No obstante, cada vez hay más conciencia de que una economía dejada a sus solas fuerzas salvajes de oferta y demanda termina construyendo o manteniendo horrendas diferencias sociales, indignas de una humanidad que ha declarado en 1948 la igualdad de la gran familia humana. El desafío que tiene la sociedad del siglo XXI es la de introducir correctivos a la economía de tal manera que se supere la insolidaridad y el egocentrismo para construir una humanidad fraterna tal como ha sido afirmada por casi todos los países del mundo en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Así, de nuevo caemos en la cuenta que una economía sin una ética se hace ciega e inhumana. Sólo una toma de conciencia de que es el "sujeto" humano el que tiene que asignar valor a las cosas y establecer los criterios para distribuir los bienes escasos para beneficio de todos, es lo que hará posible una convivencia humana sin nuevos "bloques" que terminen siendo peores que los que se derribaron con el muro de Berlín.
A diario recibimos información de cualquier canal de televisión del mundo por medio de las antenas parabólicas y podemos acceder a la base de datos de cualquier país por medio de la informática o de los telefax. Un periodista con dos valijas apropiadas puede trasmitir desde cualquier rincón de la tierra una noticia que valga la pena ser conocida. Los problemas sociales, éticos, políticos o religiosos de cualquier región de la tierra tienen implicación en los demás. Pero ninguno de estos problemas se podrá resolver si no se apela a la ética. El derecho no es más que la positivación de los valores éticos. Pero las leyes no pueden formularse sin una previa reflexión de la sociedad, que busque las convergencias axiológicas sin discriminar las minorías de ningún tipo. Por otra parte, ninguna legislación, código o constitución es capaz de agotar en su positivación todos los dilemas éticos que se plantean en la convivencia social. De ahí que cada vez sea más necesaria una formación moral a todos los niveles de la sociedad.
La Ética Profesional es importante porque ayuda a los profesionales a reflexionar los dilemas éticos específicos que le plantea su práctica y constituye además un aporte a toda persona que descubra la necesidad de emprender este camino de progresiva humanización.
Todo trabajador tiene o debe desarrollar una ética profesional que defina la lealtad que le debe a su trabajo, profesión, empresa y compañeros de labor. Villarini (1994) describe que "la ética de una profesión es un conjunto de normas, en términos de los cuales definimos como buenas o malas una práctica y relaciones profesionales. El bien se refiere aquí a que la profesión constituye una comunidad dirigida al logro de una cierta finalidad: la prestación de un servicio". Señala, además, que hay tres tipos de condiciones o imperativos éticos profesionales: competencia – exige que la persona tenga los conocimientos, destrezas y actitudes para prestar un servicio al cliente – la actividad profesional sólo es buena en el sentido moral si se pone al servicio del cliente solidaridad – las relaciones de respeto y colaboración que se establecen entre sus miembros.
Para lograr en los empleados una conciencia ética profesional bien desarrollada es que se establecen los cánones o códigos de ética. En éstos se concentran los valores organizacionales, base en que todo trabajador deberá orientar su comportamiento, y se establecen normas o directrices para hacer cumplir los deberes de su profesión.
En virtud de la finalidad propia de su profesión, el trabajador debe cumplir con unos deberes, pero también es merecedor o acreedor de unos derechos. Es importante saber distinguir hasta dónde él debe cumplir con un deber y a la misma vez saber cuáles son sus derechos. En la medida que él cumpla con un deber, no debe preocuparse por los conflictos que pueda encarar al exigir sus derechos. Lo importante es ser modelo de lo que es ser profesional y moralmente ético. Por ejemplo, un deber del profesional es tener solidaridad o compañerismo en la ayuda mutua para lograr los objetivos propios de su empresa y, por consiguiente, tener el derecho de rehusar una tarea que sea de carácter inmoral, no ético, sin ser víctima de represalia, aun cuando esto también sea para lograr un objetivo de la empresa. Al actuar de esa manera demuestra su asertividad en la toma de decisiones éticas, mientras cumple con sus deberes y hace valer sus derechos. Además, demostrará su honestidad, que es el primer paso de toda conducta ética, ya que si no se es honesto, no se puede ser ético. Cuando se deja la honestidad fuera de la ética, se falta al código de ética, lo cual induce al profesional a exhibir conducta inmoral y antiética.
Hay tres factores generales que influyen en el individuo al tomar decisiones éticas o antiéticas (Ferrell, 87-96), los cuales son:
- Valores individuales – La actitud, experiencias y conocimientos del individuo y de la cultura en que se encuentra le ayudará a determinar qué es lo correcto o incorrecto de una acción.
- Comportamiento y valores de otros – Las influencias buenas o malas de personas importantes en la vida del individuo, tales como los padres, amigos, compañeros, maestros, supervisores, líderes políticos y religiosos le dirigirán su comportamiento al tomar una decisión.
- Código oficial de ética – Este código dirige el comportamiento ético del empleado, mientras que sin él podría tomar decisiones antiéticas.
Un aumento en las regulaciones rígidas en el trabajo a través de los códigos de ética ayudará a disminuir los problemas éticos, pero de seguro no se podrá eliminarlos totalmente. Esto es así, debido a las características propias de la ética que establecen que ésta varía de persona a persona, lo que es bueno para uno puede ser malo para otro; está basada en nuestras ideas sociales de lo que es correcto o incorrecto; varía de cultura a cultura, lo cual no se puede evaluar un país con las normas de otro; y está determinada parcialmente por el individuo y por el contexto cultural en donde ocurre. No obstante, el profesional debe reconocer que necesita de la ética para ser sensible a los interrogantes morales, conocer cómo definir conflictos de valores, analizar disyuntivas y tomar decisiones en la solución de problemas.
Etimología
La ética (del latín ethicus y éste del griego clásico ēthikós, «moral, relativo al carįcter») es una de las grandes ramas de la filosofía. Tiene como objeto de estudio la moral y la acción humana. Su estudio se remonta a los orígenes de la filosofía moral en la Grecia clásica y su desarrollo histórico ha sido diverso
Ética y Moral
Conviene diferenciar entre los términos ética y moral: aunque en el habla común suelen ser tomados como sinónimos, se prefiere el empleo del vocablo moral para designar el conjunto de valores, normas y costumbres de un individuo o grupo humano determinado. Se reserva la palabra ética, en cambio, para aludir al intento racional (vale decir, filosófico) de fundamentar la moral entendida en cuanto fenómeno de la moralidad o ethos («carácter, manera de ser»). En otras palabras: la ética es una tematización del ethos, es el proyecto de crear una moral racional, universalizable y, en consecuencia, transcultural.
Una doctrina ética elabora y verifica afirmaciones o juicios. Esta sentencia ética, juicio moral o declaración normativa es una afirmación que contendrá términos tales como 'malo', 'bueno', 'correcto', 'incorrecto', 'obligatorio', 'permitido', etc, referido a una acción o decisión. Cuando se emplean sentencias éticas se está valorando moralmente a personas, situaciones, cosas o acciones. De este modo, se está estableciendo juicios morales cuando, por ejemplo, se dice: "Ese político es corrupto", "Ese hombre es impresentable", "Su presencia es loable", etc. En estas declaraciones aparecen los términos 'corrupto', 'impresentable' y 'loable' que implican valoraciones de tipo moral.
La ética estudia la moral y determina qué es lo bueno y, desde este punto de vista, cómo se debe actuar. Es decir, es la teoría o la ciencia del comportamiento moral de los hombres.
Moral significa, por oposición a lo «físico», todo aquello que en algún modo cae bajo la acción de nuestra libertad. En este sentido se llaman Ciencias morales las que investigan las leyes de la actividad humana; y por esto, aunque la naturaleza propia y específica de ésta se constituya por la racionalidad, califícanse las acciones de humanas en cuanto el hombre es dueño de ellas por su libre albedrío.
La palabra ética y la palabra moral según su etimología tienen significados parecidos. Estos dos términos proceden uno del griego y otro del latín, pero tienen la misma significación original. Ética deriva de la palabra griega ethos (=costumbre) y moral del término latíno mos−moris (=costumbre). Ambos tienen, pues, la misma raíz semantica. Por ello Etica y Moral, etimológicamente, se identifican y se definen como la <ciencia de las costumbres>.
