- Introducción
- El ministerio
- La liturgia de la palabra
- Ministerio de la proclamación
- El autor, su obra y su época
- Técnica para la preparación de la lectura
- Oración del proclamador de la palabra de dios
- Ejercicios prácticos de lectura
La hierba se seca, la flor se marchita, pero la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre.
Isaias 40:8
INTRODUCCION
El objetivo de este Taller es el de hacer hincapié en las personas elegidas para trasmitir la Palabra de Dios, de que es su deber y legítimo derecho proclamar la Palabra ya que Jesús, en su último mandato, se dirigió no solamente a los sacerdotes y diáconos, sino también a los laicos.
Deben ser conscientes de que están comunicando lo que Dios quiere decir a su pueblo; lo que el Señor quiere poner en la mente y en el corazón de los que le escuchan, con la finalidad de que esa Palabra produzca frutos de vida eterna.
La responsabilidad del lector es grande, ya que es el encargado de transmitir el mensaje a los demás. Para ello es conveniente que cada uno sea consciente de la trascendencia de su misión y que se preparen a fondo para ella.
Es por ese motivo que este Taller desea sensibilizar al Lector acerca de su compromiso y ofrecerle determinadas herramientas para que pueda llevar a cabo, de manera eficaz, el ministerio para el cual el Señor le ha elegido.
EL MINISTERIO
Para empezar, debemos comprender el concepto del término "Ministerio". En latín la palabra ministerio significa servicio, de ahí que un Ministro que ejerce un Ministerio es un servidor de la comunidad.
Cristo resume su vida no en ser servido, sino en servir, y eso nos enfrenta a la importancia que tiene el hecho de servir en cualquier ministerio. El servicio a los demás nos hace semejantes a Cristo. El que no vive para servir, no sirve para vivir. Por eso todos debemos preguntarnos ¿qué ministerio estoy yo ejerciendo en mi comunidad?.
Por supuesto que hay diferentes ministerios de servicio, pero debemos ser conscientes de que no todos podemos servir en todos los ministerios. No todos tienen un determinado don, pero sí que todos podemos y debemos ejercer algún Ministerio. Las últimas palabras de Cristo pueden ser consideradas como el mandato final de Jesús a sus ápostoles: "Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos; baúticenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado" (Mateo 28:19-20).
Estas palabras de Cristo son también para nosotros, y con ellas Cristo nos manda a ir por todo el mundo predicando, ejerciendo el Ministerio de la Palabra. San Pablo nos dice también que la fe entra por la Palabra, y ese es el mandato de Cristo para todos nosotros: transmitir la fe por medio de la Palabra.
En la actualidad muchos fieles bautizados estan hoy acercandose a diferentes servicios o ministerios con el fin de servir dentro de la comunidad a la que pertenecen. Sin embargo tenemos que aceptar que la mayoría necesitamos formarnos dentro del ministerio para el cual el Señor nos eligió.
Los primeros cristianos se reunían para escuchar la Palabra de Dios y desde el principio ha habido personas encargadas de leer la Palabra de Dios. El rol del lector ha cambiado con el tiempo, pero es importante conocer algo de la historia de los lectores para entender más sobre el trabajo de un lector hoy en día y también conocer qué es realmente la Liturgia de la Palabra.
LA LITURGIA DE LA PALABRA
La Liturgia de la Palabra es un diálogo entre Dios y su Iglesia: el Señor habla en la primera lectura y la Iglesia responde con las palabras inspiradas del Salmo Responsorial. Dios nos vuelve a hablar en la segunda lectura y la asamblea responde a Dios con la aclamación al Evangelio. Finalmente Dios nos habla por medio del Evangelio y respondemos: "Gloria a Tí, Señor Jesús".
La Liturgia de la Palabra ha de ser celebrada de tal manera que promueva el silencio meditativo. Por lo tanto, debe evitarse apresurar una lectura tras la otra sin un tiempo adecuado de recogimiento y meditación. Por ello es apropiado incluir un período de silencio entre cada lectura, permitiendo al Espíritu Santo que nos ayude a encarnar el mensaje en nuestro corazón.
