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Violencia y Dolor en la destrucción de la sociedad actual


  1. Sociedad Actual
  2. La agresividad humana y sus consecuencias educativas
  3. Referencia Bibliográfica

"Del río que lo arrastra todo se dice que es violento, pero nadie dice que son violentas las márgenes que lo comprimen"  ("Poemas y Canciones" – Bertolt Brecht )

"En la ceguera del amor, uno se convierte en criminal sin remordimiento" Freud

"Te amo, pero porque inexplicablemente amo en ti algo más que a ti –el objeto a- te mutilo" Lacan

La violencia existe desde siempre; violencia para sobrevivir, violencia para controlar el poder, violencia para sublevarse contra la dominación, violencia física y psíquica.

En el presente, como a lo largo de las diferentes épocas y culturas, el enfrentamiento entre individuos y comunidades constituye uno de los fenómenos sociales más característicos de nuestra especie.

Para el hombre de hoy, conocedor no solo de las múltiples manifestaciones que presenta la violencia de su tiempo sino también de las enormes proporciones que ésta puede llegar a alcanzar, resulta de vital importancia establecer las causas que intervienen en la producción de dicho fenómeno, a fin de intentar eludir en las condiciones y circunstancias que hacen posible su desarrollo.

Los ideales de progreso, crítica, vanguardia y superación que caracterizaron a la modernidad, así como la idea del hombre racional como protagonista de la historia, ceden paso en la sociedad fragmentada y en crisis frente a aquellos ideales que caracterizaron hasta buena parte del siglo XX la mirada sobre nosotros mismos. Lo que parece caracterizar a la sociedad actual es más bien el desencanto y la desesperanza de poder construir un mundo donde todos podamos convivir. Desencanto y fatalidad ante la conciencia desgarrada y alejada del mundo, del vinculo, de la relación con los otros, con lo otro, lo diferente.

¿Somos agresivos por naturaleza? ¿Es inevitable la violencia? ¿Nuestras respuestas agresivas son fruto únicamente de las influencias del medio? Estas cuestiones (u otras análogas), que revelan la vieja y mal formulada polémica entre herencia o aprendizaje (innato o adquirido), han sido ampliamente debatidas en los últimos años. Sin embargo, es bien sabido que, por lo general, los planteamientos que se presentan como dicotomías irreconciliables responden más a nuestro afán de simplificar cuestiones complejas o a razones de tipo emotivo que no a la naturaleza real de los hechos que se discuten. Es por ello que creemos necesario, si queremos avanzar en la comprensión de una realidad pluridimensional como la que nos ocupa, establecer un amplio dialogo interdisciplinario que permita progresar con mayor seguridad en la búsqueda de respuestas a las preguntas antes formuladas.

Los etólogos, en sus investigaciones sobre el comportamiento innato de los animales, llegaron a la conclusión de que el instinto agresivo tiene un carácter de supervivencia. Por lo tanto, la agresión existente entre los animales no es negativa para la especie, sino un instinto necesario para su existencia.

Charles Darwin, en su obra sobre "El origen de las especies por medio de la selección natural", proclamó al mono como padre del hombre, argumentando que sus instintos de lucha por la vida le permitieron seleccionar lo mejor de la especie y sobreponerse a la naturaleza salvaje. El mayor aporte de Darwin a la teoría evolucionista fue descubrir que la naturaleza, en su constante lucha por la vida, no sólo refrenaba la expansión genética de las especies, sino que, a través de esa lucha, sobrevivían los mejores y sucumbían los menos aptos. Solamente así puede explicarse el enfrentamiento habido entre especies y grupos sociales, apenas el hombre entra en la historia, salvaje, impotente ante la naturaleza y en medio de una cierta desigualdad social que, con el transcurso del tiempo, deriva en la lucha de clases.

Para comenzar, consideramos necesario remitirnos a las fuentes etimológicas del término violencia. Según el Diccionario General Etimológico de Roque Barcía, se denomina violencia a "…toda fuerza o ímpetu en las acciones que incluyen movimiento, fuerza con que a alguno se le obliga a hacer lo que no se puede resistir". Por otro lado, violento deriva del latín violentus ó vis que significa fuerza; poder. Esto me llevó a preguntarme ¿Cómo, cuándo y con quienes se aplica esta fuerza especial?

