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Mitos e historia (página 4)


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En el Antiguo Testamento se utiliza "hijo" para referirse a los "siervos de Dios", como a los Profetas (P.), los ángeles o a hombres justos. "Siervo" o "hijo" para los pueblos antiguos significaban lo mismo. Por otra parte, el mismo Jesús llamó "hijos de Dios" a sus discípulos, y en general a todos los creyentes, cuando dice "bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mateo 5:9).

Es en este mismo sentido que es usado el término "Padre" en los evangelios. Hablando a los apóstoles Jesús les dice: "Mas, cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros" (Mateo 10: 19-20). Esto era lo que le pasaba al mismo Jesús, cuando él decía que era "su Padre" el que hablaba por él. En consecuencia, tanto las denominaciones "hijo" como "padre" en las sagradas escrituras, incluidos los evangelios, tienen significaciones muy profundas y distintas a la simple interpretación literal.

Con respecto al calificativo de "hijo de Dios" que se aplica a Jesús, hay que destacar que de ningún modo es exclusivo, ya que es utilizado en muchas otras partes de la Biblia para referirse al Profeta Adán (P.), a David (P.), o al pueblo de Israel en su conjunto, o a otros profetas, ángeles o a hombres justos. En el mismo sentido que Dios es padre respecto a Jesús por haber nacido directamente del soplo divino en el vientre de la Virgen María (P.), es también padre con respecto al Profeta Adán (P.) que fue creado del soplo divino. «Ciertamente que el ejemplo de Jesús ante Dios es como el ejemplo de Adán, a quien conformó de tierra y luego dijo: "¡Sea!", y fue» (Corán 3:59).

Por otra parte las criaturas de Dios, en cuanto "hijos" Suyos como principio y origen de todo, no pueden ser Dios mismo. "A Dios nadie lo ha visto jamás" (Juan 1: 18). Y nunca Jesús dijo ser "Dios hijo", ni jamás se consideró a sí mismo Dios o igual a Dios; por el contrario, siempre manifestó humildemente su subordinación y sometimiento al Altísimo. Además vemos que Jesús afirma respecto de Dios: "Tú, el único Dios verdadero" (Juan 17:3); y en otro lugar del mismo Evangelio se lee que Cristo le dice a María Magdalena: "Voy a subir a mí padre y vuestro padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Juan 20: 17).

En el evangelio de Marcos, Jesús afirma: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios" (Marcos 10: 18). y en otra oportunidad dijo: "El hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre" (Juan 5: 19). Y afirmó también: "He bajado del cielo para hacer no la voluntad mía, sino la voluntad de Quien me ha enviado" (Juan 6:38); y: "Lo que yo enseño no es mío, sino que pertenece al que me ha enviado" (Juan 7: 16). "El espíritu de Jehová está sobre mí porque El me ungió para declarar buenas nuevas a los pobres" (Lucas 4: 18).

La crítica bíblica ha señalado además que el término griego que ha perdurado en los evangelios, "pais" y "paida", tienen el sentido de "hijo" o "muchacho" como siervo, o asistente, y éste se corresponde claramente con la denominación que los profetas se dan a sí mismos de "siervos del Señor" o "siervos de Dios".

Por lo demás, en sus súplicas el Profeta Jesús (P.) no se alaba a sí mismo, ni invita a nadie a hacerla, sino que por el contrario sostiene "…que no se efectúe mi voluntad sino la Tuya" (Lucas 22:42).

En los evangelios se habla del nacimiento y muerte de Jesús aunque es sabido que Dios tiene por atributos el ser eternamente vivo e imperecedero. Si el argumento en favor de su divinidad se funda en su capacidad de obrar milagros, sabemos que éstos no le fueron concedidos en exclusividad, pues encontramos también en la Biblia el testimonio de milagros realizados, con la anuencia divina, por los profetas que le precedieron e incluso por los mismos apóstoles de Jesús (P).

Si, como sostiene gran parte de los cristianos hoy, la trinidad fuese la doctrina central de la fe (teniendo en cuenta que el conocimiento de Dios es el fundamento de toda la religión), debió haber sido presentada con la mayor claridad y no sólo por Jesús y sus apóstoles, sino también por toda la tradición profética anterior. Sin embargo, como hemos visto, tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo, coinciden en la afirmación reiterada de la absoluta Unicidad de Dios Todopoderoso, confirmándose así el punto de vista islámico que ubica al puro monoteísmo como la doctrina central de la fe.

MENSAJE FRATERNAL A TODOS LOS CRISTIANOS DEL MUNDO

La proclama que a continuación transcribimos tiene mil cuatrocientos años. Es prácticamente desconocida en occidente y en una traducción fiel que ofrecemos a los lectores de habla hispana.

La misma es portadora del espíritu del Islam, de su tolerancia, de su misericordia para con todos los seres. Su universalidad radica en el amor, comprensión y conocimiento, y es un llamado a la fraternidad entre los seres humanos.

"…Que además de una vida tranquila, les garantizo su propia defensa, la de sus templos y conventos", dice el Profeta Muhammad (La bendición y la paz sean con él y su descendencia purificada) en su mensaje, y agrega: "…Que no se obligará a ningún cristiano a convertirse a la religión del Islam, ni se le discutirá su creencia, sino en términos afables…".

La civilización occidental, con su diversidad de doctrinas; políticas, seudo religiones, organizaciones internacionales, tratados, concilios, etc., no fue idónea para desarrollar y poner en práctica una tolerancia capaz de abarcar a todos los hombres con verdadero espíritu de comprensión, capaz de terminar con el flagelo de la incomunicación y lo que ella significa para el mundo.

El Islam, que fue y es injustamente acusado de implantar la fe mediante la espada, rechaza categóricamente esta acusación y como respuesta ofrece este mensaje elocuente que es un testimonio hasta el fin de los tiempos.

Este valioso documento histórico fue dictado por el Profeta Muhammad(B.P.) y en él están impresas las normas jurídicas que habrían de regular la convivencia entre cristianos y musulmanes. Muhammad (B.P.) era iletrado. Suscribía sus cartas, tratados, proclamas, con su sello personal. En esta oportunidad, sus secretarios lo olvidaron y los beneficiarios exigen que lo avale con su rúbrica, como lo hicieron los demás pueblos islámicos. Sin hesitar, impresionó su dígito pulgar en la almohadilla y la imprimió al pie del documento: "He aquí la firma. Como ésta no hay otra igual" . Exclamó entonces:

"Esta promesa, formulada por Muhammad, Enviado de Dios para todos los pueblos, como anunciador, intérprete y promotor de las leyes que Aquél impone a sus criaturas, está dirigida a todos los adeptos de la religión cristiana ya sean árabes como de otras razas, ya cercanos o lejanos, ya conocidos o desconocidos".

"Al emitir este mensaje, después de un riguroso examen de conciencia, doy público testimonio de que él se inspira en la justicia divina y por ende los musulmanes que lo observen minuciosamente, cumplirán de modo estricto los postulados del Islam, destacándose como sus más excelentes correligionarios; y quien desacate la norma que yo establezco conduciéndose por sendas prohibidas a los creyentes austeros, será simplemente un traidor y un menospreciador de su credo, ya se trate de un sultán o de cualquiera de los musulmanes".

"Formalizo esta solemne promesa en mi nombre y en el de los buenos creyentes que constituyen mi pueblo, ofreciéndome con ellos y por ellos, al juicio general:"

"Doy la promesa de Dios y Su Palabra Intachable, invocando la conciencia de Sus Profetas, de Sus Enviados, de Sus Mensajes sin mácula, de los fieles del Todopoderoso, de los creyentes y musulmanes pasados y presentes. Con la base del acuerdo que Dios ha concertado con los Profetas y por el cual les impone la obediencia de Sus preceptos y el fiel cumplimiento de los deberes contraídos para con El, doy mi palabra indeclinable y precisa:"

"Que protegeré a los refugiados en mis puertos, con mi caballería e infantes, con mis guardianes del orden y mis súbditos civiles, donde quiera que se hallaren, lejanos o cercanos, tanto en tiempos de paz como en épocas de guerra".

"Que además de una vida tranquila les garantizo su propia defensa, la de sus templos y conventos, sus capillas y abadías, la residencia colectiva o particular de sus monjes y la seguridad de los caminos para sus giras, donde quiera y en cualquier forma que estuvieren, en oriente y en occidente, sobre las montañas o en el seno de los valles, en las cuevas como en poblados o en desiertos, en tierra llana o quebrada, y en todo lugar donde habiten".

"Que defenderé su religión y su propiedad en cualquier sitio y modo en que se hallaren, en igual grado lo haría por mí mismo, por mi religión, por mis allegados y sus pertenencias, y que les cobijaré asimismo, contra cualquier daño, disgusto, imposición ilícita o responsabilidad ilegítima, escudándoles contra toda fuerza extranjera que pretendiese atacarlos, con mi propia persona y con los míos, ya fueren soldados o civiles, sin tener en cuenta la potencialidad del enemigo".

"Que desde ya les considero bajo mi protección y resguardo, en forma que no les tocará perjuicio alguno, sin alcanzar previamente a mis dignatarios, encargados de la defensa nacional".

"Que les eximo de las cargas impositivas que los nómadas abonan, de conformidad con los convenios existentes, pidiendo concurrir con la suma que fuese de su agrado, sin que tal contribución se considere un tributo ineludible".

