La Casa de América de Madrid y la Fundación para la Cultura Urbana de Venezuela, organizaron en el mes de junio de 2004, un evento, en Madrid, dedicado al exilio español en Venezuela. Los personajes escogidos para representar a dicho exilio fueron el jurista Manuel García Pelayo y el filósofo Juan David Garía Bacca. Nos correspondió el honor de hablar acerca de la vida y obra del primero, junto con Francisco Rubio Llorente, actual Presidente del Consejo de Estado español, y Graciela Soriano de García Pelayo, Presidenta de la Fundación Manuel García Pelayo.
Para este homenaje, me propuse buscar en la obra de Manuel García Pelayo el ideal del buen gobierno contemporáneo, a partir de los peligros que provienen del resurgimiento del populismo autoritario personalista, que acechan a la vida civilizada, aquella que se vive tranquilamente y que deriva de la democracia liberal. En el transcurso de tal búsqueda surgieron otros aspectos de su vida y obra que a continuación referiré.
García Pelayo había optado, bajo la influencia de Max Weber, por tratar al mundo como objeto de conocimiento y no como campo de acción: "En los años cuarenta el autor que más me impresionó fue Max Weber…y desde entonces ejerció una duradera influencia sobre mi pensamiento"(Autobiografía intelectual). Así, se dedicó más a comprender la razón de los fenómenos políticos y los motivos de la acción de quienes se orientan hacia el ejercicio del poder o de quienes buscan influenciarlo; a ser comprensivo y no prescriptivo en el trabajo intelectual. Aunque llegado el momento, polemizó, juzgó, advirtió, recomendó y prescribió, del modo en el que él sabía hacerlo.
Para quienes tuvimos la fortuna y el privilegio de trabajar y convivir con él, de compartir no sólo el estudio de los grandes textos, incluyendo los suyos, sino también muchos momentos hechos de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, sabíamos de su honda preocupación por el buen gobernar y por el buen convivir, preocupación que también se encuentra en su vasta obra escrita y de la que aquí desentrañaremos apenas unos fragmentos.
El magisterio de GP, que así le llamábamos entre nosotros sus discípulos y colaboradores del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela, enseñó la prudencia y el rigor en el trabajo intelectual; el no apresurar juicio incongruente con la evidencia empírica, por más que conviniera a la causa propia; el no conformarse con un trabajo, propio o ajeno, si sólo repetía lo ya conocido y a valorar el compromiso del intelectual con el conocimiento más que con las parcialidades. El conocimiento era su causa y en su cultivo, por cierto,
"…mantengo…ciertos criterios y actitudes que no van con los habituales de nuestro tiempo: tengo muy poca confianza en los trabajos en equipo, tampoco confío mucho en congresos, simposia, coloquios, etc., ni suelo acudir a conferencias, cocktails, presentaciones de libros o actos de análoga naturaleza. Si se exceptúan un pequeño número de dictámenes, nunca he hecho un trabajo de encargo, salvo que coincidiera con un tema que previamente me interesara, pues he preferido ser señor de mis propias tareas a menestral de las ajenas y, por consiguiente, nunca he estado en oferta permanente. En una palabra, he procurado evadirme de los engranajes que la actualidad impone a la actividad intelectual, lo que no menciono como una virtud, sino mas bien como una deficiencia de adaptación al ecosistema que circunda a la función del intelectual en el tiempo presente." (Autobiografía intelectual)
Pero volvamos a lo substancial. García Pelayo no eludía las definiciones; se consideraba como un demócrata liberal y así lo afirmaba cuando era preguntado y así traslucía en sus escritos. Su preferencia por el ejercicio legítimo del poder aparece reiteradamente en su obra; su definición del mismo es democrática liberal, tal y como se revela en su "Esquema de una introducción a la teoría del poder". Decía:
"El poder legítimo es un poder que se libra del miedo…Cuando no se cree en la legitimidad o cuando ésta ha sido rota por la fuerza, el poder se ve obligado a una mayor actualización de la coerción, cuyo punto máximo es el terror, es decir, no ya el miedo, pues el miedo significa el temor a un riesgo o a un peligro concretos, sino la angustia, es decir, el temor difuso, el temor a todo, a lo real y a lo irreal, a lo que ya es y a lo que puede venir. Angustia que invade desde luego al sometido, pero todavía en mayor grado al opresor… …sólo la limitación del poder por los principios de legitimidad puede evitar su corrupción… …tanto por razones funcionales como por exigencias éticas, el poder debe sustentarse sobre la legitimidad, y mantenerse dentro de sus límites…".