En este punto, es importante poder realizar la distinción entre lo que se entiende por agresión y violencia. Ya Freud en su artículo ¿Por qué de la guerra? de 1933, define a la agresión como una actitud o acción que provoca dolor o daño al otro.

Por su parte, el Dr. Benyakar dirá que la agresión se caracteriza porque el agresor se posiciona como tal, emitiendo signos que alertan al otro y le permiten desarrollar actitudes y actos de defensa. Por ello, siguiendo con la conceptualización freudiana, se relaciona a la agresión con la angustia señal y el desarrollo de patologías vinculadas al stress.

El hombre, desde el instante en que levantó una piedra y la arrojó contra su adversario, utilizó un arma de defensa y sobrevivencia muchísimo antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en punta de lanza.

"Una ojeada a la Historia de la Humanidad, nos muestra una serie ininterrumpida de conflictos entre una comunidad y otra u otras, entre conglomerados mayores o menores, entre ciudades, comarcas, tribus, pueblos, Estados; conflictos que casi invariablemente fueron decididos por el cotejo bélico de las respectivas fuerzas (…) Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de qué debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó aquél que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad. Con la adopción de las armas, la superioridad intelectual ya comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición" (Freud, S., 1972, pp. 3.208-9).

Desde la más remota antigüedad, los hombres se enfrentaron entre sí por diversos motivos. En los últimos 5.000 años de la historia, la humanidad ha experimentado miles de guerra, y en todas ellas se han usado armas más poderosas que la fuerza humana. La historia de la humanidad es una historia de guerras y conquistas, donde el más fuerte se impone al más débil, y que si de los textos de historia quitásemos las guerras, se convertirían en un puñado de páginas en blanco.

En la Edad de la Piedra, los mismos instrumentos ideados para defenderse de la naturaleza salvaje fueron trocados en armas de guerra. Después, cuando el hombre descubrió los metales, construyó armas más mortíferas que la honda y la lanza con punta de piedra. Al irrumpir la pólvora en la historia, se fabricaron proyectiles para ser disparados por medio de un cañón. De modo que el arte de la guerra se perfeccionó entre el siglo XV y XVIII, con la progresiva consolidación del arma de fuego como factor decisivo en la contienda. El uso de la pólvora se extendió rápidamente a los campos de batalla y las armas tradicionales fueron sustituidas por arcabuces, mosquetes y cañones.

Con respecto a la violencia, si bien ésta es también una actitud o acción que provoca dolor y daño al otro es indetectable, oculta y solapada. Por lo general, se esconde tras los cánones de la normalidad, imposibilitando que el otro ejerza alguna defensa. La persona objeto de la violencia queda atrapada por esta situación. Dicha violencia no sólo coarta el desarrollo de las defensas sino que está directamente dirigida a la producción de desvalimiento del otro. Por esto, se la puede relacionar con la angustia automática, quedando la persona a merced de la vivencia de colapso de las relaciones entre lo psíquico, social, temporal y espacial; es decir que lo que se produce es una vivencia traumática.

La guerra, que es un producto de la violencia y el deseo de poder, está generada por los instintos agresivos de la psicología humana. Ya en julio de 1932, cuando Albert Einstein le preguntó a Sigmund Freud: ¿Qué podría hacerse para evitar a los hombres el desastre de la guerra? El padre del psicoanálisis, en una carta fechada en septiembre de 1932, le respondió:

"Usted expresa su asombro por el hecho de que sea tan fácil entusiasmar a los hombres para la guerra, y sospecha que algo, un instinto del odio y de la destrucción, obra en ellos facilitando ese enardecimiento. Una vez más, no puedo sino compartir sin restricciones su opinión. Nosotros creemos en la existencia de semejante instinto, y precisamente durante los últimos años hemos tratado de estudiar sus manifestaciones. Permítame usted que exponga por ello una parte de la teoría de los instintos a la que hemos llegado en el psicoanálisis después de muchos tanteos y vacilaciones. Nosotros aceptamos que los instintos de los hombres no pertenecen más que a dos categorías: o bien son aquellos que tienden a conservar y a unir -los denominados "eróticos", completamente en el sentido del Eros del "Symposion" platónico, o "sexuales", ampliando deliberadamente el concepto popular de la "sexualidad"-, o bien son los instintos que tienden a destruir y a matar: los comprendemos en los términos "instintos de agresión o de destrucción". Como usted advierte, no se trata más que de una transfiguración teórica de la antítesis entre el amor y el odio, universalmente conocida y quizá relacionada primordialmente con aquella otra, entre atracción y repulsión, que desempeña un papel tan importante en el terreno de su ciencia (…) Con todo, quisiera detenerme un instante más en nuestro instinto de destrucción, cuya popularidad de ningún modo corre pareja con su importancia. Sucede que mediante cierto despliegue de especulación, hemos llegado a concebir que este instinto obra en todo ser viviente, ocasionando la tendencia de llevarlo a su desintegración, de reducir la vida al estado de la materia inanimada. Merece, pues, en todo sentido la designación de instinto de muerte, mientras que los instintos eróticos representa las tendencias hacia la vida. El instinto de muerte se torna instinto de destrucción cuando, con la ayuda de órganos especiales, es dirigido hacia fuera, hacia los objetos. El ser viviente protege en cierta manera su propia vida destruyendo la vida ajena (…) De lo que antecede derivamos para nuestros fines inmediatos la conclusión de que serán inútiles los propósitos para eliminar las tendencias agresivas del hombre. Dicen que en regiones muy felices de la Tierra, donde la naturaleza ofrece pródigamente cuanto el hombre necesita para su subsistencia, existen pueblos cuya vida transcurre pacíficamente, entre los cuales se desconoce la fuerza y la agresión. Apenas puedo creerlo, y me gustaría averiguar algo más sobre esos seres dichosos. También los bolcheviques esperan que podrán eliminar la agresión humana asegurando la satisfacción de las necesidades materiales y estableciendo la igualdad entre los miembros de la comunidad. Yo creo que esto es una ilusión (…) Por otra parte, como usted mismo advierte, no se trata de eliminar del todo las tendencias agresivas, humanas, se puede intentar desviarlas, al punto que no necesiten buscar su expresión en la guerra (…) Pero con toda probabilidad esto es una esperanza utópica. Los restantes caminos para evitar indirectamente la guerra son por cierto más accesibles, pero en cambio no prometen un resultado inmediato que uno se moriría de hambre antes de tener harina" (Freud, S., 1972, pp. 3.210-14).

El instinto de agresión infantil, según Anna Freud, aparece en la primera fase bajo la forma del sadismo oral, utilizando sus dientes como instrumentos de agresión; en la fase anal son notoriamente destructivos, tercos, dominantes y posesivos; en la fase fálica la agresión se manifiesta bajo actitudes de virilidad, en conexión con las manifestaciones del llamado "complejo de Edipo".

"Los pequeños -señala Anna Freud-, en todos los períodos de la historia, han demostrado rasgos de violencia, de agresión y destrucción (…) Las manifestaciones del instinto agresivo se hallan estrechamente amalgamadas con las manifestaciones sexuales" (Freud, A., 1980, p. 78).

Sin embargo, Sigmund Freud y Konrad Lorenz comparten la idea de que la agresión puede descargarse de diferentes maneras. Por ejemplo, practicando algún deporte de lucha libre o rompiendo algún objeto que está al alcance de la mano. Si Lorenz aconseja que el amor sea el mejor antídoto contra la agresividad, Freud afirma que los instintos de agresión no aceptados socialmente pueden ser sublimados en el arte, la religión, las ideologías políticas u otros actos socialmente aceptables. La catarsis implica despojarse de los sentimientos de culpa y de los conflictos emocionales, a través de llevarlos al plano consciente y darles una forma de expresión.

