Una mediación sustantiva progresivamente necesaria es la que sirve de puente, de transición, de formación, de historia y de teoría entre las ciencias denominadas particulares y su reflexión filosófica. Compartiendo generalidades de la filosofía sin desprenderse de la teoría y del nivel empírico del conocimiento científico, requerida de la lógica, comunicadora en red, las transiciones, dialécticas por excelencia, síntesis y cambio, unidad y contradicción, abren caminos entre las disciplinas, las informan de los nuevos conocimientos producidos en otros ámbitos, comparten y divergen en las historias de sus conceptos, los formulan, les atribuyen nuevos contenidos, restringen sus existentes, en fin, cubren un espacio progresivamente mayor ante la nueva certidumbre-incertidumbre generada en la segunda mitad del siglo XX.
Aunque las meta parecen identificarse con : a) el pensamiento postmoderno y sus conceptos de metanarrativas, metasujetos, b) con la filosofía analítica, metafilosofía y metalenguajes; nuestro camino difiere. Nuestra concepción-instrumentación se basa en la interacción de ambos términos, al parecer opuestos, une las teorías y el conocimiento científico empírico que nutre las llamadas ciencias naturales y ciencias sociales, se eleva a una mediación que aunque contaminada con la filosofía política, de la ciencia, del lenguaje no alcanza su grado de generalización que la despoja, descontaminándola de contenidos concretos y se traduce en lo que podría denominarse esencias, mientras que en nuestro andar, no existe el propósito de tal liberación, por el contrario, relevar el tránsito de uno a otro y viceversa. Son metadisciplinas y metaciencias particulares y, a la vez, mediaciones cada vez más imprescindibles entre los conocimientos científicos en una esfera del saber y el saber constituido por la filosofía.
De dichas mediaciones, hemos seleccionado las quizá menos desarrolladas y conocidas, la metapolitología y la metabioética, en las cuales hemos incursionado durante varios años. De la primera, se ha creado una pequeña aunque indicativa literatura científica, por lo menos, no produce el asombro y el rechazo inmediatos de la comunidad de cientistas políticos. De la segunda, se trata prácticamente una inauguración que tuvo una confrontación pública internacional primera en el Evento Los Días de la Bioética,(Junio del 2007) en Mali Losinj, Croacia, en la Conferencia acompañante a la Reunión del Comité Internacional de Sociedades de Filosofía, y se han concertado en el cuestionamiento filósofos y éticos, y para asombro nuestro fue el plato fuerte del panel por la oposición expresada por éticos griegos en la Sección de Bioética del XXII Congreso Mundial de Filosofía, celebrado en Seúl, Corea del Sur, desde el 31 de julio hasta el 6 de agosto del 2008.
Ahora bien, nuestra elección no es casual, la bioética, a la manera potteriana, cubre espacios progresivos en el saber[1]pero requiere para realizarse, por un imperativo de la supervivencia de la especie humana y del planeta, de acciones conjuntas, entre las cuales tiene necesariamente que privilegiarse la acción de los estados junto a la actividad de las organizaciones no gubernamentales de las sociedades civiles.
Porque, para mí, tanto "el medioambientalismo como la bioética no sólo introdujeron asuntos globales en la agenda social y política contemporánea, sino que, junto a las revoluciones biotecnológicas y en su imbricación obligaron a repensar métodos y cosmovisiones, absolutos y fragmentaciones , códigos y formas de conocer, cientificidad y cotidianeidad, a la vez que con la incorporación de la incertidumbre como componente sine qua non de la aprehensión científica-nunca distanciada del conocer común-, complejizaba y dialectizaba el objeto de la investigación y el sujeto cognoscente"[2]; pero dicho saber, ante la emergencia de la situación global, no puede constreñirse a una relación cognitiva, o a la introducción precautoria en las agendas de gobierno, sino tiene que devenir constante en las políticas públicas, alimentada por los movimientos civiles y de organizaciones no gubernamentales. Por ello, del propio modo que la bioética y la ciencia política tienen que estrechar sus lazos, sus metas respectivas devienen buenas vías para la formación de conceptos y categorías, para préstamos mutuos de métodos, incorporaciones sustantivas e instrumentaciones imprescindibles.
Como hemos dicho en otros trabajos, reiteramos que la especialización a que tendió el siglo XIX y gran parte del siglo XX trajo innúmeros resultados científicos y la estructuración en disciplinas que ha favorecido la formación de colectivos de científicos que han incidido en el desarrollo de áreas específicas del saber: pero asimismo ha llevado consigo, como un elemento ínsito y quizá necesario en su momento, la pérdida de totalidades cognitivas como forma de aprehender las existentes totalidades reales. Fue tan rechazado el examen unitario del fenómeno o del proceso que, al objetivismo de las especialidades se unió la progresiva desaparición del concepto de totalidad, que el pensamiento postmoderno lo calificó de metafísica, en lo cual se incluyó la conceptuación de la filosofía en tanto disciplina.