La legitimidad del poder….no tanto la que le reconocen sus partidarios; más bien obtenerla de sus opositores, pues allí radica la gracia del poder ejercido por un gobierno democrático, quien tiene la obligación de transformar la lucha existencial en pugna agonal, integrando en un sólo cuerpo político a los polos en tensión.
A través de las más de tres mil páginas escritas por García Pelayo, recogidas en sus Obras Completas, se revela el rigor y la obsesión por comprender y elaborar, con erudición histórica, ajena a todo escolasticismo, una teoría de la política y del poder, del mito y la razón; del Estado, su burocracia y tecnocracia; de los partidos políticos, de las Constituciones históricas y del Derecho Constitucional que le era contemporáneo. En su autobiografía intelectual publicada en 1986, afirmaba:
"…nunca he pertenecido a una escuela, no he considerado inmutable ninguna proposición, ni he dedicado permanentemente mi actividad a un sólo tema…No he suscrito nunca la idea del ‘intelectual comprometido’, que en la práctica se ha mostrado como el intelectual alienado, con frecuencia arrepentido…He creído, más bien, que el único compromiso válido para el intelectual es el de su propia búsqueda de la realidad de las cosas…aunque no niego que pueda adquirir compromisos políticos…pero una cosa es que sea libre de hacerlo y otra que esté obligado a ello.".
En tal autobiografía, narra García Pelayo un episodio en las minas de Bilbao, acaecido en su infancia, que influenció su preocupación por el hecho social. Optó por estudiar Derecho en Madrid, para acercarse al conocimiento de la política y la sociedad, y su paso por la Residencia "…me abrió horizontes intelectuales, quizás imposibles de lograr sin ella y consolidó mi actitud liberal ante las cosas, independientemente de cualquier posición o militancia política."
A partir de 1930, apenas cumplidos los veinte años de edad, aún cursante de la Licenciatura en Derecho, comenzaría a reseñar libros y a escribir uno que otro artículo. Así, reseñaría a Lenin, Lasalle, Stuart Mill, Recasens Siches, entre otros, y escribiría acerca del marxismo, el fascismo, los derechos del hombre y del ciudadano y sobre la filosofía del derecho, también entre otros de los grandes temas de aquél momento. Su escritura juvenil fue combativa, mordaz y prescriptiva, sin dejar de ser elegante y conocedora de los temas que trataba, estilo reflexivo y literario que pronto sería sustituido por aquél mas propio de la sociologóa comprensiva, objetiva y erudita, hasta 1978, cuando sorprendió con un breve, polémico y duro juicio publicado en El País de Madrid, acerca de "La contribución del marxismo al subdesarrollo en latinoamérica", que así se tituló. Allí distinguía un marxismo de nivel sofisticado, elitesco, practicado por profesores de filosofía y de ciencias sociales, que leían desde Lukacs hasta Althusser cuyos
"…secuaces no tienen interés en cambiar el mundo, sino en interpretarlo y en conservar sus posiciones en el micromundo académico… …frente a esas interpretaciones…cuya profundidad está frecuentemente hecha de oscuridad…nos encontramos con la vulgata marxista… …el movimiento de izquierdas está monopolizado por este marxismo que es un sistema de incapacidades…que sustituye el análisis por el estereotipo que es el espíritu de las situaciones carentes de espíritu… …el opio de unas minorías que podrían conducir a parte del pueblo."
En los años treinta fue contra el fascismo y a finales de los setenta, contra el marxismo vulgar, guardando sin embargo mucho respeto intelectual por la obra del propio Marx, en especial por sus escritos llamados de juventud, publicados por el Instituto que le correspondió fundar y dirigir, así como por los trabajos del siempre polémico Carl Schmitt, a quién se menciona como inspirador del nazi fascismo.