Se dice que el niño, incluso el más inocente y pacífico, tiene sentimientos destructivos o "instintos de muerte", que si son dirigidos hacia adentro pueden conducirlo al suicidio, o bien, si son dirigidos hacia fuera, pueden llevarlo a cometer un crimen. La agresividad del niño, asimismo, puede ser estimulada por el rechazo social del cual es objeto o por una simple falta de afectividad emocional, puesto que el problema de la violencia no sólo está fuera de nosotros, en el entorno social, sino también dentro de nosotros; un peligro que aumenta en una sociedad que enseña, desde temprana edad, que las cosas no se consiguen sino por medio de una inhumana y egoísta competencia. "El otro" no se nos presenta, en nuestra educación para la vida, como un cooperador sino como un competidor, como un enemigo. A esto se suman los medios de comunicación que propagan la violencia, estimulando la agresividad del niño.

A partir de Tótem y Tabú (1913), Freud desarrolla el tema de un mito antropológico partiendo de la hipótesis darwiniana, dando cuenta del estado primordial de la sociedad humana. Así, él dirá que los orígenes de la sociedad y toda eticidad descansan en un crimen primordial posibilitador de las organizaciones sociales, las limitaciones éticas y la religión. ¿Qué reflexión podría desprenderse de esto? En primer lugar, que ya en los orígenes mismos de la sociedad existió lo que podría entenderse como una violencia necesaria en tanto estructurante de cierta legalidad, así como también del psiquismo humano.

Segundo, la muerte del padre violento, omnipotente de la horda primitiva y su posterior incorporación por devoración, marcaría el punto de partida de la posibilidad elaborativa a través de la institución de la ley como símbolo de muerte de toda desmesura. Esto último es lo que nos interesa destacar para poder reflexionar acerca de lo que sucede, en general, en las relaciones violentas cuando el que ejerce la misma se exceptúa de toda legalidad apareciendo en su lugar una acción disruptiva tanto para quien la efectúa como para quien la recibe; dado que ambos miembros de la relación se hallan entrampados en un vínculo de mutua necesidad y dependencia. En dicho vínculo se pude observar el interjuego de distintos elementos, a saber:

a) Mandatos: que son todas aquellas creencias y reglas transmitidas de generación en generación con determinadas características y que tienen íntima conexión con un patrón relacional que hace a la identidad familiar e individual

b) Poder: entendiendo por éste a un tipo particular de relación extensiva a toda la conducta humana; donde ella sea determinada por otros pero nunca de manera exhaustiva o coercitiva. Ejercicio del Poder- incluye siempre un elemento de violencia

Es en la distorsión del ejercicio del poder que algunos autores denominan PERVERSIÓN DE LAS RELACIONES donde se genera una reacción emocional caracterizada por el par omnipotencia- impotencia (principal rasgo de esta distorsión). La esencia de la misma implica una forma de relación centrada en el control, la evitación de la intimidad y de la reciprocidad y esto puede observarse en todas las formas de relación que implican autoridad: padre-hijo, jefe – subordinado, médico – paciente. En esta distorsión del poder la relación se torna arbitraria y deshumanizada y la preservación de la autoridad y el poder en un fin en sí mismo. Vinculado al tema del poder cabe mencionar la LEY en su doble carácter:

a) Delimita las prohibiciones, es decir, impone, constriñe reprime.

b) Ofrece seguridad y protección

El abuso de poder nos lleva a considerar otro elemento: el dominio.

c) Dominio: es una relación unidireccional, con roles fijos y un tipo de intercambio rígido.

Habitualmente, las personas que ejercen actos violentos, atribuyen su comportamiento a otros o a eventos externos, utilizando de esta forma el mecanismo proyectivo.

Por lo general, lo que se descubre en estas personas, es que tienen una larga historia de no asumir las consecuencias de sus actos destructivos y suprimen o evaden toda intencionalidad de cambio. En ocasiones, aparece una pérdida de la conciencia de los actos siendo el mecanismo de represión aquel que no le permite a la persona violenta estar en conexión con su propia violencia. Es muy posible que a ellos también los hayan herido durante su infancia e intentan vivir de la misma manera que aprendieron en ese temprano lapso de su vida. Esta transferencia del dolor les permite valorarse en detrimento de los demás.

