tiempo y desde la perspectiva de la omnipotencia divina, debería haber tenido en cuenta que esa misma "inconstancia" que supondría que Dios hubiera creado un Universo con una cantidad variable de movimiento no tenía por qué suponer un defecto en la propia divinidad en cuanto, de acuerdo con su omnipotencia, Dios no estaría sometido a nada. Además, el hecho de que, de acuerdo con su inmutabilidad, la voluntad divina tuviese que quedar supeditada a aquella primera decisión adoptada por él implicaría la negación de su omnipotencia y de su libertad infinita, que implicaba poder modificar sus decisiones en el momento en que lo quisiera. Igualmente, si la inmutabilidad divina no fue inconveniente para la creación de un mundo cambiante, en tal caso tampoco tenía por qué serlo para dotarlo de una cantidad de movimiento constante o variable, y más aún habiendo defendido que Dios no habría tenido ningún problema

"para hacer que no fuese verdad que todas las líneas tiradas desde el centro de la circunferencia fuesen iguales, lo mismo que fue libre para no crear el mundo"[405]

si así lo hubiera deseado y de acuerdo con aquella omnipotencia, lo cual, por otra parte, era una contradicción más de las muchas que la frivolidad cartesiana consintió en asumir.

Resulta claro a estas alturas que todas esas deducciones que Descartes afirma haber realizado acerca del modo de ser del Universo a partir del modo de ser del dios del cristianismo no eran otra cosa que afirmaciones frívolas que no se correspondían con la realidad por la serie de errores en que incurrió y por el absurdo de pretender una hazaña tan imposible como la de deducir, a partir del dios cristiano, toda una serie de aspectos de la realidad que, de acuerdo con la supuesta omnipotencia divina, hubieran podido ser de otras infinitas maneras.

Y así, a partir de la inmutabilidad divina dedujo –o, mejor, dijo haber deducido- la constancia de la cantidad de movimiento, pero, al no poder deducir la misma existencia del movimiento, en cuanto era lo más contrario a aquella inmutabilidad, en tal caso y en todos los que no podía comprender como derivados de la inmutabilidad divina, los consideró derivados de la omnipotencia.

La Física actual, aunque está de acuerdo con la tesis cartesiana relacionada con la conservación de la cantidad de movimiento –o, mejor, de la energía-, acepta esta doctrina como el primer postulado de la Termodinámica, pero lo que en ningún caso se le ocurriría a un científico cuerdo es tratar de deducir las leyes de la Naturaleza a partir de las diversas perfecciones de un dios cuya existencia no sólo es imposible demostrar sino del que además puede demostrarse la inexistencia.

Por otra parte, al igual que Tomás de Aquino, Descartes considera de modo equivocado que el movimiento es una realidad que se une a la materia, pero que no le pertenece de manera intrínseca. Ahora bien, para defender tal doctrina, debería haber tenido la experiencia de una "materia en reposo" y la de que, de pronto, hubiese comenzado a moverse, lo cual le podría haber llevado a preguntarse por la causa de tal cambio. Sin embargo, lo que la experiencia muestra es que materia y movimiento son realidades siempre unidas, a pesar de que una percepción especialmente cándida, propia de un dogmatismo igualmente ingenuo, puede llevar a pensar que existan realidades en reposo, como la mesa sobre la que escribo o como la misma Tierra. Descartes, al igual que anteriormente Tomás de Aquino en su primera vía, siguió disociando los conceptos de materia y movimiento, sin llegar a tomar conciencia todavía de que ambos conceptos estaban intrínsecamente unidos, y consideró la materia como una realidad inerte a la que Dios le habría añadido el movimiento. Sin embargo, hoy se sabe que los conceptos de materia y movimiento o materia y energía son realidades intercambiables de acuerdo con la conocida fórmula de Einstein.

5.3.6.1. El principio de conservación de la cantidad de movi-miento y la deducción de otras leyes

Al margen de las excepciones señaladas, Descartes consideró que a partir de la inmutabilidad divina podían deducirse diversas leyes de su Física, y, entre ellas, la tercera, según la cual en el choque de los cuerpos entre sí el movimiento no se pierde, sino que su cantidad permanece constante.