La secuencia y significado de la Liturgia de la Palabra es la siguiente:
Primera Lectura: En el Antiguo Testamento Dios nos habla a través de la historia del pueblo de Israel y de sus profetas.
Salmo: Meditamos rezando o cantando un Salmo, como respuesta a la Primera Lectura. Segunda Lectura: En el Nuevo Testamento Dios nos habla a través de los apóstoles. Evangelio: El canto del Aleluya nos dispone a escuchar la proclamación del ministerio de Cristo.
Homilía: El celebrante nos explica la Palabra de Dios.
Credo: Después de escuchar la Palabra de Dios, confesamos nuestra fe.
Oración de los fieles: Rezamos unos por otros pidiendo por las necesidades de todos.
El lugar litúrgico por excelencia para la proclamación de la Palabra de Dios es el ambón. La palabra latina ambo proviene del griego anabaino, que significa subir, y designaba un sitio elevado, la tribuna, con barandilla y atril, cerca del altar.
De acuerdo al Leccionario, el ambón debe ser un lugar elevado, fijo, dotado de la adecuada disposición y nobleza, de modo que corresponda a la dignidad de la Palabra de Dios y, al mismo tiempo recuerde con claridad a los fieles que en la Misa se prepara la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo.
MINISTERIO DE LA PROCLAMACION
La historia
El Lector o Proclamador de la Palabra no sólo tiene un oficio en la Iglesia; no es un simple predicador o lector y nada más, como quizas muchos ven o entienden. El hecho de Proclamar la Palabra de Dios es una dignidad, una misión divina, y esa dignidad no la puede ejercer cualquier persona que simplemente lea bien, si antes no ha penetrado en el contenido de esa Palabra y si no vive el mensaje de la Palabra.
La Historia de la Iglesia registra en sus páginas del pasado que el hecho de ser un lector, un proclamador de la Palabra de Dios, no era una labor de cualquier persona ni de quien quisiera hacerlo: el Lector era una de las Ordenes Menores que habían en los Seminarios.
La primera Orden era el Ostiario, que era quien tenía las llaves de la Iglesia. La segunda Orden era el Lector, a quien le daban el Libro. La tercera Orden era el Exorcista, que era el encargado de imponer las manos y de expulsar demonios. Y una cuarta Orden Menor era el acólito, quien ayudaba en la Misa.
En aquella época el Obispo consagraba al Lector al Espíritu Santo con estas palabras: "Sé un fiel transmisor de la palabra de Dios, a fin de compartir la recompensa con la que desde el comienzo de los tiempos han obtenido los que han administrado Su Palabra".
Todo eso nos deja ver que para la Iglesia ser un Proclamador de la Palabra ha sido siempre una labor muy importante. Por eso el Lector o Proclamador no es un personaje secundario. El
Concilio Vaticano II (1962-1965) fue el que abrió las puertas a los laicos para servir en la Iglesia, y de forma concreta en la Proclamación de la Palabra.
En 1971 el Papa Pablo VI cerró las Ordenes Menores y creó los ministerios del lectorado y acolitado. Estos ministros ya no eran ordenados, sino encargados, de manera que los párrocos debían conseguir a personas con talentos especiales encomendándoles el puesto.
La Instrucción General para El Misal Romano (IGMR) propone lo siguiente: "En ausencia del lector instituido para proclamar las lecturas de la Sagrada Escritura, destínense otros laicos que sean de verdad aptos para cumplir este ministerio y que estén realmente preparados, para que al escuchar las lecturas divinas, los fieles conciban en su corazón el suave y vivo afecto por la Sagrada Escritura". (IGRM, 101)
Requisitos para servir como Lectores
Los dos requisitos para lectores, mencionados en la Instrucción General, son: "que sean de verdad aptos para cumplir este ministerio" y "que estén realmente preparados".
La asamblea litúrgica requiere de lectores laicos. Por eso es importante asegurarnos de que hay personas calificadas que han sido entrenadas para participar en el ministerio.
