- Resumen
- Introducción
- Marco Teórico
- Diagnóstico
- Conclusiones. Intervenciones posibles
- Programa de Intervención en Residencias de Adultos Mayores
- Conclusiones
- Historias de Vida
- Bibliografía
Resumen
¿Qué sucede cuando en alguna persona se instala el descubrimiento de la propia finitud?
¿Qué cambios se producen? ¿Pueden ser favorables y/o desfavorables? ¿Es posible implementar intervenciones operativas que ayuden en el difícil proceso?
Estas preguntas nacieron de mi trabajo en las Residencias de Adultos Mayores. La experiencia de trabajar con residentes y el personal, abordados Individualmente, y en Grupos de Reflexión en cinco Hogares, alimentaron cuestionamientos al tema de los temores a la muerte. Frecuentes consultas de AM, y aún del personal -ante la muerte de algún residente- impulsaron la idea de Explorar el Problema. El trabajo con grupos de AM, Personal y Equipos Técnicos cimentaron la metodología de investigación. El saber desde lo estudiado en las materias de la Carrera, revelaron la importancia de la Acción Social y un paradigma sociopolítico centrado en el ser humano necesario para trabajar seriamente en esto.
La Exploración del Problema, hecha a través de los elementos anteriormente descritos, sustentó la importancia de que la toma de conciencia de la propia finitud, es un hecho muy frecuente -reprimido generalmente-, y que esto en las Residencias de Adultos Mayores, que albergan personas de edad avanzada, tanto como el personal que las atiende cercanamente, hace de interés fundamental un Planteamiento de este Problema.
El contacto frecuente con la cercanía de la muerte puede traer reacciones negativas (desde ideas de suicidio para controlar fantásticamente a la muerte), a positivas relacionadas con un recuperar metas proyectadas y no logradas.
Clásicamente se vinculan las etapas vitales infantiles y juveniles a algo positivo, y a la vejez algo negativo, donde lo más deseado sería no tener enfermedades que creen dependencia.
Cual bisagra, descubrir el propio morir como realidad inevitable, transforma la perspectiva vital. Bien hace más responsable al ser humano por su vida, o lo hace apelar a esperanzas negadoras de la muerte, que palien el dolor a lo desconocido que ella guarda.
Salido del útero materno el ser humano transcurre su vida buscando elementos que le den seguridad y placer. Desde la familia en adelante incorpora imágenes que lo fortalecen. Las intervenciones posibles dependerán del entorno y de cada momento vital.
La presentación de una Propuesta de Intervención para Residencias de Adultos Mayores dependientes de la Dirección Nacional para Adultos Mayores, culmina el presente trabajo.
Introducción
1)- Planteamiento del problema
El poder relacionar nuestra vida con el funcionamiento de la vida de los Adultos Mayores, aceptar que dentro nuestro albergamos uno que en algún momento futuro despertara y tomara forma entretejiendo fibras y retazos de nuestra propia sustancia… nos hizo sentir poseedores de un tesoro interior que es necesario cuidar.
El preguntarnos: ¿Podremos aceptar sin dañarlo al viejo que llevamos dentro? más que una pregunta retórica se transformó en un objetivo. Desplazar ese objetivo desde nuestro interior hacia los viejos que vemos en torno nuestro posibilitó un reconocimiento de mí en los demás y de ellos en mí. Supongo. Y ese intercambio muy activo de roles y visiones es quizá lo que amasará al gerontólogo que seremos.
Entre las muchas fantasías despertadas por los movimientos del estudiar y trabajar para comprender la esencia de nuestra labor, que no se puede separar por lo antes dicho de aquella que encierra cada uno de nosotros, un tema se destacó de los demás, dándome cuenta que atraía en su terreno, la mayoría de elementos fundamentales estudiados.
La percepción de la propia muerte, los movimientos que provoca en cada ser, y la manera de metabolizarlos y hacer participar a su energía en pos de lo creativo y viviente, fue por fin el canal que fundamenta y a la vez define el objetivo de este trabajo.
2)- Fundamentación.
En el Módulo 11, de Educación comunitaria, las autoras proponen:… recurrir a los fundamentos del programa de la Carrera, más específicamente a algunos "Propósitos"; tales como: Proveer instrumentos para el análisis de los ejes principales de la realidad social, económica, cultural y política con el fin de acrecentar la comprensión de la articulación de las prácticas de intervención profesional. Generar las herramientas necesarias y suficientes para diseñar, monitorear y evaluar programas y proyectos comunitarios e institucionales con adultos mayores. Desarrollar el pensamiento crítico y reflexivo acerca de la vejez y el final de la vida.
El vincular los puntos descritos se transformó en algo substancial en la preparación de mi trabajo, y a la vez me permitió arrancar en el recorrido que quiero realizar.
Creo que la articulación de las prácticas de intervención profesional (en su sentido más amplio) comienza un largo recorrido en el momento mismo del nacimiento de cada ser humano, que solo si es considerado -al menos desde ese momento puntual- como parte de la sociedad, hará factible integrarlo a ella.