A partir de dicha ley y como consecuencia de la utilización de su racionalismo, dedujo una serie de leyes particulares, que llaman la atención precisamente porque pusieron nuevamente de relieve la nula fiabilidad del método cartesiano, cuando lo utilizaba en un ámbito ajeno al de las ciencias meramente formales como las Matemáticas, donde la regla de la evidencia junto con las otras reglas del método y el principio de contradicción eran suficientes para ir progresando sin necesidad de experiencia alguna, en cuanto los teoremas matemáticos no trataban de experiencia alguna sino de verdades verificables por su carácter tautológico. Pero este método era insuficiente para el progreso en las ciencias experimentales por su olvido de la fundamental importancia de la experiencia a la hora de comprobar el valor real de las hipótesis y de las deducciones que pudieran hacerse a partir de la observación de los fenómenos naturales. Por ello mismo, la utilización de la experiencia por parte de Descartes estuvo llena de fracasos y puso en evidencia la frivolidad con que se sirvió de ella, estableciendo deducciones que, a pesar de haber podido comprobar o desmentir mediante la experiencia, las proclamó de manera dogmática, siendo erróneas en multitud de ocasiones.

Por otra parte y como disculpa de alguno de los errores que se muestran a continuación sólo quedaría la disculpa de que, en cuanto Descartes estuviera planteando sus leyes deductivas como puras hipótesis relacionadas con un universo imaginario haciendo abstracción de la existencia o inexistencia de fenómenos empíricos que posibilitasen que las leyes propuestas por él se cumpliesen con exactitud en el universo real, algunas de estas leyes deducidas hubieran podido ser válidas. Pero una objeción a varias de estas hipótesis es que, en cuanto no tienen en cuenta los hechos que sirvieron de base para el descubrimiento de la tercera ley de Newton, ni la transformación del movimiento en calor como consecuencia del choque o del roce entre partículas de materia, no son aplicables al Universo real en el que sí rige dicha ley y sí se produce ese cambio de un tipo de energía en otro. Otros errores son más graves en cuanto derivan de una utilización inadecuada de la razón, que hubiera podido ser corregida si posteriormente Descartes hubiera intentado comprobar el valor de sus deducciones. Al parecer, su frívola confianza en su infalibilidad deductiva contribuyó a que considerase innecesaria cualquier comprobación empírica y, por ello, las críticas que siguen a continuación a algunas de esas leyes se relacionan con lo dicho en las líneas anteriores y con la acostumbrada frivolidad del pensador francés.

En efecto, como una ley secundaria, deducida (?) de la tercera ley general de su física, Descartes consideró que

a) "si un cuerpo que se mueve y encuentra a otro tiene menos fuerza para continuar moviéndose en línea recta que este otro para resistirlo, se desvía de aquella dirección y, conservando su movimiento, pierde solamente la determinación de éste"[406].

De acuerdo con lo indicado antes, esta deducción es incorrecta en su misma formulación en cuanto ni siquiera indica si el encuentro entre ambos cuerpos se realiza en un sentido contrario u oblicuo, ya que si el sentido del movimiento de un cuerpo es contrario al del otro, en tal caso no se producirá un "desvío de aquella dirección" sino una deceleración en el que tenga mayor fuerza y un cambio de sentido del movimiento en el que la tenga menor. Y, al margen de si el sentido en que choquen sea contrario u oblicuo, es igualmente falso que cualquiera de ellos conserve su movimiento, pues, aunque el principio de inercia sólo diga que un cuerpo conserva su estado de movimiento o reposo mientras no haya otra fuerza que le haga cambiar, Descartes hubiera podido deducir y tratar de comprobar que en el choque entre dos cuerpos ninguno de ellos permanece indiferente ante el contacto con el otro, sino que tanto el de mayor como el de menor masa sufren un cambio en su estado de movimiento o reposo, relacionado con la cantidad de fuerza recibida proveniente del otro cuerpo y del sentido en que tal fuerza se ejerce, tal como Newton indicó en la tercera ley de su Física. Esta simple reflexión habría podido conducir a Descartes al descubrimiento de que toda acción de un cuerpo sobre otro determina la consiguiente reacción, de igual intensidad y de sentido contrario, si la dirección de ambos cuerpos es la misma, pero en un sentido diverso para ambos cuerpos, que puede calcularse matemáticamente teniendo en cuenta su respectiva masa, la velocidad con que chocan y la dirección y sentido que seguía cada uno en el momento de su choque. En el anterior enunciado Descartes no tiene en cuenta que el choque de un cuerpo contra otro determina una interacción entre ambos cuerpos, por lo que el segundo no permanecerá impasible ante ese choque sino que, habiendo recibido determinada "cantidad de movimiento", variará su velocidad, de un modo que se relacionará con la energía recibida en su choque y con el modo en que se produzca tal recepción de energía, variando igualmente el sentido de su movimiento, según el vector resultante del sentido de su movimiento anterior y el del sentido del movimiento del cuerpo con el que choca, teniendo en cuenta la masa respectiva de ambos, lo cual además repercutirá en que el primer cuerpo pierda la misma cantidad de movimiento que gane el segundo.