Estar realmente aptos para la proclamación implica también tener los talentos necesarios para servir como Lector. Por esto puede que haya personas que no son capaces de proclamar la Palabra de una manera clara, que refleje la dignidad de las escrituras y que no cumpla con las cualidades necesarias para servir en este ministerio. Los lectores deben recibir la preparación apropiada y completa.
Las parroquias pueden establecer sus propios requisitos para lectores. Pueden considerar las siguientes normas del Canon para lectores instituidos: "Una persona que sea nombrada como Lector debe tener por lo menos veintiún (21) años de edad. La persona también deberá tener los talentos necesarios para leer la Palabra de una manera eficaz, ser miembro completamente instituido de la Iglesia Católica, ser libre de cualquier falta canónica y vivir un estilo de vida acorde al ministerio que tomará". (Norma Complementaria del Canon 230-1, del 17 de Noviembre de 1999).
Importancia de que la Palabra sea proclamada
Todo Lector o Proclamador debe reflexionar sobre la importancia de que la Palabra de Dios sea proclamada y en su modo de hacerlo.
Decimos en el Credo Niceno "Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible". Según estas palabras confesamos nuestra creencia en un Ser superior a nosotros, dotado de una esencia única. Es un Dios que no cambia; siempre es El mismo. Su designio de salvación es inmutable. Su Palabra es la misma siempre. Dios se ha revelado en una sola palabra: en Jesús, palabra encarnada.
Esto lo entendieron las primeras comunidades cristianas que fueron creciendo entre dificultades y persecuciones para poder identificarse con Jesús y su mensaje. Siempre fue recordado por las parábolas, por sus actitudes, por su presencia en la oración y en la fracción del pan; por su celo por la Palabra de Dios, por cuidarla, por anunciarla, por vivirla.
Y fruto de esa identificación con Jesús y con su obra aparecieron hombres y mujeres que, después de probados por la comunidad, eran llamados a ejercer diversos ministerios, entre ellos el de la Proclamación de la Palabra de Dios.
El Apóstol Pablo, en la Carta a los Gálatas nos dice: "Os hago saber, hermanos, que el evangelio que os anuncié no es de origen humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de un hombre, sino que me lo reveló Jesucristo" (Galatas 1:11-12).
Esto es de vital importancia porque siempre el lector o proclamador debe tener presente que el mensaje que está transmitiendo no es una palabra humana, sino divina, proveniente directamente de Dios; una Palabra sin tiempo ni lugar.
La importancia del Proclamador
Cuando un lector proclama está ejerciendo un ministerio tan importante como el del sacerdote y el diácono. El sacerdote no puede comer el pan de la Eucaristía si antes no se ha comido el pan de la Palabra de Dios, porque tiene como oficio transmitir al pueblo los mandatos de Dios.
El Lector o Ministro de la Palabra, con su presencia y con su voz, debe respetar la dignidad de su ministerio. Hay conceptos muy prácticos que nos ayudan a comprender la dignidad del ministerio de la Proclamación de la Palabra. Es algo importante porque a veces, quizas sin pensarlo, podemos minimizar o disminuir la dignidad de la Palabra de Dios, ya sea por medio de nuestra forma de vestir, con nuestro comportamiento, con nuestro vocabulario, o con formas y actitudes que plantean ciertos interrogantes a quienes nos observan.
Es conveniente que el lector utilice una vestimenta que exteriormente nos prepare para ese ministerio, ya que es parte del conjunto integrado del servicio de la Santa Misa y por ello debe presentarse con toda dignidad.
Debemos recordar siempre que aunque el lector es muy importante, es mucho más importante el mensaje de Dios a su pueblo. La misión del Lector no es mas que poner su persona y su voz, y por lo tanto debe presentarse con mucha humildad y siempre listo y preparado para que los oyentes reciban el mensaje de Dios.