"Que, desde ahora, no se obligará a ningún sacerdote cristiano a renunciar a su investidura, ni a ningún individuo a abandonar su culto, como así mismo no se obstaculizará a los monjes en el ejercicio de su profesión, ni serán forzados a desalojar sus conventos, a suspender sus giras misioneras".

"Que no será demolida ni siquiera una mínima parte de sus templos ni se permitirá su adquisición para mezquitas o residencias de musulmanes; pues quien tal hiciera quebrantaría la solemne promesa dada en nombre de Dios, desobedecería al Profeta y traicionaría abiertamente la felicidad de su conciencia".

"Que en cuanto al impuesto a los réditos, derivados de los grandes negocios marítimos o terrestres, determinados por la extracción de metales, perlas, piedras preciosas, oro o plata, provenientes de capitales considerables pertenecientes a los cristianos, no excederá en ningún caso de doce dracmas anuales, si estos residen y permanecen en el mismo lugar en el cual ejercen su oficio".

"Que no se exigirá tributo a las personas, con domicilio o sin él que vivan de la beneficencia de los demás, excepción hecha a los que heredan gravados con impuestos, en cuyo caso seguirán abonándolos, sin aumento alguno, pudiendo, sin embargo, cumplir en parte esta obligación en caso de presentarse dificultades para pagar el canon fijado anteriormente al testador".

"Que si alguno de ellos adquiriese bienes muebles o inmuebles con el bien de beneficiarse con su explotación o arrendamiento, no pagará mayores impuestos que los que abonan sus semejantes".

"Que los cristianos serán considerados, en cuanto a los fueros de la conciencia, iguales a los nuestros, sin que estén obligados a salir con los ejércitos nacionales al encuentro del enemigo, ni a afiliarse con ellos, pues la defensa corresponde exclusivamente a los musulmanes. No obstante, los cristianos podrán contribuir voluntariamente al aprovisionamiento y remonta del ejército, genuinamente musulmán, con armas y caballos, lo cual será recordado con benevolencia y gratitud".

"Que no se obligará a ningún cristiano a convertirse a la religión del Islam, ni se le discutirá su creencia , sino en términos afables, debiendo ser tratados por todos los musulmanes con misericordia y cariño, protegiéndolos contra toda lesión o prejuicio donde quiera que estuvieran y en cualquier situación en que se encontraren".

"Que si algún cristiano se viera impulsado a la comisión de una falta grave o delito, constituirá un deber ineludible de los musulmanes inducirlo al buen camino, por medio del exhorto y el buen consejo, y en caso de haberlo realizado, servir a su defensa, hasta reparar el daño ocasionado, esforzándose para concertar la paz con el súbdito musulmán ofendido, a coadyuvar en persecución de estos fines".

"Que los musulmanes no contribuirán a fracaso alguno de los cristianos, no le será negada la colaboración necesaria, ni tampoco del seno de la nación".

"Que por medio de esta promesa divina les concedo las mismas garantías de que gozan los musulmanes, asumiendo, en consecuencia, la obligación de protejerlos contra todo inconveniente y proveer a su beneficio, para que sean verdaderos ciudadanos, solidarios en los derechos y deberes comunes".

"Que, en lo que respecta al matrimonio, no se obligará a una cristiana a casarse con un musulmán, ni será contrariada si se resiste al noviazgo, por ser indispensable su previo consentimiento; y que, en caso de realizarse esta unión, deberá el marido dejar en libertad a la esposa para practicar su culto de acuerdo a la orientación de sus jefes espirituales, de cuyas normas tomará ejemplo, sin obligarla en ningún caso a abjurar de su religión, ni oponerse si éstos fuesen sus deseos, pues todo acto contrario a estos postulados, lo colocaría entre los falaces, violadores de la promesa de Dios y de la palabra de Su Profeta".

"Que si los cristianos necesitaren construir o refaccionar sus templos, capillas o lugares santos, o cualquiera otra realización de interés para su culto, será prestada a su pedido, la colaboración técnica o pecuniaria correspondiente, considerándose tal acto como una simple beneficencia, concordé con la promesa dada por el Profeta, y ajustada a las normas que Dios impone a todos los musulmanes".

"Que no serán obligados, en caso de guerra, a servir de emisarios, guías u observadores sobre el campo enemigo, ni a ninguna actividad de carácter bélico; y que si alguien les exigiese, ya individualmente o en masa, realizar lo contrario, será considerado en desacato de la palabra profética y desobedeciendo a su testimonio".

"Estas condiciones fueron impuestas por Muhammad, el Enviado de Dios, en favor de los adeptos de la religión cristiana, sin excepción alguna".

"Los únicos deberes que a su respecto se establecen, bajo la égida de su buena conciencia y los postulados de su credo, son los siguientes:

"Que no ayudarán al enemigo en guerra con los musulmanes, en forma pública o secreta, ni darán albergue o refugio al adversario en sus casas, lugares santos o regiones, ni le secundarán con tropas, armas, caballos u hombres, ni se constituirán en depositarios de sus bienes, ni mantendrán comunicación con ellos".

"Que no se negarán a prestar un hospedaje de tres días consecutivos a cualquiera de los musulmanes ni a sus caballos, donde quiera que se encuentren o dirijan sin que ello obligue a facilitar alimentos extraordinarios, que significarían un aumento en sus gastos habituales".

"Que si algunos de los musulmanes en situación apremiante se viera precisado a refugiarse en sus casas o regiones, le tratarán cordialmente, ayudándolo y alentándolo en su infortunio, y ocultando su paradero al enemigo sin omitir esfuerzo para cumplir este deber".

"Quien quiera que viole las condiciones prefijadas, será considerado un renegado de Dios y de la promesa solemne dada por el Profeta a los sacerdotes y monjes cristianos, con el testimonio de la nación".

"Este es un mandato ineludible contraído por el Profeta en su propio nombre y en el de todos los musulmanes, y a cuya observancia se obligan de modo estricto hasta el día de la Resurrección y terminación del mundo".

Evidentemente estas palabras, teniendo en cuenta la intolerancia que caracterizaba a esa época entre los seguidores de distintos cultos e ideas, son una muestra de que su origen es celestial y auténticamente profético. La historia islámica, inspirándose en estas enseñanzas, ha dado ejemplo de un elevadísimo grado de comprensión y tolerancia.

JESÚS EN LA TRADICIÓN ISLÁMICA

La tradición islámica muestra a Jesús como dueño de una extraordinaria sapiencia mediante la cual definía la profunda realidad del mundo y exhortaba con su conducta y su palabra al ascetismo y desapego. El mismo no tenía casa, ni montura, ni esposa e hijos y con respecto al mundo decía: "¿Quién construye una casa sobre las olas del mar? ¡Oh gente, el mundo es como un mar agitado!, ¿Por qué lo tomáis como un lugar de residencia estable y permanente?".

Quizás una de las razones por las cuales Jesús (P.) enfatizaba el desapego a lo mundano residía en el hecho de que en aquel entonces los judíos se habían inclinado en exceso a las ilusiones materiales de este mundo tras un período, luego del fallecimiento del Profeta Moisés(P.), en el cual habían alcanzado el poder en sucesivos gobiernos. Del mismo modo que Ali(P.) contínuamente advertía a la comunidad islámica acerca de los peligros del materialismo.

En una tradición de Alí(P.), el sucesor del Profeta Muhammad(B.P), leemos que mientras se refería al valor de lo mundano señalaba al Profeta Jesús y decía "tomaba a la piedra como almohada, vestía ropas rústicas, comía yasheb, estaba la mayor parte del tiempo hambriento, su lámpara en la noche era la luna y en el invierno, su único refugio eran los horizontes del oriente y el occidente. Sus frutas y verduras eran las mismas que la tierra hacía brotar para los animales. No tenía una esposa que lo distraiga, ni hijos que lo aflijan, ni riqueza que ocupe su atención. No tenía codicia alguna que lo rebaje, su transporte eran sus pies y sus sirvientes sus manos".

En otra tradición del Imam Ali(P.) sobre la extraordinaria personalidad de Jesús nos recuerda las palabras de éste último cuando decía: "Por las noches al dormirme nada poseo y lo mismo durante el día, sin embargo no hay hombre más rico que yo sobre la faz de la tierra".

En otra tradición islámica leemos que Jesús se hallaba en el desierto cuando se precipitó una intensa lluvia. Jesús no hallaba dónde refugiarse hasta que divisó una tienda a lo lejos. Se dirigió hacia allí pero al llegar vio a una mujer que se encontraba sola por lo que no entró en ella sino que se volvió en busca de otro refugio. Jesús era un Profeta joven pero extremadamente piadoso a quien Satanás jamás pudo doblegar.

La tradición islámica cita, entre otras de las cualidades de Jesús, la de ser un permanente triunfador en la continua lucha interior por la purificación de la propia alma y en la lucha por la defensa de la religión contra los enemigos de ésta y de los oprimidos y desposeídos, a quienes siempre se esforzó por hacerles llegar el mensaje de la verdad.

Con respecto a la humildad de Jesús es conocido el episodio en que lavara los pies de los apóstoles. Ellos, en principio, se negaron pero Jesús les dijo: "Debo hacerlo a fin de que vosotros aprendáis la humildad que siempre debéis guardar frente a vuestros discípulos".

Esta actitud se suma al modo de vida simple y su permanente compañía junto a los pobres, débiles y enfermos.

La tradición también da cuenta de cómo el Profeta Jesús se enfrentó en numerosas ocasiones con Satanás y de cómo éste fue doblegado una y otra vez hasta llegar a reconocer que jamás pudo someterle.

