En esta monografía me ocupo de los primeros días argentinos de los inmigrantes que llegaron entre 1870 y 1950: la radicación de algunos en Buenos Aires y los viajes que otros realizaron hacia el interior. Tomo como fuente testimonios literarios y periodísticos de argentinos, extranjeros e inmigrantes.
La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros, con su documentación argentina, se encuentran con sus familiares, amigos, o empleadores o se remiten a las instituciones que los socorren. Los que no tienen conocidos en la nueva tierra, se dirigen al Hotel de Inmigrantes. Días después, desde allí unos se trasladarán a un conventillo; otros, a una vivienda más digna, y muchos viajarán hacia las colonias.
En algunos libros hemos encontrado testimonios acerca de la existencia de esta institución. Ellos, de diversa índole, nos hablan de la presencia del Hotel de Inmigrantes y de su importancia en la comunidad.
Aparece en páginas de Antonio Argerich. A este escritor, acérrimo enemigo de la inmigración, que vivió entre 1855 y 1940, Luis Soler Cañás lo recuerda como "el olvidado precursor de la novela naturalista en la Argentina" (1). Escribió ¿Inocentes o culpables?, obra en la que plantea el dilema del determinismo y el libre albedrío. De ella se dijo que "no es más que una torpe historia de un inmigrante italiano, con la que se propone probar cuántos daños puede acarrear a la sociedad argentina la inmigración de gentes de razas inferiores" (2).
En esta novela, publicada por primera vez en 1884, alude al establecimiento que albergaba a los extranjeros que no tenían trabajo al desembarcar. Afirma Argerich: "Al salir del Hotel de los Inmigrantes se juntó con una manada de compañeros que seguían la vía pública por la mitad de la calle. Había hecho relación con estos sus paisanos y todos á la vez buscaban trabajo" (3). Se refiere agresivamente a quienes de allí salían, asemejándolos a animales, recurso que también utiliza Cambaceres (4) al describir a los inmigrantes.
Alberto Gerchunoff menciona el Hotel en su "Autobiografía", "escrita en París en 1914 y publicada por primera vez en 1952" (5). En ese texto recuerda que "Del Hotel de Inmigrantes, de Buenos Aires, nos llevaron a Moisés Ville en la provincia de Santa Fe. Es la primera de las colonias fundadas por el Barón Hirsch". Habían llegado al Hotel provenientes de Tulchin, Rusia, "Una ciudad sórdida y triste, sin alumbrado ni aceras, cuyo lujo arquitectónico se reducía al palacio semiderruído de los condes de Bazá y a un edificio llamado La Buena, sitio de paseos dominicales".
Los personajes de La logia del umbral (6), de Ricardo Feierstein lo describen como un edificio "enorme, vetusto, dividido en muchas habitaciones. Con largas mesas y bancos laterales". Se refieren a los inmigrantes como "cientos y cientos de bocas hambrientas. (…) sin idioma, cansados, confundidos" y recuerdan que allí les dieron "pan y carne, en platos de lata. (…) Y algunos religiosos (…) no querían comer. Decían que la carne era treif, impura. Que no era para nosotros, judíos de fe". "Pero bien que extrañamos esos almuerzos cuando fuimos hacia el campo –agrega otro. Días y días casi sin masticar. Los niños enfermaban…"
En el cuento de Luis León "Chacarita, Vísperas de Pésaj", otro judío, esta vez un sefaradí proveniente de Esmirna, recuerda con disgusto su paso por el hotel: "Cuarenta días en el vapor no fueron menos que cuarenta años en el desierto, y al llegar, ese hotel. Parecido a la timaraná de Chesmé, igual a ese manicomio donde murió Doudou, su madre que nunca lo abandonaba, y comenzó a dejarlo un día, de a poco, en su cerebro, poco a poco hasta olvidar quién era su único hijo, y otro día se fue entre esas paredes ajenas. Esas inmensas salas llenas de camas, donde cada uno hablaba de lo suyo y sin que nadie los entienda" (7).
El recuerdo de ese lugar es una pesadilla para el hombre: "Así llegó la oscuridad, invitándolos a dormir, y a soñar, cuando apenas había bajado el sol. Sueños pesados, adentro la timaraná, en las salas del Hotel de Inmigrantes, con peleas en idiomas desconocidos, con camas altas casi inalcanzables y trozos de matzá pisoteados, molidos por los gruesos zapatones de inmigrantes que iban y venían sin verlos".