Descartes se olvidaba de la experiencia con demasiada frecuencia y Newton todavía no había enunciado su tercera ley, según la cual "con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria: o sea, las acciones mutuas de dos cuerpos siempre son iguales y dirigidas en direcciones opuestas". Tanto la experiencia como el conocimiento de esta ley habrían podido ayudarle a evitar los errores de sus deducciones y a no extraer consecuencias erróneas de aquellas primeras leyes de su física. Pero, como ya se ha indicado, lo más reprochable del proceder cartesiano no es el error en sus deducciones, que cualquier científico podría haber cometido en la fase de la elaboración de una hipótesis, sino el hecho de no haber recurrido a la experiencia para comprobar si los hechos las confirmaban o no.

b) Por la misma razón Descartes deduce también de modo erróneo que

"los cuerpos duros, cuando son lanzados contra otro cuerpo duro [mayor, que está quieto], son rechazados del lado de su procedencia […] quedando íntegro el movimiento"[407].

Su error se debe a varios motivos. En primer lugar a la equivocación en el propio enunciado, que no especifica si ese choque es frontal u oblicuo. En segundo lugar, Descartes comete el mismo error que en el caso anterior: Juega con un concepto de "cuerpo duro" que nada tiene que ver con la experiencia y, por ello, no tiene en cuenta que en el choque entre dos cuerpos, al margen de que sean iguales o desiguales en masa, hay una pérdida de movimiento que se convierte en calor, y que por ese motivo -así como por otros- su "cantidad de movimiento" no permanece idéntica, sino que disminuye en la parte que se convierte en calor y, en consecuencia, ello determinará una variación en la velocidad de ambos cuerpos. En segundo lugar, en cuanto se trate de un planteamiento puramente hipotético, Descartes tiene derecho a hablar de un cuerpo "que está quieto", pero esto nunca resulta aplicable a la realidad, pues toda ella se encuentra en continuo movimiento en cuanto no existe ningún cuerpo "que esté quieto". En tercer lugar, aunque tuviera sentido hablar hipotéticamente de un cuerpo que está quieto, dicho cuerpo, al recibir el impacto, recibiría determinada cantidad de movimiento del cuerpo menor, de forma que éste no rebotaría con la misma cantidad de movimiento que llevaba antes de chocar sino con la cantidad de movimiento resultante de la diferencia entre la que inicialmente llevaba y la que hubiese transmitido al cuerpo más pesado, pues la suposición de que el cuerpo más pesado pudiese permanecer enteramente inmóvil no encaja con la experiencia y es incongruente además con la tercera ley de Newton, que Descartes no llegó a descubrir ni a conocer. Si acaso podría decirse que la velocidad que adquiriese el cuerpo mayor sería inversamente proporcional a su masa y directamente proporcional a la cantidad de movimiento recibido, mientras que en el cuerpo menor la velocidad de su rebote sería inversamente proporcional al movimiento transmitido por él y directamente proporcional a la diferencia entre su masa y la del cuerpo mayor, lo cual se traduciría en que, cuanto mayor resistencia opusiera el cuerpo mayor, mayor velocidad conservaría el menor, sin llegar a conservar en ningún caso la misma que llevaba antes del choque.

c) Descartes vuelve a equivocarse cuando afirma que, en el choque de dos cuerpos entre sí, si son iguales en masa y en velocidad,

"volvería cada uno hacia el sitio de donde había venido, sin perder nada de su velocidad"[408].