Con el tiempo, ambos vocablos han evolucionado hacia significaciones distintas, (si bien, complementarias), del actuar humano. El término ética se reserva para enjuiciar la conducta humana desde el punto de vista racional, tal como se estudia en la filosofía, o sea significó el actuar humano conforme a las exigencias éticas marcadas por las distintas religiones.
No obstante − a pesar de algunas distinciones, en la actualidad se vuelve al sentido etimológico de ambos términos, de modo que pueden usarse indistintamente. Por ello, cabe hablar de ética o moral en el ámbito de la política, lo económico, lo social y también de moral o de ética en el nuevo testamento. De aquí que esta disciplina se denomine indistintamente Teología Moral o Etica Teológica, aunque ambos vocablos se empleen indistintamente, es preciso distinguir entre ética o moral filosófica y ética o moral teológica. La Moral Filosófica deduce sus principios éticos de la razón y tiende a que el hombre, mediante una conducta adecuada, se mejora a sí mismo y consiga la felicidad natural. Por el contrario, la moral teológica deriva sus principios de la revelación y su fin persigue no sólo la perfección y felicidad humana en este mundo, sino la salvación o la condenación eterna. Esta distinción se recoge en la misma pregunta que hace el joven del evangelio a Jesús: – Maestro, ¿Qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna? (Mt 19,16). Y la respuesta de Jesús no va orientada a que el joven lleve una vida humanamente correcta, sino que evoca la salvación eterna: Si quieres entrar en la vida ……
Algunos estudiosos de la conducta humana encuentran pequeñas diferencias en el uso de las palabras ética y moral. Esto se debe a que ambas prácticamente tienen el mismo significado y se relacionan entre sí, tal como mencionamos previamente. Ambas palabras (ethos y mos) se ubican en el terreno de la ética y hacen hincapié en un modo de conducta que es adquirido por medio del hábito y no por disposición natural. Por su definición etimológica, la ética es una teoría de hábitos y costumbres. Comprende, ante todo, "las disposiciones del hombre en la vida, su carácter, sus costumbres y, naturalmente también la moral." (Aranguren).
El concepto ética en este escrito se analizará desde el punto de vista de Fagothey (1991) que establece que ésta "es el conocimiento de lo que está bien y de lo que está mal en la conducta humana" . A diario se enjuicia moralmente un acto y se afirma que es o no es ético, o sea bueno o malo, si este acto está a favor o en contra de la naturaleza y dignidad del ser humano.
Según Escobar (1992) "la ética nos ilustra acerca del porqué de la conducta moral y los problemas que estudia son aquellos que se suscitan todos los días en la vida cotidiana, en la labor escolar o en la actividad profesional".
Diferencias y semejanzas entre Ética y Moral
El uso de la palabra Ética y la palabra Moral está sujeto a diversos convencionalismos y que cada autor, época o corriente filosófica las utilizan de diversas maneras. Pero para poder distinguir será necesario nombrar las características de cada una de estas palabras así como sus semejanzas y diferencias.
- Características de la Moral. La Moral es el hecho real que encontramos en todas las sociedades, es un conjunto de normas a saber que se transmiten de generación en generación, evolucionan a lo largo del tiempo y poseen fuertes diferencias con respecto a las normas de otra sociedad y de otra época histórica, estas normas se utilizan para orientar la conducta de los integrantes de esa sociedad.
- Características de la Ética. Es el hecho real que se da en la mentalidad de algunas personas, es un conjunto de normas a saber, principio y razones que un sujeto ha realizado y establecido como una línea directriz de su propia conducta.
- Semejanzas y Diferencias entre Ética y Moral. Los puntos en los que confluyen son los siguientes:
- En los dos casos se trata de normas, percepciones, deber ser.
- La Moral es un conjunto de normas que una sociedad se encarga de transmitir de generación en generación y la Ética es un conjunto de normas que un sujeto ha esclarecido y adoptado en su propia mentalidad.
Ahora los puntos en los que difieren son los siguientes:
- La Moral tiene una base social, es un conjunto de normas establecidas en el seno de una sociedad y como tal, ejerce una influencia muy poderosa en la conducta de cada uno de sus integrantes. En cambio la Ética surge como tal en la interioridad de una persona, como resultado de su propia reflexión y su propia elección.
- Una segunda diferencia es que la Moral es un conjunto de normas que actúan en la conducta desde el exterior o desde el inconsciente. En cambio la Ética influye en la conducta de una persona pero desde si misma conciencia y voluntad.
- Una tercera diferencia es el carácter axiológico de la ética. En las normas morales impera el aspecto prescriptivo, legal, obligatorio, impositivo, coercitivo y punitivo. Es decir en las normas morales destaca la presión externa, en cambio en las normas éticas destaca la presión del valor captado y apreciado internamente como tal. El fundamento de la norma Ética es el valor, no el valor impuesto desde el exterior, sino el descubierto internamente en la reflexión de un sujeto.
Con lo anterior podemos decir existen tres niveles de distinción.
- El primer nivel está en la Moral, o sea, en las normas cuyo origen es externo y tienen una acción impositiva en la mentalidad del sujeto.
- El segundo es la Ética conceptual, que es el conjunto de normas que tienen un origen interno en la mentalidad de un sujeto, pueden coincidir o no con la moral recibida, pero su característica mayor es su carácter interno, personal, autónomo y fundamentante.
- El tercer nivel es el de la Ética axiológica que es el conjunto de normas originadas en una persona a raíz de su reflexión sobre los valores.
Ética formulada y Ética vivida
La ética, igual que la moral, puede ser formulada según reglamentaciones, normas morales y deberes, pero también puede ser vivida que cuando los individuos incorporan los valores éticos y las normas morales de conducta a su forma de actuar en la vida, en forma constante, en el día a día.
La Ética como ciencia
Por el valor etimológico de la palabra Ética y por la índole de las materias que históricamente desde Aristóteles ha comprendido su estudio, la Ética pertenece a las ciencias morales y sociales.
Se llaman también sociales o políticas las ciencias morales, porque el hombre en su libre actividad no es un ser aislado, que se forme a sí propio, ni se desenvuelva independientemente del concurso de los otros seres racionales, ni aun del de los puramente naturales, sino que forma parte del todo social y a él le inclina su misma condición.
Aristóteles decía que la sociedad política es superior en perfección y anterior en orden de naturaleza (aunque no en el orden de la generación) a la familia y al individuo, como el todo lo es respecto de las partes; y comentándolo el Angélico Doctor escribe que cada hombre, comparado a la sociedad, es como cada una de sus partes respecto del hombre completo, que, separadas de él, ni pueden subsistir ni aun llamarse propiamente humanas . En suma: no hay vida moral completa que no sea social; de ahí que se tomen indistintamente los dos términos, o se unan frecuentemente para expresar mejor el carácter de estas ciencias; por eso llamamos nosotros a la Ética filosofía moral y social.
La Ética ciencia práctica. -El fin de las ciencias especulativas, dicen los escolásticos, es conocer la verdad; el de las prácticas, el obrar; no porque el entendimiento, principio productor de toda ciencia, sea también principio motor de ese obrar, sino únicamente director; intellectus practicus est motivus, non quasi exequens motum, sed quasi dirigens ad motum (D. Thom, I, q. LXXIX, art. 11, ad 1 m). La ciencia no está encargada de hacer cosa alguna, pero nada impide que tenga un fin fuera de sí misma, que todo su objeto no quede agotado en la contemplación de la verdad. Esto y no otra cosa querían decir los escolásticos llamando a la Ética una ciencia práctica, independientemente de que hubiera quien hiciese aplicación de ella; bástale la aplicación posible de sus normas. Carácter científico reconocen todos a la jurisprudencia, sin que deje de tener un fin extrínseco: servir al Magistrado en la práctica judicial; en este sentido bien puede llamarse ciencia práctica como la Moral.
Hay otra razón para llamarla así: propónese ésta ordenar nuestra vida y la facultad reguladora de ella es la voluntad, facultad operativa por excelencia, en cuanto le toca elegir y determinar nuestras acciones; de nada valdría la contemplación especulativa del orden de nuestra conducta si no era actuado por la voluntad. Ahora bien; la Moral no pretende sólo descubrir ese orden que se ha de actuar, sino que por el carácter mismo de las ideas que escudriña trata de influir en las libres determinaciones de la voluntad, de producir el orden interno en nuestra actividad práctica.