Estas palabras nos traen a la memoria aquello que expresa sobre el Hotel Jorge Páez en su libro El conventillo : "Como consecuencia de este fenómeno de crecimiento, en una ciudad apenas preparada para un cambio de tal magnitud, emergiendo trabajosamente de la sueñera remansada del período anterior, nació el conventillo, cuya antesala sórdida y atestada fue el célebre Hotel de Inmigrantes" (8).
Un pionero holandés menciona en sus memorias al Hotel): "En mayo de 1889, el vapor Leerdam trajo a los primeros inmigrantes holandeses a la Argentina. En este barco llegó, a los 10 años, Diego Zijlstra, quien en su libro, Cual ovejas sin pastor, recuerda su llegada: ‘Desde el vapor hasta la costa tuvimos que navegar en lancha y carro unos diez kilómetros soplando un viento de invierno que nos penetraba hasta la médula de los huesos. Ya estábamos en la tercera semana de junio… Verano en el hemisferio Norte. Pero invierno aquí… Engarrotados de frío y medio hambrientos pisamos por fin tierra argentina‘ " (9).
La rutina diaria de la institución es evocada en el relato Stéfano, de María Teresa Andruetto. En esa obra, la autora narra: "El hotel está a pocos pasos de la dársena; tiene largos comedores y un sinfín de habitaciones. Les ha tocado un dormitorio oscuro y húmedo. En la puerta, un cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco. (…) Los dormitorios de las mujeres están a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas" (10).
El angel del capitán. Biografía del capitán croata Miro Kovacic, es el título de uno de los libros de Chuny Anzorreguy. Al final del mismo, relata el narrador: "Fuimos a vivir al Hotel de Inmigrantes. Dejamos allí nuestros petates. Unos bolsos, un baúl…, y salimos a caminar. Como en Trieste. Pero la sensación era diferente. Caminábamos con alas en los pies" (11).
María del Carmen García es autora de los "cuentos de gringos" que se encuentran reunidos en el volumen titulado Cuentos de criollos y de gringos, publicado en colaboración con Fanny Fasola Castaño, quien escribió los cuentos de criollos. En uno de los textos allí reunidos, la autora presenta a unos asturianos alojados en el Hotel (12).
Patricio Pron, escritor santafesino, seleccionó para integrar una antología un cuento en el que menciona un hotel anterior al que conocemos. El protagonista de "La espera" "era porteño. Había nacido allá por 1908 en La Boca, en el Hotel de Inmigrantes, un día de lluvias frías. Sus padres, llegados hacia días de Cataluña, le habían transmitido casi sin saberlo esa sensación de ya no pertenecer a ninguna parte, ni a Cataluña ni a Buenos Aires" (13). El edificio al que Pron se refiere ha sido adquirido recientemente por la Fundación Andreani para la construcción de su nueva sede.
Historiadores, memoriosos y quienes estuvieron hospedados allí evocan dicha institución en el periodismo gráfico y en material de diversa índole. En el propio Hotel, un panel reproduce las palabras del polaco Pablo Novak, tomadas del audiovisual sobre la institución (14). Este hombre, llegado a la Argentina en 1949 recuerda los magníficos asados que se hacían al mediodía y agradece las que califica como sus primeras buenas comidas en toda la vida.
En 1998, el Buenos Aires Herald llegó a sus primeros 122 años, y los conmemoró publicando "The Argentine Mosaic. Who we are and how we got here", un suplemento dedicado a la historia de las colectividades que habitan el país. En el trabajo referido a los irlandeses, Michael John Geraghty relata un lamentable suceso en el que se menciona el Hotel. En 1889 arribó el SS City of Dresden, con alrededor de dos mil pasajeros. "The episode was a total fiasco. When the ship docked, the Hotel de Inmigrantes was full and the parched, starving passengers were forced to sleep in the open" (15).
En el Hotel se hospedó también un renombrado antropómetra. Lo afirma Diego Heller (4): "El había nacido en Lessina, una ciudad del imperio austrohúngaro. (…) se llamaba Juan Vucetich, y en el otoño de 1884 desembarcaba sus sueños de recién venido en el Hotel de los Inmigrantes". Tenía claros sus objetivos: "Vucetich había desembarcado con dos ideas: hacerse la América y no volver a cargar un barril más en la vida" (16).
