La traducción y sus discursos: Apuntes sobre la historia de la traductología
Enviado por César Agustín Flores
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A principios de la década de 1970, Michel Serres explora el concepto de traducción. En Hermès III. La traduction, Serres, con su capacidad para concebir nexos entre disciplinas y épocas, sostiene que la traducción es la operación básica en el ámbito de los textos. En ese libro denso y por momentos hermético,1 Serres afirma que hay cuatro operaciones básicas en los procesos de conocimiento: la deducción en el ámbito lógico–matemático, la inducción en el de las ciencias empíricas, la producción en el de la técnica y la traducción en el de los textos. "Sólo hay filosofía de la –ductio". Serres define la traducción como toda transformación que conlleva cierto grado de invariancia. Sostiene que la ciencia consiste en el conjunto de los mensajes invariantes en toda situación óptima de traducción; cuando no se alcanza este máximo, se está ante alguna de las demás áreas culturales. La traducción atravesaría, pues, los campos más diversos, desde el saber científico y su historia hasta las artes, pasando por la filosofía. De ahí el interés de estudiar la operación de traducir, no en abstracto, sino a través de las transformaciones concretas que produce (Serres 1974: 11).
Con esta mirada amplia sobre el concepto de "traducción", Serres parece anticiparse en décadas al impulso transdisciplinar que se da en la investigación sobre la traducción. Tras años de reivindicar la especificidad de la disciplina y su objeto, los traductólogos comenzaron a insistir en la porosidad de los límites disciplinares, así como en la necesidad de prescindir de definiciones demasiado estrechas de la traducción. O, incluso, de toda definición a priori de traducción.
Algunas de las claves de este texto se hallan en las conversaciones que Serres mantuvo, años más tarde, con Bruno Latour, y que fueron recogidas en Éclair- cissements. En una de ellas, Serres afirma que no busca establecer un sistema, sino una sírresis, es decir, "una confluencia móvil de flujos; turbulencias, deslizamientos de ciclones y de anticiclones, nudos de paja, la danza de las llamara- das". (Serres 1994: 28)
En la actualidad, gran parte de especialistas e investigadores suscribirían la idea de que los recientes cambios en el mundo contemporáneo (globalización, interculturalidad, comunicación transcultural en la web) vuelven obsoletos los conceptos tradicionales de traducción. Como consecuencia de ello, sostienen que es preciso ir más allá de los límites tradicionales de la disciplina e "inaugurar un campo de investigación transdisciplinar que tenga a la traducción como herramienta interpretativa y operativa".2
A pesar de los evidentes ecos entre estas afirmaciones y algunas de las de Hermès III, la vinculación es aparente, pues las hipótesis de Serres respecto de la traducción están fechadas. Si bien aborda configuraciones dispares y extendidas en el tiempo, Serres tiene como horizonte un hecho contemporáneo al que se refiere una y otra vez en Hermès III: el descubrimiento del mecanismo de duplicación del ADN por los científicos franceses François Jacob y Jacques Monod, a cuyo pensamiento en el campo de la biología dedica los dos primeros capítulos del libro. Este modelo de transmisión de información por transcripción-traducción, que vino a completar el descubrimiento de la estructura del ADN realizado por los británicos James Watson y Francis Crick, encuentra en El azar y la necesidad de Monod (1970) su glosa filosófica, la filosofía natural que conviene a las nuevas hipótesis de la genética. Unidireccional y con un contenido invariante: así caracteriza Monod la "traducción" del ADN. Esta caracterización, que Serres retoma para su "operación de traducir", se acerca notablemente a la que propone, también en la década de 1970, la que más tarde sería conocida como "escuela traductológica de Leipzig".
La idea de invariante, de lo que permanece a pesar de los cambios (el ADN en la biología, un elemento o valor de un texto en la traducción) marca las primeras reflexiones con aspiraciones de cientificidad sobre el tema, pues el problema de la equivalencia preside los debates traductológicos desde fines de la década de 1950 hasta la de 1980. Equivalencia comunicativa según Albrecht Neubert y otros teóricos de Leipzig; equivalencia formal y equivalencia dinámica según Eugene Nida; equivalencia funcional según J. C. Catford; equivalencia estilística según los pioneros Jean Vinay y Jean Darbelnet: otras tantas formas de abordar un problema que solamente se vuelve visible cuando la traducción se coteja con su texto fuente en busca de similitudes. De los esquemas de los traductólogos de Leipzig3 al impresionismo con el que algunos traductores definen una buscada equivalencia de efecto, sin precisar para qué lectores ni con qué medios discursivos concretos, se trata en todos los casos de identificar lo comparable, lo reproducible.4 Tanto en el sentido amplio y metafórico de Serres como en el sentido restrictivo de Neubert, Nida, Catford, Vinay o Darbelnet, el concepto de traducción implica así un cambio que entraña un núcleo sin alteración. Dicho de otro modo, la obtención de lo semejante a partir de lo diferente.