Jesús fue un maestro y un guía para la gente, especialmente para los Hijos de Israel. Para ejercer su misión tuvo que enfrentarse a los desvíos de algunos religiosos y algunos sectores de la comunidad judía que habían alejado a ésta del espíritu y letra de la Torá.

Esta permanente tensión y enfrentamiento de Jesús con los falsarios que se negaban a reconocer su profecía condujo finalmente a éstos a tramar su entrega y asesinato.

De acuerdo a la tradición islámica, Dios Altísimo salvó a Jesús de la crucifixión elevándolo a los cielos:

«…Cuando en realidad no le mataron, ni le crucificaron, sino que les pareció así…Sino que Dios lo elevó hacia El. Dios es Poderoso, Prudente». (Corán 4: 157-158).

Dios realizó un milagro por el cual se produjo la transfiguración de Jesús y otro tomó su apariencia confundiendo a sus captores. En los mismos evangelios cristianos actuales se registran distintos episodios en que Jesús adoptaba apariencias distintas que desorientaban a sus discípulos quienes no lo reconocían en primera instancia.

La personalidad excepcional de los profetas y de sus seguidores es multidimensional y reúne aspectos aparentemente contradictorios, como alegría y tristeza, adoración y compromiso social, retiro y presencia en la sociedad, política y ascetismo. Jesús reunía todos estos aspectos en su personalidad.

Le fue dicho "¿Quién te ha educado?". Respondió: "No me ha educado nadie, he visto la vileza de la ignorancia y me he apartado de ella".

Jesús(P.) durante sus treinta y tres años de vida, permanentemente estaba junto los desposeídos y los pobres. Se ocupaba de sus problemas y curaba a sus enfermos.

Narra Ibn Abbas (tío del Profeta Muhammad): "Jesús acostumbraba a recorrer a la gente de Bani Isra'il (hijos de Israel) y si encontraba a alguien necesitado, le ayudaba".

Cuando era niño, su madre lo llevó donde un maestro para que le enseñase. El comenzó a impartirle la primera lección y luego del Bismil-lah (invocar el nombre de Dios para comenzar cualquier acción), le dijo: "Di el alfabeto y su correspondencia numérica". Jesús preguntó: "¿Qué es el alfabeto?". El maestro quiso enseñarle, pero Jesús dijo: "Si conoces su significado, dímelo, y si no, permíteme que te diga su exégesis". El maestro, que desconocía su interpretación, lo autorizó, y Jesús se lo interpretó hasta el final. Entonces, el maestro le dijo a María(P.): "Llévatelo, tu hijo no necesita ningún maestro".

Cuando Jesús enfermaba en su niñez, él mismo le daba a su madre las instrucciones para preparar los remedios. Tenía menos de diez años cuando le fue revelado el Evangelio.

(Todas las narraciones citadas fueron extraídas de la obra "Biharul Anuar" del gran sabio Allamah Maylesi, Dios se complazca de él).

Para finalizar apelamos a una exhortación del Concilio Vaticano II (1962-1965), auspiciado por el Papa Juan XXIII (1881-1963), la cual atestigua: "La Iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, Misericordioso y Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres y a cuyos ocultos decretos procuran someterse con toda el alma, como se sometió Abrahám a Dios, de quien la fe islámica gusta hacer referencia. Veneran a Jesús como Profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a su madre virginal, María, y a quien también la invocan devotamente. Esperan, además, el Día del Juicio, cuando Dios recompensará a los hombres. Aprecian por tanto, la vida moral y honran a Dios, sobre todo con la oración, la caridad y el ayuno".

«…"La paz fue conmigo desde el día en que nací; será conmigo el día en que muera y el día que sea resucitado". Este es Jesús, hijo de María…» (Sagrado Corán ,Capítulo: María,vers.33)

MUHAMMAD EL ULTIMO MENSAJERO Y PROFETA.

Mucha gente cree que "Mahoma" es la traducción al castellano del nombre propio Muhammad. Pero esto no es verdad, en realidad Mahoma es una mala e intencionada traducción del mote "Maozim".

El origen de este mote se remonta a la Edad Media.

Como he dicho Mahoma proviene del mote "Maozim" que un cura cristiano-trinitario llamado Alvaro de Córdoba [año 856; y que fue uno de los inventores del mito de la Invasión Árabe en la Península Ibérica], puso al profeta Muhammad -la paz y las bendiciones sean sobre él- para desprestigiarlo e insultarlo. Maozim era un personaje extrabíblico precursor del Anticristo; y que se identificó con la cuarta Bestia del sueño del profeta Daniel [veáse Daniel 8, 1-27] y que anuncia el fin de los tiempos. Alvaro y sus correlegionarios cristianos-trinitarios identificaron al profeta Muhammad -la paz y las bendiciones sean sobre él- con Maozim precursor del Anticristo y se identificó al Islam con la cuarta bestia de la visión de Daniel.

El nombre propio "Muhammad" proviene de la raíz del verbo h-m-d: alabar, elogiar, loar, ensalzar; retribuir; agradecer. Y en la posición "Muhammad": colmado de elogios, el muy alabado o el que alaba. Así pues, la traducción del nombre "Muhammad" en castellano sería: el alabador, y no Mahoma. El Profeta – la paz y las bendiciones sean sobre él – también tiene otros dos nombres propios: Mustafa y Hamad.

Normalmente se considera una falta de respeto la traducción de los nombres propios [e incluso los apellidos no se traducen]. Nadie traduciría por Bill Gates "Guillermo Verjas".

Conociendo el origen y la intención de este nombre, considero que llamar Mahoma al Profeta Muhammad -la paz y las bendiciones sean sobre él- es una falta de respeto y una ignorancia de quien lo dice.

Cuando los musulmanes mencionamos el nombre de Muhammad añadimos "las bendiciones y la paz de Al-lâh sean con él", que es la salutación prescrita en el Qurân cuando dice "¡En verdad, Allah y sus ángeles bendicen a Su profeta! ¡Oh, quienes tenéis plena confianza [imân]! ¡Bendecid también vosotros a él! ¡Y [sabed que] debéis de saludarlo como se debe!"

Muhammad, que Allah le bendiga y le dé paz según el número de todos aquellos que confían en él, y de todos los que le niegan, desde el día de su nacimiento hasta el día en que la Verdad sea desvelada, era hijo de Abdullah, hijo de Abd al-Mutalib, hijo de Hashim, de la tribu de Quraysh, descendiente de Ismail, hijo de Ibrahim.

Nació en Meca, cincuenta y tres años antes de la Hégira. Su padre murió antes de su nacimiento, y su madre, Amina, cuando aún era niño.

Encontró un protector en su abuelo, Abd al-Mutalib, y a la muerte de éste, en su tío Abu Talib.

Su infancia y juventud fueron muy sencillas. No recibió una educación formal, y se ocupaba del rebaño de ovejas y cabras que su familia poseía en las colinas cercanas a Meca.

En cierta ocasión acompañó a su tío en una caravana que se dirigía a Siria, y en el transcurso del viaje encontraron a un ermitaño cristiano llamado Bahíra, quien anunció a Abu Talib que su joven sobrino sería el Profeta de su pueblo.

A los veinticinco años volvió a realizar el mismo viaje, en esta ocasión como mercader al servicio de una acaudalada viuda llamada Jadiya. A consecuencia de su éxito en este viaje, y después de oír referencias acerca de su excelente carácter, ella se casó con su joven agente.

Vivieron juntos veintiséis años, fue madre de sus hijos y le apoyó durante los difíciles años en que intentaba extender el Islam entre las gentes de Meca.

Muhammad acostumbraba a retirarse todos los años durante el mes de Ramadán a una cueva de un monte cercano a Meca.

Cuando tenía cuarenta años, casi al final de este mes, oyó durante la noche una voz que le decía: '¡Lee!'. Respondió: 'No sé leer'. De nuevo dijo la voz: '¡Lee!'. Y de nuevo respondió sobrecogido: 'No sé leer'. Por tercera vez, la voz le ordenó: '¡Lee!'. '¿qué debo leer?', respondió. La voz le dijo: 'Lee en el Nombre de tu Señor que te ha creado. El creó al hombre de un coágulo'.

Este fue el comienzo de la Revelación del Qur'an, que continuó de modo intermitente hasta poco antes de su muerte, veintitrés años más tarde. La voz le dijo que él era el Mensajero de Allah, y al levantar sus ojos, vio a Yibril: el cauce por el que la Revelación le era transmitida desde el Creador del Universo.

Su primer pensamiento fue que se había vuelto loco, pero fue confortado por su mujer, Jadiya, y gradualmente, a medida que la Revelación continuó, su incertidumbre desapareció y aceptó la ingente tarea de ser el Mensajero del Señor de la' creación.

Durante los tres primeros años que siguieron a este suceso, sólo los más próximos a él conocieron lo ocurrido. Jadiya, su hijo adoptivo 'Ah, su esclavo liberto Zayd y su amigo Abu-Bakr, fueron los primeros en aceptar lo que decía y en seguirle.

Por aquel entonces, recibió el mandato de 'salir y advertir', y así comenzó a hablar abiertamente a las gentes de Meca. Les hizo comprender la estupidez de adorar ídolos a la vista de las claras pruebas de la Unidad Divina, manifiestas en la Creación.

