- Introducción
- La familia cubana de hoy: riesgos y oportunidades
- Algunos postulados básicos del constructivismo
- La intervención con familia en trabajo social desde una postura constructivista
- La definición del problema desde la familia y el diagnóstico de la familia
- Conclusiones
- Bibliografía
Introducción
Los escenarios institucionales y/o comunitarios que se crean para la atención a familias son, ante todo, contextos interaccionales en los que las personas, los recursos y los procedimientos se conectan para efectuar procesos que tienen como propósito favorecer el funcionamiento de la familia como contexto para el desarrollo individual y social. La manera como se estructuran los programas tiene que ver esencialmente con la epistemología que los inspire y los respalde. De ahí que no podamos perder de vista que, como profesionales, estamos participando de un movimiento social imbuido por la búsqueda de una nueva concepción de ciencia y de nuevas teorías sociales cuyo norte es la construcción de una convivencia más sana.
El presente trabajo tiene como objetivo: Demostrar la integración de la perspectiva constructivista a la práctica del trabajo social con familias cubanas.
La familia de hoy, una familia cambiante, diferente, colmada de responsabilidad social y de añoranzas por hacer lo mejor, nos reclama más optimistas y propositivos que pesimistas y enjuiciadores. Más que acciones concretas con la familia se presentan algunos elementos que integran una postura facilitadora de encuentros con ésta, que permiten crear sentidos conducentes a comprender que puede cambiar lo que la perturba.
Nuestro papel, en cumplimiento de los principios éticos que orientan nuestro ejercicio profesional, es facilitar la evolución de la familia a partir de procesos reflexivos con ella. En esto, nos queda un gran camino por recorrer.
DESARROLLO
La familia cubana de hoy: riesgos y oportunidades
Como dice Anthony Giddens, "De todos los cambios que ocurren en el mundo, ninguno supera en importancia a los que tienen lugar en nuestra vida privada- en la sexualidad, las relaciones, el matrimonio y la familia -" .
Podemos observar algunas tendencias en la familia de hoy si la comparamos con la tradicional. Probablemente tengan elementos comunes y diversos en nuestros países de América Latina, acordes con las peculiaridades de sus orígenes, su historia, su idiosincrasia, sus condiciones sociales, políticas y económicas; pero muy seguramente, en todos estos países es común la valoración que hacemos de ella como principal nicho afectivo para la protección, la socialización y el desarrollo de los seres humanos.
A continuación, se enuncian, algunos cambios significativos en la familia de hoy:
? Disminución de la familia numerosa de raigambre rural y predominio de familias urbanas pequeñas.
? Descenso de la fecundidad y aumento de prácticas anticonceptivas y de las relaciones sexuales por fuera del matrimonio.
? Aumento de la unión libre, el matrimonio civil y disminución del matrimonio católico.
? Incremento de las rupturas matrimoniales y de la nupcialidad reincidente.
? Incursión de la mujer en el mundo académico y laboral, lo cual la lleva a participar como co-providente económica del hogar y genera la necesidad de delegar en otras instituciones de apoyo como la escuela y la familia extensa, el cuidado y la educación de los hijos. Unido a esto, el hombre empieza a participar mas de las funciones afectivas y de cuidado de los hijos y en labores domésticas que, hasta entonces, eran asumidas exclusivamente por la mujer. Estos cambios pueden ser causa y efecto de la jefatura femenina y del nuevo ordenamiento de responsabilidades, competencias y autonomías de hombres y mujeres.
? Se incrementan los hogares pobres con jefatura femenina.
? Otro cambio, es la aparición de madres y padres adolescentes quienes, generalmente, tienen que ser apoyados económica y socialmente por sus familias para el sostenimiento y la educación de sus hijos.
? Aumento de la esperanza de vida, lo cual trae cambios en la pirámide poblacional tendiendo a familias con mas adultos y con menos niños y jóvenes.