Es conocido que con las debatidas teorías de la complejidad, el concepto de totalidad volvió a ser considerado dentro del ámbito del pensamiento científico, lo cual es también un resultado de la tendencia a considerar la indisoluble unidad de la ciencia y el valor. Este último, al principio, poseyó un carácter instrumental y holístico, no obstante, paulatinamente volvió a alcanzar nuevas posibilidades heurísticas de mayor entidad dinámica y dejó de ser considerado como la especulación por la especulación, para encontrar su lugar en el tejido del conocimiento científico. En ese proceso deconstructivo-reconstructivo-constructivo, también la filosofía aumentó de un modo nuevo su papel. No obstante, sus posibilidades omnicomprensivas actuales sólo comienzan a explotarse débilmente, y no sólo en las ciencias que siguen con su patrón disciplinario en la academia, sino también en la filosofía.
La para mí acertada afirmación de Louis Althusser de que en filosofía lo más importante son las preguntas, me indujo a reflexionar, no cuáles son las preguntas que se hicieron y se hacen los filósofos, sino cuáles cuestionamientos la realidad se plantea, para los que las propias preguntas de los filósofos son respuestas, muchas veces, caracterizadas por la exclusión, donde también se encuentra mi propia proyección. La propia macroperiodización de la historia de la filosofía en filosofía y prefilosofía, indubitable en la mayor parte de mi acercamiento a la filosofía perdió su condición de dogma, como resultado de los cambios epistemológicos aportados por el siglo XX, en los cuales el valor se incluyó en la metodología del conocimiento, de la cual de hecho sólo se había separado en los criterios sustantivos y nunca en la instrumentación de las ciencias y de la filosofía.
Aunque al decir de Jacques d䈯ndt, los filósofos actúan fuera del tiempo y el espacio, la vocación por la trascendencia me inclina a buscar la transición entre el hoy y el mañana, en las relaciones interpersonales y de estas con la naturaleza, entre una disciplina y otra, a cubrir los vacíos entre las ciencias como resultado de la unidad cognitiva; pero nunca a distanciar las relaciones espacio-temporales, ni al hombre y la naturaleza de la cual es parte, sino por el contrario, me pronuncio por la búsqueda de la cierta-incierta complejidad del ser, del cual el tiempo en parte inseparable, donde lo instintivo y lo racional protagonizan sucesivamente o al mismo tiempo el pensar y el actuar. En ese todo único y diverso se inscriben las mediaciones sustantivas de la metabioética y la metapolitología, la primera destaca por devenir un nuevo saber, mientras que la metapolitología, por la formación lógica de la instrumentación de la acción.
Toda ciencia nueva, todo sector emergente de la ciencia no es completamente puro, y como se decía comúnmente muchos años atrás, nada ex nihilo bajo el sol[3]También la metapolitología y otras metas poseen sus antecedentes en otras épocas, autores y sucesos, inclusive puede decirse que no se pueden separar en sus inicios, porque antes constituían un gran todo que se ha progresivamente singularizado en la medida en que sus relaciones se han hecho más complejas y emergido en la lógica del conocimiento científico. En ello ha incidido la visión de una Ciencia Política desde el Sur, que no se limitaba a los ámbitos estatales y se originaba en la multiplicidad y heterogeneidad de la sociedad civil y de la sociedad en general.
La propia política surge como un desgajamiento de la totalidad de las comunidades primitivas, en las cuales la supervivencia determinaba las relaciones de cooperación y solidaridad entre los hombres –imperativo que tiende progresivamente a imponerse en el mundo de hoy ante la crisis medioambiental y bioética global- y la desigualdad acrecentada por la existencia de un excedente del cual se apropia un grupo de hombres que junto a la desigualdad resultante de la apropiación se forman un conjunto de valores signados por la inequidad, la transformación de la justicia colectiva en individual y la creación de un aparato que pretende situarse por encima de los grupos asimétricos; pero que representa al de más poder. Se produce la gran revolución política constituida por la creación del estado, quien impone sus normas de justicia, hace conforme a la naturaleza la desigualdad social y condena las relaciones solidarias en el pacto de sumisión de las mayorías a las minorías excluyentes.