Cabe pensar que la guerra civil, en la que luchó en la filas de la República, contribuiría a marcar el giro en su método de reflexión y exposición. En efecto, relata García Pelayo que en
"El período de la guerra civil y del cautiverio…había leído los signos del libro de la realidad, que con mayor o menor claridad me mostraba la presencia de una coyuntura…en la que se producía un falseamiento del verdadero sentido de las palabras, un envenenamiento de las almas, un autoengaño de las conciencias, un relativismo cuando no una franca prostitución de los valores por cuya virtud el fratricidio y el genocidio se legitimaban por la promesa de una supuesta comunidad ideal."
Esta memoria de la guerra se encuentra también en su único texto literario, también publicado en El País en 1991. En "La División del Comandante Ordoñez" concluía García Pelayo de esta manera:
"Dicen que los dioses enviaban mensajeros para sacar a sus pueblos del destierro o llevarlos a tierras de promisión. Yo no sé si nosotros éramos pueblo de Dios alguno o simplemente pobres diablos. Como quiera que fuera, un día llegó el mensajero en forma de motorista, y dos más tarde marchamos hacia la aldea más próxima para embarcarnos en camiones. No nos condujeron a las tierras de Canaán o a aquellas donde las fuentes manaban leche y miel, sino a los malditos pagos que el hombre cultiva para que sean sesgados por la muerte y que, paradojicamente, dieron euforia y sentido a nuestra existencia."
Retomando lo mencionado respecto a su escritura juvenil, tenía poco más de veinte años, citemos a manera de ilustración sus "Notas sobre el fascismo italiano" publicadas en 1930. Luego de ubicar su aparición en la incapacidad del Estado liberal en ordenar la sociedad, y de calificarlo –al fascismo- de bárbaro, antidemocrático y burgués, decía, o más bien prescribía García Pelayo: "Para combatir el fascismo es preciso buscar fórmulas democráticas de tendencia social…ha llegado el momento de abandonar el liberalismo escuetamente político, para ir hacia uno de contenido social. En el estado actual del mundo solo existen tres caminos, fascismo, socialismo, comunismo." Evidentemente, García Pelayo no era ni fascista ni comunista; optaba ya desde entonces por lo que en tiempos recientes se ha dado en llamar tercera vía.
En otro artículo escrito un año más tarde, en 1931, "Comunismo y fascismo", diría,
"El fascismo es un engendro de la burguesía que, llegada la hora del peligro para la sociedad capitalista, no duda en actuar de Judas con las formas políticas que, como la democracia, ella misma creó."
Recordándonos una vez más que, con frecuencia, el compromiso del capital es consigo mismo en primer lugar, y luego, eventualmente, con las formas políticas, incluída la democracia y la libertad.
Luego sería su Doctorado en Derecho por la Universidad Central de Madrid, en 1934, cursos en la Universidad de Viena, sustituto de Recasens Siches en la cátedra de filosofía del derecho en 1935, hasta la guerra civil, en la que alcanza el grado de Capitán de Estado Mayor y obtiene la Medalla al Valor. Terminada la guerra es internado en campos de concentración y prisiones militares, luego de lo cual se dedica a la enseñanza y se vincula al Instituto de Estudios Políticos; en 1951 se traslada a la Argentina y luego a Puerto Rico, hasta su llegada a Venezuela en 1958, luego de caída la dictadura y reinstalada la democracia.
Entre 1945 y 1986, entre "El Imperio Británico" y "El Estado de Partidos", publica sus grandes obras, escritas con, entre otras virtudes, ecuanimidad, definida por Camilo José Cela en la entrevista que le hiciera en 1984, como ‘la imparcialidad serena del juicio’; le consideraba, a García Pelayo, como su amigo ecuánime. La guerra civil y Max Weber mostraban su impronta.
En esa entrevista, preguntado García Pelayo acerca del primer mal nacional español, mal que por cierto, tal y como lo definió en su respuesta, no resulta de la exclusividad española, decía:
"…la renuncia al pasado, a todo el pasado, el afán por comenzar siempre de cero…interpretamos la historia con arreglo a las ideologías del presente…lo que produce no sólo la negación de una parte de nuestra historia, sino también el que queramos empezar a hacer lo que ya se ha hecho."