La Ética ciencia normativa. -Trasponiendo al lenguaje moderno el concepto de los escolásticos al decir que la Ética es ciencia práctica, pudiéramos llamarla normativa, por lo que no se entiende simplemente la determinación de reglas como medio para conseguir un fin dado, que esto es a lo que hoy se suele denominar ciencia práctica; por ejemplo, la higiene no tanto se propone definir el ideal de la perfecta salud, cuanto sugerir los medios más aptos para evitar las enfermedades y corroborar el organismo.
La verdadera ciencia normativa sólo se refiere a los actos del hombre sujetos a su querer, y en cuanto han de ordenarse a un término ideal, cuya naturaleza importa en el mayor grado conocer. Y aun existe una diferencia capital entre algunas ciencias normativas (la lógica y la estética) y la moral; aquéllas no tienen la actuación del fin como implícita en su naturaleza esencial; mientras que el fin de la Ética no se presenta como algo que puede ser aceptado o rechazado libremente por nuestra voluntad, sino que aparece a la inteligencia como ideal necesario de la conducta humana.
En rigor, las leyes lógicas y estéticas no representan más que una necesidad intrínseca del ejercicio de ciertas funciones, y en tal concepto no son verdaderas normas, pues no estamos obligados a cultivar las reglas de aquellas ciencias; sólo cuando éstas entran a formar parte de la conducta, reciben de la Ética el carácter imperativo de fines y entonces se hacen verdaderas normas.
Método de la Ética
Uno de los métodos utilizados en su estudio son: la Inducción, consiste en partir de lo particular hacia lo general; sus partes son: la observación, la comparación y la experimentación, de los distintos hechos concretos de la vida humana para formular normas morales de validez universal.
La deducción es el otro de los métodos, consiste en que de una ley ya establecida se deducen normas de conducta particular.
La Ética como toda ciencia posee un método por medio del cual se tenga un conocimiento profundo de la conducta humana. El cual consiste en los siguiente pasos:
- Observación. Este paso también es propio del método científico. La observación no solo consiste en acercarse al hecho real y percibir a través de los sentidos en forma penetrante y amplia.
- Evaluación. A partir de la percepción del acto por medio de la observación, se emiten un juicio de valor moral, es decir tratar de catalogar el acto observado dentro de las categorías morales previamente establecidas estudiadas como pueden ser: reprobable, honesto, obligatorio, bueno, amable, recomendable, etc. Es necesario existan matrices de valoración moral para así poder catalogar con más detalle el acto estudiado.
- Percepción axiológica. Es este aspecto se trata de descubrir en forma personal los valores que todavía no se ha sido capaz de descubrir o percibir en este acto. Una vez hecho esto podemos darle un valor al acto estudiado de acuerdo a una escala de valores.
Alcance de la cuestión del método en Ética
Siendo el objeto del método señalar el procedimiento lógico que el entendimiento ha de seguir en la investigación de la verdad y en su comunicación a los demás, a fin de constituir un sistema científico, pudiera creerse que, sin resolver la cuestión del método propio de cada ciencia, éstas no podrán existir. No ocurre esto, sin embargo; las ciencias se van formando paulatinamente, siguiendo los procedimientos espontáneos que el espíritu pone en ejercicio para descubrir toda verdad, y es necesario que las ciencias alcancen desarrollo notable para que los problemas del método adquieran preferente atención; crece de punto la importancia de ellos cuando el contenido tradicional de una disciplina es puesto en litigio por una orientación doctrinal nueva.
Este es el caso precisamente hoy para la Ética; las ideas filosóficas de los sistemas que, a partir de Kant, han imperado en la mayor parte de las escuelas contemporáneas han influido tan eficazmente en la transformación del método con que eran estudiadas las cuestiones morales, que se hace absolutamente necesario tratar con alguna extensión de estos problemas, sin que esto signifique la pretensión de fundar una moral nueva o descubrir normas ignoradas que sirvan para ordenar nuestra vida.
No podemos admitir que la metodología moral no sea más que «la psicología del hombre inteligente, libertado de toda teoría, buscando una regla de vida».
Ni el hombre, al filosofar, carece de regla de vida, ni podría buscarla con algún provecho sin tener ya formada una teoría más o menos explícita de la filosofía en general, de los métodos científicos y de la Ética misma; el error sobre estas materias en unos, así como la carencia de cultura filosófica en otros, son causa de los escasos resultados y de las deplorables aberraciones que se registran en las ciencias sociales, no obstante las múltiples investigaciones de que son objeto.
El fin, pues, del método en la Ética es determinar los principios, por medio de los cuales hemos de someter a examen las reglas morales que informan nuestras costumbres, para conocer la razón de ser de ellas y juzgar si merecen aprobación o no, o en qué deben ser rectificadas, ampliadas, etc., formando con estas investigaciones un encadenamiento de verdades que merezca el nombre de ciencia: formación de la ciencia y su exposición, éste es el fin del método en su integridad.
El punto de partida del método racional ético
No porque los problemas de la Ética sean del orden social se quiere decir que el método de ella sea apriorístico, sin fundamento en lo real, ni meramente deductivo, a la manera del método geométrico.
Ni por parte de las exigencias del entendimiento humano en todo género de investigación científica, ni por parte de los que son peculiares del objeto de la Ética, admitimos nada que no esté dotado de valor objetivo, como fundado en la naturaleza misma de las cosas.
En efecto, siendo el método un instrumento de la razón, es necesario, ante todo, salvar las exigencias propias de ella, pues de lo contrario no podría utilizarlo, y la fundamental de todas esas exigencias, común a toda investigación racional, es proceder de lo conocido a lo desconocido o menos conocido, lo cual puede entenderse subjetiva y ontológicamente. Desde el primer aspecto las manifestaciones sensibles de las cosas preceden al conocimiento de su naturaleza abstracta, y lo particular a lo universal; así en la materia o contenido del objeto moral, que son las costumbres, como éstas no son el producto de puros espíritus, sino de hombres que manifiestan sensiblemente sus juicios y voliciones interiores, ni se proponen únicamente fines espirituales, sino también corporales y externos, como la seguridad de la vida contra atentados de aquellos con quienes se convive, la propiedad de los bienes materiales, la organización del hogar, la defensa del territorio, etc., antes adquirimos el conocimiento particular de cada una de esas formas de vida moral, y aun admitimos los juicios de valor representados por ellas, que el concepto general de las mismas y la razón de ser de aquéllos.
Cuando el filósofo indaga ésta y se traza el mejor método para ello, parte ya de ese conocimiento previo suministrado inmediatamente por la realidad de las cosas, y que consta de hechos de observación, tanto externa como interna, y de principios de evidencia primera, lo mismo de orden especulativo que del práctico, sin los cuales nada significarían para su inteligencia los fenómenos observados.
Ontológicamente, y tal es el sentido aristotélico del principio que en la demostración se proceda de lo conocido a lo desconocido, ocurre lo contrario: la naturaleza de una cosa es anterior a sus manifestaciones sensibles y causa de ellas, la ley es la razón de ser del hecho, y es necesario conocerla para dar cuenta del mismo. Y en este sentido hemos de aplicar el principio dicho, porque es cierto que «sólo por las acciones y reacciones psíquicas sociales son activas y eficaces las condiciones objetivas o externas de la moralidad, las cuales, más bien que explicar por sí mismas y por sí solas la producción y la evolución de ella, vienen a su vez a ser explicadas por las condiciones internas o subjetivas. Podríamos, sí, elevarnos del estudio de las primeras con una nueva indagación al conocimiento de las segundas; pero sería después efecto grave de ilusión metodológica admitir que el medio de que nos servimos para llegar al conocimiento de la vida interna psicológica sea también la causa de ésta. Es un error de este género el que está en la base de muchas concepciones e interpretaciones de la moralidad, según el cual ésta sería la consecuencia directa de ciertas condiciones objetivas o externas, como serían las formas y las instituciones políticas o las económicas. No se olvide que la acción externa debe siempre ser explicada con el factor o con las leyes de las relaciones psicológicas sociales» .
Error de la escuela sociológico-positivista de Durkheim
Por lo dicho se comprenderá cuán erróneamente preconizan los sociólogos de la escuela de Durkheim las excelencias y necesidad del método objetivo en moral, a pretexto de desubjetivar esta ciencia, que para ellos es una rama de la sociología. Los hechos morales, dicen, pertenecen a la [126] categoría de los hechos sociales, y como éstos han de estudiarse desde fuera, buscando en algún signo exterior y visible el carácter que los distinga de los demás, y desde luego por aquel aspecto en que se presenten aislados de sus repercusiones individuales, ya que lo sociológico es heterogéneo a lo psicológico.