? Cada vez mas, la informática y las telecomunicaciones invaden la vida privada de la familia con lo cual, se disminuye la frecuencia y probablemente la calidad de las interacciones entre sus integrantes.
Existe una amplia gama de tipologías familiares: La nuclear, la extensa, la mono-parental, las parejas sin hijos, la compuesta, la unipersonal, la simultanea, los grupos fraternos y las parejas de homosexuales.
Estos cambios, indiscutiblemente imponen nuevos retos para nuestro accionar profesional con la familia, puesto que ella enfrenta nuevas demandas que atender y múltiples potencialidades que desarrollar en bien de sus integrantes, de la familia y de la sociedad.
Nuestra intervención profesional con la familia debe enmarcarse en el conocimiento y la comprensión de esta realidad cambiante. Solo así será posible lograr la coherencia necesaria para fortalecerla como unidad de desarrollo individual y colectivo.
Algunos postulados básicos del constructivismo
"El Constructivismo es una epistemología desde la cual se ve al hombre como constructor de conocimiento; su actividad constructora es lo que le permite adaptarse al mundo".
Según Wittgenstein, el lenguaje es la forma de vida del ser humano que le ha permitido a los hombres construir colectivamente herramientas e instrumentos con los cuales modifica su entorno, lo humaniza y lo hace vivible. Estos instrumentos se construyen en un contexto social y gracias a la imaginación, la discusión, la reflexión, la observación, la experimentación y los afectos.
El Constructivismo no niega la existencia de verdades, lo que niega es que éstas sean absolutas y objetivas, es decir, una copia de la realidad. Kelly, citado por Badillo, afirma que "el hombre crea sus propias maneras de mirar el mundo en el cual vive, el mundo no es creado por él….Cada individuo formula en sus propias maneras, es decir, constructos a través de los cuales observa los eventos del mundo y actúa en consecuencia… Agrega este autor que un constructo es una interpretación de una situación y no es en sí mismo la situación que interpreta."
Es importante tener en cuenta que, un constructo personal puede ser reelaborado por un observador en el momento en que éste le da un significado diferente al original. Por esto no es posible que haya construcciones idénticas de la realidad en diferentes personas y, en este sentido, la experiencia es un conjunto de eventos construidos de manera subjetiva. El hombre al construir experiencia formula hipótesis, sean ciertas o no, sobre el mundo y sobre las relaciones de unos eventos con otros.
Enmarcados en esta concepción, queda claro que los Trabajadores Sociales no somos, ni actuamos como portadores de verdades absolutas. Somos ante todo, seres dialogantes en interlocución con las familias para construir junto con ellas explicaciones y significados nuevos para lo que les ocurre y para inventar nuevas maneras de organizar sus relaciones y sus vidas. No se trata de cambiar toda su idiosincrasia, su historia e ideología familiar, sino aquellos aspectos de su dinámica que las están tensionando y generando dificultades que de no ser atendidas, se podrán ahondar cada vez hasta niveles más preocupantes.
La intervención con familia en trabajo social desde una postura constructivista
A continuación se proponen algunas posturas opuestas respecto a la manera de concebir el trabajo profesional con la familia, con la intención de aportar elementos que pueden ser incorporados en nuestra práctica profesional con ella.
Para la intervención profesional con la familia de hoy, se requiere en nosotros un pensamiento complejo que de cabida a la auto-observación y a la autocrítica y que nos permita considerar las crisis no como desorden y caos, sino como momentos de búsqueda de opciones nuevas y más constructivas.
Por mucho tiempo prevaleció entre nosotros la idea bien intencionada de que éramos capaces de liberar a las familias de sus problemas con nuestros conocimientos.
El saber y la experiencia del trabajador social es un elemento positivo para el trabajo con la familia. Su participación en el proceso de resolución de los conflictos es posible si asume una actitud de colaborador y testigo, a la vez que es capaz de enriquecer las visiones, las explicaciones que trae la familia, las cuales ésta denota como inmodificables y estáticas. Además del saber, la familia necesita encontrar en el profesional: calidez, atención, comprensión, aliento y capacidad persuasiva.