El Proclamador de la Palabra no lee simplemente en la asamblea eclesial, sino que anuncia la Buena Nueva, presta al Señor sus labios, su voz y toda su persona, para que el mensaje no solamente se escuche y sea audible, sino para que sea creíble.
Esta es la gran responsabilidad del Lector y el objetivo a perseguir: que la Palabra de Dios sea transmitida, anunciada, pregonada. Que todos en la Iglesia sean alimentados, fortalecidos y nutridos por esa Palabra que da vida eterna.
El Lector debe ser un buen comunicador y poseer el arte de llevar el mensaje a los demás. Para ello debe compenetrarse muy bien con el texto que va a comunicar, de su contenido y del mensaje, antes de proclamarlo. Es responsabilidad suya directa.
Para ello debe leerlo repetidas veces, analizarlo frase por frase, descubrir las ideas y sentimientos que quiere expresar el autor, para lo cual deberá conocer también a éste. En pocas palabras el lector tiene que ser consciente de qué es lo que quiere dejar en el corazón del que escucha, por lo cual deberá también adoptar el tono y expresión adecuados.
La proclamacion debe ser pausada, vocalizando, fraseando bien, respetando los signos de puntuación, ya que si no se respetan puede cambiar totalmente el sentido del texto. El lector debe también estar en comunicación con los oyentes y dirigirles en ocasiones su mirada, apartándola momentáneamente del Libro.
Debemos mencionar la importancia de la postura corporal ya que ello puede ser una desviación de la atención que los oyentes deben prestarle únicamente a la Palabra de Dios. El Lector debe adoptar una postura natural del cuerpo; nunca con las manos detrás de la espalda sino apoyadas suavemente sobre el ambón, a los lados del Libro, concientizado de que va a dirigirse a los asistentes para comunicarles algo de suma importancia.
EL AUTOR, SU OBRA Y SU EPOCA
San Agustín (siglo IV) enseñaba que los que no tengan el libro de la Biblia, siempre tendrán el libro de la vida, escrita también por Dios. Efectivamente, vida y Biblia nacen de Dios, y ambas testimonian el paso y la presencia de Dios que creó la vida e inspiró la Escritura.
Cuando el creyente adquiere sensibilidad ante la presencia de Dios y gracias a sus experiencias de fe, la vida lo ayuda a comprender la Biblia y la Biblia le empieza a hablar de la vida. El creyente, entonces, descubre que la Palabra de Dios es "para la vida", "para hoy" y "para él", y no una palabra antigua y vieja, como el papiro que la contiene, sino actual y permanente, porque proviene de Dios.
La Biblia contiene la experiencia de Dios que tuvieron nuestros antepasados en la fe; una experiencia que tiene como centro a Jesús. Esta experiencia de Dios es lo que constituye el centro de la Escritura y lo que hace que los creyentes de todas las épocas encuentren en ella una clave para contrastar y ampliar el horizonte de su propia experiencia de fe.
La Biblia fue escrita hace muchos siglos por hombres inspirados por Dios quienes, sin embargo, no perdieron su libertad, su idioma, su genio literario ni su cultura. En una palabra, no fueron arrebatados del medio socio histórico y cultural en que vivían; por tanto, lo libros bíblicos como obras literarias, son fieles reflejo de la personalidad, formación y medio ambiente de sus autores.
Los siglos de distancia que nos separan de los autores bíblicos y la inmensa diferencia entre el mundo cultural de ellos (el semita, localizado al este del Mediterráneo) y el nuestro (en el mundo occidental, de raigambre cultural grecorromano), exige de parte del proclamador un esfuerzo de interpretación para comprenderla y de actualización para vivirla.
La exégesis es la interpretación de un texto bíblico, sacando a la luz el mensaje que Dios transmite por el autor sagrado. La comprensión correcta del mensaje requiere del conocimiento y práctica de unas normas básicas de interpretación, porque el contexto histórico de los autores bíblicos es diverso al nuestro, y por ejemplo, unas mismas palabras pueden tener significados y matices diferentes en la pluma de ellos y en nuestro hablar.