«No se nos reprochará, escribía Durkheim, querer en sociología substituir lo exterior a lo interior; partimos de fuera porque es lo único inmediatamente dado, pero es para alcanzar lo de dentro. El procedimiento es sin duda complicado; pero no hay otro, si no se quiere exponernos a hacer que recaiga la investigación, no sobre el orden de hechos que se quiere estudiar, sino sobre el sentimiento personal que se tiene de ellos»; y Lévy-Bruhl entiende que «el referir los hechos a nuestros conceptos morales es muy perjudicial al conocimiento científico, porque los coloca, no según sus relaciones objetivas y reales, sino según esquemas, cuyo origen puede ser considerado como arbitrario en relación con la realidad».
Aunque estos sociólogos protestan contra todo prejuicio doctrinal y dicen no atenerse más que a la experiencia, en la cual consideran como «consolidadas, cristalizadas», las costumbres de los pueblos, en la base de su método hay más de una hipótesis puramente metafísica, como el realismo social y la evolución monista, por virtud de la cual se sostiene la analogía de la naturaleza social con la física llevada hasta la identificación; Dios es la sociedad y ésta no difiere de la Naturaleza sino por una mayor complejidad; como consecuencia de todo esto, en la sociología y en la moral sociológica no hay lugar alguno para la libertad, reinando el determinismo más absoluto; la moral de un pueblo es en cada tiempo lo que tiene que ser, según lo que los fenómenos sociales permiten que sea.
No tenemos que criticar el método sociológico sino en la parte que afecta al punto que discutimos: ¿Es posible tomar como punto de partida ontológico los hechos morales considerados exteriormente para formar una ciencia moral? Que ésta no podría ser filosófica no tendrá nadie empeño en negarlo, y los sociólogos aludidos no se lo proponen tampoco y hasta creen que es preciso optar entre una moral teórica, reputada por inútil además, y la sociología así entendida.
Pero habría que repetir aquí aquellas palabras de un anatomista: «Ante las fibras del cerebro nos parecemos a los cocheros de alquiler, que conocen las calles y las casas sin saber lo que pasa dentro»; sin el conocimiento interior de los juicios de valor representados en las costumbres y en las instituciones sociales, nada significarían éstas para el hombre de ciencia. Sería un error juzgarlas con nuestros propios pensamientos, no ya sólo cuando se trate de pueblos separados de nuestra civilización por abismos de tiempo y de hábitos intelectuales, sino cuando se trata de nuestros contemporáneos y afines en cultura; el fondo común de la naturaleza humana, salvo en ciertos juicios generalísimos y en sentimientos que aparecen en toda vida moral, se actúa de muy diversos modos, según el medio interior y exterior de esa vida, y el conocimiento de éste es imprescindible para fundar la sociología y constituir normas éticas precisas y acomodadas a cada estado social.
Mas para ello preciso es remontarse sobre el testimonio histórico puramente externo, pues, como con razón dice Höffding, «frecuentemente puede ocurrir que las razones primitivas de ciertas acciones e instituciones se hayan convertido en inaceptables, sin que por esto, sin embargo, éstas hayan perdido su importancia y su valor. Aun en las condiciones nuevas, y si se las considera bajo otro aspecto que antes, pueden producir efectos hasta entonces desconocidos… En los casos de este género prodúcese en el dominio moral una substitución, por la que los motivos primitivos cambian y son reemplazados por otros, mientras que los actos, los hábitos y las instituciones permanecen los mismos. Se ve claramente por esto que la explicación histórica de un fenómeno moral no es, por sí sola, decisiva para su apreciación, puesto que una tal substitución permanece siempre posible» .
Ciertamente, el sociólogo puede abstenerse de pronunciar un juicio de valor; pero él no conoce objetivamente, como es en la realidad, la costumbre o institución estudiada, si no la mira por dentro, en aquello que la ha dado vida y ser. Y si esto decimos de los juicios, ¿qué no habrá que decir de los sentimientos que han acompañado a las ideas, creencias y prácticas? ¿En qué se fundará la inducción que trate de restituirlos al conocimiento integral que del hecho moral hemos de tener, sino en la analogía con nuestros mismos sentimientos y, por consiguiente, en una interpretación psicológica?
Además que no se formula en reglas definidas toda la moral, según confiesa el mismo Durkheim, sino que en gran parte queda como difundida en la vida colectiva [129] y, podemos añadir nosotros, en la vida individual, pues no hay más razón para que ésta se niegue que las exigencias de un método que no está basado en la experiencia .
Sólo prescindiendo de ésta puede temerse que, al estudiar la realidad íntima del fenómeno moral, subjetivo por esencia en lo que tiene de inmanente y no de acción transeúnte, la investigación recaiga sobre un orden de hechos distinto del que se trata de estudiar. Como dice muy bien Delbos, «hay un elemento propiamente moral de las acciones humanas, que debe ser definido por sí mismo; sin esta definición rigurosa se corre el riesgo de ampliar confusamente y de alterar el sentido de la moralidad, de tomar por ella lo que no es sino su acompañamiento más o menos accidental, la consecuencia exterior, y de representar mal la dirección de la voluntad en la que la moralidad consiste.
Y el único medio de descubrir este elemento esencial, si no se le quiere construir arbitrariamente, es buscarle allí donde solamente puede estar de un modo auténtico, a saber, en la conciencia moral común».
El Angélico Doctor, en el Prólogo de sus Comentarios a la Política de Aristóteles, advertía ya que ésta pertenece a las ciencias morales, porque su materia eran las acciones inmanentes, como aconsejar, elegir, querer, pues de ellas depende el orden que la filosofía social trata de poner en la ciudad, en la vida civil, sin que por eso deje de haber otros actos necesarios a la existencia de la sociedad como condiciones materiales y externas para que se cumpla la acción política o social; pero aquéllos se explican por ésta, en ella tienen su razón de ser; por ello se partirá de la acción inmanente como de lo más conocido a lo menos conocido.
Esto explica que, «cuando se trata de la realidad moral, apenas tomamos conocimiento de los hechos, al menos de la mayor parte, se haga recaer al punto sobre ellos un «juicio de valor» acompañado de sentimientos que no quisiéramos dejar de percibir» (142), y que «la conciencia individual se sienta invenciblemente llevada [131] a ver en ello la esencia misma del hecho moral», que repugne admitir que pueda ser «desubjetivado», que mantenga la imposibilidad de que exista tan pronto como cese de considerarse la relación íntima del agente responsable a los actos que él libremente ha querido» (143). Lejos, pues, de ser perjudicial al conocimiento científico este modo de proceder, es el único en el que podemos encontrar la realidad y no la sombra de la moralidad, sin que los ataques de la escuela sociológica hayan podido desarraigar esa inclinación invencible, no ya de la conciencia espontánea de la humanidad, sino de la reflexiva de la mayor parte de los filósofos y sociólogos.
Ahora haremos ver que no por seguir este camino se cae necesariamente en lo arbitrario, en lo subjetivo, según el sentido peyorativo de esta palabra.
Método racional de la Ética
Llamamos racional en sentido aristotélico-escolástico al procedimiento que, fundado en la experiencia de los hechos, forma por abstracción los conceptos de las cosas; por la relación establecida entre diversos conceptos o entre las notas que los constituyen se forman los juicios, que pueden llevar en sí mismos la evidencia que descubra su verdad o reclamen para ello otra noción, otro concepto que sirva de término de comparación con los del juicio no evidente para hacerlo tal. Estas normas son de estricta aplicación a los problemas de la Ética, cuyo carácter, preferentemente especulativo, hemos hecho notar, pues la razón humana comienza siempre por estudiar especulativamente los objetos de la ciencia práctica (144). [132]
Dijimos que los problemas verdaderamente morales eran los que se proponían determinar las normas del obrar humano, en cuanto eran derivaciones de un fin ideal, exigido en el derecho por la naturaleza misma (145).