Por esto el generar las herramientas necesarias y suficientes para diseñar, monitorear y evaluar programas y proyectos comunitarios e institucionales, es una parte indispensable de toda política social, para forjar una vida digna de ser vivida. Solo dicho tipo de existencia podrá fomentar el establecimiento de una generación de Adultos Mayores sana, que es un subtema de ese Todo que en este trabajo intento abordar.
El desarrollar el pensamiento crítico y reflexivo acerca de la vejez y final de la vida, aunque parezca parte de una disertación filosófica, es parte importante de la ayuda que puntea una forma de llegar al final del camino para que cada Ser Humano que lo ha recorrido alcance en su medio, el nivel superior que siempre se adjudicó en el Reino Animal. Todo lo que ayude a metabolizar el descubrimiento de la propia vejez y muerte, sus consecuencias y su elaboración conduce a aceptar sin dañarlo al viejo que llevamos dentro, y con ello asumir la vejez con orgullo y paciencia. Porque se puede estar orgulloso de llegar a la vejez a través de la aventura complicada del vivir, y tener paciencia del tiempo que se agota y no permite realizar las ideales reparaciones psicofísicas que nos gustaría alcanzar. Ser orgulloso de lo vivido y vivir la vejez no como recuerdo de vida pasada -buena o mala- sino como una etapa presente, es rubricar con lujo nuestro tiempo y el lugar que construimos en el mundo.
La Educación comunitaria nos habla de cómo educar, o enseñar, o ayudar a ser uno mismo y a la vez integrarse a la comunidad y lograr que el Ser Humano, tantas veces llamado animal social por excelencia, se transforme realmente en tal, y haga de su comunidad un lugar digno y justo para vivirlo en compañía de los pares, sin perder su individualidad e identidad. Y de tener descendencia sembrará su buena semilla.
El abordaje de la cadena de intervenciones articuladas a lo largo de cada etapa etaria sería tarea imposible, por la extensión, la cantidad y calidad de conocimientos necesarios para iluminar con nuevas luces al proceso de la vida en la sociedad humana. Por eso me he detenido en aquel punto crucial que generalmente marca de alguna manera a todo ser: el descubrir la finitud de su existencia, el tomar conciencia de la muerte propia.
La oportunidad de hablar y conocer -a través de mi tarea en las Residencias de Adultos Mayores, mi profesión de médico psicoanalista y mi propia vida cargada de vivencias propias y ajenas- a personas que transitaban diversas edades, me inspiró hacer -viviéndolas- algunas observaciones sobre envejecer y morir como procesos naturales, vistos desde mayor o menor distancia temporal; y algunas cosas que nos pasan al enfrentarnos con ello, para lo cual el contacto concreto e íntimo logrado con entrevistas repetidas ha sido la fuente de mayor valor.
Elliot Jacques, en su trabajo: Muerte y crisis de la mitad de la vida, plantea que al llegar a una edad entre los 35 y 45 años, en todo ser humano se hace presente una crisis que le hace visualizar su finitud como propia, personal e insalvable. Tomando algunos datos de fuentes secundarias, Jacques hace una revisión biográfica de personalidades destacadas (Shakespeare, Dante, Charles Dickens, Beethoven, Goethe, Virgilio, Keats, Miguel Angel, Voltaire, Goya, Durero, Ibsen, Baudelaire, Mozart… sigue hasta una muestra de 310 personalidades). Agregó a estos, datos de fuentes primarias tomados del material de sus pacientes. Ambos tipos de testimonios dieron características peculiares a las creaciones elaboradas en el antes y el después de la crisis etario-vivencial.
Jacques observó dos factores que se revelaron para él como cambios cardinales que esa crisis aporta. Uno se revela en la forma de trabajar; otro en el contenido de la creación. Antes de la Crisis, observó una creatividad ardiente, espontánea e intensa. Las ejemplifica con las creaciones de la primera época de Mozart, Keats, Rimbaud y Shelley. Esta fuerza cree -y fundamenta teóricamente- proviene del ardor impetuoso del inconsciente en la juventud de la edad adulta en que predomina un frenesí creativo. Como contraparte la creación en la etapa post-crisis, tiene las características de ser como esculpida, y si bien toma parte de su fuerza de los territorios civilizadamente vírgenes del inconsciente, la edad de la madurez adulta aporta lo suyo complementando con la experiencia y un tipo de meditación más elaborada que, sin quitarle fuerza a su producción la pulen, para hacerla más profunda y cercana a un diálogo humanista de universalidad más profunda.