La hermenéutica es la actualización del mensaje, adaptando el contenido de un texto a la realidad personal y comunitaria y haciendo operante el carácter de Palabra de Dios viva y eficaz, que interpela y transforma. La actualización también requiere del conocimiento y práctica de algunas normas básicas, pues nuestras necesidades y problemas son diversos a los de los autores bíblicos y sus destinatarios.
De todas estas enseñanzas se concluye, por tanto, que la pregunta principal frente a un texto de la Sagrada Escritura es la siguiente: ¿qué quiso decir el autor sagrado? En otros términos, ¿cuál es el sentido literal del texto bíblico?
Dios habla por el autor inspirado, al punto que "todo lo que afirman los autores sagrados, lo afirma el Espíritu Santo" (Dei Verbum, 11). Por lo tanto, lo que el autor bíblico realmente intentó decir y dijo, es lo que Dios enseña.
Los principios que permiten responder a la pregunta acerca de qué dijo el autor son:
1 Comprender las palabras y las frases del autor conforme las concibió en su mente y según se acostumbraban a emplear en su mundo cultural. Al respecto, señala el Concilio Vaticano II: "el intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y su cultura" (Dei Verbum, 12)
2 Conocer los géneros literarios utilizados por entonces, con el fin de descubrir la intención literaria de los autores bíblicos. El Concilio enseña: "para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios" (Dei Verbum, 12).
Algunos ejemplos:
La poesía emplea metáforas, comparaciones, imágenes osadas, antítesis, paralelismos, hipérboles y otros muchos recursos literarios que aquél que busca comprender un texto poético no puede leer tomándolos al pie de la letra.
La historia bíblica interpreta el pasado y el presente del pueblo de Dios (Israel y la Iglesia) a la luz de Dios, que interviene en medio de los hombres por sus enviados. La lectura de los libros históricos de la Biblia, por tanto, requiere de una exquisita sensibilidad de Dios, propia de un profeta, a fin de descubrir los proyectos divinos y su paso por la historia.
Un evangelio proclama la buena noticia de que Jesús de Nazaret es "Mesías", "Salvador" y "Señor". Para cumplir esta finalidad, los autores de los evangelios recuerdan y seleccionan algunos dichos y hechos de Jesús y los presentan de modo que ayuden al lector a crecer en su fe, y así "tenga en Cristo vida eterna" (Juan 20:30-31). Un evangelio no es una biografía de Jesús, sino la proclamación gozosa de que en Cristo, Dios nos salva.
La parábola es un relato breve, de carácter figurativo, y construido con elementos tomados de la vida cotidiana. Su finalidad es provocar un determinado comportamiento en el Lector y entregar una enseñanza que, con imaginación y sagacidad, se debe descubrir. Nadie puede leer una parábola como lo hace con un libro de historia o de ciencias.
El proclamador debe informarse de los datos principales acerca del medio socio-histórico y cultural en que el autor se mueve y se enmarca su obra, con el fin de entender mejor su mensaje y las necesidades vitales y religiosas de los destinatarios del libro.
La Sagrada Escritura pide un esfuerzo de inculturación: hay que leerla sumergidos en el mismo ambiente socio-cultural de los autores sagrados y del mundo en el que vivieron. Se trata, pues, de dar vida al texto para que signifique en nuestro tiempo lo que significó en su época original.
TECNICA PARA LA PREPARACION DE LA LECTURA
Al conocimiento de estos principios básicos de interpretación, sigue la forma práctica de proceder, que debe ser:
Leer y releer el texto escogido, si es posible en dos diferentes Biblias. Anotar las diferencias y tratar de explicarlas.
Darse cuenta de qué pasaje antecede al texto escogido y cuál le sigue. Tratar de obtener alguna conclusión del lugar que ocupa el texto en el capítulo o libro.
Destacar los sustantivos y adjetivos importantes del texto elegido, indicar las palabras que no se comprenden y ver su significado en diccionarios biblicos.
Destacar los verbos importantes señalando quiénes son los sujetos de los mismos y los destinatarios de sus acciones.