Aun los que combaten teóricamente este concepto, que implica ya un método, si hacen otra cosa que narrar costumbres o inducir relaciones causales entre ellas, desde el momento que llegan a prescribir algún acto, revelan que han formado un juicio de valor sobre un fin al que el acto debe ordenarse. Así Durkheim pudo escribir: «De ordinario, para saber si un precepto de conducta es o no moral se le confronta con una fórmula general de la moralidad, que se ha establecido anteriormente; según que puede ser deducido de ella o la contradice, se le reconoce o no un valor moral… Nosotros no podemos seguir este método» (146); sin embargo, él no viene a hacer otra cosa cuando, después de haberse formado concepto del bien individual y de la perfección social, hace de ésta el ideal supremo y de él deduce preceptos o compara a ellos como a sus normas las instituciones existentes.
El error de Durkheim está en suponer que es la ciencia, en el sentido restringido de los modernos (diríamos mejor la experiencia), la que puede descubrir el sentido en que debemos orientar nuestra vida, la ley o leyes de ésta, estudiando por el método inductivo los hechos morales, a la manera que las ciencias de la naturaleza investigan las leyes que rigen los hechos físicos (147). [133]
Mas las leyes así descubiertas no significarían más que una conclusión científica enunciando el modo constante según el cual obra una cosa; y, prescindiendo de la diversidad que se descubriría en los hechos morales de las distintas sociedades, hay que observar que no es esa la ley que busca el moralista, como parece suponer Durkheim al decir que los kantianos y utilitarios ponen a priori una ley general de la moral, sin valor científico, «si no puede dar cuenta de la diversidad de los hechos morales» (148); no es ése el fin de la ley ética, sino servir de norma a la acción, proponer e imponer al hombre el ideal que debe realizar.
Esta confusión procede de haber convertido una regla de método en una regla de doctrina; y toda doctrina que, no queriendo salir de la experiencia, se proponga, sin embargo, dar por objeto a la moral la formación del hombre ideal, del hombre como debe ser, cae en una ilusión, porque ese hombre ideal sólo tiene valor cuando se penetra en la región de las esencias, de lo absoluto. Si ese ideal es el hombre o la sociedad, no soy yo que soy un hombre; no es tal sociedad, pues ninguna de ellas es la sociedad; el hombre, la sociedad no existen sino en el mundo de las esencias, que el positivismo sociológico pretende cerrar, lo declara inexistente o inaccesible; puesto que se trata de hacer al hombre, es que no existe, y la ciencia no trata de hacer; estudia lo que es, en sus manifestaciones o actuaciones relativas, fenomenales, y, al no enlazarlas con la naturaleza de las cosas, pierde todo derecho para erigirlas en verdaderas leyes, si éstas han de significar algo universal y necesario en el orden de dependencia de un hecho [134] respecto de otro; mucho más en leyes normativas, que se fundan en las exigencias naturales de las cosas.
Tomando la palabra ciencia en el sentido aristotélico, dice con mucha razón un sabio sociólogo, enlazando lo que el positivismo trata de separar: «Es ciencia cualquier orden de ideas demostrado conforme a la realidad de los seres, y de aquí que es científico tanto aquel orden de verdades teóricas que demuestra lo que es y lo que debe ser según la naturaleza y los fines del hombre (ciencia teórica o leyes del ser) como el orden de verdades prácticas que prescriben lo que debe hacerse en relación con la naturaleza y los fines del hombre mismo (ciencia práctica o leyes del obrar). Y aun éstos no son sino dos fines integrantes de la misma ciencia» (149).
Esta observación es profundamente exacta, pues en ella se revela el enlace íntimo de la moral y de la metafísica, de la ciencia del obrar con la del ser: operari sequitur esse; y en ella se descubre por qué la moral filosófica, sin ser apriorística, da consistencia al ideal, al par que indica cómo el verdadero método de la Ética es racional en el sentido escolástico de la palabra, o sea que se funda en la experiencia, y sin perder contacto con ella forma conceptos y juicios del orden práctico en correlación con los del especulativo; Mr. Durkheim preguntaba, pues, con mucho acierto: «¿Cómo es posible que la razón pura, sin servirse de la experiencia, contenga en sí una ley que resulte ser la reguladora exacta de las relaciones domésticas, económicas, sociales?»
La propia experiencia, pero mayormente las investigaciones psicológicas y sociológicas suministran el [135] punto de partida, como hemos ya dicho, y, traspasando los límites de la inducción científica por una que pudiéramos llamar inducción metafísica, descubrimos cuál es el fin supremo que reclama la subordinación de nuestras diversas tendencias y aspiraciones, e imprime a éstas el carácter de racionales y, por consiguiente, de morales, en cuanto han de ser actuadas por el libre albedrío, pero sirviendo a éste de ley imperativa, porque de no actuarlas, nuestra naturaleza quedaría sin alcanzar su propia perfección, su propio fin.
«Los fines de la acción humana, escribe Deploige, no son en la concepción tomista un ideal enteramente inaccesible, una vana quimera, una utopía engañosa; sino el término hacia el cual se encamina el sujeto con un movimiento espontáneo, el término hacia el cual tiende naturalmente. Esos fines están formados por bienes que faltan al ser, que éste es capaz de adquirir, y de los cuales, al desenvolver sus virtualidades, se asegurará la posesión y el goce; en el término del esfuerzo humano, necesario, pero posible, constituyen ellos el estado de perfección y se confunden con el ser plenamente desarrollado y hecho verdaderamente él mismo. Esos fines son la naturaleza misma del ser esforzándose por ser mejor, siguiendo sus impulsos profundos; impónense a la conciencia como una realidad viviente; dictan sus exigencias a la razón y ésta trata de traducirlos en preceptos de vida. Estos preceptos forman la osatura de las morales elaboradas por los hombres; en este cuerpo de reglas espontáneas el filósofo, lejos de inventarlas, las descubre como un dato real» (150). [136]
En efecto, el ideal ético, aun siendo en cierto sentido superior a la naturaleza, dominándola desde su altura, y aunque mezclado en la vida real con flaquezas y escorias que le desfiguran, existe en ella y era necesario que en alguna forma y medida existiera, porque es imposible que una naturaleza quedara siempre frustrada en sus tendencias, aun estando sujeta al dominio de la libertad humana. Las virtudes públicas y privadas llevadas, no raras veces, hasta el heroísmo, son hechos que comprueban la realización continua del ideal moral. Aplicándose a su estudio, la inteligencia formula sus juicios de valor, los critica y aprueba, después de penetrar en su razón de ser, como lo hace con los del orden especulativo.
La fórmula que encierra las conclusiones obtenidas por este método en la Ética general puede reducirse a lo siguiente: todo acto que es conforme a la naturaleza racional del hombre es moralmente bueno, y si dice relación necesaria con la perfección humana es obligatorio.
Pero determinar cuáles son los actos que realizan esa fórmula es otro problema; el de la Ética especial, y para resolverlo se ha de seguir el mismo método; pero aquí se hace más necesaria la intervención de las ciencias auxiliares de la moral, porque no se pueden conocer en particular los deberes y derechos del hombre sino conociendo en particular las relaciones de sus actos (151); porque si únicamente tuviéramos en [137] cuenta esto que la naturaleza en abstracto reclama, sería imposible determinar otra cosa que preceptos generalísimos y no los que las condiciones sociales de cada tiempo exigen con más imperio y que pueden variar con los cambios de ellas; mas no se ha de olvidar que todas las instituciones y leyes encuentran su norma en los inmutables fines éticos supremos.
La constancia y universalidad de una costumbre es un indicio de su conformidad con la naturaleza humana; pero también puede ser una aberración, como lo era la esclavitud, tan generalizada en el mundo antiguo. Por eso en la moral la prueba decisiva se ha de fundar en la correspondencia de la actividad humana con la naturaleza racional y los fines intrínsecos que ella le impone, como necesarios moralmente para perfeccionarla; prueba que es posible, porque la filosofía nos da a conocer esa naturaleza y esos fines.
«En tal caso, por lo tanto, dice Toniolo, la demostración se resuelve en un nuevo proceso deductivo, por el que el resultado de las manifestaciones exteriores se confrontan con los principios de pura razón final, y partiendo de estos últimos se investiga si aquellas manifestaciones externas corresponden de hecho a los fines y aparecen como otras tantas consecuencias lógicas de ellos. Este proceso forma la deducción final; entonces queda demostrado que lo que aparece en el hecho es conforme al orden y, por consiguiente, racionalmente necesario; de aquí la certidumbre científica. [138]
»Si, por ejemplo, se quisiera argüir si es o no legítimo, esto es, conforme a la ley racional necesaria el matrimonio monogámico enfrente del poligámico, no bastaría alegar la prueba de la general y constante duración de tal especie de unión, la cual fue usada casi universalmente durante largas épocas históricas, sino que, además, precisaría llegar a parangonar cada forma de connubio con los fines de éste, ya sean personales-privados, ya civiles-sociales.