Igual que en el caso anterior, Descartes juega con un universo imaginario en el que no se produjera la transformación de movimiento en calor. Pero en el universo real la simple observación empírica, sirve para mostrar la falsedad de esta ley como consecuencia precisamente de la transformación en calor de una parte del movimiento. Además en esta deducción Descartes debería haber especificado que hablaba de dos cuerpos que chocasen frontalmente y no de manera oblicua, pues en este último caso no sólo se daría una pérdida de movimiento sino también un cambio de sentido en el movimiento de ambos cuerpos. Además, si se hubiese tomado la molestia de realizar el experimento adecuado, habría podido comprobar que el resultado no se ajustaba a su deducción.

d) Es más gravemente errónea la deducción según la cual

"si B fuese siquiera algo mayor que C, […] solamente C retrocedería hacia el lado de donde hubiera venido, continuando ambos después su movimiento con idéntica celeridad hacia ese mismo lado"[409].

En afirmaciones tan gratuitas como ésta Descartes pone todavía más en evidencia su frivolidad y falta de cautela por el uso tan desatinado que hace de su propia razón, pero especialmente por su menosprecio de la experiencia, que le habría ayudado a corregir sus erróneas anticipaciones mentales. Incluso, si hubiera razonado correctamente, habría podido darse cuenta de que su teoría era incorrecta, al margen de que la experiencia la refutase, porque desde un punto de vista meramente racional no se deducían las consecuencias que él había anticipado, ya que, aunque tuviese todo el derecho a desconocer la tercera ley de Newton, sin embargo podía haber intuido, de acuerdo con el principio de inercia, que ambos cuerpos -y no sólo uno-, al recibir una fuerza externa modificarían su respectivo estado, pues, de acuerdo con dicho principio, un cuerpo permanece en su estado mientras no haya otra fuerza que le haga cambiar, lo cual podría haberle sugerido al menos que, si un cuerpo recibe determinada fuerza, aunque la masa de ese cuerpo sea menor que la del primero, se producirá en él un cambio en su estado. El principio de inercia decía que cualquier cambio en el estado de un cuerpo de debía a la influencia de otro cuerpo, pero no decía que la influencia de otro cuerpo debía provocar un cambio en el primero, y esto fue lo que dijo Newton y lo que Descartes no fue capaz de ver. Descartes olvida igualmente que para calcular la velocidad y el sentido del movimiento resultante del choque entre esos dos cuerpos debía tener en cuenta no sólo la masa sino también la velocidad de cada uno de los cuerpos en el momento del choque y el sentido y dirección del movimiento de ambos cuerpos, de manera que, teniendo en cuenta tales variables y el principio de inercia, no habría podido establecer como necesaria su absurda conclusión según la cual ambos cuerpos, después del choque, se dirigirían en la dirección y sentido del cuerpo que tuviera mayor masa "con idéntica celeridad", sino que incluso, como consecuencia del principio de inercia, la velocidad del cuerpo de mayor masa sufriría una deceleración y además, si la velocidad del cuerpo de menor masa hubiera sido suficientemente grande, habría podido repercutir en una neutralización e incluso en un cambio de sentido del movimiento del otro cuerpo, aunque el de menor masa hubiese rebotado con una velocidad mayor que la que llevaba antes del choque a causa del impulso perdido por el mayor y añadido a éste. Un cuerpo con una masa muy elevada y una velocidad muy lenta podría ser neutralizado en su movimiento por un cuerpo con menor masa y con una velocidad mucho más rápida, e incluso este mismo cuerpo podría determinar la inversión del sentido del movimiento del cuerpo de mayor masa en cuanto la velocidad del menor fuera suficientemente elevada. Ante la duda acerca de este resultado, lo que exige el método experimental es que no se confíe sino en la experiencia: Por ejemplo, se podría coger una bola de 100 gramos y lanzarla con mucha fuerza contra otra de 120 gramos que viniera hacia ella a escasa velocidad. De ese modo se podría verificar, sin necesidad de razonamiento alguno, qué era lo que sucedía.

e) Igualmente se equivocó de modo asombroso cuando dedujo que

"si el cuerpo C fuese siquiera un poco mayor que B y estuviera enteramente en reposo […] con cualquier velocidad que viniese B hacia él, jamás tendría fuerza para moverlo, sino que se vería obligado a retroceder hacia el mismo lado de donde procediese"[410].