¿Cuántas maneras de envejecer existen? ¿Tantas como personas hay? Siendo que envejecer no es una enfermedad, aunque es vista por algunos como tal, enfocados no en el estado mismo de ser AM, que es una etapa de la vida, sino en la mayor propensión a adquirir enfermedades o disfunciones debidas al deterioro de los mecanismos de defensa y órganos del cuerpo… y quizás también un algo a cierto cansancio vital. Considerar que cada uno envejece de la manera cómo vivió, es una premisa a tener en cuenta. Coincidiendo con esto es el cómo cada quien establece buenos duelos -o no- ante las pérdidas naturales que la vida primero, y el entrar en la etapa de senectud propiamente dicha después y más intensamente, conlleva. Por buenos duelos señalo la capacidad de aceptar y elaborar pérdidas, que proviene de la habilidad de atesorar bien los logros, momentos felices y gratificaciones vividas, que la vida nos ha deparado, y poder metabolizar lo más posible aquello deseado, sufrido, luchado y no conseguido. Creo que el añorar un goce vivido duele menos que otro no alcanzado. Y en cuanto a los momentos infelices que uno quisiera no hubieran existido, bien es poder dejarlos ir por caminos del olvido que el tiempo ofrece.
La aceptación de la propia vida, podría, -haciendo un pequeño esfuerzo de traslación- compararse con las relaciones interpersonales que vivimos a lo largo de nuestro tiempo vital, relaciones que pudieron agregar a nuestras vidas una tonalidad vivificante, o bien algo intrascendente o aún perjudicial. Despedirse bien de aquellos amigos, familia, etc., es más posible -y mejor- hacerlo si el balance de la relación da positivo. Uno se despide entonces de ellos de igual forma -creo yo- que llegados al límite de nuestras vidas y en situación de entrar en la vejez, nos preparamos para despedirnos de ella. Coloreados nuestros momentos por tonos vivos y plenos de hechos positivos, permitimos que cierta paz rodee la obligada despedida, renunciando al abanico de sombrías sendas recorridas.
Tomar conciencia que absolutamente todo tiene un final -feliz o no-, ¿es una forma de prevenir en algo lo inevitable? Sí y No. Sí cuando incorporamos, crisis mediante, que Pre-venir o Pre-veer son formas de ver venir antes, -casi siempre por experiencias mediante, lo que puede llegarnos a través de lo que hagamos con nuestra vida. No, porque el contenido de esas palabras -no los actos- no implican la acción de frenar o eludir lo que vendrá, sino solo de tomar conciencia y tener en cuenta que siempre hay un hecho postrero y no controlado por nosotros (desde una simple y última taza de té, hasta la última vez que nos encontraremos con alguien cuya relación fuera importante).
Bueno quizás sea también tener la suerte (¿?) de que disminuya a la vez el deseo y la posibilidad de obtener su objeto deseado. El mal envejecer quizás apunte también a sufrir la impotencia de no poder enlentecer el flujo de sucesos que nos acercan al final de lo que creímos eterno. Y saber que todo tiempo humano está a una distancia tan grande de la eternidad porque ésta es una medida de tiempo que solo tiene sentido para la Física, la Fe…la Astronomía, y que el mero cavilar en esto produce quizás la mayor Crisis con que los humanos nos enfrentamos. El buen envejecer tiene más que ver con lo vivido, dentro del estricto marco de los tiempos humanos.
Dice J. M. Barrie en su "Peter Pan y Wendy": …Todos los niños del mundo, menos uno, crecen. No solo crecen, sino que enseguida saben que han de crecer. Nuestra Wendy lo supo cierto día, cuando sólo contaba dos años, estaba jugando en un jardín, arrancó una flor y corrió a llevársela a su madre. Es de suponer que debía estar encantadora pues la señora Gentil poniéndose una mano en el pecho exclamó: "¡Oh! ¿Por qué no habrías de quedarte así para siempre?" Nada más que esto sucedió entre las dos, pero, desde entonces Wendy supo que crecería. Se sabe siempre esto después de cumplir los dos años. Los dos años son el principio del fin (3)…
Esto puede interpretarse a través de una teoría psicoanalítica que tomando en cuenta el temor a la muerte, y al paso del tiempo que nos acerca a ella, explica las diversas patologías mentales como maneras de negar el transcurso temporal. Tomar conciencia de la propia finitud, -sea debida a una enfermedad grave propia o a factores externos-¿provoca cambios en el curso de la vida? La respuesta es la clarificación de un objetivo.
3)- Objetivos.
Leemos en (Mod.6 – Pág. 19) que la Gerontología, en la investigación de su objeto de estudio, incide desde la forma de aproximarse al mismo y da a sus metodologías de investigación un fuerte predominio de la investigación cualitativa por remarcar la importancia del escuchar y oír las voces de los AM y directamente de ellas opiniones, intereses, necesidades y recursos. Se escucha con el aparato auditivo. Se oye con la totalidad del aparato humano que somos. Es bueno definir ahora el Objetivo de esta investigación. Siguiendo lo expuesto por Golpe y Arias en el Módulo 6, empecé a clasificar la bibliografía y otras fuentes, tratando de hacerlo ordenadamente (Mod. 6.- Pág. 17): 1) La búsqueda y selección bibliográfica; 2) Lectura y análisis de la literatura científica; 3) Entrevistas exploratorias a informantes claves.