»Mediante el cotejo con la finalidad se disipan todas las dudas, quedando demostrada la legitimidad, o sea el sello de verdad científica solamente a favor del matrimonio monogámico.
»Así, la consideración de las causas finales, rechazada por muchos, pero a la par puesta hoy en honor de parte de los más concienzudos cultivadores de los métodos doctrinales, incluso positivos (Ihering, James, P. Janet), viene a hacerse indispensable en nuestras ciencias morales-sociales para la misión metodológica demostrativa» (152).
El Campo de la Ética
Los problemas éticos se caracterizan por su generalidad, y esto los distingue de los problemas morales de la vida cotidiana que son los que nos plantean las situaciones concretas.
La ética es teoría, investigación o explicación de un tipo de experiencia humana, o forma de comportamiento de los hombres el de la moral, pero considerando en su totalidad, diversidad y variedad. Lo que en ella se diga acerca de la naturaleza o fundamento de las normas morales ha de ser válido para la moral de la sociedad griega, o para la moral que se da efectivamente en una comunidad humana concreta. Esto asegura su carácter teórico, y evita que se le reduzca a una disciplina normativa.
El comportamiento moral se presenta como una forma de conducta humana, como un hecho, y a la ética le corresponde dar razón de él, tomando como objeto de su reflexión la práctica diaria de la moral de la humanidad en su conjunto. En este sentido, como toda teoría, la ética es explicación de lo que ha sido o es, y no simple descripción.
La ética parte del hecho de la existencia de la historia de la moral: es decir, arranca de la diversidad de morales en el tiempo, con sus correspondientes valores, normas y principios. Como teoría, no se identifica con principios y normas de ninguna moral particular, ni tampoco puede situarse en una actitud indiferente ante ellas.
Al igual que otras ciencias, la ética se enfrenta a hechos. El que éstos sean humanos implica, a su vez que se trata de hechos valiosos. Pero ello no compromete en absoluto las exigencias de un estudio objetivo y racional. La ética estudia una forma de conducta humana que los hombres consideran valiosa, y, además, obligatoria.
La ética al tratar de definir lo bueno rechaza su reducción a lo que satisface mi interés personal, propio, es evidente que influirá en la práctica moral al rechazar una conducta egoísta como moralmente valiosa. Por su carácter práctico, en cuanto disciplina teórica, se ha tratado de ver en la ética una disciplina normativa, cuya tarea fundamental sería señalar la conducta mejor en sentido moral. Esta caracterización ha conducido en él pasado a olvidar su carácter teórico. Muchas éticas tradicionales parten de la idea de que la misión del teórico es, en este campo, decir a los hombres lo que deben hacer, dictándoles las normas o principios a que ha de ajustarse su conducta, convirtiéndose así en una espacie de legislador del comportamiento moral de los individuos.
La tarea fundamental de la ética es la de toda teoría: o sea, explicar, esclarecer o investigar una realidad dada produciendo los conceptos correspondientes.
La ética es teoría, investigación o explicación de un tipo de experiencia humana, o forma de comportamiento de los hombres: el de la moral, pero considerado en su totalidad, diversidad y variedad.
El valor de la ética como teoría está en lo que explica, y no en prescribir o recomendar con vistas a la acción en situaciones concretas.
Como toda teoría es explicación de lo que ha sido o es, la conducta del hombre. No le corresponde dar juicios de valor acerca de la práctica moral de otras sociedades, o de otras épocas, pero si tiene que explicar la razón de ser de esa diversidad y de los cambios de la moral; es decir, ha de poner en claro el hecho de que los hombres hayan recurrido a prácticas morales diferentes e incluso opuestas.
Al igual que otras ciencias, la ética se enfrenta a hechos. El que sea de origen humano, implica que se traten de hechos valiosos. La ética estudia una forma de conducta humana que los hombres consideran valiosa y, además, obligatoria y debida
Objetivos de la Ética
¿Para qué sirve la Ética? ¿Para qué la necesitamos? Bueno, bueno, empecemos primero dando una noción de elobjeto de la Ética. La Ética, a grandes rasgos, trata los valores, preferencias, juicios y voluntades de una sociedad. Establece acuerdos, para determinar qué es admisible o inadmisible en una sociedad. Entonces, podemos contestar a la pregunta: la Ética sirve para tratar de establecer una convivencia social adecuada para sus individuos. Además, la Ética no es tanto que se necesite, sino que así es.
El objetivo de la Ética es permitirnos estudiar la moral en relación con el comportamiento humano. De este estudio nacen los códigos de ética para ejercer las distintas profesiones.
Estos códigos pueden ser definidos como un conjunto de normas deontológicas, (ciencia o tratado de los deberes) emanadas de diversos organismos nacionales o internacionales, para que los profesionales conozcan sus deberes y obligaciones, así como sus derechos, cuando se encuentren en el ejercicio profesional con dignidad y honestidad, anteponiendo siempre a sus intereses el servicio a la sociedad.
Criterios de moralidad
El planteamiento de la ética que parece más apto fue iniciado por los filósofos griegos, principalmente Aristóteles, siguiendo un esquema en tres etapas: 1) Conocer el hombre como es. 2) Estudiar el hombre como deberla ser, de acuerdo con su fin. 3) Determinar las reglas que permitirán al hombre pasar de su situación actual a la situación final deseable: éstas son las normas éticas. Esta, pues, es la ciencia que explica cómo debe ser la conducta del hombre, a partir de su situación actual -de cómo es-, para llegar a su fin -el hombre como debería ser-; por tanto, las reglas que llevan al hombre a su perfección.
Algunos principios generales
A la vista de todo lo anterior, estamos ya en condiciones de enunciar algunos principios teóricos y prácticos de la ética individual y social, comentándolos brevemente.
- Toda acción humana tiene un contenido ético. No hay acciones humanas libres que sean moralmente neutras, porque todas están ordenadas al fin del hombre, de un modo directo o indirecto, como fines parciales o como medios para esos fines. Esto es particularmente importante en la vida de la empresa, donde las acciones suelen valorarse por su contenido técnico-práctico orientado a la eficacia. En efecto, la empresa es una sociedad de hombres que pretenden lograr un fin común -en términos genéricos la obtención de bienes y servicios para atender necesidades manifestadas en el mercado-. Pero cada acción de todos y cada uno de los hombres que participan en la actividad empresarial (como directivos, propietarios, trabajadores, asesores, clientes, proveedores, etc.), tiene su propia motivación personal, o mejor, una gama amplia y cambiante de motivaciones personales.
Nótese que se trata de un criterio general, que exige una tarea de aplicación a cada caso concreto, porque no siempre resulta fácil precisar lo que es el bien del hombre, en cada caso; o porque surgen conflictos entre bienes alternativos, o entre bienes de una persona y de otra; o porque hay bienes que llevan consigo males, etc.
- El criterio objetivo de la moralidad es el bien del hombre. El criterio objetivo de la moralidad de una acción es el bien del hombre o, como recuerda frecuentemente Juan Pablo II, con palabras de Pablo VI, "el bien de todo el hombre y de todos los hombres"-. Los otros criterios de moralidad se reducen, en definitiva, a éste.
- El respeto a la dignidad de la persona. La primera manifestación del criterio anterior es el respeto a la dignidad de la persona: de la propia y de la de los demás. Su origen está, una vez más, en la naturaleza: el hombre consta de cuerpo y espíritu, y es en éste donde radica el fundamento de su dignidad, porque del espíritu brota la racionalidad, la capacidad de entender (inteligencia) y actuar libremente (voluntad), poniéndose fines e identificando y poniendo los medios para lograrlos. Precisamente su libertad le permite autoconocerse y autodeterminarse, lo que lo hace diferente de las demás criaturas materiales. El hombre es, pues, un serpersonal, un individuo separado de los demás, irreducible a los demás, único, irrepetible, permanente. Y como persona libre, es sujeto de derechos y obligaciones.