En 1958 funda el Instituto de Estudios Políticos en la Facultad de Derecho de la Universidad Central de Venezuela y fue su Director hasta 1979, año de su jubilación. Allí lo conocimos y lo tratamos, lo escuchamos y nos escuchó, lo leímos para aprender y nos leyó en lo que comenzábamos a escribir, para enseñarnos. Eran sus clases como profesor, tertulias repentinas sobre cualquier tema, en cualquier momento y en cualquier cubículo, seminarios que terminaban en publicaciones; pero también eran salidas a librerías algún sábado por la mañana, un almuerzo cualquier día de la semana en algún sitio cercano a la universidad, una cena en su casa en la que contaba historias y hasta cantaba a Paco Ibañez, o sencillamente acompañarle a comprarse una máquina de escribir o a escoger un reloj digital, de reciente aparición, incluso ya despues, en su calidad de Presidente del Tribunal Constitucional español; jamás perdió la sencillez, ni en Caracas ni en Madrid.
"Concebí como objetivo primordial del Instituto desarrollar el estudio de una teoría política que, sin desconocer la importancia del Derecho, rebasara la perspectiva normativa o "institucional" para centrarse en el conocimiento de la peculiar dialéctica de la realidad propiamente política, con los fines de promover la investigación en este campo y de crear un cuadro de futuros profesores sobre los que fundar decorosamente una Escuela de Estudios Políticos, lo que tuvo lugar a su debido tiempo. Iniciada su andadura bajo el influjo de las concepciones europeas, especialmente de Max Weber y de Herman Heller, con el curso del tiempo adquirieron posición hegemónica las concepciones norteamericanas, proceso que…ha sido común al pensamiento politológico occidental… …Es posible que mucha de esta literatura me hubiera pasado inadvertida o la hubiera menospreciado de no ser porque mi calidad de Director del Instituto me obligaba a esta informado de ella, ya que de otro modo hubiera sido imposible mantener en los debidos términos la relación con mis colaboradores que, siendo jóvenes, se mostraban muy despiertos ante los intentos de innovación…nunca he sido inclinado hacia la novomanía, aunque debo reconocer las huellas que sobre mi pensamiento han dejado las perspectivas sistémicas y funcionalistas… … …logré que (el Instituto) se mantuviera firme ante los intentos de quebrantar su neutralidad ideológica,…, de su instrumentalización a favor de una u otra tendencia política, tarea no sencilla en unos momentos en los que la sociedad ambiental estaba sometida a un acentuado proceso de politización, pero que, en todo caso, respondía a mi modo de entender la misión intelectual…apoyada en la capacidad que he tenido a lo largo de mi vida para abstraer mi tarea intelectual de las incitaciones y coerciones ambientales, cualquiera que fuera la naturaleza de éstas."
En las postrimerías de su cargo de Director del Instituto en Caracas y en los albóres de la transición a la democracia en España, en junio de1978, publica en El País de Madrid "En torno al marxismo y socialismo", que contiene una denuncia y un rechazo a la manipulación, y una prescripción para la acción, que bien pudiera leerse, y hasta tener de subtítulo, como un ‘mensaje al PSOE’:
"…en el campo político puede ser mantenida una denominación con independencia de su coincidencia real con las cosas si tal denominación contribuye a afirmar posiciones de poder, promover adhesiones, generar entusiasmos emocionales, etc., en una palabra, si es funcional para los objetivos perseguidos, pues toda acción política transcurre en una tensión de ideología y verdad. La historia…está llena de denominaciones que nada tienen que ver con la realidad de las cosas…la utilización del adjetivo revolucionario por movimientos contrarevolucionarios o simplemente reaccionarios… …la teoría de los arcana imperii (sigloXVII), de las artes secretas de gobierno, que proporciona todo un recetario para la utilización política de las apariencias, para la manipulación de nombres sin realidad, de naderías jurídicas y de sombra de libertades sin cuerpo, en la esperanza de que las gentes tomen las cosas por la etiqueta sin comprobar el contenido del fraseo. Se trata, naturalmente, de una expresión de la amoralidad política."