En el Hotel se reclutaba a los europeos "no bien bajaban del barco", para trabajar como guardias penitenciarios (17).
En una Carta de lectores, José Arias expresó: "Quiero dejar aquí constancia del trato y de la atención que las autoridades tenían con los inmigrantes. Nos daban comidas sanas y abundantes; para dormir, camas limpias y cómodas; en mi caso han pasado sesenta y ocho años, yo entonces tenía trece, pero nunca podré olvidar mi paso por el Hotel de Inmigrantes. Y como si esto fuera poco las autoridades de inmigración le sacaban el pasaje a destino y se lo pagaban, y hasta lo acompañaban hasta las estaciones, por lo menos en mi caso" (18).
Días después, Marta B. de Pellegrini envía al matutino una carta motivada por el mensaje de Arias. En ella escribe: "Llegar a un lugar donde todo era desconocido, la tierra, el idioma, la gente, predisponía en nosotros a aumentar la incertidumbre, hasta que fuimos llevados al Hotel de Inmigrantes. Era una especie de oasis, donde nos agruparon según la nacionalidad y, ya con el ánimo calmado, empezamos a mirar la realidad de esta suerte de tierra prometida. Nos mantuvimos durante dos semanas en las que el hoy llamado ‘viejo hotel’ sirvió de nexo entre lo trágico y conocido, que había quedado atrás, y lo nuevo y desconocido que teníamos por delante. No creo que haya en el mundo otro refugio semejante para recibir y albergar a los inmigrantes" (19).
En 1999, La Prensa editó un suplemento para celebrar su 130° aniversario. En él se recuerdan los hechos fundamentales que tuvieron lugar durante las décadas que van de 1869 al año mencionado. Entre estos hechos, se encuentra al arribo masivo de inmigrantes a nuestro país y su alojamiento en el Hotel. Así lo describe Sergio Limiroski en "Y entonces llegaron Ellos": "Luego de pisar tierra y registrar su apellido –por lo general mal escrito- en la aduana, aquellas familias, de rostros duros de hambre y cansancio, eran alojadas en un viejo edificio de Retiro, que en 1911 se transformó en Hotel de Inmigrantes. Muchos de estos niños de las familias, hoy convertidos en abuelos, recuerdan al viejo hotel –que funcionó hasta 1952- con aquellos largos tablones donde se comía, los tarros de metal con que se tomaba la leche, las camas marineras donde se dormía, mientras esperaban que sus padres consiguieran el trabajo que les permitiera quedarse" (20).
Susana Aguad, escritora, recordó al Hotel en su texto "Al bajar del barco". En esas líneas rememora los primeros instantes americanos de su abuelo, nacido en Italia, que emigró a los diecisiete años. Escribe Aguad: "El sol es tan fuerte como en Oleggio, donde se festeja este mismo día el comienzo del verano, mientras que aquí, en el confín del mundo, hace un frío polar. Cuando suben los agentes del Commissariato dell’Emigrazione ya están todos alineados frente al desembarcadero. A la derecha de la oficina de registro se levanta el edificio blanco del Hotel de Inmigrantes. Podrán alojarse gratuitamente durante cinco días y con sus tarjetas numeradas, entrar y salir libremente. Se disipa la angustia de una travesía de dos meses que les quitó fuerza y salud. Sin embargo, a algunos se les llenan los ojos de lágrimas cuando miran por última vez al ‘Génova’ con sus dos banderas trenzando azules y verdes" (21).
En una nota sobre el libro que la fotógrafa María Zorzon publicará sobre sus antepasados friulanos, se narra un episodio vinculado al hotel, relatado por Juan Faccioli, uno de los "integrantes de aquella primera migración que dejaron testimonios escritos": "Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría del otro lado del arroyo El Rey" (22).
Juan Carlos Marina tenía diecinueve años cuando presenció, el 17 de diciembre de 1939, el hundimiento del Graf Spee, acorazado alemán "destinado a hundir buques que llevaban alimentos de acá para Europa", que se encontraba en el Río de la Plata. Marina relató sus recuerdos de aquella jornada memorable; en su relato se refirió al Hotel de Inmigrantes: "a las ocho de la noche de ese día lo hundió el mismo comandante, la misma tripulación. Un capitán, que después vivió en La Falda, Córdoba, fue el encargado de ponerle tres cargas de dinamita. Sacaron la pólvora de los cartuchos de las balas, formaron tres paquetes explosivos y los pusieron uno en la popa, otro en las máquinas y otro en la proa. Después el comandante hizo bajar a toda la tripulación a los remolcadores y desde una lancha fue el que accionó la percusión de los explosivos. Todos se salvaron y fueron al Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires".