Respecto de los objetivos antes descriptos como para investigar, de acuerdo con Yuni y Urbano, (2003): son los objetivos generales, que son más amplios y abarcativos que los específicos. Según Vieytes, (2004: 150) Estos últimos se refieren a situaciones o aspectos parciales que inciden o configuran el objetivo general y se desprenden de las preguntas con las que tratamos de hacer operativo al problema. La formulación y redacción de los objetivos requiere una profunda familiarización con la temática en estudio, como plantea Vieytes, (2004: 149) La cristalización de esa actividad en el proyecto implica un haber podido establecer -provisoriamente- qué se pretende lograr. Debemos entonces expresarlo con claridad: los objetivos no deben prestarse a interpretaciones diversas. (Módulo 4: Touceda, M. A.; Rubín, R. 2007. Salud, epidemiología y envejecimiento).
Objetivo Específico a investigar: siendo fundamental en el proceso de investigación el delimitarlo, para no perder el rumbo y la meta a alcanzar, las autoras antes nombradas señalan allí (Pág. 18) que teniendo en cuenta que generalmente se trabaja con varios objetivos, generales unos, específicos otros, estos varios objetivos debían formularse claramente y ser coherentes con la problemática planteada para colaborar en el logro de respuestas. Dicho Objetivo Específico a investigar en este TIF son los cambios que producen en la persona que se anima a percibir la Muerte Propia. En el caso especial de las reacciones contrarias a la producción de una buena calidad de vida que aquella percepción y sus ulteriores cambios en la persona puede traer, tienen que ver las malas aceptaciones de toda situación que genere crisis, y los duelos necesarios de realizar que aquellas crisis traen como necesidad. En estos casos veremos más adelante como tratar de implementar o crear y sistematizar en lo posible, las intervenciones viables, extrayéndolas no importa de qué área del conocimiento y desde los ámbitos en que se mueve cada quien, ayudándolos en la metabolización de aquellas crisis y el sufrimiento percibido, en pos de una mejoría del bienestar perdido al sumar un nuevo conocimiento de la realidad propia. Investigación: especialmente en Residentes de las Residencias de Adultos Mayores de la Dirección Nacional Para Adultos Mayores.
Como Objetivos Generales, que enmarcan a aquel Específico nombrado arriba, me propongo revisar la mayoría -que la extensión del TIF permita-, de aquellos conceptos que hemos atesorado en el transitar la Carrera de Especialización. Esto me llevó a indagar en el problema que trae la cercanía de la muerte en los viejos, que viven su etapa como la antecesora directa de ella. Este que es un tema que he recogido de mi experiencia en mi trabajo en las Residencias de Adultos Mayores, se ha adosado a mi persona replicando en mi interior las voces del común sentimiento de los viejos, más la mayor atención en todo aquello que sea vinculable a este sentimiento en el personal… básicamente las crisis por los duelos.
Sumando a lo experiencial relatado, han sido mi guía en esto -a más de los Módulos que iluminan el tema-, el trabajo de Elliot Jacques, que me parece que con una claridad meridiana destella y hace ver sin dudas la veracidad de la comprobación emergida de culturas, mitos y relatos de mis propios pacientes. Esto dota a estas observaciones de un nivel universal, pues de cerca o de lejos, témporo-espacialmente hablando, el Ser Humano ha erigido defensas y creencias restauradoras que mitigan los sentimientos negativos despertados alrededor de la limitación del propio tiempo vital.
Debo decir que en mi práctica profesional he descubierto, a través de los largos 40 años de profesión, que novelistas y cuentistas, escriben sobre el hombre con una visión tanto o más profunda que los escritos académicos psicoanalíticos. Pero con la ventaja que su redacción es muchas veces más bella y menos catedrática que muchos escritos especializados. Pude realizar una triangulación bibliográfica a través de libros, Internet, y entrevistas personales, a más de las especulaciones sobre mi persona, habida cuenta que uno se pierde en los misteriosos andariveles de aquello por todos esperado y por ninguno experimentado y sabido a ciencia cierta.
Cuando hablo de bibliografía, me refiero a obras que no siempre son creación de especialistas del tema, pero profundas y esclarecedoras. De la misma manera que en el Módulo 2 se utilizó el desmenuzar psicológicamente, escritos literarios o cinematográficos. (Lear, Schmidt), he agregado en Anexos, algunas citas que conciernen al tema, la narrativa tiene a veces una fuerza expresiva mayor que algunos escritos teóricos. Acaso porque a veces las costumbres, el clima social, la vida misma cambia tanto, que para algunos se les haga tan incomprensible que ya no quieran seguir en ella; más aún si lo afectivamente más cercano se ha alejado sin recupero -el trabajo dejado atrás para jubilarse, la muerte de uno de los miembros de una pareja de muchos años, la persona que queda la sigue al poco tiempo, así como los achaques se multiplican al jubilarse, el mundo "se acaba" cuando lo que le dio sentido no está más; y así es en general como lo siente el finalizar de una relación profunda.