La tarea del profesional, al trabajar con familias, es vincularse en una conversación en la que él deja de ser directivo, jerárquico y experto. El cambio no es a priori, determinado por un especialista, ni fruto de la mera intuición de las familias que consultan; el cambio es una invención novedosa que surge cuando éstas y el profesional re-inventan en cada entrevista las experiencias, para hacerlas mas gratas. Nuestras acciones en cada entrevista deben dirigirse a crear y sostener diálogos que permitan el fluir constante de estas nuevas experiencias. Para esto nos corresponde ir conectando los datos que la familia presenta como si fueran aleatorios. Es en este punto es donde se ve realmente la habilidad y se pone en juego la experiencia del profesional.
Hemos sido bastante propensos, tal vez en respuesta a los requerimientos sociales frente a nuestro que hacer, a establecer vínculos con las familias que fomentan la perpetuación de una relación complementaria en la que el trabajador social es definido como dador de soluciones y las familias como desvalidas y poco preparadas para resolver sus problemas y, por ende, deben recibir lo que les ofrezcamos. Las tendencias modernas en este sentido, nos convocan a reencuadrar esta relación partiendo de que la familia tiene sus propios recursos y cierta idoneidad a partir de sus experiencias vividas.
Sentirnos expertos nos puede hacer caer en la trampa de que el éxito en la ayuda a las familias puede hacerlas cada vez más dependientes y requerir ayuda permanente. Se trata, ante todo, de permitir que cada familia participe activamente y asuma el control de su proceso, logrando que se vea a sí misma mas allá de sus problemas y no circunscrita por ellos.
A través del proceso de ayuda a una familia, el trabajador social debe compartir con ésta la manera de identificar las situaciones que le generan malestar y abrir nuevas perspectivas de acción que le permitan modificar, no solo los significados negativos de éstos, sino también sus relaciones internas. Como no siempre es posible que las familias cambien las realidades que las perturban, tal vez nuestra principal acción profesional consista en ayudarles a cambiar sus significados y aspiraciones para que se acomoden a sus realidades.
Es cierto que en la relación profesional con las familias, nos corresponde transferirle a ellas la cordura, aplicando nuestro saber y nuestras concepciones de realidad, compartiendo con ellas nuevas maneras de pensar, sentir y actuar sobre el problema. Esto supone una actitud optimista de nuestra parte ya que si nos ponemos trágicos será imposible movernos del esquema en el que se considera a cada familia que sufre, como víctima desvalida. De cada crisis, la familia puede sacar oportunidades y no solo quedarse atónita ante el peligro.
Lo que en el fondo le aportamos a las familias, no es un saber absoluto e incuestionable que por demás no existe, sino la capacidad que tengamos para escucharlas, respetarlas, comprenderlas y ayudarlas a comprender, de diferentes maneras, lo que les ocurre. En estos términos, nuestro papel será estimular en la familia lo que ya tiene que no saben que tienen, en lugar de indicarles directamente que hagan lo que tienen que hacer. Cada familia sabe mejor lo que tiene que hacer, el asunto es que podamos ayudarlos a hacerlo de manera más fácil.
Hemos vivido en medio de una tradición lineal que ve los problemas relacionales como unidireccionales de tal forma que lo que padece un individuo generalmente es visto como causado por la acción de otros. Como dice Gregory Bateson: " El pensamiento lineal generará o bien la falacia teleológica (de que el fin determina el proceso) o bien el mito de alguna instancia sobrenatural de control. Lo cierto es que cuando los sistemas causales se vuelven circulares, un cambio en una parte del círculo puede considerarse como causa de un cambio, en un momento posterior "
Usualmente cuando una familia inicia un proceso de ayuda, señala a uno de sus miembros como el culpable de todo lo problemático que están viviendo. Amparados en una concepción lineal, procederíamos a centrar todas las posibilidades del cambio en este individuo, con lo cual, no aportamos nada nuevo a la explicación que trae la familia ni a la solución de sus dificultades.