Ver, entre otras posibles referencias recientes a la eficacia explicativa del concepto de traducción en diferentes campos disciplinares, el número cero de la revista TRANSLATION, de 2011, en cuyo editorial de presentación se despliega el siguiente programa: "La traducción está convirtiéndose en un poderoso instrumento epistemológico para leer y evaluar el intercambio cultural. Se trata de una nueva era, en la que la reflexión traductológica busca "nuevas palabras" para hablar de la traducción, con el fin de establecer un diálogo con toda área de indagación en la que la traducción ocupe implí- cita o explícitamente una posición conceptual, ya sea central o periférica".
Este es el esquema de las tres etapas que propone Otto Kade, traductólogo de Leipzig (tomado de Jung, 2000), donde E = emisor; TO = texto original; R = receptor; CC = cambio de código; TM = texto meta. Obsérvese la unidireccionalidad de la flecha.
Si bien ha habido reflexión en torno a la traducción desde la Antigüedad, de Cicerón a Borges, pasando por Lutero y Walter Benjamin, así como por los trabajos eruditos sobre las versiones de los textos antiguos, hay un momento en que el discurso sobre la traducción pasa a tener en el ámbito académico una apelación, una etiqueta que le otorga cierta unidad disciplinar y la distingue de otras disciplinas, como la lingüística y la literatura comparada. En cuarenta años, la traductología pasó de la militancia por la afirmación científica a la paulatina búsqueda de una transustanciación. En todo caso, sorprende la abundancia de la discursividad traductológica; la autorreferencia es frecuente, e incluso ya se han publicado obras en las que quedan registrados sus cambios, "giros" o "paradigmas", según los autores. Uno de los textos fundadores, como se verá enseguida, es un texto de la década de 1970, precisamente "Nombre y naturaleza de la traducción", cuyas palabras finales: "Que la metarreflexión comience", parecen haber funcionado como un mandato (o como un mantra).
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A "Nombre y naturaleza de los estudios de traducción", ensayo del poeta y traductor James S. Holmes, se le reconoce un carácter fundacional.5 El peculiar destino del texto de Holmes se corresponde con la aparición, la difusión y la institucionalización académica de la traductología. Tras presentarse en un congreso de lingüística aplicada en 1972 y permanecer inédito hasta 1987, se ha reeditado desde entonces varias veces. En "Nombre y naturaleza de los estudios de traducción", la forma de razonar sobre los alcances y las incumbencias de la nueva disciplina es heurística, y revela a la intención de qué lector fue escrito.
Quizá la exposición que aborda de manera más innovadora la idea de invariancia se encuentra en la obra del eslovaco Anton Popovic, autor de un Diccionario de análisis de la traducción literaria, que considera la traducción como un caso particular de lo que denomina "continuidad intertextual": la producción de un metatexto que se "modela" a partir de un prototexto, con el que mantiene una relación de homología, tal como ocurre también con el plagio, la imitación, el comentario o la parodia (1976: 225-226, 232). Popovic distingue cuatro tipos básicos de equivalencia (en el plano léxico, el gramatical, el estilístico, y el de la estructura textual), y sostiene que, dentro de un siste- ma de comunicación literaria, la traducción es un proceso en el que se dan tanto "desplazamientos expresivos", desviaciones que comportan pérdidas o ganancias de sentido, como la transferencia de un "núcleo invariante" de "elementos semánticos estables, básicos y constantes" (1976: 11, 16, 132- 133). Este núcleo invariante intertextual sería el que conecta el original con su traducción (o tra- ducciones). Sin embargo, a diferencia de lo que solía pensarse, Popovic ya no considera que la gran mayoría de "desplazamientos" se deban a errores o distorsiones, o sean el resultado inevitable de
las diferencias entre lenguas, sino que forman parte de la misma práctica de la traducción, sea por imperativos relacionados con factores estéticos e históricos, sea en razón del "proceso creativo" que implica el acto traductor individual (1970: 81). Vale la pena recordar que, más tarde, en Palimpsestes (1982), Gérard Genette incluirá a la traducción dentro de las prácticas literarias de segundo grado, aquellas que parten de un texto A, llamado "hipotexto", para llegar, a través de operaciones de trans- formación, a un texto B, llamado "hipertexto".