Los clanes de la tribu de Quraysh, al ver amenazada su forma de vida, respondieron hostilmente y empezaron a maldecirle y a perseguir a sus seguidores.

A pesar de todo, el número de musulmanes iba en constante aumento, y los quraishitas trataron de detenerle con sobornos, llegando incluso a ofrecerle él que fuera su rey si llegaba a un compromiso con ellos y dejaba de atacar a sus falsos dioses. Con su palabra y su ejemplo, estaba minando y poniendo en peligro la estructura social y la base de su riqueza. Además, el Islam se vio fortalecido cuando Umar Iba al-Jattab aceptó al Profeta. Era éste uno de los más fuertes y respetados de la Quraysh y hasta aquel momento había sido uno de los más acérrimos enemigos del Islam. La Quraysh, dominada por su frustración y rabia, confinó durante tres años en un barranco a todo el clan del Profeta, prohibiendo toda relación con ellos.

Durante este tiempo, murieron su mujer Jadiya y su tío y protector Abu Talib, y asimismo fracasó un intento de llevar el Islam a vecina ciudad de Taif. Fue precisamente en este punto muerto cuando se produjo el Miraj.

Muhammad fue llevado a través de los siete cielos y le fue mostrada la verdadera naturaleza de su ser y el honor que recibía de su Señor, la Realidad Divina.

Al poco tiempo, un pequeño grupo de hombres de una ciudad llamada Yazrib le escucharon durante un viaje que hicieron a Meca. Le aceptaron como Profeta y regresaron a su ciudad con un maestro musulmán. Al año siguiente, volvieron con setenta y tres nuevos musulmanes e invitaron al Profeta a visitar Yazrib. Desde entonces, los musulmanes comenzaron a asentarse en ésta y a abandonar Meca, hasta que el Profeta, después de evitar un atentado contra su vida, viajó con AbuBakr hasta Yazrib, ciudad que recibió el nuevo nombre de Al-Madinat al-Munawwara, la Ciudad Iluminada. Este acontecimiento es conocido como la Hégira, y señala el comienzo de la comunidad musulmana.

Desde este momento, el Profeta recibe de su Señor el mandato de luchar contra sus enemigos, aunque hasta entonces no se habían tomado medidas de auto-defensa. Las primeras expediciones fueron muy pequeñas y en ellas casi no se produjeron luchas. En el segundo año de la Hégira, los quraishitas enviaron un ejército de mil hombres con el pretexto de proteger una caravana procedente de Siria. El Profeta reunió un ejército de algo más de trescientos hombres, y los dos bandos se encontraron en un lugar llamado Badr.

Los musulmanes, mandados por el Profeta, con una confianza total en Allah en sus corazones y el apoyo del mundo angélico, vencieron completamente, y mataron a muchos de los jefes de la Quraysh. La enemistad de la Quraysh siguió aumentando, pero el Islam ya poseía una sólida base.

Al siguiente año, la Quraysh envió un ejército contra Medina, y los musulmanes se encontraron con ellos en la montaña de Uhud, a poca distancia de la ciudad. A pesar de su desventaja, los musulmanes podían haber logrado la victoria, pero el afán de hacerse con botín llevó a un grupo de arqueros a abandonar sus posiciones, y a causa de ello fueron derrotados. Esta derrota motivó el asesinato de musulmanes que viajaban para extender el Is1am, y también una abierta hostilidad por parte de los judíos de Medina, apoyados por elementos descontentos dentro de la comunidad musulmana.

En el quinto año de la Hégira, la Quraysh atacó de nuevo Medina, en esta ocasión con diez mil hombres. El Profeta había organizado la excavación de un profundo foso para la defensa de la ciudad y el encuentro se hizo famoso como 'la Batalla del Foso'.

Las tropas de Meca se vieron incrementadas por una tribu de judíos de Medina, pero sin embargo, confundidos por el foso, descorazonados por la sospecha hacia sus aliados judíos y por un viento enconado que estuvo soplando durante tres días y tres noches, recogieron el campamento y se marcharon sin presentar batalla. La tribu judía fue severamente castigada por su traición.

Ese mismo año, el Profeta decidió llevar a Meca una compañía de mil cuatrocientos hombres para hacer el Hach. Acamparon en AI-Hudaybiya, justo a las afueras de la ciudad, pero se les prohibió la entrada. La Quraysh mandó embajadores, y el Profeta firmó un pacto aparentemente poco ventajoso para los musulmanes, y éstos regresaron a Medina sin entrar en la Ciudad Santa. Sin embargo, este pacto que detuvo la lucha entre la Quraysh y los musulmanes, resultó de hecho una gran victoria, y el Islam se propagó desde entonces con más rapidez que antes.

Según los términos del acuerdo, la Quraysh convenía en evacuar Meca al año siguiente durante tres días, mientras los musulmanes visitaban la ciudad y hacían Umrah. Esta fue la primera vez que el Profeta y sus compañeros visitaban Meca después de siete años.

Ese mismo año, el Profeta decidió llevar a Meca una compañía de mil cuatrocientos hombres para hacer el Hach. Acamparon en Al-Hudaybiya, justo a las afueras de la ciudad, pero se les prohibió la entrada. La Quraysh mandó embajadores, y el Profeta firmó un pacto aparentemente poco ventajoso para los musulmanes, y éstos regresaron a Medina sin entrar en la Ciudad Santa. Sin embargo, este pacto que detuvo la lucha entre la Quraysh y los musulmanes, resultó de hecho una gran victoria, y el Islam se propagó desde entonces con más rapidez que antes.

Según los términos del acuerdo, la Quraysh convenía en evacuar Meca al año siguiente durante tres días, mientras los musulmanes visitaban la ciudad y hacían Umrah. Esta fue la primera vez que el Profeta y sus compañeros visitaban Meca después de siete años.

Al año siguiente, el Profeta mandó un ejército de tres mil hombres a enfrentarse a un ataque del Emperador bizantino en Siria. Atacaron valerosamente a cien mil hombres, luchando hasta que tres jefes cayeron muertos. Los pocos supervivientes se retiraron y regresaron a Medina.

Por entonces, la Quraysh rompió el acuerdo, y el Profeta, con un ejército de diez mil hombres, atacó Meca. Tomaron la ciudad sin derramamiento de sangre y el Profeta declaró una amnistía general. Perdonó a aquellos que tanto le habían perseguido desde el comienzo del Islam. Estos se hicieron musulmanes y la única destrucción fue la de los ídolos alrededor de la Ka'aba. El Profeta se dedicó entonces a someter al resto de las tribus hostiles, venciendo en la batalla de Hunayn y poniendo cerco y tomando la ciudad de Taif, cuyos habitantes le habían rechazado diez años antes.

En el noveno año de la Hégira, los musulmanes fueron probados por Allah. El Profeta pidió a todos los musulmanes que le acompañaran en una expedición a un lugar llamado Tabuk durante el período más caluroso del año. Algunos le acompañaron y otros se quedaron. La expedición regresó sin haber luchado. Ese mismo año se hizo famoso como 'el Año de las Delegaciones', pues vino gente de toda Arabia a jurar fidelidad al Islam y al Profeta.

En el décimo año de la Hégira, el Profeta condujo el Hach de despedida, al que asistieron ciento cuarenta mil musulmanes. En un discurso en el monte Arafat les recordó los deberes del Islam, y que serían llamados a responder de sus actos, y entonces les preguntó si había expuesto con claridad su Mensaje. La respuesta fue: '¡Si, por Allah!', y él añadió:

'¡Oh Allah, tú eres testigo!'. Poco después de su regreso a Medina, enfermó y murió con la cabeza sobre el regazo de Aisha, su esposa más amada.

Durante los últimos diez años de su vida, dirigió veintisiete campañas, en nueve de las cuales hubo intensas luchas. Supervisaba personalmente cada detalle de la administración y juzgaba él mismo en cada caso, siempre accesible al que solicitaba su atención. Destruyó la adoración a los ídolos y sustituyó la arrogancia y violencia de los árabes, su inmoralidad y embriaguez por la humildad y la compasión, la armonía y la generosidad, creando una sociedad realmente iluminada como no ha existido otra, la comunidad de los compañeros del Sello de los Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su Señor: Muhammad.

SU CARACTER

Muhammad, que Allah le bendiga y le dé paz según el número de las cosas hermosas y según el número de las buenas cualidades manifestadas en los hombres desde el comienzo del tiempo hasta el final del tiempo, parecía, cuando estaba Solo, un hombre de mediana estatura. Pero cuando se encontraba con otros, ni empequeñecía a aquellos más bajos que él, ni parecía más bajo que los que eran más altos. Estaba bien proporcionado, con un pecho amplio y anchos hombros, y sus miembros eran fuertes y bien proporcionados. En su espalda, entre sus omóplatos, y más cerca del derecho que del izquierdo, tenía el sello de la profecía: un lunar negro rodeado de pelillos.

Su rostro era ovalado, de tez blanca, con un ligero tinte moreno. Su frente era despejada y tenía unas cejas muy largas y arqueadas con un espacio entre ellas donde se señalaba una vena que palpitaba en momentos de gran emoción. Sus ojos eran negros y separados. Tenía pestañas largas y espesas. Su nariz era aquilina y su boca y sus labios estaban bien proporcionados. Sus dientes, con los que era muy cuidadoso, estaban bien dispuestos y proyectaban un blanco brillante cuando sonreía ó al reír. Era de mejillas anchas y uniformes, con una barba negra y espesa que tenía, a su muerte, diecisiete canas. Su cara estaba enmarcada por una abundante melena que caía en ondas hasta sus orejas y hombros, y que él a veces se trenzaba y otras veces se dejaba suelta.