La visión circular se nos ofrece como posibilidad e invitación a trabajar con el sistema de relaciones de una familia y no con sus individuos aislados. una relación es siempre un producto de doble descripción. La relación no es interior a la persona individual. No tiene sentido hablar de "dependencia", "agresividad", "orgullo", Todas esas palabras tienen su raíz en lo que ocurre entre personas esa explicación, que desplaza la atención del campo intrapersonal a un artificioso instinto interior es un gran disparate que no hace sino ocultar los verdaderos interrogantes. Visto así, el trabajo con la familia se orienta a que sus integrantes comprendan cómo las acciones u omisiones de cada uno y la conexión de todas sus conductas, refuerzan el problema y cómo modificarlas para construir entre todos, la solución a éste.
Además, cualquier problema en el que se pueda identificar la familia como actuante, debe verse desde una perspectiva más amplia que vincule a todos sus miembros y en muchos casos, a la familia con otras estructuras organizativas sociales que tienen la función de apoyarla en el cumplimiento de sus funciones y en la satisfacción de sus necesidades.
Problemáticas agudas como la delincuencia, la drogadicción y la violencia surgen a partir de las debilidades en el tejido interconectivo entre la calidad de la familia y su acceso a servicios de gratificación apoyo a sus requerimientos como grupo e individuales de sus miembros. Por esto, algunas veces el trabajo con las familias amerita intervenciones conjuntas de una red de instituciones, servicios y programas que permitan un abordaje más integral.
La visión de profundidad implica que establezcamos, cómo se ligan las instancias individuales, familiares y sociales, puesto que todas son interdependientes y en alguna medida están presentes en la problemática particular de una familia.
El reto que tenemos es el de establecer con cada familia una relación cooperativa evitando las posturas verticales de otros roles asistenciales basados en concepciones positivistas – lineales.
Cuando asumimos una actitud instructiva de decirle a las familias qué, cómo y cuándo hacer algo para resolver lo que les preocupa, estamos adoptando una postura basada en la premisa estratégica según la cual, la comunicación opera como el medio principal para que cada individuo influya en las acciones de los demás. Esto implicaría que los Trabajadores Sociales actuemos como sabelotodos, escojamos cada palabra con sumo cuidado, la incluyamos en la conversación en el momento oportuno y nos aseguremos que su contenido sea entendido y asimilado tal y como lo esperaríamos. En esta perspectiva podríamos decir que asumimos un papel manipulador en tanto esperamos que la familia haga lo que le indicamos y de no hacerlo, la catalogamos como poco comprometida en el proceso.
Es inevitable que nuestras propias dimensiones personales, es decir, las actitudes, creencias, valores, estilo interpersonal y relatos personales, estén presentes en la dinámica de la relación que establecemos con las familias. Por esto, la intervención instructiva que hagamos nos pondrá ante el inminente riesgo de responder mas a nuestros perfiles individuales que a los requerimientos específicos de ellas.
La formulación de preguntas a cada uno y a todos los integrantes de las familias que acuden a procesos de orientación y asesoría, tiene unos efectos muy importantes en ellos, en tanto los lleva a generar nuevas respuestas frente a las situaciones que han definido como problemáticas.
Las preguntas le permiten al profesional mantener una postura más respetuosa que los comentarios, las interpretaciones y las prescripciones directivas que éste puede emitir. Dichas preguntas deben referirse a las pautas de interacción que comparten entre sí los miembros de la familia. Cada pregunta se convierte en una apertura que desplaza la atención de lo que sucede en cada individuo a lo que ocurre entre todos los implicados en la situación, inclusive, agentes externos a ésta. El Trabajador Social debe preguntar sobre las experiencias vitales de la familia en la medida en que se vincule con sus problemas y con el contexto social en el que transcurre su vida.