Hay quienes dicen que el apreciar la vida y tomar conciencia de la propia muerte son fenómenos indivisibles, conectados entre sí con una fuerza inquebrantable. Esto nos da para pensar que la percepción de la propia muerte no significa algo negativo en sí misma -aparte cierta tristeza por dejar lo que apreciamos- sino que la hace negativa algo más, que se agrega al, digamos, capital vital de cada uno. ¿Qué dejamos sin hacer por el camino? ¿Qué posponemos para más adelante? ¿Hemos tratado a nuestro tiempo vital como constituido por una sustancia elástica? ¿Cuántas veces dejamos sin ordenar papeles del escritorio, o los rincones de la casa que así se tornan ignotos? Dejando la tarea para un mañana que se extiende como horizonte siempre visible, nunca asequible. Así como esto pareciera carecer de importancia, tanto como rincones ignotos, hay pedazos de nuestro tiempo no vividos, vidrieras no miradas, libros no leídos, que se acumulan y nos aplastan cuando la idea de la muerte propia, hace que nuestro tiempo, creído eterno, se repatríe en su verdadero territorio, de sombras y luces, que si bien se reemplazan mutuamente, brindándonos un ritmo que nos ilusiona con lo imperecedero, nos enteramos que ese país del tiempo es frágil y pequeño.
Creo que vemos a la eternidad como un no-tiempo perfecto, por eso entre otras cosas la atribuimos a los dioses, sabios y creadores del Todo. Sin embargo pareciera que en nuestro trabajo, que intenta ser creativo, las dudas sobre nuestra posibilidad de perfección nos transforma a veces en trabajadores más apegados a nuestra obra. Y eso tiene que ver con el momento en que reemplazamos la creación apasionada nacida de los ideales juveniles, por la creación más lenta y pensada, a la que llegamos después de la lluvia de duelos que sufrimos desterrando aquellos ideales y descubriendo un sentido más incómodamente realista a nuestra vida. Según Touceda y Rubin: La salud es estar en capacidad de enfrentar los conflictos del diario vivir, según esto el preferir una vida conflictiva -que aleja de toda posibilidad de pensar o actuar sino solamente en tanto a la supervivencia mediata-, por no tolerar la paz creativa, podría estar indicando una actitud negativa frente a la vida, que como la del jugador compulsivo que deja mucho de su existir al azar, y no se conforma con jugar y ganar… sino hasta perderlo todo y volver a empezar, como una gran pantomima de una eternidad espuria, que, a la vez señalará una gran dificultad en adaptarse a los conflictos del diario vivir en paz. Podría ser que hay seres que le costaría vivir en paz contemplando su interioridad, crear algo con ella.
Cuentan que Siddhartha Gautama (3), hijo de un rey de los shakyas, desde niño vivía celosamente aislado por su padre del mundo exterior, pasando la mayor parte de sus días en el gran jardín rodeado por un muro (significado de paraíso en sánscrito), del palacio paterno. Los años pasaron plácidamente, hasta que la curiosidad lograra que en ocasión de un descuido cierta vez saliera a la calle donde en una breve caminata pudo ver a un enfermo, un anciano encorvado sobre su bastón y un entierro. Se enteró así de lo que llamó Las Tres Marcas de la Impermanencia: Vejez, Enfermedad y Muerte. También y antes de ingresar a su Jardín, conoció a un sadhú, o santón errante, con quien se identificó y abandonando la rica casa paterna recorrió el mundo buscando la Verdad, fue conocido como Buda (el que es totalmente consciente) o Shakyamuni (el sabio de los shakyas), quien se atreve a dejar el paraíso artificial irreal creado por el padre para meditar y llegar al mundo.
Creo que, dejando como telón de fondo la historia de Buda, hay un momento en la vida que uno descubre su propia marca de impermanencia. Y que si lo pensamos un poco más, en la juventud de alguien que tuvo la feliz suerte de nacer sano, la enfermedad, la vejez y la muerte no existen sino como conceptos lejanos, eventos que suceden a veces y siempre a los otros. Dice Elliot Jaques (5): El idealismo de la juventud de la edad adulta, está construido sobre la utilización inconciente de la negación y de las defensas maníacas contra dos características fundamentales de la condición humana: lo ineludible de la muerte y la existencia del odio y las fuerzas destructivas en el interior de cada persona. Trataré de demostrar que el reconocimiento explícito de estas características y el considerarlas es lo esencial para permitir superar la crisis de la mitad de la vida y entrar en la etapa adulta.
4.1)- Fuentes de datos utilizadas (primarias y secundarias).