Agrupar las palabras y los verbos por familia, lo cual ayuda grandemente a fijar el tema central del pasaje. Con frecuencia los textos combinan familias de palabras bien precisas, y sacan a la luz los contrastes y oposiciones del texto.
Esbozar un esquema literario que contenga sólo lo fundamental del texto y resalte el tema central del mismo. Memorizar las frases más importantes y saber el libro y el capítulo en que se encuentran;
Emplear las cronologías que traen las Biblias para enmarcar históricamente el personaje o la acción, y tratar de recrear las condiciones socio-históricas en las que se sitúa el texto. Comprender bien las situaciones; como, por ejemplo, quienes eran los fariseos, los saduceos, conocer acerca del templo y sus sacrificios, etc. Si es posible, consultar mapas de la época a que se refiere la lectura.
La finalidad de esta forma práctica de proceder es determinar quién es el sujeto principal, qué acciones realiza o qué dice, quien recibe la acción o las palabras del sujeto principal, quien está con él, quien está contra él, por qué, qué cambios de comportamiento testimonia el texto y a qué se debe.
Es importante aproximarse al texto elegido sin prejuicios ni subjetivismos, evitando en lo posible proyectar en el pasaje nuestros propios problemas y nuestra particular comprensión del mismo. Hay que ceñirse al marco historico en el que se desarrolla la lectura.
Una forma práctica de proceder puede ser:
Realizar el trabajo de compresión del texto bíblico en un clima de oración, pidiéndole insistentemente al Espíritu Santo que revele el misterio de Dios contenido en las Escrituras.
Con la ayuda de las notas a pie de página y las citas de textos paralelos que las Biblias traen, relacionar el pasaje escogido con otros textos del Antiguo y del Nuevo Testamento, para percibir las semejanzas y las diferencias e iluminar unos pasajes con otros.
Relacionar siempre los textos del Antiguo Testamento con Cristo; la Palabra encarnada es la clave de lectura de toda la Sagrada Escritura.
Investigar y aclarar qué necesidades del pueblo israelita (Antiguo Testamento) y cuáles de los cristianos (Nuevo Testamento) trata de resolver el texto. Es decir, descubrir la vida cotidiana y menuda de Israel o de la Iglesia que subyacen en los textos que se están interpretando y actualizando.
Es necesario recalcar que la excelente proclamación de una determinada lectura no debe basarse solamente en el aspecto gramatical o vocal, sino que hay que saber encuadrarla también dentro de su particular marco histórico en el cual se desarrolló la historia de la narración.
Por último hay que destacar la importancia que para el Lector o Proclamador de la Palabra tiene el hecho de recibir un curso bíblico completo, lo cual fortalecerá sus conocimientos sobre la materia.
ORACION DEL PROCLAMADOR DE LA PALABRA DE DIOS
Te doy gracias, Señor, porque a pesar de mi fragilidad, tu Palabra puede más que mis pecados,
tu gracia más que mis faltas,
tu llamado más que mis imperfecciones.
Gracias, Señor, por hacerte presente a través de mi voz, por dejarme ser cauce entre tí y mis hermanos,
entre el cielo y la tierra, entre el altar y la asamblea.
Gracias, Señor, por permitirme ser instrumento de tuyo, por confiar en mí y por dejarme estar a tu servicio, Señor,
para lo cual te prometo una entrega responsable y comprometida.
Por todo ello, gracias te doy, Señor.
EJERCICIOS PRACTICOS DE LECTURA
Génesis 15:1-4
Después de estos sucesos, Yahvé dirigió la palabra a Abraham en visión, en estos términos: No temas, Abraham. Yo soy para ti un escudo. Tu premio será muy grande. Contestó Abraham: Mi Señor Yahvé, ¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos…?. Continuó Abraham: No me has dado descendencia, hasta el punto de que un criado de mi casa me va a heredar. Pero Yahvé le respondió: No te heredará ése, sino uno que saldrá de tus entrañas.