La política asume, como una función natural en un momento dado y como pacto social más tarde, las facultades de subrogar, conminar, dirigir, mandar, esclavizar a la mayoría en detrimento de unos cada vez más pocos; pero que adquieren una técnica que pareció devenir innata en algunos y que de hecho se vuelve un aprendizaje y una enseñanza de cómo destruir, reconstruir, construir, alcanzar el poder de gobernar. En dicho entramado pronto se diferencian los consejeros de los ejecutores, con la posesión estos últimos del poder de decidir en instancias múltiples jerarquizadas, mientras que los asesores, detentan el consejo, la astucia, la forma indirecta de hacer política, el poder del saber técnico. Cada vez más, la política contribuyó a la diferenciación entre los individuos, que dejaron de ser hombres para ser elementos de sistemas de gradación diversa, desde niveles superiores hasta los mayoritarios; pero de menor capacidad de decisión.
La propia construcción de la política, al principio empírica y luego teórica, a lo largo de siglos de acción y pensamiento, implicó una diferenciación de contenidos y métodos entre la filosofía política y la ciencia política. Por supuesto, en tanto acción, la Ciencia Política no se distinguía del curso de la política, y la filosofía política y la teoría política poseían objetos de estudio comunes. Cuando Aristóteles trata la política, en su clásico libro, se impone un desentrañamiento párrafo a párrafo para determinar las esferas del comportamiento y de la reflexión. Más aún, estructuras y funciones parecen subsumirse en la filosofía política, aún cuando su transparencia fenoménica nos induce a incluirlas en el ámbito comportamental.
Como hemos dicho en otros trabajos, Platón desciende del ideal utópico de La República a la realidad de Las Leyes, mientras que el deber aristotélico adquiere su propia independencia, reflejada sistemáticamente en la Ética a Nicómaco aunque no se excluye de la Política; pero con un carácter secundario.
En la historia de la filosofía occidental, la filosofía política aparece en el largo período transicional de ascenso al Estado absoluto, contaminada por la dominación de la Iglesia hasta el punto de que la Teología asume para sí, todo el saber, y la política pierde la sistematicidad de la ciudad-estado para asumir la autarquía fragmentada de los feudos. Por ello, el Príncipe de Maquiavelo acumula más que el saber político del Estado erigido por encima de todos, individuos, organismos sociales, Iglesia, la reflexión política que poseía los límites sociales de un principado italiano, bien alejado del absolutismo clásico, aunque con las características de audacia, astucia, inteligencia, manipulación propias del gobierno de bien reducidas élites del poder.
Ello no disminuye la importancia ideo-teórica de Maquiavelo, que se acrecienta como antesala del absolutismo en su más típico grado; pero sus ideas no se constriñen a este objetivo, se encuentran ínsitas en las formas de gobernabilidad de minorías o estratos minoritarios, o de formas de conducir a grupos. Son, en cierto modo, la carta de naturaleza de una técnica que posee cierta independencia de las relaciones económicas y de la propia ideología, aunque sea ella misma ideológica, lo cual tiende progresivamente a ocultarse en aras de presentar un mayor grado de cientificidad, conforme a los cánones positivistas.
Es difícil abstraer los Discursos de Tito Livio de la filosofía política; pero el Príncipe parece concretarse más a una forma específica de comportamiento. Más difícil es intentar separar los granos heurísticos de metapolitología de la filosofía política, porque la reflexión empírica aún no ha alcanzado el nivel suficiente para pensarse en una teoría general propia en la cual la formación de conceptos y categorías exprese un estatuto diferente a lo habitualmente generalizado en la filosofía.
En la medida en que la política crece en su estatuto entre los comportamientos sociales – a los cuales tiende a dirigir-, comienza a perder su carácter esotérico al extenderse su conocimiento, precisamente, cuando no sólo se plantean la conducción de las acciones de arriba hacia abajo, sino que se generalizan movimientos de abajo hacia arriba y se piensan en la teoría, lo cual conmociona a los individuos, determinados por los cambios económicos con las revoluciones de los modos de producir y su apreciación constatadora o pronosticadora en la cabeza de determinadas gentes. La teoría política se hace más diversa y compleja y, a la vez, cambian las preguntas con que se interroga a la filosofía política, mientras que el entramado filosofía política y ciencia política tiende a presentar entidades sustantivas distintas y se asoma, con cierta autonomía, su necesario tránsito, su mediación, la metapolitología.