La transparencia de su rostro era tal que su ira ó su agrado brillaban directamente a través de ella. Su cuello, ni corto ni largo, era del color de la aleación del oro y la plata. Sus manos tenían la textura del satén, con anchas palmas y largos dedos, de las que emanaba un dulce perfume que permanecía en las cosas que tocaba. El arco de sus pies era pronunciado y su andar era el de un hombre que camina cuesta abajo con rapidez y modestia.

Era de temperamento amable y de hermosos modales en medio de un ambiente acostumbrado a una violencia arrogante. Nunca era insultante y jamás despreció al pobre ó al enfermo. Honraba la nobleza y recompensaba según la valía, dando a cada cual lo más adecuado a sus necesidades. Jamás se humilló ante la riqueza ó el poder, sino que llamaba a todos los que acudían a él a la adoración de Allah.

Era siempre el primero en saludar a quien se encontrase, y nunca era el primero en retirar la mano. Era infinitamente paciente con todos los que a él acudían en busca de consejo, sin importarle la ignorancia de los incultos ó la tosquedad de los malcriados.

En cierta ocasión, un beduino acudió a él con una petición y le tiró tan bruscamente de la ropa que le arrancó un trozo. Muhammad se rió y dio al hombre lo que pedía.

Una de sus cualidades era que siempre tenía tiempo para todos los que le necesitaban. Era considerado con los visitantes hasta el punto de ceder su propio sitio ó extender su capa para que se sentaran en ella; y si rehusaban, insistía hasta que aceptaban. Prestaba a cada invitado su total atención, de tal manera que todos sin excepción sentían que ellos eran los más honrados.

De todos los hombres, era el menos dado a la ira y el que con menos se complacía. Los errores de sus acompañantes no eran mencionados y nunca culpaba ó amonestaba a nadie. Su criado Anas estuvo con él diez años y durante este tiempo Muhammad no le llamó la atención una sóla vez, ni siquiera para preguntarle que por qué no había hecho algo.

Disfrutaba escuchando buenas opiniones sobre sus compañeros y lamentaba la ausencia de éstos. Visitaba a los enfermos aún en los barrios de Medina más distantes de su casa y de más difícil acceso. Acudía a las fiestas y aceptaba las invitaciones tanto de esclavos como de hombres libres. Acompañaba a las comitivas fúnebres y rezaba sobre las tumbas de sus compañeros. A dondequiera que fuese iba siempre sin protección, aún entre gente de probada enemistad.

Poseía una voz fuerte y melodiosa, y aunque permanecía silencioso durante largos periodos, siempre hablaba cuando la ocasión lo exigía. Cuando lo hacía, era extraordinariamente elocuente y preciso, sus frases estaban bien construidas y eran tan coherentes que aquellos que le escuchaban, quienesquiera que fuesen, las entendían fácilmente y recordaban sus palabras.

Solía hablar dulce y desenfadadamente cuando se encontraba con sus esposas, y con sus compañeros era el hombre más alegre y sonriente, apreciando lo que decían y charlando amigablemente con ellos. Nunca se enfadaba por sí mismo ó por cuestiones relacionadas con este mundo, pero cuando se irritaba por algo tocante a Allah, nada podía ponerse en su camino. Cuando enviaba a alguien a algún lugar, apuntaba siempre con toda la mano. Cuando algo le complacía, volvía las palmas hacia arriba. Cuando hablaba con alguien, volvía todo su cuerpo hacia él. Todo lo que hacía lo hacía a fondo.

Su generosidad era tal que cuando le pedían algo nunca decía que no. En cierta ocasión siguió dándole ovejas a un beduino que insistía en pedirle más y más, hasta que las ovejas llenaron un valle entre dos montes, y el hombre quedó anonadado. Nunca se iba a la cama hasta que todo el dinero de su casa había sido distribuido entre los pobres, y con frecuencia repartía parte de su reserva anual de grano, de forma que él y su familia carecían de él antes de terminar el año. Solía preguntar a la gente sobre sus necesidades sin que acudiesen a él y les daba todo lo que necesitaban. Así como era de generoso con sus pocas posesiones, era de generoso de sí mismo, dando sin cesar consejo, ayuda, amabilidad, perdón, y rebosante amor.

Amaba la pobreza y siempre se le encontraba con los pobres. Su vida era lo más sencilla posible. Se sentaba siempre en el suelo, y a menudo, cuando estaba con sus compañeros, se sentaba en la última fila para que los visitantes no pudieran distinguirle de los demás. Comía de un plato colocado en un mantel sobre el suelo y nunca usaba una mesa. Dormía en el suelo sobre una esterilla de palma cuyas marcas se le señalaban en la piel, aunque no rechazaba las comodidades si le eran ofrecidas.

Tanto él como su familia pasaban a menudo hambre y a veces transcurrían meses enteros sin que saliese humo de su casa ó de las de sus esposas, pues sólo tenían dátiles y agua, y carecían de alimentos que cocinar y de aceite para las lámparas. Sin embargo, en las ocasiones en que disponía de alimentos, comía bien. Solía decir que el mejor plato era aquel en el que había más manos comiendo. Nunca criticaba la comida. Si le gustaba, la comía, y si no, la dejaba.

Solía atar al camello macho y alimentar a los animales usados para acarrear agua. Barría su habitación, arreglaba su calzado, remendaba su ropa, ordeñaba la oveja, comía con los esclavos y los vestía con ropas iguales a las suyas. Molía el trigo él mismo cuando su esclava se cansaba, y llevaba lo que había comprado desde el mercado hasta su casa. Decía: '¡Oh Allah!, permíteme vivir, crecer y morir con los pobres', y al morir no dejó ni un dinar ni un dirham.

Se vestía con lo que encontraba a mano, siempre que fuese correcto, aunque especialmente le gustaban las ropas verdes y blancas. Cuando estrenaba una prenda nueva, regalaba la vieja. A veces vestía de lana basta. Poseía un manto del Yemen, a rayas, por el que sentía especial predilección. Amaba los perfumes y compraba los mejores que encontraba. Las únicas posesiones que tenía en gran estima y a las que cuidaba mucho eran sus espadas, su arco y su armadura, las cuales usaba sin temor y frecuentemente en las expediciones que dirigía.

Por encima de todo, fue a través de él cómo el Qur'an fue revelado, y la totalidad de su vida fue una constante manifestación de las enseñanzas en él contenidas. Fue el ejemplo perfecto para su comunidad, tanto en cómo debían ser los unos con los otros, como en su relación con su Señor, el Creador del Universo. Les enseñó a purificarse, cómo y cuándo postrarse ante Allah. Cómo y cuándo ayunar. Cómo y cuándo dar. Les enseñó cómo luchar en el camino de Allah. Dirigía la oración con ellos y se postraba durante la noche, sólo, hasta que sus pies acababan hinchados. Cuando alguien le preguntaba que por qué lo hacía, su respuesta era: `¿Acaso no debo ser un esclavo agradecido?'. Tenía una oración para cada acción y nunca se levantaba ó se sentaba sin mencionar a Allah. Todos sus actos los realizaba con la intención de complacer a su Señor.

Enseñó a su comunidad todo aquello que podía llevarles más cerca de Allah, y les prevenía contra todo aquello que pudiese alejarles de El. Inspiraba amor y profundo respeto en todos los que le trataban, y sus compañeros le amaban y honraban aún más que a sus familias, posesiones, e incluso más que a si mismos.

En cierta ocasión, su compañero y amigo íntimo Abu-Bakr as-Sidiq metió uno de sus pies en un agujero donde había una serpiente que le mordió, con tal de no despertar a su amado Profeta, que dormía en aquel momento.

Su yerno y sobrino Ali se arriesgó a ser asesinado en su lugar, y existen muchos más relatos que reflejan la devoción que inspiraba en todos los que le seguían. La unanimidad en las reacciones de todos los cercanos a él y la descripción que de él nos ha llegado a través de ellos, nos muestran a un hombre de tal perfección de carácter que no puede quedar ninguna duda de la veracidad del Mensaje y de la Guía que trajo: el Camino del Islam.

Su Señor le dice en el Qur'an: 'Te hemos creado con un carácter vasto', y él decía: 'Yo he venido a perfeccionar el buen carácter'. Este es justamente el objetivo y el resultado de seguir el camino del Sello de los Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su Señor: Muhammad.

SU NATURALEZA ESENCIAL

Muhammad, que Allah le bendiga y le conceda paz según el número de las cosas creadas desde el principio de la Creación, hasta el día en que todas las cosas desaparezcan ante el desbordante esplendor de la Divina Majestad, dijo que su Señor dijo: 'Yo era un Tesoro escondido y deseé ser conocido, y creé el Universo para así poder ser conocido'. Fue este deseo de auto-conocimiento expresado en las profundidades de la Esencia de la Divina Unidad, lo que hizo que se iniciase el proceso de creación y llevó al despliegue de los diversos planos de existencia, con todas las formas en ellos contenidas, incluida la Tierra con toda su vida mineral, vegetal y animal.