Una de las últimas ediciones, quizá la más difundida, es James S. Holmes, "Name and nature of translation studies", en Lawrence Venuti (ed.), The Translation Studies Reader, 2000 ("Nombre y naturaleza de los estudios de traducción", mimeo).
La referencia al momento utópico que, para Holmes, marca el nacimiento de toda disciplina;6 la discusión sobre su posible de- nominación, la propuesta de un enfoque descriptivo a distintos niveles que proporcione una base empírica y sistemática de conocimiento,7 y la cuidadosa clasificación de sus posibles y diferentes ramas puras y aplicadas, todo ello refleja el sesgo cientificista (en la acepción original, decimonónica, del vocablo) que adopta el pensamiento entonces dominante en los incipientes estudios de la traducción y el traducir, sesgo que suele tener como correlato la aridez de los textos de la época. Pese a que Holmes rechaza de manera explícita que los "estudios de traducción" puedan calificarse de "ciencia" en el sentido en que lo son las ciencias naturales y reconoce que apenas se está en los prolegómenos de cualquier teoría rigurosamente merece- dora de tal nombre, su uso de la obra de Carl Hempel, que enfatiza la distinción entre la dimensión observacional y la dimensión teórica del saber científico, lo lleva a postular, junto con el enfoque descriptivo, la posibilidad de alcanzar una "teoría general de la traducción", capaz de "explicar y predecir todos los fenómenos que entran dentro del ámbito de la traducción", teoría que debería estar formalizada "en grado sumo" (2000: 73). Cuatro décadas después, esta ambiciosa parte de su programa no se ha cumplido y es dudoso que pueda cumplirse, pues ya no se piensa que una teoría así sea posible, o siquiera deseable.
Ni las disquisiciones propias de lo que podría denominarse el paradigma lingüístico de la traducción,8 con su creencia en la estabilidad del significado, ni el didactismo basado en la noción intuitiva de "fidelidad" que sigue siendo un tópico en la enseñanza de la traducción, ni el mapa disciplinar propuesto por Holmes agotan el discurso sobre la traducción de la década de 1970. En 1975, George Steiner publica After Babel (Después de Babel, 1980), una obra que ha tenido una honda influencia entre traductores y comparatistas, y cuya perspectiva sobre la traducción es radicalmente distinta de la lingüística. La idea de Steiner de que la traducción consiste en lo esencial en un acto hermenéutico, implícito también en todo acto de comunicación,9 es deudora, como él mismo apunta, de una tradición fenomenológica que se remonta al romanticismo alemán. La originalidad de este extenso ensayo no radica tanto en esta idea motriz en sí misma como en la manera de iluminarla y profundizarla. Steiner sopesa una multiplicidad de problemas y argumentos de la filosofía y la antropología del lenguaje, revisa la historia de las ideas sobre la traducción desde la Antigüedad, y recurre a numerosos ejemplos de la historia y la crítica literarias. En cuanto a la posibilidad de una "teoría general de la traducción", su posición es exactamente opuesta a la de Holmes, ya que Después de Babel intenta mostrar que no puede existir en ningún sentido estricto o pertinente una teoría semejante.
Holmes elige una reveladora cita de un texto que entonces tenía amplia difusión, The Scientific Community (1965), del sociólogo W.O. Hägstrom; según Hägstrom, las "utopías explícitas" sirven para "legitimar" las pretensiones de las disciplinas emergentes y para que los investigadores "se identifiquen" con la nueva comunidad disciplinar.
Afirma Holmes: " quizás sea apropiado considerar primero los estudios descriptivos de traducción, como rama de la disciplina que mantiene constantemente el contacto más estrecho con los fenómenos empíricos en estudio. Parecería haber tres tipos principales de EDT, que, según su focalización, pueden dividirse en orientados al producto, orientados a la función y orientados al proceso". (mimeo)
Se toma la expresión "paradigma lingüístico" de Holger Siever, cuya reciente historia de los estudios de traducción en el contexto germanohablante se articula como una sucesión de paradigmas, esto es, como una sucesión de cambios y rupturas en los supuestos básicos de la disciplina (Siever 2010).