Si en Maquiavelo se imbrican la filosofía política y la ciencia política, si Weber y Parsons califican como sociólogos; pero validan también sus reflexiones para fundamentar los comportamientos políticos, David Easton representa la ciencia política como identidad sustantiva, y ocupa el centro de sus reflexiones lo que para dichos politólogos es el objeto de la Ciencia Política: los sistemas políticos. La definición de Easton sobre los sistemas políticos revela la filosofía política que la informa, al plantear que se asignan autoritariamente valores a una sociedad dada, conceptuación no verificable por la ciencia política, por cuanto se inscribe en la ética, en la sociología política y en otras disciplinas, a la vez que dichos vínculos implican una relación teórica de códigos, conceptos y métodos tanto de sus orígenes como de sus historias.
A modo de ejemplo, podemos citar la fenomenóloga Hanna Arendt, quien no oculta su vinculación estrecha con el pensamiento de Heidegger, no obstante, crea significados antitéticos para los espacios públicos y privadas y destaca la crítica que hace Marx, al que acusa de no distinguir entre labor y trabajo, mientras que ella diferencia de modo ascensional la labor, el trabajo y la acción. Se imbrican la filosofía política y la ciencia política. Su tratamiento de la relación entre libertad y política se ubica en su filosofía política; pero su abordaje del gobierno y el totalitarismo obviamente pertenecen al ámbito de la ciencia política. No obstante, parece evidente que la ciencia política en la Arendt se encuentra determinada por su filosofía política cuyas fuentes se remontan a Aristóteles; pero donde Kant, Heidegger y Jasper poseen una dimensión importante.[4]
Aunque no puede excluirse Mancur Olson de la filosofía política, su individualismo metodológico y su racionalidad individual[5]son método y conceptos que clasifican en la metapolitología y validan la razón filosófica instrumental, a pesar de las salidas utilitarias concretas que persigue.
La conexión profunda actual entre la filosofía política y la filosofía del derecho se ha expresado en el liberalismo político de John Rawls[6]del cual nos interesa destacar su concepto de razón pública en tanto constituye una clave para el nuevo contrato social que propone que muestra la unidad teórica de ambas formas filosóficas.
Aunque para Rawls, una concepción política de la justicia razonable sobre la estructura básica de la sociedad no se encuentra "comprometida con ninguna doctrina comprensiva de carácter moral, filosófica, económica o sociopolítica"[7], de hecho la vinculación que establece entre dicha justicia razonable y la estructura básica de la sociedad provoca varias interrogantes, entre ellas, las primarias, la determinación de ambos conceptos y el tipo de relación vinculante entre las mismas, que parte de un comprometimiento de base, como en los anteriores, con su filosofía política. Este elemento no puede minusvalorarse en la metapolitología.
De todos modos, en función de nuestro propio objeto de estudio, ponemos el énfasis, en el entramado indeterminado de la filosofía política y la filosofía del derecho presentes en su obra, aunque se introduzca con éxito en los conceptos propios de la Ciencia Política, tales como la cultura política, sociedades democráticas, instituciones, pluralismo, estabilidad y otros del mismo tenor.
En estos ejemplos seleccionados de connotados cientistas políticos, observamos que en su constructivismo teórico no puede escapar a la necesidad de basarse en su filosofía política y al argumentar sus conceptos,
de hecho penetran en ese eslabón intermedio hacia la filosofía política constituido por la metapolitología.
Por otra parte, la historia, en particular, la historia política, la teoría del Estado y el derecho, el derecho constitucional, la filosofía del derecho, la antropología, política y, por supuesto, de modo más próximo, la sociología política y la psicología política reclaman el abordaje total o parcial del fenómeno político. La multiplicidad de enfoques con pretensiones o de totalidad o de fragmentación posee una base real: la no delimitación del objeto de una ciencia propia de la política, su condicionamiento en primera instancia por fenómenos sociales de órdenes diversos. La relación de la politica con la libertad pareció hallar, como hemos dicho, un espacio menos discutido en la filosofía política, mientras que las esferas políticas comportamentales parecían reservárselas a la Ciencia Política.
En nuestros días, la filosofía del derecho se ha ido aproximando progresivamente a la filosofía política, en la propia medida en que la política ha asumido una posición cada vez más dominante respecto al derecho, lo cual trae como consecuencia que el valor justicia inherente a este último, se conecte profundamente con la filosofía política en la valoración y en el discurso. Aunque parecería que es la construcción de un pensador determinado o de varios, lo que ha llevado a este escenario teórico, nosotros pensamos que ello no es así, la filosofía reproduce los cambios en ordenamientos y jerarquías que se han producidos en las disciplinas, también resultado de la dinámica de las situaciones reales.