¿Qué sucede a nivel de las relaciones intra y transgeneracionales? dado que la experiencia nos muestra que algunos contenidos psíquicos podrían estar marcados por el funcionamiento psíquico de sus antepasados. Al respecto, David Maldavsky, en su obra Pesadillas en Vigilia, describe seis tipos de escritura de memoria, siendo importante destacar en este caso, el sexto tipo al cual se refiere como "…un recuerdo traumático abolido, expulsado de la memoria anímica se vuelve eficaz en las generaciones siguientes y se expresa como producto de un procesamiento tóxico de la libido bajo las distintas formas: pesadillas, adicciones, sexualización de los vínculos tiernos que los torna violentos".

En un artículo titulado "Transmisión de la violencia social: los antepasados y su herencia", Elina Aguiar afirma que la transmisión de la violencia social padecida y los tipos de duelo que ella conlleva, se hará bajo la forma de la repetición en la medida en que conserva su carga traumática mientras que Freud ya habría mencionado en "Totem y Tabú" que ninguna generación es capaz de ocultar a la que sigue sus procesos anímicos de mayor sustantividad. Siguiendo con esta línea podría pensarse que en cuestiones de transmisión, nada se pierde; hay en el hombre una pulsión a transmitir y que incluso estamos condenados a transmitir. La historia posee un tiempo cronológico y un tiempo psíquico y es éste último el que sigue presente a través de las generaciones.

A través de la memoria, los antepasados nos legan un reordenamiento y una retranscripción pero cuando una generación no puede recordar, establecer nexos y causalidades transmite como herencia a las generaciones siguientes esa brecha. Todo aquello desestimado se constituye en un criptograma, es decir, en un lenguaje cifrado inaccesible del Yo que no siendo posible de ser tramitado pasa tal cual a la generación siguiente. Se produce así, una transmisión del trauma, es decir, de excesos de cantidades que buscan ser cualificadas, elaboradas, simbolizadas y en tanto esto no pueda ser logrado hallan otras vías de expresión, por ejemplo, en el acting- out, accidentofilias, enfermedades psicosomáticas, adicciones, trastornos alimentarios. Lo no ligado ancestral, retorna bajo el sesgo de la compulsión de repetición perforando la capacidad representativa de la psique. En el vínculo violento, la víctima sufre una ruptura de la cadena representacional. Quien ejecuta la violencia, ejerce a su vez, un impulso de aniquilación de la subjetividad del otro para luego pasar a la fase siguiente de destrucción. Es un verdadero asesinato psíquico que poco a poco lleva a la víctima a una situación sin salida. Tanto la violencia como el trauma corresponden a impactos psíquicos capaces de producir fenómenos de desestructuración. Es frecuente encontrar sujetos que pueden padecer; como consecuencia de la violencia diferentes cuadros psicopatológicos, a saber:

a) Depresiones graves

b) Síndrome de stress post-traumático ( lo que Freud habría denominado como Neurosis Traumática y que actualmente se halla clasificado en el DSM- IV bajo trastornos por ansiedad)

c) Dificultad en el funcionamiento social y las relaciones interpersonales.

d) Conductas autodestructivas.

e) Aislamiento social.

f) Abuso de sustancias.

Los cuadros mencionados anteriormente, dependerán de determinadas variables como: el yo de la víctima, tiempo de la acción violenta y la frecuencia de la misma.

Actualmente, se han incrementado notoriamente las consultas por trastornos de ansiedad, graves depresiones y un aumento alarmante del índice de suicidios en adolescentes.

En el plano social puede observarse:

Existen diversos autores que atribuyen a la violencia tanto la transgresión de las Leyes como su acatamiento. Con respecto a esto, un estudio realizado por Milgran muestra como la agresión más cruel puede convertirse en un acto ejecutado en el claroscuro de la violencia sometida bajo los imperativos de la Ley; incluso contra los principios del actor y despojado de todo sentido (agresiones en masa favorecidas históricamente-Tortura).

Sociedad Actual

Se observa una caída de la ética compartida, ya no hay sanción sino indulto haciéndose así claramente visible la cara del horror y de la violencia transformando al país en Tierra de Nadie o en un lugar donde todo es posible.