Es en ese establecimiento donde el comandante toma una trágica decisión: "de acuerdo a las órdenes de Hitler tenía que salir a presentar batalla. Pero eso era un suicidio. Fue tan impresionante que después de hundirlo, el comandante se pegó un tiro en el Hotel de Inmigrantes" (23.
Otras fuentes se suman a la literatura y el periodismo para evocar al Hotel. Por ejemplo, el folleto informativo del museo histórico Juan Szychowski, de la ciudad de Apóstoles, Misiones, que incluye una referencia a la institución.(24).
En septiembre de 2000, se inauguró Casa FOA en el Hotel de Inmigrantes. El estudio de Laura Ocampo y Fabián Tanferna, que tuvo a su cargo la ambientación de uno de los dormitorios, "antes que una reconstrucción histórica, prefirió hacer un homenaje a todos aquellos que vinieron con el coraje de iniciar una nueva vida" (25). Para ello, contaron con la colaboración de algunos de los inmigrantes que se hospedaron en el Hotel, quienes narran sus historias en sendas grabaciones. Son estos hombres y mujeres los húngaros Antonieta Rubido Zichy de Eicket, Américo de Gosztonyi, Esteban Bergner y Eugenio Weisz; Ana Wasinger de Schaab, nieta de ruso alemanes, y el español José Pereira Barros.
Dora Schwarsztein es la Directora del Programa de Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En su tesis doctoral, titulada Entre Franco y Perón (Crítica, 2001), presenta el testimonio de una española que llegó al Hotel. Dice la mujer: "Nos metieron en el Hotel de Inmigrantes. Salas muy limpias, pero, claro, una tristeza enorme. Nos agolpamos todas las mujeres españolas por un lado. Yo recuerdo las señoras más mayores que había, todas estaban tristes. Allí por primera vez vi un mate" (26).
En "Bajaron de los barcos. Historia de la inmigración en Argentina", ingente trabajo realizado por profesores y alumnos del Colegio Schönthal, se presenta el testimonio brindado por Renate Schotellius en una entrevista que se le realizó. Allí, la pionera de la danza argentina, emigrada en 1936 a los catorce años, menciona el Hotel de Inmigrantes: "Yo viajaría treinta y ocho días en barco y llegaría un día determinado, que mi tío sabía cuál era. El problema fue que el barco se atrasó tres días y, al llegar era carnaval. Me sentí muy asustada, porque pensaba que mi tío me dejaría allí y tendría que ir a los hoteles para inmigrantes. Finalmente llegó sin ningún problema, le habían avisado" (27).
La transmisión oral tiene gran importancia en esta clase de evocaciones. En mi familia, como en tantas otras, el Hotel es recordado con gratitud. Uno de mis abuelos se hospedó en 1905 en el Hotel de Inmigrantes de La Boca. Su muerte temprana me privó de este testimonio que hubiera sido para mí el más preciado.
Muchos inmigrantes, como los asturianos que evoca María del Carmen García en Cuentos de criollos y de gringos, se quedaron en la ciudad de Buenos Aires: "Se acomodaron en una pieza de pensión en La Boca, paso obligado para todo humilde recién llegado, después del Hotel de Inmigrantes y antes de alcanzar el soñado terrenito propio" (28). "El secreto de cómo se produjo este pasaje de tanta gente de los cuartos del conventillo a una vivienda mejor reside seguramente en la comparación, durante todo el período, entre el precio medio de un cuarto en aquéllos y el nivel general de salarios en esta época de plena ocupación" 29), afirma Francis Korn.
Los conventillos más famosos fueron Las Catorce Provincias, El Universo y el Conventillo de la Paloma. En ellos "se compartían los baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los lavaderos. En las piezas vivían familias enteras, a veces con seis o siete hijos, lo que provocaba hacinamiento y promiscuidad. (…) Para dormir, los más pobres tenían dos opciones: el sistema de "cama caliente", en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos para descansar un par de horas, o la maroma, que eran sogas amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba por ese método debía pasarse las sogas por debajo de las axilas, dejar caer el peso del cuerpo y dormir parado" (30). Esto nos da una idea del enorme sacrificio que debieron hacer muchos de los que venían en busca de un futuro mejor.