Creo entender que cuando Jacques habla del odio y las fuerzas destructivas en el interior de cada persona, se refiere a un concepto idealizado de los otros -y de la vida- que tiene un niño: todos los seres humanos son buenos y están bien dispuestos a ayudar y proteger al prójimo. Luego vamos descubriendo que no es tan así. ¿Habrá alguna vía de acceso a un mundo interno equilibrado que permita, como dice un personaje del film Macarrone: qué tiempo perderás temiendo tu muerte… que ocupa no más de un segundo? La narrativa -de ficción o biográficas-, las entrevistas a residentes o pacientes que abordaron el tema de su propia finitud, las historias de vida, las defensas -negación, religiosidad, etc.- ante la temida percepción de la muerte, sea en el seno de la familia o de las Residencias de Adultos Mayores, el material fílmico que agrega al tema, sumados a la bibliografía y el rico material absorbido en la Carrera fueron las fuentes. Con estos y otros elementos intercalados y/o triangulados, pude lograr acercamientos diagnósticos, objetivos y posibles intervenciones.
Marco Teórico
De: Introducción a la Metodología de la Investigación aplicada al Saber Administrativo
Adriana Fassio – Liliana Pascual – Francisco M. Suárez – Buenos Aires – 2002 – Universidad de Bs. As. Fac. Ciencias Económicas. Instituto Investigaciones Administrativas. ¿Cómo elaborar el marco teórico? ¿Qué es el estado del arte? Desde los comienzos de una investigación necesitamos familiarizarnos con los conocimientos existentes sobre el problema que nos interesa investigar. Para ello, se realiza una búsqueda de los antecedentes y de todo lo que se sabe sobre el tema en cuestión. Nos preguntamos entonces:
¿Dónde se busca la información? En la elaboración del marco teórico, el primer paso a partir de la experiencia directa con los Adultos Mayores es la revisión exhaustiva de la literatura existente sobre el problema que nos preocupa. Revisar la literatura consiste en consultar el material escrito existente de donde se pueda extraer información útil para nuestro objeto de estudio. Las fuentes de información pueden clasificarse en primarias y secundarias: 1. Las fuentes primarias proporcionan información de primera mano, por ejemplo, entrevistas, libros, revistas científicas y técnicas, artículos, tesis, ponencias en congresos, diarios, conferencias, documentos oficiales, películas, testimonios de expertos en el tema, etc. 2. Las fuentes secundarias, dan información sobre cómo y dónde hallar las fuentes primarias, son listados donde se mencionan y se comentan las publicaciones que se refieren a un campo especial del conocimiento Algunos autores prefieren agregar a esta clasificación… las fuentes terciarias, publicaciones que compendian fuentes secundarias. En nuestro país recién se está comenzando a desarrollar este tipo de fuentes.
El término crisis deriva de la palabra griega "Krinein" (Módulo 2), que significa separar, separación o abismo. Toda crisis trae consigo un desapego bastante drástico de aquello -lo que sea que se trate- que hasta ahora había ocupado un lugar en las creencias, afectos, concepciones, proyectos, etc., del sujeto en cuyo interior se desarrolla. La esperanza basada en tal mundo de creencias, desaparece, al contrario de lo que ocurre con la caja de Pandora, donde todo su contenido se vuelca al exterior y solo queda encerrada la esperanza (recuperar algo bueno, volver a un comienzo de ideales, etc.) Por ello los existencialistas la equiparan a una revelación, como un transformar el mirar en un ver; y otro mundo de creencias, ideales, etc., empieza lentamente a formarse para cubrir el agujero dejado por la pérdida, ése abismo que separa al hombre de una parte de sí mismo, que es lo que define la crisis. La desesperación inunda al ser, pues una esperanza que lo guiaba y daba sentido y trascendencia a su vida ha muerto. La percepción del propio ser y de los demás cambia, y se está en otro mundo. Para dar congruencia y sentido al futuro, que salve al ser de la desesperación, es necesario un largo trabajo de duelo -más bien una suma de duelos- por la pérdida y reparación de ese interior lesionado y desorientado.
Esto es muy posible verlo en residentes de Residencias de Adultos Mayores en sus primeros momentos de aclimatación al hogar. Tienen cierta crisis de identidad y un desconsuelo por su propiedad anterior perdida (lo exclusivamente material propio, más las personas, afectos, espacios y ruidos familiares), aunque esto no fuera tan valioso ni estuvieran mejor y más cómodos físicamente que en su estancia actual en la RAM; el recuerdo de lo dejado atrás siempre es brillante, como el de la Mítica Edad de Oro, que en última instancia no es sino la proyección de una infancia también míticamente dorada. Se mezcla allí un duelo por su vida anterior (ideal), sus pérdidas y la sensación de lo sin vuelta atrás y terminal que es esta mudanza última y que genera por ello, rechazada las más veces por la sensación de postrera, sin retorno, condición que el protagonista y el observador, avalan.