"La "traducción", entendida en sentido propio, es un segmento especial del arco de la comunicación que todo acto verbal efectivo describe en el interior de una lengua determinada. Cuando están en juego varias lenguas, la traducción planteará problemas innumerables y cuyo tratamiento resulta manifiestamente arduo; pero esos mismos problemas proliferan, aunque disimulados o relegados por la tradición, en el interior de una sola lengua. El modelo "emisor a receptor", que actualiza todo proceso semiológico y semántico, es ontológicamente equivalente al modelo "lengua-fuente, lengua- receptora", empleado en la teoría de la traducción. En ambos esquemas existe "en medio" una opera- ción de desciframiento e interpretación, una sinapsis o una codificación y descodificación. Cuando dos o más lenguas se articulan entre sí los obstáculos serán más considerables y la búsqueda de la inteligibilidad será mucho más calculada. Pero los "caminos del espíritu", para emplear la frase de Dante, son rigurosamente semejantes. Como lo son, según veremos, las causas más frecuentes de un malentendido o, lo que es lo mismo, de fracaso de la traducción. En suma: dentro o entre las lenguas, la comunicación humana es una traducción. Un estudio de la traducción es un estudio del lenguaje". (Steiner [1975] 1980: 67)
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En la década de 1980, el estudio de la traducción en el medio universitario comienza a basarse en lo posible de la cultura receptora, con independencia de la adecuación del texto traducido a su texto fuente u "original". Para que esta tendencia surgiera y se consolidara, fue importante concebir la teorización sobre la traducción de manera menos normativa que en el período precedente, esto es, no tanto como el conjunto de las respuestas posibles a la pregunta sobre cómo hay que traducir o en qué consiste la equivalencia, sino más bien como un despliegue de herramientas aptas para analizar las traducciones efectivamente existentes.
Una de las consecuencias de esta nueva mirada fue el impulso descriptivo previsto en aquel texto fundante de Holmes y que, a su vez, acompañó la incepción y la propagación de dos corrientes traductológicas de la época: la "escuela de la manipulación" y la teoría de los polisistemas. También para esta etapa hay un texto–manifiesto: "Los estudios de traducción y un nuevo paradigma", introducción que Theo Hermans escribe para el volumen The Art of Manipulation: Studies in Literary Translation, en el que se anuncia la existencia de un grupo de investigadores con una visión diferente de la traducción y que, más que una doctrina, comparten un fundamento común para la discusión.10 Se trata de investigadores alejados de la lingüística aplicada, con métodos y preocupaciones que proceden de la literatura comparada, la mayoría de los cuales, no por casualidad, provienen de (o escriben en) países de lenguas recientemente declaradas nacionales o lenguas nacionales con pocos hablantes, según la tipología que propone Pascale Casanova para entender la desigualdad entre los intercambios traductores: Israel, los Países Bajos, la Bélgica flamenca (Casanova 2002: 9).11
Durante el predominio de este giro cultural en los estudios de traducción, las hipótesis vinculadas con la equivalencia y el problema del tertium comparationis se relegan en beneficio de otras, atentas a las normas y las instituciones que rigen el ejercicio de la función traductora en un determinado espacio cultural. Si el problema de la equivalencia marcaba la tensión que liga a la traducción con el texto fuente y que impone una adecuación, ahora se señala otra tensión, la de la aceptabilidad del nuevo texto en la cultura de acogida. Este giro acompaña el éxito de la expresión misma estudios de traducción, como eco de otros estudios de que se multiplican en aquella década, y acompaña, también, la tendencia a abandonar el cotejo entre traducción y texto fuente, para volcarse a interrogar la función que los textos traducidos desempeñan en su interacción con las producciones vernáculas.