El estado como fuente absoluta del derecho se ha visto contradicho por el
derecho alternativo, surgido en la sociedad civil, y las magnas cartas de los estados han visto disminuidas su soberanía y esferas políticas por los tratados internacionales que han creado instituciones, organizaciones, asociaciones, uniones, sin que hayan sido precedidas de cambios constitucionales. El redimensionamiento de los estados hace crecer imprescindiblemente la sociedad civil interna; pero la actividad hegemónica internacional surgida con el unipolarismo, crea un tipo
de relaciones trascendentes en el cual la política desempeña un papel de mayor envergadura, mientras que el derecho tiende a convertirse en un cada vez más dócil seguidor. Ello se refleja especialmente en el Derecho Internacional.
Pareciera que la sociedad civil internacional asume progresivamente no lo que se restituiría a la sociedad civil interna, sino lo correspondiente a un sistema global hegemonizado que tiende a disminuir al sistema jurídico internacional. El derecho resultado del ascenso y la estabilización del capitalismo como sistema mundial parece perder espacios ante el unipolarismo político y militar, y a la pluralidad de nuevos agentes políticos desde la sociedad civil.
Pensamos que ello posee una conexión profunda que trasciende los límites
del Derecho Positivo Interno o Internacional, se plantea al nivel de la Filosofía del Derecho y, por supuesto, alcanza a la Filosofía política. Se trata de la racionalidad clásica que se ha puesto en cuestión. La racioalidad instrumental constituida en la esfera del comportamiento jurídico no puede, salvo con imposición no de iure, sino por la fuerza, enfrentar los problemas que se hacen más acuciantes como los referidos a los actores que no formaron parte del presupuesto "contrato social originario " o que no participan en los nuevos contratos sociales propuestos y para los que la norma jurídica carece de significado.[8] Por todo ello, la racionalidad instrumental también ha resultado insuficiente para el Derecho, se ha resquebrajado junto con el comportamiento político.
A pesar de las interesantes observaciones del filósofo del derecho Cossío–español, profesor de la UNAM-, no puede eludir, en la relación entre la filosofía del derecho y la filosofía política, caer en los marcos unidimensionales de esta última al atribuir al Estado Social y Democrático de Derecho, la superación de la que llama "vieja racionalidad legalista", que nosotros valoramos como racionalidad instrumental resultado de las revoluciones industriales.
En el llamado "fracaso" de las ciencias sociales[9]por separatismo metodológico, insularismo causal y reduccionismo eliminacionista, o por las tres causas conjugadas, Doménech considera que el particularismo subdisciplinario es el motor principal, al defender cada especialista su ámbito de trabajo como el verdaderamente válido y excluir de ello a los cultivadores de otras disciplinas.
De todos modos, tanto en la posición asumida por Doménech como en las de sus comentaristas Jorge Reyes y Faviola Rivera Castro[10]predomina la crisis de la razón instrumental, sin llegar a las consecuencias apocalípticas planteadas por el pensamiento postmoderno. Una cuestión interesante, común a los tres es la pretensa repolitización de la economía. En mi criterio, la economía nunca ha sido despolitizada, salvo en la reflexión académica de los economistas. La omnipresencia de la política en los fenómenos sociales y, en consecuencia, en las ciencias sociales, confiere a la Ciencia Política un carácter privilegiado por su posible transdisciplinariedad y ello no es un resultado de la validez de dicha disciplina, sino de su fuente en el decursar real que se hace cada vez más evidente.
La tendencia a la unidad de las ciencias que implica tanto a las ciencias sociales como a las naturales, no sólo es una conexión ontológica, sino que es también consecuencia de la revolución epistemológica que ha recorrido en ascenso la vigésima centuria. Incluso podríamos decir que se le planteó a la Ciencia Política en su devenir desde la Política de Aristóteles una macrotarea, el ocupar la mediación necesaria epistémica entre las disciplinas sociales y con la inclusión del valor en las llamadas científico-naturales, su presencia no sólo en las salidas como en políticas públicas sino en los reclamos y la formación.
Ahora bien, a su vez, la Ciencia Política requiere de auxilio para acometer su pluripresencia en la ciencia y ello requiere favorecer el desarrollo de la metapolitología, donde concurren los problemas hermenéuticos, lógicos, epistémicos y gnoseológicos, en especial, los suyos propios como ciencia en construcción y las relaciones profundas con otras disciplinas, privilegiando las meta, como la metabioética y las metateorías correspondientes a ámbitos diversos de las ciencias.