El aluvión inmigratorio tuvo que ver con las nuevas ideas sobre edificación. Lo afirma Andrés Carretero: "‘En 1887 la población total era de 404.173 habitantes, con una densidad de 89 habitantes por hectárea’, computó Carretero, pero ya el cambio comenzaba a operarse con la afluencia de la inmigración, ‘que modificó los amplios patios de las casas porteñas, que se dividieron para facilitar dos o tres pisos a las casas de bajo y aprovechar así mejor los terrenos’" (31).
Otros inmigrantes vivían en pensiones. La catalana Remey Nuez Fontanals llegó a Buenos Aires en 1947, a los veinte años. Sus primeros tiempos en la Argentina fueron muy difíciles. Lo recuerda más de cincuenta años después: "Llegamos a Buenos Aires y como mi marido no había hecho el servicio militar, lo llevaron preso, así que me quedé hasta que todo se arregló, sola. Después fregamos pisos… hicimos de todo. Vivíamos en un cuarto de pensión, con dos cajones de manzana y una tabla para comer; el colchón era de estopa, imagínate… Yo cocinaba con carbón y hervía los ravioles en una pava… pero más que nada comíamos hígado" (32).
En Tantas voces, una historia, Eleonora María Smolensky y Vera Vigevani Jarach destacan que, cuando arribaron los judíos italianos, "Algunos amigos argentinos judíos asumieron el compromiso de mitigar las dificultades de los comienzos. Ellos se encargaron de alojar a los recién llegados en hoteles o pensiones donde, por lo general, permanecieron durante escasos días. (…) Un segundo momento, de imprevisibles consecuencias, transcurrió en las pensiones que los hospedaron durante los meses siguientes". (33)
A un departamento, en cambio, fueron los Kovacic al salir del Hotel, en El ángel del capitán, de Chuny Anzorreguy. Cuando el propietario italiano exige un garante del alquiler, el croata le contesta: "Escúcheme. Acabamos de llegar de Europa. No conozco a nadie. No tengo nada. Nada más que mi honor, que para mí es mucho. Usted alquíleme el departamento y yo le aseguro que a fin de mes va a recibir el pago, aunque tenga que matarme para conseguirlo. Crea en mí" (34).
En "La formación de una raza argentina", José Ingenieros se alegra de la adaptación al medio geográfico que se verifica en los inmigrantes: "Las variedades de la raza europea aquí trasplantadas sienten ya, en sus hijos argentinos, los efectos de la adaptación a otro medio físico, que engendra otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlántico, la Selva, el Iguazú, son cosas nuestras, y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas blancas inmigradas adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta engendrar una variedad, distinta de las originarias" (35).
En su "Autobiografía", Alberto Gerchunoff relata que, luego de estar unos días en el Hotel de Inmigrantes, se dirigieron a unja colonia santafesina: "Sobre la campiña salvaje, cubierta de pastizales, manchada de cañadones, se agrupaban las carpas angulosas de los colonos. Pequeñas carpas de lona, las familias judías las hallaron agradables como palacios, no obstante haber conocido algunos la existencia cómoda, el lujo casi".
Se describe a sí mismo vestido a la usanza de la nueva tierra: "como todos los mozos de la colonia, tenía yo aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo aludo y bota con espuela sonante. Del borrén de mi silla pendía el lazo de luciente argolla y en mi cintura, junto al cuchillo, colgaban las boleadoras". En la colonia entrerriana a la que se trasladan luego de que el padre es asesinado, manifiesta un profundo gusto por el folklore: "En Rajil fue donde mi espíritu se llenó de leyendas comarcanas. La tradición del lugar, los hechos memorables del pago, las acciones ilustres de los guerreros locales llenaron mi alma a través de los relatos pintorescos y rústicos de los gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino, que abrieron mi corazón a la poesía del campo y me comunicaron el gusto de lo regional, de lo autóctono, saturándome de esa libertad orgullosa, de ese amor a lo criollo, a lo nativo que debió, más tarde, fijar mi inclinación mental. En aquella naturaleza incomparable, bajo aquel cielo único, en el vasto sosiego de la campiña surcado de ríos, mi existencia se ungió de fervor, que borró mis orígenes y me hizo argentino" (36).