Tomando como referencia el principio de la comunicación humana según el cual "el que escucha y no el que habla es quien determina el significado de una expresión", hay que tener presente que con solo decirle a una familia lo que debe hacer, no necesariamente es lo que hará. Cada familia asimila y construye según su propia lógica lo que hace y cómo lo hace, a partir de lo que descubra o comprenda en la relación de cooperación con el Trabajador Social.
Es preciso desde esta óptica, quitar peso a nuestro papel como instructores confiados plenamente en nuestra capacidad de influir sobre las conductas y los marcos valorativos de las familias que nos consultan. Esta postura se basa en el principio de generación recursiva que plantea que cada sistema se alimenta a sí mismo, por consiguiente, no se puede determinar ni analizar con total certeza cómo se introduce el cambio.
Las preguntas permiten no sólo que el trabajador social observe el dialogo entre los miembros de la familia, sino que ellos mismos se escuchen y conozcan maneras de pensar mutuas que, a lo mejor, ni sospechaban.
Los miembros de la familia no necesariamente tienen que estar presentes para ser respetados y comprendidos. A los que están y participan directamente del proceso, se les hacen preguntas para que se pongan en el lugar de aquellos; se les pregunta por ellos, lo que hacen, lo que les preocupa, lo que expresan frente al problema, lo que dirían, lo que aceptan, lo que estarían dispuestos a hacer con miras a la búsqueda de soluciones, etc. De esta manera, la conversación y, por lo tato el proceso de orientación o asesoría, los incluye y los considera, no en términos excluyentes, sino como partes fundamentales en éste.
El diálogo del Trabajador Social con la familia ha de ser promovido por la curiosidad el interés, y la empatía, sobre la creencia de que la gente es capaz y requiere comprenderse a sí misma, lo que le acontece y cómo se afecta recíprocamente con su entorno vital. Esto se opone a la postura paternalista que imperó por mucho tiempo en el ejercicio de nuestra profesión influenciado, lógicamente, por el modelo de desarrollo imperante.
En nuestro trabajo con la familia, día a día, estamos ante la necesidad de saber distinguir a quién le preguntamos, qué preguntamos y cuál es el sentido que se va construyendo en la cadena de preguntas y respuestas. No se trata de preguntar para satisfacer una curiosidad o para llenar un formato estandarizado que requiere la institución, sino de crear en el diálogo consensos para incorporar nuevos contenidos respecto a lo que cada uno espera de los otros en el contexto íntimo de la familia.
Preguntar, observar y escuchar, nos permite ser más coherentes en lo que pensamos de la familia como sistema auto-organizado, a diferencia de la postura basada en indicaciones sobre qué hacer, como si se tratara de un grupo determinado por instrucciones provenientes del exterior.
Nos damos permiso de preguntarnos y de preguntarle a la familia, de tal forma que en la conversación emergen preguntas que introducen respuestas y con ellas, nueva información que es, precisamente, la que hace la diferencia y la que propicia el cambio.
Las preguntas acerca de cómo se retroalimentan las conductas de los miembros de la familia, particularmente en relación con la situación problemática, tienen el efecto de ponerla como observadora de sus propios pensamientos, emociones, creencias, comportamientos interconectados, posibilitando la diversidad de puntos de vista que, a simple vista, pueden parecer contradictorios, pero que, en el dialogo compartido sobre ellos, pueden captar de qué manera se complementan, se refuerzan y, por consiguiente, podrán definir cómo modificarlos si les están suscitando dificultades. Así, la familia no deposita en un solo individuo la responsabilidad del cambio sino que comprende lo que cada uno ha de hacer para lograrlo.