¿Qué quedaría para la filosofía política? ¿ Se le priva de espacio con la metapolitología? Ese no es nuestro criterio. El develamiento de la complejización de los fenómenos lleva implícito la emergencia de nuevas conexiones. Ello ha sucedido con las vinculasciones metapolitológicas que, contrario sensu, apoyan la generalización filosófica sin deslindarse de ella, de modo absoluto. No obstante, mientras la metapolitología refuerza la esfera de la formación de códigos, categorías y términos referidos al comportamiento, y a la teoría general en función de la consecución de determinadas conductas políticas, revela la historia y la teoría de la Ciencia Política, la filosofía política la trasciende y privilegia los grandes temas tradicionales acerca de libertad e inclusive, la justicia.
Existe una verdadera polémica alrededor de las metas, quizá como un rezago de la actitud antipostmoderna, por haber inaugurado el postmodernismo la subvaloración de lo que llamó las metanarrativas. Pero este prefijo posee un origen etimológico validado por la filosofía aristotélica, aunque en su inicio, sólo se hubiera pretendido indicar el lugar que le correspondía, es decir, más allá de la filosofía. De esa ubicación no se han liberado tampoco las otras disciplinas cuando se reflexionan sobre sí mismas, sobre su origen, formación de conceptos, categorías y métodos, implicaciones profundas que hacen uno el libro del saber, a pesar de su pluralidad teórica, metodológica y discursiva.
No obstante, aún las metas en el sentido de la epistemología no clásica o de segundo orden o grado se encuentran en su mayoría en proceso de construcción y no han alcanzado el consenso de la ciencia constituida, por lo cual los que transitan estos caminos, tienen que hacer buena la idea de Marx de que la ciencia no transcurre por una calzada real. Aunque la metapolitología no ha concentrado los más extremos oponentes como es el caso de la metabioética que algunos éticos quieren enmarcarla en la metaética o en la ética con mayúscula, o reducirla a una ética aplicada, no por ello deja de encontrarse en sus comienzos y padece, en forma todavía más aguda las vicisitudes de la Ciencia Política, que por una parte, se da como bien intocable cuando procede del pensamiento único primermundista y, por otra, es severamente cuestionado cuando se aparta de la línea que describió Maquiavelo con el comportamiento de "su príncipe y que se encontraba fundamentada desde "Las Leyes" de Platón y la "Política" del nunca ausente Aristóteles; pero que ha divergido profundamente a partir de la revolución industrial.
Poco a poco, no obstante, el constructo de una Ciencia Política Alternativa se abre paso, y su necesaria y consecuente autorreflexión, ya que es resultado del comportamiento de nuevos actores, de otros escenarios, de relaciones nuevas o tan antiguas que no se sometieron a la racionalidad instrumental. Y junto a ella, la metapolitología también ocupa progresivamente un espacio, porque la tarea de ordenar el nuevo caos constituido por las relaciones políticas no reflexionadas, sin nombrar aún en la Ciencia Política que llamaremos occidental, por sistemas políticos cuya base corresponde más bien a una sociedad civil internacional que a la interna que debía serle inherente.
Cuando los agentes histórico-universales tienen que buscar su asidero en sujetos locales que se expresan vinculados a lo global; cuando otras disciplinas como el medioambientalismo sólo son tratadas en la Ciencia Política Occidental como algo externo; cuando dicha Ciencia Política en boga se abstrae del valor que ha reclamado su justo lugar en toda ciencia; en los momentos en que la ciencia busca una expresión artística y el arte se basa de la ciencia como un objeto propio, y la política sirve en todos los escenarios como mediadora por convicción o imposición, la Ciencia Política Alternativa y la Metapolitologia se encuentran conminadas, por la realidad, a crecer. Tanto la Ciencia Política desde el "Sur político" –concepto que no excluye el enfoque de los agentes de un norte oprimido, hegemonizado, imperializado- como la metapolitología que le es propia, se encuentran en campos minados; pero no poseen otra elección que la concertación de lo racional con lo irracional, de lo histórico-universal con los localismos, de lo público y de lo privado, y lo más difícil, expresar el sentido de la relación mercado-Estado en sociedades que poseen la similitud de lo humano y las diferencias sociales de sus asimetrías.
Pero si hemos avanzado en una Ciencia Política verdaderamente universal que no excluya las relaciones políticas de países de lo que se ha denominado la periferia; la metapolitología, por requerir de asentamientos
y reflexiones al más alto nivel en la Ciencia Política no posee igual grado. Y ello es una consecuencia esperada, dado que como su nombre lo indica, la metarreflexión exige una primera reflexión sobre la que basarse, conceptos nuevos en consenso o antitéticos con los tradicionales de la Ciencia Política Occidental, métodos que inauguran la logicidad no pensada anteriormente al no tomar en cuenta el objeto especial, decurso que podríamos ubicar del modo siguiente: a) punto de partida teórico general, b) constatación empírica, c) comparación y generalización, d) reflexión teórica sobre el punto de partida y las generalidades empíricas.