Génesis 42:9-12
José entonces se acordó de aquellos sueños que había tenido respecto a ellos, y les dijo: Vosotros sois espías, que venís a ver los puntos desguarnecidos del país. Contestaron: No, señor. Tus siervos han venido a proveerse de víveres. Todos nosotros somos hijos de un mismo padre. Y somos gente de bien. Tus siervos no son espías. Replicó: Nada de eso. Habéis venido a observar los puntos desguarnecidos del país.
Salmo 13(12):2-6
¿Hasta cuándo Yahvé? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro?
¿Hasta cuándo andaré angustiado, con el corazón en un puño día y noche?
¿Hasta cuándo me someterá el enemigo?
¡Mira, repóndeme, Yahvé Dios mío!
Da a luz a mis ojos, no me duerma en la mente, No diga mi enemigo: ¡Le he podido!,
No se alegre mi adversario al verme vacilar.
Sofonías 3:14-18
¡Grita alborozada, Sión, lanza clamores, Israel, celébralo alegre de todo corazón, ciudad de Jerusalén! Que Yahvé ha anulado tu sentencia, ha alejado a tu enemigo. ¡Yahvé, rey de Israel, está en medio de ti, ya no temerás mal alguno! Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión, no desfallezcan tus manos! Yahvé tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Exulta de gozo por ti, te renueva con su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta.
Filipenses 4:4-7
Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra clemencia sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera toda inteligencia, custodiará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús.
Isaías 62:10-12
¡Pasad, pasad por las puertas! ¡Abrid camino al pueblo! ¡Reparad, reparad el camino, y limpiadlo de piedras! ¡Izad un pendón hacia los pueblos!
Este mensaje proclama Yahvé hasta los confines de la tierra: Decid a la hija de Sión: Mira, ya llega tu Salvador; mira, tu salario le acompaña, y su paga le precede. Los llamará "Pueblo del Santo", "Rescatados de Yahvé"; y a ti te llamarán "Buscada", "Ciudad no Abandonada".
1 Samuel 1:20-23
Concibió Ana y, llegado el tiempo, dio a luz un niño a quien llamó Samuel, pues pensó: "Se lo ha pedido a Yahvé". Subió el marido Elcaná con toda su familia para ofrecer a Yahvé el sacrificio anual y cumplir su voto, pero Ana decidió no subir. Dijo a su marido: "Cuando el niño haya sido destetado, entonces lo llevaré; será presentado a Yahvé y se quedará allí para siempre". Elcaná, su marido, le respondió: "Haz lo que mejor te parezca; quédate hasta que lo destetes. Y que Yahvé cumpla su palabra".
Gálatas 4:4-7
Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, y para que recibiéramos la condición de hijos. Y, como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios.
Jeremías 17:14-16
Cúrame, Yahvé, y quedaré curado; sálvame, y quedaré a salvo, pues tú eres mi alabanza. Mira como andan diciendo: "¿Dónde está la palabra de Yahvé? ¡Vamos, que venga!. Yo nunca te apremié a hacer daño; nunca deseé un día de aflicción; sabes lo que ha salido de mi boca, pues te lo he dicho a la cara".
Josué 5:9-12
Y dijo Yahvé a Josué: "Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto". Por eso se llamó aquel lugar Guilgal, hasta el día de hoy. Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua el día catorce del mes, a la tarde, en los llanos de Jericó. Al día siguiente de la Pascua comieron ya de los productos del país; panes ázimos y espigas tostadas, desde ese mismo día. Y
el maná cesó desde el día siguiente, en que empezaron a comer los productos del país.
Apocalipsis 21:9-12
Entonces vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas, y me habló diciendo: "Ven, que te voy a enseñar a la Novia, a la Esposa del Cordero". Me trasladó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, y tenía la gloria de Dios. Su resplandor era como el de una piedra muy preciosa, como jaspe cristalino. Tenía una muralla grande y alta con doce puertas; y sobre las puertas, doce ángeles y nombres grabados, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel.
Autor:
Agustin Fabra