La definición del problema desde la familia y el diagnóstico de la familia
Teóricos como Gregory Bateson, para quien el "mapa no es el territorio" y constructivistas como Von Glazersfeld y Humberto Maturana, sostienen que cada uno de nosotros vive en un mundo de experiencia privada y que las palabras y frases que cada individuo y cada familia utilizan, son expresiones de diferentes mundos de experiencia. Esto nos lleva a aceptar que "… la definición de un problema es muy relativa y depende de los significados construidos socialmente a través del dialogo y la interpretación de las acciones en un contexto relacional"
El diagnóstico de las familias en Trabajo Social ha estado ligado a una postura realista en la que, al situarnos, decimos: en esa familia lo que ocurre es y seguidamente le atribuimos una categoría que la clasifica como funcional o como disfuncional, según responda o no a cánones culturales y/o teóricos que concebimos como ideales, desconociendo así, que cada familia construye unos patrones que no siempre son sentidos por ella de la misma forma que los cataloga el profesional
Tradicionalmente hemos mirado a la familia basados en nuestros modelos normativos y si se alejan de éstos, trazamos una intervención que, a nuestro modo de entender, iría a enrutar a la familia hacia el cauce del que se estaba desviando. Ahora, en esta postura, tratamos de armonizar con las familias sin forzarlas y estableciendo con ellas diálogos que le permitan, en su propia dinámica, modificar lo que les hace daño.
Desde la postura constructivista hemos de proceder con mayor recato en tanto nos ubicamos como observadores que describimos lo que percibimos. Admitimos que dos profesionales ante una misma familia, pueden explicar a su manera, inclusive diferente a como lo haría la familia, lo que le sucede a ésta. En este punto, conviene retomar el concepto que propone Heinz Von Foerster sobre la Pregunta indecible, es decir, "aquella en la que no hay forma de aseverar quien tiene la razón y quien se equivoca".
Una propuesta más estética nos lleva a reemplazar nuestra tendencia a centrarnos en lo problemático, lo dificultoso, lo que hace falta, por la generación de nuevas salidas, el descubrimiento o la invención de fortalezas y alternativas que posee cada uno y la familia en su conjunto. Vista así, ésta es una práctica renovadora en nuestra labor en cualquier marco institucional en el que estemos. Se trata no de prejuzgar la naturaleza del problema que aqueja a una familia sino llegar con ella a la redefinición de los problemas.
Cuando una familia tiene dificultades que la llevan a considerar la posibilidad de participar en un proceso de asesoría profesional, conviene que los Trabajadores Sociales tengamos en cuenta y observemos de qué manera cada integrante influye en los demás, en sus transacciones recíprocas, creando pautas que fortalezcan o limiten la visión que cada cual tiene de sí mismo y de los otros.
El problema de una familia es una construcción que han hecho sus miembros de un significado que no les gratifica y que los tensiona. Es necesario concebir la familia como un contexto interpersonal en el que cada uno desarrolla la idea de sí mismo, del mundo y se traza unas expectativas respecto a los otros.
Así, damos cabida e importancia a las descripciones múltiples y a los significados diversos de la familia evitando encasillarla en un diagnóstico que siempre va enfocado a poner el énfasis en el déficit familiar. Debemos partir ante todo de reconocer las expectativas de mejoría y cambio que trae la familia. No somos los profesionales quienes las trazamos desde nuestra perspectiva valorativa y emocional, ni quienes determinamos quién, qué y por qué cambiar a la luz de un mapa teórico. Es en la experiencia compartida con la familia donde surgen sus propias iniciativas de cambio.
Hasta hace muy poco, el empeño de los Trabajadores Sociales en el estudio social que hacíamos de las familias vinculadas a programas de atención en salud, educación, rehabilitación, participación comunitaria y bienestar social en general, estaba centrado en indagar el pasado con la idea, no del todo equivocada, que sólo así era posible ubicar en su historia las causas de sus dificultades actuales.
Si bien, esta forma de abordar la familia puede ser esclarecedora y modificar en alguna medida la cosmovisión y la conducta de ésta, también muy probablemente conduce a la autojustificación que la convierte en una víctima de las circunstancias o de lo que pudo ser y no fue. El pasado suele ser azaroso, máxime si se le revisa con el ánimo de encontrar en él, el origen de los problemas.