Ante la creciente transformación que se va operando en los jóvenes, escribe en Los gauchos judíos: "Bajo el alero, donde se guardan las herramientas, Rebeca se sienta, revuelto el cabello por la siesta, y saluda con voz ronca. Jacobo, cansado del caballo, afila la daga en el alambre del corral, y al oír a Rebeca, comienza a cantar como Remigio: Pensamiento mío… Vidalitá" (37).
No tuvieron tanta suerte los personajes de La logia del umbral, de Ricardo Feierstein. Cuando fueron al campo, pasaron "Días y días sin masticar. Los niños enfermaban…". Se refiere a la colonia santafesina a la que se trasladaron desde el Hotel. Allí comprobaron que no tenían alimento ni dónde guarecerse: "Nada hay donde todo debiera estar: ni carpas, ni elementos de labranza, ni semillas. Ni siquiera un hombre del lugar, en representación del propietario, para entregar esas tierras tan laboriosamente adquiridas a través del cónsul comercial argentino en París, que actuaba en nombre del terrateniente". Unos gauchos les ayudan: "Tiraron unas galletas duras hacia nosotros, les daba lástima. Y los chicos las mordían y no podían romperlas, (…) Bajaron de las carretas, rompieron las galletas contra las ruedas y las mojaron en agua. Así, ablandadas, se transformaron en el maná argentino que nos salvó de perecer de hambre" (38).
Quienes se dirigieron a Entre Ríos, se hospedaron en el Hotel de Inmigrantes de Villa Domínguez: "Se trata de un galpón ubicado frente a las vías del ferrocarril y que fue el primer destino de los colonos, derivados desde ahí a las parcelas que los asignó la Jewish Colonization Association" (39).
A Misiones se dirigen el niño Juan Szychowski, de once años de edad, sus padres y hermanos y una veintena de familias. Llegados desde Polonia, "Luego de permanecer algún tiempo en el legendario ‘Hotel de los Inmigrantes’ arribaron al puerto de Posadas, y desde ahí marcharon a pie varios días hasta la recién fundada Colonia de Apóstoles, recorriendo los 80 km que los separaban de su destino tras los carros que transportaban sus pocas pertenencias. Fueron tiempos difíciles para esos hombres, mujeres y niños que no estaban acostumbrados al abrazador calor tropical y a los mosquitos que laceraban su piel. (…) Enfermedades como el paludismo y el cólera y las picaduras de serpientes segaron las vidas de muchos hijos de aquellos primeros colonos, y los productos logrados no siempre compensaron los sacrificios realizados" (40).
El pionero holandés Diego Zijlstra relata en Cual ovejas sin pastor: "Desde Buenos Aires, y previo paso por el Hotel de Inmigrantes, un grupo llegó en tren hasta Tres Arroyos, mientras que otros se instalaron en Cascallares, en la llamada Colonia del Castillo" (41).
En el Buenos Aires Herald, Michael John Geraghty relata que en 1889 arribó el SS Citu of Dresden con alrededor de dos mil pasajeros. Se dirigieron a Napostá, cerca de Bahía Blanca, desde donde, en 1891, quinientos veinte colonos regresaron a Buenos Aires, "broken in spirit, uterly destituted" (42). Rudolph Cranly, el inglés de Susana Cella, "migra hacia una soñada Buenos Aires y de allí deriva a Villa Cantera" (43).
En la provincia de Buenos Aires se afinca el protagonista de un cuento de Arturo M. García: "Don Javier Echegaray y Tarragona, oriundo de San Sebastián en el país vasco y como su nación, fuerte de temperamento, férrea voluntad, constante en el trabajo y perseverante en sus ideas había llegado a la Argentina a los doce años con unas ansias inconmensurables de hacerse la América. Recaló en Buenos Aires, pero la ciudad que crecía no le brindaba muchas ilusiones y esperanzas, eran los resabios de la generación del 80 con su crisis económica, financiera y social y Javier evocando las praderas vascuences y las montañas pirenaicas, solo, se exilió de nuevo. Viajaba como linyera en trenes de carga hacia el Sur, comenzó a admirar las extensas pampas, se asombraba contemplando la cantidad de ganado pastando a la vera de los rieles del ferrocarril, asentándose por fin como peón en las regiones de Pigüé, Coronel Suárez y Saavedra. Trabajó mucho y fuerte, ahorró dinero y junto con las pocas pesetas que le mandaban los tíos desde la patria, fue haciendo un capital que le permitió comprar primero unas pocas hectáreas, luego más terrenos, una granja después y por fin una estancia en la zona de Tornquist" (44).