Aparecen los sentimientos de desprotección que se generalizan por la falta de equidad ante la Ley, la cadena perversa suplanta al pacto social surgiendo como consecuencia de ello descreimiento y desesperanza en el sistema democrático

¿ Cuál es el motivo que nos lleva a detenernos en estas cuestiones?

Básicamente, el gran impacto que las distintas circunstancias provocan en la salud y que necesariamente atraviesan nuestra práctica cotidiana.

Un documento de la Federación de Psiquiatría en 1972 decía:

" Más allá del texto de la enfermedad hay que ver el contexto. Es necesario en esta actualidad violenta, recuperar al paciente como hombre, comprender su enfermedad como vicisitud de sus relaciones sociales, como singularidad en el drama colectivo".

Esto nos pareció interesante para poder pensar algunas cuestiones:

-En nuestro siglo es donde comienza a constituirse la violencia como hecho de discurso y esto se evidencia en la gran producción de escritos que la tienen como eje central.

– En lo cotidiano la violencia ha devenido tan obvia que tiende a volverse invisible, esto es, resultando algo natural en la vida diaria y en los lugares de trabajo.

Globalización, desempleo en creciente aumento trae consecuencias psíquicas importantes: inestabilidad emocional y desequilibrio psíquico por falta de contención y seguridad por parte del Estado.

– Donde los estamentos del poder desoyen y marginan la desigualdad, esta retorna en lo social como violencia sin sentido.

Un estudio reciente realizado por el Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos, compilado en una obra titulada : " Trauma Psicosocial y adolescentes Latinoamericanos" arroja alarmantes resultados, tomando como base de estudio a adolescentes de Chile, Argentina , El Salvador, Guatemala dado que son considerados grupos de riesgo.

Según datos estadísticos, se comprobó que actualmente en Argentina la mayor cantidad de actos delictivos y violentos contra terceros corresponde en un alto porcentaje a jóvenes.

Nuestra posición como profesionales en el contexto actual:

¿Cómo ubicarnos en este nuevo contexto que presenta nuevas urgencias? ¿Existen nuevas patologías?

Las condiciones económicas- sociales y culturales- entre otros factores- determinan las formas de expresión del sufrimiento psíquico. En una sociedad donde los valores que imperan son los del mercado, los del consumo, la moda, donde el individualismo rige la realidad social, realidad que muestra signos paradójicos y oscilantes, grandes avances a través del desarrollo científico y tecnológico y al mismo tiempo alarmantes retrocesos que se traducen en una marginalización y pobreza cada vez mayores, nos preguntamos como aparecen los vínculos entre los seres humanos.

Y si los signos de lo que ahora suelen llamar postmodernidad son el individualismo y la sociedad materialista, no es difícil reconocer el odio, la destructividad y crueldad como signo distintivo de nuestra vida cotidiana, en las relaciones con los otros

Podría decirse que los motivos de consulta por sufrimiento psíquico han cambiado, no han desaparecido las psiconeurosis sino que se expresan en consonancia con la cultura de la época y la lectura del malestar social que se observa en la clínica nos habla de una política que actúa por fuera de la razón y la justicia que modifica y agrava los padecimientos psicofísicos del ser humano. Es a nuestro entender, cuando se mutila la subjetividad y cuando se desdibuja la trama social que se instala la violencia.

¿El riesgo en esto? Asignar carácter de enfermedad a las consecuencias psíquicas de la violencia social.  Para finalizar, cabe preguntarnos ¿Qué sucede con la violencia en nosotros mismos, como profesionales de la Salud?

La misma se presenta en: la ironía, desconfianza, descalificación, el incumplimiento, lucha por el poder, en los malos entendidos, en los supuestos en la interpretación, en el no cuestionarse, y fundamentalmente en el olvidar el por qué y el para qué de nuestra profesión.