La conciencia de la propia muerte aparece en el momento de la vida del individuo, a quien el transcurso de su mediana edad, apoyado en ella, con sus padres y pares envejeciendo y sus hijos creciendo, lo llevan a hacer un duelo por la parte de su vida adulta que ya ha consumido. Sufre -más o menos- por la infancia y la juventud pasadas, los momentos no disfrutados a fondo, las asignaturas pendientes, y otras cosas más.
La mediana edad se define como el período entre los 40 y 60-70 años. La elección de estas edades es producto de cambiantes reglas del interior de una sociedad, entre las que se ponen en juego variables socio-psicológicas, económicas y culturales. La mediana edad puede tomarse generalmente como el inicio de la vejez y como el punto final de la juventud o temprana adultez. En algunos países, gracias al estado de bienestar instalado, algunas personas continúan en la mediana edad más allá de los 70 (mod. 2). Con lo paradójico que resulta el hecho de que el entrar -según una visión- en la flor de la vida (experiencias, tareas, conocimientos más o menos cimentados) si podemos llamar así a esta etapa de tareas cumplidas, y frutos a recoger… es por otra parte percibida como comienzo del fin, y esta percepción se siente corporalmente y se aumenta con la visión de algunos pares mas depreciados psicofísicamente. La muerte deja así de ser una idea general, algo que le pasa a otro, sino que pasa a ser propia, un problema de uno mismo: el hecho descubierto que uno mismo es realmente mortal.
Literatura científica y no científica que sustenta el trabajo.
Freud lo describe así:
… admitimos que la muerte es el fin necesario de la vida… pero teníamos el hábito de comportarnos como si fuera de otro modo, tendemos a dejar de lado a la muerte… a eliminarla de nuestra vida…Por supuesto se trata de nuestra propia muerte… nadie cree en la eventualidad de su propia muerte… intentamos ahogar el asunto…en el in consciente todo el mundo cree que es inmortal.
Hasta que deja de creerlo -me animaría a agregar-, iluminando ése momento de crisis que no solo tiene que ver con la ausencia de la propia inmortalidad, sino con la pérdida de aquellos otros objetos idealizados que desde niño escaparon de la caja de Pandora de su interioridad dejándole una visión del mundo más cruel y desamorada que lo deseado. Como un temor grande es la pérdida de posibilidades de protagonismo debido a sus cambios psicofísicos, pronto -intuye- esto lo lleva a enfrentarse a la última pérdida: la esperanza, tesoro guardado en la caja de Pandora para que el hombre corra tras sus seductores contenidos, sin darse cuenta que es bastante esquiva en su pretendida generosidad. Aunque alcanza para llenar parte de la adultez de posibilidad reparatoria.
Las fantasías angustiantes que se equiparan con la percepción de la muerte cercana -por un cáncer, p.ej.- pueden ir desde la idea de ser comido (fantasía ayudada por el enflaquecimiento y mal estado general), hasta hundirse en una soledad total, o un frío envolvente, etc. En épocas de religiosidad extremas pintores como Bruegel o Hierónimus Bosch pintaron escenas de terror de los terrenos de la muerte, creando una sucesión en escala infinita de los torturantes padecimientos del después de la muerte. Como la propia muerte nos es desconocida concientemente, y de no haber una entrada y salida de ella que se exprese en una experiencia clara, las angustias infantiles concientes y no concientes, abonarán el campo del más allá.
Melanie Klein señala que si existe un instinto de muerte -postulado por Freud– debe tener su representante en el inconciente. El recién nacido lo vive como temor a la desintegración, y luego de otras diversas maneras que concientizan y/o se expresan de diferentes formas a lo largo de la vida. Ella habla de dos posiciones con sus ansiedades básicas: esquizoparanoide y depresiva, donde se expresan el egoísmo que nos lleva al temor a ser atacados y destruidos cuando estamos bajo el influjo de la primera posición; y la altruista preocupación por nuestros objetos y nuestro cuidado de ellos, en la depresiva, estadio más avanzado que la esquizoparanoide, como veremos más adelante. Adelantamos aquí que en la esquizoparanoide predominan como mecanismos de defensa del Yo la idealización y negación; en tanto en la depresiva existe un mayor reconocimiento y aceptación de la realidad, (menor negación) y que ambos tipos de ansiedad influyen mucho en la posición que adoptamos frente a la muerte. Negación de la propia finitud hasta que algo de dentro o fuera, -o mejor combinados de elementos de nuestro interior enredados con sucesos del mundo externo-, nos hace caer en cuenta de la realidad que se desnudó ante nosotros.