De todos modos, es difícil que la dignidad de la persona quede suficientemente refrendada por los criterios anteriores. Afortunadamente, la ética cristiana ofrece un criterio superior: el hombre -todo hombre y toda mujer– es creado por Dios, es una criatura querida por Dios, a la que éste ha manifestado su amor, elevándola a la condición de hijo adoptivo. Los demás son, pues, tan dignos como yo, porque todos compartimos la misma dignidad de criaturas amadas por Dios, de hijos de Dios. Donde este criterio no es admitido, el atropello de los demás acaba siendo una norma práctica de actuación.
Algunos principios morales prácticos
Los principios generales citados dan lugar a un conjunto de principios prácticos que orientan directamente la actuación ética del hombre, como ser personal y social. He aquí algunos de esos principios.
1) Hay que hacer siempre el bien y evitar el mal
Hay que hacer siempre el bien y evitar el mal es el principio fundamental de la moralidad práctica, un principio al que todo hombre tiene acceso por conocimiento natural (aunque cabe, eso sí, error en la apreciación de lo que es el bien en un caso determinado, o de los medíos adecuados para lograrlo).
De ese principio de derivan varios corolarios:
a) El hombre tiene el deber de buscar el bien, de conocer lo que es bueno. Ello lleva consigo el deber de conocer la ley moral (natural y/o religiosa) y de formar la conciencia, de modo que siempre esté en condiciones de tomar las decisiones correctas desde el punto de vista ético.
b) Se debe seguir siempre el dictamen de la propia conciencia (se entiende que cuando ésta está bien formada), porque ella es, en definitiva, el criterio inmediato de moralidad de nuestras acciones.
c) Se debe hacer siempre el bien.
d) Nunca se debe hacer el mal. Comentaremos juntos estos dos principios. Como toda acción tiene un contenido ético, hay que hacer siempre acciones buenas, no malas. Este es un principio que no admite excepciones: nunca está permitido hacer e1 mal. Otra cosa es que, en cada ocasión, se pueda determinar con facilidad y seguridad qué es lo bueno o lo malo. O cómo hay que actuar cuando una acción buena produce efectos malos (acción de doble efecto).
A veces se plantea la ética como una ciencia de dilemas, de situaciones en las que es casi imposible no hacer el mal. Esto ha dado lugar a criterios moralmente erróneos, como el de, ante la necesidad de hacer el mal, hay que optar por el mal menor. Pero éste -hacer el mal, aunque sea mínimo- no puede ser nunca un criterio éticamente aceptable. En la mayoría de los casos suele existir una solución buena, aunque sea mucho más ardua (llegando por ejemplo al martirio). Y casi siempre que se llega a una situación límite, es por falta de previsión, diligencia o capacitación (en definitiva, por no haber actuado ética y técnicamente bien con anterioridad). Así, muchas empresas que se ven obligadas a cerrar en una crisis no supieron diversificar a tiempo sus actividades, o tomar las provisiones necesarias para evitar la gravedad de la recesión, etc. (aunque esto, obviamente, no es una regla general).
e) ¿Se debe hacer todo el bien que sea posible? Ya hicimos notar que la perfección humana no es cuestión de sí o no, sino de grados. Una persona que aspire a la perfección debe hacer siempre las acciones mejores que estén a su alcance. Pero esto no puede imponerse como un principio general.
De todos modos, si la perfección consiste en la caridad, las acciones hechas por amor (a Dios o al prójimo) deben ser cada vez más ricas en caridad; una acción menos perfecta, desde este punto de vista, reduce el grado de perfección del que la ejecuta. En este orden de cosas, el que pretende alcanzar cotas altas de perfección personal (o felicidad, o santidad, o amor a Dios) debe hacer siempre actos más ricos en caridad que los anteriores.
A partir del principio de hacer siempre el bien y evitar el mal se puede intentar una lista de aplicaciones concretas, de bienes que hay que hacer (y, consiguientemente, de males que hay que evitar). Se trata, sin embargo, de un trabajo inútil, porque la lista de bienes (y males) sería infinita. Sin embargo podemos mostrar algunos de esos bienes, a partir de los caracteres centrales del hombre, y cómo se convierten en imperativos morales.
En primer lugar, como ser, el hombre tiende a la conservación de su ser. Ese será, pues, un bien del hombre, que se traducirá en los consiguientes deberes -deber de conservar la vida, la salud, la integridad física, etc.- y que dará lugar a otros bienes secundarios, necesarios para conseguirlo (alimento, cobijo, defensa, etc.).
En segundo lugar, siendo el hombre un ser viviente, la propagación de la especie será un bien para él, y lo serán también los derivados del mismo (creación de una comunidad estable de personas abiertas a la procreación, educación de la prole, etc.). Con todo, el deber de propagar la especie, no es un deber de cada hombre, sino del conjunto de los mismos.
Tercero, el hombre es ser racional; el conocimiento es, por tanto, un bien del hombre, y surge del mismo el deber de buscar la verdad.
Cuarto, el hombre es un ser racional, abierto a la trascendencia. De sus relaciones con la naturaleza (dominio) surge el bien del trabajo y el consiguiente deber de trabajar. De sus relaciones con los demás surgen bienes y deberes como el de respetar los bienes materiales y espirituales de los demás, el de ayudar al desarrollo de otras personas, el de la amistad, etc. Y de sus relaciones con Dios surge la religiosidad como bien, y el deber de practicar la religión.
Hay que hacer siempre el bien. Y hemos explicado algunos caracteres de los bienes del hombre. Pero, ¿qué es lo que hace buena o mala una acción? ¿Qué es lo que define su moralidad?
2) La acción humana se define por la intención y la operación de modo concurrente e inseparable
En una acción podemos encontrar dos componentes. 1) La intención del agente, es decir, la motivación que le lleva a hacer algo. Es verdad que puede haber muchas motivaciones en una acción, pero siempre habrá una primordial, lo que por encima de todo lo demás persigue el agente, sin lo cual la acción no se realizaría: ésta es la intención, el fin del agente. 2) La acción u operación propiamente dicha, que el agente toma como medio para conseguir su fin propio.
La acción humana se define por la totalidad por ambos aspectos, intención y operación, de modo concurrente e inseperable. Toda acción tiene una intención (salvo que sea fortuita); toda intención ya supone una acción, aunque sea meramente interna (el deseo o el propósito de hacer algo). Lo que el principio sostiene es que no basta que la intención sea buena, ni que lo sea la acción: lo han de ser ambas a la vez.
La importancia de la intención es clara: tratándose de un acto de la voluntad por el que se quiere algo como fin, la intención es la que da unidad a la conducta. Por tanto, una intención mala convierte en mala una acción de suyo indiferente y aun buena (p.ej., dar limosna a un necesitado para que se emborrache). Pero no basta la intención buena para hacer buena una acción de suyo mala (p.ej., matar a un inocente para evitarle un sufrimiento). Ni los medios justifican el fin, ni el fin justifica los medios: ambos han de ser correctos, desde el punto de vista ético.
Este principio se traduce en una regla práctica para juzgar la moralidad de una acción, a partir del objeto, el fin y las circunstancias de la misma.
1) El objeto es aquello a lo que tiende la acción, desde el punto de vista moral, el fin de la acción. Así, poner una inyección no es el objeto moral de una acción, porque puede ser de veneno o de medicina. El objeto será, pues, matar -si se pone una inyección de veneno- o curar -si es de medicina-.
2) El fin es lo que se persigue con el acto, el fin del agente (el fin relevante es el principal, si hay varios): el objeto del acto de la voluntad que llamamos intención. El fin de la acción consistente en poner una inyección de veneno puede ser malo (la venganza, p.ej.), o bueno (la compasión por el que sufre); también el fin de la acción consistente en poner una inyección de medicina puede ser bueno (curar) o malo (matar, porque se cree, erróneamente, que en vez de medicina contiene veneno).
3) Finalmente, las circunstancias son aspectos accesorios que no cambian la sustancia de la moralidad de la acción, pero la afectan. Las circunstancias son capaces de cambiar accidentalmente en malo un acto bueno por el fin y el objeto, pero no viceversa. Así, la acción buena de poner una inyección de medicina con la intención de curar puede convertirse en moralmente mala por las circunstancias si, p.ej., sabiendo que corre peligro la vida del paciente, la pone una persona inexperta y sin cuidado; o si la pone un enfermero bajo los efectos del alcohol o de las drogas.