Hecha la denuncia, pasaba entonces a recomendar, al PSOE pienso yo una vez más:
"…dentro de la izquierda…hay que elegir entre ser o bien un partido destinado a mantener las esperanzas de los que desean un cambio radical y drástico y del que surgirá un nuevo tipo de hombre, de sociedad y de humanidad, partido cuya virtud radica más en el sostenimiento de esa esperanza que en las posibilidades efectivas de su realización, o bien ser un partido no orientado a alimentar esperanzas profundas y lejanas, sino a satisfacer expectativas concretas; no a animar vagos deseos de transformación total, sino a formular y obligar al Estado a satisfacer demandas viables. Ambos tipos de partidos responden a la estructura e inclinaciones de la existencia humana, que puede orientarse más a la esperanza ilusionada que a la expectativa real…es preferible clarificar las cosas a tiempo, antes de que lleguen a la demistificación, el desengaño y el desenmascaramiento."
En cualquier caso, sea por la razón que fuere, en buena medida el comportamiento del PSOE se acogió o coincidió desde temprano con tal precepto, y no pareciera que le haya ido mal, ni a él ni a la sociedad española; al contrario.
Un ejemplo de la idea que se hacía García Pelayo del buen gobierno, la encontramos en su interpretación de la pintura de Lorenzetti:
"La justicia, iluminada por la sabiduría, integra a los hombres en la concordia, y desde ella en la corporación o cuerpo místico de la comuna bajo el gobierno impersonal y abstracto del bien común, /de ser contemporánea la pintura hubiera dicho 'del Estado de Derecho', pero aplicarle tal noción a la alegoría de Lorenzetti sería juzgar aquél momento con arreglo a la ideología del presente, cuestión que le denuncia a Sela/ el cual, constantemente inspirado por las virtudes políticas, asegura un orden pacífico del que se excluye toda violencia, salvo frente a los malhechores, obtiene sin presión los impuestos de los ciudadanos y la sumisión de los señores del campo. Logra así los fines primarios de la comunidad política (paz y justicia); hace que bajo la protección de la seguridad reinen la libertad y la certeza para cada uno de obtener su derecho, asi como que el trabajo tenga sus frutos en medio del bienestar económico. En una palabra, que rija la tranquillitas, objetivo al que constantemente aspira el pensamiento medieval, pero que adquiere especial importancia en la difícil vida política de las comunas italianas debatidas entre las escisiones internas y los peligros exteriores; y que gracias a esa tranquillitas pueda desarrollarse pacífica y amablemente la vida individual y colectiva en la ciudad y en el campo: la ‘buena vida’, en el sentido de Aristóteles… … …Menos complejo en su construcción alegórica, el mal gobierno es la antítesis del bueno: no desciende del claro entendimiento de la sabiduría, sino del impulso cegador y negativo de la soberbia; no se basa en la justicia y en la concordia, sino en la dominación; no realiza el bien, sino el mal general; no se inspira en las constructivas virtudes políticas, sino en principios tales que sólo pueden llevarle a debatirse en el temor y a la negación de los fines propios de la convivencia política, e incluso de la naturaleza humana, para desarrollar una situación de temor, sospecha, violencia, inseguridad, miseria y desolación."
En la interpretación de García Pelayo de la pintura de Lorenzetti, está su propia concepción del buen y el mal gobierno, aquél capaz de integrar en un sólo cuerpo, en una comunidad, a la diversidad social o aquél que cultiva la crispación y exacerba las diferencias, artificiales o reales, entre, por ejemplo, conservadores y revolucionarios. Al respecto, en su "Idea de la política" comprendía que:
"…llegado el conflicto existencial, el revolucionario radical mantiene el primado de la justicia sobre el orden: ‘hágase justicia aunque perezca el mundo’, es su lema. Cabría preguntar: si no hay mundo, ¿donde podrá realizarse la justicia? Pero una pregunta tan ‘razonable’, no tendría sentido, ya que en el revolucionario… …el mundo está tan podrido o tan viejo que es preciso terminar de destruirlo para fundirlo de nuevo. El conservador, en cambio, llegado el conflicto existencial, dará primacía al orden establecido sobre la justicia y hará suya la frase de Goethe: ‘prefiero la injusticia al desorden’ Cabría preguntar si la injusticia no es, en sí misma, el mayor de los desórdenes. Pero tampoco en este caso la pregunta tendría sentido, pues aquí opera el mito de Satán, en función de cuyas imágenes se ve en los transtocadores del orden una especie de encarnación de las potencias informes de la nada y de las tinieblas, incapaces de construir algo, pero capaces de destruirlo todo, potencias que amenazan salir de su inframundo para invadir lo penosamente construido… …la tensión entre la paz y la justicia puede transformarse en ruptura y ésta en conflicto, y que, de este modo, la polaridad en cuestión opera como un momento dinámico de la política."