La propuesta desarrollada a la luz del Constructivismo, nos pone frente al reconocimiento de que las tres dimensiones del tiempo tienen su significado en el proceso de cambio de la familia: El pasado se puede considerar como fuente de explicaciones posibles para organizar el futuro; el presente, como espacio de reflexión y diálogo en el que se conectan pasado y futuro. Es en el presente donde la familia está viviendo la situación problemática que la tiene confundida y que la ha llevado a buscar ayuda.
Como lo afirma el reconocido terapeuta Italiano Luigi Boscolo "…todos los problemas (por los que consulta una familia) son problemas del presente. Por eso un paso preliminar… (en la intervención con la familia) consiste en hacer presentes los problemas y, con ellos, las soluciones posibles. Para hacerlos presentes es necesario un presupuesto fundamental: que el pasado y el futuro se puedan trasladar al presente. Que se pueda re-crear un pasado y re-crear un futuro"
Hablar de futuro con la familia, no es pensar en lapsos prolongados de tiempo. Se trata de ver el futuro como tiempo posible, como tiempo vigente y, a la vez, modificable, como instancia iluminadora de nuevas y deseables alternativas de interacción en la familia. Es en el fluir constante del futuro, en el que es posible construir soluciones, nuevas opciones de relación, renovados significados de lo que ocurre, en definitiva, alternativas para vivir mejor.
Retomando la propuesta del Pedagogo brasileño Paulo Freire, la potenciación del futuro se puede entender como el proceso en el que las familias desarrollan un mayor sentido de sus propios méritos y confianza en sí mismas y comprenden que tienen posibilidad de influir más activamente en la construcción de nuevas relaciones intra y extrafamiliares más benéficas. Así, la familia se sentirá dueña de su propio destino y actuará como sujeto de su experiencia.
Nos trasladamos, entonces, del empeño por comprender lo que sucedió y quién tuvo la culpa, a poner el acento en lo que la familia puede hacer para enfrentarlo, prevenirlo y manejarlo la próxima vez que ocurra. De esta forma podemos entender que el paso fundamental que da la familia para superar sus tensiones, es asumir su responsabilidad respecto a lo que le ocurre y a lo que desea que le pase.
Conclusiones
El Trabajador Social en Cuba necesita mucha habilidad para generar estrategias de trabajo interdisciplinario que involucren a todos los integrantes del sistema familiar y social y así potencializar la estabilidad y el cambio de la familia que, como institución, sigue su curso en la historia.
Cada profesional, al establecer relación con una familia, inicia con ella un recorrido para descubrir posibilidades que tengan sentido para ella y que la asuman como ente activo, capaz de procesar la información que le llega, para derivar de ésta, alternativas de solución a sus dificultades.
En la medida en que relativicemos nuestras nociones y posiciones, generamos la posibilidad de construir reglas más apropiadas para el encuentro con la familia que no estén basadas en la noción de patología, sino que tengan como norte la noción de transformación, es decir, la resignificación de las historias familiares que han sido definidas como problemáticas por ellas mismas.
Retomando a Romero, puede decirse que "La idea de la incertidumbre y la complejidad de la que somos parte… demanda la conciencia que como profesionales en ciencias sociales, debemos trabajar con el desorden y la incertidumbre, lo que implica desarrollar un pensamiento creador y complejo, …para comprender los procesos sociales que se generan en tales circunstancias"
Dejo a discreción del lector definir cómo y en qué medida incorporar estos elementos en su labor, teniendo en cuenta sus propias preferencias, habilidades y las características del contexto social e institucional en el que efectúa su práctica profesional. Tengo la convicción de que la postura, a la que me he referido como constructivista, puede resultar aplicable y útil para repensar los métodos de intervención con individuos, grupos, comunidades y organizaciones.
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Autor:
Anabel Rodríguez Pérez
Profesión: Licenciada en Comunicación Social.
Especialista en Trabajo Social.
Especialista de la Dirección provincial de Trabajo Social en Pinar del Río, Cuba.