Este transitar deviene imprescindible, independientemente de la unicidad o pluralidad del objeto de investigación, que conjugue el dato real en tanto fuente de la nueva reflexión y ésta en sus distintos niveles aproximativos.
La Metapolitología trabaja entonces, sobre las reflexiones teóricas aportadas por la Ciencia Política, y examina su validación en los términos, formación de conceptos y categorías, integración en sistema de los conceptos y su jerarquía, la historia de la o las teorías y su estimulación y formas de comprobación, el cuestionamiento, sentido y alcance de los métodos en los cuales requerirá de la Lógica, la integración legítima o no de los objetos asumidos por la Ciencia Política, la relación de esta ciencia en el sistema de los saberes científicos, sus cualidades y límites socioculturales e históricos, en definitiva , la teoría e historia de la ciencia política, es decir, el estado del arte y la epistemología de la Ciencia Política.
En ese entramado, ¿se deja algún hecho o cuestión para la filosofía política? Antes habíamos planteado la relación privilegiada de la filosofía política con la filosofía del derecho, en la cual la segunda reclamaba a la filosofía política, de modo manifiesto, su apoyo, ya que su ámbito se disminuía a favor de la filosofía política y su campo prospectivo más importante parecía ser el de las contaminaciones entre ambas. Para nosotros, queda claro que dicha vinculación no es el resultado de un consenso académico o profesional, sino que es el reconocimiento teórico de una unicidad real en ambas formas filosóficas, y asimismo su conexión totalizadora con otras.
La filosofía política toma, además de su objeto presente –por lo menos en la tradición filosófica occidental- consistente en la relación libertad-Estado, o libertad simplemente, el reevaluar para sí, el concepto de justicia-asumido durante un largo tiempo por la filosofía del derecho- y al redefinir la relación libertad-justicia, asume el universo teórico de las relaciones comportamentales en el momento en que se han contextualmente complejizado ante una dinámica de nuevas relaciones políticas internas e internacionales.
La mediación constituida por la metapolitología, resultado de una necesidad epistemológica de la Ciencia Política, pero también el nivel medio de generalización requerido como asentamiento para la filosofía, así como el vaso comunicamente con otras metadialécticas, posee el futuro que le prospectan las actuales complejidades intersubjetivas y con su otro yo, la naturaleza.
La Bioética, a la manera potteriana, ha rescatado el papel cognitivo del valor en la ciencia junto a otras disciplinas resultado de las revoluciones tecnológicas, enfoque que obliga a repensar no sólo a los científicos, marcados por la exclusión diltheyliana, sino también a los historiadores de la filosofía y de las ciencias respectivas. Un lugar particular correspondería a la propia historia de la filosofía que se identifica mundialmente con la evolución de los problemas de la filosofía originada en Grecia y, a excepción de Marx, con una tendencia progresiva en especial, a partir del siglo XVIII, a divorciar la cognición del juicio de valor, y con ella, a deslindar con carácter absoluto el nivel del conocimiento científico y la aprehensión totalizadora del conocimiento común.
En qué ha incidido y puede incidir la Bioética global en el cambio del enfoque hacia una valoración totalizadora de fenómenos, acontecimientos, procesos . historias, comunicación y argumentación. En nuestro criterio, podríamos avanzar en: a) el debilitamiento del distanciamiento con lo considerado otredad, no-yo; b) en la negación de la apreciación de la naturaleza como objetivación enajenada, e inclusive, como recurso para el hombre; c) la valoración creciente de la biodiversidad en el planeta y la aceptación aunque fuera tímida de la necesidad humana de la sociodiversidad ; d) la no separación del hombre común de los resultados científicos, con lo cual se democratiza la ciencia y, a la vez, crece la cientificidad por el incremento de la totalidad cognitiva en el propio ámbito de la ciencia; e) la unidad del conocimiento sustantivo y de los procederes; f) el papel aceptado de la responsabilidad[11]del hombre y su actividad en relación con la naturaleza, y la valoración de la actividad de la naturaleza como sujeto sin ética y conciencia, aunque sí con un comportamiento vario cuyas dimensiones pueden destruir a algunos de sus propios productos como sucedió con la aniquilación de un calculado 70 % de las formas de vida hace alrededor de 245 millones de años.