La regla práctica es que tanto el objeto como el fin y las circunstancias deben ser conformes al fin último. Por tanto, sólo es buena acción cuando son buenos el fin (curar, en nuestro ejemplo), el objeto (poner una inyección de medicina) y las circunstancias (con las debidas precauciones y conocimientos, etc.).
Esta regla se complementa en otras derivadas de ella: 1) El fin no justifica los medios (ni los medios justifican el fin). 2) Una obra es moralmente buena cuando lo son todos sus componentes (objeto, fin y circunstancias). 3) Una obra es moralmente mala cuando lo es cualquiera de sus componentes. 4) Una obra indiferente por el objeto no lo es nunca por el fin (es otra manera de expresar el principio general de que toda obra tiene una dimensión moral). 5) Las circunstancias pueden hacer malo un acto bueno, accidentalmente, pero no pueden hacer bueno el acto malo.
3) Haz a los demás lo que desearías que te hiciesen a ti
Este principio tiene también otras versiones, negativas unas ("no hagas a los demás lo que no desearías que te hiciesen a ti") y positivas otras ("el bien de los demás es tan digno de respeto como el mío"); pero, como veremos luego, las implicaciones son muy diferentes en uno y otro caso.
Este principio no prohibe a cada uno dedicarse a sus asuntos: el bien propio es bien, y como tal debe ser hecho. Además, es un bien del agente mismo, y es razonable que lo desee de modo particularmente intenso. Pero el principio sostiene que el derecho a procurar mi bien no puede significar el mal para los demás: no tengo derecho a discriminar contra ellos. Esto es más difícil de ejecutar, porque el bien ajeno no lo experimento con la misma viveza como el bien propio: por eso el desarrollo del hombre, el crecimiento en la virtud consisten en la capacidad de moverse libremente por el bien ajeno.
El bien de los demás es, sobre todo, el bien básico, profundo, el que les lleva a la felicidad, a la plenitud, y ése es el que debo buscar, en primer lugar, con preferencia a bienes secundarios, como la riqueza. Al propio tiempo, este principio admite una gradación, desde el enunciado negativo -"no hagas a los demás lo que no desearías que los demás te hagan a ti"-, que señala mínimos, hasta el comportamiento totalmente generoso consistente en hacer a los demás todo el bien posible, que es la perfección del amor.
En cuanto consideramos nuestra conducta respecto de los demás, hemos entrado ya en los aspectos sociales de la moralidad. A ellos se refieren los siguientes principios prácticos.
4) Primacía del bien común
Cuando hay conflicto, el bien común tiene primacía sobre el bien privado, si son del mismo género. Hay, pues, un ámbito de actuación en la búsqueda del bien privado, pero si éste choca con el bien común, éste es prioritario.
Conviene precisar que el bien común no es el bien de la mayoría, ni un conjunto de bienes de provisión y disfrute público, ni una forma de redistribución de la renta o de la riqueza, ni la propiedad colectiva de esa riqueza, etc. El bien común es el bien del que participan todas las personas integrantes de la comunidad. El modo de organización social puede variar en función de las condiciones de tiempo y de lugar, pero siempre ha de ser acorde con el bien común. Y como el sujeto moral es siempre el hombre, no una sociedad abstracta o un colectivo de seres indiferenciados, el bien común se manifiesta en el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones menores y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de su propia perfección.
5) Principio de solidaridad
Todos los individuos y grupos deben colaborar al bien común de la sociedad a la que pertenecen, de acuerdo con sus posibilidades.
Este principio lleva consigo diversas implicaciones: cada uno debe desarrollar sus propias capacidades, como medio para contribuir al bien común; la organización social debe ayudar y favorecer la mejoría de las personas; cada persona debe considerar activamente qué obras de servicio debe llevar a cabo en su cooperación al bien común, etc.
6) Principio de la máxima libertad posible
La libertad del hombre es, como vimos antes, necesaria para que sus obras tengan una dimensión moral. De todos modos, su ejercicio ha planteado muchos problemas -y pseudoproblemas- en relación con el bien común y los principios sociales de la ética. Es importante encontrar el equilibrio entre libertad individual y cumplimiento del fin de la sociedad. A ello se dirigen los dos principios anteriores, que deben completarse con éste: se debe promover la máxima libertad de actuación de los individuos y de las sociedades, sin restringirla salvo en lo que sea necesario para el bien común.
7) Principio de subsidiariedad
Lo que puede hacer el inferior (individuo o sociedad menor) no debe hacerlo el superior. La tarea del superior no es sustituir al inferior, sino suplirle en lo que no puede o no se ve en condiciones de hacer.
Esto implica que las acciones se deben asignar siempre al escalón inferior que pueda llevarlas a cabo. Al mismo tiempo, este principio ayuda a definir el papel de la sociedad que no es de sustituir a sus miembros, sino de ayudarles a que se desarrollen por sí mismos.
8) Principio de la participación social
Todos los hombres tienen derecho a participar en la organización y en la dirección de las sociedades en que participan, según sus posibilidades y capacidades. Es una consecuencia de la libertad y sociabilidad del hombre, y de la dignidad e igualdad fundamental entre todos.
9) Principio de autoridad o de unidad de dirección
Complementa al anterior, en cuanto que la sociedad necesita una autoridad que la gobierne, según la recta razón, para la consecución de sus fines. La participación de todos no puede ser obstáculo a ese principio de autoridad.
Conclusión
Para evitar en gran medida los problemas de índole ético-moral que surgen en el ejercicio de una profesión o de un oficio, se deben poner en práctica principios éticos que establezcan los parámetros y reglas que describan el comportamiento que una persona puede o no exhibir en determinado momento. No es difícil poner estos principios en práctica, pero el omitirlos redundará en perjuicio propio y en el de las personas con quienes se interviene o se interactúa. "Una decisión en la que está envuelto el comportamiento ético de una persona, siempre va a estar enmarcada en uno de los principios y valores aquí señalados".
- Honestidad – Aprender a conocer sus debilidades y limitaciones y dedicarse a tratar de superarlas, solicitando el consejo de sus compañeros de mayor experiencia.
- Integridad – Defender sus creencias y valores, rechazando la hipocresía y la inescrupulosidad y no adoptar ni defender la filosofía de que el fin justifica los medios, echando a un lado sus principios.
- Compromiso – Mantener sus promesas y cumplir con sus obligaciones y no justificar un incumplimiento o rehuir una responsabilidad.
- Lealtad – Actuar honesta y sinceramente al ofrecer su apoyo, especialmente en la adversidad y rechazar las influencias indebidas y conflictos de interés.
- Ecuanimidad – Ser imparcial, justo y ofrecer trato igual a los demás. Mantener su mente abierta, aceptar cambios y admitir sus errores cuando entiende que se ha equivocado.
- Dedicación – Estar dispuesto a entregarse sin condición al cumplimiento del deber para con los demás con atención, cortesía y servicio.
- Respeto – Demostrar respeto a la dignidad humana, la intimidad y el derecho a la libre determinación.
- Responsabilidad ciudadana – Respetar, obedecer las leyes y tener conciencia social.
- Excelencia – Ser diligentes, emprendedores y estar bien preparado para ejercer su labor con responsabilidad y eficacia.
- Ejemplo – Ser modelo de honestidad y moral ética al asumir responsabilidades y al defender la verdad ante todo.
- Conducta intachable – La confianza de otros descansan en el ejemplo de conducta moral y ética irreprochable.
La ética debe convertirse en un proceso planificado, con plena conciencia de lo que se quiere lograr en la transformación de nuestras vidas. Debemos desarrollar al máximo el juicio práctico y profesional para activar el pensamiento ético, reconocer qué es lo correcto de lo incorrecto y contar con el compromiso personal para mantener el honor y el deber.
Al fin de cuentas, el ser humano es responsable de actuar inteligente y libremente y es el único que puede responder por la bondad o malicia de sus actos ante su propia conciencia, ante el prójimo y ante Dios, su Creador.
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Autor de este trabajo:
Ing. Paulino Aguayo R.
Universidad Nacional de Pilar – Ayolas – Paraguay
Curso de Postgrado de Didáctica Universitaria
dictado por la Lic. Beatriz Vargas de Morel de la UTCD de San Juan Bautista – Misiones
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