Filmes como Providence, de Alan Resnais; o Cuando huye el día de Ingmar Berman; donde está claro que a las sensaciones tipo pesadillas despertadas por el temor a la muerte, de índole fundamentalmente esquizoparanoides, predominantes al principio del proceso; son elaboradas apareciendo una aceptación progresiva de esta muerte, apoyada en la serie de recuerdos amables de su juventud, la sensación de haber vivido empleando bien su tiempo vital, aceptando el ritmo y devenir de la vida y la sucesión de generaciones que lo hace sentir un eslabón reconocido de esa cadena donde ya a más de sus hijos, deja entrar a sus nietos… En Lo que queda del día, James Ivory, a través del personaje jugado por A. Hopkins, nos hace sentir melancólicamente, la vacuidad de una vida que quedó apartada del amor y del sello personal que podría haber grabado en ella, al no animarse a tener una vida para sí, en lugar de un contemplar y estar al servicio del transcurrir de las vidas de otros, a cambio de una seguridad gris y falta de libertad. Lo que finalmente hace la paloma al salir por la ventana buscando el mundo libre.
En contraposición, Vivir, de Akira Kurosawa, muestra como un empleado burocratizado en exceso, se hace carne de un problema que le traen los vecinos de un barrio pobre… después de saber que un cáncer de estómago acortará su vida muy pronto. Hace lo opuesto a lo que hizo siempre, que era derivar expedientes por esa turbia y seca eternidad de lo que ocurre cuando se cajonean, sin hacer. La certeza y proximidad de su propia muerte provoca una suerte de humanización, que se traduce en darle un sentido humano a lo que le resta de hombre. Pasa por los mismos denigrantes e indiferentes tratos que él ha hecho vivir tan asiduamente a otros. Y la muerte lo arrebata del mundo hamacándose en su jardín de niños, tan necesario para las gentes que sin su ayuda no lo hubieran conseguido. Su muerte y su revitalización humana se entrecruzan finalmente dándole sentido nuevo a su casi perdida humanidad. Muere hamacándose en la noche nevada, silenciosa y amorosamente unido al resto de los -ahora sus hermanos de sangre– hombres que, como él, viven o reptan. Eligiendo Vivir.
Viaje en torno de mi cráneo, libro auto-terminal-biográfico del húngaro Frigyes Karinty, nos muestra cómo las diversas dolencias que trae un tumor cerebral, en quien nos hace el relato -verídico y personal por otra parte-, se van elaborando a través del mismo, desde el terror a la muerte hasta una aceptación de la posibilidad de que la operación o bien la evolución natural de la enfermedad, lleven a la pérdida de su vida. Y en el relato merodean continuamente los recuerdos y el balance de lo vivido, luchando por conservar una memoria y actos reflexivos humanos, que la invasión del tumor van cortando, apartándolo del mundo de sus iguales. La muerte de Iván Ilitch, de León Tolstoy nos narra el proceso que tiene lugar en el interior de Iván, su protagonista, quien de negación en negación va adquiriendo aterrado primero, rendido después, siempre en soledad la percepción de su muerte, teniendo en cuenta la mirada disimulada de los otros, y el doloroso y paulatino reconocimiento. Imprescindible para aproximarse a las vivencias del paciente que sufre una enfermedad mortal. Tolstoi describe el proceso de un funcionario de la burguesía, Iván Ilitch, desde los primeros síntomas, hasta su muerte por cáncer. Rodeado de las comodidades y recursos reservados a los ricos, Iván se encuentra sólo, encerrado en la frecuente conspiración de silencio ante la muerte. Se narra la incertidumbre y angustia que la soledad ante el fin rodea al enfermo que sabe que muere y no puede compartir sus temores. Su aislamiento halla cierto cobijo en un criado sensible. El tema ejemplifica las fases de Kübler Ros y aparece en muchos tratados de cuidados paliativos.
En El negro del Narcissus, Joseph Conrad, nos cuenta acerca de la percepción colectiva de la muerte, en el velero Narcissus, que inicia su regreso a casa de Bombay hacia Inglaterra, donde el gigante negro James Wait incorporado a la tripulación, muy enfermo, caprichoso y tirano, logra avasallar desde el lecho en el que agoniza al resto de los marinos, hechizados y solícitos ante aquella presencia ominosa y oscura. Entre ellos el barco, al que todos adoran sin reservas, y el mar, la gran presencia que aísla a los marineros del Narcissus y trasforma la tripulación en una sociedad cerrada y sofocante, donde reinan la muerte y sus misterios. Describe como en Ilitch el cerco de esa fría soledad que enmarca la muerte. Los diversos rituales, temores y creencias mágicas alrededor de la cercana muerte del tripulante de ese barco navegando el amplio océano, o sea encerrados y con la muerte dentro de ese pequeño espacio compartido… en medio de la nada… nos impiden dejar de pensar que en un barco, millas lo separan de cualquier costa (N; S; E; y Oeste). Pero además flota cual cascarilla en un mar que tiene millas de profundidad, y si miramos hacia arriba -última dirección de ese espacio inmensurable- millas lo separan de las lánguidas estrellas. Mayor soledad, mayor pequeñez en medio de la gran inmensidad… es difícil imaginar. Y que miedo provoca de pensarlo así. Quizás por esto los marinos son tan supersticiosamente creyentes en los poderes de todo lo sobrenatural y esotérico.
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