Considero que dada la situación actual, tal vez sea tiempo de ampliar nuestra concepción del trauma teniendo en cuenta la historia vivencial del sujeto quien a su vez pertenece a una cultura que lo constituye, pero que en oportunidades donde prima la violencia, lo deconstituye

El proceso de creciente individualización que filósofos llamados postmodernistas como Lipovetsky señalan como características distintivas de la situación actual y que incluso definió como narcisista. Observa que la cultura contemporánea ha abandonado de alguna manera el interés por el espacio público, por los valores universales.

La agresividad humana y sus consecuencias educativas

A la hora de significar las características más interesantes de la agresividad humana resulta obligado hacer referencia al enorme contraste que se observa en la valoración de los hechos que guardan relación con esta conducta. Baste decir en este sentido que, mientras que para autores como Lorenz, Dart o Morris, el instinto de agresión viene a ser uno de los pilares fundamentales sobre los que se ha asentado el hombre en su acelerada evolución, para otros, como Montagu, Lehrman o Sahlins, no existe tal instinto y basicarnente centran la dinámica evolutiva de los diferentes grupos humanos en la cooperación y la función cultural que los caracteriza.

En realidad bien podemos pensar que altruismo y agresividad no son más que las dos caras de una misma moneda, la de la adaptación, cuya meta persigue el individuo. Ahora bien, es evidente que las condiciones adaptativas para el desarrollo de nuestra actividad conductual no tienen como base la estructura rígida de los instintos ni la supeditación al mundo orgánico; muy al contrario, son la capacidad de aprendizaje del hombre y su inteligencia las que posibilitan una resolución infinitamente más eficaz de los problemas que puede plantearle la naturaleza a su plena expresión como ser viviente.

Ello no significa, sin embargo, que debamos ignorar la componente genética de algunas de nuestras conductas, entre ellas la agresiva, sino tener presente que su desarrollo queda bajo control cultural. Podemos pensar, sin necesidad de acudir a ninguna clase de determinismos genéticos, que las influencias hereditarias pueden manifestarse –como parece revelar nuestro desarrollo psicológico- a través de capacidades de aprendizaje orientadas con distintos grados de eficacia hacia uno u otros objetivos. Así pues, reconocer nuestro predominio cultural o la no posesión de instintos irrefrenables no excluye la componente hereditaria de nuestro comportamiento agonista. Es más, dada la importancia de las funciones biológicas a las que dicho comportamiento está asociado, debemos lógicamente pensar en él como en una de nuestras actividades sujetas a influencia genética, cuya limitación o posible hipertrofia dependerá, en buena parte, de las presiones que el medio pueda ejercer,

Esta es precisamente nuestra gran responsabilidad, la de saber que, en definitiva, más allá de unas potencialidades genéticas, es la creación de unas determinadas condiciones medioambientales lo que se convierte en el canalizador definitivo de nuestras múltiples inclinaciones. Sabemos que la suerte de una humanidad enfrentada a través de una compleja dialéctica -que sin embargo encubre intereses muy primarios- depende del uso que sepamos hacer de nuestra avanzada tecnología y del grado de tolerancia y mutuo respeto que seamos capaces de sembrar. En consecuencia hemos de intentar garantizar, a través de una labor educativa dirigida de forma consciente hacia el conocimiento de nuestra realidad biológica y social, el control cultural de nuestras propias tendencias. De igual manera, debemos propiciar el desarrollo de unas relaciones humanas no fundamentadas en las jerarquías de dominio, en el poder de unos pocos enfrentados a la continua frustración de quienes se hallan infraalimentados material y culturalmente, sino en el respeto a los derechos que, en función de nuestra dignidad esencial, libremente nos hemos otorgado.

No se trata, pensamos, de intentar eliminar la componente positiva de la agresividad, por la que nos sentimos inconscientemente impulsados a mejorar nuestra propia situación dentro del medio social, mediante la creación de rnundos artificialmente igualitarios, sino de no hacer de aquella una conducta inevitable e hipertrofiada en el marco de nuestra convivencia.