En un preciso momento, cuando el entorno estaba completamente preparado, se dio vida a una nueva criatura: el hombre. Hasta ese momento, todas las diferentes formas de vida tenían distintos grados de consciencia; pero al hombre le fue dada, por su Creador y Señor, la capacidad de reconocer no sólo su entorno físico, sino también el hecho de que él era una parte inseparable de una Realidad que él percibía en sí mismo y en todo a su alrededor. El era la cima y perfección de toda la creación y el medio a través del cual el 'Tesoro escondido' podría alcanzar su deseo de auto-conocimiento completo.

En las profundidades del ser del hombre hay un secreto insuflado en su interior por su Señor que desemboca en la Majestad y la Belleza de la Unidad Divina. Muhammad dijo que su Señor dijo: 'El Universo entero no puede contenerme, pero el corazón de Mi leal esclavo Me contiene . El Qur'an dice: 'Ofrecimos el cometido a los Cielos, a la Tierra y a las montañas, pero rehusaron su peso y tenían temor de él, y el hombre lo aceptó. Es cierto que actúa erróneamente, muy alocado'.

Esta actividad errónea y alocada por parte del hombre le llevó a olvidar su verdadera naturaleza y a perder la consciencia de la Unidad Divina. Se vio cada vez más atrapado en la percepción de sus sentidos, y poco a poco fue dando realidad intrínseca a las formas creadas. Sin embargo, debido a la Misericordia inherente a la Realidad Divina, en medio de las diversas comunidades humanas surgieron hombres para enseñar lo que habían perdido y restituir al hombre a su verdadera naturaleza.

Estos hombres, conocidos como Profetas y Mensajeros, fueron creados con este sólo propósito; y aunque no eran más que hombres entre los hombres, estaban bendecidos desde su nacimiento con una percepción diáfana de la Divina Realidad y del conocimiento de cómo vivir en armonía con el Señor del Universo, mientras que los hombres a su alrededor se debatían en la oscuridad del olvido y en una creciente ignorancia.

Estos Profetas y Mensajeros trajeron a sus comunidades el conocimiento y la dirección que necesitaban, y les sirvieron de ejemplo, atrayéndolos de nuevo hacia la adoración y el reconocimiento de su Señor, la Unica Realidad. Son la perfección del ser humano, íntegros a pesar dé su contacto con esta existencia; continuamente conscientes de la Presencia de su Señor.

El primero de ellos fue el primer hombre: Adán, y siguieron apareciendo a través de la historia de la humanidad sobre la Tierra, hasta que la cadena se completó con la llegada del Sello de los Profetas, Muhammad. El Qur'an dice de él: 'Muhammad no es el padre de ninguno de vosotros, sino que es el Mensajero de Allah y el Sello de los Profetas.

Hemos visto que la cúspide y plenitud del proceso de creación tienen lugar en el hombre. Aunque fue el último en aparecer, todo lo que le precedió fue en preparación para él, el medio a través del cual el Señor del Universo llegaría a conocerse a si mismo. El deseo de este auto-conocimiento fue lo que desencadenó todo el despliegue de la Creación y así, la primera idea se hizo realidad en la forma final. En el hombre, lo primero y lo último están unidos. Si deseas un fruto, debes primero plantar un árbol, esperar a que crezca, que florezca, y finalmente dé el fruto. Sin embargo, la idea del fruto precedió al plantar el árbol.

Como dijimos, la perfección del hombre se encuentra en los Profetas y Mensajeros, que son los modelos y ejemplos para el resto de la humanidad, y en quienes la Unidad Divina está más perfectamente representada. Ellos son los que corresponden más exactamente al deseo original de auto-revelación de la Divina Esencia y son, por esto, los primeros seres en el desarrollo de la Creación.

Como lo último y lo primero están combinados en el hombre, la última de las criaturas, así también están combinados en Muhammad, el último de los Mensajeros. El dijo al respecto: 'Yo fui el primer Profeta creado y el último en comunicar Su Mensaje'. Y también afirmó: 'Yo era un Profeta cuando mi hermano Adán estaba entre el agua y el barro'. Y dijo aún más: 'Cuando Allah quiso crear el Universo, cogió una porción de su Luz y dijo: '¡Sé Muhammad!'.

Muhammad es el primer punto del que surge Luz desde la inmensidad impenetrable y absolutamente incognoscible de la Divina Esencia. Es el primer ser en el despliegue de la Creación del Universo. Es la pantalla a través de la cual los Atributos Divinos se filtran al resto de la existencia, y el gran velo mediante el cual la Creación es protegida del abrumador poder de la Divina Majestad. Es la Luna que refleja la pura Luz del Divino Sol. Es la más alta manifestación de los Nombres y Atributos de Allah y el medio a través del cual éstos fluyen al resto de la Creación.

El es Muhammad, el hijo de Abdullah, hijo de Abd al-Mutalib, nacido en Meca cincuenta y tres años antes de la Hégira. Le fue dada una visión completa de su incomparable estación con el Señor del Universo durante el Miraj, su 'Viaje Nocturno', cuando fue llevado a través de los siete cielos hasta pasado el Arbol de Loto, que señala el limite más lejano en el cual, hasta Yibril, el más grande de entre los ángeles, fue obligado a detenerse. Desde allí se arrastró a una distancia de dos arcos de su Señor, y alcanzó su realización completa y el apaciguamiento de todo deseo. Su viaje fue el retorno al punto del que había salido cuando comenzó esta existencia, y fue su total descubrimiento de la profundidad y perfección de su propio ser: el pináculo y el eje de la Creación y la manifestación más pura de la Belleza, Misericordia, Generosidad y Equilibrio Divinos. Por razón de su cercanía a la Esencia Divina, ya que no existe nadie más cercano que él, le fue dado el nombre de al-Habib, el Amado.

Pero debe recordarse que a pesar de su incomparable estación con el Creador del Universo, Muhammad no es más que una criatura y absolutamente impotente frente a su Señor, el Uno, sin compañero. El es el Mensajero que trae a la humanidad el último y perfecto camino que recoge y anula la enseñanza de todos los que vinieron antes que él. Es, al mismo tiempo, absolutamente esclavo de su Creador, consciente de que todo el poder y la fuerza vienen de El. Para el musulmán no existe la posibilidad de adorar a Muhammad, pues el Señor es siempre el Señor, y el esclavo no puede ser más que un esclavo, dependiente por completo de su Creador. De hecho, más que ninguna otra criatura, Muhammad es consciente del absoluto poder de su Señor y de su propia y total incapacidad.

Y sin embargo, a Muhammad (y su nombre significa 'Digno de Alabanza'), le ha sido dado por el Señor del Universo un lugar por encima de cualquier otra criatura, y todos los musulmanes deben darle el honor debido a su rango y pedir bendiciones para él. El Qur'an dice: 'Ciertamente Allah y Sus ángeles bendicen al Profeta. ¡ Oh tú que confías!, reza para que le sean concedidas paz y bendiciones'. Dada su posición con Allah, por quien todas las cosas son adornadas en su existencia, bendecirle a él es bendecir a toda la Creación, y dada la generosa naturaleza de la Divina Realidad, las bendiciones vuelven aumentadas sobre aquel que las pronuncia. Muhammad dijo: 'A aquel que me bendice cien veces, Allah le bendice mil veces, y a aquel que me bendice mil veces, Allah prohibe al Fuego que toque su cuerpo'.

La proximidad de Muhammad con su Señor y su comprensión de su propia ignorancia ante el Conocedor de todas las cosas, le convierten en el perfecto vehículo para la Revelación de la Divina Palabra en el Qur'an. Por ésto, es el Mensajero, el esclavo, y también el Profeta iletrado. Ningún conocimiento puede atribuírsele a él. Todo su conocimiento procede de Allah y sólo El conoce lo Visible y lo Invisible. Su posición de absoluta receptividad y total servidumbre hacia su Señor demuestra que todas sus palabras y acciones estaban en completa armonía con la Unidad Divina, y su Mensaje a la humanidad no sólo estaba contenido en el Qur'an, sino que quedó igualmente demostrado en la forma en que vivió y en lo que dijo durante su vida. El musulmán es instruido a través del Qur'an: 'Obedece a Allah y obedece al Mensajero'. La obediencia a Muhammad es obediencia hacia Allah. El amor a Muhammad es amor por Allah. La animosidad hacia Muhammad es animosidad hacia Allah. 'Aquel que te odiase, ése es el desahuciado'

Muhammad es el que está completamente entregado a su Señor. Escuchándole y haciendo lo que dice, imitando su conducta y aumentando su amor hacia él, el musulmán espera aproximarse a él, ya que la proximidad a él es proximidad a su Señor. Al acercarse a Muhammad, el hombre se acerca a Allah.

Muhammad es el más grande de la Creación a los ojos de su Señor, es el que intercederá por todos los hombres el día del Juicio Final, cuando todos sean llamados a responder por sus actos en esta existencia. El día en que 'Aquel que haya hecho un átomo de bondad lo verá, y aquel que haya hecho un átomo de maldad, lo verá'. De todos los seres, es quien ha recibido la mayor generosidad y compasión, y por ser el Amado de su Señor, todos los que tengan en sus corazones el más pequeño grano de confianza hacia él, serán apartados del tormento y llevados a la gloria.

Muhammad es el más próximo a Allah, él Amado de Allah, el primer derrame de Luz de la Esencia de Allah, y por ésto, el Camino hacia Allah pasa inevitablemente a través de él. En su 'Viaje Nocturno' pasó a través de los siete cielos hasta las profundidades de su ser y la Presencia de su Señor, y regresó para describir a los hombres el Camino que conduce al Señor del Universo. Este Camino está abierto a todos aquellos que desean seguirlo. Todos los que realicen este viaje hacia la búsqueda de su verdadera naturaleza, encontrarán que el Camino a la Realidad Divina en la profundidad de sus corazones, es el Camino del Sello de los Profetas, el último Mensajero, el esclavo de su Señor: Muhammad.