"Lo que comparten es una visión de la literatura como sistema complejo y dinámico; la convicción de que hay una interacción continua entre los modelos teóricos y los estudios prácticos de casos; un enfoque de la traducción literaria que es descriptivo, orientado al producto, funcional y sistémico; y el interés por las normas y restricciones que gobiernan la producción y recepción de las traducciones, por la relación entre traducción y otros tipos de procesamiento de textos, y por el lu- gar y el rol de la traducción tanto dentro de una literatura determinada como en la interacción entre literaturas". (Hermans 1985: 10; traducción de PW)
Roberto Bein razonaba en 2003 que algunas de las hipótesis de la teoría de los polisistemas debían revisarse. Entre ellas, la concepción gestáltica de las literaturas nacionales (un todo teórico, propio de las literaturas fuertes y antiguas, que las literaturas jóvenes sólo pueden alcanzar mediante la traducción que las completa), y la unidireccionalidad de la traducción y sus efectos, que ya no puede sostenerse en el mundo globalizado. (Bein 2003: 350)
Por fuera de esta corriente, por fuera del ámbito universitario y por fuera, también, del cada vez más hegemónico espacio anglófono en traducción, Antoine Berman escribe en francés algunos de los textos más lúcidos de la década. Década que él cierra en 1989 con la reedición en la revista Meta de su ensayo "La traducción y sus discursos", donde además de enumerar y definir una serie de tareas propias de la traductología tal como él la entiende, ataca el "descriptivismo" y el "objetivismo" que atribuye a las corrientes entonces en boga en la academia. En nombre de la exhaustividad, estas corrientes errarían el meollo de la traducción y serían incapaces de ver la relación que algunas grandes traducciones, como todo gran arte, mantienen con la verdad (Berman 1989: 4). Con su prosa por momentos oscura y recursiva pero siempre bella, Berman da una definición posible de la traductología: la reflexión del traductor sobre la naturaleza de su experiencia. Luego de esta definición laxa y a la vez pro- fundamente restrictiva -pues excluye entre los enunciadores de discurso traductológico a quienes no sean traductores-, Berman pasa a enumerar las tareas a las que debería abocarse la traductología como disciplina. Una de ellas es la recuperación de la dimensión histórica de la traducción. Esa tarea está vinculada con la temporalidad de las obras, las lenguas y las culturas y abre a un estudio de carácter histórico, que consiste en escribir la historia de la traducción en las áreas en las que ha constituido uno de los factores fundamentales de la constitución de las lenguas y las literaturas. En el último de sus libros, Pour une critique de traductions: John Donne, publicado póstumamente, Berman intenta responder a la pregunta:
¿cómo hacer una crítica de traducciones sin caer en la prescripción, sin adoptar una mirada normativa, cuyo punto ciego son los supuestos mismos que la sustentan? Berman propone cuatro aspectos de ese "esbozo de método". En primer lugar, es preciso ir en busca del traductor, no con el afán de reconstruir su vida, sino con el fin de saber qué lee, qué otras actividades tiene, además de la traducción, de qué lenguas traduce, qué géneros literarios traduce habitualmente. Luego de esta busca, en segundo lugar, está la determinación de la posición traductiva del traductor, respuesta a la pregunta: ¿cómo deja hablar en él los discursos de la doxa sobre la traducción, las concepciones doxales sobre la traducción y el traducir? Estas concepciones no anulan ni atenúan lo que Berman llama la "pulsión por traducir". En tercer lugar, habría que precisar el proyecto de traducción, es decir, la intersección entre la posición traductiva y las exigencias concretas que plantea la traducción de una obra determinada. En este sentido, Berman sostiene la importancia de los prólogos, las notas al pie, las versiones bilingües y los modos de traducir, en cuya indagación se advierte la concepción bermaniana sobre las relaciones entre sentido y letra en la traducción y su rechazo a la noción de equiva- lencia. En este esbozo de método, el último elemento a determinar es el horizonte de traducción, que podría definirse como el conjunto de parámetros lingüísticos, literarios, culturales e históricos que determinan el sentir, el pensar y el actuar de un traductor. Parte de este horizonte es la existencia o no de traducciones anteriores de una obra. Las versiones anteriores están en el horizonte del traductor. Retomando una de las tareas que en 1989 propone para la traductología (aquella vinculada con la temporalidad y la historicidad de los actos de traducción), Berman afirma en Pour une critique…: "Un traductor sin conciencia histórica se convierte en prisionero de su representación de la traducción y de las representaciones que transmiten los "discursos sociales" del momento" (Berman 1995: 81).
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El giro cultural es propicio para que se crucen con la traducción las hipótesis del feminismo, el psicoanálisis y los estudios poscoloniales, sobre todo a partir de la década de 1990. En esta segunda fase del giro cultural, la prelación del texto fuente termina por difuminarse frente a la autonomía que se reconoce a su traducción (o traducciones). El punto de vista derridiano de que los textos carecen de un sentido estable y último, y están sujetos siempre a nuevas, múltiples y potencialmente ilimitadas lecturas, y de que los textos y los contextos son indisociables, se concreta en una radical impugnación de las nociones convencionales de "original" y "traducción": ambos textos tendrían una existencia independiente.12 Cuando se acepta esta inestabilidad del sentido, la idea misma de "manipulación" se disuelve, pues ¿cómo podría una versión manipular un texto que no es más que otra versión? En esta misma línea apareció, ya en el presente siglo, el giro ficcional en traducción, según el cual en las ficciones con traductor (las hay en todas las lenguas y en todas las tradiciones literarias) habría que buscar no sólo las representaciones que tiene una sociedad determinada de la práctica traductora, sino también una historia posible y ya inscripta de la traducción. La literatura, una vez más, sería el emplazamiento de verdades que la teoría aún no alcanza a formular.