Penurias narra Mempo Giardinelli en Santo Oficio de la Memoria, en lo que respecta a la fundación de la capital chaqueña. Cuenta la Nona: "Las primeras setenta familias de inmigrantes friulanos, que remontaron en chalupas más de mil kilómetros por el río Paraná, llegaron allí el primer día del tórrido febrero de 1878 y se internaron unas pocas leguas por el Río Negro. Al día siguiente fundaron San Fernando de la Resistencia, sustantivo este último que con el tiempo sería designación única de la ciudad, que fue italiana casi hasta finales de siglo".
La anciana se refiere al asedio indígena: "Durante muchos años la única población que aguantó a la Indiada fue Resistencia. Más allá de los límites municipales no era posible establecer ni una casa, e incluso era peligroso alejarse unos pocos metros del centro. Era irreversible la derrota de los indios, pero de todos modos resistían el avance de los blancos, hartos de las promesas del gobierno, y de los aventureros. Mataban inocentes a degüello y por docenas, y familias enteras aparecían masacradas. Y cada blanco muerto justificaba una campaña militar" (45).
Juan Faccioli, pionero friulano, narra también un episodio relacionado con la colonización chaqueña: "Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por aborígenes: Algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey".
En El laúd y la guerra, Martina Gusberti relata que Resistencia "fue fundada por un puñado de inmigrantes italianos que, remontando el Río Negro y traídos por empresas contratistas con el señuelo de poblar tierras fértiles y prósperas, hallaron en cambio terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias. (…) La lucha contra los malones fue una pesadilla para esos colonos sin armas, sin espíritu bélico, que sólo querían esgrimir el azadón. Pero sobrevivieron. Por eso, la ciudad se llamó Resistencia" (47).
Hacia el noroeste, San Juan y la Patagonia fronteriza se dirigían los sirio-libaneses (48). Hacia el sur, los galeses: "a los que eran menos ricos –escribe Andrés Rivera en Guido-, a los que sabían trabajar y callar, y ser ordenados, y recordar cómo era Gales, y cómo su idioma, se les deparó la Patagonia. Otro país, la Patagonia, en el Sur, en el confín del mundo, al que bautizaron, un manchón aquí y otro allá entre la uniformidad silenciosa de lagos, bosques y piedra, con nombres recios y venerables" (49).
A la Patagonia viajó en barco el asturiano Nicanor Fernández Montes, luego de un tiempo en el Hotel de Inmigrantes: "en una travesía marcada por olas de veinte metros… (…) Su primer destino fue Río Gallegos, donde no había ni veinte casas, y de ahí lo mandaron de puestero a una estancia. (…) En la Patagonia no había nada de lo que él sabía hacer, de modo que tuvo que improvisar, como todos los integrantes de una sociedad pionera. (…) Una vez, llegó a estar catorce meses solo en un puesto… catorce meses…. Desayunaba, comía, merendaba y cenaba cordero… no había otra cosa; lo notable es que le gustaba" (50).
En 1892, Jimmy –"nacido James Radburne"- llegó a la Patagonia, "huyendo de la pobreza y los prejuicios ingleses, y pasó toda una vida improvisando oficios para sobrevivir y métodos para huir de las policías argentina y chilena". Se dirigió a esa región pensándola "como garantía de anonimato para pasados difíciles" (51)
Algunos europeos se establecían en Tierra del Fuego; entre ellos, los empleados en la Penitenciaría. Lo afirma el alcaide mayor retirado Horacio Benegas: "A principios de siglo, los primeros guardias eran gallegos o yugoslavos, traídos a la Argentina para trabajar en las cárceles. Muchos llegaban al puerto de Buenos Aires y seguían viaje al penal de Ushuaia; otros paraban en el Hotel de los Inmigrantes y eran destinados a unidades de acá" (52).
Con esfuerzo, con nostalgia, vivieron los inmigrantes sus primeros días en nuestra tierra. Algunos volvieron a sus patrias, pero muchos se quedaron en esta nación de la que hoy emigran sus nietos.
(1) Soler Cañás, Luis: Prólogo a ¿Inocentes o culpables?, de Antonio Argerich. Buenos Aires, Hyspamérica, 1995.
(2) citado por Soler Cañás
(3) Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Buenos Aires, Hyspamérica, 1995.