Si en la integración de una totalidad planetaria todo ello cuenta, también ello sucede con totalidades subcósmicas, terráqueas, humanas, espirituales. En esa intradirección, la propia filosofía tendría que, ella misma, ser tratada como una totalidad, cuya especificidad es la no exclusión de la actividad del ser humano en cualesquiera contextos y tiempos históricos. La bioética me ha enseñado a repensar la relación hasta ahora estatuida y, al parecer, inviolable de la codificación y macroperiodización de la filosofía y la prefilosofía.[12]
La bioética me permitió romper con la tradición de la racionalidad clásica, ab initio quizá, sin una verdadera propuesta teórica para posteriormente, comprender que la otredad naturaleza, en el mejor de los casos, era considerada como un trasfondo de contextualización.
Como hemos planteado en otros trabajos [13]"Tanto el saber medioambiental como el bioético parecen haber aportado a la unificación de la ciencia contemporánea, códigos culturales y científicos que circulan en las distintas disciplinas, lo cual, en cierto modo, había sido precedido por la utilización de métodos científico-generales y, asimismo, por los préstamos metódicos entre las ciencias宦quot; Y más adelante, "La naturaleza humana incorpora entonces, un pensar sobre la naturaleza no humana y una ética conminada por los imperativos de la vida y de la supervivencia del planeta, con lo cual hay, de modo evidente, una traslación de sentidos que posee la cualidad de iniciar una dimensión del proceso de desenajenación del hombre安"[14]
Todo lo anterior implica un cambio metodológico de trascendencia sustantiva que influiría en la epistemología actual, en todas las ciencias y, por supuesto, con un especial énfasis en una ética global y en la propia conformación teórica de dicha ética. A ese nivel cognitivo es al que calificaríamos como metabioética. Nos diferenciamos, es evidente, de su definición como tipo de reflexión que analiza el discurso moral, asumida por algunos bioéticos, a partir de un metalenguaje de carácter cualificado como neutral o neo-normativo, o de su consideración como tematización de la bioética como disciplina académica vinculada a la salud humana.
La Metabioética incluiría, como otras epistemologías, la teoría y la historia de la bioética y su ubicación en el sistema de las ciencias, así como la propia reflexión general sobre la valoración de los cambios que se producen en un saber de las características omnicomprensivas y metodológicas de la bioética y entre ellas; la relación entre el constructo de una conciencia bioética global y la educación de las conciencias plurales y las respuestas parciales y globales de grupos e individuos, de especialistas y de hombres con conocimiento común y sentido común. Todo lo cual incluye la asunción crítica de nuevos términos y de categorías establecidas en otros ámbitos científicos, a la vez que, a la producción de conceptos con características propias y singulares, resultado de sus historias especiales.
No soy de los que destierran a priori el sentido común, por el contrario, entre las tareas epistemológicas primarias habría que examinarlo en profundidad, dado que la sensibilidad y sus significados se encuentran más próximos a la relación entre la naturaleza humana y no humana que a la reflexión téorica.
La proyección de los paradigmas en el análisis de los fenómenos de toda índole nos obliga a pensar en la necesidad de construir un paradigma bioético para estos días que contribuya a cambiar los enfoques de fenómenos, procesos, hechos, validez de los resultados y dicho constructo no debería eludir la propia historia de las metanarrativas, sin excluir a la filosofía, lo cual nos daría un balance más justo de su evolución.
Con la bioética se posibilita la formación de una conciencia planetaria, la metabioética nos indicaría la pluralidad de caminos para su consecución, con la inclusión de : a) un nuevo enfoque verdaderamente transdisciplinario –hecho que no puede totalizarse, mientras las disciplinas parecieran comportarse como compartimentos estancos-, con conceptos, códigos y formas de aproximación que sean válidas y, a la vez, se validen en la aprehensión de los conocimientos científicos, resultado de los hallazgos en las llamadas ciencias particulares; b) la posibilidad de hallar puntos comunes en conciencias plurales o conciencias de grupos nacionales, sociales, étnicos, religiosos, raciales, de intereses particulares diversos, ante la macrosituación del riesgo para la vida del hombre y del planeta, así como para la existencia de conflictos que además de la destrucción buscada de los grupos antagónicos, de hecho conspiran catastróficamente, también contra diversas formas de vida y la propia existencia humana.
Si consideramos, siguiendo a Potter, a la bioética como ética global, de hecho, llegamos a la valoración de que constituye un nuevo tipo de saber omnicomprensivo, metodológico y de acción práctica, donde también se conjugan lo universal y lo local, y, en el cual, la actividad humana que puede ser constructiva o destructiva en extremo, ofrece con dicha teoría y práctica la prospectiva de unificar las conciencias plurales en aras de la formación de una conciencia planetaria, en cuyo proceso se contamina íntimamente con la filosofía. [15]
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