También recientemente, la sociología de la traducción ha tomado el relevo de las distintas perspectivas culturalistas. Basada sobre todo en los trabajos de Pierre Bourdieu, la perspectiva sociológica arroja una luz indispensable para comprender la circulación de traducciones a escala mundial o local. Por limitarse a las instituciones y a los agentes que intervienen en los circuitos de producción y difusión de la literatura y de las ideas, este enfoque tiene por efecto y, muchas veces, por objetivo explícito, dejar de lado las consideraciones que parten de los textos mismos. La sociocrítica, por su parte, relaciona las hipótesis sociológicas con el análisis textual de las traducciones y sus textos fuente, centrándose en los procedimientos traductores que son rastro de las tensiones a las que está sometida la práctica traductora. Eludiendo por igual la mirada normativa sobre la traducción y el análisis basado en oposiciones polares como literalidad/libertad, o aclimatación/exotización, la sociocrítica subraya la complementariedad de las perspectivas de corte sociológico (Brisset 2011).
En un texto en el que comenta a Benjamin y fue publicado el mismo año que el volumen editado por Hermans, Derrida sostiene ya que la traducción no es "recepción, ni comunicación, ni representación" de un texto en otra lengua ("Des tours de Babel", Derrida 1985: 165-207). Edwin Gentzler resume del modo siguiente las cuestiones planteadas en su momento por los deconstruccionistas: "¿Qué ocurre si se invierte la dirección del pensamiento y se postula la hipótesis de que el texto original depende de la traducción? ¿Qué ocurre si se sugiere que, sin traducción, el texto original deja de existir, que la propia supervivencia del original depende no sólo de que contenga alguna cualidad particular, sino de las cualidades que contenga la traducción? ¿Qué ocurre en el caso de que la propia definición del significado de un texto no esté determinada por el original, sino por la traducción? ¿Qué ocurre en el caso de que el "original" carezca de una identidad fijada que pueda determinarse estética o científicamente, y cambie cada vez que pasa a ser una traducción? ¿Qué existía antes del original? ¿Una idea? ¿Una forma? ¿Algo? ¿Nada? ¿Podemos pensar en términos de condiciones pre-originales, pre-ontológicas?". (Gentzler 2001: 145)
Justamente, las biografías colectivas de traductores, como la que Alejandrina Falcón propone para los argentinos exiliados en Barcelona durante la última dictadura, trabajan con materiales discursivos que permiten reconstruir la "identidad social" de los traductores, así como las figuras de traductor que han marcado un espacio cultural en un momento preciso (Falcón 2012).
En los últimos años, se ha invocado con frecuencia el tópico de la política de la traducción. De las posibles interpretaciones que puede tener este tópico, merecen mencionarse dos. En primer lugar, en un sentido restrictivo del concepto, todas las formas institucionales de decisión sobre lo que se traduce; por ejemplo, los programas estatales de apoyo a la traducción de libros. Sin embargo, es evidente que las formas institucionales de decisión abarcan mucho más que las políticas públicas, y tienen una dimensión económica relacionada con la estructura de las industrias y los mercados culturales y, en general, con aquellas instituciones y agentes (sean públicos o privados) con poder de disposición sobre la producción y la circulación material de traducciones. En segundo lugar, en un sentido más amplio, la política de la traducción abarcaría el uso del concepto mismo de traducción como herramienta teórica que permite comprender mejor los problemas de nacionalidad, ciudadanía, multiculturalismo y globalización, sin excluir los vínculos entre traducción, violencia y conflicto. En un escenario internacional donde existe violencia estatal sobre grupos que pertenecen a diferentes etnias, religiones o Estados nacionales, la traducción forma parte de "la institución de la guerra" (Baker 2006: 3) y, por ende, cumple un papel fundamental en el manejo de los conflictos, tanto del lado de los beligerantes como de los pacifistas. En síntesis, si en el actual contexto de la comunicación global y transcultural de la web, la traducción ya no puede atenerse a los límites tradicionales del concepto y a la vez se convierte en una noción capaz de dar cuenta de hechos sociales que atraviesan las fronteras lingüísticas, estaríamos ante un giro traductor,13 ya fuera de los límites disciplinares.