La cultura y el lenguaje pueden generar un discurso consciente que esconda motivaciones de menor contenido altruista del que parecemos ofrecer. Orientar nuestro camino hacia la libertad real, no solo supone el conocimiento del medio sociocultural que hemos construido, sino también el de las características del soporte biológico, que originariamente, lo fundamentó y del que si bien aquél no ha alcanzado aún plena autonomía tampoco constituye un condicionante que no pueda ser superado por una inteligencia puesta al servicio del logro de unos determinados objetivos sociales. Como diría Montagu (1978) "el hecho predominante en relación con la naturaleza del hombre no es que desarrollemos lo que estamos predestinados a ser, sino que nos convertimos, dentro de nuestras limitaciones genéticas, en lo que aprendemos a ser".

Conviene destacar, no obstante, un aspecto de la agresividad humana – que, por lo demás, ya desde sus orígenes pudo estar al servicio de los mismos intereses biológicos citados al inicio de esta exposición– por su evidente singularidad. Se trata, de la extrema destrucción y crueldad que, en ocasiones, el hombre es capaz de desarrollar en sus acciones agresivas y a la que con frecuencia, de forma totalmente inadecuada, calificamos de animalesca .Nada más lejos de la realidad. Como hemos podido comprobar en el mundo natural, las agresiones se limitan por lo general al logro de unos objetivos de interés biológico. La agresión por si misma no parece tener sentido. Un animal que se dedicara a torturar a otro perdería posibilidades de subsistencia y con toda seguridad su evolución tendría escaso porvenir. Resulta evidente que es el hecho cultural, también en este aspecto, el que establece la gran diferencia entre la agresividad humana y la del resto de los organismos; por ello, de igual manera que una educación dirigida a evitar la conducta agonista puede mitigar sus efectos, las componentes, en ocasiones neurotizantes o hipertrofiantes de nuestra cultura, proporcionan las condiciones necesarias para las manifestaciones de una agresividad marcadamente cruel.

En cualquier caso parece evidente que, aun en oposición a autores partidarios de una concepción deterministas del instinto de agresión, el hombre debe temer más a las componentes aprendidas del medio en que se desarrolla, que no a las programaciones de un bagaje genético que ha sido seleccionado durante millones de años a lo largo de su historia evolutiva.

Podríamos decir que nuestros genes han propiciado la estructuración de unos cerebros prestos a asimilar la forma en que han de defender sus intereses. Ciertamente no cabria pensar de otra manera ya que ésta es la misión esencial de nuestro patrimonio hereditario, es decir, la de estar presente en la mayor medida posible en las siguientes generaciones. El logro de esta meta –sin que debamos pensar en ningún tipo de intencionalidad consciente-depende del grado de eficacia que sepan demostrar los organismos que lo portan. Es en este sentido en el que se expresa Dawkins (1979) al hablar del egoísmo de los genes desde una perspectiva neodarwinista.

Sin embargo, a nuestra especie le cabe la posibilidad de escoger la forma en que esos egoísmos pueden ser satisfechos. Si los caminos señalizados para la subsistencia y el bienestar son Únicamente los que dependen de la explotación, la falsedad y la agresión, nuestros cerebros aprenderán de forma rápida -y con mayor eficacia que otras experiencias- las conductas que garanticen estos logros. Mientras que si, por el contrario, somos capaces de organizarnos sobre la base del altruismo y la cooperación, la sinceridad y la transparencia en nuestras relaciones, el control de las apetencias egoístas se lograra de forma mas fácil, las jerarquías tendrán un mayor soporte moral -lo que las eximirá en buena parte de la agresión institucional- y las diferencias que pueden existir entre los individuos se convertirán en fuente de estímulos creativos.

La utopia que puedan encerrar las afirmaciones anteriores, fundamentada en el análisis de la realidad que el mundo de hoy nos ofrece, quizá sea la única que en buena parte se vea obligada la humanidad a convertir en realidad, porque solo el hombre educado en libertad, consciente de su naturaleza y de los factores del medio que inciden sobre ella, sabedor de que su presente y su futuro vienen ligados al de sus congéneres y al de la naturaleza en general, podrá, en definitiva -si el poder destructor ya almacenado le da opción-, representarnos en el futuro como continuadores de nuestra especie, la única capaz, aunque con limitaciones, de dirigir sus propios destinos.

Referencia Bibliográfica

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Autor:

Juan Ignacio Ferrer Guerra