En este fragmento García Pelayo proporciona la comprensión del revolucionario y del conservador en su lógica de pensamiento y de actuación, de polarización conflictiva de las sociedades. Escapar del dilema que los enfrenta, conciliar el orden con la justicia, es tarea del buen gobierno que practica la política entendida como un bien preciado que ordena la variedad y el pluralismo en paz, con tranquillitas, para no padecer la anarquía o la tiranía de la imposición de verdades consideradas absolutas.
Vista así la obra de Manuel García Pelayo, y bajo su influjo, de haberse referido a la actual crisis de la democracia liberal, al menos en Venezuela, escribimos: el derecho fundamental de todo habitante honesto de una sociedad democrática, es el de vivir sin miedo ni sobresaltos sistemáticamente provocados por sus gobernantes; éstos tienen el deber moral de cuidar que cualquier acto suyo pueda inspirar temor. Tiempo ha que Maquiavelo no es buen consejero al recomendarle al Príncipe que procurara ser temido antes que amado. El "Príncipe" contemporáneo, democrático y legítimo, debe inspirar afecto o respeto, nunca miedo.
A un buen gobernante democrático le es vedado tener a mucha gente viviendo con miedo. Y no nos referimos a los ‘malhechores’, a ladrones y corruptos; mas bien pareciera con frecuencia que éstos andan tranquilos por esta vida. Tampoco al conservador a quien cualquier idea de cambio produce incertidumbre y hasta terror, provocados por el gobernante. Incluso el conservador tiene derecho a vivir tranquilo, aún en medio de los cambios que no desea. Es verdad, el miedo es libre, pero un gobernante democráticamente originado y de actuación legítima, si de algo debe abstenerse es de cultivarlo.
Mala cosa cuando una sociedad se divide entre quienes apoyan a su gobernante con fervor y quienes lo adversan por temor. El buen gobernante no cultiva la palabra divisora desde el poder, dirigida a quien ose discrepar de sus pareceres.
El buen gobierno contemporáneo atiende al perfeccionamiento de las instituciones democráticas, a la ampliación de los espacios de participación ciudadana en la vida política de la Nación, a la profundización del proceso descentralizador, coordinando esfuerzos centrales, regionales y locales, a la racionalización y saneamiento del Estado y del sector público, a la lucha contra la corrupción, al despliegue de una efectiva acción social del Estado y a la construcción de una economía moderna, diversificada y auto-sostenida.
El buen gobierno contemporáneo requiere de los esfuerzos por construir consensos en función de los cambios imprescindibles, como lo reseñara García Pelayo en "Las transformaciones del Estado contemporáneo", y encierran grandes virtudes que el buen gobernante debe descubrir y practicar; virtudes superiores a la siembra del miedo y a la confrontación artificiosa y estéril que surge de la conseja de tener siempre un enemigo, aunque haya que inventarlo, para hacerse del poder o conservarlo.
En la adecuada identificación de los verdaderos enemigos de la sociedad democrática y la decidida acción gubernamental por superarlos -la violación del Estado de Derecho, el déficit en comunidad política, la corrupción, la exclusión y la pobreza, los conceptos y prácticas estatales productoras de ineficacia económica y social, el clientelismo y el centralismo autoritario en la práctica política, el amendrentamiento como política de Estado-, entre otros, radicará el buen éxito del gobernante democrático y la vida tranquila en sociedad.
Andrés Stambouli