(4) Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
(5) Gerchunoff, Alberto: "Autobiografía", en Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Selección y prólogo de Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Milá, 2001.
(6) Feierstein, Ricardo: La logia del umbral. Buenos Aires, Milá, 2001.
(7) León, Luis: "Chacarita. Vísperas de Pésaj", en SEFARaires N°2, junio 2002.
(8) Páez, Jorge: El conventillo. Buenos Aires, CEAL, 1970.
(9) S/F: "Historia de pioneros", en Clarín, Buenos Aires, 2 de febrero de 2002.
(10) Andruetto, María Teresa: Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
(11) Anzorreguy, Chuny: El ángel del capitán. Biografía del Capitán croata Miro Kovacic. Buenos Aires, Corregidor, 1996.
(12) García, María del Carmen: Cuentos de criollos y de gringos, en colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
(13) Pron, Patricio: "La espera", en De manos abiertas. Buenos Aires, Tu Llave, 1992.
(14) Novak, Pablo, en un panel en Casa FOA 2000.
(15) Geraghty, Michael John: "Land, lambs, churches… and schools", en Buenos Aires Herald, 15 de septiembre de 1998.
(16) Heller, Diego: "Manos delatoras", en Clarín Viva, 30 de junio de 2002.
(17) Messi, Virginia: "Los últimos días de la vieja cárcel de Caseros", en Clarín, 8 de noviembre de 2000.
(18) Arias, José: Disqueprensa en La Prensa, Buenos Aires, 1998.
(19) Pellegrini, Marta B. de: Carta de Lectores en La Prensa, 1998.
(20) Limirosky, Sergio: "Y entonces llegaron Ellos", en La Prensa, 17 de octubre de 1999.
(21) Aguad, Susana: "Al bajar del barco", en Clarín, Buenos Aires, 20 de octubre de 1999.
(22) S/F: "Friulanos sobre el Paraná", en La Nación Revista, 29 de julio de 2001.
(23) Urús, Mariana: "En el combate del Graf Spee el mar estaba calmo", en El Tiempo, Azul, 3 de marzo de 2002.
(24) Folleto del Establecimiento La Cachuera. Apóstoles, Misiones.
(25) Folleto escrito por Ocampo-Tanferna, para Casa FOA 2000.
(26) Schwarsztein, Dora: Entre Franco y Perón. Crítica, 2001.
(27) Colegio Schönthal: "Bajaron de los barcos. Historia de la inmigración en la Argentina", en www.monografias.com
(28) García, María del Carmen: op cit
(29) Korn, Francis: "Buenos Aires siglo XX/ Los conventillos. Un sistema que reproducía a la sociedad en miniatura", en La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1999.
(30) S/F: "Todo comenzó en los conventillos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de mayo de 2000.
(31) S/F: "De la Gran Aldea a la aldea global", en La Prensa, 3 de diciembre de 2000.
(32) Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2000.
(33) Vigevani Jarach, Vera y Smolensky, Eleonora M.: Tantas voces, una historia. Buenos Aires, Editorial Temas, 1999
(34) Anzorreguy, Chuny: op cit
(35) Ingenieros, José: "Ensayo de identidad", en Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.
(36) Gerchunoff, Alberto: op. cit.
(37) Gerchunoff, Alberto: Los gauchos judíos. En Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
(38) Feierstein, Ricardo: op cit
(39) Londero, Oscar: "Un recorrido por las primeras colonias judías de Entre Ríos", en Clarín, 17 de diciembre de 2000.
(40) Folleto del Establecimiento La Cachuera, Apóstoles, Misiones.
(41) S/F: "Historia…"
(42) Geraghty, Michael John: op. cit.
(43) Ingberg, Pablo: "Cantera de ficciones", en La Nación, Buenos Aires, 28 de enero de 2001.
(44) García, Arturo M.: "El cóctel", en el grillo, Buenos Aires, N° 22, 1999.
(45) Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
(46) S/F: "Friulanos …"
(47) Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
(48) S/F: "Viaje a la tierra de uno", en Clarín, Buenos Aires, 27 de septiembre de 1998.
(49) Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Norma, 2002.
(50) Ceratto, Virginia: op. cit.
(51) Cristoff, María Sonia: "Inglés en fuga", en La Nación, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2000.
(52) Messi, Virginia: op. cit.
Trabajo enviado por
Lic. María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional Matriculada