Ninguna descripción de Muhammad, por muy detallada y bien informada que esté, puede transmitir quién es en realidad. El número de sus perfecciones es incontable y aún los más grandes poetas de entre aquellos que le aman, acaban por admitir la imposibilidad de alabarle lo suficiente.

Si deseas un conocimiento real de Muhammad, debes mirar a la gente que se ha entregado a seguir su ejemplo en todos los aspectos de su vida. En ellos verás algo de la cualidad y luminosidad interiores de Muhammad que Allah le bendiga y le dé paz. De ellos podrás aprender el Camino de Islam, el sendero de sumisión que conduce a la paz.

Que él Profeta Muhammad, (SWS) llegó a hacerse tan sensible que era capaz de captar todo lo que sucedía a su alrededor y por tanto penetraba de una forma clara en el mundo espiritual de todas las cosas. Rasulul-lah sin duda tuvo esta capacidad, o de lo contrario el Islam no sería lo que es. A nosotros nos puede resultar extraño pero, evidentemente, si él no hubiera sido así, no habría tenido calidad de Profeta. Rasul o Nabí alude a una persona que es capaz de comunicar un mensaje porque está comunicada con todo lo que existe gracias a poseer una sensibilidad extraordinaria. Muhammad la poseía y seguramente en una profundidad increíble, de tal manera que esto condicionaba su relación con las cosas. Él no era animista, no consideraba que las cosas estaban dotadas de alma, pero sí de una magia especial o de algo para lo que no hay nombre, quizá la palabra "alma" sea insuficiente…

Era muy especial la costumbre que tenía de ponerle nombre a todo… Ponerle nombres a las cosas es tener una relación personal con ellas. Desde luego todos sus animales tenían nombres propios, pero incluso los objetos, cada turbante tenía un nombre propio, sus capas, sus arcos, sus espadas, tenían nombres propios. Es curioso, porque hablaba con las cosas. Se sabe que mantenía conversaciones con objetos, con las piedras, con los troncos. Incluso hay gente que dijo haber escuchado las respuestas de estas conversaciones que se mantenían en otro universo, por supuesto. Si Rasulul-lah no hubiera sido así, no habría sido Profeta. Tenía necesariamente que contar con esa delicadeza que viene de algo regalado: él era así, no lo buscó. Él amaba profundamente las cosas, todo lo que le rodeaba, con un amor especialmente intenso. Hay hadices preciosos en este sentido, como aquel que cuenta cómo estando sobre la montaña Uhud ella tembló y el Profeta le dijo 'estáte quieta porque yo te quiero igual que tú me quieres'. Que el pequeño temblor acabase es normal, no estamos diciendo necesariamente que él la aquietara, pero se conserva el hadiz entre los musulmanes como prueba no del poder de Muhammad sino de su capacidad de relacionarse con las cosas aparentemente menos dotadas de alma.

Otro hadiz nos habla de cómo escuchaba el lamento de las cosas, y por eso él era capaz de escuchar sonidos que no perciben los seres humanos. Cómo tranquilizó con la mano -como se hace con un animal doméstico- a un mimbar que se quejaba. Él además sabía que esa sensibilidad no era exclusiva suya, sabía que algunos animales captaban los gemidos de los muertos en las tumbas. Nosotros tenemos ciegos determinados ojos y taponados determinados oídos y que únicamente en su persona estaban absolutamente despiertos. Y que justamente la espiritualidad islámica es el intento de avivarlo.

No es que Muhammad sea modelo de una "actitud ecológica" de vivir sino que su espiritualidad es un ejemplo a seguir para llegar a esa conciencia con la cual nuestras relaciones con las cosas nunca serán artificiales sino auténticas. Se trata de haber seguido un proceso espiritual en el cual se entra en comunicación con el espíritu que hay en las cosas. Lo que hay que aprender de Muhammad no es el ponerle nombres a las cosas sino realmente el seguir su proceso espiritual hasta descubrir que en las cosas anidan realidades más allá de lo que nosotros percibimos normalmente y que es lo que las unifica, es decir, aquello en lo que descubrimos a Allah, el Uno Único.

Y no sólo el Profeta. Todos los auliyá (los íntimos de Allah) perciben el poder y la sabiduría que hay en cada cosa. El kafir es el que no traspasa el objeto y descubre en él la semilla (habb) de amor (hubb) que lo hizo. Eso infinito que es el Ahad pasa a residir en todo objeto finito por el hecho de existir, y tenemos la obligación islámica de amar a Allah en cada cosa. Todas las cosas tienen dos caras, una en la que se ve a Allah y otra en la que se ven las cosas. El camino espiritual consiste en descubrir qué conjunto de cualidades de Allah son la urdimbre de cada uno de los seres que existen. También la de las cosas. Puedes ver a Allah en la misma nafs de las cosas. No podemos dejar pasar la oportunidad que nos ofrecen las cosas. Cada cosa existente te interpela con lo que es.

Nuestro conocimiento aspira con la Ciencia a desentrañar el significado de las cosas, y no puede ser de otra forma, pues Allah es en sí mismo indefinible. ¿Cómo se define -entonces- a Allah? En cada cosa concreta. Lo que no tiene límites lo encerramos en lo más pequeño. Lo eterno en el instante que no dura, lo inmutable en la deteriorabilidad de algo material… Todo lo que existe es Nombre de Allah, porque es una esencia específica e irrepetible. Cada cosa que existe es el Nombre propio de Allah. Las cosas son los rostros de Allah.

La Materia de que están compuestas las cosas, la cosa en sí ante nosotros es ni más ni menos que la prueba de la existencia de Allah. La verdad desconcertante del ser que constituye la realidad es el principio del camino. Cuando me sumerjo en la Realidad, a pesar de su aparente inconsistencia y su mutabilidad, y la vivo como definitiva y contundente, estoy en al-haqq. Me sumerjo en la materia para conocer mi realidad, mi verdad, para descubrir mi propia eternidad.

Cuando se ha tomado conocimiento de la vida de Muhammad a través de las fuentes tradicionales; de ella se desprenden tres elementos que podríamos designar provisionalmente con las palabras siguientes: piedad, combatividad, magnanimidad. Por piedad entendemos el apego profundo a Allah, el sentido del más allá, la absoluta sinceridad, es decir, un rasgo del todo general en los santos y a fortiori en los mensajeros del cielo; si lo mencionamos es porque aparece en la vida del Profeta con una función particularmente destacada y porque prefigura en cierta forma la atmósfera espiritual del Islam . Hubo, en esa vida, guerras y, destacándose contra ese fondo violento, una grandeza de alma sobrehumana; hubo también matrimonios, y por ellos una entrada deliberada en lo terrenal y lo social -y no decimos: en lo mundano y lo profano , e ipso facto una integración de lo humano colectivo en lo espiritual, dada la naturaleza avatárica del Profeta.

En el plano de la piedad, señalemos el amor a la pobreza, a los ayunos y las vigilias; algunos objetarán sin duda que el matrimonio, y sobre todo la poligamia, se oponen a la ascesis, pero esto es olvidar en primer lugar que la vida conyugal no quita rigor a la pobreza, a las vigilias y a los ayunos y no los hace fáciles ni agradables, y después, que el matrimonio tenía en el Profeta un carácter espiritualizado o "tántrico", como, por lo demás, todas las cosas en la vida de un ser así, en razón de la transparencia metafísica que adquieren entonces los fenómenos .

Vistos desde el exterior, la mayoría de los matrimonios del Profeta tenían, por otra parte, un alcance "político" -y la política posee aquí una significación sagrada en conexión con el establecimiento en la tierra de un reflejo de la "Ciudad de Dios" -, y, finalmente, dio suficientes ejemplos de largas abstinencias, sobre todo en su juventud, cuando se considera que la pasión es más fuerte, como para estar al abrigo de juicios superficiales. Otro reproche que se formula a menudo es el de crueldad; pues bien, aquí habría que hablar más bien de implacabilidad, y ésta tenía por objeto, no a los enemigos como tales, sino únicamente a los traidores, fuera cual fuere su origen; si en ello había dureza, fue la dureza misma de Allah, por participación en la justicia divina que rechaza y consume. Acusar a Muhammad de tener un carácter vindicativo equivaldría no sólo a equivocarse gravemente acerca de su estado espiritual y a desnaturalizar los hechos, sino también a condenar al mismo tiempo a la mayoría de los profetas judíos y a la propia Biblia; en la fase decisiva de su misión terrenal, cuando la toma de La Meca, el Enviado de Allâh dio pruebas incluso de una sobrehumana mansedumbre, en contra del sentimiento unánime de su ejército victorioso.

Hubo al principio de la carrera del Profeta oscuridades dolorosas e incertidumbres; con ello se trata de mostrar que la misión muhammadiana era obra, no del genio humano de Muhammad -genio cuya existencia él mismo nunca sospechó-, sino esencialmente de la elección divina; de modo análogo, las aparentes imperfecciones de los grandes Mensajeros tienen siempre un sentido positivo.