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Lejos de la altura olímpica que podría procurarle la postulada capacidad explicativa de los fenómenos contemporáneos, la disciplina que estudia la traducción (traductología, estudios de traducción, o ciencia de la traducción, según diferentes tradiciones idiomáticas) se ramifica en subdisciplinas que, a su vez, bregan por alcanzar un estatus diferenciado. Así pues, están la eco–traductología (!), los estudios de adaptación, los estudios de interpretación y, dentro de estos últimos, los estudios de interpretación comunitaria, entre otros ámbitos de reflexión que van construyendo su objeto desgajado de las primeras definiciones, más inclusivas, y que son motivo de coloquios, encuentros internacionales, seminarios y publicaciones ad hoc. Tal proliferación es prueba de la existencia en varios países de un campo traductológico en expansión, en el que el estudio de las literaturas extranjeras cede terreno día a día frente al avance de los estudios de traducción. Este avance no está exento de contradicciones. El señuelo de una carrera con "salida laboral" atrae a jóvenes en todo el mundo (en un mundo donde el trabajo es un bien escaso y la movilidad social es cada vez más incierta), y se ahonda progresivamente la brecha entre los atraídos por esta concepción instrumental de un campo del conocimiento que, a su vez, conlleva una praxis, y los profesores reencuadrados por la afluencia de estudiantes.
Se toman aquí algunos de los giros que registra y se da para sí la disciplina. Véase un análisis más detallado, que da cuenta de las corrientes que se han ido diferenciando en cada uno de los giros, en Snell-Hornby 2006.
Esto genera dos desplazamientos. En primer lugar, la reconversión de algunos investigadores en literaturas extranjeras e incluso en literatura comparada al campo de los estudios de traducción. Tras años de enseñanza de textos extranjeros traducidos propiciando la ficción de estar leyendo "originales" se vuelcan al momento opaco que entraña toda traducción. El segundo desplazamiento es más significativo y marca, quizás, un anacronismo: por una parte, la difusión de un discurso reivindicativo, más afín a la batalla que al comienzo de la disciplina, que libraron los investigadores del área de la traducción, y que ya no parece justificado por la realidad;14 por otra parte, la "absorción" de polémicas que atañen a las condiciones laborales de los traductores, invocando argumentos inscriptos en un marco que no es el del trabajo académico.
En 1992, Lawrence Venuti establecía un programa político para la práctica de la traducción. Auguraba que la irradiación de los estudios de traducción y el compromiso de los traductores con la reflexión sobre su práctica acarrearían un mejoramiento del estatus del traductor en la sociedad: mejores serían las condiciones de trabajo, más elevada la paga, más visible su labor. En el plano concreto del traducir, la clave para tal promoción es, según Venuti, el abandono de las prácticas de fluidez en traducción y el ejercicio de la traducción resistente, capaz de acuñar neologismos, de rehuir la linealidad de la sintaxis en beneficio de la arborescencia, de provocar saltos pragmáticos en la lectura. Según Venuti, "la fidelidad opositora conlleva claramente un rechazo de la fluidez que domina la traducción contemporánea y favorece una estrategia contraria que bien puede denominarse de resistencia":
Dado que las estrategias de traducción de resistencia eliminan el efecto ilusionista de transparencia en el texto traducido, su implementación conlleva otras consecuencias, igualmente políticas. Por un lado, estas estrategias pueden ayudar a tornar visible el trabajo del traductor, invitan a un reconocimiento crítico de su función político–cultural y a una reevaluación del estatus inferior que actualmente se le asigna en la legislación, la educación y el campo editorial. Por otro lado, las estrategias de resistencia pueden ayudar a preservar la diferencia lingüística y cultural del texto extranjero mediante la producción de traducciones que sean extrañas y provoquen una sensación de extrañamiento, que señalen los límites de los valores dominantes en la cultura de la lengua meta y obstaculicen la domesticación imperialista de un otro cultural que estos valores estipulan. (Venuti 1992: 12)
Según esta hipótesis y este llamado a la acción, el engranaje que conduce al reconocimiento de la función política y cultural de la traducción estaría trabado por una contumacia: la de los traductores al practicar una traducción transparente. Esta práctica tiene como resultado un texto que genera la ilusión de estar escrito directamente en la lengua traductora, acatando aquello que la inmensa mayoría de los editores y otros agentes de la producción editorial esperan del traductor. En una comunicación reciente,15 Venuti cuestiona otro mandato, el que pesa sobre la práctica del subtitulado en la traducción audiovisual: ¿por qué exigirle al traductor que subtitula un tipo específico de adecuación al original, en lugar de apreciar la sustancia "hermenéutica" de su práctica? ¿Por qué no se lee el subtitulado como una interpretación más entre las muchas posibles de los diálogos en una película?