En este caso –al margen de no haber tenido en cuenta la transformación parcial del movimiento en calor- Descartes se equivocó porque, de hecho, B conseguiría que C se moviese por poco que fuera, porque, al margen de que el movimiento de C se deduzca necesariamente de la tercera ley de Newton y del mismo principio de inercia, dicho movimiento puede comprobarse experimentalmente, por ejemplo, lanzando una canica pequeña contra una bola de billar en reposo. Un choque así iría seguido del movimiento de rebote de la canica, que cambiaría de sentido perdiendo parte de su velocidad, mientras que la bola de billar cambiaría su velocidad de forma inver-samente proporcional a su masa y directamente proporcional a la velo-cidad y a la masa de la canica, moviéndose cada cuerpo en un sentido contrario al del otro –si el choque se produjese en el centro superficial exacto de la bola de billar (es decir, en aquel punto cuya tangente fuera perpendicular al sentido de la trayectoria seguida por la canica).

Ahora bien, si con la expresión "un cuerpo enteramente en reposo" Descartes se estuviera refiriendo a un cuerpo hipotéticamente inamovible, en tal caso tendría razón, pero estaría de nuevo hablando de una simple construcción mental que nada tendría que ver con la realidad empírica, en la que efectivamente no existen realidades inmóviles.

Además, esta "ley" cartesiana se opone a la ley según la cual toda acción de un cuerpo sobre otro provoca una reacción de igual intensidad y de sentido contrario –es decir, a la tercera ley de Newton-, al margen de que existan diferencias entre las respectivas masas de ambos cuerpos. Así que, de este modo, Descartes no está diciendo nada relacionado con la Física del universo real sino sólo con la de ese universo imaginario en el que podría hablarse de un cuerpo inmóvil por definición y en el que no rigiese la tercera ley de Newton.

¿Qué explicación podría darse para el conjunto de estas deducciones erróneas, teniendo en cuenta que, tratando de cuestiones estrictamente físicas y sin relevancia para las teológicas Descartes, al no sentirse presionado, hubiera podido razonar de un modo mucho más coherente?

¿Qué explicación hay para estos errores tan triviales en el primer científico que había sabido exponer con exactitud el principio de inercia?

Parece que, nuevamente aquí, hay que hacer referencia a los condicionantes negativos de su personalidad, en especial los relacionados con su megalomanía y con su frivolidad, para entender su escaso interés en analizar correctamente lo que seguramente le pareció que se trataba de una cuestión menor, como pudo haber entendido esa serie de leyes derivadas pero tan erróneamente deducidas.

5.3.7. Conservación del Universo

De acuerdo con la teología católica, Descartes considera que el Universo, además de haber sido creado por Dios en determinado momento, sigue siendo creado a cada instante por cuanto no tiene en sí mismo la razón de su existencia ni antes ni después de su creación inicial. A dicha creación continuada la teología católica y también Descartes le dan el nombre de "conservación":

"para ser conservada en cada momento de su duración, una sustancia tiene necesidad del mismo poder y acción que se requeriría para producirla y crearla de nuevo si aún no existiese, de modo que la luz de la naturaleza nos manifiesta claramente que la distinción entre creación y conservación es solamente una distinción de razón"[411].

Resulta sorprendente una vez más que, a pesar de la claridad con que Descartes defiende esta teoría, acorde con la doctrina católica, como no podía ser de otra manera, Rodis-Lewis se empeñe en dar una interpretación errónea de esta doctrina cuando dice que según el planteamiento del "teólogo" francés, "desde toda la eternidad [Dios] deja actuar a la causalidad mecánica, sin actuar"[412], interpretación que da a entender que los diversos cuerpos o modos de la "res extensa" gozarían de una existencia independiente de Dios y que precisamente por ello podrían actuar como auténtica "causalidad mecánica", lo cual no se corresponde con la doctrina de la conservación divina, según la cual la res extensa depende de Dios en cualquier momento de su existencia, de forma que si Dios dejase de actuar las demás sustancias dejarían de existir. La misma equivalencia que Descartes señala entre creación y conservación como creación continuada implica preci-samente que el modo de ser de la realidad en cada momento no es consecuencia del modo de ser de tal realidad en un momento anterior y que, en consecuencia, aunque resulte cómodo hablar de causalidad mecánica, sin embargo la existencia de tal causalidad sería incompatible con la conservación divina, pues no tiene sentido hablar de causalidad mecánica respecto a realidades que están siendo creadas por Dios en cada momento de su existencia. Esta dependencia absoluta de todas las cosas en relación con Dios queda demostrada además mediante el argumento según el cual

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