La ausencia total, en Muhammad, de cualquier ambición nos lleva por lo demás a abrir aquí un paréntesis: siempre nos sorprendemos cuando algunos, seguros de su pureza de intención, de sus talentos y de su poder combativo, se imaginan que Allâh debe servirse de ellos y esperan con impaciencia, y hasta con decepción y desconcierto, el toque de llamada celestial o el milagro; lo que olvidan -y esto es extraño por parte de defensores de lo espiritual- es que Allâh no tiene necesidad de nadie y que no le hacen falta para nada sus dones naturales y sus pasiones. El Cielo no utiliza talentos más que a condición de que primero hayan sido rotos para Allâh o de que el hombre no haya sido nunca consciente de ellos; un instrumento directo de Allâh siempre es sacado de las cenizas.

Como más arriba hemos aludido a la naturaleza avatárica de Muhammad, se podría objetar que éste, por el Islam o, lo que viene a ser lo mismo, por su propia convicción, no era y no podía ser un Avatâra; pero la cuestión no es ésta, pues sabemos muy bien que el Islam no es el Hinduismo y que excluye, particularmente, toda idea encarnacionista (hulûl); diremos simplemente, en lenguaje hindú (ya que en este caso es el más directo o el menos inadecuado) que un determinado Aspecto divino ha tomado en determinadas circunstancias cíclicas una determinada forma terrestre, lo que es perfectamente conforme con el testimonio que el Enviado de Allâh dio sobre su propia naturaleza: "Quien me ha visto, ha visto a Allâh" (Al Haqq, "la Verdad"); "Yo soy Él mismo y Él es yo mismo, salvo que yo soy el que soy y Él es el que es"; "Yo era Profeta cuando Adán estaba todavía entre el agua y la arcilla" (antes de la creación); "He estado encargado de cumplir mi misión desde el mejor de los siglos de Adán, de siglo en siglo, hasta el siglo en que estoy".

Sea como fuere, si la atribución de la divinidad a un ser histórico repugna al Islam, es a causa de su perspectiva centrada en el Absoluto como tal, la cual se enuncia por ejemplo en la concepción de la nivelación final antes del juicio: sólo Allâh permanece "vivo", todo es nivelado en la muerte universal, incluidos los Ángeles supremos y, por tanto, también el "Espíritu" (Al Rûh), la manifestación divina en el centro luminoso del cosmos.

Es natural que los partidarios del exoterismo (fuqahâ o 'ulama al-zhâhir, "sabios de lo exterior"), tengan interés en negar la autenticidad de los hâdices que se refieren a la naturaleza avatárica del Profeta, pero el concepto mismo del Espíritu muhammadiano (Rûh muhammadi) -que es el Logos- prueba que estos hâdices tienen razón, sea cual sea su valor histórico, admitiendo que éste pueda ser puesto en duda. Cada forma tradicional identifica a su fundador con el divino Logos y considera a los demás portavoces del Cielo, en la medida en que los toma en consideración, como proyecciones de este fundador y como manifestaciones secundarias del Logos único; para los budistas, Cristo y el Profeta no pueden ser sino Budas. Cuando Cristo dijo: "Nadie llega al Padre si no es por mí", es el Logos como tal el que habla, aunque Jesús se identifica realmente, para un mundo dado, con este Verbo uno y universal.

El Profeta es la norma humana en el doble aspecto de las funciones individuales y colectivas, o también, de las funciones espirituales y terrenas.

Es, esencialmente, equilibrio y extinción: equilibrio desde el punto de vista humano, y extinción con respecto a Allâh.

El Profeta es el Islam. Si éste se presenta como una manifestación de verdad, de belleza y de poder -pues son realmente estos tres elementos los que inspiran al Islam y que éste tiende, por su naturaleza, a realizar en diversos planos-, el Profeta, por su parte, encarna la serenidad, la generosidad y la fuerza; también podríamos enumerar estas virtudes inversamente, según la jerarquía ascendente de los valores y refiriéndonos a los grados de la realización espiritual. La fuerza es la afirmación -si es preciso combativa- de la Verdad divina en el alma y en el mundo; ésta es la distinción entre las dos guerras santas, la "mayor" (akbar) y la "menor" (asghar), o la interior y la exterior. La generosidad compensa el aspecto de agresividad de la fuerza; es caridad y perdón. Estas dos virtudes complementarias, la fuerza y la generosidad, culminan -o se extinguen en cierto modo- en una tercera virtud: la serenidad, que es desapego con respecto al mundo y al ego, extinción ante Allâh, conocimiento de lo Divino y unión con Ello.

Hay cierta relación -sin duda paradójica- entre la fuerza viril y la pureza virginal, en el sentido de que tanto la una como la otra conciernen a la inviolabilidad de lo sagrado, la fuerza en modo dinámico y combativo, y la pureza en modo estático y defensivo; podríamos decir también que la fuerza, cualidad "guerrera", implica un modo o un complemento estático o pasivo, y éste es la sobriedad, el amor a la pobreza y al ayuno, la incorruptibilidad, que son cualidades "pacíficas" o "no agresivas".

Asimismo, la generosidad, que "da", posee un complemento estático, la nobleza, que "es"; o, mejor, la nobleza es la realidad intrínseca de la generosidad. La nobleza es una suerte de generosidad contemplativa, es el amor a la belleza en el sentido más amplio; aquí se sitúa, en el Profeta y en el Islam, el estetismo y el amor a la limpieza, pues ésta quita a las cosas, y a los cuerpos sobre todo, la marca de su terrenalidad y de su caída y las devuelve así, simbólicamente, a sus prototipos inmutables e incorruptibles o a sus esencias. En cuanto a la serenidad, también ésta posee un complemento necesario: la veracidad, que es como el lado activo o distintivo de la serenidad; es el amor a la verdad y a la inteligencia, tan característico del Islam; es, pues, también, la imparcialidad, la justicia. La nobleza compensa el aspecto de estrechez de la sobriedad, y estas dos virtudes complementarias culminan en la veracidad, en el sentido de que se subordinan a ella y, si es preciso, se anulan -o parecen anularse- ante ella.

Las virtudes del Profeta forman, por decirlo así, un triángulo; la serenidad veracidad constituye el vértice, y los otros dos pares de virtudes -la generosidad nobleza y la fuerza sobriedad- forman la base; los dos ángulos de ésta están en equilibrio y en cierto modo se reducen a la unidad en el vértice. El alma del Profeta, ya lo hemos dicho, es esencialmente equilibrio y extinción.

La imitación del Profeta implica: la fuerza para con uno mismo; la generosidad para con los demás; la serenidad en Allâh y por Allâh. Podríamos decir también: la serenidad por la piedad, en el sentido mas profundo de este término.

Esta imitación implica además: la sobriedad con respecto al mundo; la nobleza en nosotros mismos, en nuestro ser; la veracidad por Allâh y en Él. Pero no hay que perder de vista que el mundo está también dentro de nosotros y que, inversamente, no somos distintos de la creación que nos rodea, y, por último, que Allâh ha creado "por la Verdad" (bil Haqq); el mundo, en sus perfecciones y en su equilibrio, es una expresión de la Verdad divina."

El aspecto "fuerza" es igualmente, e incluso ante todo, el carácter activo y afirmativo del medio espiritual o del método; el aspecto "generosidad" es también el amor de nuestra alma inmortal; y el aspecto "serenidad", que a priori es: verlo todo en Allâh, es también: ver a Allâh en todo. Se puede ser sereno porque se sabe que "sólo Allâh es", que el mundo con sus agitaciones es "no real", pero se puede serlo también porque uno se da cuenta -admitiendo la realidad del mundo- de que "todo es querido por Allâh", de que la Voluntad divina actúa en todo, de que todo simboliza a Allâh en uno u otro aspecto y de que el simbolismo es para Allâh una "manera de ser", si puede decirse así. Nada está fuera de Allâh; Allâh no está ausente de nada.

La imitación del Profeta es la realización del equilibrio entre nuestras tendencias normales o, más precisamente, entre nuestras virtudes complementarias, y es después y sobre todo, sobre la base de esta armonía, la extinción en la Unidad. Así es como la base del triángulo se reabsorbe en cierto modo en el vértice, que aparece como su síntesis o su origen, o como su fin, su razón de ser.

Reanudando nuestra descripción anterior, pero formulándola de manera algo diferente, diremos que Muhammad es la forma orientada hacia la Esencia divina; esta «forma» tiene dos principales aspectos, que corresponden respectivamente a la base y al vértice del triángulo, a saber, la nobleza y la piedad. Ahora bien, la nobleza está hecha de fuerza y generosidad, y la piedad -en el nivel de que aquí se trata- está hecha de sabiduría y santidad; añadiremos que por "piedad" hay que entender el estado de "servidumbre espiritual" (‘ubûdiyya) en el sentido más elevado del término, que comprende la perfecta "pobreza" (faqr, de ahí la palabra faqîr) y la «extinción» (fanâ’) ante Allâh, lo que no carece de relación con el epíteto de "iletrado" (ummî) atribuido al Profeta. La piedad es lo que nos liga a Allâh; en el Islam, esto es en primer lugar, en la medida de lo posible, la comprensión de la evidente Unidad -pues el que es "responsable" debe captar esta evidencia, y no hay aquí una línea de demarcación rigurosa entre el "creer" y el "saber"- y, después, la realización de la Unidad más allá de nuestra comprensión provisional y "unilateral", que es ignorancia en comparación con la ciencia plenaria; no hay santo (wâli, "representante" y, por tanto, "participante") que no sea "conocedor por Dios" (‘arîf bil Llâh).

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