"No es nuevo afirmar que la posición de los estudios de traducción en los estudios literarios es, en el mejor de los casos, marginal. La teoría y la crítica literarias casi universalmente ignoran el fenómeno de la traducción literaria; las historias literarias, incluso aquellas que abarcan más de una literatura nacional, rara vez hacen otra cosa que una mención al pasar a los textos traducidos. Las instituciones educativas, que tienden a privilegiar el estudio monolingüe de una lengua y una literatura, tratan a la traducción literaria con una condescendencia apenas disimulada". (Hermans 1985: 7)
Lawrence Venuti: "The problem of subtitling is a matter of interpretation" ("El problema del subtitulado es una cuestión de interpretación", ponencia presentada en Expliciter, impliciter, coloquio internacional de traducción, Universidad de Lieja, Bélgica, 4 de mayo de 2013).
En la invisibilidad del traductor (Venuti 1995), Venuti sintetiza una estrategia discursiva recurrente y un contexto estético–ideológico que la propicia. En una palabra, halla en la invisibilidad una categoría de mediación entre lo social y la textualidad que prevalece en las traducciones, es decir, entre dos órdenes diferentes. Sin embargo, si su llamado a la traducción resistente resulta plausible a mediados de la década de 1990, no parece plausible en la actualidad que una estrategia traductora sea capaz de redimir al traductor de su lugar de relegamiento. Por otra parte, en ese llamado está implícita una respuesta a la pregunta sobre cómo traducir, que desata discusiones bizantinas y cuyos mandatos contradictorios fueron repertoriados ya en la década de 1980.16
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Como herramienta teórica para comprender los fenómenos contemporáneos, la traducción es ambivalente: a la vez mecanismo de dominación y de liberación, de clarificación y de oscurecimiento, de renovación y de apuntalamiento de las tradiciones, de apertura a los "otros", y de apropiación o expropiación. De ahí la centralidad de la traducción en los procesos de establecimiento de nacionalidades y fronteras, pues es precisamente la transición entre un antes desconocido y un después conocido. Dicho de otro modo, lo foráneo de la traducción es incomprensible y comprensible, incognoscible y cognoscible, extraño y familiar. Es por ello que ya no puede ser concebida en función de un modelo de comunicación de lo equivalente, como querían los traductólogos de Leipzig, sino como el mecanismo por el cual se crea continuidad allí donde lo social se muestra discontinuo (Sakai 2012: 19). El ejemplo que suele darse al respecto es la función de las traducciones en la formación del Estado moderno y las soberanías nacionales.
Las investigadoras Andrea Pagni y Gertrudis Payàs han demostrado en sus trabajos el papel de "sutura" que les cupo a las prácticas traductoras en América Latina, tanto durante la época colonial como en el siglo XIX. En las traducciones que estudian, Pagni y Payàs ven la capacidad de producción de lo diferente y se ubican, pues, en las antípodas de la concepción que articuló las primeras hipótesis traductológicas y en la línea de la perspectiva cultural sobre la traducción. En su estudio sobre la traducción en Chile, Payàs cita las siguientes palabras de Sarmiento, extraídas de un prólogo escrito para una traducción que realizó en el exilio chileno:
Armin Frank formuló de la siguiente manera esos mandatos contradictorios: una traducción debe proporcionar las palabras del original; una traducción debe proporcionar las ideas del original; una traducción debe leerse como obra original; una traducción debe leerse como traducción; una traducción debe reflejar el estilo del original; una traducción debe reflejar el estilo del traductor; una traducción debe leerse como contemporánea del original; una traducción debe leerse como con- temporánea del traductor; un traductor puede añadir u omitir elementos del original; un traductor puede no añadir ni omitir nunca elementos del original; una traducción de versos debe hacerse en prosa; una traducción de versos debe hacerse en verso. (Frank 1984: 203)
Los libros, que son los almacenes del saber, no vienen preparados para nosotros i tales como los necesitamos, es decir, en nuestro idioma, i para la lectura común. Los libros necesitamos hacerlos en casa, y ya que nuestro saber no alcance a crear los conocimientos de que son conductores i propagadores, podemos, vaciando, por así decirlo, en nuestro idioma, los tesones que en este genero poseen otras naciones, hacer nuestro el trabajo de todo el mundo (Payàs 2007: 72).
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